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Acompañamiento Terapéutico.

El proceso de acompañamiento terapéutico podría definirse como “[…]una práctica socio-


comunitaria con funciones rehabilitadoras que suele emplearse como técnica complementaria
dentro de estrategias multidisciplinarias de intervención” (Rosique, Gonzáles de Vega & Sanz,
2014). Dentro de esta línea, un acompañante terapéutico es una persona cuyo trabajo gira en
torno no solo a un paciente con un mal determinado, sino también a un contexto social y
comunitario con el cual interactúa, a diferencia de un terapeuta convencional, de manera
constante. Su función se vincula a la contención y la asesoría, pero también a la coordinación de
esfuerzos y la integración de información, funcionando como una interesante herramienta para
obtener información cotidiana por parte de los profesionales de la salud mental que llevan el
caso del paciente. Ha de tener como cualidades ser sensible y empático a las necesidades del
paciente, siendo capaz de trascender la academia para adaptar su práctica a la vida real.
Asimismo, ha de ser proactivo y tener la capacidad de planificar de manera flexible estrategias
para resolver problemas complejos y distintos para cada paciente.

El proceso de acompañamiento integra en una compleja red de interacciones las actitudes y


saberes de un terapeuta, y la cotidianeidad de las labores de un enfermero. Así, el paciente
puede necesitar asistencia para comer, y el acompañante ha de estar dispuesto y capacitado
para apoyarlo, pero también ha de estar preparado para contener y canalizar las emociones
como frustración o vergüenza que el paciente pueda experimentar, con el fin de dirigir el
proceso hacia un crecimiento personal que permite al paciente aceptar con dignidad sus
limitaciones. No se trata de asistencia mecánica, pero el acompañante ha de estar dispuesto a
realizar labores como limpieza, compras del hogar, etc. Asimismo, no se trata de psicoterapia,
pero el acompañante ha de estar capacitado para permitir la integración de emociones del
cliente con el objetivo de brindar las herramientas para fomentar el crecimiento personal. Todo
depende del grado de participación en la vida cotidiana y del grado de necesidad de asistencia
mecánica que el paciente demande.

Así, con un niño que se opone a la autoridad y se pelea con sus profesores, el trabajo va de la
mano con establecer primero un rol de autoridad en el acompañante, para acto seguido
reestablecer la confianza en que las figuras de autoridad van a ser justas y van a permitirle
expresarse. Al mismo tiempo, ha de facilitar que el niño internalice progresivamente que no va
a conseguir ganarle a otras personas mediante el uso de la violencia. Por otra parte, en una
persona que sufre una severa depresión y que se ha aislado del mundo exterior, el trabajo
iniciará por reestablecer la capacidad para construir vínculos significativos con otras personas,
consiguiendo así despertar la capacidad de socializar y de establecer vínculos significativos.
Finalmente, en un paciente con Alzheimer el acompañante inicialmente brindará asistencia al
cliente con demencia, pero con el tiempo, extenderá su asistencia a los familiares del mismo,
ayudándolos a tomar las mejores decisiones para el bienestar no solo del paciente sino de las
personas cercanas a él.

Por lo general, se buscará siempre fortalecer y reforzar las conductas asociadas a las estrategias
que el terapeuta, psiquiatra u otro profesional esté aplicando, así como de brindar un constante
canal de retroalimentación con el cuerpo de profesionales de la salud y familiares que participen
del proceso del paciente. El acompañante no ha de ser una isla en un océano vacío, sino que ha
de fungir como hilo conductor entre el paciente y el cuerpo de médicos, psicólogos y demás
profesionales que estén apoyando en el proceso de mejorar la sintomatología del paciente.

Para más información, se recomienda la lectura de los siguientes artículos:


 Rosique, M. T., González de Vega, C., & Sanz, T. (2014). Acompañamiento terapéutico:
práctica y clínica en un hospital psiquiátrico. Revista de La Asociación Española de
Neuropsiquiatría, 34(123), 583–7.
 Saiz Galdós, J. & Chévez Mandelstein, A. (2009). La Intervención Socio-Comunitaria en
Sujetos con Transtorno Mental Grave y Crónico: Modelos Teóricos y Consideraciones
Prácticas. Psychosocial Intervention, 18(1), 75-88.

Mario M. Fiorentino Ferreyros.

C.Ps.P. 28361

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