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Pero los derechos del hombre requieren un fundamento racional (la existencia de
una razón natural objetiva y común a todos los hombres) y es precisamente lo que los
filósofos y teóricos del pensamiento político no han acertado a hallar. Esto explica, en
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parte, que otro ideario racionalista de signo completamente distinto, el marxismo, haya
sobrevivido durante tanto tiempo. En su caso, lo principal no eran los derechos del hombre
individual, sino lo de la colectividad.
La física se encontraba en una situación grave a comienzos del siglo XX: algunos
fenómenos luminosos descubiertos se hallaban en condiciones de ser explicados sobre la
base de una teoría corpuscular de la luz, pero eran inexplicables en el marco de la teoría
ondulatoria. La corriente física en boga a finales del siglo XIX fue la energetista: en el
centro de todas las consideraciones sitúa a la energía, erigida como substancia de toda la
realidad. La Física resulta ser así un juego de transformaciones y modificaciones de la
energía (de mecánica a calorífica, de térmica a eléctrica, etc.), siempre salvaguardada por
el principio de transformación de la energía. Pero al llegar el siglo XX (descubrimiento en
1897 del electrón por J.J. Thomson, de la radioactividad por Marie Curie, y propuesta del
modelo de átomo por Rutheford) el atomismo vendría a acabar con esa construcción
simplista de la realidad.
Pero ante la dificultad de determinación de dicha "función onda" pese a los intentos
de Schrödinger, Max Born introduce el concepto de "probabilidad" de encontrar un
electrón en un entorno: esta misma tendencia probabilística va a imponerse en amplios
campos de la ciencia, como sustitución de la noción de causalidad.
A la altura de ese crítico año (desde muchos puntos de vista) de 1929 la física
atómica se resiste a dejarse explicar por la mecánica newtoniana, y debe crearse desde cero
la "mecánica cuántica", para explicar el mundo de las partículas subatómicas: Einstein,
Borh, Schrödinger, Werner Heisemberg, Louis de Broglie participarán de esa construcción.
En el ámbito teórico y hasta cierto punto filosófico, el resultado más notorio fue la
formulación del famoso principio de indeterminación. Posteriormente, Bohr aportaría una
lectura del mismo a partir de su principio de complementariedad.
Las consecuencias filosóficas que de ello suelen extraerse son principalmente dos,
y conciernen a la noción de "objeto físico" y a la de causalidad. La mecánica clásica
postulaba que un objeto material debe poseer en todo momento una posición y una
velocidad (y por tanto un impulso) bien determinados. Un electrón y otros entes
subatómicos no pueden poseer una posición y velocidad bien determinada: ¿son pues
objetos físicos?
Borhn sostiene que en física no se puede hablar de "realidad" más que en la medida
en que se haga referencia a las "invariantes observacionales". Un electrón posee una carga
e, una masa m y un determinado spin s; sean cual fueran las circunstancias y las
condiciones experimentales en las que se observe un efecto que la teoría atribuye a la
presencia de electrones, se encontrarán los mismos valores para dichas magnitudes e, m, s.
Pero "la posición y la velocidad no son invariantes observacionales", sino que su valor
depende de las condiciones que se impongan cada vez a los experimentos con los que
intentamos medirlos. Es decir, queda introducido un principio de inferencia del observador
en los resultados de su observación, un subjetivismo por necesidad.
Tras la interpretación de Bohr, comienzan a ser desechadas por buena parte de los
físicos ideas tan arraigadas como la de realidad, separabilidad, localidad, completitud. Lo
que se investiga no es la "realidad objetiva", "sino la naturaleza tal como se nos presenta a
través de los aparatos de medida". La nueva terminología que obliga a adoptar los
descubrimientos de la física incluye entre sus lugares comunes términos como
"incertidumbre", "observadores", "ondas de probabilidad"... En definitiva la física se
contenta con aproximaciones matemáticas a los fenómenos de la naturaleza, de una
naturaleza que se admite necesariamente alterada por el propio observador.
En definitiva, la relatividad supone una ruptura radical respecto de las nociones que
son útiles en la vida cotidiana, respecto a nuestra absolutamente limitada capacidad de
captación de la realidad. De tal modo que, en su fase apicular, su adopción conducirá a la
creencia, más o menos generalizada, de la falsedad de los conocimientos humanos y sus
formas de representación (desconfianza hacia posibilidad de determinación).
El espacio es concebido por Einstein como curvo, lo que supone que la distribución
uniforme de materia no implica la presencia infinita de materia ni su tendencia a reunirse en
una masa única. La simplificación extrema de las teorías de la relatividad implica el admitir
a las galaxias, que en astronomía se consideran los agrupamientos más amplios de estrellas,
como constituyentes mínimos del universo: la distribución de la materia es constante y su
densidad tiende a cero.
Los derroteros por los que discurre la cosmología más reciente son hijos de la
aceptación del principio de indeterminación. Frente a quienes propugnan que las
condiciones que dan origen a la formación de un universo apto para la vida, para al
desarrollo de una especie con capacidad de reflexión como la humana, otros científicos
llevan el principio antrópico a la base de las explicaciones cosmológicas. Así, dan la vuelta
a la cuestión "¿cómo es posible que haya en el universo seres pensantes?": éste universo
sólo es uno de los infinitos universos posibles.
"Es mucho más razonable rechazar todas las teorías de un universo cerrado: la de un
universo cerrado causalmente tanto como la de uno cerrado probabilísticamente,
rechazando por tanto el universo cerrado concebido por Laplace y el contemplado por la
mecánica de ondas. Nuestro universo es en parte causal, en parte probabilista y en parte
abierto: es emergente."
2. LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA.
Pero no se trata sólo de un aspecto ideológico, o que afecte a las formas de vida e
información. Como es sabido, existe un subsector económico llamado a protagonizar en un
futuro inmediato una variación absoluta del sistema económico, debido a los cambios
introducidos por las redes de comunicación y las nuevas tecnologías de la información.
Dichos cambios tienen unas consecuencias aún difícilmente previsibles, pero entre
las que ya se han adivinado algunas:
Los aviones a reacción, con sistema de propulsión a chorro, son otro de los
derivados de la investigación militar. Durante los años 50, dicho sistema revolucionó la
aviación comercial, a partir de la creación del Boeing 707 y el Douglas DC–8
norteamericanos, progresivamente más rápidos y de mayor autonomía. Sin embargo, en los
años 70 serán desplazados por aviones más económicos y silenciosos como los Jumbo, y en
1976 ya se dispone del primer avión supersónico de transporte, el Concorde.
Uno de los avances más recientes en el campo tecnológico no tiene tanto que ver
con el descubrimiento de nuevos campos productivos ni nuevos materiales, sino con la
propia organización del trabajo, con la especialización en el diseño de formas de organizar
las factorías que suponga un ahorro, básicamente prescindiendo de la mayor cantidad
posible de mano de obra. En su último utilitario, la marca Renault invirtió más de 2.000
millones de pesetas sólo en el diseño de la forma de producción en fábrica de dicho
producto. El futuro de buena parte de las economías de escala depende de dicha reducción
en los costes laborales, existiendo factorías en Japón donde la producción se encuentra
totalmente robotizada.
Otro cambio que afecta a las relaciones entre la sociedad y la tecnología tiene que
ver con el papel que crecientemente han adoptado las universidades con relación a las
empresas: el traslado de una investigación teórica hacia campos más productivos, en
ocasiones denominada "I+D". Las grandes empresas comenzarán a tener sus equipos de
investigación y complejos laboratorios, en ocasiones con relación con las Universidades
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(especialmente en Japón y EE.U.): de dichas colaboraciones surgieron el láser, el PC, etc.
3. LA SOCIEDAD POSMODERNA.
"La crisis del occidente contemporáneo", como señalara George Bernanos, es ante
todo intelectual, del campo de las ideas: "El drama de Europa es un drama espiritual, el
drama de la mente." El discurso prometeico de la Ilustración, de la razón, muestra en los
albores del siglo XX la incapacidad en cuanto a principio rector para alcanzar el paraíso
prometido. El lugar que antes estuvo reservado a la fe religiosa no pudo finalmente ser
rellenado por la creencia en otro ideal de vida, pese a los intentos racionalistas, como señala
Habernas.
Desde el punto de vista social, la revolución tecnológica ha creado desde los años 60
lo que Daniel Bell, un prestigioso sociólogo, ha calificado como la “sociedad
posindustrial”, primero gestada en EE.UU. y luego desplazada al resto de los países
desarrollados. Sus características fundamentales, en oposición a la sociedad industrial
(aquella en la que la producción se entendía como sólo aplicada a bienes tangibles, a
“cosas” materiales), podrían ser los siguientes:
4. GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA.
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A este proceso podemos calificarlo como “globalización” del proceso de producción, o
simplemente economía globalizada.
Ante esta situación, se han desatado en la última década del siglo XX guerras
comerciales más o menos encubiertas entre Japón y EE.UU., o entre EE.UU. y la Unión
Europea, desarrollándose todo un sistema de pugna por adquirir ventajas en las diferentes
áreas del mercado mundial: se definió el Tratado de Libre Comercio o NAFTA entre
Canadá, EE.UU. y México en la era Clinton, y acuerdos preferenciales entre la Unión
Europea y países norteafricanos o Turquía y Latinoamérica, e incluso en 1999 los
acuerdos chino-estadounidense fueron un punto crucial para la mundialización
económica.
Observando las estadísticas económicas internacionales parece evidente que se ha
producido un aumento general de la riqueza mundial en las últimas décadas. También se
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puede afirmar que se han registrado algunos avances socioeconómicos generales
destacables, sobre todo en temas sanitarios y educativos. Pero, a pesar de estos datos
favorables, los beneficios de la globalización no se han repartido equitativamente. De
hecho, la desigualdad en la riqueza de los países se ha mantenido bastante estable desde
hace casi cincuenta años; los países ricos se han hecho un poco más ricos mientras que los
países pobres se han hecho un poco menos pobres.
5. BIBLIOGRAFÍA.
CASSASSAS, Jordi: La construcción del presente. El mundo desde 1848 hasta nuestros
días. Barcelona, Ariel. 2005.
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