Você está na página 1de 10

Miedo

oratorio

Oratoria

1
Miedo oratorio
Nuestro sistema nervioso está preparado para enfrentar situaciones
difíciles de una manera siempre igual, estereotipada y comparable, ya sea
en una circunstancia de peligro físico o en una de estrés emocional
importante.

El factor de mayor valor, responsable de todas las reacciones, es una rápida


descarga de adrenalina que liberan las glándulas suprarrenales y que, como
primera manifestación física, acelera el pulso, eleva la presión arterial y
libera glucosa, lo que proporciona una fuente de energía adicional de la
que en el acto pueda disponerse. Esta reacción es normal y necesaria. Si no
la tuviéramos frente a una emergencia, tendríamos una marcada
inferioridad de condiciones físicas.

El cuerpo no entiende la diferencia entre exigencias intelectuales,


emocionales y físicas. Cada vez que el cerebro transmite una exigencia, se
produce una descarga de adrenalina que prepara a todo el organismo para
la emergencia. Alerta es la palabra. Cada sistema, cada órgano y cada
célula está dispuesta a rendir el máximo de su potencial.

Los psicoanalistas distinguen claramente el miedo de la angustia. El


primero consiste en una reacción normal frente a un peligro que realmente
existe, mientras que la angustia se refiere al miedo sin objeto real. Es
absolutamente necesario conocer nuestras sensaciones para poder
comprenderlas y dominarlas. No nos equivoquemos, eso que sentimos al
enfrentar un auditorio es miedo, no es angustia; es solo el miedo natural
normal que debemos sentir frente a una situación de estrés emocional; es
el miedo saludable de asumir un compromiso en el que se juegan muchas
cosas: nuestro prestigio y la responsabilidad de quien nos ha invitado; es
miedo respetuoso del auditorio que nos escucha; es miedo digno de una
empresa que se nos ha confiado y que merece esta alerta que nos impone
nuestro cuerpo.

“No se preocupe; tenga miedo”

Este título de un artículo de Gabriel García Márquez nos viene justo para el
concepto que queremos afirmar en estas páginas. El miedo profesional es
el que padece toda persona en el momento en que afronta la realidad de
su profesión: es normal que le tiemble la mano al cirujano cuando
comienza una operación difícil; es normal que se crispen los puños de un
piloto apretando el volante a la hora de la largada; es normal que le
flaqueen las piernas al boxeador cuando suena la campana; es normal y
saludable que nuestro pulso se acelere y nuestra boca se seque cuando

2
afrontamos el compromiso de hablar en público responsablemente. Seguro
que, a medida que se concentren en lo suyo, se afirman las manos del
cirujano y del piloto y las piernas del boxeador, y se serene el pulso del
orador no bien note que lo escuchan con atención, que lo que dice tiene
sentido, que está volcando sin contratiempos lo que preparó con esmero y
dedicación para ese día.

Lo que ocurrió no fue otra cosa que la vibración natural del arco cuando se
tensa con fuerza antes de partir la flecha. Después se ablanda,
serenamente se cumple su destino.

Benditos sean mis nervios (no luches contra lo


inevitable)
Es inevitable que nos sintamos nerviosos ante situaciones poco comunes
que exigen un excelente desempeño, porque la inexperiencia es sinónimo
de no saber qué hacer, qué decir ni qué pensar. Sin embargo, tiene una
gran ventaja: saca lo mejor de nuestro interior; nos pone en ese estrés que
permite sentirnos tensos como la cuerda del violín, afinada, a punto.

Aunque es cierto que los ejercicios de relajación pueden ayudar, sobre


todo si los hemos practicado durante mucho tiempo y dominamos la
técnica, es inevitable que una persona se sienta nerviosa ante las
exigencias de una figura de autoridad (un jefe, un maestro, un progenitor,
un pariente político) que espera nada menos que lo mejor. ¡Cuánto más si
de ello depende su futuro! De modo que, si no puedes dejar de sentir que
tus nervios te tensan ante la urgencia de las circunstancias, ¿por qué luchar
contra lo inevitable?

Pensemos en positivo: “Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a


triunfar. Cuando un ladrón me acosó, me hicieron pegarle un grito
impresionante y salí corriendo como el viento, tanto que lo desconcerté y
no pudo alcanzarme”.

“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Cuando necesité


asirme de una rama, porque casi había caído a un abismo del bosque, fue
tan fuerte la presión de mis manos que logré soportar hasta que vinieron al
rescate mis amigos”.

“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Cuando fui objeto
de una grave injusticia, defendí mis derechos con tanto valor que nada ni
nadie se atrevió a responder ante mi indignación. ¡Hasta me confundieron
con un abogado!”.

3
“Benditos sean mis nervios, que me ayudaron a triunfar. Hoy tengo que
exponer en público y he comenzado a temblar”.

Sugerencias que brotan de la experiencia

Alimentos

Toma la última comida dejando un gran espacio de tiempo entre su


ingestión y el momento de la exposición. Por ejemplo, si la exposición se
llevará a cabo por la mañana, come algo muy ligero por lo menos tres
horas antes y solo si tienes mucha hambre. Si será al mediodía, toma un
alimento ligero temprano por la mañana y deja los alimentos del mediodía
para después de la exposición. Si será al caer la tarde o en la noche, sigue el
mismo principio: deja los alimentos para después, como los artistas.

Cuerpo

Aunque suene escatológico, te podemos asegurar que es un buen consejo:


vacía lo más posible los intestinos y la vejiga, para que no distraigan la
atención de la mente y las emociones y, si en algún momento antes de la
exposición sientes que te piden ir a atenderlos, es mejor obedecer a tu
organismo que al deseo de quedar bien con los demás. Si no obedeces a tu
organismo, te podría jugar una mala pasada.

Descanso

Es mejor un poco de sueño que seguir ensayando hasta morir. La mente


profunda, que se encarga de los sistemas automáticos y condicionados del
organismo, se “desfragmenta” durante el sueño y después trabaja mejor. Si
les das tiempo para reorganizarse, será una buena inversión.

Puntualidad

Llega muy temprano al lugar de la exposición y familiarízate con los


detalles del local. Saluda a la mayor cantidad de personas y, si te sientes
muy nervioso, confiésales que te sientes nervioso, para provocar que digan
cosas positivas como: “No te preocupes, todo va a salir bien”. Eso ayuda.

4
Concentración

En vez de conversar previamente con los asistentes acerca de cosas ajenas


a la ocasión o usar el canal de tu mente para pensar “estoy nervioso”, usa
el tiempo y la conversación para hablar del contenido del discurso y nada
más que del contenido del discurso. No hables de otra cosa. Cuéntales
cómo vas a empezar, cómo vas a terminar, qué láminas vas a usar y en qué
orden. ¡No hables de otra cosa! Aprovecha la conversación para ensayar y
“medir” al auditorio.

¿Será mejor que otro lo haga por mí?


Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Sentirte incapaz de hacer algo que otro puede hacer (porque eres de
condición social o económica, o porque te avergüenzas de tu manera de
hablar) podría demostrar que tienes una debilidad. ¿Qué debilidad? Tal vez
digas: “Tú tienes mejores condiciones que yo para llevar a cabo esa misión
(tarea, asignación, meta, comisión o idea)”, sin darte cuenta de que, en tu
imaginación, la otra persona ha pisado con fuerza el plato de la balanza y te
ha elevado a la altura de una simple capa de polvo. Entonces te engañas
creyendo que tiene más imagen, más personalidad, mejor familia, mejores
ingresos, mejores referencias, mejores relaciones, más edad, más
capacitación, más currículum, más experiencia, mejor carácter, más
habilidad o más claridad de pensamiento que tú. ¡Te desprecias!

Como sugiere Kerry L. Johnson, reputado instructor de vendedores, a veces


puede deberse a uno o más de los cuatro temores autosaboteadores:
temor al rechazo, al fracaso, al ridículo o al éxito. En nuestra opinión, estos
cuatro pueden resumirse en una sola palabra: timidez, porque son
manifestaciones que se dan en las personas tímidas.

A veces el temor al rechazo está escondido. Por ejemplo, temes abordar a


alguien porque temes que te rechace diciéndote que está muy ocupado o
apurado o que tal vez ni siquiera se digne a darte una respuesta. Sientes
ansiedad de solo pensar que te dirá que no. Todo está en tu imaginación y
lo das por sentado.

A veces el temor al fracaso está escondido. Por ejemplo, has intentado diez
mil veces alcanzar cierta meta y ha sido como subir un cerro de arena.
Comenzaste de cero tantas veces que dejaste de ver la cima. Literalmente,
te rendiste antes de tiempo y te “convenciste” de que el éxito era para
otras personas, de que carecías de las cualidades esenciales para triunfar.
Te acostumbraste a proyectar una imagen de conformista.

5
A veces el temor al ridículo está escondido. Por ejemplo, cada vez que la
curiosidad o la inexperiencia te metieron en problemas, tus amigos,
parientes, maestros, proveedores o clientes se rieron y te sentiste mal. Te
diste cuenta de que lo mejor era convertirte en una persona perfeccionista
que sería incapaz de presentar un trabajo bien hecho, es decir, continuar
haciéndole correcciones indefinidamente y usarlo como pretexto de que
aún falta terminarlo. En realidad, se trata del temor de que se rían de ti.

Y a veces el temor al éxito está escondido. Por ejemplo, sabes que, si


aceptas el reto de mejorar ciertos rasgos de tu personalidad, mejorar tu
imagen, tarde o temprano tendrás que hablar en público y dar alguna
explicación o conceder una entrevista y responder preguntas. Por eso
prefieres refugiarte en una falsa modestia, alabando a otra persona y
animándola a recoger el trofeo que, en realidad, deberías recoger tú. Evitas
desarrollar tu personalidad porque intuyes que implicará enfrentarte a la
vida y a la responsabilidad de tomar grandes decisiones, lo cual significaría
exponerte al progreso y a lo que tanto te asusta: ser mejor.

Usualmente, las personas disimulan muy bien su temor al qué dirán,


¡porque rehúsan reconocer que sufren de timidez! Prefieren evitar o
posponer la toma de decisiones para huir de los comentarios pesimistas de
uno de sus padres, uno de sus hermanos, uno de sus amigos, uno de sus
compañeros de estudio o trabajo o de cualquiera que parezca haber
convertido la crítica punzante en su única ocupación conocida. Prefieren
que otros decidan por ellos en cuanto a si tomarán una Pepsi o una Coca;
aceptan las decisiones de los demás con tal de evitar que alguien se ría de
lo que decidan por ellas mismas. En el fondo les disgusta comportarse así,
aunque lo prefieren antes que hacer algunos ajustes.

¡Sí! Otro podría hacerlo por ti y ¿qué demostrarías? ¿Es realmente un


incentivo para ti meterte debajo de una piedra y observar cómo otros se
comen tus éxitos recogiendo el trofeo que te corresponde? ¿Te parece
edificante rebajarte a tus propios ojos hasta el punto de evadir la
responsabilidad de ir y hacer lo que debes hacer? ¿Hasta cuándo
pospondrás tu decisión de salir al frente de tus proyectos y reconocer que
tú eres el artista que está detrás de la pintura? La humildad es excelente; la
falsa modestia es orgullo disimulado. ¿Te gusta viajar con el equipaje?

Esto nada tiene que ver con presumir o volverte una persona famosa. Lo
que queremos decir es que ciertamente otro lo puede hacer en tu lugar,
solo que te costará el desarrollo de tu personalidad. ¿Verdaderamente
quieres eso?

6
La voz no tan humana
Pensemos en la siguiente situación: cuando el miércoles pasado una voz
nos anunció que al día siguiente nos harían una entrevista radial por
teléfono, consideramos: “Tómalo con calma”. Estaríamos de local,
llamarían a casa; como dicen los norteamericanos: take it easy. “Una
entrevista por radio. No es la tele ni el cine, solo la radio. Ja, ja, será como
hablar con alguien por teléfono”, y nos sentamos en el sillón cómodo. La
entrevista sería recién el jueves a las doce y cuarenta, y todavía era
miércoles a las diez de la mañana. Llegó mi mujer.

—Hola —me saludó y, viéndome particularmente inactivo, preguntó—:


¿Qué estás haciendo?

—Esperando que me llamen de la radio.

—¿Te van a llamar ahora? —me preguntó como si fuera lo más normal del
mundo que a uno lo llamen de una radio.

—No exactamente ahora —dije—. Mañana a las doce y cuarenta...

—¡Pero son las once de la mañana de hoy!

—Bueno, vos sabes cómo son los periodistas —expliqué.

Mi mujer se dio rápidamente por vencida. Retomó la batalla cuando a la


una de la mañana de ese miércoles yo aún no me había acostado.

—¿No vas a dormir? —me preguntó.

—Sí —dije—. Ya voy, ya voy...

Pero permanecía mirando por la ventana, con la esperanza de que mi


mujer se durmiera. Miraba por la ventana para averiguar si ya comenzaba a
ocurrir algo con respecto a mi reportaje, pues me han dicho que las ondas
radiales llegan por aire, y quizás ya hubiesen comenzado a enviarlas,
lentamente. A las cuatro me fijé si el teléfono tenía tono y creo que me
dormí. Me despertó su campanilla a las nueve de la mañana. Levanté el
tubo y dije:

—Bueno, mi opinión al respecto es que...

—Hola —dijo mi mujer del otro lado de la línea—. Salí temprano y quería
desearte suerte.

7
—¿Suerte? —pregunté con indiferencia—. ¿Suerte para qué?

—Para el programa de radio —me recordó ella.

—Ah, eso. Sí, no te preocupes. Casi me había olvidado.

Con una risa que me resultó algo irónica, cortó. Me senté nuevamente en
mi sillón negro…

—Alguna vez le hiciste preguntas a Alfonsín —me dije—. No podés ponerte


nervioso por un par de preguntas. Tenés que relajarte.

Me levanté del sillón y me fui a la pieza. Al rato, llamé por teléfono a mi


mujer a su trabajo: un hospital. Me preguntaron si era urgente. Dije que
muy urgente. Cuando me atendió, algo alarmada, le pregunté:

—¿Te parece que con la camisa blanca y la corbata azul voy a estar bien?

—¿Bien? —preguntó algo confundida—. Me dijeron que eras un paciente.


Camisa, corbata..., pero ¿no es una entrevista radial?

Ah... —recapacité—. Sí, sí, es radial. Discúlpame, nos vemos después.

Corté, fui hasta el espejo, me miré. Me cambié la corbata por un moño, era
más elegante. Y de pronto recordé un detalle en verdad importante: mi
voz. Tengo una voz aguardentosa, de dirigente de barrabrava de fútbol,
disfónica y escasamente entendible. Era posible que pronunciara el mejor
discurso del mundo y, por culpa de mi voz, que nadie entendiera un
comino.

Qué hacer. Me vino a la memoria que cuando hice mi barmitzvá me habían


recomendado tragarme dos huevos crudos para suavizar la garganta. No
recuerdo que me haya mejorado la voz, pero sí que estuve vomitando un
buen rato. Volví a intentarlo. Después de todo, la comunicación es
fundamental y merecía el sacrificio.

Tragué dos huevos crudos, creo que incluso uno de ellos estaba podrido.
Cosas que pasan. Estuve vomitando prácticamente quince minutos
ininterrumpidos; cuando finalmente no quedó nada dentro de mí, tampoco
tenía voz; apenas una carraspera ininteligible.

Sonó el teléfono.

—Bueno —dije—. En mi opinión...

8
—¡No! —grité luego de escuchar la voz del otro lado—. ¡No soy la señora
Mendelson! ¡La señora Mendelson murió! ¡Se agarró los dedos con la
persiana y murió, la velan mañana en el jardín botánico! —Y corté.

A las doce y treinta y nueve, el teléfono estaba mudo.

—Se rompió —me dije—. Estos tarados de Entel te rompen el teléfono


cuando más lo necesitas.

Y no me importó que Entel ya no existiera, habían regresado del pasado


para romperme el teléfono. Levanté el tubo: tenía tono. Lo corté como si
quemara. Si bien era cierto que esta gente de la radio estaba resultando
desconsideradamente impuntual (habían dicho doce y cuarenta, y ya eran
las doce y treintainueve con cuarenta segundos), quizás me estuvieran
llamando en ese mismo minuto y debía darles una oportunidad.

A las doce y cuarentaicinco, el teléfono continuaba mudo y decidí irme a


Europa. Estaba haciendo mis valijas cuando sonó el teléfono.

—Buenos días —me dijo una muy agradable voz—. Saúl Hochberger, de
radio Jai le habla...

—Hola, buenos días... —dije tranquilamente.

Y aunque la punta de la camisa se me había trabado en el cierre de la valija


y tuve que responder a las preguntas semiagachado, la conversación fue
estupenda.

Marcelo Birmajer
Ser humano y otras desgracias
® 1997 by Ediciones de la Flor (fragmento).

El autor nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1966. Además de los


cuentos de Ser humano y otras desgracias, incursionó en este género en el
suplemento de humor del diario Página 12, bajo el seudónimo de Berni
Danguto.

Sin embargo, la mayor parte de su producción literaria se inscribe dentro


del género policial y está orientada a los lectores adolescentes. Dentro de
sus obras, se destacan: Un crimen secundario, Derrotado por un muerto y El
alma al diablo.

9
Referencias
Ander Egg, E. y Aguilar, M. (2006). Como aprender a hablar en público. Buenos
Aires, AR: Lumen.

Birmajer, M. (1997). Ser humano y otras desgracias. Buenos Aires, AR: Ediciones
De La Flor.

Di Bartolo, I., Bustamante, A., Henry, E. L., Llabrés, C. G., Malatesta, N. O.,
Vilches, M. A.,… y Di Bartolo, I. (h). (2009). Para aprender a hablar en público.
Buenos Aires, AR: Corregidor.

Ruiz Orbegoso, M. A. (s. f.). ¿Será mejor que otro lo haga por mí? Recuperado de
http://www.oratorianet.com/rsp/Index/Index_OTRO.html

10

Você também pode gostar