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Teoría del Conocimiento, 21/II/18

«Para saber de amor, para aprenderle,


haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
- con cuatrocientos cuerpos diferentes -
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen»
Pándemica y Celeste, Jaime Gil de Biedma

«Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar integra esta alegoría a lo que
anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la
vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol;
compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino
del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy
esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso,
lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad,
es la Idea del Bien» (República, 517b)

«Por esto, al final de la descripción del segundo grado, vuelve la palabra aletheia, sólo
que en comparativo aletheira, “más desencubierto”. La “verdad”, propiamente tal, se
ofrece en las sombras, ya que, hasta el hombre desencadenado se equivoca en el
señalamiento y valoración de lo “verdadero”, porque le falta el presupuesto para la
“valoración”, que es la libertad. Estar desencadenado es, sin duda, una liberación. Con
todo, quedar suelto no constituye la verdadera libertad (…) Y porque, para los griegos,
el encubrimiento, en cuanto un cierto encubrirse, domina, inicialmente, la esencia del ser,
y, por tanto, determina también al ser en su presentación y accesibilidad (“verdad”), por
eso la palabra con la que designan los griegos lo que los romanos por “veritas”, y
nosotros por “verdad”, se caracteriza por la “a” privativa, aletheia». (Heidegger, Doctrina
de la verdad según Platón, p. 15 y ss).

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