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INDICE
PRÓLOGO
CARLOS ENRIQUE SALDIVAR 03

LA ÚLTIMA SONRISA
Aarón Alva 05
RENACER
Luis Bravo 06
LA ELECCION
Miguel Calderón 08
EL FANTASMA DE MAMÁ
Lacey Conde 09
FRATERNIDAD
Tania Huerta 12
UN REGALO A MAMÁ
Rodrigo Martinot 14
MÁS ALLÁ DE LA SANGRE
Sarko Medina 16
EL SÓTANO
Poldark Mego 18
DIA NEGRO/NOCHE BLANCA
Gabriel Núñez 21
AMORES QUE MATAN
Kristina Ramos 24
HORRENDA LLEGADA
Carlos Enrique Saldivar 27
LA CENA
Cristina Taborga 28
REFRACCELL
Antonio Zeta 30
BIODATAS 32

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PRÓLOGO

Se me vienen a la mente diversas manifestaciones del terror y el suspenso


partiendo del título de esta interesante selección que cuenta con las bien dotadas
plumas de doce escritores peruanos más uno (al que no considero de extremada
gracia literaria, pues se trata de este servidor, el veredicto se lo dejo a los lectores
y editores). Se trata de microrrelatos (como se sabe, modalidad discursiva en la
cual los textos no exceden las trescientas palabras) y de cuentos de poco más de
seiscientas palabras. Relatos cortos que, durante su lectura, me han hecho darme
cuenta de que yo tenía razón con respecto a lo que este libro me prometía y a
donde sus varias manifestaciones me habían de conducir: madres celosas,
madres brujas, madres asesinas, madres que huyen de una plaga, madres
cocineras, madres que introducen algo viscoso por… madres y más madres
sometidas a o que provocan las más insanas y fascinantes situaciones.
«Sin vientre» es una frase que me remite a eso y mucho más. A lo que la propia
frase indica: un ser humano, una mujer sin vientre, sin estómago, sin entrañas
para ver, oír, hacer tal o cual cosa. Tomemos en cuenta que es en el vientre
donde se gestan los hijos (con más exactitud en el útero). «Sin vientre» me parece
una dupla acertada de palabras para esta muestra brevísima que, estoy seguro,
removerá las fibras más sensibles del lector.
No digo que haya que leer esta selección «sin vientre», solo comento que es
necesario tomar en cuenta que el terror, el horror y algo de gore se entremezclan
con el misterio y un tono retorcido que no dejará incólume a nadie que se atreva a
penetrar por decisión propia en esta galería de sombras.
Tengo entendido que muchos de estos cuentos fueron escritos especialmente
para la muestra; y algunos, como fue mi caso, estuvieron guardados en el baúl de
las creaciones inéditas, en espera de encontrar un hogar, una madre que lo arrulle
y le dé cobijo en su corazón (quizá extirpado). Agradezco entonces que me hayan
convocado para esta reunión sublime de lo tenebroso (sublime y tenebroso
parecen ser dos adjetivos que no deben ir juntos, crean una especie de oxímoron
voluntario, para que vean hasta qué niveles ignominiosos me remite el libro).

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Sé que este proyecto crecerá y será el primero de muchos números que nos
presenten muestras breves de relatos de terror dedicados a un tema particular. En
esta oportunidad ha sido la madre, aquel ser que nos dio la vida (con ayuda del
padre, claro), que nos llevó durante meses dentro de ella y que nos brindó su
paciencia, sacrificio y amor.
Se trata de una palabra grande: «mamá», y me parece interesante que justo por
estas fechas en que se celebra el día de nuestras progenitoras (celebración que
se ha tornado comercial hasta lo inaudito) se les entregue a los lectores, de
manera digital y para descarga gratuita, una revista con este brillante formato, que
contiene una muestra como esta, la cual posee potencia, imaginación y una gracia
singular que la distingue de otras compilaciones dedicadas al terror y a un asunto
específico.
«Mamá» es, como dije, una palabra mayor, es la primera palabra que muchos
decimos cuando mencionamos como primera siendo pequeños. Es un tema
milenario en las letras: la madre y sus circunstancias, respecto de nosotros, los
hijos; ellas, las autoras, como madres; o todos nosotros, los autores en general,
poniéndonos en el lugar de madres para dar a luz una historia ficcional.
Podemos ser madres cuando queramos. Como lo señalé, podemos serlo en la
ficción, creamos personajes, argumentos, situaciones, acciones, estructuras…
narraciones. Siempre con calidad, en un texto ficcional la calidad es importante.
Esto es lo que hallaremos en este volumen: calidad. Pasen adelante, con cautela,
y gocen del primer número de «Aeternum».

CARLOS ENRIQUE SALDIVAR

Lima, Mayo de 2018

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LA ÚLTIMA SONRISA
Aarón Alva

“Margot y Francisco”, aquella inscripción en la roída corteza de un árbol. Solo uno


de ellos permanece a mi lado, mi madre. De Francisco solo recuerdo su sonrisa
algo tímida, quizá nostálgica. Se lo llevó una rápida enfermedad, como rápida fue
mi madre para traer a Ronald a nuestras vidas. Él no necesita la corteza de un
árbol para inmortalizar su presencia. Yo soy esa piel viva sobre la que sus dedos
grandes y rígidos estampan sus huellas.

Mamá viajó por unos días y llegará por la mañana. Quedarme con Ronald no es
cosa fácil, pero no me corresponde decidirlo. Antes del amanecer, huiré de casa y
me sentaré bajo las ramas del árbol. Mamá sabrá que estoy aquí. Ojalá que
cuando me encuentre, mi rostro parezca sonreír. Siempre me acusó de no
hacerlo.

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RENACER
Luis Bravo

El pedazo de hoja vibraba entre sus dedos, como una mariposa que lucha por
ser liberada. Gerd, con la mirada fija en la carretera, no le tomó importancia. Sabía
muy bien lo que estaba escrito en aquel extraño papel, toda la vida había estado
esperando ése momento, y aun así, lo había tomado desprevenido. Dio una
profunda aspiración a su puro. Miró de reojo al asiento del copiloto, el negro metal
de una Maverick 88 le devolvió la mirada. Exhaló el humo por la nariz.

«¿Pensaste que no volverías a ver mi rostro otra vez?». Era lo que se hallaba
escrito.

—¿Acaso una puta sombra tiene rostro? —gruñó, la tensión acumulada en su


cuello lo sofocaba, haciéndole sentir que la corbata lo ahorcaba—. ¿Cómo puede
uno huir de una masa orgánica que se alimenta de desesperación?

El terreno fue crujiendo a la vez que el vehículo se internaba por un camino de


grava, alejándose de la interestatal. El viejo Ford se detuvo frente a lo que parecía
la entrada a una mina. Gerd salió del auto, su gabardina marrón osciló con el
viento de la madrugada. La luz de la luna iluminó su cabello castaño y su amplia
espalda, pero no pudo iluminar su rostro. Oscurecido, fatigado, desesperado,
como si de repente hubieran pasado veinte años en un pestañeo. Tras arrojar el
puro y pisarlo, se internó en el mohoso agujero que se ocultaba tras la maleza, a
la falda del cerro. Encendió la linterna táctica de la escopeta y continuó; pronto se
hallaría en casa.

«Regresa donde naciste, los ojos ciegos de tu madre nunca dejaron de


observarte».

Mientras sus pasos se arrastraban al interior del estrecho pasadizo, como si


llevara una pesada carga sobre la espalda, un reflejo del pasado vibró en él.

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¿Cómo negarse a una segunda oportunidad? La mina había colapsado, había
muertos por doquier, sangre y cuerpos mutilados. Él era tan joven, estaba
aterrado; una viga había secuestrado sus piernas, abandonándolo en la infinita
soledad de la noche eterna, moribundo. ¿Qué otra opción tenía más que aceptar?
Un enjambre oscuro sin forma se arrastró hasta él, pensó que era un sueño, creyó
delirar. Esa deformidad pulsante le ofreció una segunda oportunidad si él la
llamaba madre. ¿Cómo saber el alto precio que debía pagar?

No tardó en llegar al eterno abismo del que fue liberado, una fosa insondable,
oscura y abandonada, aquel lugar que debió llamar «casa», aquel lugar donde se
hallaba su «madre», esperándolo pacientemente.

—¿Puedes oír su lamento? —Chilló una voz reverberante a su espalda—.


¡Exige tu alma!

Giró, pero no pudo apretar el gatillo, el miedo lo atrapó entre sus garras.

Una lóbrega sombra bloqueaba su visión, velando hasta la potente luz de la


linterna. La entidad saltó hacia él cortando en dos la escopeta y abrazando su
cuerpo en una helada prisión. Gerd gruñó, no podía perder a Elisa, no podía
perder todo lo que construyó con ella; no podía perder a Berenice, su pequeña, su
dulce y tierna niña. Unas gruesas lágrimas se escaparon por sus ojos, sus labios
se torcieron por el dolor, su rostro se deformó en un alarido intenso.

La sombra no dudó en arrastrarlo al abismo del que nunca debió haber salido.

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LA ELECCIÓN
Miguel Calderón

El cuchillo entró fácilmente y con fuerza en aquella barriga en forma de media


luna.

La mujer dio un grito, uno solo, lágrimas y sudor recorrían su rostro. Su propia
mano levantó nuevamente aquel objeto, que con la misma intensidad anterior,
volvió a penetrarla en el mismo lugar. Esta vez no gritó, apretó los dientes y odió.
Odió aquel sistema decadente que la obligaba a hacer aquello para deshacerse de
algo que no deseaba, odió a la escoria que la animó a enfrentar su nueva vida
para una semana atrás desaparecer sin decir una sola palabra y se odió a sí
misma...pero una sonrisa surcó su rostro al escuchar a la distancia el sonido de
las sirenas, se había asegurado de llamarlos antes, ahora sería atendida por
médicos calificados y al despertar ya no habría nada de qué preocuparse.

Sumida en los más dulces pensamientos, cerró los ojos. No contó con que los
médicos tomarían como una señal divina el hecho de que ninguna de las
puñaladas alcanzó al nonato, así que basándose en aquel milagro, a la hora de
elegir entre salvar la vida de la madre o del bebé, lo tuvieron muy claro.

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EL FANTASMA DE MAMÁ
Lacey Conde

No me acuerdo del rostro de mi madre. Es más, el primer “recuerdo” que tengo de


ella es verla caminando de un lugar a otro mientras papá me decía que había
muerto en un accidente. Desde aquel entonces, él me veía con preocupación
cuando le contaba que mamá permanecía en la casa.

Una vez la vi afuera, caminando. La seguí. Mamá caminó hacia el bosque hasta
llegar a un acantilado que daba hacia el río. La llamaba pero no respondía a mis
gritos. Cuando estuve a punto de alcanzarla, volteó a verme y se lanzó al
precipicio. Al ver tal episodio emití un grito infernal. Mi corazón se mostraba
salvaje y quise saltar a alcanzarla hasta que alguien me tomó del brazo. Era mi
padre quien me cargó sorpresivamente y me llevó a casa.

Fue la primera vez que lo veía asustado. Me prohibió ir hacia el río mientras yo
observaba con miedo sus mejillas rojas y las venas sobresalientes de su frente a
punto de explotar.

–¡Papá, no está muerta, tú mientes, eres mentiroso, papá! –le grité con
desconsuelo.

Se derrumbó. Me rodeó con sus brazos y me pidió que ya no siguiera a mi madre,


que lo escuchara, que fuera obediente y que me portara bien.

Pero la seguía viendo, sé que pude haber visto su rostro, pero no lo recuerdo. A
veces escuchaba a mamá gritar y llorar en las noches. Pensaba que papá la
castigaba por haberse portado mal y que la quería esconder de mí.

Una noche fui a llorarle a papá que la perdonara. Grande fue mi sorpresa cuando
al llegar a su puerta, que estaba entreabierta, vi a mis padres en una extraña
posición. Él estaba sobre ella en su cama, y le tapaba la boca. Mamá, se notaba
muy oscura, parecía una sombra gris y lloraba. Corrí asustada a mi cuarto.

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Al siguiente día le pregunté a papá sobre tal escena. Sus ojos se tornaron tan
grandes al mirarme que me asusté mucho, mi corazón sintió que algo no andaba
bien y corrí a abrazarlo. Él me dijo que yo nunca salí de mi cuarto, que él siempre
lo cerraba con seguro cada noche. Entonces me abrazó también y me pidió que
no temiera, que todo estaba bajo control, pero no era cierto. Ese mismo día a las
diez de la mañana salimos de casa y no volvimos más, al menos no juntos. Papá
nunca más habló de mi madre y yo dejé de preguntarle sobre el pasado cuando él
enfermó.

Después de quince años, decidí regresar y encontré a Martha. Ella la ha habitado


desde aquel entonces y me confesó que no pudo quemar ninguna de nuestras
pertenencias, aunque mi padre le había indicado que lo hiciera después que
nosotros nos mudamos. Ahora que mi padre ha muerto, Martha me pide que me
lleve todo lo que quiero rescatar.

Bajé entonces al sótano y encontré unos cuadernos de mamá. Deben ser sus
diarios. Ella escribe sobre unos “malnacidos” quienes le arrebataron la felicidad y
la libertad. ¿Es que, quizás, papá tuvo una amante? Mis dudas se despejaron
cuando leí que el causante de su miserable vida era el hombre con quien
compartía su cama. Lo describía como un maldito que la tomó a la fuerza mientras
era una niña. Ella era huérfana y no tenía a nadie que la defendiera. Entonces la
entiendo.

Habían encontrado el cuerpo de mi madre en el río, a diez kilómetros del pueblo


con signos de haber sido ahorcada. Yo tenía cinco años. Martha me cuenta que
algunos vecinos sospecharon de mi padre. Pero, al no haber pruebas, nunca
pudieron acusarlo.

Aún siento la presencia de mamá. Pienso en su vida, siendo tan joven y criando a
una hija producto del abuso, nada debió haber sido fácil. De pronto escucho un
ruido afuera. Corro hacia la ventana y por fin contemplo su hermoso rostro.
Entonces le digo que papá ha muerto, que es libre, que descanse. La vi

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caminando mientras se alejaba. Entonces grito su nombre, voltea, me regala una
media sonrisa y desaparece. Siento que me perdonó.

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FRATERNIDAD

Tania Huerta
Sentados en el piso, con la cabeza gacha, tomé a mi hermanita de los hombros y
la abracé con fuerza.

Mamá cenaba, nosotros esperábamos. Las sobras de los sábados siempre eran
las más abundantes y si nos manteníamos callados, nos las daría tranquila.

Mamá levantó a Maddie de la mano, la levantó hasta que sus piececitos no


tocaron el piso y luego la dejo caer arrastrándola hacia el dormitorio, donde
pasábamos días enteros. Yo también entré y mama cerró la puerta tras salir.

Ya no aguantaba el olor de Maddie, mamá no le cambiaba el pañal ni la lavaba.


Decidí dejar a Maddie sin su calzoncito, así podía ir a la esquina que usábamos de
baño y la podía limpiar con éste.

El día pasaba y se iba oscureciendo hasta que no alcanzábamos a vernos entre


nosotros. El jugar a encontrarnos en la total penumbra, ya era costumbre.

Esta vez, deben haber pasado varios días sin que venga. El balde de agua y el
tazón de comida en el piso, ya estaban vacíos. Pobre mi mamita, seguro trabajaba
mucho y estaba cansada para venir a vernos. Yo, ya no tenía fuerza y caminaba
lentamente. Por momentos los ojitos se me apagaban y solo permanecía en el
viejo colchón que nos servía de cama.

Miraba con pena a la puerta, esperaba que se abriera y que mami viniera ¡tenía
tanta sed!

Maddie solo movía sus ojitos buscándome. Me acerqué a ella abrazándola, toqué
su cabello sucio que se me envolvía en la mano. Me sonrió y jugó enredando sus
dedos con los míos a pesar de su poca fuerza.

Nos echamos a mirar el techo y contar las telarañas que nos acompañaban. No
contábamos más allá de diez, así que lo hacíamos varias veces. Yo le enseñaba,

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era muy pequeñita. Mami me enseñó a mí, pobre mamita, la hacía renegar mucho
y no le quedaba más que pegarme.

Yo aguantaba el hambre pero la pancita de Maddie sonaba cada vez más fuerte y
ella lloraba del dolor que tenía. Le dije que junte saliva en su boca y, cuando
estuviera llena, se la pase para que no tuviera sed.

El cuarto olía muy feo, quizás por eso mamá no se había acercado a darnos de
comer en todos esos días. Ya no podía ver bien y el cuarto me daba vueltas, mi
cuerpo estaba muy débil para pararme. Los ojitos de Maddie ya no tenían el brillo
de siempre y ella ya no caminaba.

Llegó la noche y comenzamos el juego de encontrarnos. Ya no era divertido, ella


no se movía de su lugar.

¡No aguantaba más su llanto! En la oscuridad la encontré, la jalé hacia mí, ya no


pesaba y la abracé muy fuerte. La apreté mucho y ella trataba de mover su carita
pegada a mi pecho, sus pies comenzaron a agitarse hasta que ya no se movió.

Amaneció, seguí mirando a la puerta, mis párpados estaban pesados, la cabecita


de Maddie había quedado apoyada en mi pierna. Escuché pasos acercándose,
debía ser mamá con comida al fin.

¡Sí! Mi madre llegó apurada, tirándome comida rápidamente, a la cual me


abalancé casi atragantándome. En el marco de la puerta, una cabecita rubia se
asomaba mirándome llorosa. Mamá lanzó a la pequeña hacia adentro, como era
su costumbre cuando notaba que me cansaba de jugar con la misma Maddie.

Miró el cuerpecito frío sobre el colchón sucio y lo arrastró de un brazo hacia


afuera, sonriéndome y agitándome el cabello, con sus dedos tibios, al pasar por mi
lado.

Giré a mirar a la niña. Esta estaba aún limpia y gordita, me senté junto a ella y la
abracé como a la Maddie anterior. Con razón mamá se había demorado, tenía que
conseguirla. Me preguntaba cuanto me duraría mi nueva hermanita mientras
sentía a mi madre cerrar la puerta tras de sí.

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UN REGALO A MAMÁ

Rodrigo Martinot

La noche estaba fría. Me temblaban las manos, pero no sabía si era por el frío o
los nervios, tal vez ambos, y eso que me encontraba dentro de casa. Era el día de
cumpleaños de mamá. Como siempre, fui a visitarla. ¿Cómo no hacerlo? Era la
única fecha del año en que la veía. Esto me entristecía un poco, pero bueno, al
menos tenía la oportunidad de verla y eso lo tengo que agradecer.

Una vez más me hice con todos esos objetos que a ella le encantan y que
siempre le obsequio en su día. Un fragante conjunto de rosas para que se deleite
con su aroma, jabones de diferentes esencias y colores y, para finalizar, unos
centelleantes aretes de perlas para que luzca, porque sé que se siente bella con
esas cosas y me encanta verla así.

Salí apurado de mi hogar por temor a llegar tarde. Sin darme cuenta, los
minutos habían transcurrido más rápido de lo que creí, y me vi obligado a apurar el
paso para llegar a tiempo. Ya hace días que los faroles de la rúa no funcionaban
pero acabé acostumbrándome, me agradaba el encuentro más cercano con la
noche y las estrellas.

Una calle, dos, con la luna radiante en lo alto. Ansioso, fui atravesándolas
ansioso, cargando conmigo la bolsa con obsequios, cuando todo se tornó negro.
Miré rápidamente a los lados y por detrás, asustado y con los nervios palpitantes,
por la oscuridad que lo invadió todo repentinamente, hasta que la luna volvió a
aparecer. Me sentí tonto y reí al darme cuenta que sólo había sido una nube que
pasaba frente a ella, de ahí que todo se tornara oscuro. Para esa fecha siempre
me pongo un poco nervioso, pero en fin, fue sólo un pequeño despiste y tenía que
seguir con mi camino.

Luego de algunos minutos llegué por fin a la verja, miré que no hubiera
nadie en los alrededores y, con mucha cautela, la abrí para entrar. Seguí el
camino que se extendía frente a mí mientras le echaba un vistazo a las distintas

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piedras con frases escritas y a la naturaleza que las cobijaba en los alrededores.
Después de seguir el camino que volteaba hacia la izquierda, me hallé mirando el
monumento blanco y de grandes dimensiones. El momento había llegado. Me
erguí y, tras arreglar mi camisa y cinturón, me dispuse a entrar. Empujé la puerta
muy lentamente, y de ella se desprendieron gran cantidad de polvo y un chirrido
áspero de concreto por el peso de esta. Inmediatamente llegó a mí la descarga de
humedad espesa y el olor acre de aquella habitación, olores familiares. Asomé mi
cabeza en la oscuridad y tuve que esforzarme para dejar salir las palabras:

—¿Mamá? —pregunté, y aguardé un momento para oír alguna respuesta.

—Pasa —dijo ella, con voz envejecida y áspera.

Así, entré en la habitación oscura. Tomé los cerillos que llevaba en el


bolsillo y encendí la vela que se colgaba de la pared. Ahí estaba ella, sentada
sobre su cama de piedra, dándome la espalda y vistiendo el mismo vestido blanco
de otras veces.

—Te he traído unos obsequios, mamá, por tu cumpleaños —dije, y me


acerqué a dejar los objetos sobre su cama.

—Gracias —dijo ella, y empezó a girar la cabeza, que crujía mientras lo


hacía lentamente, hacia mí.

Las cuencas negras y profundas que una vez albergaron un par de ojos
miraban en mi dirección, y percibí entonces su alegría y gratitud. El
estremecimiento que me causaba aquella mirada era inevitable, sin lugar a dudas,
pero me quedé allí enfrentándola hasta que no pude más. Tuve que voltearme y
apagar la vela que la revelaba para marcharme, cerrando la puerta del mausoleo
detrás de mí.

Durante el camino de regreso no pude dejar de pensar en aquella inmersión


en la oscuridad, otra más luego del transcurso de años, y me preguntaba en qué
medida se habría establecido una porción de ella en mí, haciéndome ceder de
cuando en cuando y a su voluntad, numerosos fragmentos de vida.

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MÁS ALLÁ DE LA SANGRE
Sarko Medina

Luego del barullo mediático, la madre y la hija, pudieron estar a solas un


momento, en ese hotel en el que el mismo Gobierno alquiló para aprovechar el
ruido mediático que ocasionó el que una madre encontrara después de diecisiete
años a su hija, perdida en 2004.
—Fue muy duro para nosotros, tus dos hermanas mayores habían muerto
pocos años atrás y eras nuestra única ilusión. Yo estaba convencida que
podíamos encontrarte, por eso obligué a tu padre a trabajar como taxista durante
todos estos años.
—Gracias, sé que han pasado por muchas cosas por mi culpa…
—¡No! Cómo vas a decir eso, nunca será tu culpa, es la nuestra, por no haberte
cuidado. La mía por haber permitido que… bueno, es cosa del pasado y ahora
estás conmigo para poder cumplir nuestro destino.
—No entiendo.
—Verás —dijo la madre, mientras preparaba dos tazas de té—. Provenimos de
una larga familia de mujeres que han logrado sobrevivir gracias a una tradición y
una maldición. En un principio era tener solo hijas mujeres y perpetuar el clan. No
era sano tener un hijo varón.
—Sigo sin entender.
Mientras la muchacha trataba de comprender a la mujer que recién sabía era su
madre, una oscuridad repentina la atrapó, no solo a ella, sino a toda la habitación.
Trató de huir pero tropezó con los muebles y terminó cayendo al piso.
—No luches, esto es más que un simple sacrificio, es la perpetuación de
nuestra casta. Por eso siempre nos embarazamos jóvenes, por eso tenemos
siempre tres hijas, dos para el sacrificio y una para que continúe la estirpe. Si
alguna tiene un hijo varón no hay problema, pero siempre debe tener tres.
—¿Mis hermanas no murieron en accidentes?
—No, yo misma las maté. Tú tenías que sobrevivir hasta convertirte en mayor y
luego tendrías que matarme para continuar el ciclo, tres por una, así siempre es.

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De no hacerlo, crece dentro de nosotras otra más y, cuando ya está madura sale
afuera, y cuando digo que sale es real, destroza todo lo que somos para tomar
nuestro lugar, más joven y con la fertilidad renovada, para cumplir con el ciclo.
—Entonces… ¿Tengo que matarte?
El cuchillo se incrustó en la espalda de la muchacha mientras la mujer le habló
al oído: —Ya no quiero morir, hasta unos años después de perderte, estaba
convencida de mi destino, hasta que empecé a disfrutar del poder de estar sola,
sin carga de hijos que criar, por eso terminé matando a tu padre, un accidente de
tránsito, como sabes. Quiero ser libre, y para eso debes morir para que quede solo
yo. No te preocupes, diré que no soportaste el saber la historia y me culpaste de
toda tu vida de desgracias e intentaste matarme.
Casi desfalleciendo, la joven preguntó sobre el otro ser que crecería dentro de
su cuerpo. —No te preocupes… estoy embarazada, hoy por hoy las mujeres
pueden tener hijos hasta muy viejas. Una mujercita crece aquí adentro para darme
muchos años más de vida.
Un disparo se escuchó en el cuarto. La oscuridad se disipó y el cuerpo
ensangrentado de la madre estaba en el piso.
—Debes saber que la hija mayor termina sabiendo de la maldición, por eso vine
preparada. No lo supiste, pero tuve dos hijas de adolescentes que di en adopción,
ahora que sé tú secreto, lo practicaré… «madre». Mientras afuera paso
apresurados se oían, la reciente huérfana empezó a practicar su lloro y la historia
de locura de su infelizmente encontrada progenitora.

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EL SÓTANO

Poldark Mego

Luis sostenía un frasco de pastillas. Salvo un par de píldoras el contenido lucía


intacto. Lo miraba con decepción.

—Hola, Luis. —la voz de Beatriz llegaba ajena, como un eco del pasado, un
pasado cansino que aún carga una pesada cruz.

—Hola, mamá. —contestó Luis y regresó el frasco al velador. —¿Cómo has


estado?

—Bien mi amor ¿Y tú? —Beatriz sonreía complacida por la presencia de su


pequeño, un hombre de treinta y cinco años.

—Mucho mejor, mamá, el doctor Falcón cree que estoy mejorando a buen ritmo.
—Luis desvió la mirada hacia el frasco. —pronto bajaré la dosis al mínimo.

—No necesitas de esas pastillas, tú necesitas del amor de tu mamá ¿Me das un
abrazo?

—Sabes que no debo, ni siquiera debería estar aquí, si Falcón se entera podría…

—Que se entere ese loquero, como venga a decirme que no puedo ver a mi hijo lo
encierro en el sótano.

El corazón de Luis dio un respingo, sintió cada esfínter de su cuerpo contraído,


excepto sus ojos, abiertos como parabólicas recordando pasajes que la terapia y
la farmacología se empecinaban en enterrar.

Afuera se oyeron las voces de dos personas conversando amenamente.

—¿Quién está con tu padre, amor? —Beatriz extendió el cuello, es lo único que
podía hacer, las amarras la sujetaban a la cama.

—Es… —Luis dudó pero una efervescencia rabiosa subió desde su estómago
dejándole un regusto amargo en el paladar. —Es Silvia, mamá… mi prometida.

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Los dedos de Beatriz empezaron a sufrir tics y parecían doblarse en direcciones
imposibles. —Otra puta —Sentenció. —Otra golfa que quiere alejarte de mí ¡Luis
reacciona!

—¡Reacciona tú, mamá! —El vozarrón de Luis llenó toda la habitación y más.
Sintió una fuerte necesidad por expulsar aquello que las terapias no habían
podido desenredar, extirparlo como un diente podrido y hediondo que tiene sus
raíces en el mismo pasado compartido. —¡Toma tus pastillas, con un demonio! —
Luis estaba desbocado. —Ya son muchos años, mamá, y hemos hecho de todo
por ti. Estoy superando el trauma que me causaste por encerrarme en el sótano
esos dos años…

—Tenía que hacerlo, amor, sólo así podía retenerte. —una expresión oscura se
dibujó en el rostro de Beatriz. —Esas mujerzuelas te abrían las piernas y te
alejaban de mí… mi pequeño, mi niño bello.

—¿Esas mujerzuelas que enterraste en el bosque detrás de la casa? —Luis


susurró la pregunta con gesto adusto, los puños colgando a los costados del
cuerpo.

El hijo abandonó la habitación azotando la puerta. Beatriz se quedó con el rostro


iluminado por un recuerdo vago y retorcido que en su desviada mente tenía
sentido.

Luis llegó a la sala, posó una mano en el hombro de su padre, un hombre cano y
arrugado, aparentaba más edad de la que tenía, era el estrés producido por vivir
con Beatriz. —Nos vamos. —dijo mirando a Silvia. La joven asintió con gestos
rápidos, tomó sus cosas y se despidió presurosa de su futuro suegro.

—Tu madre es una persona difícil, hijo, yo me haré cargo. —sonrió el viejo, con un
gesto de cansancio y pesar. Luis ya estaba al volante con Silvia en el asiento del
copiloto.

—Haz que tome sus pastillas. —respondió secamente el hijo único y arrancó el
Volvo.

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Ya en ruta, saliendo del valle para tomar la carretera, Silvia miraba por la ventana
distraída en sus pensamientos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Luis mientras intentaba sintonizar una emisora, aún
no estaban cerca de ninguna señal.

—Estuve pensando… —Silvia miró a Luis con gesto reflexivo. —no sé si pueda
con esto de tu madre, Luis, creo… creo que tenemos que hablar.

Luis contuvo el aliento y pensó en el sótano.

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DÍA NEGRO/NOCHE BLANCA
Gabriel Núñez

“Pum, pum” —sonaba una y otra vez la puerta. Retumbando al ritmo de mis
latidos— Siempre entre las doce y tres, siempre entre las doce y tres de la tarde,
—no podía sacar ese pensamiento de mi cabeza.

Sabía que era ella, pero ignoraba su llamado. No importaba que subiera las
persianas. No importaba la luz entrando por la ventana de mi cuarto. Siempre
sucedía entre las doce y las tres.

Esta vez ella logró romper la cerradura. La madera estaba desgastada y no era
por las polillas, los golpes diarios sometieron el marco que acogía la cerradura.
Retrocedí con la linterna en mano, la encendí al momento de chocar contra la
pared; pero fue en vano, había demasiada luz como para notarse la de mi linterna.
Cerré los ojos con fuerza. Sentí sus pasos acercarse hacia mí lentamente. Su
respiración era agitada e intimidante. Se escuchaba con intensidad, al ritmo de sus
pasos. Acercó su rostro hacia el mío, casi rozándome. Podía sentir su respiración
quemarme. Sus latidos ahogaban mis oídos.

—No debo abrir los ojos —repetía una y otra vez entre murmullos.

De pronto, todo estaba silencio, solo se escuchaba mis murmullos. Seguramente


son las tres de la tarde. Abrí lentamente mis ojos. Al abrirlos por completo su
brazo se dirigió con violencia hacia mi sien, azotando mi cabeza contra la pared…

Desperté cuando el sol se había ocultado. Todo estaba de negro, solo una
pequeña luz dibujaba la forma de mi ventana en el piso de mi habitación. Ahora
era mi turno de buscarla por las calles.

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Mientras me cambiaba de ropa noté que todo me quedaba grande, pero lo ignoré.
Tomé mi sudadera favorita y me la puse. Sabía que para ella también lo era.

Las personas me observaban desconcertadas mientras caminaba por la vereda


¿A caso nunca vieron un muchacho caminar por la noche?

Me escondí en un callejón, esperando que mi sudadera favorita la atrajese… En el


momento que la vi pasar por la esquina, le golpeé la cabeza con el martillo de la
caja de herramientas de mi padre, sabía que no le importaría, pues él ya no
estaba más con nosotros. Al instante cayó al suelo. Su cabello largo y burdo
cubría su rostro. Estaba seguro que era ella, pero estaba vestida diferente.
Llevaba puesto unos tacos número doce, falda corta, blusa escotada y una
chaqueta de cuero. Emanaba olor a licor, cigarro y fluidos ocasionados por la
libido.

—Maldita zorra, lo volviste a hacer —murmuré entre dientes.

La arrastré por el callejón, conocía cada rincón de la zona, sabía exactamente por
donde pasar desapercibido. La colgué con los brazos extendidos al igual que las
piernas y ajusté las cadenas con tensión suficiente para que el dolor la despertara.
Le tapé la boca para que no gimiera. Encendí la televisión para opacar cualquier
ruido. Tomé una sierra y comencé a cortarle las piernas muy lento. Sus ojos se
salían casi de órbita mientras me observaba, la mordaza le impedía quejarse. Se
retorcía con desesperación, mientras la sangre recorría cada rincón del sótano, las
planta de mis zapatos se empaparon por el líquido hasta casi pegarse en el suelo.

—Ahora no podrás atormentarme más —dije en voz alta.

Al terminar retrocedí para contemplarla a distancia. Sabía que ahora ya no


volvería a molestarme entre las doce y tres.

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Al instante escuché un ruido, o al menos lo imaginé. Giré mi cabeza hacia la
izquierda. En el espejo observé que yo era mi madre. ¿Cómo podría ser mi madre
si ella estaba frente a mí? Me agarré la cabeza intentando no enloquecer. ¿Cómo
podía yo ser mi madre? Aterrorizado retrocedí lento, hasta tropezar con algo. Caí
al suelo de espaldas. Giré mi cabeza buscando saber con qué me había
tropezado. Ese si era yo, o al menos parecía. Me encontraba tirado en el suelo sin
piernas, emanando un olor a putrefacción. Al parecer llevaba tiempo
descomponiéndome.

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AMORES QUE MATAN

Kristina Ramos

Al rayar el alba mi madre nos despertaba con un cálido beso y nos susurraba al
oído:

—¿Escuchan el canto de los ángeles?, es hora de levantarse mis amores.

Le fascinaba ver como nuestros rostros resplandecían cada vez que decíamos
nuestras oraciones.

Así nos tenía horas rezando, a mis hermanos se les hizo costumbre, y rara vez se
quejaban. Sin embargo, yo lo hacía porque la amaba.

Todos juntos nos tomábamos de las manos y nos enseñaba como entonar
alabanzas, ella decía que todos los días eran especiales, un regalo de Dios.
Leíamos la Biblia, después nos dirigíamos a misa todos relucientes y perfumados.

Luego íbamos al parque que estaba cerca de nuestra casa, comíamos helados y
nos dejaba jugar libremente.

Mis hermanos pequeños desbordaban de emoción y una sonrisa vibrante se


reflejaba en sus rostros.

Los días habían transcurrido sin mayor problema, a pesar de que mi padre nos
había dejado por otra mujer, a la que mi madre llamaba: “zorra del infierno”.

Algunas noches la escuché llorar y rogarle a Dios que él volviera, la verdad no lo


necesitábamos, el amor de mi madre nos abrigaba profundamente el alma.

Recuerdo que un domingo llegó una caja muy hermosa con muchos objetos
religiosos, directo del vaticano. Ella se veía muy contenta, la ayudamos a adornar
la casa, mientras nos observaba tranquila, embelesada, con ese amor tan
inmenso que solamente una madre es capaz de dar.

Terminamos exhaustos, la casa parecía una iglesia, los ojos de mi madre brillaban
como nunca, después de cenar nos dio un buen baño con agua caliente,

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entusiasmada sacó los pijamas nuevos del closet y nos vistió como sus
muñequitos.

Perfumados y listos, nos acostó, nos leyó la biblia y rezamos.

Nos dio un beso a cada uno y un cálido: “Buenas noches, mis amores” -retumbó
en la habitación. –

Esa noche sus rezos no me dejaban dormir y me asustaron.

En medio de la oscuridad me escondí en el closet y solo oía el sonido de las


sirenas de la policía, entre gritos y sollozos, no entendía lo sucedido.

Recuerdo que estaba envuelta en una sábana, temblaba de frio en la comisaria,


mientras mi madre gritaba que mis hermanos la necesitaban, la esperaban y no
podían estar solos.

De pronto escuché la voz de mi padre, que la insultaba con odio.

Mientras yo lloraba en un rincón, mi madre le decía:

—Tu corazón está lleno de odio, el mío de paz. Dios dijo que perdonar es divino y
créeme Martin yo lo hice hace mucho, pero no deseo que contamines a mis niños
con tus locuras infernales.

En casa todos vivimos según los mandamientos de Dios nuestro Señor, nuestra fe
es la única que nos librará de morir en pecado.

No podía creer lo que sucedía, vi como se la llevaban con su rosario entrelazado


en las manos, tenía la mirada desorbitada y una sonrisa macabra esbozaba su
rostro, mientras entonaba una oración en voz alta. Al escucharla un escalofrío
recorrió mi cuerpo.

Ya en su celda, gritaba sin cesar:

—¡Mis hijos no caerán en las garras del demonio!

—¡Los he salvado! ¡Los he salvado! ¡Dios me pidió que lo hiciera!

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Mi padre y yo no podíamos creer el cuadro de horror al que tuvimos que
enfrentarnos unas cuantas horas antes.

María, Dalia y René mis tres pequeños hermanos, fueron encontrados en la


habitación de mi madre bañados en sangre, crucificados, con varios cortes en sus
cuerpecitos, con un sinfín de velas e imágenes religiosas alrededor.

Las paredes reflejaban el terror, el olor era nauseabundo.

La sangre corría por la alfombra y las paredes no eran ajenas a esta situación,
brillaban rojo carmesí.

A un lado de ellos se encontró a mi madre, con sus ropas también manchadas de


sangre, con los ojos desorbitados, rezando.

Los cuchillos con los que ella perpetuó el crimen estaban envueltos en una sábana
dentro de un cofre.

Los gritos desgarradores despertaron a los vecinos quienes llamaron a la policía.

Años más tarde rebuscando entre sus cosas descubrí que mi abuela cometió el
mismo crimen, ahora entiendo porque me dejó vivir, para continuar con la tradición
familiar.

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HORRENDA LLEGADA

Carlos Enrique Saldivar

El bebé nació muerto. En cuanto vino al mundo se abalanzó contra su madre, la


mordió en el cráneo, se lo abrió y le comió los sesos.

Ahora ya no solo se transformaban aquellos que morían, sino también los que
nacían.

Yo, la partera, apenas pude escapar de su furia implacable. Salí rápido de la


choza y corrí entre el bosque y la noche para refugiarme.

Desde entonces no he dejado de huir.

Sé que eso viene tras de mí, al igual que esos cadáveres hambrientos que
caminan.

Me encontrarán uno de estos días y me convertirán en uno de ellos.

Si no me conducen a ese horripilante destino, entonces otro lo hará. Lo sé muy


bien cada vez que toco mi panza, y noto los ocho meses de embarazo.

Llegará al mundo pronto, antes de que yo pueda darme cuenta.

En tanto, no tengo la más mínima idea sobre qué hacer al respecto.

O a lo mejor sí lo sé. Me doy cuenta cuando lo siento en mi barriga.

Nacerá, y cuando pase ya no tendré miedo, pues él gateará a mi lado.

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LA CENA

Cristina Taborga

Mi mamá prepara las mejores carnes. Cualquier receta, ella la sabe, y, ¡le salen
tan ricas! Cocina asados, chuletas con huesito, costillas y en ocasiones
especiales, prende la parrilla y la carne termina deliciosa. A veces incluso prepara
postres. Pero lo que más me gusta, es que toda la comida es solo para ella y yo.
Nada de compartir con nadie. Pues papá no está con nosotros hace un año.
Mamá dice que murió en un accidente, pero no hubo funeral porque ella sentía
que rompería en llanto. Yo también me sentía triste y mamá, para compensarlo,
hizo un banquete esa noche, en el cual comí el mejor asado de carne de mis 8
años de vida. Era jugosa, y me acuerdo que sobró un montón de sangrecita pues
la cocina estaba roja escarlata. Esa comida nos subió tanto el ánimo que al día
siguiente mamá no paraba de sonreír y yo de jugar. Jugué con Carlitos, el de la
esquina, y con Mateo, el rarito de la mancha. Le pusimos ese sobrenombre por un
gran lunar en su brazo derecho.

Pero, ¡ya pasó todo un año! ¡Cuánto he crecido! Ya soy más alto que cualquier
niño de la manzana. Mamá dice que es por la carne que ella prepara, que la carne
es tan suave porque es de bebé, y por eso yo soy tan grande y fuerte. Y sí,
definitivamente soy más fuerte que Mateo, pues hoy ha desaparecido. Algún
extraño se lo llevó por no ser tan fuerte como yo. Aun así, me quede con la cara
larga cuando llegué a casa en la tarde. No tenía con quien jugar, así que mamá
me dijo que me quede en mi cuarto mientras ella preparaba algo especial. Pero yo
bajé, ya ni sé por qué. En las manos de mamá, esas manos de cocinera tan
expertas, se encontraba el brazo de un niño pequeño. La mancha del brazo
contrastaba con la cocina.
La cara de mamá se contorsionó con preocupación, su secreto estaba reflejado en
sus ojos.
-Hijo, yo...-
-Bueno mamá, ¿cuál será el postre?-

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Sus facciones se relajaron, rio. Juntos preparamos el postre.

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REFRACCELL

Antonio Zeta

El silencio proveniente de la cocina fue aniquilado con el golpe de un objeto


metálico cayendo sobre la carne tierna, blanda de... En la sala estaba Dani
preguntándose desde cuándo la mujer que se encontraba preparando la cena
había dejado de ser su madre. Por más intento que hacía no podía establecer con
exactitud el día en que su madre cambió la personalidad severa y enérgica por
otra flácida y mustia. A menos que…

Todo comenzó –diría Dani– con una llamada a altas horas de la noche. Modesta
López, madre de Dani, tuvo que salir a atender uno de los varios llamados que
solían hacerle. Y no es que ella fuera médica o enfermera, las consultas se
enmarcaban dentro de lo conocido como chucaque o mal de ojo. Sin embargo,
este caso era especial, incluso…

Antonella, una joven de quince años había sido dada por pérdida. Y que tras su
regreso, luego de seis meses de ausencia, había sufrido el descenso de un líquido
amarillento viscoso ante la atenta y escandalizada mirada de sus compañeros. El
asunto fue explicado como el de una menarquia extemporánea.

Dani ingresa a la cocina. Su madre deja caer el cuchillo al sentir la presencia


ajena. Los ojos de la mujer están en blanco. “Vete a dormir, mamá”, atina a decir
el muchacho. “Debo preparar tu cena”, contesta la mujer. El hijo siente deseos de
huir, pero no se atrevería a abandonar a su madre…

Por la noche, un grito proveniente de la habitación de Modesta despierta a Dani.


Temeroso, acude al dormitorio. En el alarido pudo reconocer la voz de su madre
pidiendo ayuda. Podría tratarse de una pesadilla, piensa. Una vez en el lugar, el
silencio circundante se intensifica por la oscuridad, solo atravesada por un rayo de
luz que enfoca parcialmente la cama y, con tenuidad, los ojos de su madre. Sí,
podían verse los ojos de la durmiente. Dani podía ver entonces, aterrado, el iris de

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ambos ojos moviéndose a gran velocidad por debajo de los párpados. Venas
macilentas palpitando por distintas partes del…

La escalofriante escena pronto sobrecogió al temeroso muchacho, cuyo miedo se


incrementó al darse cuenta de que algo recorría el cuerpo de su madre. Entonces
esforzó la vista y pudo ver que la piel de su progenitora había sido cubierta
ligeramente por una tela transparente. Y de pronto, un segundo grito que hizo que
la mujer lleve el cuerpo hacia adelante para permanecer sentada por escaso
tiempo. Una vez más, y ahora con mayor nitidez, la palabra fue “ayuda”.

Su madre necesitaba de aquel cobarde que hasta hacía poco pensaba en


abandonar el lugar. Sin embargo, un impulso filial hizo que tomara la mano de
Modesta. El contacto le otorgó una luz sobre el enigma del reciente
comportamiento de su madre. Pudo ver con los ojos de esta el momento en que
se dirigía a la alcoba de Antonella, la adolescente…

La visión era nítida, en un ambiente plagado de un silencio parecido al de


entonces. La adolescente tendida en la cama, quieta, aparentemente a la espera
de la visitante. Su madre profiere palabras magulladas e ininteligibles, o quizá el
volumen no llega con la misma nitidez que las imágenes. Después de todo era
como estar en un sueño, donde el tiempo goza de licencias que la vida diaria no
permite. En la revelación, la oscuridad opaca el panorama. Dani entiende que su
madre pasó a orar con los ojos cerrados. Pero que al abrirlos, una vez terminada
la oración, tiene enfrente a la muchacha con la boca muy abierta, introduciéndole
un hilo largo y viscoso por la suya.

Dani despierta. Ha sido una pesadilla, una terrible pesadilla. Está cubierto de
sudor. Todavía tiembla, pero agradece la vuelta a la realidad, donde el tiempo ha
vuelto a su curso habitual, y que solo le brinda la oportunidad de gritar en el
momento en que su madre, acostada en su misma cama, le introduce algo viscoso
por…

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BIODATAS

Aarón Alva: (Lima, 1987). Músico, licenciado en la


especialidad de guitarra por la Universidad Nacional de
Música. Premios a nivel nacional en concursos de guitarra
clásica y un disco titulado “Matices clásicos” (2011). Ha
recibido cursos de redacción y crítica y apreciación literaria
en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, y los talleres
de narrativa a cargo de Iván Thays y Carmen Ollé. Publicó
el libro “Cuentos Ordinarios” del Grupo Editorial Caja Negra
(2017), su libro “El enigma de la silla rota”, fue publicado
con Editorial Apogeo (2018). Es redactor en el medio digital
cultural “Cuenta Artes”. Trabaja como profesor de música.

Luis Bravo: (Trujillo, Perú) Escritor peruano, publicó en la


revista digital El Narratorio, en las ediciones 22 y 24, con los
títulos «La Cruzada Oscura» y «Serenata de Auto-
destrucción» (2018). Además su cuento «El miasma oscuro»,
fue publicado en la revista digital Historias Pulp, en su
Antología de Microrelatos Un Mundo Bestial y participa en la
antología Volumen #2 Alien con el cuento «Eternity» de la
misma revista. Asimismo ha sido publicado en la revista digital
El círculo de Lovecraft, Número 7, con su cuento «Hay sangre
en el agua» y en el Número 8 con su cuento «El camino del
olvidado».

Miguel Calderón: (Lima, 1987). Egresado de la Facultad


de Filosofía en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Su cuento “Una Taza de Café” ha sido publicado
en la antología Literal de Editorial Autónoma (2018).
Próximamente su cuento “El día Perfecto” será publicado
en la antología Cuentos Peruanos sobre Objetos Malditos
de la Editorial El Gato Descalzo (2018).

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Lacey Conde: (Lima, Perú) Docente de idiomas. Licenciada
en Educación con estudios de Maestría en Enseñanza del
Inglés, como Lengua Extranjera. Publicó su historia "Un beso
a la muerte" en la revista digital Círculo de Lovecraft
(2017). Además, su cuento "La hija del pozo" será incluida
en la antología de 13 cuentos peruanos sobre objetos
malditos de la editorial El gato descalzo (2018). La antología
literaria digital El Narratorio N° 25 incluye su relato “Mi adiós
a Samuel”. Asimismo, la Revista Letras y Demonios publicó
su cuento “Hay un pequeño monstruo en mi bañera”.

Tania Huerta: (Lima, Perú) Su cuento «GatoGallo» fue


publicado en la Revista Virtual de El Círculo de
Lovecraft (2017), también publicó el cuento «El Pelado Jairo»
en la antología Horror Queer de Editorial Cthulhu (2018). Sus
cuentos «Orgasmo», “Enamorado” y su poema «Snuff»
fueron incluidos en la antología virtual San Valentin
Oscuro (2018). Los cuentos “Abuela” y “Plantación” fueron
incluidas en la antología Literal de Editorial Autónoma (2018)
Es dueña del Blog Pies Fríos en la Espalda
(http://piesfriosenlaespalda.blogspot.pe/)

Rodrigo Martinot: (Lima, 1998) Estudiante de música. Su


cuento “Acompañado” fue publicado en la antología digital San
Valentín Oscuro (2018)

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Sarko Medina: (Arequipa, 1978) Escritor, periodista y
articulista. Publicó su primer libro “Palo con clavo y santo
remedio” (2014), de temática urbana y el libro de cuentos
de terror, misterio y horror: "La Venganza de los Apus"
(2017). Ha publicado, en formato digital: “33
microcuentos de verdades en pareja” (2011), “Insólita
Realidad” (2012) (Reedición Editorial Torre de Papel
2015), “Impactante Fascinación” (2014). En cuento y
fotografía: “Palomas” (2012). Publicó cuentos en las
antologías: “El Umbral, Antología de Relatos Insólitos”
(2015) y “El Lado Oscuro de la Luz, Relatos de Misterio”
(2016); “Las Sombras en el Sillar” (2017) del Grupo Literario Kosmogonía. Relatos
fueron publicados en Buen Salvaje, MiNatura, Penumbria, El Narratorio, Fix100,
Mil Voces tiene la Muerte, Un muerto camina entre nosotros, Ucronías Perú,
Nictofília y en la antología de cuento peruano de terror "Tenebra", entre otros.

Poldark Mego: (Lima, 1985) Licenciado en Psicología.


Relatos en las siguientes antologías: “Literal” (2017)
“Maleza” (2017) “Lima en Letras” (2018) “Es-cupido” (2018)
“Un Mundo Bestial” (2018) “Cuentos peruanos sobre
objetos malditos” (2018) “Terror en la mar” (2018) “Un San
Valentín oscuro” (2018) “Cuenta Artes” (2018) “El
Narratorio” (2018) “Cerdofilia” (2018) Miembro del Taller de
Escritura Creativa Lima. Es dueño del blog Pandemia Z
(www.facebook.com/pandemiaz)

Gabriel Núñez: (Lima, 1995) Gabriel Eduardo Britto Núñez.


Sin publicaciones

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Kristina Ramos: (Huancayo, 1987) Su cuento
"Sanguijuelas" fue publicado en la antología y la
audiorrevista "Un Mundo Bestial" de la revista digital
Historias Pulp. Publicó su cuento "Sangriento San Valentín"
en la antología "Un San Valentín Oscuro". El cuento "Canto
a Satán" ha sido publicado en la quinta edición de la Revista
Letras y Demonios. Su cuento "La Carnicería"
próximamente publicado en la antología "El monstruo el
humano" de Editorial Cthulhu.

Carlos Saldívar: (Lima, 1982). Estudió Literatura en la


UNFV. Es director de la revista impresa Argonautas y del
fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del
fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a
la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo
al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Finalista de los
Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la
categoría: relato. Finalista del I Concurso de
Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de
Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror
de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del
XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico
miNatura 2016. Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008),
Horizontes de fantasía (2010); y el relato El otro engendro (2012). Compiló las
selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011),
Ciencia Ficción Peruana 2 (2016) y Tenebra: muestra de cuentos peruanos de
terror (2017).

Cristina Taborga: (Lima, 1998) Estudiante de Medicina


Humana. Se publicó su cuento “Carta de Advertencia” en
la antología digital San Valentín Oscuro (2018).

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Antonio Zeta: (Piura, 1986) Licenciado en Lengua y
Literatura por la Universidad Nacional de Piura. Ha
publicado los libros de relatos Lo que las sombras ocultan
(Lengash, 2017) Tarbush (Sietevientos, 2015), y el
poemario coautoral Dos sombras en la esquina café
(América, 2015). Primer Puesto en el concurso nacional
“Historias Mínimas 2017”, organizado por diario El
Comercio y la Fundación BBVA-Banco Continental.
Asimismo, fue finalista del concurso nacional “Historias de
solidaridad”, organizado por Diario El Comercio (2017). Es
Presidente del círculo literario Tertulia Cero y Miembro del
Consejo Municipal del Libro y la Lectura (Piura). Forma
parte de la antología Punto de encuentro (Lima, 2017), a
cargo de la editorial Vicio Perpetuo. Cuentos de terror de su autoría aparecen en
las antologías Inspiraciones Nocturnas IV (España, 2017) y Microterrores IV
(España, 2018); y en las revistas Plesiosaurio (Lima), El Bosque (Lima),
Nocturnario (México), El Narratorio (Argentina) y The Wax (Argentina).

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