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Mujeres: la rebelión que no cesa

Por Adminmarzo 4, 2019 09:58

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A días de un nuevo 8 de marzo, la filósofa feminista Diana Maffía reflexiona sobre e l tutelaje
que el patriarcado aún impone sobre la vida intelectual, laboral, doméstica e íntima de las
mujeres, y de cómo la única salida es un profundo cambio cultural que incluye la protesta y la
disidencia.

Por Gabriela Navarra / Especial para más


Hace unos años, después de dar una conferencia, una mujer se acercó a saludarla: “Me
encantó escucharte —le dijo—. Se aprecia tu formación. Claro, podés estudiar porque no tenés
marido e hijos…¿Cómo? ¿Sí tenés? pero… ¿no sos feminista?”.

“La presunción de que si sos feminista sos lesbiana o de que nunca el beso de un hombre te
«rescató» siguen vigentes”, dice la filósofa Diana Maffía. Muchos interpretan al feminismo
como rechazo a los varones. Es rechazo, sí, pero no al varón sino al machismo y a la violencia
de los varones, algo que compartimos todas las personas feministas. También los varones
feministas”.

Maffía (65) nació dos días antes de la primavera y cuenta que el pap á rogó a todos los astros
que su primera niña viniera al mundo el 21 de septiembre en lugar del 19. No lo logró, pero ella
no parece haber heredado nada de aquella frustración paterna.

Doctora en filosofía, docente de la UBA, ex Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos


Aires, ex legisladora de la Ciudad, fundadora de la Red Argentina de Ciencia, Género y
Tecnología (Ragcyt) y actual Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo
de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, es muy dif ícil recorrer su vida sin olvidarse
de algo de lo que hizo o hace. Desde septiembre de 2018 también es Defensora de Género de
la edición impresa del diario Perfil, una novedosa posición para un medio argentino. Y está al
frente de Tierra Violeta, un polifacético centro cultural feminista.

Está en pareja con el mismo hombre desde hace años, con quien tiene dos hijos. Y es abuela
de dos nietos. Diana Maffía reconoce que tuvo que trabajar críticamente para comprender que
eso, tener marido e hijos, que parecía espontáneo era en realidad un privilegio. “Si yo hubiera
amado a una mujer me habría visto en dificultades que no viví porque amo profundamente a un
varón”, afirma. “Por haber tenido hijos no me vi en las dificultades de muchas mujeres que no
los tuvieron. Haber entendido que esto es un privilegio me fuerza mucho más a trabajar”,
agrega.

A días de un nuevo Paro Internacional Feminista previsto para el 8 de marzo, esta mujer de
serenos ojos azules, tan activa como lúcida, repasa algunas de las principales di ficultades que
enfrentamos las mujeres.

“En la Argentina existe una enorme brecha salarial: nosotras ganamos el 27% menos que los
varones por igual trabajo”
“Un problema importante es que no hemos salido todavía de una situación de tutela que se
expresa de múltiples maneras —reflexiona—. En 1921, cuando se sancionó el Código Penal,
las mujeres no podíamos votar, ni tener la Patria Potestad de nuestros hijos ni ser testigos en
un juicio o decidir solas un aborto porque se nos concebía como menores de edad pe rpetuas,
tuteladas por un varón que podía ser el padre, el marido, un hermano. Es un problema que
cuestiona nuestra capacidad para comprender y aplicar una norma. Y sigue vigente, por
ejemplo, cuando analizamos la capacidad de las mujeres de hacer ciencia y vemos que en el
Conicet ingresan la misma cantidad de varones y mujeres pero se llega a una meseta justo
cuando ellas están por tener acceso a su propio proyecto de investigación y a su propio
financiamiento. Mientras están al servicio de otro proyecto, está bien”.

—Respecto al acceso al aborto ¿la tutela parece más visible?


—Claro. ¿Cuál fue sino el problema del núcleo conservador intransigente? No fue si abortar o
no. Se aborta igual: hay al menos 500 mil abortos por año en el país. Y hay causales. La
resistencia es porque con este cambio el Estado dejará de apropiarse de nuestra capacidad
reproductiva y las mujeres no tendremos que dar explicaciones a un poder misógino y
patriarcal, al juez, al médico, al cura, sobre nuestras motivaciones y esperar que ese sujeto
determine qué hacer.

— Y en el mundo del trabajo, ¿cuáles son las principales tensiones?


—En la Argentina existe una enorme brecha salarial: las mujeres ganamos un 27% menos que
los varones por igual trabajo. Y en ciudades como Buenos Aires o R osario entre el 35 y 40%
de los hogares son mantenidos por una mujer. La informalidad es otro grave problema. El
servicio doméstico, por ejemplo, es mayoritariamente informal y la casi totalidad es hecho por
mujeres. Además, la disparidad también se da en el trabajo doméstico que hacemos en
nuestras propias casas. En México, donde se mide, representa el 20% del PBI.

—Pero nadie paga por este trabajo, a pesar de lo que aporta…


—Efectivamente. ¿Y quién se beneficia? No sólo el varón sino también quien contrat a a ese
hombre por un salario de supervivencia que no incluye que alguien le va a cocinar, limpiar y
tener su ropa en orden. Nadie paga por ese trabajo gratuito que además se espera que
hagamos. Y si bien la combinación de patriarcado y capitalismo es de gran reforzamiento,
tampoco oposiciones de izquierda ven en la masculinidad hegemónica algo a lo que tengan
que oponerse. Y muchas veces lo reproducen, comparten y defienden.

—A menudo se dice que somos las mujeres quienes lo reproducimos…


—Es que lo más trágico del patriarcado es que las mujeres, que somos sus víctimas, seamos a
la vez sus grandes transmisoras porque nos han delegado la función reproductiva de cuidado,
la primera educación. Es una trampa perfecta. Las mujeres formamos las mentalidades, la
reproducción de los roles. Queremos que nuestros hijos se adapten para ser felices. Si es gay
o lesbiana van a tener problemas; igual que si el varón no es fuerte y competitivo y la nena no
juega con brillantitos. En este modelo de felicidad, atado a la ada ptación, el patriarcado, como
todo sistema autoritario, tiene dos botones: el de la persuasión y los premios si te adaptás y el
del castigo si no te adaptás. Es un modelo de silencio y de aceptación para no incomodar que
se sigue imponiendo. Por eso chocan las pibas jóvenes que protestan, que se rebelan. Hay
una generación que irrumpe de golpe en el feminismo y que no negocia.

—Las chicas que muestran sus pechos, tan repudiadas…


—Es algo chocante. Muchas feministas dicen “no me representan”. Se pueden mostr ar los
pechos de una vedette, no de una pareja de mujeres en la playa. No el pecho de una mujer
que amamanta porque, dicen, no tiene que ver con lo público. Y sí tiene que ver. Porque si una
mujer está en la calle esperando el colectivo que tarda 45 minutos y es hora de la teta,
amamantará donde pueda. Está lleno de pechos que se muestran pero sólo son cuestionados
cuando no se muestran para el agrado de los varones. Las mujeres estamos entrenadas para
agradar al varón. La filósofa española Amelia Valcárcel habla de la ley del agrado para
advertirnos, incluso a las feministas, esta debilidad. Si querés cambiar el patriarcado, tenés
que cambiar críticamente su cultura”.

Leyes en vano
—¿Cómo operan estas desigualdades en el terreno político?
—Ahora varones y mujeres iremos en paridad y cremallera en los cargos públicos. Pero ¿quién
decide cómo se cubren esos lugares? Los cupos hay que ponerlos en práctica. En los
sindicatos, donde existen, no están vigentes y lo peor es que nadie lo exige. El Ministerio de
Trabajo no cita a los dirigentes diciéndoles que deben ir un hombre y una mujer. Recuerdo
muy bien la foto al inicio de la gestión de (Mauricio) Macri sentado con todos los sindicalistas.
Todos varones. Hay ejemplos, como el de Ushuaia. Ahí se aprobó una Ley Electoral Paritaria
en la gestión de la primera gobernadora mujer, Fabiana Ríos. Pero después se votó con boleta
electrónica y quedó formado un Concejo Deliberante totalmente masculino. El juez electoral
dice que sería complicado volver a votar. Ahí están, atornillados, pese a los reclamos.

—¿Subyace en este tipo de situaciones la idea de que las mujeres estamos por debajo,
que somos “subalternas”?
—Absolutamente. Y esto es un error categorial porque además de ser tratadas como una
minoría que no somos nos tratan como minoría subalterna. Hay una subalternidad de género
acompañada por muchas otras formas de subalternidad: una mujer blanca, una negra; una
rica, otra pobre; una capaz, la otra discapacitada; una migrante, una nativa. Estas
subalternidades se dan también en varones pero en la mujer es peor. Entonces en política te
dicen, por ejemplo: “Hay problemas más graves que las cuestiones de género, como la
pobreza”. Sí, pero están peor las mujeres, que son el 70% de los pobres del mundo.

“Si querés cambiar el patriarcado tenés que cambiar críticamente la cultura”


—Desde tu posición como directora del Observatorio Género en la Justicia, ¿cómo ves
el accionar de del Poder Judicial en los femicidios? A menudo la mujer asesinada ya
hizo denuncias, ya pidió protección
—Es que el sistema está totalmente desmembrado. La mujer que sufre violencia tiene que ir
de juzgado en juzgado. Esto hace que la linealidad en la que se ve cómo esta espiral de
violencia va aumentando no se perciba porque está dispersa en 10 juzgados distintos. Y en
todos los casos es la misma mujer la que tiene que llevar la orden cautelar a la comisaría de la
zona donde está el agresor para que la Policía se la comunique. El Estado no está presente
para eximir a la mujer de esa tarea, y esto la revictimiza todo el tiempo. También pasa que si el
hombre dice que quiere recuperar a su familia, rehabilitarse, algún juez lo hace regresar a la
misma casa donde fue denunciado por violencia o abuso.
—Es una descripción apabullante de un escenario parecido al infierno ¿Cómo se
remedia?
—En el Ministerio de Justicia se está trabajando en todo el país para que los Tribunales de
Violencia tengan a la vez competencia civil y penal, y además estén centralizados. Existe un
espacio de participación, Justicia 2020, (www.justicia2020.gob.ar) donde se aborda cómo
responder a estas clases de desafíos. Desde nuestro Observatorio investigamos una definición
de qué se entiende por violencia y sus distintas manifestaciones. A través de este trabajo, que
parece muy académico, buscamos que alguien que deba decidir si una causa ingresa o no a
los Tribunales de Violencia cuente con herramientas teóricas adecuadas para tomar una
decisión correcta. Hay mucho por hacer, lo sabemos. Y trabajamos mucho. Nuestro trabajo nos
apasiona.
Foto: Gustavo de los Ríos / La Capital
>> Grietas feministas
¿Cuál será el impacto del próximo del 8 M? “Después del año pasa do, que fue de máxima
visibilidad, surgieron rupturas. No son inocentes, porque aparecen además en un año
electoral”, señala la filósofa Diana Maffía.

“Se discutió si en el país se haría como un paro contra el gobierno de Macri —dice—. El paro
de mujeres es internacional, contra un sistema explotador e inhumano como el patriarcado, no
contra un político equis. Es a la vez menor y expulsivo plantearlo así, incluso con los
retrocesos en políticas públicas y presupuesto que le reclamemos a este gobierno”. Por otro
lado, detalla, hay un enfrentamiento dentro del movimiento feminista en relación a la
prostitución. Hay abolicionistas (que luchan contra la explotación sexual y el sistema
prostituyente) y reglamentaristas (que demandan que la prostitución se reconoz ca como
trabajo como vía para reclamar derechos).

“Soy abolicionista porque creo que el reglamentarismo protege al sistema prostituyente que
transforma el cuerpo de las mujeres en una mercancía -puntualiza Maffía-. Me parece una
argumentación individualista y que pierde de vista el sistema de explotación en el que están
encerradas muchas compañeras, sostenido sobre la supuesta idea liberal de que el cuerpo es
mío y con él hago lo que quiero. Algo similar se aplicaría en la subrogación de vientres, que
pondría en marcha otro proceso de explotación de la capacidad de gestar de las mujeres,
especialmente de las más pobres”. Otro problema que ha generado fuertes discusiones en la
preparación del 8 M es si incluir a todas aquellas que se autoperciben como mujeres más allá
de su sexo biológico, como las travestis y mujeres trans.

La filósofa explica que esta postura de grupos radicales que reivindican una marcha
“únicamente de mujeres” cristalizan una molestia que existe “desde que se empezó con los
derechos de la diversidad en los 90, algo que conozco bien porque tuve el privilegio de trabajar
20 años con Lohana Berkins”. “Para algunas, incluir a las trans haría invisibilizar décadas de
lucha porque si están ellas ya nadie habla de las mujeres biológicas, como un escenario donde
si se sube una trans se tiene que bajar una mujer. El retorno al biologicismo es un problema
grave. Se interpreta que ser mujer es tener vagina. Como si alguna vez nos hubi eran hecho un
tacto antes de una marcha”, dice.

https://diariofemenino.com.ar/mujeres-la-rebelion-que-no-
cesa/?fbclid=IwAR35dmSN943iE2HxQKDn78LSy1Njc7VZhGKcCAjMmDNI4pR0XpdOOw1qLR8

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