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Demonio
La primera victoria definitiva de Dios sobre Satanás en la historia de la humanidad se llama María.
Satanás y los demonios son ángeles caídos. El Concilio IV de Letrán (1215) dice de ellos:
“Porque el diablo y demás demonios, por Dios, ciertamente, fueron creados buenos por
naturaleza; mas ellos, por sí mismos se hicieron malos”. Algunos teólogos, como san
Cipriano, sugieren que en el origen de la rebelión angélica hubo un movimiento de envidia
hacia el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza.
El demonio y sus secuaces han hecho de todo para pervertir el plan divino. La historia
universal es testigo de la acción demoniaca sobre el mundo, cuyas “victorias” suscitan
perplejidad, consternación y no pocos cuestionamientos. El Catecismo de la Iglesia Católica
reconoce esta experiencia: “La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por
la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de
impedir el mal” (n. 272).
El Papa Benedicto XVI, al visitar el campo de concentración de Auschwitz en 2006, dijo: “En
un lugar como éste se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar silencio de
estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por
qué toleraste todo esto?”. Y añadió: “¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció
callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?”. Estas
palabras son un eco dramático de tantas otras que se dirigen a Dios desde cualquier punto de
la tierra donde el mal parece triunfar. El Papa, sin embargo, dio un giro a su reflexión al
concluir: “Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos
equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia”.
El silencio de Dios es misterioso pero no ineficaz. El triunfo del mal es siempre pasajero.
Jesús anticipó su derrota definitiva con aquel “¡cállate!” en los comienzos de su ministerio. Un
“¡cállate!” que se repetirá de nuevo al final de los tiempos. Entonces callarán las guerras, las
violencias, las agresiones; callarán las injusticias, los abusos y las marginaciones; callarán las
provocaciones, los escándalos y las tentaciones; callarán las envidias, las rivalidades y los
celos; callarán las avaricias, los fraudes, las estafas y las extorsiones; callarán las mentiras,
las calumnias y las difamaciones; callarán las vulgaridades, las blasfemias y las
obscenidades; callarán las agresiones a la vida, las mutilaciones, las esclavitudes y las
adicciones; callarán las magias, los engaños y las supersticiones.
El demonio, en su engreimiento, insinúa al hombre que él está al nivel de Dios. Incluso que el
mal, puesto en la balanza con el bien, tiene más peso. El “¡cállate!” de Cristo prueba lo
contrario: Dios es el Creador y el demonio, una creatura; Jesús es Dios y el demonio, un
“pobre diablo”; la potencia de Dios es absoluta y la del demonio, relativa, hasta donde Dios
se la permita.
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el meollo de su actuación.
El demonio de la acedia (1 / 13): La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos,
es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra
cultura está impregnada de Acedia.