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Maltratadores intrafamiliares
Rasgos y características
descriptivas
Carlos Velázquez
Una de las temáticas que en la actualidad tiene gran relevancia social es la violen-
cia intrafamiliar y sus consecuencias en los miembros de una familia, quienes son
categorizados como víctimas directas e indirectas.
Sin embargo, las investigaciones en diferentes ciencias, esencialmente se han
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enfocado hacia las familias y sus miembros desde una perspectiva victimológica, es
decir desde la situación de la víctima.
Diferentes países han intentado desarrollar sus investigaciones tomando como
referencia a las mujeres y, en su caso, varones víctimas, sin embargo el agresor in-
trafamiliar y su problemática no han recibido la importancia investigativa que se
requiere (Corsi, 2004).
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de los usuarios. De las consultas atendidas 470 fueron sobre la vulneración del
derecho a los alimentos, 344 sobre el delito de inasistencia alimentaria, 166 sobre
el derecho a la filiación y 134 por violencia intrafamiliar. Según el estudio de Profa-
milia sobre la situación de las mujeres desplazadas, el 44% de éstas ha sido golpeada
por su pareja, y el 18% ha sido víctima de violencia sexual; el 80% de los casos de
agresión no fueron denunciados.
En México, según el INE, se encuentra que en uno de cada tres hogares del área
metropolitana de la Ciudad de México, se registra algún tipo de violencia.
• De cada 100 hogares donde el jefe es hombre, en casi 33 se registra algún tipo de
violencia por 22 de cada 100 de los dirigidos por mujeres.
• Los miembros más frecuentemente agresores son el jefe del hogar, 49.5%, y la cón-
yuge, 44.1%.
• Las víctimas más comúnmente afectadas son hijas, hijos, 44.9% y cónyuges, 38.9%.
• Las expresiones más frecuentes de maltrato emocional son los gritos y los enojos
mayores; 86% de los hogares con presencia de agresiones de tipo emocional sufrie-
ron gritos y 41%, enojos mayores.
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• Las formas de maltrato que con más frecuencia se presentan en la violencia física,
fueron los golpes con el puño, 42%; bofetadas, 40% y golpes con objetos 23%.
Bolivia
Violencia
intrafami-
liar por año Chu- Cocha- Santa
La Paz Oruro Potosí Tarija Beni Pando Total
quisaca bamba Cruz
2000 2 682 9754 7 318 2 238 573 1 350 6 260 392 229 30 796
2001 1 127 5 690 7 020 2 689 1 948 1 145 6 572 656 440 27 287
2002 2 146 6 318 4 780 3 001 1 834 3 326 6 918 1 080 373 29 776
2003 1 449 7 712 5 938 2 824 2 082 2 404 7 308 1 473 777 31 967
2004 1 626 8 339 7 246 2 966 2 430 2 471 6 456 1 050 591 33 175
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Promedio
1 806 7 563 6 460 2 744 1 773 2 139 6 703 930 482
anual
Para una adecuada comprensión del problema se requiere establecer con claridad una
definición que nos permita establecer a quien se considera un agresor intrafamiliar.
Se consideran agresores intrafamiliares a quienes ejercen alguna forma de abu-
so contra su esposa, pareja o compañera, ocasionándole algún tipo de daño físico,
psicológico, social, económico, etc.
Los factores asociados a los agresores tiene como fundamento diferentes varia-
bles que los configuran de acuerdo con estudios realizados en diferentes países, que
han permitido esbozar el perfil del agresor.
Edad
Algunos autores plantean que la edad podría jugar un papel importante en rela-
ción con la violencia de pareja, ya que se ha encontrado en algunos estudios que
los agresores eran adultos jóvenes. No obstante, en un estudio realizado con 42
hombres remitidos a psicoterapia por violencia conyugal por Fernández-Montalvo
y Echeburúa (1997, citado por Echeburúa y Corral, 1998), el promedio de edades
hallado correspondía a 42,1 años.
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Nivel socioeconómico
La evidencia empírica indica que buena parte de los agresores proviene de estra-
tos socioeconómicos bajos, Fernández-Montalvo y Echeburúa (1997, citado por
Echeburúa y Corral, 1998) hallaron que el 38,1% de sus participantes eran de es-
trato bajo, 23,8% de estrato medio bajo, 33,3% de estrato medio y 4,8% de estrato
medio alto. Si bien no puede considerase que el nivel socioeconómico es un fuerte
predictor del ejercicio de violencia hacia la pareja, la escasez de recursos si puede
mediar en el manejo de situaciones de pareja que generan estrés en un momento
dado (Stordeur y Stille, 1989).
En alta proporción, los agresores tienen bajos recursos educativos, lo cual concuer-
da con su situación económica. En ese sentido, Fernández-Montalvo y Echeburúa
(1997, citado por Echeburúa y Corral, 1998) encontraron que el 57,1 de sus parti-
cipantes poseía sólo estudios primarios.
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Si bien buena parte de los hombres que ejercen violencia hacia sus parejas son
adultos jóvenes, esto no es incompatible con el hecho de que un buen porcentaje
de ellos son casados y han convivido un tiempo relativamente considerable con
sus parejas. Fernández-Montalvo y Echeburúa (1997, citado por Echeburúa y Co-
rral, 1998) hallaron que el 85,75% de sus participantes estaban casados y que el
40,5% llevaban más de diez años conviviendo con su pareja.
Ahora bien, los criterios anteriores no serian importantes si no consideramos
los aspectos propiamente psicológicos que demuestran los agresores intrafamiliares,
por ello a continuación se desarrollan los rasgos encontrados de forma coincidente
en diferentes investigaciones.
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gumentativo es: “yo controlo todo, para vivir bien”, en proceso de recuperación
reconocen: “tenía todo bajo control porque tenía miedo”.
• Violencia hacia terceros o mascotas. Cuanto mayor calma e inhibición ante jueces,
policías y terceros, más riesgo para la mujer y los/as hijos/as que pueden sufrir de
la agresión en el espacio doméstico, por otra parte pueden recibir maltratos a causa
de la ira del agresor.
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• No cumple las promesas, ni los pactos, tiene dificultades para acatar normas y lí-
mites, incluso los impuestos por el juez. Dicha característica se debe en un caso a
su incapacidad para dejar su relación o su comportamiento y en otro por las carac-
terísticas de su personalidad que le impiden visualizar el mundo de forma objetiva
respecto a la realidad que le rodea.
• Conductas poco asertivas. Tiene dificultades para el ejercicio de sus derechos sin
atropellar los de los demás, bajo la percepción del mundo desde su propia visión
sin tomar en cuenta la realidad y a los otros como personas que son distintas a él.
cosas, en algún caso innecesarias, y en otro con objetos superfluos o que benefician
sólo a él o a algún hijo.
• Mentiras habituales. Se hace frecuente que sus dichos no sean ciertos, sino adapta-
dos a su conveniencia, adecuados a su realidad, que le permiten explicar su com-
portamiento hacia los demás.
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• Recurre al acoso cuando su pareja se aparta. Como una forma de tomar contacto
con la víctima, y hasta persigue a la mujer en el trabajo o cuando está con sus amis-
tades o nueva pareja.
• Posee baja autoestima: El agresor suele sentirse inseguro, tanto en el papel de hijo
como en el de padre, pareja y/o esposo. Esta carencia en otros casos no es tan visi-
ble o no existe sino que el agresor tiene una visión sobrevalorada y poco adecuada
sobre sus capacidades de relacionamiento.
• Dificultad de expresar sus sentimientos. No tiene habilidades para revelar sus sen-
timientos por sesgos cognitivos sobre la mujer y el poder del varón.
• Expectativas irreales. Espera que su pareja e hijos cumplan con sus deseos los cua-
les no son explícitos, tiene dificultades para verbalizar sus sentimientos, y luego
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TIPOS DE AGRESOR
Los agresores intrafamiliares que se definen como aquellos sujetos que ejercen
violencia en contra de sus parejas y otros pertenecientes a sus familias, se conocen
como personas que suelen venir de hogares violentos, suelen padecer trastornos
psicológicos y muchos de ellos utilizan el alcohol y las drogas lo que produce que se
potencie su agresividad. Tienen un perfil determinado de inmadurez, dependencia
afectiva, inseguridad, emocionalmente inestables, impacientes e impulsivos.
Una investigación de Gottman y Jacobson (2001) señala que los hombres
agresores caen en dos categorías: pit bull y cobra, con sus propias características
personales:
Pit bull
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Cobra
que él quiere.
CONSIDERACIONES FINALES
Durante mucho tiempo se sostuvo el mito de que la violencia conyugal era produc-
to de una enfermedad mental. Esta suposición quedó totalmente descartada con las
investigaciones específicas, demostrando que la violencia conyugal no sólo no es el
efecto de un trastorno o enfermedad mental, sino por el contrario, es la causante de
trastornos psicológicos en las víctimas.
En general, el hombre golpeador cree que todo conflicto en la pareja debe ser
rápidamente erradicado. Al no poder solucionarlo de otra manera, emplea la vio-
lencia, que le resulta un método sumamente efectivo y rápido para terminar con la
situación no deseada.
Otra de las características que encontramos en estos hombres es su aislamiento
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emocional. Algunos de ellos pueden relatar que tienen muchos amigos, pueden re-
lacionarse con muchas personas, pero cuando se les pregunta si existe alguien con
quien puedan hablar de sus propios problemas afectivos, a quién contarle acerca de
sus temores dentro de su vida privada, esa persona no existe.
También se observan indicios de una imagen propia muy desvalorizada. En
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otros ámbitos es un hombre que no se atreve a decir lo que quiere, lo que siente,
lo que necesita. Es dentro de la privacidad de su casa donde se siente a salvo de la
mirada de los demás. Así emerge bajo la forma de violencia, lo que en otros lugares
no manifiesta. Los argumentos que utiliza para explicar su conducta violenta son
reiterativos: “ella me provoca”, “yo no puedo controlarme”, “yo no sé lo que hago
en esos momentos”, etc. Estos argumentos le son válidos para con su pareja, pero
no en otras situaciones en las que sí puede controlarse.
Como plantea el grupo de Holtzworth-Munroe (1994, 2004, citados en Amor,
Echeburúa y Loinaz 2009) se establece otros tres tipos de agresores contra la pa-
reja:
gravedad que en los otros grupos y sin que haya alteraciones psicopatológicas. Des-
pués de un episodio violento suelen arrepentirse y reprueban el uso de la violencia.
lleva a que vecinos y amigos crean que la esposa exagera cuando informa sobre el
abuso físico; los policías pueden ser engañados por el comportamiento de extrema
calma demostrado por el agresor. Por el contrario, la esposa suele parecer alterada
o histérica, por lo cual se puede pensar erróneamente que ella es la más agresiva.
Esta falsa imagen puede repetirse ante los juzgados, donde el agresor, bien vestido
y acompañado por su abogado, parece lograr mayor credibilidad que la esposa mal-
tratada. Esto es aún más notorio cuando los agresores son profesionales, médicos,
psicólogos, abogados, ministros y ejecutivos, muy respetados en su trabajo y en la
comunidad.
Pocos esposos agresores se describen a sí mismos como hombres que golpean
a sus esposas. Generalmente minimizan su violencia: golpear o estrangular a su
mujer son actos de defensa propia. La mayoría de ellos oculta esta violencia frente
a vecinos, parientes y policía.
En general estos hombres culpan a su pareja de su propia violencia: “ella me
llevó a hacerlo”, “ella me provocó”. Algunos tienen celos y actitudes posesivas, vi-
gilan obsesivamente a sus esposas, las siguen, interrogan a los hijos, escuchan sus
llamadas telefónicas. Los hombres extremadamente posesivos tienen incapacidad
para aceptar que la relación ha terminado, y someten a la mujer a un hostigamiento
continuo. También manipulan a los hijos, suelen utilizar las visitas para tener acceso
a sus esposas, comprometiendo su seguridad.
También suelen entrar en controversias sobre los acuerdos de custodia o de
régimen de alimentación de los hijos, como táctica para obligar a sus parejas a una
reconciliación, o para que retiren los cargos en su contra.
Carecen de motivación interna para buscar asistencia o para cambiar su com-
portamiento, muchos lo hacen sólo cuando comprenden que las relaciones con sus
esposas no pueden continuar a menos que asistan a un programa de tratamiento.
Para la mayoría de estos hombres el problema no es que ellos sean violentos, sino
que sus esposas los han dejado.
Desde la infancia, los varones aprenden que frente a determinadas situaciones
de conflicto (en el juego, el deporte u otras actividades) se les permite emplear la
violencia para resolverlas. Además los modelos que tienen en la televisión –aún en
los dibujos animados– les confirma que una manera de resolver los conflictos entre
dos personas, es o puede ser violenta.
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ediciones RIALP.
Ramírez Stuardo, R. (2009). Hombres agresores: la otra cara de la violencia intrafamiliar. Un
abordaje desde el Modelo Integrativo Supraparadigmático. Actualizaciones en Psicoterapia
Integrativa, Vol. I, 59-67. Publicado On line en Instituto Chileno de Psicoterapia Integrativa.
Revollo, M. (1995). Violencia doméstica registrada en Bolivia. Subsecretaría de Género: La Paz, Bo-
livia.
Rey, C. (2002). Rasgos sociodemográficos e historia de maltrato en la familia de origen, de un
grupo de hombres que han ejercido violencia hacia su pareja y de un grupo de mujeres
víctimas de este tipo de violencia. Revista Colombiana de Psicología, número 011. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia.
siona al individuo y a la sociedad, así como por el impacto económico y social que
genera. Además, por sus características inherentes, cada vez resulta más habitual
que este tipo de supuestos alcancen la Administración de Justicia, por lo que se
antoja fundamental la labor del psicólogo como asesor técnico y cualificado sobre
la materia (González-Trijueque, 2007b).
Desde el mundo de la psicología se hace referencia al concepto de mobbing a
diversas situaciones de hostigamiento psicológico que tienen lugar en el ámbito
laboral y que se manifiestan de muy variada forma a través de distintos tipos de
conflictos interpersonales (González-Trijueque, 2007b; Pérez-Bilbao et al., 2001).
Por ello, resulta esencial ser conocedor de que una organización de trabajo impli-
ca a un grupo de personas (variable en número) que persiguen un fin común, así
como un grado variable de reglamentación, lo que la convierte en una organización
de tipo social (Alonso et al., 2003). En este tipo de organizaciones están habi-
tualmente contempladas las relaciones que han de establecerse entre los distintos
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