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Rogelio Mendoza

Fue entre el tintero y la silla dura de pasta barata pero bellamente pintada de azul cielo, el suelo
ajedrezado como una red que atrapaba los pasos de los incautos, entre las hojas de papel pálido
bellamente apiladas en montoncitos románticos etiquetados con letras finamente cursivas, entre
el suave olor a lavanda que parecía emprender una batalla matutina contra los espiralados olores
a nicotina y café quemado que, con el paso de los meses y los años se calaron irremediables en la
camisa amarillenta, los puños y el cuello gastados por el roce de la piel y los malos jabones, la
mano fría, pálida de piel delgada dedos afilados y juguetones, suspiros largos y vistazos alargados
por la vagabundería de una mente demasiado vieja, un anaquel de recuerdos y ficciones propios
que se desparramaba cuando le asaltaba algún perfume intruso, una balada o aquella fotografía
que decidió esconder entre sus libros más preciados de la universidad, una tarea titánica que
debía emprender para reordenarlo todo aunque, había descubierto que se la pasaba mas fácil si se
ayudaba con una botella de vino, unas cervezas y una corta caminata por el parquecito de la
esquina de la casa, fue ahí en donde Julián se le atravesó por la mente y por primera vez ya no era
aquel viejo que doblaba y desdoblaba los mismos recuerdos y los mismos dolores de antaño.
Julián, Julián, si serás un pobre payaso, pensaba risueño mientras, sentado en la banquita del
parquecito tomaba el último sorbo de cerveza tibia y se disponía a encender el último cigarrillo de
la tarde.

Julián Castiblanco.

El “Ultimo renegado” que conoció este asfalto

Mi nombre es Julián, y muchos me dicen juli, o juliancho, la verdad me da igual de cómo los demás
decidan llamarme. Vengo de un pueblito muy pequeño situado cerca de Bogotá llamado cucunubá
tiene un nombre mas bien gracioso, siempre me sonó como a “curuba” pero en realidad es un
municipio que limita al Norte con Ubaté y Lenguazaque y al Sur con Suesca. Está cerquita de la
capital por lo que no dudé en comprarme una motico baratica que me encontré en una promoción
para llegar breve y poder trabajar arreglando celulares y vendiendo consolas de play y Xbox en un
San Andresito por la treinta y cada vez que me subo a la moto por carretera me siento como “el
renegado” la serie de ese mancito todo rudo que se levantaba a todas las viejas buenas y les daba
pata a los malos de cada lugar al que llegaba.

Mis amigos de colegio no tienen ambición, son miedosos y por eso les quite las novias, aunque
últimamente trato de no comprometerme tanto con las viejas por que se me va mucha plata y de
pronto voy y me enredo feo con alguna y eso no aguanta en este momento, asi que, como gano al
diario mi buena plata los viernes arranco para alguna wiskeria con un primo que le llaman disque
“el senseí”, nos vamos ambos en moto y cuando llegamos al frente del local hacemos sonar bien
duro las motos para que las nenas sepan que ya llegamos, luego, eso es una botella de
aguardiente bien cara, unos limoncitos y un puñado de maní ahí para convencerlo a uno de mucho
lujo, yo me charlo a las muchachas un buen rato porque siento que aprendo a entenderlas y
seducirlas cada vez mejor, aunque mi primo, el “sensei” no pierde el tiempo socializando, cuando
ya está entonado solo se me acerca y me dice: - Primito, cuídeme la chaqueta que ahí tengo los
papeles y la plata. Le dá un beso a la chica con la que yo estoy hablando y se va para el fondo del
pasillo a cumplir con su misión y trabajo de “sensei”.

-Son las luces danzarinas

Es la tiniebla, el humo, la noche misma la que permite que las sombras se alarguen.

Son los primos, los jefes, los padres y los hermanos los que danzan ante la hoguera multicolor

Son las huérfanas, las desposeídas, las hermanas y las madres las que se entregan como tributo

Ha de ser el humo, ha de ser nuestro folklore

Rogelio Mendoza.

Siempre fue lo mismo, amanecía y observaba en silencio las irregularidades del techo de madera,
aveces coleccionaba figuras o letras en las formas abstractas, divagaba hasta que sonaba el
despertador puesto que hace ya varios años, por algún motivo rutinario solía despertar muy
temprano. Caminaba descalzo a través del cuarto para que el frio penetrante le llenara de vigor, se
miraba largamente al espejo haciendo muecas automáticas, sin motivo aparente, pensaba y
pensaba hasta que, harto de pensar prendía la radio y escuchaba los deportes porque ya no
soportaba escuchar las noticias ni siquiera prender la televisión, lo consideraba un ejercicio inútil e
infértil, en cambio los deportes, la emoción del momento, los debates y los análisis futbolísticos
llenaban de una extraña distracción ligera cada mañana hasta la salida de su casa.

-Salgo a la ciudad, como si decir salir ocultara el hecho de que siempre estoy en ella

No, no salgo, mas bien la acepto, la integro sin convicción

Acá, en la ciudad deshabitada de los sensibles, ya sólo quedamos los muchos, los ruidosos

Acá, en donde la ficción máxima de creer que esto es todo lo que existe, fue consumada

Acá en donde todos caminan de frente sin saber hacia dónde van.

Rogelio Mendoza se encogió de hombros al verse hombre viejo, incrustado entre los canales de
adrenalina y empujones del transporte de la ciudad, él sabía que el trayecto era corto, y que sólo
debía soportar el noble tributo de ser servil, fingir gentileza y ser paciente, solo veinte minutos
apretados, sofocantes e impotentes…que eran veinte minutos.

Se acercaba a su destino, a dos estaciones de la liberación de los cuerpos y la masa presurosa,


enojada pero ansiosa de bienestar, una estación más pero algo andaba mal, el brazo izquierdo se
retorció inesperadamente y la presión del tumulto de gente se triplicó en su pecho hasta volverse
insoportable, Rogelio exhaló un alarido de dolor seguido por el grito de una mujer que pedía
auxilio, como pudieron los cuerpos abrieron espacio para permitirle desplomarse en el suelo, el
bus se detuvo paralizando la vía y encolerizando a los muchos hijos del bienestar y la ensoñación
citadina, sonó la sirena de una ambulancia y resultó que el señor Rogelio Mendoza, hombre
divorciado de cincuenta y seis años de edad y profesor universitario, había sufrido un pre infarto.
Julian Castiblanco

Libertad para todos…olvido para sí mismo.

Yo siempre he pensado una cosa, desde que uno empieza a volverse adulto uno se da cuenta que
manda el señor dinero y también que los que más tienen plata son los que tienen más claro esto,
aunque nosotros los humildes también podemos empezar a llenarnos de plata, mire, mi mamá me
prestó una plata para que no me arriesgara más de ir y venir en moto desde mi pueblito y más
bien me fuera a vivir a un apartamento, eso sí con cocina y su buen baño para que todo me
quedara más cerca y más fácil y la verdad es que ya me estaba amañando del todo acá en Bogotá y
es que cómo no si acá usted tiene todo tipo de plan por hacer, le dije a mi mamá que pronto le
pagaría la deuda pero creo que se está alargando mucho el plazo porque es muy jodido guardar
algo de plata cuando cada fin de semana le sale severo plan para hacer y también cuando uno
tiene más deudas por aquello de la motico y un crédito al que me metí porque me compré el
último celular que esta una joya con tremendo plan de datos.

Si uno no se da la buena vida no está es en nada, Bogotá me ha enseñado a que todo depende es
de uno mismo, si usted le tiene miedo a la pobreza o a no tener plata y es joven usted es todo un
pendejo porque es nada más que usted aprenda a conseguir “ (1) Camello” por internet,
caminándose las zonas de más gente o para que valla a la fija, mandarse un día completo en una
temporal laboral que ahí le sale a uno trabajo fijo, vea yo ya trabajé en un call center, de operario
en un supermercado, en una bodega; aunque de esa si me sacaron porque me rompí con un man,
o de operario con moto, que esa es muy buena porque usted maneja su tiempo y no se mata en
una oficina…etc

En fin, si se da cuenta usted acá es libre por que puede trabajar en muchas cosas y si se aburre
pues se sale y busca otro camello, es solo cuestión de ser berraco y de verdad querer tener su
plata.

Cuando usted va a las temporales hay unos huevones que se van todos lindos y arregladitos y a mi
me pare eso una estupidez porque ellos creen que la temporal es la misma empresa importante y
de plata que lo contrata a usted y eso no es verdad, la temporal es como un puente entre las
Verdaderas empresas de plata y los que postulamos para entrar a camellar con ellas. Yo me di
cuenta de esto desde la primera vez que fui a buscar trabajo y siempre que voy a una temporal de
una vez miro si la señora que atiende es bonita para echarle de una los perros, ganarme la
confianza y luego preguntarle si hay alguna oferta por ahí guardada que la gente no conozca bien
para postular, también me las gano y les llevo algo de comer como una empanada o un
chocorramo con perico, las hago reír un ratico y luego les doy mi watsapp para que me busquen y
de paso me cuenten si ha salido alguna buena bacante, así ya me he ganado como a seis viejas que
me han ayudado a trabajar breve y pues nada, yo les ayudo con lo de la pieza esa noche, si me
entiende…

(1) Camelus es un género de mamíferos artiodáctilos de la familia Camelidae que incluye a las
tres especies vivientes de la familia originarias del Viejo Mundo, que son denominadas
popularmente como camellos y dromedarios. Son animales ungulados nativos de zonas secas
y desérticas de Asia.
Rogelio Mendoza

De antaño, de siempre…Rogelio

-Por favor para la sala tres, un paquete de suero, un pañal para la incontinencia, y dos batas
provisionales, no sabemos cuánto tiempo requiera el paciente de reposo aún, tiene contracciones
leves, pero el pulso se estabilizó ya hace una hora, la respiración se normaliza y los ojos muestran
estado de sueño profundo.

-No solo los ojos doctora, este señor ronca como una Harley recién estrenada.

-Doctor Luis esto es serio.

-Rogelio Gómez Mendoza

- Acá estoy profe. Respondió un joven de cabello largo, cara larga y pálida. En su recuerdo se
encontraba atento y contemplativo en medio de la frescura de aquella mañana primaveral. Sus
largos dedos finos maniobraban ágilmente el esfero mientras tomaba notas velozmente y casi sin
mirar el cuaderno pues no le era permitido perderse ni un solo segundo de aquella clase, aquella
cátedra que le prendía los ánimos y le destapaba el corazón.

Aquel profesor brillaba y saltaba entre los asientos de sus alumnos, en una ocasión el suelo del
salón se inclinó hacia un costado haciendo que todos resbalaran hacia el extremo opuesto
asustados. – Que debemos hacer ahora, gritaba el maestro aferrado a una columna que sobresalía
en una esquina del salón. –Debemos con calma enunciar el porqué de esta anomalía en la
naturaleza. – Se aventuró a decir una chica alta y rubia de rizos danzarines. Pero el suelo seguía
levantándose.

-Debemos citar al materialismo puro o debemos dejar la metafísica a un lado. –Gritó pavoroso un
chico que se resbalaba cada vez más hacia la pared. –Bien Luis, pero que mas falta. –Replicaba
suplicante el profesor. Todos se miraban desconcertados y pensativos.

-Ya sé! – Finalmente intervino Rogelio, lo que debemos hacer es colaborarnos todos mutuamente,
tomarnos de las manos para así salir juntos de este salón, en orden y uno por uno.

-Asi es!. – Repuso el maestro contento. – Tomémonos de las manos y salgamos de acá, yo me
quedo en la cola para asegurarme de que todos hayan subido sin falta.

-Si señor!. – Respondieron animados.

Uno por uno subía con firmeza através de un suelo cada vez más empinado, los más flacuchos y
débiles lograron subir de primeras y los más fuertes se quedaron de último como apoyo, Rogelio
era de los últimos en subir a la comodidad del espacio ingrávido más allá del torcido salón de
clases .

Profesor, sigue usted gritaron dos alumnos y Rogelio.

El profesor saltaba tratando de agarrarse del marco de la puerta o de las manos desesperadas que
estiraban los alumnos más fuertes, una y otra vez se lanzaba en saltos agresivos hacia la salvación.
-Muchachos yo ya no doy más!. – Les dijo con resignación y serenidad desde el fondo del salón
que se hundía cada vez más

-Profesor usted no puede dejarnos así!. – Gritaba desesperado Rogelio.

-Profesor, no es justo. – Suspiró Rogelio mientras que a su alrededor desaparecían sus


compañeros de clase y luego aparecía el fondo de su casa, su cuarto, luego la ciudad que pasaba a
una velocidad vertiginosa, el rostro de su padre decepcionado que se transformó en un árbol de
alargada sombra y él arrodillado mirándolo, acariciando sus raíces.

De repente un silencio ingrávido.

-Aquel árbol Rogelio, estuvo siempre acá, contigo

Aquel árbol Rogelio, tan alto como las hojas que silban como rascando el cielo

Y tan bajo y profundo como recordándote, querido mío, que siempre estuvo a tus pies.
Julián Castiblanco

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