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III.

Espacio y Marginación

En el presente capítulo revisaré cómo el espacio que se nos presenta en la novela

Fuerzas Especiales (2013) retrata, por una parte, una marginación política, y por otra, una

marginación judicial. La diferenciación que decido hacer en torno a la marginación

corresponde al intento de clasificar el tipo de exclusión que se ejerce a través del espacio en

la novela, para que, en el tercer capítulo de esta investigación, me sea posible proyectar qué

tipo de vidas son las que está produciendo –de manera consciente, o no- Diamela Eltit en su

escrito. Por ello es que revisaré, primero, de qué modo la escritora articula los espacios en

su narrativa, para posteriormente analizar, por un lado, qué tipo de diálogo sostiene la

configuración espacial de la novela con el panorama post dictatorial de las políticas

asociadas a las viviendas de bloque, y por otro, con el funcionamiento disciplinar y judicial

carcelario. Dos aristas que nos permitirán leer dicha configuración como un «espacio de

excepción»: eje articulador de la perspectiva biopolítica de Giorgio Agamben, quien ensaya

la producción sistematizada de «vidas desnudas».

1. El espacio en la narrativa de Diamela Eltit

Diamela Eltit, intelectual sobresaliente en los campos académico-literarios de Chile

y Latinoamérica, se reconoce a sí misma como una observadora focaultiana 1 . Su obra

narrativa, por ende, está sumamente influenciada por teorías que explican exhaustivamente

el funcionamiento del poder, de las cuales se sirve e incorpora como elementos subyacentes

a sus escritos, los cuales, si bien no aluden directamente a dichas teorías, develan

1En la entrevista que Adrián Ferrero le realiza a Diamela Eltit, publicada en el año
2011 en la revista Confluencia, la escritora reflexiona en torno a sí misma a través de
Foucault, señalándose a sí como una persona disciplinada. (Fuente:
http://www.jstor.org/stable/41350547?seq=2#page_scan_tab_contents )
explícitamente cómo la abstracción filosófica respecto al poder se materializa en el

cotidiano humano. Felipe Oliver, doctor en literatura de la Pontificia Universidad Católica

de Chile, en su artículo titulado «Mano de Obra. El supermercado por dentro» se refiere a

lo dicho recientemente, y agrega que, en ese sentido, identificar cómo funcionan los

espacios en la narrativa de Eltit es de suma utilidad pues funcionan como una constante que

se articula en torno al encierro, señalando además que “La obsesión particular de Diamela

Eltit que permite agrupar todas sus obras es el ejercicio del poder. (…) Es decir, como el

conjunto de prácticas propias de los Estados modernos tienen por objetivo subyugar los

cuerpos y controlar a la población. Sea por su condición económica, étnica o sexual, los

personajes de la autora habitan siempre espacios marginales” (77). En este sentido, vale que

a continuación profundicemos en la articulación textual y contextual del espacio que nos

presenta la escritora en Fuerzas Especiales (2013), pues la mayor parte de los

acontecimientos que se nos narran en la novela se desarrollan en un espacio hermético en el

que destaca una arquitectura de bloques. Dicho hermetismo se manifiesta en la ausencia

descriptiva de otros espacios. La protagonista, al dar cuenta de su tránsito incesante entre

los bloques y el cíber, establece una diferencia entre su zona (los bloques) y el centro (todo

lo que está fuera del cuadrante bloque), al que nunca visita pero que reconoce como algo

externo y opuesto. Pese a la evidente ficción que comprende la novela, la descripción y

distribución espacial que en ella reside no se aleja de la realidad social y arquitectónica del

Chile actual. Lo interesante, en este caso, y con la intención de interpretar la representación

que Diamela Eltit erige en torno a las viviendas de bloque, es repensar el recorrido político

al que han estado sujetos estos tipos de vivienda que, lejos de figurar solo como una

alternativa arquitectónica de bajo costo, comprendían tras de sí proyectos de orden social.


1.2 Política arquitectónica

En Chile las viviendas de bloque se remontan al gobierno de Eduardo Frei Montalva,

período comprendido entre los años 1964 y 1970. Durante su presidencia impulsó un

programa habitacional que buscaba hacerle frente a un segmento no menor de una amplia

masa de sujetos que, desde mediados de siglo y atraídos por los beneficios económicos del

centro, migraban a la ciudad sin poder establecerse como propietarios. “El gobierno de Frei

Montalva se propuso atender preferentemente a los sectores de más bajos ingresos de la

población (…) todo esto en el contexto de una política de integración y participación social

dirigida por el Estado y el partido dominante cuyo contenido ideológico proclamaba las

virtudes de la comunidad popular” (Arriagada et al. 128).

Con el fin de llevar a cabo su plan de reorganización habitacional creó instituciones

tales como el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, la Corporación de Servicios

Habitaciones, la Corporación de Mejoramiento Urbano, y la Corporación de Obras

Urbanas. Todas ellas perseguían el fin de organizar los espacios no solo a un nivel

arquitectónico, si no también social, impulsando un desarrollo local que naciera desde la

comunidad. Eduardo Frei en Un mundo nuevo, libro publicado en el año 1973, explica

cuán importante era la integración de las capas más bajas de la población chilena para el

desarrollo de las políticas de izquierda, apuntando a un esquema organizacional que,

además de mejorar la calidad de vida de las personas a través de la entrega de viviendas, les

otorgara a las mismas la posibilidad de ser partícipes de sus propios procesos de desarrollo

a través del análisis de su entorno. Eduardo Frei Montalva, respecto a ello, señala que “en

la sociedad comunitaria, el Estado, los partidos políticos y el Parlamento pueden realmente

ser no sólo entidades de poder, sino además agentes verdaderamente eficaces para

representar y defender los intereses generales de toda la comunidad” (Frei, 124). Más
concretamente, su plan se llevó a cabo a través de la implementación obligatoria de las

juntas de vecinos, que en su período alcanzaron una cifra aproximada de 3500 a nivel de

país. “La política de vivienda debía mantener la actividad económica, responder a

reivindicaciones urgentes y acrecentar la integración institucional de los marginales

urbanos” (Arriagada et al. 129).

Con la llegada de la dictadura al poder, en el año 1973, se reforman también las

instituciones de vivienda y urbanismo en Chile. Los lemas promulgados por Eduardo Frei y

Salvador Allende que consistían en que la vivienda era un derecho y que el Estado debía

garantizárselas a la población, se ven inmiscuidas en una nueva consigna con matices de

corte económico: “El nuevo enfoque habitacional se refleja en la corrección de conceptos,

en que «La vivienda es un derecho que se adquiere con el esfuerzo y el ahorro, en que

familia y Estado comparten responsabilidad»” (Carrasco y Sepúlveda, 29). Si consideramos

que la organización política alcanzada en los dos gobiernos anteriores impulsó a las capas

más bajas de la sociedad a exigir su derecho a suelo a través de la ocupación de terrenos, la

irrupción de la dictadura no viene a significar, a través de dicha propuesta subsidiaria, más

que un quiebre fatal. Es justo aseverar lo anterior porque precisamente esas masas

movilizadas no alcanzaron a conseguir los beneficios de años anteriores, y porque además

su poder adquisitivo ingresó a una brecha permanente que, por medio del endeudamiento y

los bajos salarios recibidos por el grueso de la población, los condenó generacionalmente a

un margen inalterable que las políticas económicas no buscaban subsanar. Si bien en el

período que comprende los años 1973 a 1989 (con las mejoras técnicas, el subsidio estatal y

la participación económica de entidades bancarias privadas) se urbanizó la capital y gran

parte de la población obtuvo acceso a viviendas propias, se inició a su vez una nueva forma

de concebir los espacios de margen (específicamente, la zona de bloques), ya no a través de


una misión integradora sino a partir de una fragmentación a nivel político. En la dictadura

se identificaba a estos espacios populares como sitios que en algún momento lograron

albergar a la ideología enemiga, recibiendo las periferias una violencia estatal desmedida

que no sólo fracturó toda organización comunal sino que además convirtió a las juntas

vecinales en un micro aparato de vigilancia2.

1.2.1 Del micro aparato de representación social al micro aparato de vigilancia

La novela de Diamela Eltit, si bien no realiza ninguna referencia directa a la

dictadura militar chilena, retrata cómo en una época en que la misma pareciera no tener

alcances evidentes, persisten ciertas formas de violencia. La escritora es consciente de que

“la dictadura (…) se refleja no sólo en espacio del afuera, sino en la propia manera como

cada quien internaliza el poder y, de alguna manera, habla por medio de él, porque se tiende

a simplificar la dictadura en la cuestión militar cuando en verdad hay una gran relación

entre ésta y el mundo civil” (Rojas, 53). La transformación de las juntas de vecinos es

precisamente una de estas formas de violencia, porque, como ya veíamos hacia el final del

apartado anterior, la pérdida de valor representativo de estas micro instituciones se condice

con la introducción, aumento, y naturalización de la vigilancia en las mismas pues, desde la

llegada de la dictadura al poder, las juntas vecinales revistieron su significado inmediato y

pasaron de ser organismos representativos a entidades represivas, transformándose en bases

operativas de la DINA y la CNI3. En la novela podemos ver cómo se les sigue identificando

2 En la comuna de Peñalolén, conocida por su paisaje de viviendas habitacionales de bloque, es bien conocida
–al menos por la memoria colectiva del sector- esta estrategia militar separatista encarnada en la ambigua
figura de Osvaldo Romo, quien fue dirigente vecinal de la población Lo Hermida y utilizó su cargo para
recabar información de la comunidad y entregársela a las entidades de vigilancia que violentaron a los sujetos
identificados como opositores a la dictadura.
3
La dictadura militar impuesta en 1973, en su afán de exterminar a quienes consideraba como el “enemigo
interno”, creó una extensa red de espionaje político que funcionó dentro y fuera del país. En esta red
participaron tanto militares como civiles, utilizando toda la infraestructura del Estado que estuvo a su
con la época de dictadura, pese a que para el común de la sociedad -de esta sociedad

democrática- la dictadura se haya acabado, materialmente hablando, con la retirada de las

fuerzas armadas del espacio civil. Uno de los personajes de Fuerzas Especiales, el Omar,

dice “que la junta número treinta y dos, de corte paramilitar, mide metro a metro la

densidad humana en los bloques e incluso consideran ritualmente los centímetros.” (Eltit,

121). Este fragmento, además de categorizar a las juntas vecinales como un organismo

paramilitar, nos habla de la nueva tarea de estas micro instituciones, las cuales empiezan a

llevar a cabo una labor de registro que funciona a modo de censo humano y espacial, que

oprime a los sujetos a partir de la vigilancia. El mismo personaje, paranoico por el efecto

que provoca en él el hecho de que lo vigilen, dice que “la junta de vecinos número treinta y

dos está aliada a uno de los grupos de fuerzas especiales de los pacos y que ambos, la junta

y los pacos, lo tienen a él en el centro de sus operaciones (…) que pretenden desalojarlo de

su departamento porque quieren entregarle sus treinta metros a una de las familias de los

sin casa que le pasan datos a la policía” (120-121). En la novela, la amenaza constante de

los “sin casa” hace visible dos cosas: por un lado, evidencia esa brecha económica de la que

hacíamos mención más arriba, pues las políticas habitaciones, al no asegurar la vivienda

como un derecho, abogan por la mantención de un segmento humano desplazado; y por

otro lado, estratégicamente hablando, la mantención de esta brecha nos habla de cómo el

alcance. Los servicios de seguridad y represión intervinieron ministerios, municipios, juntas de vecinos,
universidades, etcétera. Los civiles que participaron del régimen tuvieron un papel no menor en estas
actividades solapadas, convirtiéndose en la práctica en soplones de los militares (como es el caso del actual
diputado Alberto Cardemil), intercambiando información con los aparatos clandestinos de las fuerzas armadas
de manera permanente, en especial con la DINA primero y luego con la CNI. Estos casos son muy bien
explicado por los autores de Asociación ilícita. Los archivos secretos de la dictadura, argumentando con
respaldo de documentos confidenciales –y oficiales- de la dictadura, varios de los cuales son reproducidos en
el volumen. (Por Alejandro Lavquén, en http://letras.s5.com/ala261012.html)
poder estatal encuentra aliados en dicha población de margen para completar la práctica de

la vigilancia. Los “sin casa” no forman parte del cuadrante bloque, y al estar en un

escalafón más bajo que los marginales que habitan los mismos, tienen la opción de

conseguir una vivienda siempre y cuando puedan aliarse a quienes tienen el control de la

zona, que serían los agentes de represión estatal. Ante la amenaza constante de que “los sin

casa” logren, a través de su trabajo vigilante, hacerse de viviendas en el espacio de bloques,

la protagonista de la novela revela —a través de una voz colectiva— que “creemos que [los

policías] pretenden infectarnos o infiltrarnos de asombro y de inseguridad” (Eltit, 67). Y

claro está que lo consiguen, pues pudimos leer en las palabras de Omar y también en las

palabras de la protagonista, atisbos de paranoia.

El quiebre que producen las políticas de dictadura, entonces, se basa, entre otras

cosas, en la introducción de la desconfianza entre pares, lo cual tiene como efecto, por un

lado, una incredulidad política que establece la inutilidad representativa de los organismos

vecinales, y por otro, que la vigilancia y registro se sistematice al punto de naturalizarse

como práctica, hecho que elide la potencia organizacional comunitaria a partir del uso que

el poder estatal, en la novela, le da al segmento humano más marginal, que serían los “sin

casa”. Más concretamente, y para terminar con este apartado, podemos ver la transición del

micro aparato de representación social al micro aparato de vigilancia, a partir de la lectura

del siguiente fragmento: “Dice que su padre fue uno de los gestores de esa junta [de

vecinos] pero que sus antiguas conexiones no le han servido para nada” (Eltit, 121). Si

creemos en el supuesto de que la novela Fuerzas Especiales (2013) enmarca en su

textualidad un universo de hechos que se condice contextualmente con la realidad marginal

del Chile actual: heredero de políticas que se aplicaron en dictadura y permanecen hasta

nuestros días, se nos hace posible conjeturar, a partir de esta cita, sobre la distancia
generacional entre quien aparece como gestor de una Junta vecinal y su hijo. Asumiendo

que existe una brecha de al menos tres décadas entre padre e hijo, es que podemos ver

cómo en el tiempo actual el grado de dominio de un gestor vecinal, por ende, sujeto político

de su tiempo, está reducido al extremo de no tener influencia en el organismo del cual fue

partícipe. La dictadura: evento intermedio entre la labor de gestor vecinal y la nula

influencia del mismo, viene a remplazar a los agentes políticos de las juntas vecinales por

sujetos que eliden el trabajo comunitario y despreocupan su entorno para centrarse en las Commented [A1]: Eliden es una palabra muy suave
contemplando que lo que sucedió en las junas vecinales
fue debido a la irrupción que generó la dictadura. Pensar
demandas exigidas por los aparatos represivos del poder. Así, las juntas de vecinos en otra palabra.

transforman el direccionamiento para el cual fueron pensadas. Frei Montalva entendía que

su funcionamiento era dirigido de abajo hacia arriba, es decir, que las comunidades

organizadas podían levantar demandas ante entidades mayores tales como los municipios.

Por el contrario, la Junta militar viene a desarticular lo anterior: se impone un

funcionamiento de arriba hacia abajo, siendo las juntas vecinales las que empiezan a

trabajar para entidades mayores que determinan la labor de las micro instituciones con el

fin de alcanzar, a través de éstas, la obtención de beneficios dirigidos desde y para el poder.

A partir de la dictadura estos micro organismos desviaron su atención del desarrollo

comunitario y, contrario a ello, empezaron a ser focos desde los cuales el poder, gracias a

sus nuevos súbditos, mantuvo vigiladas a las comunidades de margen, las cuales perdieron

elementalmente su influencia y participación política. Importante, en este sentido, se hace

destacar la figura del “sapo”, que desde la dictadura se instaló en el lenguaje de los sectores

de oposición4 para hacer referencia a aquellos sujetos que transitaban en círculos opuestos

4 La figura del “Sapo” es de uso común en medios actuales que mantienen editoriales explícitas de
oposición no solo a lo ocurrido en dictadura sino también a las herencias de la misma en la sociedad
actual. Si en el buscador de google insertamos las palabras “sapo” y “dictadura” y le damos click a
buscar, medios tales como El Clarín, Gamba, Red, entre otros, nos ofrecerán titulares como: “SAPO DE
a la dictadura y que, a través de cumplir el rol de vigilantes infiltrados, entregaban

información a los organismos represivos de la época. El “sapo”, entonces, tendría su

equivalente en la novela en la figura de los “sin casa”. Sujetos necesarios para que se pueda

llevar a cabo la desarticulación de la comunidad que, ávida de desconfianza, se vuelca

hacia el individualismo, decantando esto en la completa inoperancia de las que, hasta ese

momento, funcionaron como micro instituciones que les permitían a los marginales urbanos

una integración real y válida a la esfera de lo político.

2 Marginación Judicial

2.1 El vigilante vigilado: la justificación del margen y de los aparatos de violencia

estatal.

Lo revisado hasta aquí me lleva inevitablemente a pensar que el modo en que las

Juntas Vecinales y la población de margen son representadas en la novela de Eltit están

sustentadas por ejes propios del sistema carcelario, mediante los cuales la escritora

pareciera que se sirve para caricaturizar la contradicción de un sistema democrático que

continua manteniendo prácticas opresoras propias de la dictadura en espacios reales. Ya

decíamos, cuando centramos nuestra atención en la construcción de espacios en la narrativa

de Diamela Eltit, que la escritora generalmente elabora el escenario en el que inscribe a sus Commented [A2]: SE RETOMA EL TRABAJO DE LOS
ESPACIOS EN DIAMELA ELTIT
personajes a partir de un hermetismo espacial que le permite dialogar teóricamente con

postulados biopolíticos principalmente desprendidos de la obra de Michel Foucault. No es

extraño, entonces, que en Fuerzas Especiales (2013) encontremos similitudes espaciales y

LA DICTADURA: Revelan que Alberto Cardemil Entregaba Datos de Opositores a la CNI”; “Académico
Expulsado por Acoso y Abuso era Sapo de la Dictadura en la Universidad de Chile”; “Biógrafo de
Gervasio acusa a rostros de “sapos de la Dictadura”.
de conducta entre ésta obra y Los Vigilantes (1994), texto que Mónica Barrientos analiza a

partir de propuestas biopolíticas, señalando que “En la obra encontramos dispositivos de

poder que intentan producir formas de legitimación a partir de una serie de mecanismos o

técnicas de sometimiento” (s/n)5. Estos mecanismos aluden principalmente a teorías que se

desprenden del constructo carcelario analizado por Michel Foucault en su libro Vigilar y

Castigar6, a través de los cuales podemos analizar el espacio que nos presenta Diamela Eltit

en Fuerzas Especiales, mecanismos que, tal como su título lo explicita, se centran, entre

otras cosas, en la forma de operar que tiene la vigilancia cuando se la concibe como un

aparato del cual dispone el poder para disciplinar los cuerpos, por ende las vidas de los

sujetos; y también el castigo, dispositivo que funciona en todo su esplendor cuando los

sujetos están recluidos en espacios en los que no opera un aparato judicial mas sí uno penal.

En el texto Vigilar y Castigar, Michel Foucault revisa, entre otras cosas, la función

arquitectónica de la cárcel, presentando la distribución espacial de las mismas como una

planificación pensada en pos de la completa efectividad del constructo disciplinar

carcelario; respecto a ello señala que “para garantizar la combinación de fuerzas, [el poder]

dispone "tácticas". La táctica, arte de construir, con los cuerpos localizados, las actividades

codificadas y las aptitudes formadas, (…) es sin duda la forma más elevada de la práctica

disciplinaria” (Foucault, 172). Cuando pensamos en lo carcelario nos encontramos,

entonces, frente a una maquinaria, en la que cada una de las piezas que la compone cumple

5
http://web.uchile.cl/vignette/cyberhumanitatis/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D16159%2526SCID%253D16
177%2526ISID%253D576,00.html
6 En el artículo titulado EL discurso crítico de Diamela Eltit: cuerpo y política, Leonidas Morales enfatiza que “Diamela
Eltit, en sus textos críticos, ha referido explícitamente su concepción del poder a la teoría de Foucault, especialmente a su
libro Vigilar y Castigar –señalando además que- Un espacio desde luego cultural, siempre poblado de signos que hablan
del “poder” o lo delatan, en la conceptualización de Foucault, y de su insistencia secular en colonizar al cuerpo,
inscribiendo en el, soterradamente, sus códigos” (Morales, 205)
una función específica determinada por el poder. Más arriba señalé que nos era posible leer

la configuración espacial de Fuerzas Especiales a través de paradigmas carcelarios, y no

sólo porque en ella opera, por ejemplo, la vigilancia, sino también porque precisamente el

espacio de bloques es el que permite que la vigilancia trascienda el esquema que sitúa a los

vigilantes en un lado, y a los vigilados en otro. Cuando pensamos someramente en las

cárceles, podemos caer en cuenta que los vigilantes son los gendarmes, y que los vigilados

son los reos, hecho que inevitablemente nos lleva a identificar superficialmente al poder

con quienes lo ejercen.

El sistema carcelario que visibiliza Michel Foucault posiciona a la vigilancia en el

centro de las operaciones disciplinarias, proponiendo que la arquitectura de las cárceles se

planifica no sólo para que la vigilancia opere en una dirección sino para que el vigilante,

que supuestamente es la manifestación más inmediata y evidente del poder, sea también

vigilado. De este modo la vigilancia “se organiza también como un poder múltiple,

automático y anónimo; porque si es cierto que la vigilancia reposa sobre individuos, su

funcionamiento es el de un sistema de relaciones de arriba abajo, pero también hasta cierto

punto de abajo arriba y lateralmente” (164). En Fuerzas Especiales Diamela Eltit retrata

cómo la vigilancia se disemina y deja de ser un ejercicio unidireccional. En primer lugar

encontramos una vigilancia que se ejerce desde arriba hacia abajo por el aparato de

represión estatal sobre los habitantes de la zona de bloques: “Ellos, los policías, nos siguen

por todas partes, nos estudian porque formamos parte de su trabajo” (Eltil, 26); En segundo

lugar podemos identificar una vigilancia que se ejerce de abajo hacia arriba por los

habitantes de la zona de bloques sobre el aparato de represión estatal: “Soy una especialista

en las licitaciones de los pacos y de los tiras porque tenemos que comprender cómo actúan

y qué nuevos recursos han obtenido para destruirnos” (Eltit, 66); y por último, una
vigilancia lateral entre los habitantes de la zona de bloques: “El cojo ya no da para más, eso

lo sabemos todos en el bloque, porque lo conocemos, lo vigilamos a un nivel que no se lo

imagina” (Eltit, 24).

¿Qué significa, entonces, que el vigilante sea también vigilado, cuando intentamos

leer el poder más allá de sus formas evidentes de manifestarse? A partir de aquí debemos

asumir que la existencia de un vigilante vigilado nos habla de un poder que trasciende a la

dinámica carcelaria, de un poder que produce esos espacios y que dispone la forma en que

se deben relacionar los sujetos que transitan y habitan los mismos. En otras palabras,

podemos decir que tanto los habitantes de los bloques como los agentes del aparato estatal

son sujetos producidos y atravesados por el poder, que se reconocen a sí mismos a partir de

la existencia del otro. El estado de cosas que presenta la novela da cuenta de la razón de ser

que tendría en la sociedad el aparato policial, pues la mantención de un margen delictivo

justifica la existencia un cuerpo de violencia estatal que advierte sobre “un poder que no

tiene que demostrar por qué aplica sus leyes, sino quiénes son sus enemigos y qué

desencadenamiento de fuerza los amenaza” (Foucault, 62). Rasgo no muy distante fue el

que experimentó la sociedad chilena durante la dictadura, pero que difiere de la misma

porque nos hallamos frente a una política del poder que trasciende a la misma y que se

instala en el sistema democrático, con el fin de recordarle a la sociedad que efectivamente

existe un poder que aún es capaz de decidir sobre la vida de los habitantes pese a que las

condiciones materiales no sean las mismas. Este rasgo de dependencia y de violencia

sistemática es identificado con lucidez por la protagonista de Fuerzas Especiales, quien

señala que “Más allá (…), se parapetan otros y otros policías respondiendo al salario que

obtienen a costa de nosotros. (…) [quienes] Tienen la obligación de matarnos casualmente”

(Eltit, 78). Sin embargo, cabe mencionar que la protagonista no identifica al poder más allá
de su manifestación evidente. “Hoy se trata de un operativo blando revestido de una

irrelevante dosis de violencia porque así lo pactaron. ¿Quiénes? No lo sabemos”. (Eltit, 66)

En la primera parte de esta cita podemos ver que la protagonista es consciente de qué

desencadenamiento de fuerzas la amenaza e incluso qué grado de violencia está siendo

ocupado por el aparato de violencia estatal, pero hacia el final de la misma, su “no saber”

nos permite apreciar como ella es incapaz de reconocer quién dirige las actividades

represivas mencionadas, pues no incluye en su vocabulario, y quizá tampoco en sus

razonamientos, al poder como aparato funcional que designa la ejecución de dichas

operaciones.

2.1.2 La autonomía jurídica de la cárcel

Michel Foucault, en el libro citado más arriba, señala que “El poder en la vigilancia

jerarquizada de las disciplinas no se tiene como se tiene una cosa, no se transfiere como una

propiedad; funciona como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le

da un "jefe", es el aparato entero el que produce "poder" y distribuye los individuos en ese

campo permanente y continuo.” (Foucault, 182) No estaría fuera de lugar, entonces, haber

asumido que en Fuerzas Especiales tanto los pobladores como las fuerzas estatales están

obligados a ejecutar distintos tipos de acciones en la zona de bloques, porque así la

maquinaria del poder lo determina. Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre

ambas partes, y es que, al parecer, quienes más obligación tienen de permanecer ahí y más

hastiados están de cumplir un rol dentro de dicho sistema de relaciones, son los agentes del

aparato estatal: primero, porque los habitantes pueden salir de la zona de bloques, moverse

al centro si así lo desean: “Y nos dice, frente a su taza de té, que va a volver a trabajar en el

centro”(Eltit, 71); y segundo, porque los agentes del aparato estatal son trabajadores a

sueldo. Esta condición se hace visible, por ejemplo, porque en reiteradas ocasiones, dentro
de la novela, dejan ver no solo cómo el espacio en que trabajan los afecta: “la horda de

pacos está furiosa por la falta de antenas y se sienten despreciados, eso me lo dijo el Lucho

con preocupación, andan de arriba abajo con sus celus en la mano, incrédulos, enojados, y

los tiras también” (Eltit, 145); sino también qué modo tienen de desquitarse ante los bajos

salarios que reciben por permanecer –entrecomillas encarcelados- en dicho lugar:

Un azote, uno solo, realizado en el sector más neutro de la comisaría, un


escenario que armó un oficial para entretener a los pacos de turno que estaban
abatidos por el monto irrisorio que arrojaba la última gratificación. Se trataba de
saldar una cuenta que tenía con uno de los pacos. Un oficial y ella, nos dice. Así lo
afirma mi hermana, una deuda que terminaría para siempre con el correazo y la
presencia indispensable de los pacos de turno que veían en su espalda una
posibilidad de sortear la ansiedad que les generaban sus cuotas impagas. (Eltit, 72)

En esta cita podemos apreciar cómo los agentes represivos del aparato estatal idean Commented [A3]: SE ANALIZA LA CITA EN
PROFUNDIDAD
una forma autónoma de castigo que no se ampara dentro de los márgenes de la legalidad,

porque el correazo no es una pena institucionalizada en el sistema jurídico chileno, sino un

acuerdo entre un policía y una ciudadana que excluye la burocracia propia de los procesos

jurídicos. Esta dinámica, además de demostrarnos cómo el poder trasciende a su

manifestación inmediata, nos habla de cómo el mismo permite que en ese espacio

entrecomillas carcelario –porque no es una cárcel en sí- exista una subversión de la justicia,

pues los organismos represivos estatales, en Fuerzas Especiales, no se apegan al discurso Commented [A4]: SE ELIMINA NOMINACIÓN “FF.EE Y
PDI”
que se maneja en torno a la misión inmediata de dichas instituciones: garantizar el orden

público. En la novela, los agentes represivos del aparato estatal forman parte de un caos

legislativo, pues son sus integrantes los que mantienen la red de narcotráfico: “no sabemos

cuándo le pagan a la policía, ni menos cuánto le pagan. No lo sabemos porque hay que

sumar las coimas que acumulan en los bloques, las mismas coimas que les pagan a los tiras
porque ellos también le cobran a los bloques” (Eltit, 51): dichas coimas se refieren a la

ganancia que obtienen los agentes de represión estatal a costa del narcotráfico, pues éstos

aumentan sus sueldos gracias al pacto entre ellos y los narcotraficantes. Si eliminaran el

narcotráfico, eliminarían a su vez la gratificación ilícita que palea la mediocridad de sus

sueldos, por ello es que deciden no darle fin a esta práctica.

En este sentido, la subversión de la justicia que se experimenta en Fuerzas

Especiales se adecua a la descripción que Michel Foucault en Vigilar y Castigar realiza en

torno al organismo judicial. “Hay que admitir que las instancias judiciales no pueden tener

autoridad inmediata. Se trata, en efecto, de medidas que por definición no podrían

intervenir hasta después de la sentencia y no pueden actuar sino sobre las infracciones”

(Foucault, 249). Así, en el espacio carcelario, quienes poseen el poder, tienen

independencia en cuanto al trato que se le puede dar al recluso, pues éste, al estar bajo las

paredes de dicha institución, deja de estar al amparo del sistema judicial para pasar a ser un

sujeto que debe regirse por un sistema penal. De este modo, en la novela se genera una

dinámica en que los habitantes del espacio de bloques experimentan una exclusión judicial,

pues los agentes del aparato estatal no sólo no cumplen su función inmediata que es velar

por el bienestar social, sino que además tienen libertad -u obligación- de violentar a los

pobladores de la zona sin recibir ningún tipo de escarnio por dicha conducta, la cual se

enmarca en un sistema penal, por ende, extrajudicial.

3.1. Estado de Excepción y «vida desnuda»

A partir de haber identificado que la configuración espacial de la zona de bloques

permite que exista: 1) una exclusión política que se hace manifiesta en la inutilidad
representativa de las micro instituciones de los marginales urbanos, y 2) una marginación

judicial que sitúa a los habitantes de los blocks bajo el ejercicio de categorías carcelarias

penales; es que podemos anexar dicho funcionamiento a la perspectiva agambeana que

propone la producción sistemática de «vidas desnudas». Ya explicábamos, en el marco

teórico de esta investigación, que para relegar a una vida a su condición biológica, a su

mera dimensión corpórea, es necesaria la creación de un «estado de cosas» con

características jurídicas y política-ontológicas particulares. Giorgio Agamben nomina a

dicho constructo: «estado de excepción», y lo dispone, en el campo de su propuesta teórica,

como la pieza clave que permite que podamos asumir que la herencia del totalitarismo

moderno traspasada a los Estados contemporáneos, fue la instauración “de una guerra civil

legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de

categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el

sistema político” (Agamben, 25). De este modo, los prototípicos campos de concentración

y exterminio del siglo pasado tales como Auswitch en Alemania y el Estado Nacional en

Chile, en el siglo XXI son trasladados a espacios no evidentemente identificables pero que,

aún así, podemos reconocer, ya que se nos presentan disfrazados como “un umbral de

indeterminación entre democracia y absolutismo” (Agamben, 26).

¿Y qué son las periferias, los espacios marginales de Chile, sino ese espacio en que

los límites entre democracia y absolutismo se confunden, cuando nos damos a la tarea de

analizarlos en profundidad? El espacio dispuesto en la novela, en este sentido, carece de

democracia de forma directamente proporcional al aumento de absolutismo, siendo este

aumento casi caricaturesco lo que nos permite proponer que Diamela Eltit erige los

elementos con los que va construyendo su libro, con intención de visibilizar ese umbral

imperceptible, a través de recursos teóricos biopolíticos. Podemos asumir, entonces, que


tanto la marginación política, como la marginación judicial, no son elementos azarosos,

sino que son incluidos en la novela, precisamente, para que podamos clasificar, a partir de

postulados biopolíticos, el tipo de vida que construye dicho espacio que, más cercano al

absolutismo propio de los estados totalitarios, se cierra en sí mismo, haciendo visible el

«estado de excepción» agambeano.

Ya decíamos, más arriba, que el concepto «estado de excepción» contiene en sí a

características particulares. Basado en la privación, el «estado de excepción» se levanta.

Agamben, en la introducción de Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida (9-23),

retrocediendo a la filosofía aristotélica, explica que el pensamiento de la época concebía la

vida humana a partir de una dicotomía basada en la eugenesia. Así, por una parte,

encontramos a los sujetos eugenésicos o bien nacidos y, por otra, a su contraparte que, por

motivos contextuales, no tuvo la gracia de nacer bien. De aquí se desprende una arista

política que, acentuando la diferencia entre el bien y el mal nacer, destaca el poder legítimo

de los bien nacidos. Citando a Foucault, Agamben señala que, según el filósofo, “Durante

milenios el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además

capaz de una existencia política” (11). La diferencia entre esa era y la nuestra, es que en la

primera, la división del tipo humano era contextual y se manifestaba como un

acontecimiento; en cambio, en la segunda, la división ocurre de forma planificada: los bien

nacidos producen espacios desprovistos de buen nacer que relegan a las vidas que

enmarcan a su mera condición biológica, privándolas, a su vez, de existencia política, con

el fin de reafirmar su hegemonía milenaria.

Ya explicada la arista político-ontológica del «estado de excepción», nos

centraremos en su arista jurídica. Anteriormente veíamos que en nuestra época, el espacio,

productor contextual de vidas, es planificado para reafirmar la estructura hegemónica que


reafirma el poder legítimo de la población eugenésica. La particularidad de dicho espacio,

además de garantizar la exclusión política de un conjunto de vidas, se vuelve identificable

como una entidad capaz de decidir sobre la muerte: hecho que es garantizado a través de

una exclusión judicial que se sustenta en la “potencia de la ley de mantenerse en la propia

privación, de aplicarse desaplicándose” (Agamben, 43). Esta afirmación nos habla de una

forma separatista, en que la ley, entendida superficialmente como aquello que procura

ordenar y proteger a la sociedad a partir de una sumatoria de deberes y derechos, contiene

en sí misma una clausula legal de privación. Es decir, que tiene la facultad de desaplicarse

frente a ciertos contextos. Si bien es cierto que dicha privación era evidente en los tiempos

de los Estados totalitarios en que la eliminación de algunos sectores humanos se instauraba

como algo legal en ciertos regímenes, en épocas del Estado contemporáneo se vuelve

difusa, y ya la eliminación directa de tipos humanos se traviste de nuevas formas, en las que

intervienen distintos mecanismos o tecnologías de control, que en vez de dar una muerte

evidente a los sujetos eliminables o mal nacidos, se les deja morir. Así, categorías enteras

de “ciudadanos”, además de ser privados de su existencia política, son privados también de

una vida que se pone en entredicho, pues se les deja morir, gracias a una exclusión judicial

que se funda en el «estado de excepción»: “Estructura original en la cual el derecho incluye

en sí al viviente a través de su propia suspensión» (Agamben, 26).

Ya asumido lo anterior, y para concluir este capítulo, podemos caer en cuenta que la

novela Fuerzas Especiales (2013) incluye en sí a características propias del «espacio de

excepción», que serían la privación política y jurídica de ciertas vidas. Vidas que se pueden

entender como «desnudas» y que remiten un significado primigenio, pues devienen, gracias

a distintos mecanismos de control, en una dimensión meramente biológica o corpórea.

Dichos mecanismos se hacen manifiestos en la novela, pues la exclusión política, como


bien revisamos en el apartado 1 de este capítulo, se vuelve visible gracias al

redireccionamiento que las Juntas de Vecinos sufrieron en dictadura, época que instauró

una especie de «estado de excepción» en Chile. Hablamos de un constructo que claramente

se difuminó y resignificó con el ingreso de la democracia, pero que aún así mantuvo

prácticas opresoras propias de dicho período en espacios marginales, que bien veíamos en

el apartado 2 de este capítulo, dan cuenta de una ley que se desaplica, pues en el espacio de

bloques los cuerpos transitan en un espacio regido por lo penal, en que el sistema jurídico

no tiene cabida, pues judicialmente hablando, se desaplica.

Entendiendo lo anterior, vale que nos preguntemos si el estado de cosas que se

presenta en Fuerzas Especiales a través de la representación espacial se asemeja al «estado

de excepción» ensayado por Giorgio Agamben. Explicar esa cita, por qué la ley se aplica

desaplicándose, que relación tiene con el estado de excepción; y en una exclusión política,
en la que los sujetos no-eugenésicos -en términos Aristotélicos-7 se incluyen en el orden de

cosas determinado por el poder a través de una marginación sustentada en base a distintas

políticas que producen «vidas desnudas» las cuales tienen “el singular privilegio de ser

aquello sobre cuya exclusión se funda la ciudad de los hombres” (Agamben, 17): la ciudad

de los bien nacidos. Explicar la dicotomía augenesia, no eugenesia, según Aristóteles y ver

como la retoma Agamben. Direccionarla a la teoría de vida desnuda y argumentarla a través

del espacio de excepción.

7
Aristóteles entiende la vida a partir del esquema en que el hombre es un «animal viviente y,
además, capaz de tener una existencia política», la cual es dada por la eugenesia.

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