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¿Revolución? No, simplemente evolución


Juan Sheput

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Es muy probable que en el momento en que este artículo salga publicado, una mujer, Susana Villarán, sea alcaldesa de
Lima. Si estuviéramos en condiciones normales, en una sociedad previsible, no tendríamos que protegernos en el
condicional. En lugar de una posibilidad, haríamos una proyección, amparados en el desarrollo que nos brinda la
tendencia, la probabilidad.

Pero en el Perú de estos días, al finalizar la primera década del siglo XXI, los deseos de las mayorías pueden ser
cambiados por los caprichos de un conjunto de poderes fácticos que, desde la empresa, los medios de comunicación y la
Iglesia, se unen a intereses políticos para modificar el rumbo de los acontecimientos. No se quiere aceptar que el
stablishment, el elenco conocido, pueda tener otros protagonistas. Ese sacudón causa incomodidad, pues no solo
representa una manera distinta de ver las cosas, sino también una forma de entender la gestión pública, más alejada de
los que ven en ella una oportunidad de negocio y no una genuina vocación de servicio.

La presencia de Fuerza Social trae a la política una suerte de desafío al pensamiento único imperante. Con gran ímpetu,
desde el Gobierno de Alberto Fujimori se ha buscado imponer una sola visión respecto del tratamiento de los asuntos
públicos. Maquillados de liberalismo, la cosa pública es simplemente un asunto de inversionistas, ante el cual los políticos
son simples tramitadores del interés económico. En ese sentido, es cierto que la debilidad de la política ha permitido el
avance de otros sectores, fortaleciéndolos. Periodistas, empresarios, fungen de protagonistas en el ciclo de las políticas
públicas, ocupando el lugar que corresponde en el debate a los políticos. La incapacidad o corrupción de estos últimos ha
permitido este extraño patronato. En un marco así, la presencia de una idea novedosa, distinta, era fácilmente ignorada,
tergiversada, deformada, ridiculizada. Por más potente que aquélla fuera, si no iba acompañada de la persona adecuada,
el mensaje no calaba, se olvidaba.

Por ello, cuando Fuerza Social irrumpe en el proceso electoral, trae un mensaje de izquierdas distinto del imperante. Al
sentir más de lo mismo, los ciudadanos de la mil veces desesperada Lima buscaban con afán otra opción. Y así fue que
dieron con Susana Villarán, por méritos propios y porque el pueblo eligió. La protección de los acantilados, el enfoque
ecológico, la construcción de una Lima más inclusiva, eran elementos de un mensaje que transmitía una genuina
Ediciones preocupación social que, simplemente, no podía ser ignorado.

Revista 200 La posibilidad de confrontar posiciones y, a partir de la discrepancia, formar consensos, es el objetivo mayor del
Revista 201 debate en una sociedad que se quiere inscribir como desarrollada.

Revista 202

Fuerza Social no es una revolución. Es una evolución hacia formas tolerantes de practicar la democracia. La posibilidad de
confrontar posiciones y, a partir de la discrepancia, formar consensos, es el objetivo mayor del debate en una sociedad que
se quiere inscribir como desarrollada.

No debemos pues detenernos en la obstrucción que la desesperación ha traído en los que se sienten poseedores del
pensamiento único. La pérdida de exclusividad en la formación de opinión los ha delatado como individuos que, sin
argumentos, requieren de la vulgaridad o del acto simplón para recuperar posiciones. Es para ellos, independientemente
de los resultados, una batalla perdida. Sin embargo, saben que en la guerra por el poder, hay aún muchas contiendas que
dar.

Perú Posible sabe que debe estar atento a lo que se desate en la próxima campaña electoral. La posibilidad de que el
presidente García renuncie a su vocación de gran elector es mínima. Y, siendo así, sabemos que Alejandro Toledo no está
entre sus favoritos al sillón presidencial.

La democracia peruana es precaria porque no hay instituciones. Lo que tenemos es un tejido de organizaciones que se
despliegan, con entusiasmo, para cumplir con su deber. Ello no basta para construir institucionalidad. Así, la lucha por el
poder, tan cercano, se hace violenta, grotesca. La falta de instituciones, de partidos políticos, sólidos y constituidos, hace
que, en algunos casos, 12, 15, 20 personas intenten arrancharse una alcaldía, un gobierno regional, sin debate, sin
propuestas. Eso es lo preocupante: que el legado del segundo Gobierno de García sea una democracia precaria, sin
instituciones, sin predictibilidad.

De ahí que la responsabilidad ante las elecciones generales deba ser asumida por los partidos con una dosis de gravedad
y seriedad. Los defensores del establecimiento, que saben que están perdiendo relevancia y credibilidad, van a volverse
más exquisitos en sus estrategias. Ello implicará un cambio en la forma de desestabilizar candidaturas y un mejor manejo
del kairos, del tiempo oportuno, para administrar sus ataques. Ello debe tomar a las fuerzas políticas preparadas, sabiendo
que tienen de su parte a una sociedad que está empezando a tomar distancia de una de las herencias del
fujimontesinismo: la inmundicia electoral. Será inevitable que el ataque sucio aparezca en la próxima campaña. Pero se
pueden minimizar sus efectos a partir de un pacto ético que priorice la confrontación de propuestas por sobre la
justificación y la explicación reiterativa ante el ataque abyecto.

En los países con mayores niveles de desarrollo, los procesos electorales son fuentes de políticas públicas. Éstas se
construyen como consecuencia de un debate aceptable. La presencia de Fuerza Social, y de una izquierda moderna y

http://www.revistaideele.com/idl/node/725 31/10/2010
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tolerante, debe ser bienvenida para que un civilizado intercambio de ideas sea el punto de partida para la reconstrucción
de un sistema de partidos, de un adecuado tejido institucional, y así contribuir a la mejora de nuestra aún débil democracia.
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