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Mi padre tenía la compañía del Espíritu Santo en ese momento para sentir,
saber y hacer lo que hizo aquel día. Había recibido la promesa, tal como
muchos la han recibido: “para que puedan tener su Espíritu consigo” (D. y C.
20:79).
Mi esperanza hoy es aumentar el deseo y la capacidad de ustedes de recibir el
Espíritu Santo. Recuerden: Él es el tercer miembro de la Trinidad. El Padre y
el Hijo son seres resucitados; el Espíritu Santo es un personaje de espíritu.
(Véase D. y C. 130:22). Ustedes deciden si lo reciben y le dan la bienvenida en
su corazón y mente.
Las condiciones bajo las cuales podemos recibir esa bendición suprema
quedan claras con las palabras que se pronuncian cada semana, pero tal vez
no siempre nos entren en el corazón y la mente. Para que se nos dé el Espíritu
debemos “[recordar] siempre” al Salvador y “guardar sus mandamientos” (D.
y C. 20:77).
Esta época del año nos ayuda a recordar el sacrificio del Salvador y que Él se
levantó del sepulcro como un ser resucitado. Muchos de nosotros guardamos
en la memoria imágenes de esas escenas. Una vez estaba junto a mi esposa
afuera de un sepulcro en Jerusalén. Muchos creen que fue el sepulcro desde
el cual el Salvador crucificado emergió como un Dios resucitado y viviente.
El respetuoso guía ese día nos hizo señas con la mano y nos dijo: “Vengan,
vean un sepulcro vacío”.
Nos inclinamos para entrar. Vimos una banca de piedra contra una pared,
pero a mi mente acudió otra imagen, tan real como lo que vimos ese día. Era
de María, a quien los apóstoles dejaron en el sepulcro. Eso es lo que el Espíritu
me permitió ver e incluso escuchar en mi mente, tan claramente como si yo
hubiera estado allí:
“y vio a dos ángeles con ropas blancas que estaban sentados, el uno a la
cabecera y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.
“Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi
Señor, y no sé dónde le han puesto.
“Y cuando hubo dicho esto, se volvió y vio a Jesús que estaba allí; pero no
sabía que era Jesús.
“Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que
era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto,
y yo lo llevaré.
“Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni!, que quiere decir,
Maestro.
“Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo,
y lo partió y les dio.
Las experiencias del profeta José Smith ofrecen una guía. Él comenzó y
continuó su ministerio con la decisión de que su propia sabiduría no era
suficiente para saber qué curso debía seguir. Decidió ser humilde ante Dios.
Luego, José eligió preguntar a Dios; oró con fe en que Dios le respondería.
La respuesta llegó cuando era un jovencito. Esos mensajes llegaron cuando
él necesitaba saber cómo Dios quería que se estableciera Su Iglesia. El
Espíritu Santo lo consoló y lo guio a lo largo de su vida.
He visto con cuánta frecuencia sus oraciones son a favor de las personas a
quienes ellos aman y sirven. Su preocupación por los demás parece abrir su
corazón para recibir inspiración. Eso puede aplicarse a ustedes.
Ella es como todos los que son grandes ministros en el reino del Señor.
Parece que hay dos cosas que ellos hacen. Los grandes ministros son dignos
de la compañía constante del Espíritu Santo y son merecedores del don de la
caridad, que es el amor puro de Cristo. Esos dones han crecido en ellos
debido a que los han utilizado para prestar servicio por amor al Señor.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros
para siempre:
“El Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni
le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en
vosotros.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que
me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”
(Juan 14:14–21).
Expreso mi testimonio personal de que en este momento el Padre está al
tanto de ustedes, de sus sentimientos y de las necesidades espirituales y
temporales de todas las personas que los rodean. Testifico que el Padre y el
Hijo envían el Espíritu Santo a todos los que tienen ese don, piden esa
bendición y procuran ser dignos de ella. Ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu
Santo entran en nuestra vida a la fuerza; somos libres de escoger. El Señor
ha dicho a todos:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré y cenaré con él, y él conmigo.
“Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo
he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice…” (Apocalipsis 3:20–22).
Ruego con todo mi corazón que escuchen la voz del Espíritu, el cual se envía
a ustedes muy generosamente, y ruego que siempre abran su corazón para
recibirlo. Si piden inspiración con verdadera intención y con fe en
Jesucristo, la recibirán a la manera del Señor y en Su tiempo. Dios hizo eso
por el joven José Smith y lo hace hoy en día por nuestro profeta viviente, el
presidente Russell M. Nelson. Él los ha puesto a ustedes en la vida de otros
hijos de Dios para que los sirvan por Él. Lo sé no solo por lo que he visto con
los ojos, sino, más poderosamente, por lo que el Espíritu me ha susurrado al
corazón.
He sentido el amor del Padre y de Su Amado Hijo por todos los hijos de Dios
en el mundo y por Sus hijos en el mundo de los espíritus. He sentido el
consuelo y la dirección del Espíritu Santo. Ruego que sientan el gozo de
tener al Espíritu como su compañero constantemente. En el nombre de
Jesucristo. Amén.
Conmigo quédate,
Señor;
el día cesa ya.
El manto de la noche cae
y todo cubrirá.
Sé huésped de mi
corazón;
posada te dará.
Conmigo quédate,
Señor;
ardió mi corazón
al caminar contigo hoy,
los dos en comunión,
y tu espíritu de paz
por siempre quedará.
Oh permanece,
Salvador;
la noche viene ya.
Oh permanece,
Salvador;
la noche viene ya1.