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José

Manuel Piña Gutiérrez


Rector
















































Primera edición, 2017
D. R. © Universidad Juárez Autónoma de Tabasco Av. Universidad s/n,
Zona de la Cultura Colonia Magisterial, C.P. 86040 Villahermosa, Centro, Tabasco.

Para su publicación esta obra ha sido dictaminada por el sistema académico
de pares ciegos. Los juicios expresados son responsabilidad de los autores.

Queda prohibida la reproducción parcial o total del contenido de la presente obra
sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito del titular,
en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor.

Diseño de portada: Fredys Pérez Ruiz
Diseño electrónico: Obed Pérez Saucedo
ISBN para edición digital: 978-607-606-379-8
Hecho en Villahermosa, Tabasco, México.







¿Por qué en México la mercadotecnia lee?
María del Carmen Navarrete Torres
Beatriz Pérez Sánchez

Dime qué lees y te diré quien eres
Isidoro Villator

La parada literaria
Kristian Antonio Cerino
Victor Manuel Ulín Hernández

Leer para vivir
Salma Ivett Abo Harp Valenzuela

El gusto por la lectura
Cecilia García Muñoz Aparicio
Olga Beatriz Sánchez Rosado

El placer del texto y el lugar del Otro
Nezih Einar Lugo Alcaraz

Ojeada a dos grades mujeres de la literatura mexicana
Rocío López Martínez

Enamórate de los contenidos y no solo de la portada
Carlos Manuel Herrera Méndez

Sin género. Una disputa sin sentido entre la academia y el arte
Israel Francisco Domínguez González

Realidad y libertad en la literatura
Cristina Guadalupe Juárez Chablé

¿Por qué en México la mercadotecnia lee?

María del Carmen Navarrete Torres


Beatriz Pérez Sánchez

Las campañas de fomento y promoción de la lectura se han convertido en un


objetivo clave en el ámbito sociocultural. Es un interés que comparten diversos
países, y está motivado por una realidad ineludible, las alarmantes estadísticas de
lectura. De forma paradójica esta situación se manifiesta en una sociedad donde
los procesos de difusión y acceso a la información y al conocimiento se han
optimizado gracias al uso de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Las campañas se orientan a paliar esta situación y diversas iniciativas son


desarrolladas por bibliotecas, universidades, escuelas, fundaciones, editores,
instituciones culturales, entidades de gobierno local o nacional.

Cualquier actividad empresarial, entre ellas las editoriales, requieren de


elementos que den a conocer el producto a los consumidores. Durante siglos, el
“boca a boca” fue la mejor manera de hacer publicidad, sin embargo la llegada
de los medios de comunicación masivos cambió el panorama y mucho más, aun
con la presencia de Internet y las redes sociales, con las que el mundo editorial
es uno de los beneficiados.

¿Se necesita la publicidad para vender libros, discos, música, y videos, entre
muchas otras cosas más? ¿Quién debe hacer campañas de publicidad para vender
cultura? ¿Las campañas de fomento de la lectura de los gobiernos sirven para
vender más libros y con ello los compradores leerán? En la librería Gandhi lo
tienen claro. Sus campañas también se plantean para que la gente lea y si el
lector no se acerca a la lectura, a la tienda de libros, es ésta la que debe “tentarlo”
para que entre, revise las páginas, mire la portada, lea un rato y compre. Hay que
buscar al lector y hacerlo partícipe del proceso de lectura.
La cadena Librerías Gandhi mantiene desde 2001 una campaña de publicidad
donde a través de mensajes curiosos invita a la sociedad a la lectura con frases
inteligentes e ingeniosas.

Vender libros no es una tarea fácil. Hay quien lo hace tocando puertas, otros
en un stand en diversas ferias, presentaciones o exposiciones literarias, en
universidades, museos, y librerías. Una librería es un establecimiento comercial
donde el principal producto de venta son libros, sin embargo, la adquisición de
los mismos no siempre ha sido sencilla.

“Durante el siglo XVI el control de la lectura y el comercio del libro


estuvieron en manos de la corona e iglesia española, las cuales determinaron su
presentación y circulación” (Carreño 2O11). Lo anterior se relacionó
ampliamente con el contexto histórico de aquella fecha, momento en que la
Reforma Católica estaba en apogeo, de tal manera que la colocación de múltiples
imprentas superó en demasía la demanda y manufactura de libros.

Para esa fecha salieron a la luz ciertas leyes que defendían aspectos
relacionados con la no propagación de ideas subversivas, la protección
económica del consumidor y la concesión de privilegios a los autores de obras
destacadas. Sin embargo al paso de los años este tipo de “leyes” se modificaron
para beneficiar de mejor manera tanto a lectores como distribuidores.

En 1539 se comenzaron a imprimir los primeros libros que se hicieron en el


continente americano. “Los volúmenes que iban a reproducirse y ejemplares
para venta, llegaban a Veracruz, a San Juan de Ulúa, en donde los esperaban
comerciantes que, en ese mismo sitio, los adquirían”. Ya en el siglo XVII se
comenzó a generalizar la venta al público, en tiendas y almacenes que los
mezclan con otras mercancías; surge una que otra librería, principalmente en las
casas impresoras. Más tarde en el siglo XVIII toma auge la venta de libros, se
vuelven populares las llamadas "tiendas" y las "imprentillas”; las viudas [de los
dueños originales de algunas librerías] comienzan a sacar partido de las mismas
mediante el negocio de la impresión.

El siglo XIX ve aparecer las librerías propiamente dichas como sitios en


donde únicamente se venden libros. Para esta época se comienzan a popularizar
las tertulias en las librerías. Así en el siglo XX el establecimiento formal de
locales en la Ciudad de México crece en gran medida por ser un negocio
rentable.

Librerías como Porrúa Hermanos, se constituye en 1910 en la esquina de


Relox y Donceles (hoy República de Argentina y Justo Sierra) año en que
también se desarrolla la Revolución Mexicana y se cumple un centenario de la
Independencia de México. Ésta se caracterizó por contar con un extenso acervo
procedente de una gran biblioteca que compraron a un particular, así como por
su ubicación estratégica en el centro de la ciudad. Samuel López Gallo se
establece en 1967 en el sótano del edificio San Antonio sobre la Avenida Juárez,
anteriormente instalaciones de unos baños de vapor (Zahar 2000).

La dinámica de venta en ambos negocios consistía en solicitar el libro de


interés al encargado de la tienda, pagar el monto total, esperar unos minutos para
su búsqueda y recogerlo para llevarlo a casa o a la escuela.

Librería Gandhi

En 1971 en la Ciudad de México se fundó Librerías Gandhi, nombre que se


tomó en honor al pacifista indio Mahatma Gandhi. La primera sucursal se ubicó
en el número 128 de la avenida Miguel Ángel de Quevedo al sur de la ciudad de
México. Un edificio pequeño pero con cafetería y espacio para desarrollar
actividades culturales (cine, teatro, música, y presentaciones de libros).

Su ubicación próxima a Ciudad Universitaria, ha sido un factor decisivo para


el desarrollo de la misma debido a la frecuente afluencia de la población
estudiantil del campus por ofrecer títulos de diversas disciplinas con
disponibilidad inmediata.
Con el paso del tiempo, el negocio se fortaleció gracias a los factores
diferenciales mantenidos, ofreciendo servicios que la competencia directa
(Librería del Sótano, sucursal Coyoacán, en función desde diciembre de 1967)
no poseía. Ejemplo de ello fue el servicio de cafetería, el fácil acceso a los libros
y a su consulta por medio de una colocación “abierta al público”, la venta de
discos compactos y una cartelera de eventos culturales mensuales gratuitos;
factores que impactaron en el pequeño grupo de la sociedad con el hábito de la
lectura. Contaba con un acervo de veinte mil títulos a disposición del público en
general, principalmente estudiantes. Aunado a esto, la estrategia de venta que
consiste en acercar los libros al lector, le permite hojearlos y, mediante estantería
abierta o mostradores de madera colocados en la calle, ofrece precios bajos.

La publicidad se inició en distintos medios impresos, se basó en anuncios


complicados, difíciles de entender al hacer uso de literatura desconocida para
muchos, así como lenguaje rebuscado, creando juegos de palabras que sólo “los
intelectuales” podían comprender. Posteriormente se crea el área de
mercadotecnia cuyo primer objetivo fue dar mayor valor a la marca a través de
promociones y relaciones públicas, mediante la organización de eventos
especiales. El segundo fue desarrollar una investigación de mercado con
encuestas y sondeos para conocer a profundidad tanto al cliente como a la
competencia.
La puesta en práctica de las acciones para lograr los objetivos mencionados
arrojó en el estudio cualitativo una serie de resultados inesperados; destacaron
que los clientes veían a la marca como vieja, ajena e inalcanzable; como una
librería exclusiva para intelectuales y filósofos (El Universal 2010). Para
solucionar dichas problemáticas se realizaron acciones publicitarias como
cambiar la percepción de la marca, creando canales de comunicación con los
clientes por medio de su revista Lee, cuyo contenido basado en literatura,
música, cine y arte, hacía partícipes a los consumidores. Del mismo modo, se
enfocaron en lanzar una buena campaña, retomar los eventos culturales, crear
certificados de regalos y estandarizar la imagen de las diferentes tiendas. Los
resultados con los clientes fueron excepcionales. Un número considerable de los
mismos señaló que, desde entonces, la experiencia de compra se convirtió en
algo totalmente divertido al sentirse parte de un ambiente agradable lleno de
personal atento, amable y con experiencia.

Estas librerías son nacionales. No tienen mostrador, se vende todo lo que se


relacione con libros, discos o videos, agendas, libretas y plumas. Es una de las
librerías más reconocidas en el país, con un surtido muy completo, variado y
buen precio.
La campaña de publicidad basada en mensajes cortos y letras en color morado
con fondo amarillo (colores institucionales de la cadena Gandhi) remitió de
manera inmediata a la tienda con el público. Los espectaculares no se quedaron
atrás. Al contrario fueron motivo de debate entre los intelectuales al toparse con
frases como “Leer, güey, incrementa, güey, tu vocabulario, güey” o, “Este no es
un anuncio espectacular, es bastante normalito”.

Los factores clave de éxito permiten a las Librerías Gandhi ser una de las
principales promotoras de cultura y entretenimiento en México, dedicada a
satisfacer las necesidades de sus clientes al ofrecer una variedad de servicios y
crear espacios favorables para el encuentro con el conocimiento. Y es que la
lectura ha dejado de ser una actividad para convertirse en una obligación escolar
o laboral.

Por obvias razones, en Gandhi están muy interesados en que, cada día, más
gente se cultive más, lea más, escuche más discos y vea más películas. Para
identificar y acercar a su público meta, emplea una estrategia audaz, creativa,
con mensajes inteligentes pensados para la gente que valora la inteligencia. Se
aprovechan los principales acontecimientos sociales, políticos, económicos y
culturales para relacionarlos, en sus novedosas campañas, con el mundo de las
letras y la cultura.
Gandhi juega con las letras, con las palabras. Las expone como signos
significantes de pleno sentido. Su diversidad le imprime a sus campañas un
singular sello de personalidad, un sentido de congruencia con sus propósitos.

No maneja un slogan que abarque todo lo que representa la palabra, las letras,
la cultura. Es así que la intencionada “ausencia” de un slogan “formal”, se
convierte, gracias al resto de las figuras retóricas, en una fuerte presencia, en una
suma acumulada de significados que giran en torno a las letras, a sus creadores,
al imprescindible y humanísimo acto de leer.

Es muy interesante cómo, a través de jugar con el sentido de las palabras, no


sólo seduce a su público meta, sino a un amplio sector que, aunque de momento
no compre libros, va asociando a ellos la imagen de la marca Gandhi.

Todas las frases de la campaña son fórmulas creativas, audaces, inteligentes,


versátiles, muy puntuales y claras, cuya variedad no dispersa el sentido, sino por
el contrario, lo concentra y lo potencia.

A pesar de que en esta campaña existe una “ausencia del modelo humano”, es
muy humana, por el tipo de apelación a la inteligencia, y que seduce al
espectador implícito.

Por lo tanto los recursos que explota el publicista en esta campaña, son los
juegos de palabras escritas con expresivas tipografías, jugando con la semántica,
la gramática y la ortografía.

La campaña recurre a todos los géneros literarios para jugar con ellos, refiere
las ideologías o tendencias sociales económicas y políticas históricas más
trascendentes.

Asimismo retoma programas de TV o canciones que han hecho época en el


ámbito de la cultura; los adapta a su campaña. Incluso adapta sus frases en la
temporada navideña.

Dentro de los textos empleados en los espectaculares se encuentran: ¿Sólo lees


carteleras? Ya te hicimos leer. Si quieres ver más carteleras como ésta, compra
más libros. Todo lo que necesitas para una noche buena. “Enamorados se
suicidan por falta de comunicación. [Ya leíste Romeo y Julieta]” Flaco loco vs.
Molinos. [Ya leíste a Cervantes].

A continuación se enlistan algunos de los textos que se han utilizado en las


campañas para atraer más lectores.
MI SIGNO ES LEO
NOCHE DE PAZ. O DE CUALQUIER OTRO AUTOR
RODOLFO NO LEE. (ES UN RENO)
VEN Y FORMA PARTE DEL 5%
CUATRO HORAS DIARIAS DE TELEVISIÓN Y MEDIO LIBRO AL AÑO.
¡ADELANTE MÉXICO!
LAS NOVELAS TAMBIÉN SE LEEN
¿VAS A LLEGAR TARDE? NECESITAS UNA BUENA HISTORIA

Las distintas campañas publicitarias aluden a algunos signos de puntuación,


tipografía, abreviaturas universales, bandas de rock y obras literarias, aspectos
que no dejan de lado la relación de la lectura con el tópico seleccionado, lo que
se enriquece con el empleo de tono irónico para cada texto.

No todas las empresas necesitan invertir millones de pesos para lograr su
objetivo, Gandhi ha demostrado que con el más mínimo presupuesto, ideas
originales, frases plasmadas en un fondo amarillo y tipografía uniforme en color
negro es suficiente.

Los mensajes plasmados en anuncios espectaculares, bolsas de plástico,
postales y separadores permiten conocer los paradigmas visuales empleados en
cada ejecución; el empleo de textos cortos y de rápida lectura con tono coloquial
hace reflexionar sobre la importancia de la lectura.

Gandhi, una de las grandes librerías mexicanas, se ha convertido en los
últimos tiempos en un referente en lo que se relaciona con la lectura y en
multitud de actividades en torno a ella. Lecturas, encuentros, jornadas,
cuentacuentos, presentaciones de libros, listas de novedades, y algunas acciones
que en ocasiones se hacen en las bibliotecas encuentran en esta “mega librería”
un campo de acción para todo tipo de públicos. Lo que empezó como una idea
muy particular ya se está poniendo en práctica en otros países.

Bibliografía
Carreño Velázquez, Elvira. Diego López Dávalos y la tipografía mexicana
en el siglo XVI, en
<http://www.adabi.org.mx/content/servicios/libro/articulos/diego.jsfx>
[Consulta: 28 de mayo de 2015]
Sierra, Sonia. Convierten la calle en la mejor librería [en línea], dirección
URL http://www2.eluniversal.com.mx/pls/impreso/noticia.html?
id_nota=30738&tabla=cultura [Consulta: 7 de marzo de 2016.]
Vergara, J. Z. Historia de las librerías de la Ciudad de México: evocación
y presencia. Universidad Nacional Autónoma de México. México. 2000
http://www.eluniversal.com.mx/finanzas/48389.html [Consulta marzo de
2016].

María del Carmen Navarrete Torres.
Licenciada en Ciencias y Técnicas de la Información, por la Universidad
Iberoamericana Ciudad de México, Maestra en Administración por la
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, profesora investigadora de tiempo
completo de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco; certificada por la
Asociación Nacional de Facultades y Escuelas de Contaduría y Administración
(ANFECA); pertenece al Sistema Estatal de Investigadores del Estado de
Tabasco (SEI), es perfil PRODEP en México. Acreditada del Sistema Nacional
de Consultores PyME por la Secretaría de Economía.

Beatriz Pérez Sánchez
Tabasqueña, Licenciada en Economía, Maestra en Ciencias Políticas y Doctora
en Economía por la UNAM. Es profesora investigadora desde 1998 en la
División de Ciencias Económico Administrativas de la UJAT, con
reconocimiento al Mérito Académico 2002 y 2013 y miembro del Sistema
Estatal de Investigadores de Tabasco, con reconocimiento al perfil PRODEP y
certificada por la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas de Contaduría y
Administración (ANFECA). Miembro del Cuerpo de Investigación: Estudios
Socioeconómicos y Financieros en el Sector Productivo. Ha participado en
diferentes congresos nacionales e internacionales y es Subsecretaria de Prensa y
Publicaciones del Colegio de Economistas de Tabasco.

Dime qué lees y te diré quien eres
(Si me preguntan quién soy, hablarán por mí los libros)
Isidoro Villator

… gracias a la literatura, la vida se entiende y se vive mejor, y entender y vivir la vida mejor significa
vivirla y compartirla con los otros…


…porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de
autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí
mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños…

Mario Vargas Llosa

¿Cómo comenzar estos brevísimos fragmentos de mi acercamiento a la


lectura, cuando por fin la decisión de embarcarme en la odisea ha sido un
poco tardía?

Yo creo que a partir de ese deseo humano de escuchar historias que sólo
ofrece la experiencia de la literatura, como médium que un lector puede
alcanzar el placer de vivir, que si bien es cierto, llegué después de las
primeras dos décadas y media de mi existencia de manera decisiva, la
tardanza no siempre representa la tardía. Pues la lectura literaria ha sido y
sigue siendo parte fundamental en mi forma de ser, de ser en el mundo de la
cotidianidad, de concebir el mundo con una mirada diferente, más (reitero)
placentera que la de un lector de textos de ingeniería.
Y, es que —como ya lo mencioné en Literatura, educación y libertad—,
frente a los valores humanos que propone la tecnología están los de la
literatura como forma de equilibrio espiritual en el hombre. Frente a la
imposición de ver el mundo únicamente con los ojos de la técnica a través
del ritmo acelerado del instante; ante la actitud del hombre que pasa horas
frente al televisor, la computadora o el consumismo, la lectura de un texto
literario, su interpretación y comentarios nos pueden llevar a reflexionar
críticamente. La literatura, el libro, la lectura, medio de expresión que
permite percibir, analizar e interpretar el o los mensajes de una sociedad
con una cultura superindustrial cuyo ejemplo característico, es el
consumismo.

La literatura, modelo importante en mi formación humanista que los


libros de ingeniería no me aportaron. Pues, cualquier lectura literaria es una
forma que nos conduce a detenernos por unos instantes y vivir la
experiencia del ser que somos, en medio de la celeridad exterior donde
vivimos.

Así, la fragmentaria historia que aquí cuento, tiene el deseo y la voluntad,


de compartir con ustedes lectores, cómo han sido mis primeros
acercamientos con la lectura y el momento de andar, decididamente, los
caminos de la literatura que han cambiado mi vida. Mostrar lo que soy y
seguiré siendo a partir de lo que he leído, leo y leeré.

La maestra Chelina
Debo decir que nací en el Centro Histórico de la ciudad de Villahermosa, en
el último mes del año, a tres días de la década de los sesentas donde
comenzaba la loma de la avenida Zaragoza; entre pupitres y pizarras
tiznadas por el gis que deslizaba la mano mañanera de la maestra Chelina,
hermana de mi padre el beisbolista, preparándose como parte del ritual
diurno e iniciar las clases en su escuelita. En su casa de Zaragoza, donde
pasé gran parte de mi infancia y mi adolescencia. Donde aprendí a leer y a
escribir a la edad mágica de los cinco años; donde tuve mi primer
acercamiento placentero con el español y las matemáticas. Primogénito
placer, por cierto, que esbozó las veredas por las que habría de caminar más
tarde y, tomar una decisión muy difícil entre uno u otro camino: entre la
literatura o las matemáticas. Créanme, no fue y ha sido nada fácil hasta el
momento. La lucha ha sido existencialmente cruenta; pero a mis
maravillosos cinco lustros y medio de edad, he tratado que estos dos
caminos no se bifurquen demasiado, y congenien de manera unitaria
aunque sustancialmente me he decidido por lo que actualmente soy: lectura,
literatura, libro.
Cierto es que en la escuelita de la maestra Chelina; libros, lo que se dice
libros, no había en demasía, digamos, que uno podía encontrar, por ejemplo,
el libro mágico y, un pequeño librerito en el rincón de unas de las recámaras,
que se transformaba por las mañanas en salón de clases. Creo, sin temor a
distorsionar mi nostalgia de niño, que este rincón fue mi primer
descubrimiento de que existían más libros que el sólo mágico donde
aprendí a leer y escribir.
La tía Nervios
Pero en realidad, donde si había libros, y en demasía, era a la vuelta de la
esquina, a dos cuadras de la escuelita. Pues allí se encontraba la Biblioteca
José Martí, donde trabajaba de bibliotecaria la tía Nervios, hermana mayor
de la maestra Chelina y de mi padre, el beisbolista. Biblioteca que hoy
conserva casi intacta esa su presencia de aquellos tiempos de niñez.
No recuerdo a ciencia cierta cómo fui a parar un día a ese agradable lugar;
pero lo cierto es que heme ahí un día a todo platicar con la tía Nervios. De
qué, no recuerdo, a pesar de las importantes, largas e interesantes charlas
que sostenía yo con ella; pues la tía daba mucha confianza en ello. Eran
pláticas casi diarias y, entre el divertimento, me fui ganando el derecho de
permanencia, logrando su autorización a mi curiosidad de explorar lo que
había detrás de esos enormes muros de lámina donde ella solo tenía
autorizado entrar: claro, seguro que libros, pero, ¿qué tipo de libros y cuál el
misterio de resguardarlos entre paredes de láminas?
El misterio era tan fuerte para mi edad, que un día al fin abrí la puerta con
cierto sigilo, a medida que el asombro crecía al descubrir la inmensidad de
libros colocados en los enormes estantes de por lo menos cuatro metros de
altura por unos veinte metros de largo, en realidad todo lo largo del edificio.
Libros de todos los tamaños y ropajes.
¿Por dónde empezar la aventura?: La exploración, única en mi vida y, lo
mejor que me ha pasado hasta ahora, era a lo largo y a lo ancho de los
estantes auxiliado por una escalera de madera para leer los libros que se
encontraban en lo alto de los estantes. La mayor parte, si no es que siempre,
sentado sobre el piso sin que nadie molestara, pues que coincidencia, la tía
Nervios pocas veces accedió a buscar un libro que algún lector le solicitara.
Yo simplemente entraba al pacillo o lo que en aquél entonces representaba
para mí; una agradable cueva donde fantasmas y sombras eran despertados
al momento de abrir uno, dos o los libros que la curiosidad tuviera en esos
momentos. Fue una exploración que duró alrededor de los quince años,
pues mi niñez tomó otros rumbos; los caminos primigenios de la juventud y
el futuro con sus nuevos recovecos de madurez, así como el cambio de
residencia junto a mis padres.
Sin embargo, el camino sobre la importancia del placer de la lectura,
estaba trazado. Y a pesar del cambio de estancia, yo seguía visitanto tanto a
la tía Chelina como a la tía Nervios, aunque con menos frecuencia.
Entre revistas de historietas, crucigramas y radionovelas
En la casa de mis padres lo que menos había eran libros. Lo más que se le
parecían eran las famosas revistas de historietas de Memín Pingüín y las del
caballero del turbante blanco, quien apodaban con el nombre de Kalimán, el
Hombre increíble, y las preferidas de mi padre, que incluían crucigramas, y
que a la fecha aún sigue siendo un aficionado en resolverlos. Mi revista
preferida desde luego fue Kalimán.,”todo caballero con las damas, tierno con
los niños e implacable con sus enemigos”.
Revistas transgresoras de cualquier canon de lectura literaria; incluyendo
al canon del crítico y profesor, Harold Bloom, contribuyeron en mi
formación lectora, cuando de niño me la pasaba con mis padres los fines de
semana, antes de irme a vivir con ellos a la edad de los quince años.
Reitero, de mi madre como de mi padre no tengo recuerdos de haberme
leído un libro o hablarme acerca de ellos. Pues la odisea hacia donde mi
madre me llevó, fue a través de las ondas hertzianas. No había un día que no
escuchara esas voces cubanas, preciosas y deleitosas, deliciosas a mis oídos;
la de Charito y su galán, personajes de la radionovela “el derecho de nacer”;
entre uno que otro viaje por las escenas del espectáculo artístico.
Cuando llegué a vivir con ellos, de manera definitiva, mi ambiente era
otro, biológica y académicamente, por no decir intelectual, normal; había
terminado los estudios secundarios e iniciaba mis estudios preparatorios, y
al terminar estos debía de elegir el camino universitario, no sé por qué pero
en lugar de tomar los senderos que me conducirían hacia la literatura; elegí
el que más se acercaba al de las matemáticas, el camino de la ingeniería. Sin
embargo, había algo allí que hacía que el tránsito no fuera tan fluido, porque
el eco de las lecturas de mi niñez entre las paredes metálicas de la biblioteca
José Martí, donde pasé mis mejores días, murmuraban sutilmente.
Terminé mi carrera de ingeniero; ejercí sólo por dos años y medio, e
inmediatamente la interrumpí para dedicarme a escribir mi tesis
profesional; cosa que por demás me condujo a retomar la vía que debí
tomar de siempre, los senderos de la lectura, las veredas placenteras de la
literatura que abrieron a mi madurez, las brechas más sólidas y gozosas a
mi vida.
Por ello, si hoy me preguntaran quien soy, diría que lecturas literarias.

Bibliografía
Vargas Llosa, Mario. Elogio de la educación. Taurus. México. 2016
Villator, Isidoro. Literatura, educación y libertad. Fondo Editorial
UJAT. México. 2010.

Isidoro Villator

Poeta y ensayista. Maestro en Enseñanza de la Literatura y profesor de


filosofía en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Ha publicado los
libros de poesía: Piel de cristal (1999), Espiral de polvo humano (2004),
Pequeñas cuerdas en el estanque de los trampantojos (2010) y los libros de
ensayo: Los senderos del infinito (2015), Literatura, educación y libertad
(2010), ambos bajo el sello editorial de la Universidad Juárez Autónoma de
Tabasco y La literatura: Una propuesta para la formación del valor de la
libertad, publicado en formato libro electrónico por la editorial Académica
Española (2013). Antologado en los libros de poesía: Una muestra de poesía
tabasqueña contemporánea. Editorial LITERATURA AMERICANA REUNIDA,
Chile. (2011). En imprenta, el libro de poesía Algo ha sucedido en el desierto
de una ciudad extraña, bajo el sello editorial del IEC.


La parada literaria
Kristian Antonio Cerino
Victor Manuel Ulín Hernández

“Un paradero literario es una frase en donde hay que detenerse”, afirmó el
escritor y periodista mexicano Ricardo Garibay. Es una especie de epicentro
localizado por el lector que luego entonces habrá de subrayar o encerrar con un
lápiz; es el punto exacto que el lector bordea también con el mismo lápiz para
agregarle alguna nota que dirá: “aquí”, “atención”, “chingón”, “excelente”,
“ojo”.

Garibay publicó Paraderos literarios en 1995 para la editorial Joaquín Mortiz,
y un año después hizo un ejercicio similar para la editorial Océano, libro que se
tituló Oficio de leer. En ambas obras Garibay sostiene que cuando el lector hace
un alto frente a uno de los párrafos -llámese cuento, crónica, ensayo, novela y el
poema- es porque ha descubierto algo asombroso. No hay libros recomendables
sin anotaciones y subrayados.

Los lectores, en un nivel literal, sólo pasan sus ojos por la escritura y a veces
descubren poco o nada. En cambio, los que están en los niveles inferencial y de
lectura crítica, hacen otros hallazgos más profundos. Algunos lo hacen para el
análisis y otros más para observar cómo el autor escribió la obra.

Imagínese cómo se siente un escritor -si es que llega a saberlo- que su novela
no logró una sola parada literaria, o sea, un alto repentino del lector por querer
apropiarse del párrafo persuasivo para después reescribirlo en una libreta de
apuntes o en una hoja electrónica. Pero si sucede lo contrario, es decir, atrapó al
lector en la página uno, y luego en la diez, y más tarde en la catorce, y luego en
la veintidós, el escritor -si es que llega a saberlo- podría celebrar el stop del
lector en esas hojas en las que comparte la visión, la idea, el fin, la metáfora, la
descripción, la estructura narrativa.

Garibay fue uno de esos pasajeros, en el siglo XX, que paró el autobús de sus
ojos para incluir en un par de libros esos párrafos, apartados que le inspiraron a
pedir la parada.

Se paró porque: (encontró) “momentos de mucha felicidad donde el idioma de
los autores abre para la intelección el misterio de la vida”. Así, sólo así, se
detuvo en un centenar de párrafos de escritores mexicanos y extranjeros para
escribir Paraderos literarios y Oficio de leer.

A los periodistas les sucede lo siguiente; al ver que un lector lleva en sus
manos el periódico en el que escribe: si se detiene a leer el artículo que el
redactor publicó y logra que el lector lo concluya, sentirá emoción. Si no fue así,
sentirá decepción.

La parada literaria es la parada forzosa. Es como detenerse a comprar un libro
en el Librobus o mirar los impresos que colocan en las vitrinas del paralibro. La
parada literaria es el propio hechizo que siente un estudiante cuando viaja en el
autobús y descubre una frase que lo envuelve y lo hace pensar, reír, llorar, sentir.
Lo hace estremecerse.

A los lectores principiantes les da miedo rayar los libros. El día en que miran
para atrás y llevan cinco o diez años en el oficio, un día, más que otro,
comienzan a anotar y a subrayar impresiones sobre la obra que leen. Entonces
dejan de ser principiantes y se hacen llamar lectores de oficio. Todo lo marcan.
Todo lo manchan. Todo lo reescriben sobre el mismo libro.

Otro escritor mexicano que ha hecho estudios sobre la lectura y los efectos
que ésta tiene, es Juan Domingo Argüelles. Recientemente publicó Por una
universidad lectora (Laberinto/UJAT, 2015), pero en esta ocasión nos
referiremos a Escribir y leer con niños, los adolescentes y los jóvenes, Océano
2014.

De la manera en que Garibay se detiene en fragmentos, Argüelles hace lo
propio con otras obras, con otros autores. Realiza paradas en donde considera
importante subrayar un cuento, una novela, un poema.

En sus ensayos, Argüelles critica que se critique a los adolescentes y jóvenes
por leer a éste u otro autor, si el libro que llevan en las manos no es de un
escritor serio. Llámese serio a aquel que está clasificado como “buena
literatura”.

Sin embargo, los adolescentes y jóvenes hacen paradas literarias en libros de
vampiros, lobos, magos, naves intergalácticas; en fin.

Para Argüelles aprender a leer “es como empezar a alimentarse”, y narra:

Los peores músicos, según me cuenta un músico, son aquellos a quienes se
obligó a aprender a tocar el piano o el violín, cuando lo que deseaban era
practicar beisbol.

Hemos dicho en otros momentos que la lectura provee al ser humano la
oportunidad de reestablecer el orden en donde antes hubo caos. No es el oficio
lector un acto para el mero almacenamiento de datos en ese afán tonto de sentir
que sabemos.

El poeta y crítico literario, sentencia esta idea similar de la siguiente forma:

Si el único propósito de leer es acumular lecturas y la única consecuencia
visible de ello es volvernos vanidosos y arrogantes porque sabemos y somos
mejores a los demás, entonces el asunto resulta más ordinario que sublime, y
menos noble de lo que solemos decir para hacerle propaganda a la lectura de
libros. La mayor parte de los lectores consumados nos presentamos ante los
demás como los modelos a seguir. Esto es muy aburrido y petulante.

Lo anterior son afirmaciones basadas en años. Argüelles ha escrito la mayoría
de sus libros sobre el tema lector. Ha publicado: ¿Qué leen los que no leen?,
Historias de lecturas y lectores, Ustedes qué leen, La letra muerta, y Estás
leyendo ¿y no lees?

Para abordar la temática de la lectura, Argüelles necesitó leer cientos de libros
y hacer una parada obligatoria en cada una de las obras: “los libros debieran
servirnos para comprender mejor la existencia”, añade.

Entonces, en nuestro tiempo ¿el ser humano sigue encontrándole un sentido al
oficio de leer? y, ¿cree que esos subrayados, o paradas literarias, le conducen a
algún sitio, a lo utilitario?

Decir que leer es extraordinario, importantísimo, noble, maravilloso,
estupendo, milagroso, transformador y mil calificativos más es pura cháchara
insustancial si no tenemos ni damos prueba de ello.

A decir de Juan Domingo Argüelles, le hemos dado un valor “de fetiche a los
objetos de la cultura, entre ellos al libro, y creemos que somos mejores porque
nos sentimos mejores cuando leemos y porque leemos”.

En Escribir y leer con niños, los adolescentes y los jóvenes, su autor llega a
otras conclusiones sobre la misma lectura. Cree que la propia vida podría estar
por encima de los que nos dicen los libros a través de la escritura. En resumen,
aconseja a los lectores a disfrutar del gozo que está más allá de una simple
parada literaria:

Pero lo cierto es que la vida es mucho más importante y rica que la literatura,
porque la literatura es solo una parte de la vida, y la vida está constituida por
múltiples intereses, goces, quehaceres y emociones.

Bien te vaya, lector y que los libros te aprovechen.
Y una última cosa, que los libros también permiten:
-Acuérdate de vivir -reitera en la última hoja el escritor que ensaya sobre la
lectura.

¿Qué es lo que se puede enseñar de la literatura? Jorge Luis Borges decía que
no se puede enseñar la literatura, sino acaso sólo el amor por ella. Fragmento que
tomamos de otra parada literaria hecha por Bruno Estañol en su libro La mente
del escritor, ensayos sobre la creatividad científica y artística.

¿Qué se puede enseñar de la lectura? No creo que mucho y todo, más que
trasmitir el amor de lo que leemos, de ser genuinos y no falsos lectores que van
por la vida contando libros que nunca leyeron ni leerán. Enseñemos entonces lo
que hay en las obras: el mundo.

Bibliografía

Garibay, Ricardo. Oficio de leer. Ediciones Océano. México. 2014.
Argüelles, Juan Domingo. Escribir y leer con niños, los adolescentes
y los jóvenes. Ediciones Océano. México. 2014.


Kristian Antonio Cerino
Es maestro en Docencia por la UJAT. Ha publicado crónicas periodísticas en
México. Escribe en www.diarioactivo.mx

Victor Manuel Ulín Hernández
Es maestro en Ciencias sociales por la UJAT. Es académico y periodista.

Leer para vivir
Salma Ivett Abo Harp Valenzuela

Leer es uno de mis verbos preferidos. Empecé a conjugarlo en primera persona
desde que tenía seis años, la edad en la que a muchos niños mexicanos nos
enseñaron a leer. Pero antes de aprender a descifrar el significado de las letras
sobre el papel; cuando veía los libros que mi mamá le regalaba a mi hermana
mayor, deseaba ser yo a quien se dirigían. La primera vez que sentí celos fue por
culpa de un libro, un atlas verde algo flaco, pero en el que se leía un poco de
historia, de tecnología y nos enseñaba ciencia por medio de fáciles experimentos
que mi hermana y yo poníamos en práctica.

Así pues, soy lectora gracias a mi madre, una maestra de telesecundaria
egresada de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad
Autónoma de Guadalajara. Además de techo, ropa y alimentos mi mamá
procuraba tener una buena biblioteca en la sala. Después del atlas verde algo
flaco que le regaló a mi hermana, nos obsequió un libro de literatura infantil con
poesías, relatos, cuentos y fábulas con el que compartimos momentos agradables
en familia. Todavía lo conservo en mi biblioteca personal. Hojearlo es regresar a
la infancia, recordar las poesías que recitaba en los homenajes de mis años en
primaria o ver los garabatos que mi hermana y yo dibujamos sobre la
contraportada. Esa cajita de sorpresas -así se titula el libro- fue mi primer
contacto real con la literatura.

Luego llegó a nuestras pequeñas manos un clásico, también gracias a mi
madre. Era un libro color crema en cuya portada se leía con letras azules El libro
de las virtudes para niños; una antología de relatos llenos de enseñanzas, editado
por William J. Bennet y con las hermosas ilustraciones de Michael Hague. El
relato que más recuerdo narra la hazaña de un niño holandés que con su dedo
meñique evitó la ruptura de un dique en su pueblo. Después llegó Marco Polo y
también las enciclopedias que mi mamá compró a los vendedores de libros que
de cuando en cuando visitaban la telesecundaria dónde ella trabajaba.

Gracias a estas lecturas mi gusto por la literatura empezó desde pequeña. Me
gusta pensar que soy como un arbolito, pero el sol y el agua, ambos vitales para
su crecimiento, son en mí el montón de libros que he leído, de revistas, y ahora
ebooks, aunque la literatura la sigo leyendo en papel. Otra persona que
proporcionó los nutrientes necesarios para mi crecimiento literario fue mi
madrina preferida y es la preferida porque con sus regalos de cumpleaños leí a
Julio Verne, algunos libros de superación personal y en el boom de Harry Potter
me obsequió La piedra filosofal.

Pero mentiría diciendo que siempre fui una lectora voraz. A veces alternaba
mi gusto por leer historias en papel para protagonizarlas desde mis manos en una
pantalla: a los diez años conocí el Nintendo 64 y no se me iría el gusto por los
relatos digitales hasta doce años después. Digo relatos porque el fondo de un
videojuego es siempre una historia, lo que cambia es la forma de contarla.
Todavía disfruto un poco de jugar, pero en el poco tiempo del que dispongo en
mis ratos libres, el gusto por leer le gana mucho al gusto por video-jugar. Y
ahora el placer por la lectura ha evolucionado en ganas de escribir y querer
transformar tantas páginas leídas en muchas páginas escritas.

Este gusto por “jugar” con historias lo combinaba con los libros. En los
videojuegos el género de rol era mi preferido. Porque estos también tienen su
propia literatura. Al jugar encarnaba personajes diversos, desde un comandante
de una nave espacial hasta un sobreviviente en un paraje desierto, en una tierra
perdida. Y a través de las decisiones que tomaba en los diálogos con otros
personajes podía cambiar el curso y el final del relato. Manipulaba a mi gusto la
historia.

A mis trece años llegó otra persona para regar el arbolito literario que crecía
en mí. Era un amigo de mi hermana, José, Chepo para los amigos. Él estudiaba
la Licenciatura en Comunicación en las mismas aulas donde hoy estudio. Un día
Chepo me contó la historia de un desdichado que fue el último en enterarse del
chisme de la mañana en su pueblo: dos gemelos querían limpiar la honra de su
hermana con su sangre. El desdichado Santiago se enteró tarde, se lo dijo la
primera puñalada del cuchillo para matar puercos mientras se le hundía hasta el
fondo del costado derecho.

Yo no entendía por qué la muerte del muchacho no se pudo evitar, así que le
rogué a Chepo que me prestara el librito en el que desde las primeras oraciones
se narraba el nefasto final. Era Crónica de una muerte anunciada de Gabriel
García Márquez. El primer libro que leí de una sentada. No me levanté de mi
cama esa mañana hasta entrada la tarde, cuando llegué al punto final.

Así inició mi segunda etapa lectora, el arbolito dejó la infancia y alcanzó la
pubertad. Leía de todo, sin discriminar. Conocí la historia de Verónica empeñada
en matarse a través de la pluma de Paulo Coelho y la literatura latinoamericana
era tema de conversación en mi pequeña familia. En tercer año de secundaria
una maestra de español me dio un librito que en su portada ilustraba un enorme
escarabajo y en el título se leía La metamorfosis escrito por Franz Kafka. Nunca
supe el motivo por el cual la profesora me invitó a leer aquel relato, -sólo fuimos
dos los elegidos- quizá, con ese instinto que desarrollan algunos maestros
lectores pudo identificar que yo era un arbolito lector ansioso por crecer más.

Luego ingresé al Colegio de Bachilleres, fue una etapa gris que no recuerdo
con alegría. Por el contrario, las dudas sobre el rumbo que tomaría mi vida al
concluir mis estudios en la preparatoria desequilibraban mi cabeza; era
consciente de la enorme responsabilidad que significaba elegir una carrera
profesional y no estaba preparada. Razón por la cual estuve un año alejada de las
aulas sumida en una gran depresión, pero la literatura me mantenía cuerda
calmando las tormentas que mis pensamientos causaban. Combinaba los
psicotrópicos recetados por el psiquiatra con dosis literarias: cuentos de Oscar
Wilde y novelas de Ray Bradbury.

Más adelante me enamoré de Jack Kerouac. A través de su prosa recorrí la
mítica ruta 66 que atraviesa de Este a Oeste los Estados Unidos. Kerouac era un
rebelde inconforme con la vida que lo rodeaba en los años 50s. Con Jack viajé
mucho sin moverme de mi casa y me identifiqué con la contracultura; con los
chicos y chicas que vivían y hacían las cosas de una manera poco convencional;
hacían de la literatura, la música, de su cotidianeidad experiencias rebeldes que
provocaron en las sociedades más recatadas quejas defendiendo “la moral”.

Cuando por fin tuve la valentía de matricularme en la Licenciatura en
Comunicación ya había abandonado dos carreras: Primero lo intenté en una
ingeniería, pero deserté porque los números me aburren, soy de las personas que
aprenden leyendo. El segundo intento fue en la Licenciatura en Ciencias de la
Educación. En el primer semestre un profesor de economía nos enseñó algo de
literatura: gracias a él leí 1984 de George Orwell. Esta novela forma parte de una
selección personal que llamo La trinidad distópica: Fahrenheit 451 escrita por
Ray Bradury y Un mundo feliz de Aldous Huxley conforman también esta
selección. Estas tres obras de la literatura vaticinaron desde hace décadas lo que
podría ocurrir en la actualidad. No se equivocaron. Somos vigilados por un gran
hermano, la tecnología controla nuestras vidas y vivimos los días rodeados de
placeres superfluos.

Tres semestres después abandoné educación para matricularme en
Comunicación. Considero que sólo sirvo para leer y mientras escuchaba las
charlas entre los estudiantes de esta carrera sobre literatura, fotografía, cine y al
saber que ellos se animaban a escribir, -un placer cultivado con muchas horas de
lectura-, provocaron que solicitara el cambio por la carrera que desde un inicio
ansiaba. No lo había intentado antes porque creía erróneamente que leer y
escribir sólo sirven para morirse de hambre.

Me enorgullece ser juchiman por la Feria Universitaria del Libro de la UJAT.
Y cuando la fecha llega y las editoriales se instalan sobre la explanada de la
Zona de la Cultura ya tengo mis pesos ahorrados para lanzarme primero, como
todo buen lector, a los libros de viejo que normalmente traen de la Ciudad de
México. Gracias a uno de esos libreros capitalinos leí a un escritor chileno que
decía formar parte de un movimiento llamado “infrarrealista”. La charla
comenzó con literatura beat: los viajes de Kerouac y la contracultura
anglosajona, después él me habló de la contracultura latinoamericana y terminó
con una recomendación: lee Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.

Como buena hija de la música rock tenía que pintar mi piel con tinta
permanente. Y para tatuar mi cuerpo debía hacerlo con algún dibujo o frase que
significara algo importante; algo vital que definiera mi persona. Algunos lo
hacen con el nombre de un ser querido; otros prefieren el logo de su banda
favorita; yo llevo en el costado izquierdo unos libros ascendiendo como aves
emprendiendo el vuelo. La literatura está representada en mi piel porque está
adherida a mi vida.

Mi hermana siempre me dice que compro muchos libros. Prefiero usar mis
pesos en hacer más grande mi biblioteca y no mi guardarropa. Algunas tienen
docenas de zapatillas, vestidos, accesorios. A mí me enorgullecen la colección de
libros de editorial Anagrama con sus lomos de colores formando un arcoíris
sobre el estante; la trilogía de Millenium de Stieg Larsson; la literatura clásica,
latinoamericana, y mis libros de periodismo literario.

Me gusta hacer ejercicio. Comparo los libros de ciencias sociales que leo en
mis ratos libres con ejercicios de fuerza y resistencia. Bajo la lógica del
entrenamiento con pesas un capítulo leído equivaldría a levantar unos kilos más
en las mancuernas. Los libros de literatura, en cambio, serían los estiramientos y
los masajes para relajar. Aunque confieso que he huido del Ulises de James
Joyce, de Borges, de Cortázar. No he tenido la dicha y la valentía de entrenar mi
cerebro con esos autores. Los comparo con un ejercicio cardiovascular intenso
que en menos de quince minutos te hace querer tirar la toalla. Se necesita
concentración, mucha.

Cada libro es como un platillo. Algunos se disfrutan lento, se mastican lento.
Cien años de soledad y El nombre de la rosa los leí en casi dos semanas en
periodo vacacional. La pseudo literatura, esa que se come rápido y a veces causa
indigestión la leo en menos de dos días. Leí el primer tomo de Cincuenta
sombras de Grey para conocer la razón por la cual las masas no dejaban de
hablar de esta novela: llegué al punto final en un día, sin ganas de seguir con las
dos partes restantes de la trilogía. Conclusión: una prosa bien escrita me sabe a
un buen filete miñón; una prosa que se lee en un día sabe a un sándwich de
Oxxo.

De la literatura también se aprende. Me gustan las crónicas periodísticas, esas
que toman el andamiaje de la literatura para trasladarlo al periodismo. Cuando
los aprendices de esta forma de contar historias buscamos el consejo de expertos
en el tema, siempre coinciden en que, para escribir crónicas, no se lee a los
periodistas, se lee a los grandes cuentistas y novelistas rusos, también a
Faulkner, Hemingway, Orwell, Twain, en sí, te dicen: lee mucha literatura.

En conclusión, los libros me han conducido hasta la silla donde escribo estas
palabras; hicieron de mí lo que soy. No sería yo sin ellos; no sería Salma la
estudiante de comunicación e incluso sé que no pensaría igual. Si me
preguntaran ¿Por qué leo? Leo para aprender y saciar mi curiosidad; también lo
hago por placer, aunque la literatura para mí, más que un placer, es una forma de
vida.

Salma Ivett Abo Harp Valenzuela

Estudiante de la Licenciatura en Comunicación. Colaboradora ocasional en


el diario digital Águila O Sol (Villahermosa, Tabasco). Colaboradora
ocasional en los portales de internet Diario Activo y Arca-Lab.

El gusto por la lectura
Cecilia García Muñoz Aparicio

Olga Beatriz Sánchez Rosado

La lectura surge como una de las primeras actividades que ha realizado el


hombre, con la que tiene la posibilidad de conocer tiempos, lugares y personas
sin trasladarse del sitio donde se encuentra. En la actualidad existe libertad en la
lectura como resultado de una ardua lucha por parte de aquellos que defendieron
el valor de las ideas plasmadas en los libros. Sabemos que durante mucho tiempo
la lectura fue un privilegio para una minoría, primero porque había pocos textos
impresos y su circulación era muy limitada y, segundo, la Iglesia y el Estado
disponían cuáles obras podían ser leídas y cuáles estaban prohibidas. Los que
incumplían dichas disposiciones eran castigados con la prisión o la pena de
muerte (Rodríguez, 2005).

En la actualidad, ese panorama ha cambiado y no es extraño que se hagan


comentarios y elogios sobre el placer que provoca la lectura, sobre todo cuando
se considera que desde los orígenes de la escritura se ha leído con el mismo
placer que en la actualidad. No obstante, no siempre se ha leído de la misma
forma en todas las épocas; la lectura es un acontecimiento histórico determinado
por cambios a lo largo de las diferentes épocas que han vivido las sociedades,
mismas que se pueden definir como culturas escritas, puesto que en ellas la
lectoescritura representa un rol estratégico a lo largo de su organización social,
cohesionándola y reproduciéndola (Alfaro 2006).

Es importante referirse a la esencia del acto de leer, ya que es común asignarle


calidad de lectura a cualquier acto de decodificación de signos escritos y a su
oralización. Sin embargo leer va más allá. Leer, es la construcción del sentido de
un mensaje plasmado en un soporte físico o inmaterial. No sólo se leen libros, si
no también imágenes, gestos, paisajes naturales y hechos sociales (Salazar y
Ponce, 1999).

Leer es un proceso en el cual el lector participa o no, lo plasmado por el


escritor, consiente viajar, soñar, alimentar sus fantasías, enterarse de cuestiones
que le permiten modificar o mantener las ideas que tenía anteriormente
aprendidas. La lectura es el más poderoso de los medios para adquirir
información, haciendo que el lector con su experiencia previa vaya
evolucionando y reconstruyendo el texto, para incorporarlo a su realidad (Torres,
2003). El lector adquiere competencias como un mejor desarrollo del lenguaje,
clarifica el pensamiento, trabajo y valores, obtiene más conocimientos y
aprendizajes significativos.

A través de la lectura, se cimenta el conocimiento, posee un carácter de


aprendizaje exponencial debido que al desarrollar el vocabulario, se convierte en
un medio para la posesión de mejores herramientas de pensamiento (González,
Guízar, Sepúlveda y Villaseñor 2003).

El uso de la lectura y la escritura adquiere sentido cuando se entienden las


acciones de los hombres que las practican, se comprende el significado que éstas
tienen para ellos, sus propósitos, motivaciones y las necesidades humanas a las
cuales responden (Medina, 2006).

Leer hace que la persona se transporte a otros lugares, viva experiencias,


aventuras y emociones lo cual puede cambiar un día triste por uno alegre.

Las actividades de aprendizaje como la lectura y escritura actualmente reciben


mayor atención en la sociedad; los artículos de opinión, tanto en diarios y
revistas escritos por diferentes personas en el mundo de la cultura, hasta las más
variadas ediciones de estudios teóricos, propuestas didácticas o de
investigaciones, ofrecen un interés social hacia la lectura y la preocupación por
la crisis de lectores, la influencia de los medios de comunicación, el futuro del
libro con relación a las tecnologías de la información y de la comunicación, así
como el papel de la escuela como institución en la cual, la sociedad ha delegado
gran parte de la responsabilidad en cuanto a la eficacia del aprendizaje (Ollero,
2005). Un ejemplo de literatura son los libros de autoayuda y de superación
personal, que de acuerdo con Ramírez (2007), hacen que las personas se
adapten a los ideales de la sociedad o por lo menos que se asemejan lo más
posible a ellos.

Se han realizado investigaciones que revelan que existe una baja motivación
hacia la lectura: estudiantes que no les agrada leer y adultos, entre ellos algunos
docentes, que poseen la misma actitud; con esta situación, se debe fomentar el
gusto por la lectura tanto individual como grupal y en el caso del aula, los
profesores al discutir los temas, hacen que se mejore el hábito y se inicie el gusto
por la misma (Vargas, 2001).

¿Por qué se lee?

Leer aporta beneficios como: curiosidad y observación, las cuales multiplican la


experiencia propia con la experiencia ajena, formando una relación; leer el
mismo libro entre amigos, es una complicidad agradable, igualmente es un
medidor del paso del tiempo: un mismo libro releído después de años parece
otro, ya que el lector es otro pero el libro es el mismo (Barcat, 2006).

A pesar de que los estudiantes están cada vez más rodeados de estímulos e
imágenes a través de pantallas, esta forma de leer por placer no es perjudicial ya
que ayuda a tener un mejor rendimiento académico, constituye una apuesta para
tener en cuenta y compaginar las nuevas tecnologías con el placer por la lectura,
empezando tanto en la familia, tanto en la escuela como en la sociedad. Si el
hábito lector se liga al placer por leer, se relaciona con un incremento de
habilidades cognitivas asociadas a un mejor rendimiento escolar en diferentes
disciplinas. Dicho beneficio se vislumbrará en la medida que los alumnos
crezcan y fortalezcan en su relación con textos asociados al internet y su
utilización como herramienta tanto académica como de ocio (Dezcallar et. Al,
2014).
Incorporar el aprendizaje de la lectura y escritura desde preescolar hará que al
infante le agrade este ejercicio desde su inicio en las aulas. Es deseable que
escuelas primarias cambien sus programas de enseñanza a modo que se
acomodasen al proceso de aprendizaje del preescolar, ya que lo que se aprende
en los primeros años escolares podrá usarse en años sucesivos (Flores y Martin,
2006). De esta manera en la medida en la que los alumnos vayan creciendo,
adquirirán un mayor número de habilidades y competencias para su desempeño
en la sociedad.

Conclusiones
Cualquier obra literaria de interés, motiva a las personas a leer, lo cual ayuda a
mejorar el lenguaje, la ortografía, la forma de expresarse, la capacidad de
análisis, la resolución de problemas, a mejorar el sistema de aprendizaje desde la
niñez hasta la edad adulta.

La literatura enamora a los lectores, apertura el pensamiento hacia nuevas


formas de conocimiento, utiliza la imaginación, se aprende e incluso muchos
pueden cambiar a partir de una buena lectura. Leer es un placer que todos
pueden tener pero que pocos pueden apreciar.

Bibliografía
Alfaro, Héctor Guillermo. El placer de la lectura. Bibl. Univ., Nueva
Época, 10 (1), p. 3-19, 2007. Recuperado en 9 de marzo del 2016,
file:///C:/Users/HP01/Downloads/24726-44327-1-PB%20(1).pdf
Barcat, Juan Antonio. La lectura. Medicina, 66(6), 589-591, 2006.
Recuperado en 09 de marzo de 2016, de
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0025-
76802006000600019&lng=es&tlng=es.
Dezcallar, Teresa, Clariana, Mercé, Cladellas, Ramón, Badia, Mar y
Gotzens, Concepción. La lectura por placer: su incidencia en el
rendimiento académico, las horas de televisión y las horas de
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escritura en Educación Inicial. SAPIENS, 7(1), 2006. Recuperado en
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González, Raquel, Guízar, Marisol, Sepúlveda, Isabel y Villaseñor,
Luz. La lectura: vinculación entre placer, juego y conocimiento.
Revista Electrónica Sinéctica, 22, pp. 52-57. 2003. Recuperado:
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Ollero, Lidia. Sociedad Lectora y Educación. Revista de Educación.
Ministerio de Educación y Ciencia. 2005. Recuperado:
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Ramírez, Elsa Margarita. Más allá del placer de la lectura. Biblioteca
Universitaria, 10 (1), pp. 21-32, 2007.
Rodríguez, Mercedes. Enseñar a leer literatura en la era de las
tecnologías de la información y las comunicaciones. Rev. Cubana
Edu. Superior, 2, 2005. Recuperado en
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43142015000200002&lng=es&nrm=iso>
Salazar, Silvana y Ponce, Dante. Hábitos de lectura. Biblios, 2, 1999
Recuperado: http://www.redalyc.org/pdf/161/16100203.pdf
Torres, María Elena. La Lectura. Factores y actividades que
enriquecen el proceso.
Educere, 6(20), pp. 389-396. 2003. Recuperado:
http://www.redalyc.org/pdf/356/35662006.pdf
Vargas, María. El docente: promotor de la lectura. Educere, 5 (13), p.
24. 2001. Recuperado: http://www.redalyc.org/pdf/356/35601305.pdf

Cecilia García Muñoz Aparicio

Doctora en Ciencias Económico Administrativas, Maestra en Administración,


profesora investigadora en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco;
certificada por la Asociación Nacional de Facultades y Escuelas de Contaduría y
Administración; pertenece al Sistema Estatal de Investigadores del Estado de
Tabasco y al Programa para el Desarrollo Profesional Docente. Dirección: Av.
Universidad s/n zona de la cultura Col. Magisterial 86040, División Académica
de Ciencias Económico Administrativas México.

Olga Beatriz Sánchez Rosado

Doctora en Psicoterapia Gestalt Relacional, Maestra en Mercadotecnia y Maestra


en Psicoterapia Gestalt, profesora investigadora en la Universidad Juárez
Autónoma de Tabasco; certificada por la Asociación Nacional de Facultades y
Escuelas de Contaduría y Administración; pertenece al Sistema Estatal de
Investigadores del Estado de Tabasco en México y al Programa para el
Desarrollo Profesional Docente. Dirección: Av. Universidad s/n zona de la
cultura col. Magisterial 86040, División Académica de Ciencias Económico
Administrativas México.

El placer del texto y el lugar del Otro
Nezih Einar Lugo Alcaraz


I

Uno se encuentra con ciertas lecturas, a manera de remedo, escritas por el autor
con el objeto de satisfacerse a sí mismo. Hablo del texto de Roland Barthes, El
placer del texto. Ahí, el placer implica cierto goce que culmina en un
insoslayable conflicto: el texto de placer plantea una ambigüedad en determinar
qué remite el concepto “placer”. Esta sospecha, por ligera que sea, es lugar del
lenguaje. Nadie sabe qué ocurrirá en la búsqueda, en el cruce de la escritura y el
texto. Pongamos el ejemplo; el lector, ansioso de hurgar en los adentros del texto
las posibles respuestas ante el deseo, realiza el movimiento inicial: abre el libro.
El deseo establece la relación entre placer y erotismo. El libro metonimia del
cuerpo; es, digamos, la totalidad abarcadora y continente de las relaciones.
Libro-cuerpo; órganos-lenguaje-discurso. Podría decirse, también, que quien
toma un libro en sus manos, tiene una extensión de sí, desplegándose a lo largo
de los ojos. En este sentido, el que lee ocupa el lugar del voyeur. La mirada hace
de recipiente. En este planteamiento se asimila la idea del acto de leer con el acto
de seducir. El que seduce y el seducido, digamos, quien lee y el que es leído.

Es este lector - de literatura en dicho caso- el que accede a un fetichismo
imaginario. Siguiendo la lógica de Roland Barthes, el texto se ofrece y me desea
en la medida que soy sujeto del placer vislumbrado en él.

El texto es un objeto fetiche y ese fetiche me desea. El texto me elige
mediante toda una disposición de pantallas invisibles, de seleccionadas
sutilezas: el vocabulario, las sutilezas, la legibilidad, etc.; y perdido en
medio del texto (no por detrás como un deus ex-machina) está siempre el
otro, el autor (pág.46).

Es el Otro el que aparece y desde esa dimensión cobra sentido el lugar que ocupa
el lector como sujeto. De este modo, la experiencia es el resultado de la medianía
entre los dos. Pero esta no es una experiencia enteramente que tiene lugar en otro
espacio. A saber, el espacio del lenguaje es el lugar donde se repliega las
significaciones del Otro. Es decir, ese Otro, el autor detrás del texto, inaugura los
sentidos que se incorporan a los símbolos –la palabra-, y sustituidos por la voz
interior del que lee, lapso en la que se descomprimen y hallan nuevos. Este
aspecto constituye una especie de rastro, pista que demarca el camino que hemos
de seguir.

Haciendo un lado el hedonismo de Barthes y su estética de la lectura, Harold
Bloom nos llama a auscultar la entraña del texto. Apuntando más allá de una
lectura cuyos criterios y principios tienen determinado peso crítico, propone un
método de lectura que devuelve al rol de lector, un papel más activo: un
acercamiento libre al texto. Esta manera de leer vuelve innegable la función del
texto, una vuelta al texto sobre sí mismo. Esta postura nos conduce a pensar en
el advenimiento del sujeto sobre él, función que en Lacan adquiere relevancia: el
acto de la lectura anuda y desanuda el discurso en un despliegue del lenguaje
sobre el tiempo, es decir, significaciones anudadas y desanudadas, en un pasado,
presente y futuro, fundan un acto atravesado por lo simbólico, lo real y lo
imaginario. Bajo este esquema, la presencia de la otredad nos permite anudar
lazos entre el texto, la comprensión del sujeto y el discurso. Estos aspectos
sostienen, similarmente, una relación directa con el concepto de alteridad,
entendida por Deleuze, donde el Otro constituye un sentido, a saber, uno en que
el sujeto presupone la existencia de una dualidad -no consciente-, una relación
preexistente entre Uno y Otro. Siguiendo esta línea que cruza del lector hacia el
texto, el sentido se descubre a través de la interpretación; en ulterior instancia,
obedece a un desciframiento hermenéutico y no a mero ejercicio impersonal de
lectura. Con esto quiero decir que el placer nos posicionaría en el lugar deseante
y en el lugar del sujeto. Está posición nos acerca a un goce, una culminación,
que había estado en la penumbra y que ahora es alumbrada desde una apertura,
el descubrimiento de un rastro que es observado por la mirada.

II

El rastro

Ese Otro se asoma desde la penumbra. Tal vez el personaje de Don DeLillo,
1
Nick Shay , reflexionando desde un centro de detención para menores. Ha
asesinado a un hombre pero un hombre puede ser cualquiera. Aunque los
detalles del asesinato son revelados posteriormente, no dejo de conjeturar
diversas hipótesis sobre el crimen en un espacio de posibilidades. Yo mismo,
imagino, puedo asesinar a un hombre cualquiera, pero no a la manera de Nick,
no con la misma veleidad. La memoria recorre grandes distancias y el lugar de
Shay lo ocupa un militar norteamericano, conocido como Tyrone Slothrop.
Dicen que tiene una erección cada vez que una bomba autoimpulsada alemana
hace explosión. Tyrone siente la presencia del aislante Impolex G en las bombas,
gracias a que un científico condicionó sus genitales para detectarlo. En un
momento la escritura maniática de Thomas Pynchon, en El arco iris de
gravedad, se apodera de las bombas lanzadas por los alemanes y al mismo
tiempo, ocurren las explosiones, mientras Slothrop huye, perseguido por
enemigos imaginarios, agentes militares que vigilan sus partes pudendas.

El Otro puede ser Borges que cuenta en la oscuridad, la presencia de la
infinitud.

“Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato, empieza aquí, mi
desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo
ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo
transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas
abarca? (El Aleph, pág. 164).

Reflexiono. El meandro no es la memoria de un viejo símbolo, un alfabeto que
no se contiene a sí, un objeto que ha rebasado la conciencia. Lo dicho por Borges
es un intento de mirar en la oscuridad. El Otro está mirándonos. Tomo otro libro.
La lectura inicia en cierta página que pareciera desconocida, casi decir un
número impreciso. Sí, todo número es impreciso, visto a apenas, con una luz
muy débil; leo.

El hombre, cuando no se lo reprime, es un
animal erótico,
lleva adentro un temblor inspirado,
una especie de pulsación
productora de bichos innumerables que
constituyen la forma que los antiguos pueblos
terrestres atribuían universalmente
a dios. (Artaud, pág 29.)

Pero lo terrible del pecado no estaba en el erotismo o en el reprimido temblor
dentro del cuerpo; lo terrible era imaginarse sufrir la llamas del infierno por un
placer impuro. ¿Quién lo ha abolido? No es dios. Yo mismo hago la pregunta,
¿esta pulsación dentro del animal, lo aniquila? No, la pregunta sería, ¿qué es esta
forma en la que el dios nos consume? El Otro se vuelve aberrante, es el efecto
del sentido; soy el voyeur; el animal erótico. Pruebo con otro pasaje:

El pensamiento de la muerte no nos ayuda a pensar la muerte, no nos brinda
la muerte como algo que hay que pensar. Muerte, pensamiento, tan
próximos que, pensando, morimos, si al morir nos permitimos no pensar:
todo pensamiento sería mortal; todo pensamiento, último pensamiento
(Blanchot, pág. 29).

¿Pero quién ha mencionado a la muerte? No es la muerte del autor este caso. No
2
es la rescritura, ni la voz que suplanta a la del lector . Esta otra muerte se instala
en lo cotidiano, la invención de un momento en el espacio-tiempo, llamado día.
Del fragmento se deduce que la convivencia con la muerte se instala en las
prevaricaciones de la vida. Con esta cita dejo de seguir el rastro, abandono la
penumbra en la que se encuentra la huella del Otro. Pero el Otro no es el
sustituto, no es que “viene en lugar del objeto”. No es una suplantación como si
el texto dejará de existir; no habría modo de saberlo. No es el destino o la falta
como nos mostró el psicoanálisis en la concepción de lo externo, del objeto que
viene a ser libro. Es la del sujeto encarnado en el mundo. El placer del texto
según Barthes, el Otro, instaura cierto goce, satisfacción de sumergirse en él, no
en un más allá que nos haga perder de vista el lazo imaginario que define la
relación del Otro y el sujeto, sino en la ficción del lector que toma en ese
momento su placer.

Nezih Einar Lugo Alcaraz

Lic. En psicología por la UJAT. Participó en el taller literario de “El Jaguar


despertado”. Ha colaborado en revista electrónicas de literatura como Hey
Tabasco, Punto en línea (UNAM).

Ojeada a dos grades mujeres de la literatura mexicana:

Perspectiva para generar competencias de comunicación a través de la literatura


Rocío López Martínez

La literatura te permite vivir experiencias y creencias de otros, es también una
herramienta de auto-examinación, porque se ven reflejadas historias que se están
viviendo. Con ella podemos tener una noción de todas esas transformaciones de
la sociedad, trasferir ideas, sucesos, tomar y avanzar para mejorar la vida; sirve
para preservar la inteligencia, para tener conciencia de los valores humanos y
para tener conciencia de la realidad, pero a mí me gusta más, porque en mi rol de
docente me convida para enseñar a pensar, para enseñar a cuestionar y para
desarrollar la escritura.

Algunas de las competencias genéricas a desarrollar en los estudiantes, son
sensibilizarlos en el arte, para que tengan una mejor apreciación de sus
expresiones en los géneros épico, lírico y dramático; interpretar y formular
pensares pertinentes a la acción-espacio tiempo.

Las competencias complementarias, pueden ayudar a evaluar la producción de
textos en los estudiantes, considerando la intención y la situación comunicativa
que desean expresar.

Sofi Oksanen, quien en el 2010 fue premiada por su novela Purga, dice que la
literatura te permite entender mucho más que palabras entre líneas y que puede
alcanzar tu corazón, “creo que las personas pueden entender diferentes
situaciones mucho mejor a través de la literatura y tratar de entender algo que
no saben" (Sabogal, 2011).

La ojeada que he realizado en la literatura y de la quiero hablar, trata de dos
mujeres de la literatura mexicana: Sor Juana Inés de la Cruz y Rosario
Castellanos, mujeres que deciden escribir y nos proyectan su personalidad, la
creatividad para inventar nuevos mundos, su visión en temas ligados a
denuncias, registro de historias entre lo documental y la ficción; incluso sobre el
sufrimiento, como ser condenado a vivir en la inferioridad y a la subordinación
en algunas sociedades; sus deseos de escribir se convierten en una necesidad,
como una manera de sobrevivir, de existir.

Sor Juana Inés de la Cruz: Escritora mexicana, la mayor figura de las letras
hispanoamericanas del siglo XVII. De gran producción lírica y dramática, su
espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los
convencionalismos de su tiempo, que no veían con buenos ojos que una mujer
manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Si ella estuviera hoy con nosotros para invitarlos a la lectura diría algo así:

--Yo no estudio para saber más, sino para ignorar menos…--

--Nunca he considerado el estudio como una obligación, sino como una
oportunidad para conocer el mundo, que difícil fue en aquellos tiempos para mí,
poder entrar a una biblioteca, hoy ustedes sólo buscan en google una
licenciatura, un diplomado, un tutorial para poder aprender esto o aquello, es una
experiencia sin igual que ha venido a revolucionar la forma de educarse y
adquirir habilidades-.

--¡Qué maravilla, que atrevimiento!-- Y con tanto conocimiento, que sea otra y
que me corte la lengua, que me nuble la vista y que me ampute los dedos…

--La vida es muy significativa, no hay que dejar todo para lo último porque te
puedes arrepentir. Ustedes, están viviendo muchos cambios, incluso las
palabras… anglicismos, es decir palabras en idioma extranjero que se adaptan a
otra lengua, como chatear, postear, clikear.

--En mi época, mi angustia, fue luchar para conseguir la sabiduría, mis únicos
amigos eran los libros, me colmaba de gozo con solo ver algo nuevo, luché y
nunca recaí por lo que siempre anhelé; sin embargo, veo que en pleno siglo XXI
y aun con sus grandes avances tecnológicos; le siguen dando valor a las personas
por su cuna, por su raza, por su género y por su proximidad con el poder como lo
son ahora políticos y empresarios.

--Hay mucha gente que cree que vale por sus relaciones, por ser hijo de
alguien muy importante, por conocer a alguien que tiene un gran título o
nombramiento.

La vida es más amplia y más profunda cuando nuestro trabajo implica
competencia, riesgos y desafíos; trabajar a sabiendas que nadie puede
despedirnos, de que no importa como uno haga su trabajo, porque al final te
pagarán lo mismo, destruye los incentivos para mejorar y en lugar de ampliar
nuestras competencias, las reduce, vivir al margen de esa cultura, puede dejarnos
con la triste sospecha de no saber, ni siquiera de qué somos capaces.

--El mérito personal no existía en mis tiempos, y parece que en estos tampoco,
antes se creía que por herencia de los padres, el hijo mayor los heredaría; la
sangre azul no existe—.

--Perpetuar una cultura colonial y las influencias de los ricos y poderosos, es
grave, nos impide prosperar, ser productivos…debemos ser emprendedores.

Ojalá que muchos de estos estudiantes sean nuevos ricos, a méritos
personales.

Ser nuevos ricos al viejo estilo colonial y corrompiéndose, es fácil y tan soez
como robar al erario público; que mejor valor que progresar por sus propios
méritos.

--Vivir mejor, no significa que sea a costa de otros—.

--En pleno siglo XXI veo costumbres e ideas de la Colonia, que sigue
impidiendo que México desarrolle todo su potencial.

México ¿En qué te ofendo, cuando solo intento poner bellezas en mi
entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento,
que no mi entendimiento en las riquezas.
teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
(De la Cruz, s.f.)

Rosario Castellanos: Fue una poeta, novelista, diplomática, promotora cultural
mexicana y profesora universitaria; escribió durante años en el diario Excélsior,
dedicó una extensa parte de su obra a la defensa de los derechos de las mujeres,
labor por la que es recordada como uno de los símbolos del feminismo
latinoamericano, sin embargo, su vida estuvo marcada por un matrimonio
desastroso y continuas depresiones que la llevaron en más de una ocasión a ser
hospitalizada, Castellanos murió a la temprana edad de 49 años a causa de un
desafortunado accidente doméstico. (Castellanos, s.f.) (Cano, 2014).

Si ella estuviera en su casa, descansando un rato de sus quehaceres domésticos
para tomar un cafecito literario, me la imagino compartiendo lo siguiente:

--La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que humillarla con
el uso. Habría que sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos, a
evocarla (Castellanos). Fijándome bien, esta transparencia, esta pulcritud
deslumbradora, puede no ser grata para cualquier otra persona—.

--Hoy, a nadie le gusta escuchar tanta lucidez, tanta limpieza—.

¡Qué me importa! Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha
estado aquí. En la cocina. Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas,
en cafés; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras,
por ejemplo, elegir el menú. ¿Cómo podría llevar a cabo esta labor tan
importantísima sin la colaboración de la sociedad, de la historia entera? Hoy en
día la mujer es más importante en el hogar, que el hombre, puesto que la mujer
impone los valores, la educación y el respeto que deben tener sus hijos, no me
imagino a un adolecente que no haya sido educado en casa.

--Nosotras tenemos el trabajo más importante, cuidar de los hijos, cocinar,
limpiar, educar—.

El feminismo se introduce en la historia a través de tres posiciones. La
feminista que habla de igualdad que se da en el siglo XIX, el cual impulsa una
lucha política, para consolidar derechos civiles que le son negados a la mujer,
como el derecho al voto; que lo único que lograron fue adquirir más trabajo de lo
que ya teníamos en nuestro hogar.

El segundo impulso del feminismo es luchar por una reaprobación simbólica
del ser mujer; pero ¿qué logramos?, que empezáramos a usar pantalones, fumar
y tomar bebidas alcohólicas como los hombres.

…y hasta sentir bajas pasiones por nuestro mismo sexo. El tercer momento es
el post-feminismo, ya no es el discurso sobre la defensa jurídico-formal, sino la
defensa de las minorías como las mujeres indígenas y las homosexuales, que son
igualmente marginadas por el poder.
--¿Qué me aconsejan para la comida de hoy? Un platillo inspirado en las
madres ausentes de su hogar; muchas de ellas ni siquiera tienen un libro de
recetas, más que el Don Quijote, muy literario por cierto, pero muy
insatisfactorio, porque no tenía fama de buen gourmet, sino más bien de
despistado. Elegir un platillo es tan importante, como estar lista para disfrutar de
una gran variedad de sabores en la vida, que van directo al corazón y nos hace
más felices o miserables.

Es necesario, decir que yo estoy muy orgullosa de las mujeres mexicanas,
porque son tan valiosas como los hombres, aunque estas sufran más, como esa
tal… Frida sufrida, la mujer debe amar no sufrir.

-La mujer debe ser educada, letrada, amada…yo por ejemplo digo que no voy
a morir de una enfermedad, ni de vejez, ni de angustia, ni de cansancio, voy a
morir de amor-.

Bibliografía
Castellanos, Rosario (1950), Sobre cultura femenina, México:
América, Revista antológica.
Castellanos, Rosario (2008) 53 Material de Lectura. Poesía Moderna.
http://www.libros.unam.mx/digital/5.pdf
Cano, D. G. (7 de Agosto de 2014). YOU TUBE. Retrieved 12 febrero
del 2016 from "La lúcida rebeldía feminista de Rosario Castellanos, a
40 años de su fallecimiento": https://www.youtube.com/watch?
v=FlxqlJLGTeo
Sabogal, w. (26 de febrero de 2011). El país. From El secreto de la
crueldad:
http://elpais.com/diario/2011/02/26/babelia/1298682735_850215.html
Poesía lírica, ed. José Carlos González Boixo. Madrid: Cátedra,
1992
Respuesta a Sor Filotea, ed. Grupo Feminista de Cultura. Barcelona:
Laertes, 1979
Primero sueño, ed. Ermilo Abreu Gómez. Contemporáneos: tomo I,
págs. 272-313 y II, págs. 46-54, 1928
https://es.wikipedia.org/wiki/Sor_Juana_In%C3%A9s_de_la_Cruz
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crueldad:
http://elpais.com/diario/2011/02/26/babelia/1298682735_850215.html
Rocío López Martínez

Maestra en Docencia, ha sido coordinadora de la Revista universidad y


ciencia. Actualmente es profesora en la UJAT, en la División Académica de
Educación y Artes en la licenciatura en Comunicación, y estudia el
doctorado en Estudios Transdisciplinarios de la Cultura y la Comunicación.

Enamórate de los contenidos y no solo de la portada
Carlos Manuel Herrera Méndez


Las palabras no son buenas ni malas, a lo sumo son perversas…
Roland Barthes

En la actualidad nos encontramos inmersos en contextos que no


entendemos de manera completa, estos contextos han alterado la forma en
la que nos relacionamos con la lectura, previo al año de 1990, aun cuando la
sociedad vivía su día a día entre periódicos, revistas, televisores y radio no
fue hasta el nacimiento de la internet que la lectura empezó a perder auge,
la llamada revolución de la inteligencia a la que Cordeiro hace alusión fue en
cierto punto el desplome más fuerte del gusto por la lectura.

Cordeiro (2014) explica que esta última revolución se centra en el ser


humano, en su capacidad de comunicarse y transformarse, y que la riqueza
ya no estará determinada por el dinero y por las posesiones materiales sino
por el conocimiento.

La revolución de la inteligencia de Cordeiro, es análoga a la denominada


Tercera Ola, de Alvin Toffler, o a la Aldea Global, de Mc Luhan.

El internet se ha vuelto entonces en un nuevo lugar para vivir, las


relaciones por internet son actualmente muy comunes. Hombres y mujeres
de distintas edades y condiciones sociales se escriben por e-mail, participan
en chats o buscan pareja o amigos en los innumerables sitios de contactos
que se encuentran en la web.

Dejamos de leer libros, por leer conversaciones; para el 29 de enero del


2014 acorde con datos del World Internet Project, la penetración de
internet en México alcanzó 59.2 millones de personas en el 2013, lo cual
significa que ya más de la mitad de la población mexicana (52%) tiene
acceso a este medio.

En promedio, los internautas mexicanos utilizan 2.4 dispositivos para


conectarse a internet: 63% lo hace a través de laptop, 44% utiliza
computadoras de escritorio, 41% usa smartphones y 20% tablets. Además,
cada vez hay más usuarios de NSE ABC+ que se conectan a internet a través
de televisiones inteligentes (18%).

II

Si bien es cierto que la internet no nos impide leer y que nos apertura
puertas a nuevos mundos y por ende a más libros, es a raíz de ella que se ha
producido la distracción para que no leamos, para perder el gusto por el
aroma que se desprende de los libros.

Como mencioné con anterioridad, estamos conectados, convivimos en


nuevos espacios, no físicos, en lugar de ellos cibernéticos, pero con el exceso
de información que engloba este ciberespacio: chistes, spots, imágenes,
chats y un sinfín de etcéteras, hemos olvidado lo que leer un libro
proporciona.

No se lee con el único fin de alfabetizarse, para dar un discurso, o para


aprender la correcta entonación de una palabra.

El acto de leer está íntimamente ligado al proceso de enamorarse. Para


empezar cuando disfrutas de un libro y te apasionas por él, en tu cerebro se
libera una sustancia llamada dopamina, la misma que se libera el
enamorarse, la que nos torna como estúpidos y nos distrae del mundo
“real”, por eso cuando nos encontramos con un libro sea impreso o digital
que en verdad nos apasiona, todo el mundo desaparece para nosotros.

Leer provoca un extremado placer cuando disfrutas lo que estás


leyendo…

No es solo el placer por el mero placer, cuando estamos inmersos en ese


proceso aprendemos sin darnos cuenta.

El que lee, conoce lugares en los nunca ha puesto un pie, siente los aromas
por la simple descripción que en su momento un escritor plasmo con letras.

Leer y disfrutar lo que leemos es enamorarnos, es dejarnos seducir por


una portada, permitirnos conocer poco a poco al libro, llegar si tenemos
suerte a un orgasmo literario “un punto donde el placer rebase sus propias
expectativas”.

Leer cansa, pero no es un cansancio agotador e insoportable, es uno que


se disfruta, es un cansancio placentero que te marca por el resto de tu vida.

Puedes haber vivido muchas cosas, pero sin duda una vez que has
disfrutado de un libro, que has desayunado con los personajes, que has
sentido sus dolencias, que has padecido sus agonías mientras tus ojos
acarician poco a poco cada letra, sin duda luego de esos momentos aquellos
personajes serán parte de ti hasta tu último aliento.

Leer estimula tu imaginación…

Debido a la carencia de lectura es que las cosas que surgen en el día a día
en muchas partes del mundo poseen características en común, la internet y
la televisión fungen como una limitante para nuestros procesos creativos, es
por ello que cuando lees un libro del índole que sea y posterior a ello ves un
filme basado en él, siempre sentirás que algo le faltó.

Cuando lees, tu creas a tus personajes, si bien los autores te dicen “era
alta, de ojos seductores y de caderas perversas”, tu sabes lo que es alto para
ti, quizás para mí los ojos seductores incluyan un hermoso brillo en ellos,
quizá para ti esa seducción recaiga en el color, pero tu decidirás, tu crearas a
tu personaje, tu imaginación es libre cuando las letras le abren la puerta a
ese mundo escondido entre tantas páginas.

III

A punto de cierre, medito sobre que será idóneo aconsejar para que
consideren placentero el acto de leer y me viene a la mente tan solo un
consejo, conviertan a los libros y al hábito de la lectura en sus amantes, y
permitan que página a página los seduzcan, apasiónense.

No les diré que leer, no hablaré de obras clásicas, porque creo que lo
“clásico” es demasiado ambiguo en esta época, (los clásicos de los padres no
serás nuestros clásicos), creo firmemente que ningún libro es malo, cada
uno te aporta algo, inclusive, si después de leer una obra te das cuenta de
que la detestas ya tendrás un parámetro para saber qué tipo de lectura no te
agrada.

Tampoco pienso aconsejar que se queden solo con cuentos, solo con
artículos, solo con ensayos, no, en su lugar les recuerdo mi propuesta, no les
mencioné que se casaran con un solo género literario o con un solo tipo de
textos, les dije que conviertan a esos libros en sus amantes, que lean con
pasión.

Hagan su propio harén de libros, desde los más sencillos hasta los más
complejos, cada uno les aportará una satisfacción única, ya sea que estén
leyendo algo académico o algo por sencillo ocio, disfrútenlo, piérdanse a sí
mismos en cada libro, den a esos personajes una oportunidad de contarles
su historia, vuélvanse parte de sus vidas, por lo menos mientras sus miradas
se pierden en lo profundo de las letras que con tanta pasión deben recorrer.

Tampoco se limiten a leer libros impresos, en ocasiones lo digital


proporciona otro tipo de placer, es como besar a alguien y que esa persona
te susurre que puedes probar otros labios mejor a los de ella; si sus gustos
incluyen lo extranjero lean en otros idiomas, conozcan otras culturas a
través de sus letras, quizás después de devorar un libro puedan entender
que han viajado más que muchos excursionistas y han tocado con sus
pupilas mundos con los que otros aún solo sueñan.

Me viene a la mente en este último punto un instante de la novela La


biblioteca de los finales felices de Katarina Bivald:

Los libros eran una cacofonía de colores: libros finos, libros gruesos,
libros con ilustraciones lujosas y satinadas, ediciones baratas de bolsillo,
clásicos, antiguos lomos de cuero, géneros opuestos… Aquella noche Sara
se pasó varias horas en la biblioteca pensando en lo trágico que resulta
que la palabra escrita sea inmortal, al contrario que las personas, y lloró
por ella, la mujer que nunca había visto.

Sentir placer al leer es algo que se dice fácilmente, pero le idea no es decirlo,
sino realmente sentirlo.

No se detengan porque alguien les indica que un libro no es bueno, lo


importante es una sencilla acción, disfrutar, disfrutar y volver a disfrutar.

“Cada libro posee un alma y somos dueños de ella mientras leemos, de igual
forma al terminar de leer dejamos parte de la nuestra en su historia, creo
firmemente que en cada lectura también somos leídos”.

Carlos Herrera

Bibliografía

IAB (2014). Más de la mitad de los mexicanos ya son internautas,


consideran a Internet como el medio más accesible y confiable.
Recuperado de:
http://www.iabmexico.com/Estudio_Consumo%20de%20Medios_2014
Machado L. (1975) La Revolución de la Inteligencia. [Fecha de
consulta 05/07/15] Recuperado de http://goo.gl/J2u0ZA
Bivald, Katarina. La biblioteca de los finales felices. Editorial
Planeta Mexicana. México. 2015

Carlos Manuel Herrera Méndez

Actualmente colaborador en el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado


de Tabasco CCYTET, en el área de divulgación de la ciencia. Egresado de la
licenciatura en comunicación por la UJAT. Profesor de Taekwondo
Certificado por la CONADE. Investigador independiente en la línea de la
relaciones en el ciberespacio. Ha publicado en la revista Sincronía de la
Universidad de Guadalajara. Fue Ganador en el concurso de ensayo
científico organizado por la UJAT.


Sin género. Una disputa sin sentido entre la academia y el arte
Israel Francisco Domínguez González

Empecé a leer a los cuatro años de edad. Dos ciclos escolares antes que el niño
promedio, pero no porque quien escribe fuera un súper dotado o algo semejante,
no es lo que intento decir. Se lo debo a mi hermana. Ella tenía cinco años para
esos tiempos y mi papá le enseñó a leer y escribir antes de entrar a la primaria.
Aprovechando “la vuelta” aprendí yo, porque eso hace la gente sabia: redime
tiempo. Para ser sincero, considero seriamente que la razón por la cual me
enseñaron a leer antes de que aprendiera a amarrarme las agujetas fue la negativa
de mi padre a dar dos veces la misma clase. Flojera, le dicen en mis rumbos. Y
así fue como terminé en ese improvisado grupo de estudio que se formaba a la
hora de comer y de camino a la tienda, cuando íbamos a comprar dulces. Sea
cual fuere el motivo de mi pronta introducción al mundo de las letras, provocó
que la educación preescolar fuera, ante mis ojos, una pérdida total de tiempo en
la que solo se me permitía escuchar un cuento al día, siendo que tenía la
capacidad de terminar con todos los libros que habían en ese salón de clases.
Claro que los libros no superaban las veinte páginas, lo que facilitaba mis
pretensiones de hábil y consumado lector.

En adelante, leer se volvió un compromiso moral para con mis padres. En una
casa donde no es difícil encontrarse con textos de religión en idiomas antiguos,
lo menos que podía hacer era leer ese libro de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que
no tengo problema en anotar en mi lista de obras superadas. Figura con un
asterisco, puesto que lo terminé a la edad de ocho años. Un maestro al que
aprecio me dijo en alguna clase que esa es una lectura apta para niños, no
recomendada para mayores de edad. Prueba superada en tiempo y forma.
Admito que leí uno o dos escritos más del ya mencionado autor. No porque
creyera en sus enseñanzas de vida, sino porque realmente sus historias me
llamaban la atención. No les pide nada a renombrados escritores de novelas para
adultos jóvenes. Historias con no muy buena reputación, pero con una facilidad
de enganchar a sus lectores de un modo impresionante.

En algún momento de mi vida tenía que afrontar mi más grande reto como
lector: leer la Biblia. Hay algo en el libro más traducido, reproducido y vendido
de la historia, que lo convierte en la obra más difícil de terminar en su lectura.
Hace poco más de un par de años, uno de mis profesores rememoró algunos de
los deslices más sonados de nuestro actual presidente, Don Enrique Peña Nieto.
Inició con aquel desafortunado momento en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara en el año 2011, en el que el entonces precandidato a la presidencia
de nuestro país encontró complicaciones durante una conferencia de prensa al no
poder citar con facilidad los libros que lo han marcado en su vida, tanto en el
ámbito privado como político. Cabe recordar que en aquella anecdótica
situación, el ahora mandatario mexicano mencionó que la Biblia ha sido
importante en pasajes importantes de su vida, en especial durante la
adolescencia. Sin embargo, confesó no haberla leído completa. Y de ahí se tomó
aquel profesor de Lectura y Redacción, para hacer la severa crítica (énfasis
irónico añadido por mi parte y probablemente no entendido de esa manera).

-¿A quién se le ocurre decir que leyó la Biblia? Nadie ha terminado esa cosa,
está bien larga. *Palabras altisonantes omitidas o sustituidas por el escritor.

Me extrañó en demasía semejante afirmación. Era lógico pensar que el


maestro no tenía entre su biblioteca personal el libro principal de la religión que
con tanto gusto desprecia, pues es abiertamente ateo y lo hace saber en cada
clase que puede, sino porque él nos hacía leer uno o dos libros por mes. De
cualquier modo y aunque Pedro Páramo (nombre artístico del profesor, otorgado
por alguno de mis compañeros debido a la fijación del catedrático con la famosa
obra de Juan Rulfo) lo catalogara de misión imposible, a eso de los doce años
terminé de leer el best seller por antonomasia. Unos 6 años antes de haberlo
conocido.

Así pasaron varios años de lecturas ligeras hasta reencontrarme con los libros
por las razones menos esperadas. No es que no leyera, sino que leía de un modo
desenfocado. Uno no va por la vida diciendo “leí cuarenta y siete artículos de
política este año” o “doce entrevistas, veintes reportajes y seis cuentos de terror
pasaron por mis manos durante estos días”. Pero eso era lo que yo leía. De todo.
De nada. De algo. De lo que fuera que me llamara la atención. Y un buen día (un
buen día de verdad, no de esos que sirven para el cliché y párale de contar), un
conocido de la familia me invitó a trabajar en una distribuidora editorial; en la
cual trabajo hasta la fecha.

Una de las reglas de ciertas empresas multinivel consiste en que antes de


vender el producto al cual le estás apostando tu futuro económico, debes
consumirlo. Tiene sentido, no puedes recomendar algo de lo que no estás seguro
que funcione. Así que me apropié de ese paradigma y empecé a leer cuanto libro
se me puso enfrente. Aprendí a leer lo que me gustaba y lo que no.
Contraportadas; prólogos; introducciones, epílogos; capítulos elegidos de una
forma completamente aleatoria, lo que sea era bueno. En algún momento he
leído libros completos en unas pocas horas. En otros casos me he tomado más de
un año para leer las últimas diez o veinte páginas que me restan para poder
anotar un libro más en mi lista anual de lecturas. Leer gratis es algo que me
gusta de ese trabajo. En el peor de los casos: leo con descuento. Se necesita
mucha técnica para leer más de doscientas páginas y no ensuciar el libro.
Después de tener que pagar entre ocho y diez libros por la anterior razón, aunque
con un treinta por ciento de descuento que me corresponde como empleado de la
organización, he aprendido a leer tratando el libro con fineza o, en el peor de los
casos, a venderlo en malas condiciones, porque lo importante no es el papel, sino
las letras que lleva impresas.

Mi ingreso a la vida laboral ocurrió por las mismas fechas de mi inicio como
estudiante universitario. La licenciatura en comunicación es una perfecta
mescolanza en la que, hasta el momento, sigue sin quedarme del todo claro en
qué salimos especializados bien a bien. Los médicos tratan con enfermos, los
psicólogos dan terapia, los maestros dan clases y los comunicadores comunican.
Aunque no hay muchas plazas de trabajo para que los comunicadores
comuniquen, así que te enseñan de otras cosas más para que comuniques en
entornos donde necesitan aprender a comunicarse, o algo así. Así pues, en mi
andar como alumno por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, he pasado
por materias con enfoques de diversos tipos. Tanto artísticos como
empresariales; políticos y culturales; teóricos y prácticos.

Recuerdo con alegría las lecturas obligatorias de la materia llamada


Comprensión del discurso literario. El gran manejo de la asignatura por parte del
profesor, provoca que, mis mejores amigos y un servidor, le profesemos una alta
dosis de respeto a pesar de que hace ya un par de años que no nos da una sola
clase. Leíamos novelas y aprendíamos. Lo mismo con los cuentos cortos,
ensayos y poemas. Al recordar tales lecturas, es inevitable preguntarme en qué
clasificación debo encasillar tales textos. Fuera del salón de clases, sin duda sería
un escrito de placer, de seducción. Le llamaría literatura. Pero dentro de esas
cuatro paredes, a pesar de que todas esas letras llevaban un eje narrativo rector
que permitía una conexión emocional con lo plasmado en aquellas fotocopias, se
sentía como si estuviera aprendiendo. Y no era un aprendizaje intuitivo, era un
aprendizaje esquematizado. De algún modo el ser humano ha aprendido a incitar
la creatividad y con ello ha generado parámetros estéticos que dan la sensación
de perfectibilidad. Tal vez debo llamarle ciencia. Supongo que mi pequeña crisis
lecto-existencial (si acaso existe ese término y si no que conste en el acta que
soy el que lo ha acuñado) es entendible en el marco de una materia en la que el
mismo profesor aceptó que el meollo de la misma es aprender a leer y escribir, lo
cual por sí mismo es un arte.

Me pasa algo raro en mi clase de comportamiento organizacional. Stephen P.


Robbins y Timothy A. Judge escribieron un libro que lleva el mismo nombre que
la asignatura y es el tratado que utilizamos como recurso didáctico. Tan solo
hasta el 2009, la obra llevaba trece ediciones en español, trece ediciones en el
inglés, que es su idioma original, sin olvidar que consta de más de setecientas
páginas. La materia está situada dentro del campo disciplinar de la
Comunicación organizacional, bloque de materias que se caracterizan por su alto
contenido teórico y prácticamente nula practicidad. Sin embargo, en realidad
disfruto la lectura que nos solicitan como requisito para poder realizar las tareas
del modo eficaz. De no ser porque las consignas son el realizar copias textuales
de lo más importante del capítulo que se esté abordando según el cronograma de
actividades, me tomaría el tiempo para leer a conciencia sobre los tres niveles a
tratar dentro de la organización: el individuo, el grupo y la organización en sí
misma. Sin embargo y de un modo muy penoso, la lectura no está siendo
estimulada y se lleva a cabo de un modo inadecuado.

Pero a lo que quiero llegar es: el día que dedique mi tiempo libre para leer una
de las obras más importantes jamás escritas sobre el comportamiento en las
organizaciones por el puro placer de la lectura, ¿podré entender ese libro como
una obra maestra de la literatura hedonista? O ¿me veré obligado a abordarla
desde un punto de vista netamente científico?
La realidad es que es un sinsentido que hablemos sobre la experiencia de leer
por placer o por aprender, siendo que deberíamos pugnar por un proceso que
incluya ambas fases de la misma. Wolfhart Pannenberg, uno de los más grandes
teólogos alemanes del siglo XX mencionó en su muy aclamada Teología
Sistemática que ese tratado no era de ninguna manera sencillo, sin embargo
muchas personas encuentran deleite en las reflexiones que el académico articuló
en los tres tomos que utilizó para plasmar sus conclusiones.

Aprendí a leer y me divertí en la consecución de tan elaborada empresa. No


veo por qué razón tendría que cambiar la metodología y desentenderme de uno u
otro componente en mi andar como lector, sin importar lo que esté leyendo.

Israel Francisco Domínguez González

Estudiante de la Licenciatura en Comunicación, Universidad Juárez


Autónoma de Tabasco.


Realidad y libertad en la literatura
Cristina Guadalupe Juárez Chablé

En marzo de 2013 comencé a leer un libro que había adquirido en la feria del
libro de la UJAT: El Club de los Abandonados. A juzgar por el título, pensé que
trataba sobre un grupo de alcohólicos relatando sus historias de vida en torno a
una mesa. No tardé mucho en darme cuenta que me había equivocado.

Efectivamente, los personajes relataban sus experiencias personales con gran


carisma, frescura y cinismo. Pero en realidad trataba de un par de veinteañeros,
de padres millonarios, quienes entablan una amistad que los hace darse cuenta de
que siempre habían estado solos en el mundo.

Una nunca se imagina cómo viven las personas en otros estratos de la


sociedad, así que resulta interesante ver que su mundo no es tan superficial como
podríamos llegar a suponer. La escritora, Gisela Leal, estudiaba en el Tec de
Monterrey cuando escribió la novela, así que lo plasmado por ella no podía estar
muy alejado de la realidad. Para aclarar, las colegiaturas en el Tec superan los
$20,000 pesos mensuales, razón por la cual podía darse el lujo de escribir sobre
la sociedad a su alrededor.

Podrá parecer irreal, pero leía el libro al despertar, antes de dormir, mientras
comía o mientras esperaba la próxima clase sentada en los pasillos de la
universidad… en fin, sólo me despegaba del libro para ir al baño. Con los
personajes reía, reflexionaba, aprendía y hasta escuchaba las canciones que me
sugerían. Aquello último era algo totalmente nuevo para mí, pues la escritora se
las arregló para que los personajes “hablaran” como si tuvieran la capacidad de
interactuar personalmente con el lector.

En este punto, muchos podrán preguntarse cómo puede llegar una persona a
tal grado de fascinación por un libro. Pues bien, para que se den una idea, les
compartiré mi fragmento favorito de El Club de los Abandonados:
“-Mr. Hope: Sí: es tan gris que hasta el humo se pierde.

-Mr. Hopeless: ¿Qué es tan gris?

-Mr. Hope: El día.

-Mr. Hopeless: La vida.

-Mr. Hope: También.

-Mr. Hopeless: Camilo.

-Mr. Hope: Roberto.

-Mr. Hopeless: Me gusta.

-Mr. Hope: ¿La vida?

-Mr. Hopeless: El día.

-Mr. Hope: ¿Entramos?

-Mr. Hopeless: ¿A la vida?

-Mr. Hope: …¿Cómo?

-Mr. Hopeless: No sé: fuiste tú el que lo propuso.

-Mr. Hope: Que si entramos, al hotel. Que muero de frío”. [sic].

No piensen mal, mi estimado auditorio. Las personas también usan los hoteles
para organizar reuniones, congresos, eventos de gala o simplemente para
desayunar. En fin, ya podrán imaginarse que casi todas las conversaciones entre
los personajes son de este tipo. En algunas partes son incluso subidas de tono.
Después de todo, los protagonistas son jóvenes. Aun así, cada capítulo relatado
por ellos, está cargado con un contenido impresionante de cultura cosmopolita y
situaciones por demás cómicas.
Al cabo una semana terminé de leer sus casi setecientas páginas. Aquel día,
lloré con el final de la novela durante dos horas. Al respecto, Dirty Harry, artista
tipográfico, afirma: “Si sales ileso de un libro, es que nunca has entrado”. Creo
que si a los doce años me hubiesen dicho que una novela escrita iba a hacerme
llorar algún día, hubiese pensado que es lo más absurdo que había escuchado en
mi vida.

Estoy consciente de que no todos los que leyeron el mismo libro, tuvieron la
misma reacción que yo. Eso es lo que hace de la lectura una experiencia
interesante: diferentes personas pueden leer la misma obra, del mismo autor y la
misma edición, pero cada una convierte la lectura en una experiencia individual;
es como si cada quien leyera un contenido distinto. Por ejemplo, dos personas
pueden leer las rimas de Gustavo Adolfo Becquer, siendo así que uno de ellos se
encontrará elementos de la naturaleza que han sido integrados para lograr un
manejo brillante de metáforas, mientras el otro se confirmará que los poetas son
todos unos intensos y sufridos.

Es decir, aunque el escritor plasme lo que está dentro de su mente, el lector


proyectará lo que hay en su mundo interno; sus pensamientos, opiniones,
experiencias e ideas. Así que, con aquello que se encuentra en el interior de
nuestras mentes, construimos otra realidad y el escritor nos da las herramientas
para crearla a nuestra manera.

Podemos ver a través de los ojos de los personajes, de sus sentimientos y


emociones durante su viaje, porque en la literatura es fundamental que el
protagonista atraviese por una serie de situaciones que lo transforman; ese es su
viaje. Lo interesante es que cuando llegamos al final de una novela, nosotros, al
ser testigos de las experiencias vividas por los personajes, también regresamos a
la realidad con una nueva perspectiva. Tal vez volvemos un poco más
intelectuales o tal vez no; tal vez con un poco más de sabiduría, valentía o
fortaleza emocional. Pero si algo es seguro, es que todos extraemos algo de
aquello que hemos leído y lo asimilamos como parte de nuestra esencia.

Sin embargo, muchos de nosotros, no siempre fuimos lectores por vocación.


Como sabemos, en nuestro país, el primer contacto que tenemos con la literatura
es a través de pequeños poemas y cuentos colocados en los libros de textos. Solo
basta con pensar un poco para darnos cuenta que recordamos algunos de ellos.
Por dar un ejemplo, a algunos les parecerá familiar el cuento de un hombre que
afirmaba a los trabajadores de su pueblo haber visto a un fauno tocar su flauta en
el bosque y a tres sirenas al filo de las olas en el mar, hasta que un día realmente
vio esos seres al salir de su pueblo. Entonces los trabajadores le preguntaron,
como siempre, qué había visto, y aquella vez respondió que no había visto nada.

Aquel cuento es El hombre que contaba historias, de Oscar Wilde. Lo curioso


es que siempre había creído que constaba de cuatro páginas, cuando en realidad
tiene una extensión de tan solo media cuartilla. Claro está, la última vez que lo
leí tenía nueve años y las ilustraciones en los libros infantiles pueden hacer que
una historia se vea más extensa de lo que es realmente.

Contrario a lo que suele pensarse, los cuentos no son todos para los niños, ni
las novelas son las que aparecen en televisión; esas son telenovelas. Los relatos
no son todos de horror y misterio, ni los poemas hablan todos de amor. Son solo
prejuicios que se han creado en torno a la realidad.

Entonces me planteo la pregunta que tantos se han hecho: ¿Qué es la realidad?


Ni siquiera los hombres y las mujeres más brillantes podrían ponerse de acuerdo
para definirla con exactitud. Hay personas que pueden elaborar argumentos
excelentes para explicar que es todo aquello que podemos ver y tocar, pero aun
así queda abierta la pregunta, porque somos nosotros quienes decidimos en qué
creer.

De esta manera, apoyado en sus convicciones, es como todo escritor parte de


una realidad para proyectar otra completamente diferente a través de la
imaginación. Por otro lado, nosotros, los lectores, tenemos el poder de unir las
partículas de aquellos mundos que nos muestran los escritores para sumergirnos
en ellas. Así es como tenemos la libertad de viajar a épocas y escenarios que
jamás veríamos de no ser por los libros, porque en estos se nos regala la
oportunidad de escapar a otra realidad.

Bibliografía:

Leal, Gisela. El Club de los Abandonados. Alfaguara. México. 2011.



Cristina Guadalupe Juárez Chablé
Estudiante de la Licenciatura en Psicología de la Universidad Juárez Autónoma
de Tabasco (UJAT). Fue finalista en el segundo Certamen Cantautor de dicha
universidad en el año 2015. De igual manera, en ese año concluyó sus estudios
de piano en el Centro de Desarrollo de las Artes (CEDA). Su reflexión filosófica
“Monólogo del ser rutilante” fue publicada en la sección Literactúate del Diario
Presente. Actualmente está por concluir el Diplomado en Creación Literaria de
la Escuela de Escritores “José Gorostiza”.


Notas
[←1]
Personaje principal de la novela Underworld.
[←2]
Planteamientos realizados por la teoría literaria contemporánea donde
persiste la tesis que para que exista el lector, el autor debe desaparecer,
fundando que el acto de escribir se reforma en la lectura.

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