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HISTORIA POLÍTICA, ECONÓMICA Y

SOCIAL

MÓDULO I

UNIDAD II
TIEMPOS DIFÍCILES: EL MUNDO
DE ENTREGUERRAS
Hileras de rostros grisáceos que murmuran, teñidos de
temor,
abandonan sus trincheras, y salen a la superficie,
mientras el reloj marca indiferente y sin cesar el tiempo
en
Sus muñecas,
y la esperanza, con ojos furtivos y puños cerrados,
se sumerge en el fango. ¡Oh Señor, haz que esto termine!

Sigfried Sassoon (1947

MÓDULO I

HISTORIA POLÍTICA, ECONÓMICA Y SOCIAL

UNIDAD II

TIEMPOS DIFÍCILES: EL MUNDO DE ENTREGUERRAS

Objetivos específicos

Que el alumno:

 Analice los cambios producidos en el mundo entero a partir de las dos


Guerras Mundiales y los cambios sociales, económicos y políticos en
Europa y el mundo.
 Comprenda las repercusiones del cambio económico-social a partir de la
Revolución Rusa y los cambios del capitalismo desde la crisis de 1929.
 Interprete los cambios del mundo actual a partir de la situación de post
guerra en sus dos etapas: la de auge y la de desequilibrio.
 Comprenda la importancia de los procesos mundiales y su repercusión en
nuestro país a partir de la ampliación del comercio internacional.
 Analice la situación de las clases tradicionales y la aparición de la clase
media como nueva clase social.
 Interprete el impacto que provocó en la Argentina la situación internacional
durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
 Comprenda la importancia de los cambios producidos en la Argentina a
partir de la Crisis de 1929.

A. Orden Internacional

El mundo entre las dos Guerras Mundiales

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1. Características de la Gran Guerra y sus consecuencias políticas,
económicas y sociales.

2. La Revolución Rusa y sus etapas. La crisis de 1929: La Depresión. El New


Deal. Orígenes del Estado Benefactor. Desarticulación del comercio
mundial. Ascenso del Fascismo y del Nacionalsocialismo.

3. Características de la Segunda Guerra Mundial. Antecedentes políticos y sus


consecuencias económicas, sociales y políticas.

B. Orden Nacional

La Argentina de entreguerras.

1. El impacto de la Gran Guerra en el país. El proyecto político y económico de


Yrigoyen. Diferencias económicas entre Yrigoyen y Alvear.

2. Repercusiones de la Depresión de 1929 en el país. Las nuevas medidas


estatales para enfrentar la crisis. Pacto Roca-Runciman. Agotamiento del
modelo agro-exportador. Iniciación de la industrialización. Migraciones
internas y su inserción en la estructura económica.

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Unidad II – Desarrollo de Contenidos – Orden Internacional

Tiempos difíciles: el mundo de entreguerras

Los inicios del horror: “La Gran Guerra” (1914-1918)

Causas

Se inicia el Siglo XX con una fecha: 1914. Una fecha que dispara en la
memoria el recuerdo de un acontecimiento que marcará a fuego las
características generales del nuevo siglo: La Primera Guerra Mundial. Un
suceso cuyo final es más dramático que su origen, es decir que sus
consecuencias, por su crueldad y dureza, son más traumáticas que las causas
que la provocan.

«Las lámparas se apagan en toda Europa -dijo Edward Grey, ministro de


Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, mientras contemplaba las luces de
Whitehall durante la noche en que Gran Bretaña y Alemania entraron en
guerra en 1914-. No volveremos a verlas encendidas antes de morir.» Al
mismo tiempo, el gran escritor satírico Karl Kraus se disponía en Viena a
denunciar aquella guerra en un extraordinario reportaje-drama de 792
páginas al que tituló Los últimos días de la humanidad. Para ambos
personajes la guerra mundial suponía la liquidación de un mundo y no
eran sólo ellos quienes así lo veían. No era el fin de la humanidad,
aunque hubo momentos, durante los 31 años del conflicto mundial que
van desde la declaración austriaca de guerra contra Servia el 28 de Julio
de 1914 y la rendición incondicional del Japón el 14 de Agosto de 1945-
cuatro días después de que hiciera explosión la primera bomba nuclear-,
en los que pareció que podría desaparecer una gran parte de la raza
humana. Sin duda hubo ocasiones para que el dios, o los dioses, que

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según los creyentes había creado el mundo y cuanto contenía se
lamentara de haberlo hecho.

(Hobsbawm, 1996, pág. 30)

La no resolución de dichas causas a casi cien años vista aparecen


trágicamente en los noticieros actuales de las cadenas internacionales de los
medios de comunicación. ¿Quién puede ignorar hoy día cierta sensación de
incomodidad ante la mera mención de la palabra Balcanes?. Nadie puede
sentirse ajeno a un conflicto hoy aun irresuelto.

El primer significado que podría encontrársele a la Primera Guerra


Mundial es que fue una guerra casi deseada por todos sus protagonistas.
Deseada, urdida, prevista y organizada durante casi treinta años antes de que
un suceso acaso fortuito provocara su estallido. Como se ha visto en el análisis
de contenidos de la Unidad I entre 1880 y 1914 no había dudas de que el orden
internacional estaba cambiando. Inglaterra había dejado de ser el único país
industrializado y nuevas potencias se apresuraban para quitarle ese lugar
privilegiado. La mayoría de los europeos, acostumbrados a ser el centro del
mundo, creían que el crecimiento más espectacular era el de Alemania. Sin
embargo, los que daban los pasos más largos eran dos nuevas potencias:
Rusia y los Estados Unidos. Este crecimiento no era difícil de entrever. Como
también se ha analizado, un nuevo imperialismo se presentaba y se justificaba
ante el mundo. A medida que más países se modernizaban, la necesidad de
mercados se volvía más urgente. Esta fue quizá la razón por la que las grandes
potencias se transformarán en rivales irreconciliables.

Causas de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

Siguiendo el análisis general de Martínez Carreras puede afirmarse que


poco a poco fueron estableciéndose bloques o alianzas entre aquellas
potencias que tenían los mismos enemigos posibles. Un sistema de alianzas
que fue gestándose a lo largo del tiempo entre los protagonistas de la guerra
con el único fin de prepararse para un enfrentamiento ineludible. Una a una
fueron estructurándose las alianzas entre rusos y franceses, franceses y
británicos, alemanes y austrohúngaros; alianzas que necesariamente

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comenzarían a funcionar ante cualquier suceso imprevisto. Así se formaron la
Triple Entente, integrada por Rusia, Francia e Inglaterra, y la Triple Alianza, de
la que eran parte Alemania, el Imperio Austro-húngaro e Italia. Cuando la
guerra estalle, todos los países industrializados se ubicarán estratégicamente
dentro o fuera de estas alianzas.

Por otra parte, la tecnología había


aumentado notablemente la capacidad
destructiva de las armas. Fusiles de
repetición, ametralladoras, explosivos
aparecen sin solución de continuidad
durante la pre-guerra dando a este
período el nombre de paz armada. A este
avance todos los protagonistas
contribuyeron desde 1880 acumulando
todos los medios de destrucción
accesibles para la época y derivando gran
parte de su capacidad económica, si no
toda, a preparar una estructura bélica
nunca antes vista y ansiosa por ser probada. La competencia económica
desatada entre los países para adquirir o mantener la hegemonía de poder
necesariamente llevaría a aquellos como Alemania, en inferioridad de
condiciones para competir, a lanzarse a una búsqueda desesperada de
territorios coloniales o periféricos para volcar en ellos los excedentes de su
tardía pero sustancial industrialización. Antiguos resentimientos, resabio de
enfrentamientos anteriores como la guerra Franco-Prusiana que hábilmente
manejados por las dirigencias políticas alimentaron y sostuvieron
manifestaciones de un nacionalismo a ultranza en el interior de los países,
favoreciendo posturas extremas y violentas en sociedades que comenzaron a
clamar por viejos rencores, justificando la más horrorosa manifestación de los
mismos: la guerra. Finalmente, la llamada cuestión de los Balcanes, territorio
inestable desde tiempos hoy casi inmemoriales, en el que la convivencia de
diferentes etnias y religiones hacía casi imposible e inviable un tiempo de

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estabilidad y resolución de conflictos. Territorio apetecible por su ubicación
estratégica geográfica y geopolítica. Aparente presa fácil visto su debilidad
política, se convirtió en la causa detonante de la guerra. El asesinato de
Francisco Fernando, heredero del trono austro-húngaro en Sarajevo, fue el
acontecimiento que hizo posible la caída de la primera ficha de un gigantesco
juego de dominó que se había preparado durante muchos años.
Cuidadosamente los protagonistas habían ido colocando ficha a ficha, en
absoluto orden y estudiada distancia con el único fin de que cuando cayese la
primera, fuese empujando y tirando una a una las miles colocadas,
desencadenando mecanismos imposibles de detener una vez puestos en
marcha. La invasión Austro-Húngara a Serbia movilizó necesariamente a
Rusia, instado a repeler un ataque hacia una región que consideraba y
considera aún hoy día parte de sí misma. El cuidadosamente armado sistema
de alianzas comenzó a funcionar de inmediato visto que había sido
cuidadosamente aceitado. Y llegó la "Gran Guerra".

Caracteres

Uno de los acontecimientos que se inicia con el siglo XX es la


denominada Primera Guerra Mundial, en 1914. Se ha dicho muchas veces, y
no es exagerada la afirmación que al finalizar la Gran Guerra el mundo sería
distinto. Las novedades que van a surgir durante el conflicto, o a través de él,
marcarán de manera decisiva los rasgos sobresalientes del nuevo siglo:

 El desarrollo tecnológico aplicado a la destrucción, hasta límites inéditos, de


todo tipo de bienes.

 La aniquilación sistemática y masiva de pueblos, comunidades y etnias,


hasta alcanzar cifras de millones de seres humanos en tiempos cada vez
más cortos.

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 La consolidación y el desarrollo de Estados proletarios que desafían no sólo
el poder burgués sino todos los valores que este representaba.

 La formación de un nuevo escenario político-económico internacional, en el


que Europa tendría todavía un papel importante, pero no el principal.

 El desarrollo de una vieja fuerza, el nacionalismo, canalizado ahora por la


vía de la reivindicación del derecho de autodeterminación (en los pueblos
largamente sometidos) o la de la expansión avasalladora, militarista y
xenófoba.

 Una crisis económica de intensidad y características hasta entonces


desconocidas en el capitalismo del siglo XIX - hiperinflación, desempleo
masivo- que, a la vez que quiebran el optimismo de fin de siglo, fuerzan a
los gobiernos a tomar medidas intervencionistas de una energía y una
envergadura radicalmente nuevas.

El siglo XIX confiaba en el progreso indefinido como factor de mejoras


materiales y ampliación de conocimientos pero, sobre todo, como civilización.
El siglo XX iba a poner de manifiesto rápidamente que, en contra del ingenuo
optimismo decimonónico, el progreso estaba también asociado a la barbarie;
en este caso, a una barbarie tecnificada.

Desarrollo y extensión del conflicto

En muchas oportunidades se han


analizado los orígenes y las
responsabilidades del conflicto. Los
vencidos sostienen una verdad; los
vencedores, otra. La cuestión quedó
“formalmente” resuelta en el artículo 231
del Tratado de Versalles, firmado al

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finalizar la guerra, que atribuía a Austria-Hungría y Alemania la responsabilidad
de la guerra.

Sin embargo, los historiadores coinciden en que la cuestión es mucho


más compleja; hay otros factores para tener en cuenta, como la organización
del sistema internacional en los veinte años que precedieron a la guerra, el
estallido de las rivalidades imperialistas, el impresionante crecimiento
económico e industrial de Alemania, la efervescencia nacionalista y el culto a la
guerra, la debilidad de los pacifistas y el fracaso de los socialistas. Sin
embargo, esta enumeración no debe ocultar que los círculos militares y al
menos una parte del gobierno alemán consideraban que una breve y victoriosa
guerra reforzaría la hegemonía centroeuropea que ya ejercían de hecho, y
convertiría a Alemania en una potencia mundial acorde con su capacidad
económica.
También Austria-Hungría pretendía defender su existencia como Estado
multinacional frente al peligro que significaba la disgregación de las distintas
nacionalidades que dominaba en su interior.
Probablemente eran mayores las ambiciones de Rusia que, a su
tradicional política de injerencia en el mundo balcánico y al protectorado sobre
los eslavos, sumaba ahora su enérgica expansión hacia el Lejano Oriente.
Francia también tenía pretensiones bien precisas frente a Alemania, resabio
como se ha visto de la guerra Franco-Prusiana de 1870-1871: recuperar las
regiones productivas de Alsacia y Lorena. Se trataba de retomar lo que se
consideraba perdido injustamente y detener, eventualmente, la marcha
alemana hacia una preponderancia absoluta en Europa. Gran Bretaña se
preocupaba por el creciente poderío industrial y naval de Alemania; la invasión
de las tropas alemanas a Bélgica en 1914 y la amenaza en el Canal de la
Mancha justificaban los temores que había despertado en los últimos años la
política alemana de rearme naval, acompañada por una expansión industrial y
comercial que los ingleses observaban con gran inquietud.

En este marco, aparecen como elementos decisivos del estallido del


conflicto la confianza en que la guerra sería breve y el respaldo a la contienda

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por parte de la opinión pública nacional de ambos bandos. Todos hicieron un
uso extremadamente hábil de la propaganda, vendiendo a la opinión pública
respectiva la idea de que la nación era víctima de la agresión de sus enemigos.

En todos los países, el impulso patriótico desbordó las previsiones más


optimistas de los gobiernos beligerantes. Se estaba recogiendo el fruto de una
sistemática campaña de exaltación patriótica sobre la base de la descalificación
de los vecinos o los competidores. Este entusiasmo nacional y bélico se
manifestó con mayor intensidad en los habitantes de las ciudades y los lectores
de la prensa, ávidos de gloria y aventura tras un largo período de paz.

Los planes de ambos bandos fallaron muy pronto. El avance ruso fue
detenido en la batalla de Tannenberg, a fines de agosto de 1914, y la ofensiva
alemana quedó paralizada tras la batalla de Marne. Los frentes se
estabilizaron, se cavaron kilómetros de trincheras y, en poco más de un mes, la
guerra de movimientos se transformó en una guerra de posiciones desconocida
hasta entonces.

En las trincheras, los hombres se hacinan y desesperan, sufriendo más


por el frío, el hambre y la suciedad que por los ataques enemigos. Puede
afirmarse que en este tipo de guerra no tienen tanta importancia el valor
personal o el esfuerzo individual, sino aquellos elementos que permiten
sobrevivir en este medio: leña, comida, tabaco, velas. Cuando llega el combate,
el modo de operar clásico es el de machacar con la artillería las posiciones del
adversario hasta lograr, en términos militares, "ablandarlas". A veces, los
cálculos fallan y los ataques a las posiciones enemigas se convierten en
operaciones suicidas: miles de soldados son obligados a salir de las trincheras
a campo abierto sin la menor posibilidad de llegar al lugar en el que unas
fuerzas emboscadas, con la artillería casi intacta, disparan sobre los hombres,
cuyas bajas se cuentan de a miles. En cambio, cuando se tiene éxito, el avance
se mide por unos cientos de metros: un esfuerzo desproporcionado para un
resultado tan magro.

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El nuevo armamento contribuyó a acentuar los perfiles de la tragedia. Ni
los tanques, ni los rudimentarios artefactos aeronáuticos tuvieron un desarrollo
tan importante como los submarinos, un arma decisiva en la estrategia
alemana de quebrar por algún lado el poderío de la flota británica. La
esperanza de doblegar a Gran Bretaña y cortar el abastecimiento de los
ejércitos y el sistema productivo de la Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia)
descansó en adelante en la acción de los submarinos, una de las más pérfidas
y novedosas armas que había perfeccionado la moderna tecnología industrial.
Los alemanes habían dedicado mucha atención a la construcción de
sumergibles, aumentando su potencia y su capacidad para navegar en alta
mar.

A fines de 1916 emprendieron una guerra submarina indiscriminada, sin


respetar las banderas ni los derechos de los países neutrales. La eficacia
militar de la decisión fue muy grande: centenares de buques fueron hundidos,
la economía de Gran Bretaña llegó al borde de la quiebra; pero,
fundamentalmente, la actitud alemana castigó duramente el comercio de los
Estados Unidos, que se había convertido en el mayor proveedor de los países
de la Entente. Razones económicas y humanitarias conmovieron a la opinión
pública estadounidense que, pese a las importantes minorías de origen
alemán, simpatizaba en su gran mayoría con Gran Bretaña, Francia e Italia. En
abril de 1917 el Congreso votó la declaración de guerra contra Alemania. Esta
decisión, adoptada poco después de la Revolución Rusa, indicaba un vuelco en
el conflicto, que asumía así dimensiones realmente mundiales, y tendría
también muchísima importancia en la historia de los Estados Unidos.

La intervención estadounidense movilizó contra los imperios centrales un


poderoso y eficiente aparato industrial, los recursos inmensos de un país rico y
el entusiasmo, a veces ingenuo e idealista, por la lucha en defensa de la
democracia. Sus ejércitos llegaban a reclutar hasta doscientos mil hombres por
mes, y en el otoño de 1918 sumaban ya cerca de dos millones de soldados en
el frente. A largo plazo no se podía dudar de los resultados del enfrentamiento.
Ya era posible sostener que, de un lado, luchaban los regímenes liberales y

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democráticos y, del otro, dos imperios en los que no sólo pesaban los intereses
dinásticos, sino que existía de hecho una dictadura militar. En el enfoque del
presidente norteamericano, Woodrow Wilson, estas razones tenían una
importancia fundamental, se debía construir la paz abandonando la diplomacia
secreta y afirmando, en cambio, el principio de la "autodeterminación" de los
pueblos y la solución pacífica de los conflictos entre los Estados por medio de
una organización internacional nueva y democrática. Al comienzo, el estallido
de la guerra había permitido atenuar o reprimir las tensiones sociales internas
apelando a la cohesión nacional e instaurando una severa dictadura militar.
Ahora la guerra, prolongándose más allá de todo lo previsto se convertía en
motivo de desintegración y alentaba el peligro de la revolución social. Las
perspectivas habían cambiado totalmente respecto a las de 1914-1915. La
Revolución Rusa y la intensa propaganda pacífica y revolucionaria eran
algunos de los nuevos elementos que acelerarían la solución del conflicto. En
estas condiciones, la presencia estadounidense asumía una importancia aun
mayor que en los meses anteriores y con la proclamación de "los catorce
puntos" de Wilson en enero de 1918, los Estados Unidos tomaban la iniciativa
diplomática e ideológica en los países occidentales.

El Mensaje de Paz del presidente al Congreso estadounidense y los


catorce puntos, que en algunos aspectos pueden también parecer una
respuesta a la propaganda de paz soviética, oponían la libre expresión de la
voluntad popular y la autodeterminación de los pueblos a los acuerdos entre
cancillerías y sostenían, muy especialmente, que las relaciones entre los
Estados se debían regular según principios democráticos mediante la
institución de la Sociedad de las Naciones, una especie de gobierno
supranacional que garantizara la paz internacional. Todos los gobiernos de la
Entente juzgaron que la posición de Wilson era muy valiosa para la propaganda
y la diplomacia; incluso, algunos sectores de los grupos dirigentes y la opinión
pública de los imperios centrales pudieron ver en ella la esperanza de una paz
sin venganza. La guerra, comenzada por disputas intestinas de Europa y
planteada con antiguos esquemas de ajuste de fronteras y equilibrio de fuerzas

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entre los Estados europeos, avanzaba hacia su final abriendo perspectivas
totalmente nuevas.

Europa había perdido su primacía en el mundo y en menos de dos años


desaparecieron los tres imperios más antiguos y sus respectivas dinastías; el
Imperio ruso, el austro-húngaro y el turco. Además surgió un nuevo intento de
organizar la sociedad que apuntaba a transformar radicalmente las bases del
mundo capitalista: la Revolución Rusa (Revolución Bolchevique –1917).

Consecuencias de la Primera Guerra Mundial

No interesa en este breve racconto realizar un minucioso análisis ni


militar ni estratégico de la misma. Interesa pues, establecer las consecuencias
de esta guerra para un siglo que a partir de aquel acontecimiento se
diferenciará sustancialmente del siglo anterior. Coinciden los analistas en que
esta guerra le imprimirá al siglo XX sus particulares características y dejará
heridas abiertas, que aún hoy, continúan sangrando.

Las consecuencias de la guerra fueron múltiples, tal como sus causas,


amplias y de índole diferente, pero afectaron significativamente tanto a
vencedores como a vencidos y esto a su vez se convertirá en una de las
causas de la Segunda Guerra Mundial. Para Maurice Crouzet en su análisis de
La época Contemporánea las consecuencias demográficas suenan como una
bofetada que nos despierta al horror de la guerra. Más de sesenta millones de
personas afectadas, entre muertos, heridos o lisiados; además de epidemias
que no encontraron freno a su devastación, junto con guerras civiles que se
desencadenaron sobre una Europa débil y convulsionada. El efecto se hizo
sentir directamente sobre la población activa, hecho que afectará
decididamente la economía de los países y las sociedades en su conjunto a
corto y largo plazo.

Con respecto a las consecuencias económicas sobrevendrá una crisis


de producción generalizada que combinada con la destrucción del

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equipamiento, la pérdida de mercados, la falta de materias primas y el
endeudamiento generalizado nos permiten anticipar la ferocidad de la crisis
estructural de 1929.

Las consecuencias políticas opondrán al modelo occidental del siglo XIX


un nuevo mundo embanderado con la Revolución Bolchevique (Revolución
Rusa) de 1917. Imposible descartar los efectos directos en la Revolución Rusa
de la dolorosa, en cuánto a pérdida de vidas, y desastrosa, en cuanto a las
pérdidas económicas, participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial.

“Cualquier observador atento del escenario mundial comprendía desde


1870 que la Rusia zarista estaba madura para la revolución, que la
merecía y que una revolución podía derrocar al zarismo. Y desde que en
1905-6 la revolución pusiera de rodillas al zarismo, nadie dudaba ya de
ello. Algunos historiadores han sostenido posteriormente que, de no
haber sido por los «accidentes» de la primera guerra mundial y la
revolución bolchevique, la Rusia zarista habría evolucionado hasta
convertirse en una floreciente sociedad industrial liberal-capitalista, y
que de hecho ya había iniciado ese proceso, pero sería muy difícil
encontrar antes de 1914 profecías que vaticinaran ese curso de los
acontecimientos. De hecho, apenas se había recuperado el régimen
zarista de la revolución de 1905 cuando, indeciso e incompetente como
siempre, se encontró una vez más acosado por una oleada creciente de
descontento social. Durante los meses anteriores al comienzo de la
guerra, el país parecía una vez más al borde de un estallido, sólo
conjurado por la sólida lealtad del ejército, la policía y la burocracia.
Como en muchos de los países beligerantes, el entusiasmo y el
patriotismo que embargaron a la población tras el inicio de la guerra
enmascararon la situación política, aunque en el caso de Rusia no por
mucho tiempo. En 1915, los problemas del gobierno del zar parecían de
nuevo insuperables. La revolución de marzo de 1917, que derrocó a la
monarquía rusa, fue un acontecimiento esperado, recibido con alborozo

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por toda la opinión política occidental, si se exceptúan los más
furibundos tradicionalistas.
... El propio Karl Marx creía, al final de su vida, que una revolución rusa
podía ser el detonador que hiciera estallar la revolución proletaria en los
países occidentales más industrializados, donde se daban las
condiciones para el triunfo de la revolución socialista proletaria. Como
veremos, al final de la primera guerra mundial parecía que eso era
precisamente lo que iba a ocurrir”.
(Hobsbawm, 1996, pág. 64-65)

Un enorme país, poco industrializado, eminentemente agrícola, con una


masa campesina sojuzgada y empobrecida frente a un régimen político
autárquico y opresor y una estructura social cuasi feudal; indudablemente
reaccionaría ante la desaparición casi masiva de un ejército completo, una
crisis económica imposible de solucionar y un descrédito casi total de la
autoridad política en funciones. La Revolución Rusa se produjo en parte como
consecuencia de la participación del país en la Primera Guerra Mundial y en
parte por el sensible atraso de este país en cuanto a los efectos de la
revolución industrial. Rusia seguía siendo un país agrícola en pleno siglo XX,
además de que la propiedad de la tierra no estaba en manos de los
campesinos que la trabajaban sino de la Iglesia y la nobleza en general.

Es interesante remarcar que la Revolución Rusa podría haber constituído


el último eslabón de las revoluciones burguesas iniciadas con la Revolución
Francesa, pero no lo fue, y se convirtió en la primer revolución socialista de la
historia, debido a que la burguesía no constituía en este país una fuerza lo
suficientemente estructurada como para reclamar el poder. Sólo en su primer
etapa podemos detectar cierta presión burguesa que fue rápidamente acallada
por la explosión proletaria acaudillada por Lenin y Trotsky. La Revolución
Rusa, indudablemente cambió el curso de la historia del siglo XX. El socialismo
surgía oponiéndose al capitalismo occidental. Con la llegada de Stalin al poder,

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el socialismo se convirtió en comunismo y comenzó a irradiar hacia el exterior
su doctrina.

“Las repercusiones de la revolución de octubre fueron mucho más


profundas y generales que las de la revolución francesa, pues si bien es
cierto que las ideas de ésta siguen vivas cuando ya ha desaparecido el
bolchevismo, las consecuencias prácticas de los sucesos de 1917
fueron mucho mayores y perdurables que las de 1789. La revolución de
octubre originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha
conocido la historia moderna. Su expansión mundial no tiene parangón
desde las conquistas del islam en su primer siglo de existencia. Sólo
triena o cuarenta años después de que Lenin llegara a la estación de
Finlandia en Petrogrado, un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes
que derivaban directamente de «los diez días que estremecieron el
mundo» (Reed, 1919) y del modelo organizativo de Lenin, el Partido
Comunista.”
(Hobsbawm, 1996, pág. 63)

Retomando el análisis de las consecuencias de la Primera Guerra


Mundial, desde la perspectiva política, debe destacarse un fenómeno de gran
importancia para caracterizar el mundo por venir: La caída de los Imperios,
reemplazados por débiles Repúblicas en los países vencidos en la guerra,
(Alemania, Austria, Italia) no pueden ser olvidados debido a las situaciones que
este reemplazo ocasiona a lo largo de la década del 20 y del 30. No es tarea
fácil la construcción de regímenes republicanos fuertes y estables. Este
ejercicio se facilitará en situaciones de prosperidad, pero se dificultará
notablemente en períodos de crisis y europa estaba en crisis, sobre todo la
Europa vencida. Gobiernos débiles en situaciones económicas difíciles facilitan
la aparición de ideologías extrañas que montadas en un discurso garante del
"orden" se imponen en un marco de conflictos sociales que logran encausar.

No fue extraña pues como consecuencia política de la Primera Guerra la


aparición de los totalitarismos en varios países europeos. El resentimiento

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nacionalista, el temor ante los hechos de la Revolución Rusa y los terribles
efectos de la crisis económica de 1929, favorecieron la aparición de un nuevo
sistema político que irrumpía en el mundo y se lanzaría hacia la imposición de
"un nuevo orden" provocando la Segunda Guerra Mundial. Debe establecerse
aquí que tanto Hitler como Mussolini fueron votados por sus respectivos
pueblos y alcanzaron el poder legítimamente. (Aunque apenas controlado el
poder se encargaran de eliminar cualquier oposición política y perseguir
sistemáticamente a cualquiera que no compartiese la ideología oficial). Más
adelante se analizarán los caracteres específicos que describen esta nueva
forma política (Totalitarismos – Autoritarismos) o “nuevo orden” que dominará
temporalmente Europa y serán parte de los orígenes de la Segunda Guerra
Mundial.
Las modificaciones y el reparto territorial, las nuevas
fronteras entre nuevos estados; en fin la creación de un
nuevo mapa de Europa, simbolizado en el Tratado de
Versalles, no hizo más que provocar conflictos entre los
vencidos y las nuevas naciones (Polonia, Checoslovaquia,
Yugoslavia etc.), conflictos internos en las nuevas
naciones y finalmente un nacionalismo agresivo que se alimentará y justificará
en el frente interno de diversos países una nueva guerra. No hay duda de que
la injusticia de la paz de la guerra; el Tratado de Versalles, sólo generó
resentimientos y rencores que interesadamente retroalimentados facilitaron el
estallido de la Segunda Guerra Mundial. Alemania fue privada de cualquier
oportunidad, mutilada en lo geográfico, debilitada en lo político, aplastada en lo
económico y humillada en lo diplomático, no tardaría en intentar recuperar lo
perdido.

Por último la guerra provocó sin dudarlo la caída del mito del progreso
constante que con tantas dificultades y a lo largo de todo el siglo XIX los
europeos habían cuidado y abonado como síntesis de su civilización
hegemónica. Fueron los Estados Unidos de Norteamérica los que
aprovecharon política y económicamente esta tragedia y se alzaron como la
potencia hegemónica de un mundo sumergido en una profunda crisis moral

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que se articularía, encadenada por los efectos de la crisis económica de
1929, con los efectos devastadores de la Segunda Guerra Mundial.

Un Nuevo Orden: El Nacimiento de los Totalitarismos

Una vez finalizada la Gran Guerra y después de la firma del Tratado de


Versalles en 1919, los grandes imperios debieron adecuar sus instituciones
políticas a la nueva realidad. Los estados vencedores mantuvieron como
régimen político la democracia liberal y parlamentaria, mientras que las
democracias de Alemania e Italia, por diferentes motivos, sufrieron una
profunda crisis que culminó con una nueva organización de sus sociedades y
estado. El fascismo de Mussolini, en Italia y el nazismo de Hitler, en Alemania
constituyeron expresiones diferentes de esta nueva modalidad de organización
política.

“Escribe Touchard que si bien el término «fascismo» no sólo suele


designar la doctrina de la Italia fascista, sino también la de la Alemania
hitleriana y la de todos los regímenes de inspiración más o menos
comparable -como la España de Franco y el Portugal de Salazar-, es
preferible reservar tal término para la Italia de Mussolini y emplear el de
«Nacional-socialismo» -o nazismo- al tratar de la Alemania de Hitler. El
término «fascismo», en su uso actual, asimila dos sistemas -fascismo y
nazismo-, sin duda análogos en varios aspectos, pero surgidos en
contextos diferentes y expresados con una variable amplitud. También
se utiliza para designar a ambos en conjunto el término de
«totalitarismo».”
(Martínez Carreras, 1995, pág. 171)

En Italia, el elevado nivel de violencia callejera y el enfrentamiento cada


vez más acentuado entre las fuerzas de la izquierda y la derecha
caracterizaron los tiempos de la posguerra. En noviembre de 1919 y en mayo
de 1921 los primeros ministros liberales, Nitti y Giolitti, convocaron a elecciones
generales para intentar poner límites a la fuga de partidarios liberales hacia los

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partidos de izquierda y derecha, pero las clases medias italianas continuaron
abandonando en masa las ideas liberales, que no encontraban solución a los
problemas socio-económicos (conflictos e inflación) de la posguerra, agravados
por el temor creciente hacia una posible revuelta comunista. Esta clase media
era la que se sentía cada vez más defraudada por los partidos tradicionales y la
incapacidad del gobierno para contener la violencia. Pusieron hacia fines de
1920 sus esperanzas para un cambio en un periodista, miembro del partido
Socialista, llamado Benito Mussolini; quien al finalizar la guerra había adoptado
un nacionalismo agresivo al frente de los Fasci di Combatti (fascistas) que
proponían una reforma agraria acompañada de la abolición del Senado. Gran
cantidad de bandas armadas atravesaban Italia bajo el signo del "nuevo orden":
el fascismo. Mussolini obtuvo ventajas electorales dado el temor creciente por
los conflictos, huelgas y enfrentamientos que se repetían por todo el territorio
italiano, (muchas veces sus mismo acólitos generaban dichos conflictos
buscando un rédito político). Pronto estuvo claro el objetivo fascista: romper
huelgas, limitar y controlar a los trabajadores, poner fin a los conflictos políticos
y sociales con métodos autoritarios.

En fin, se había puesto en marcha una maquinaria casi imposible de


detener. Un nuevo sistema de signo totalitario había nacido propiciando el
objetivo de la creación de un "nuevo orden" político-social que suplantase el
anterior aparentemente incapaz de presentar respuestas rápidas y eficaces
para restablecer el orden.

Este régimen totalitario presentaba esencialmente seis características,


descriptas y analizadas por C. J. Friedrich1, que luego podrán referenciarse
para todos aquellos sistemas que el término «totalitarismo» podrá abarcar:

 En primer lugar establecerían una ideología única, establecida de arriba


hacia abajo y de cumplimiento a ultranza. Más que una ideología era una

1
Ver Friedrich, Carl, Totalitarian dictatorship an autocracy. Según este autor norteamericano el
totalitarismo es completamente diferente de la tiranía, de la dictadura, de los despotismos antiguos.

139
forma de vida impuesta a toda la población y abarcativa de todos los
aspectos imaginables.

 En segundo término esta ideología era establecida por un partido único que
gobernaba sin oposición tolerada y era dirigido por un líder también único,
generalmente carismático y demagogo, con gran llegada a las masas.

 El control de los medios de comunicación en manos del partido único se


hacía imprescindible para difundir la pseudodoctrina del régimen y para
eliminar cualquier intento de oposición.

 Una ideología semejante sólo podía prosperar en un estado militarizado (en


general debe destacarse que los liderazgos personales estaba en manos de
un militar (Ej. Hitler Mussolini, Franco etc.).

 La economía, tanto como la política estaba dirigida estrictamente por el


poder gobernante que establece objetivos y planes a respetar a rajatabla.
(Ej. Hitler y la organización de la producción económica en función de
objetivos bélicos). El Estado es la fuerza determinante de todo los actos
que rigen la vida ya sea política como económica, social o cultural. [Según
M. Prelot, el Estado, para Mussolini, era “la verdadera realidad del individuo,
una realidad anterior y superior a la Nación. El Estado es quien crea la
Nación, quien le permite florecer”. Nadie como Mussolini exaltó tanto al
Estado. Decía (Ver Unidad II – Guía Didáctica – Orden Internacional –
Documentos) “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el
Estado.”]

 El control necesario para el cumplimiento de estos preceptos era dado por


estamentos especialmente creados, fuerzas de seguridad especiales que se
encargaban del control interno.

140
“Nadie pone en duda, escribe G. Goriely, que el 30 de enero de 1933
constituye la fecha más grave en consecuencias de la historia de la
Europa de entreguerras: el acceso de Hitler a la cancillería del Reich
señala el comienzo de uno de los dramas más trágicos que Europa
entera e incluso el mundo, han conocido a lo largo de su historia. Para la
ascensión del nazismo al poder fueron determinantes en opinión casi
unánime de la historiografía y como ha sintetizado Duroselle, por un
lado, la situación de debilidad, inestabilidad y desconcierto de la
República de Weimar, y por otro, las consecuencias de la crisis
económica mundial que se desencadenó en octubre de 1929 en Estados
Unidos y que originó una gran depresión mundial; en las elecciones de
1930 los nazis obtuvieron 107 diputados y sus votos pasaron de 801.000
a 6.409.000. El nazismo alemán, una vez en el poder, evolucionó hacia
el establecimiento de la dictadura, al igual que lo hizo el fascismo,
siendo este movimiento más rápido en Alemania que en Italia; la
Alemania de Hitler, basada en la desigualdad y la violencia, generó su
propio expansionismo con la necesidad del «espacio vital», y se
extenderá y dominará sobre el resto de la «nueva Europa» que será
subyugada, hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial.”
(Martínez Carreras, 1995, pág.184-185)

Los liberales no pudieron frenar el avance fascista y en octubre de


1922 el rey invitó a Mussolini a unirse a un gobierno de coalición en calidad de
primer ministro. Entre 1922 y 1925, si bien se mantuvo la monarquía, Mussolini
liquidó las instituciones de la democracia parlamentaria e instauró un régimen
autoritario, puso límites a la libertad de prensa y disciplinó los partidos políticos
de la oposición. Italia sería gobernada por un líder fuerte y considerado eficaz.

El hundimiento de la democracia en Italia se produjo mucho antes que en


Alemania -o en España- a pesar de que Italia había ganado la guerra, pero
determinados elementos del caso italiano se repetirían en el hundimiento de la
democracia liberal en esos dos países, y también amenazarían a las
democracias más consolidadas de Francia y Gran Bretaña: la frustración y el

141
empobrecimiento de las clases medias: el paro entre los trabajadores de las
ciudades, las ansias de tierras de los campesinos y una desilución cada vez
mayor respecto de la democracia. La obtención del derecho de voto no había
solucionado los problemas de los menos privilegiados de la sociedad y además
los grupos favorecidos por las estructuras políticas del signo XIX -las clases
medias y altas- sintieron temor y un resentimiento crecientes con la extensión
del sufragio.

Después de la derrota del movimiento espartaquista en febrero de 1919,


se reunió en Weimar una asamblea constituyente que adoptó la forma
republicana de gobierno, con un presidente y un Parlamento compuesto por
dos cámaras -el Reichstag y el Reichsrat-, elegido por sufragio universal. Pero
esta república -apoyada por los social-demócratas y los burgueses moderados-
no logró consolidarse.

Una de las condiciones que favorecieron el rápido ascenso del


nacionalsocialismo en Alemania fue el desempleo que la crisis de 1929 provocó
en la República de Weimar, más ligada económicamente a los Estados Unidos
que otros países europeos, y que afectó a siete millones de personas. En
efecto, el partido de Hitler se convirtió en una gran fuerza política entre 1928 y
1932.

Entre las particularidades del nacionalsocialismo, es decir, entre sus


contenidos específicos, hay que subrayar los componentes populares y racistas
que caracterizan de una manera muy notoria el nacionalismo de Alemania, su
agresividad, y su política de potencia. El llamamiento a la unidad del pueblo
alemán de raza aria tenía antecedentes en algunos ambientes de Austria y
Alemania meridional y concordaba con el antiguo proyecto de la "Gran
Alemania" por el que había trabajado Bismarck, y que incluía también a los
alemanes del Imperio de los Habsburgo. Pero los postulados de la ideología
nazi, que establecían la concepción biológica de la raza, un exasperado
antisemitismo, la eliminación física de los judíos y el sometimiento de los
pueblos eslavos juzgados inferiores tenían su origen en el pensamiento de

142
Hitler y la tradición prusiana, fundada en la hegemonía aristocrática y el
militarismo agresivo.

Las clases rurales y la pequeña y mediana burguesía provinciana fueron


inicialmente los sectores más sensibles a la propaganda nazi. La prédica
anticapitalista, junto con la obstinada lucha contra el bolchevismo, la defensa
de los valores tradicionales y la aversión hacia los judíos, la exaltación de la
patria y la denuncia a la traición a Alemania, encontraron eco propicio en los
campesinos propietarios temerosos de cualquier alteración del orden territorial
y en las clases burguesas, dramáticamente castigadas por la inflación y la
nueva jerarquía de valores económicos y sociales establecida por la república
democrática.
En efecto, el peso de los sindicatos y la influencia de la socialdemocracia
habían crecido mucho, asegurando a los obreros y las fuerzas del trabajo
organizado la posibilidad de hacer valer sus reivindicaciones económicas y un
prestigio nunca alcanzado hasta entonces.
El extremismo radical y violento también se apoderaba de los jóvenes,
que constituían al decir de los historiadores de la época el 40% del partido nazi,
mientras sólo representaban el 20% de la socialdemocracia. La profunda
división de la izquierda entre socialdemócratas y comunistas era otra de las
causas de la debilidad de la república. Hasta la aparición del
nacionalsocialismo y la consolidación de la dictadura hitleriana, los comunistas
habían estimado inminente una revolución proletaria y habían hostigado
sistemáticamente a la democracia de Weimar y denunciado la tolerancia de los
socialdemócratas. Sólo después de 1934, los comunistas comenzaron a
distinguir claramente entre democracia y fascismo.

La gravedad de la crisis económica de 1929 en Alemania favoreció la


difusión del nacionalsocialismo. Una enorme cantidad de desempleados
debilitaba la fuerza de los sindicatos y permitía la penetración de la ideología
hitleriana también entre los obreros sin trabajo. El recuerdo de la inflación de
1924 y la escasa eficacia de las disposiciones del gobierno consolidaban en los

143
sectores medios la convicción de que era necesario un cambio. Mientras tanto,
la política aparentemente legalista de Hitler obtenía una creciente adhesión.

En las elecciones de septiembre de 1933 se tuvo el primer indicio de las


nuevas tendencias de una parte considerable de la opinión pública. Los nazis,
que en 1928 habían obtenido doce diputados, conquistaron ciento siete
escaños con el 18% del electorado. Entre 1929 y 1932 se consumó el final de
la democracia de la República de Weimar. La ingobernabilidad impulsaba a la
clase dirigente hacia soluciones autoritarias. La crítica al régimen parlamentario
y el sistema de partidos se extendía cada vez más y crecía con fuerza el apoyo
a la exigencia de reforzar el poder ejecutivo. En esta dirección parecía haber
tres caminos posibles: un gobierno de las derechas tradicionales, una dictadura
militar o el advenimiento del nacionalsocialismo; se impuso la solución más
novedosa y arriesgada. La organización y la propaganda, que habían logrado
movilizar a las masas y levantar una oleada de adhesiones, fueron las razones
de su éxito.
En el otoño de 1933, los nazis controlaban firmemente el poder: el
Estado se identificaba con el partido, se aniquilaba toda forma de pluralismo y
el régimen totalitario quedaba constituido.

Coinciden los analistas políticos en que en el plano formal, Hitler se


podía inspirar en dos modelos de Estado totalitario: la Unión Soviética y la Italia
fascista. Sin embargo, respecto de Rusia, las condiciones eran muy diferentes.
El partido bolchevique era verdaderamente el punto de apoyo del nuevo Estado
soviético; había dado sus cuadros a la nueva burocracia, refundado el ejército y
constituido, aunque débilmente, las estructuras de una elemental sociedad civil.
En la revolución radical, ninguna institución tradicional había conservado un
mínimo de autonomía y poder: la monarquía había sido destruida, la
aristocracia eliminada o exiliada y el ejército disuelto. También la dictadura
bolchevique había dispersado y eliminado físicamente a la clase política liberal,
populista y socialdemócrata, sin tradiciones ni raíces en las masas populares y
desacreditada por el fracaso de sus primeras experiencias de gobierno y su
intención de continuar la guerra. Sólo la Iglesia ortodoxa conservaba

144
probablemente una notable influencia especialmente en las áreas rurales, pero,
envuelta institucionalmente en la caída del antiguo régimen, carecía de peso
político. La identificación del partido con el nuevo Estado fue, por lo tanto, casi
total. Estos orígenes pueden contribuir a explicar el dominio indiscutido del
partido en la historia de la Unión Soviética, y la exaltación y el culto que durante
mucho tiempo recibió incluso de los partidos comunistas occidentales.

En cambio, tal como lo establece Crouzet el régimen de partido único


instituido en Italia se apoyaba en otros fundamentos. En primer lugar, no nacía
de una revolución radical. Cuando tras la marcha sobre Roma, Mussolini fue
llamado a dirigir una coalición que tenía mayoría parlamentaria, las antiguas
instituciones todavía sobrevivían: la monarquía en primer lugar, el parlamento,
el ejército, la burocracia, los partidos, la Iglesia. Sólo en 1925 comenzó la
construcción del Estado con partido único y se concibió el proyecto de un
Estado totalitario. El hecho esencial fue la supresión de la libertad de expresión
y de las organizaciones políticas y sindicales, y la prohibición de cualquier
forma de representación de las fuerzas sociales. Pero el partido permaneció
siempre subordinado a los órganos del Estado, que conservaron una notable
autonomía. La presencia de la monarquía, aunque privada de muchas
prerrogativas y su antiguo prestigio, constituía un obstáculo a la plena
aplicación del Estado totalitario, y los fascistas más intransigentes, incluso
Mussolini, deseaban eliminarla. El ejército y la burocracia permanecían
relativamente autónomos y el mismo Mussolini prefería gobernar, y gobernó,
con los gobernadores civiles y los funcionarios del Estado, y no con los
secretarios federales del partido. La Iglesia no sólo conservó su autonomía en
el campo doctrinal o dogmático y su presencia en la educación, sino que logró
también mantener sus propias organizaciones (la Acción Católica) que, aunque
declarándose apolíticas, terminaron por cumplir una importante función en la
formación de una clase dirigente no asimilada totalmente al fascismo.

Por el carácter que fue asumiendo después de 1934 el régimen nazi


podría ser considerado más "totalitario" que el fascista, incluso en el terreno
institucional. Hitler acumuló los cargos de jefe de gobierno y jefe del Estado. El

145
partido y el ejército fueron reconocidos explícitamente como los pilares más
sólidos del nuevo Estado. Investigaciones recientes apuntan a ilustrar cómo el
totalitarismo de los regímenes dictatoriales debe considerarse más como una
tendencia que como algo totalmente logrado y que, en todo caso, se pueden
distinguir varios grados de realización. La articulación y el pluralismo de las
sociedades complejas pueden oponer resistencias activas y pasivas; en los
mismos partidos únicos pueden formarse varias corrientes y enfoques; existen
las esferas de lo privado y de lo social, donde las ideologías totalitarias
demoran en penetrar. Por lo demás, los regímenes totalitarios, no obstante su
esfuerzo por impedir la circulación de ideas y sostener soluciones políticas y
económicas "autárquicas", no pueden aislarse de la sociedad y el contexto
internacional. Su suerte depende, en última instancia, de la capacidad de
administrar la comparación, incluso militar, con el campo internacional, y su
duración obedece no sólo a la eficacia de los aparatos policiales y represivos,
que son en todo caso la premisa y la sustancia de la dictadura, sino a la
promoción y la organización del consenso de las masas. Se puede también
agregar, y nos referimos sobre todo al fascismo y el nacionalsocialismo, que
acabaron con sus aliados conservadores de viejo tipo precisamente porque
sentían y expresaban esta exigencia "moderna" del proselitismo masivo. Se
presentaban como movimientos populares o de amplias bases, aun cuando
exaltaran la virtud de los jefes y de los superhombres y la concepción elitista
del poder.

Las repercusiones de la crisis económica y el éxito perturbador del


nacionalsocialismo alentaron la difusión en la Europa oriental balcánica de
movimientos y gobiernos autoritarios que a menudo se inspiraban directamente
en las ideologías fascistas, aun cuando cada uno tenía particularidades
nacionales.

Como conclusión puede señalarse que los regímenes democrático-


parlamentarios, que habían sido el modelo político prevaleciente después de la
victoria de las grandes democracias en la Primera Guerra Mundial, no
encontraron en Europa un terreno apto para desarrollarse. A mediados de los

146
años 30, los regímenes autoritarios y "totalitarios", modelados según el ejemplo
fascista o nazi, parecían tener un porvenir prometedor. Fundados en la
exaltación de los valores nacionales, las virtudes regeneradoras de la violencia
y las cualidades heroicas y dominantes y sus "jefes", oponían a las débiles
democracias la eficiencia y la estabilidad de los gobiernos, la obediencia y la
laboriosidad de los ciudadanos, la capacidad para dominar la crisis económica
y la aspiración a crear un hombre nuevo. Proponían una nueva civilización
rigurosamente fundada en la pureza biológica de la raza aria, en el caso de la
Alemania nazi, y más vagamente ligada a las reminiscencias y al mito de la
Roma imperial, en el pensamiento de Mussolini. La solidaridad de la nación,
siempre pronta a levantarse en armas, superaba la lucha de clases; el orden
jerárquico y la voluntad del jefe sustituían la representación política; las masas
se encuadraban en una compleja red de organizaciones que promovían el
consenso, satisfacían las exigencias sociales y se adiestraban política y
militarmente.

Es más que claro que con estas propuestas montadas en los resabios
del Tratado de Versalles muy poco tardaría el conflicto entre estos regímenes
totalitarios y las democracias liberales en estallar (1939) en la Segunda Guerra
Mundial.

La Crisis económica de 1929

Además de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y el


surgimiento de los totalitarismos deben analizarse las causas que provocaron
uno de los acontecimientos más trascendentes desde el punto de vista
económico, social y político del siglo XX. A tal acontecimiento se lo ha
denominado la Gran Crisis económica de 1929.

Desde el auge del capitalismo, se habían producido, de acuerdo con lo


que sostiene Martínez Carreras, por lo menos cuatro fases de expansión. La
primera fase podría adjudicarse a la 1° Revolución Industrial (1790-1820) con

147
indicadores como: la máquina de vapor, el carbón, la industria textil y el hierro.
La segunda fase correspondería a la 2° Revolución Industrial (1850-1873) con
los ferrocarriles, la energía eléctrica, las tinturas químicas y los inicios de las
comunicaciones con el teléfono. La tercera fase (1890-1912) se constituyó ante
el boom de la electricidad y el automóvil. La cuarta (1935-1973) con la
aparición de los bienes duraderos de consumo y el crecimiento de las
industrias química, metalúrgica y electrónica con un paréntesis durante la
Segunda Guerra Mundial.

Las crisis que interrumpieron cíclicamente estas fases podrían ser


tipificadas y resumidas a grandes rasgos como crisis de superproducción de
bienes, producidas por el desequilibrio entre una producción industrial creciente
y una demanda deprimida.

Las crisis económicas de 1873, 1929 y 1973 interrumpieron las fases de


expansión de manera súbita y violenta, manifestándose con fuertes caídas de
los precios y valores, con caídas de las bolsas, cierre de fábricas y despido de
mano de obra. Debe aclararse que el sistema capitalista desde sus orígenes
con la Revolución Industrial ha sufrido crisis de tipo estructural y crisis
coyunturales en forma cíclica. Es casi una ley el hecho de que a cada crisis
estructural corresponde una transformación del sistema. El sistema se ve
afectado y se transforma. Ya no será el mismo después de una crisis
estructural.

Durante el siglo XX el sistema capitalista va a sufrir un sinfín de crisis


coyunturales, pero dos crisis estructurales transformadoras: la de 1929 y la de
1973. Limitadas al principio a unos pocos países, alcanzaron luego un carácter
mundial debido al intercambio y la interdependencia generados por el sistema
capitalista.

Existen variadas teorías acerca de las causas específicas de la crisis de


1929 y el lugar geográfico donde se inicia la crisis. Para su análisis pueden

148
citarse a Aldcroft y Sontag en cuanto a que algunos estudiosos sostienen que
se originó por causa de la superproducción y concentración empresaria
mientras que otros establecen que se produjo debido al sub-consumo propio de
un mundo salido de un conflicto tal como la primera guerra mundial. Los unos
atribuyen el problema a la situación de posguerra europea y el quiebre de
emporios financieros y empresas en el continente y los otros al descontrol y
especulación de la economía norteamericana durante la década del 20.

“La década de 1920 fue un período de intenso desarrollo en los Estados


Unidos. Multitud de novedades en los campos económico y social llevó a
la sociedad norteamericana a constituirse en la primera "sociedad de
consumo" de la historia moderna, dentro de un conservadurismo tan
acentuado que cerró rígidamente sus fronteras y su sentir al mundo
exterior. Esta fue una nueva época para los negocios, cuyo
desenvolvimiento puso de manifiesto la incomprensión hacia los temas
económicos. Por eso, cuando la especulación siempre en alza en el
mercado de valores durante los últimos años de la década no se
correspondió con el capital real- no se daban aumentos de producción
en las empresas que justificaran el aumento geométrico de sus
cotizaciones-, nadie advirtió la gravedad de la situación. La tendencia
especulativa demostrada por los empresarios favoreció la participación
del público norteamericano. Prácticamente, todos los ahorros del país se
volcaron a la compra de acciones que muchas veces no contaban con la
mínima solidez. La crisis de Wall Street, en octubre de 1929, pondrá
bien a las claras la cada vez mayor dependencia de la economía
norteamericana del mercado de valores.”

(Satas, 1996, pág. 14)

Las crisis económicas no eran un fenómeno desconocido y los


economistas que las habían estudiado, les buscaban explicaciones e, inclusive,
las consideraban un fenómeno normal de la vida económica. Ellos suponían

149
que una vez atravesados esos momentos de angustia, seguramente la
economía seguiría creciendo. Pero la crisis de 1929 fue tan generalizada, tan
profunda y tan dramática que hizo pensar a muchos de sus contemporáneos
más lúcidos que el sistema capitalista estaba a punto de derrumbarse.

La crisis estalló el 24 de Octubre de 1929 en la Bolsa de Nueva York.


Ese día, conocido como el "jueves negro", fueron vendidas más de 16 millones
de acciones y en los días subsiguientes otros 70 millones, lo que produjo una
caída fulminante de las cotizaciones. A mediados de noviembre el precio
promedio de los títulos bursátiles había caído al 50% y a fines de año habían
perdido el 70% de su valor. Los norteamericanos estaban perplejos, aunque
desde mayo algunas pistas indicaban que podía haber problemas. Ya desde
ese mes la economía de los Estados Unidos mostraba ciertos índices
desalentadores. Los precios del cobre, el hierro y el acero habían bajado.
También habían disminuido los beneficios de la industria automotriz y las
ganancias de los ferrocarriles.

Después del hundimiento de los valores de la Bolsa, la crisis se extendió


y disminuyeron los índices de producción en las industrias. Una de las que
cayó más rápidamente fue la automotriz, que sintió enseguida el impacto. En
los tres meses siguientes al "jueves negro", la producción de automóviles cae a
la mitad. Hacia la segunda mitad de 1930 el conjunto de la industria está en
crisis. La consecuencia más dramática de la crisis fue el desempleo: 15
millones de personas pierden su trabajo. Mientras tanto, a los afortunados que
lo conservaban se les disminuyen los salarios entre un 10% y un 30% desde
1931. Después la rebaja de los sueldos será aún mayor.

Por otra parte, una crisis en la mayor potencia económica


inevitablemente tendría repercusiones en todo el mundo. Después del crack
financiero se suspendieron los créditos a Europa, cuya economía
(especialmente la de Alemania) sólo se sostenía por esa corriente de
préstamos. La consecuencia inmediata fue la quiebra de bancos en Austria y
Alemania y una corrida bancaria de quienes tenían depositados sus capitales

150
para salvarlos de posibles nuevos cierres. Para hacer frente a la corrida, los
bancos -a su vez- no renovaron sus créditos a la industria, y la crisis se
extendió como una mancha de aceite. Hasta la primavera de 1932 la ola de
quiebras de bancos se difundió por toda Europa, pese a la intervención de los
Estados para evitarlo. Las casas bancarias cerraban en Austria,
Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia, Francia... El banco de Inglaterra
abandonó la convertibilidad de la libra en oro y esto produjo un verdadero
cataclismo en todo el mundo financiero. En pocos días la libra perdió un 30%
de su valor y arrastró a unas 30 monedas que estaban vinculadas a ella: las de
los dominios británicos (salvo África del Sur y Canadá), Portugal, Siam, Egipto,
Bolivia, Japón... Los particulares y las empresas que poseían libras, las casas
de comercio de todos los países, cuyos contratos estaban en esa moneda, los
bancos centrales de todas las naciones del mundo que tenían una parte
importante de sus reservas en libras, sufrieron pérdidas muy importantes.

Estas consecuencias afectaron rápidamente el comercio. Todos los


precios bajaron, pero los de los bienes primarios cayeron mucho más.
Australia, Nueva Zelanda, Canadá, la India, el Brasil, América Central y la
Argentina vieron producirse una brusca caída de los precios de los bienes
agrícolas y ganaderos que vendían en los mercados internacionales. La
división internacional del trabajo, que por tantos años había parecido ventajosa
para todos, se desmoronaba. Sólo el régimen comunista de la URSS se
mantuvo libre del hundimiento general.

El hundimiento de la economía fue tan profundo, tan duras sus


repercusiones sociales y tan graves sus consecuencias políticas (la mayoría de
los autores la relacionan directamente, por ejemplo, con el triunfo de Hitler en
Alemania) que los estudios acerca de sus causas fueron innumerables en los
años siguientes. Sin embargo, con la prosperidad que comienza desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial, este entusiasmo disminuye.

Pero las sombras de 1929 volverán a oscurecer la escena cuando se


produzcan la crisis del petróleo de 1973 y la depresión de la economía mundial

151
de 1974-75. En esos años, una obra de Charles Kindlerberger (Economista y
Profesor del prestigioso Massachusetts Institute of Technology) reabrió la
polémica. Este autor sostiene que la depresión de 1929 fue tan amplia, tan
profunda y tan larga, debido a que el sistema económico internacional se hizo
inestable por la incapacidad británica y la falta de voluntad estadounidense
para asumir la responsabilidad de estabilizarlo cumpliendo cinco funciones:

1. Mantener el mercado relativamente abierto para los bienes con problemas,


en lugar de que cada nación cerrara sus fronteras a la compra de bienes de
las demás.

2. Proporcionar préstamos a largo plazo o por lo menos estables, que


impidieran que a los problemas de un país afectado por la crisis se sumara
la fuga de capitales.

3. Estructurar un sistema relativamente estable de tipos de cambio, que


evitara los trastornos que produjo la "guerra" de devaluaciones de la
moneda posterior a la crisis.

4. Asegurar la coordinación de las políticas económicas de los países


afectados.

5. Actuar como prestamista de última instancia proporcionando dinero, cuando


este fuera escaso durante las crisis financieras.

Según Kindlerberger, estas funciones debían ser organizadas y llevadas a


cabo por un único país que asumiera la responsabilidad del sistema económico
internacional. Su conclusión es la siguiente:

“Mi afirmación es que la dificultad está en la considerable y latente


inestabilidad del sistema, y en la ausencia de un estabilizador. Antes de
la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña estabilizaba al mundo
desarrollando las funciones enumeradas, más o menos, y con la ayuda

152
de la mitología del patrón oro que internalizaba tanto unos tipos de
cambio estables como las políticas macroeconómicas coordinadas.
Hubo ocasiones en que Gran Bretaña o bien no estuvo involucrada o se
quedó de lado, como en 1873, cuando Europa Central y Estados Unidos
compartieron una gran depresión. En 1890, después de cinco años de
créditos exteriores acelerados, el mercado de capitales de Londres se
paró de repente, y el sistema se salvó de la depresión que duró de 1890
a 1895, por... una entrada de oro de las minas Rand del Transvaal
descubiertas en 1886. En 1929, 1930 y 1931, Gran Bretaña no podía
actuar como estabilizador y Estados Unidos no quería. Cuando todos los
países quisieron proteger su interés privado nacional, el interés público
mundial se fue al traste, y con él los intereses privados de todos.”

Las consecuencias de la crisis en Latinoamérica fueron catastróficas. En


primer lugar, desde el punto estrictamente económico, porque la reducción de
la actividad en los Estados Unidos y Europa la dejaban sin los mercados para
los que había especializado su producción. La demanda internacional de café,
azúcar, metales y carne se redujo sin que se pudieran encontrar mercados
alternativos. El precio por unidad y el volumen de exportación cayeron
notablemente. Si se comparan los quinquenios 1924-1929 y 1929-1934, el
valor total de las exportaciones fue en estos últimos cinco años casi la mitad
que en el período anterior a la crisis.

Pero las consecuencias se expandieron también a la vida política. La


primera respuesta a los trastornos de la economía fue culpar de ellos a los
gobiernos que estaban en el poder. Así, de la misma manera, (como se verá en
el análisis del Orden Nacional) en que Hipólito Yrigoyen fue desplazado en
nuestro país por el golpe de estado que encabezó el general Uriburu en
setiembre de 1930, los militares se instalaron en el poder o intentaron hacerlo
en Brasil, Chile, Perú, Guatemala, El Salvador y Honduras y, se hicieran o no
del gobierno, a partir de 1930 se transformaron en todo el sub-continente en un
factor de poder que no podía ignorarse.

153
En América latina, la crisis económica y la crisis política paseaban
tomadas del brazo.

Las opciones de los gobernantes ante el problema fueron dos. La


primera consistía en tratar de establecer con los países industrializados
vínculos aún más estrechos de los que habían tenido hasta ese momento para
lograr la participación segura en una parte del mercado. La Argentina, por
ejemplo, firmó en 1933 el Pacto Roca-Runciman con Gran Bretaña. Por este
acuerdo, Inglaterra se comprometía a comprar todos los años una cuota
mínima de carnes y la Argentina, a compensarla con importantes ventajas
concedidas al capital inglés. La más resistida de ellas fue la concesión del
monopolio del transporte de la ciudad de Buenos Aires para evitar la
competencia del capital estadounidense. El objetivo era mantener el modelo
económico basado en la exportación-importación, a pesar de que la crisis
internacional había alterado profundamente las reglas.

La otra salida, que no tenía por qué excluir totalmente la primera,


consistía en intentar una industrialización autónoma. Una de las metas de esta
postura, que era apoyada por los ejércitos de estos países, donde buena parte
de la oficialidad estaba influida por las ideas nacionalistas, era lograr una
mayor independencia económica. De esta forma, América latina sería más
autónoma y menos vulnerable ante los contratiempos que se presentaran en
los países industrializados, ya que a la producción de alimentos se agregaría la
de bienes industriales, incluyendo las armas para sus Fuerzas Armadas.

Un objetivo adicional era crear puestos de trabajo para la creciente mano


de obra que se concentraba en las ciudades. El proletariado urbano crecía y
crecían también sus demandas, por lo que resultaba prudente tomar en cuenta
sus reclamos.

La forma que adoptó esta industrialización incipiente desde los años 30


fue la instalación de fábricas que permitieran producir localmente los bienes
que hasta ese momento se importaban, por lo que se denominó a esta

154
modalidad de desarrollo de la industria "de sustitución de importaciones". Las
políticas de este tipo tuvieron un éxito relativo en países como la Argentina,
México y Brasil, que pusieron en marcha importantes plantas industriales.

La magnitud de la crisis llevó a que se replantearan los supuestos sobre


los que hasta ese entonces se había desarrollado la economía capitalista. La
opinión generalizada era que la vuelta a la normalidad no se produciría por la
simple acción del mercado y que era necesario que el Estado interviniera más
activamente en la vida económica. La intervención estatal tomó distintos
matices según los países pero, de todas maneras, afectó a todo el aparato
institucional y tuvo como resultado políticas activas en disposiciones referidas a
la aplicación de impuestos, tasas aduaneras, política monetaria, leyes laborales
y todo aquello que sirviera para amortiguar los efectos de la crisis y relanzar la
actividad económica.

Este pasaje del Estado prescindente del liberalismo clásico a una


participación activa no era ajeno al hecho de que la economía planificada de la
Unión Soviética parecía haberse mantenido inmune a la crisis, aunque en
realidad la salud de los soviéticos ante la crisis se debió, más que a sus propias
medidas, a que las potencias capitalistas los habían aislado desde que la
Revolución de Octubre (Revolución Bolchevique – 1917) instalara un régimen
comunista. De todas maneras, este intervencionismo capitalista estaba lejos de
ser una economía planificada. Ni siquiera el New Deal de los Estados Unidos,
donde la intervención fue profunda y amplia, puede considerarse como un
sistema de planificación económica.

La primera medida para combatir los efectos de la crisis fue el


fortalecimiento del proteccionismo comercial que comenzaran los Estados
Unidos en 1930. Sólo Inglaterra siguió atada por un tiempo al liberalismo, hasta
que en 1932 se plegó a la ola del proteccionismo y se comprometió a
comprarle a sus dominios. Como se verá en el análisis del Orden Nacional esta
medida fue la que ocasionó la misión Argentina en Londres que terminó con el

155
Pacto Roca-Runciman (década del ’30), para no quedar fuera del mercado
británico.

Como estas medidas no alcanzaron para detener la caída de los precios


de las materias primas y los productos básicos, se acudió a la destrucción de
stocks. Un ejemplo de ello fue la quema de la tercera parte de la producción de
café de Brasil en 1931 para defender su precio en los mercados
internacionales.
También la política monetaria se adecuó a la gravedad de la situación.
Los distintos países devaluaron sus monedas para favorecer las exportaciones
y la actividad económica. La moneda, más que un elemento objetivo de valor,
se transformó en un instrumento de la política económica nacional.

El Estado, para suplir las deficiencias de la iniciativa privada, extendió su


acción a determinados sectores de la producción y los servicios públicos. Se
formaron de esta manera empresas estatales como la Tennessee Valley
Authority (TVA) en los Estados Unidos o sociedades de economía mixta en
Inglaterra y Francia.

Aunque una planificación estricta sólo se aplicó en los países


gobernados por regímenes autoritarios como Japón, Alemania e Italia,
existieron indicios de esta política en otras naciones. En Francia, por ejemplo,
se crearon los Consejos Económicos en los que tenían representación los
consumidores y el Estado. En Suecia se programaron las actividades con un
plan quinquenal.

Finalmente, el Estado debió ocuparse de equilibrar el consumo y la


producción para mantener la estabilidad social. En este aspecto, las políticas
fueron de diverso tipo, adaptadas a las particularidades de los países donde
debían tomarse. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde existía un mercado
interno fuerte, la legislación promovió el alza de salarios para aumentar el
poder de compra de los obreros y los campesinos. En las democracias

156
europeas, por el contrario, el énfasis se puso en la producción y por ello se
tendió a la estabilidad monetaria y la reducción de los salarios.

Para resolver los más graves problemas sociales, especialmente la


desocupación, el Estado concedió subvenciones a quienes no tenían trabajo y
favoreció las obras públicas. Impulsar la construcción de viviendas, carreteras,
represas, etc., serviría para elevar el empleo; esos individuos, al recibir un
salario, tendrían capacidad de compra, demandarían productos de la industria y
- en definitiva- la rueda de la economía volvería a girar.
La intervención del Estado permitiría mejorar la situación pero de todas
maneras, la amenaza de la desocupación seguía latente. Pese a las políticas
de empleo, el número de desempleados era grande. En 1937, por ejemplo, en
los Estados Unidos superaba los diez millones de personas.

Dos países, sin embargo, habían solucionado el problema: Italia y


Alemania. Allí, la política belicista de ambos Estados incrementó la producción
de armamentos, que demandaba gran cantidad de mano de obra y capitales.
La tensión política de finales del 30, que incrementó el rearme y las inversiones
estatales, favoreció aún más la intervención en la economía. En realidad, será
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la que proporcionará la salida
definitiva a la crisis de 1929.

La Continuación del Horror: La Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial, lejos de ser un acontecimiento


exclusivamente bélico y aislado, es parte de un proceso histórico sumamente
complejo, en tanto su desarrollo generó profundas transformaciones en los
países que participaron, a la vez que afectó el conjunto de las relaciones
internacionales.

Este conflicto como se ha visto, fue la manifestación más acabada de la


crisis que estalló en 1914 y que, sin duda, no fue
resuelta completamente por los tratados de paz: en

157
efecto, los acuerdos políticos logrados en Versalles y la Sociedad de las
Naciones se mostraron al fin muy frágiles, en tanto los conflictos de intereses
que habían provocado la Primera Guerra en gran medida seguían vigentes.

Coinciden Crouzet y Martínez Carreras en que el inicio de la Segunda Guerra


Mundial fue provocado por la vocación expansionista del Tercer Reich. Su
primer objetivo fue anexar Austria, país en el que existía un partido nazi
sostenido por un importante porcentaje de la población alemana de ese país,
que apoyó decididamente la intervención. El segundo objetivo fue la ocupación
de la región de los Montes Sudetes, en Checoslovaquia, que estaba habitada
por un número importante de pobladores de origen alemán. Esta circunstancia
se constituyó en una excelente excusa para que Hitler, que impulsaba la idea
de reunir a todos los alemanes en una "Gran Alemania", decidiera ocupar toda
Checoslovaquia.

Las potencias aliadas Francia e Inglaterra tan sólo protestaron,


aceptando en los hechos que Alemania se había rearmado -violando el
Tratado de Versalles- y que estaba decidida a profundizar su tendencia
expansionista. La invasión nazi a Polonia determinó en cambio que Francia e
Inglaterra entraran en guerra con Alemania. Hitler se propuso a toda costa
evitar la pelea simultánea en dos frentes, por eso firmó un acuerdo de paz con
la Unión Soviética luego de invadir Polonia (el denominado "acuerdo Hitler-
Stalin).

El éxito acompañó a Hitler entre 1939 y 1940. Pero a comienzos de la


década del 40 era ya evidente que el Tercer Reich no podría quebrar la
supremacía inglesa por mar y aire, en tanto Gran Bretaña contaba con radares
que detectaban los bombarderos alemanes.

En 1941 la guerra se generalizó y


superó el marco estrictamente europeo.
Respondiendo en cada caso a diferentes
motivos, se incorporaron al conflicto la Unión

158
Soviética, los Estados Unidos y Japón. Y es a partir de entonces cuando se
configuran dos nuevos focos de conflicto: el frente ruso y la denominada
"guerra del Pacífico". En el primer caso, Hitler realizó una errada evaluación del
poderío soviético y creyó oportuno atacar a la URSS. Su principal objetivo era
apoderarse de la zona petrolera del Cáucaso y tomar la ciudad de Stalingrado,
por ser un centro industrial y de comunicaciones muy importante. Sin embargo,
el Ejército Rojo derrotó a los invasores.

En el segundo caso -la "guerra del Pacífico"-, el protagonismo


correspondió a Japón. En efecto, este país veía que la generalización de la
guerra ponía en serio peligro el funcionamiento de su economía; Japón
importaba casi todas las materias primas necesarias para su producción
industrial, especialmente hierro, petróleo y caucho. Ante esta realidad, su
primer paso militar fue sobre China; pero cuando pretendió ocupar las áreas
coloniales europeas de Asia, los Estados Unidos decidieron intervenir, y lo
hicieron mediante el bloqueo de la llegada de petróleo a Japón.
La respuesta de este país fue el ataque por sorpresa a la base naval de Pearl
Harbour (Hawai). Los Estados Unidos en
represalia, bombardearon Tokio, lo que
determinó que Japón se alineara con las
potencias del Eje (Alemania e Italia),
mientras que los Estados Unidos lo
hicieron con los Aliados (Gran Bretaña,
Francia y la Unión Soviética).

La situación de Alemania se complica más aún debido a las derrotas que


estaban sufriendo las tropas de Italia, otro país miembro del Eje. En estas
condiciones era evidente que la guerra se estaba extendiendo más allá de las
posibilidades de resistencia de la economía alemana. Si bien la guerra había
sido un medio para expandir la industria pesada, ya hacia 1943 se había
convertido en un relevante factor de desequilibrio económico y el agotamiento
era la constante. Un grave problema suscitado en este contexto fue el de la
mano de obra; en efecto, la muerte constante de miles de hombres provocaba

159
la necesidad de reclutar nuevos soldados; y para salvar esta situación,
Alemania recurrió frecuentemente al traslado a su territorio de trabajadores de
las zonas ocupadas para reemplazar en las fábricas a quienes habían debido
marchar al frente. Paradójicamente, esta creciente presencia de trabajadores
extranjeros en Alemania desarticulaba el ponderado sueño nazi de construir
una nación "racialmente pura".

En 1943, los Aliados tomaron la ofensiva, en tanto Alemania ya no era


capaz de sostener por más tiempo su aparato militar. Además, en los territorios
ocupados crecía la resistencia de la población, como estaba ocurriendo en
Italia con los grupos armados antifascistas, denominados "partisanos".

La derrota total del Tercer Reich


se produjo en dos escenarios:
Normandía y Berlín. Por el Oeste, los
estadounidenses y los ingleses
desembarcaron en Normandía e
iniciaron la liberación de Francia. Por el
este, los soviéticos se lanzaron sobre
Berlín. Ante el desmoronamiento del
Tercer Reich, las potencias aliadas se
disputaban el privilegio de ocupar la
capital alemana. Y la recompensa sería
-una vez concluida la guerra- el reparto
de Europa.

El acto final de la guerra fue el más nefasto por sus consecuencias a


corto y mediano plazo. El presidente Truman, sucesor de Roosevelt, ordenó
lanzar la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y
Nagasaki.

La justificación de los estadounidenses para


este terrible hecho fue que la bomba terminaría por

160
convencer a los japoneses de rendirse inmediatamente. Pero cuando las dos
ciudades fueron destruidas, en agosto de 1945, Alemania había sido derrotada
y Japón ya no tenía ninguna posibilidad de revertir el curso de la guerra.

La Segunda Guerra Mundial fue una "guerra total", en tanto los países
que intervinieron emplearon no sólo todo su potencial militar, sino que también
pusieron en juego sus recursos económicos y sus estrategias políticas. Es
evidente que durante todo su transcurso no se combatió exclusivamente para
que el ejército enemigo se rindiera, sino para ocupar territorios con recursos
económicos relevantes.

Consecuencias de la Segunda Guerra Mundial

Es definitivo que tal como una vez finalizada la Primera Guerra el mundo
se había transformado; una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial la
situación internacional deparará un cambio total en las relaciones
internacionales. Los Estados Unidos y la Unión
Soviética se repartieron las zonas de influencia y la
encarnaron dos modelos contrapuestos de organización
económico-social y político-institucional: el capitalismo y
el socialismo. Por su parte, Europa, que desde los
inicios del capitalismo había sido el centro de Occidente
y el punto central de una red colonial mundial, quedó
dividida en dos bloques y relegada a un segundo plano,
tanto como región productora como por su incidencia
en el ámbito de las relaciones internacionales.

Los resultados de la Segunda Guerra fueron tan terribles que los del
conflicto desarrollado entre 1914 a 1918, cuyas consecuencias en pérdidas de
vidas y perjuicios materiales habían horrorizado a todos, parecían en
comparación poco importantes.

161
En primer lugar, porque la cantidad de muertos entre 1949 y 1945 fue
seis veces mayor: entre 45 y 55 millones de personas.
Pero esto no era todo. La
crueldad había alcanzado
extremos difíciles de
imaginar. Una novedad fue
que la mayoría de los muertos
no habían sido en esta
ocasión soldados sino civiles.
Del total, se calcula que más
de la mitad de los muertos
eran habitantes de las
ciudades bombardeadas o
víctimas de los campos de
concentración y las deportaciones. Si en la Primera Guerra se estimaban unos
7 millones de heridos, para la Segunda ese recuento era casi imposible. Hacia
el final del conflicto, sólo en Japón había 4 millones de inválidos permanentes.
Estas no fueron las únicas consecuencias humanas del enfrentamiento.
También el avance de los ejércitos había producido oleadas de gente que huía
de lo que habían sido sus hogares, especialmente en Europa.
Se estima que allí unos 50 millones
de individuos se trasladaban de un
lado a otro en busca de refugio,
aunque la mayoría escapaba del
Este hacia el Oeste. Estas personas
eran clasificadas como "PD",
iniciales correspondientes a
"personas desplazadas". Se las
consideraba en esta categoría hasta que conseguían ser repatriadas u
obtenían permiso de inmigración en algún país donde pudieran rehacer su vida.

Las técnicas de combate también habían sido distintas. Si la guerra del


14 había sido fundamentalmente defensiva y estática, con los soldados quietos

162
en sus trincheras, la del 39 al 45 fue móvil, agresiva y mecanizada. El ejemplo
más notable de esto fueron los bombardeos de los centros urbanos. Para el fin
del conflicto, ciudades como Coventry, Varsovia y Rotterdam no eran más que
una monumental acumulación de cascotes. En Alemania fueron destruidas 10
millones de viviendas (el 40% del total); en Gran Bretaña, 4 millones (el 30%) y
en Francia 2 millones (el 20%). En Japón, una de cada cuatro casas había sido
totalmente arrasada.

Las pérdidas materiales fueron mucho mayores. Por una parte, porque el
escenario del conflicto había sido más extendido y las acciones, además de
desarrollarse en Europa, tuvieron lugar también en el norte de África y Asia. En
Europa y el Extremo Oriente la infraestructura resultó profundamente afectada.
El sistema de transporte estaba paralizado por las destrucciones. Los puentes
habían sido dinamitados para evitar el paso del enemigo y esto impidió que el
transporte ferroviario pudiera mantenerse al reanudarse la paz; por su parte,
las ruinas de esos mismos puentes hundidas en los ríos dificultaban la
comunicación fluvial. No sólo las vías férreas estaban fuera de uso, sino que
casi no quedaba material para transitarlas. Si antes de la guerra Francia
contaba con 17 mil locomotoras, para el fin del conflicto sólo tenía 3 mil. La
guerra submarina había reducido la flota comercial europea, mientras que la de
Japón había disminuido a la décima parte. Por otro lado, en Europa y Asia
Oriental los puertos de mar estaban seriamente afectados. Finalmente, en
ninguno de esos dos continentes quedaban prácticamente camiones.

Naturalmente, las cosas no eran mejores en cuanto a la producción. En


el sector agropecuario faltaba mano de obra, se había reducido la cantidad de
ganado (en Polonia y Yugoslavia, por ejemplo las cabezas eran menos de la
mitad de las que había a inicios del conflicto) y se carecía totalmente de
fertilizantes. Muchas explotaciones estaban destruidas y las tierras arrasadas o
inundadas. Escaseaban las materias primas para el sector industrial, entre
otras causas por el descalabro del transporte. La maquinaria no había sido
renovada ni modernizada durante largos años, por lo que estaba obsoleta.
Muchas fábricas habían sufrido serios daños o estaban en ruinas y otras fueron

163
desmontadas por los países que habían ocupado los territorios. Por último,
faltaba combustible (especialmente carbón, todavía muy importante) para
poner en marcha las máquinas que aún funcionaban.

Este panorama desolador se traducía al fin del conflicto en dos serios


problemas para la población: hambre y frío. Sin casas, comida y ropa abrigada,
el frío invierno europeo de 1946 produjo tantas bajas como una nueva batalla,
cuyos estragos afectaban a vencedores y vencidos.

Ese era el panorama general y la vieja Europa perdía definitivamente su


papel protagónico en la política internacional. De este conflicto surgiría un
nuevo orden mundial en torno de la URSS y los Estados Unidos, organizado
según la lógica del enfrentamiento de dos maneras antagónicas de ver el
mundo.
La Unión Soviética había sufrido enormes pérdidas humanas y
materiales durante la guerra, pero en su avance sobre Berlín incorporó a su
esfera de influencia toda Europa del Este. Además, ya durante el conflicto, el
traslado de fábricas de la zona europea al otro lado de los Urales había
significado el comienzo del desarrollo industrial de su territorio asiático. Por otra
parte, la práctica de desmontar fábrica alemanas y de otros países enemigos y
trasladarlas a su territorio después de 1945 le permitió a la URSS fortalecer su
hegemonía sobre Europa Oriental y Sur Oriental. Pero fueron los Estados
Unidos los que dominaron la economía mundial después de la guerra. Su
territorio no había sufrido ninguno de los perjuicios que habían afectado a los
otros contendientes y aun la cifra de los caídos en combate (unos 300.000
estadounidenses) parece un costo reducido frente a los 20 millones de
personas que perdieron los rusos. El producto bruto de los Estados Unidos
aumentó en dos tercios y en 1945 les correspondían también los dos tercios de
la producción industrial mundial. La guerra solucionó definitivamente el
problema de la desocupación desatado con la crisis de 1929. Se integraron al
ejército 12 millones de ciudadanos y el esfuerzo bélico aumentó la cantidad de
ocupados de 54 millones a 64 millones. Esto fue posible por la ampliación
considerable de la edad de los trabajadores y, sobre todo, por el empleo de la

164
mano de obra femenina. Las mujeres jugaron un papel muy importante en la
industria durante la guerra y, por consiguiente, en el triunfo de los Aliados.

165
Unidad II – Desarrollo de Contenidos – Orden Nacional

Tiempos difíciles: el mundo de entreguerras

El primer gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916-1922)

Los resultados de las elecciones de 1916 consagraron presidente de la


República a Hipólito Irigoyen, el candidato radical. Pero la UCR fue minoría en
el Congreso nacional y en la mayor parte de las provincias, que mantuvieron
gobernadores conservadores y Legislaturas con mayoría conservadora. La
UCR obtuvo la mayoría en la Cámara de Diputados recién después de las
elecciones de 1918, mientras que los conservadores fueron mayoría en el
Senado durante todo el gobierno radical.
Se desprende de los análisis de David Rock y
Félix Luna que además de su mayoría
numérica como oposición política, los grupos
conservadores mantuvieron sus posiciones
de poder económico y social tradicionales: la
Sociedad Rural continuó actuando como
grupo de presión sobre el gobierno y
poderosos miembros de la elite siguieron
estrechamente vinculados con las empresas
de capital extranjero. Por otro lado, Yrigoyen mantuvo a los jefes del ejército y
de la marina y designó como ministros a hombres que eran ganaderos de la
Provincia de Buenos Aires o estaban vinculados con el sector exportador. Esta
situación política derivaba, por un lado de los resguardos que la ley Sáenz
Peña había otorgado al poder conservador y por otro a la heterogeneidad de la
base social que apoyaba al radicalismo. En este contexto es claro que los
objetivos del gobierno radical no fueron fáciles de compatibilizar. Debía por un
lado asegurarse el mantenimiento del modelo económico que beneficiaba a los
terratenientes exportadores mientras que por el otro y al mismo tiempo,

166
impulsar reformas destinadas a mejorar la situación económica de los sectores
medios urbanos que constituían la esencia de su base electoral.

Para modificar la adversa situación de fuerzas frente a los


conservadores, Irigoyen utilizó, tal vez en demasía al decir de Romero, la figura
de la intervención federal a las provincias. El Poder Ejecutivo se amparaba en
las causales de fraude y conflictos institucionales, pero en muchos de los casos
fue clara la intencionalidad política. Casi siempre, en las elecciones posteriores
a las intervenciones, fueron consagrados los candidatos radicales.

La asunción de Hipólito Irigoyen a la presidencia marcó un profundo


cambio en la forma de hacer política en la Argentina. Las expresiones de
adhesión popular y su control del aparato partidario convirtieron al presidente
en un referente político nacional.
La participación de los grupos urbanos que lo
habían votado, hasta entonces relegados, permite
su integración a la vida política. Los opositores al
gobierno, Socialistas incluidos, le criticaban su
forma de hacer política, tratando a su gobierno, en
el mejor de los casos, de demagógico. Las
acciones del gobierno fueron dirigidas hacia los
sectores medios urbanos, incrementando el gasto
público y de los impuestos provinciales con el fin
de aumentar el empleo público y la recaudación
del gobierno nacional. Esta referencia hacia los sectores medios no tardará en
generar el descontento de los miembros de la elite conservadora y de los
sectores obreros urbanos que no se beneficiaban con el crecimiento de la
burocracia estatal.

Consecuencias de la Primera Guerra Mundial

El gobierno de Yrigoyen mantuvo la posición de neutralidad durante la


guerra, aun cuando en 1917 tres buques argentinos fueron hundidos por la

167
armada alemana. Yrigoyen siempre sostuvo que se trataba de un conflicto
entre las principales potencias mundiales y que la Argentina ejerciendo sus
derechos soberanos debía permanecer al margen.

Con referencia a la economía dice Rock que el radicalismo se propuso


consolidarse y expandirse en base al modelo primario exportador pero también
modificar la distribución de la riqueza que dicha organización económica
producía a favor de los grupos de profesionales y de los trabajadores urbanos.
La concreción de este propósito se vio dificultada por la situación económica
internacional que originó el desarrollo de la Primera Guerra Mundial y que
afectó directamente a los países de economía primaria exportadora, entre ellos
a la Argentina.

Entre 1913 y 1917, la economía argentina vivió una depresión originada


por la interrupción de las exportaciones y una drástica disminución de las
importaciones. Durante esos años, el desempleo se generalizó entre los
sectores obreros vinculados con el sector exportador y aquellos dependientes
de los insumos industriales importados. Luego, a partir de 1918 y hasta 1921,
cuando comenzó un período de crecimiento originado por el aumento de la
demanda de los productos de exportación, rápidamente se generalizó la
inflación. Como tantas veces antes, la inflación benefició a los sectores
exportadores por el mayor precio que recibían por sus productos y perjudicó a
los sectores dependientes de un salario que perdía día a día poder de compra.
Entre 1914 y 1918, el costo de vida aumentó alrededor de un 65%, el costo de
los alimentos aumentó en promedio un 40%, el de los alquileres, un 15% y el
de los rubros que dependían de insumos importados o de materias primas
europeas un 300%. Esta situación no sólo afectó a los sectores urbanos sino
que también los arrendatarios del interior sufrieron los efectos del aumento
sostenido de los arrendamientos hasta 1921.

Los efectos de la inflación sobre el poder adquisitivo de los sectores


urbanos impulsaron al gobierno radical a elaborar una serie de reformas con el
propósito de mejorar los ingresos. En primer lugar, promovió el aumento de la

168
cantidad de cargos en el Estado para aumentar el empleo público. Para llevar a
la práctica esta medida era necesario aumentar el gasto público, como se ha
dicho anteriormente, y para ello fue imprescindible entonces aumentar los
impuestos a los réditos personales dado que el gobierno no podía aumentar los
derechos aduaneros de importación porque esta medida hubiese afectado
directamente a los consumidores urbanos. Como complemento de estas
medidas y para combatir el desempleo el gobierno desarrolló un plan de obra
pública y promovieron en el Congreso una serie de reformas tendientes a
mejorar la situación de los arrendatarios rurales.

A partir de 1918 el gobierno inició una política de expansión del empleo


en la administración pública poniendo los cargos públicos a disposición de los
caudillos de los comités del partido radical. Los principales beneficiarios de tal
política fueron los hijos de los inmigrantes, en su mayoría profesionales de
Buenos Aires y ciudades importantes del Litoral. Este sistema de patronazgo
no benefició directamente al inmigrante (no tenían derecho al voto), a los
obreros ni a los empresarios. El Partido Socialista se opuso siempre a tal
sistema junto con sectores radicales (que comienzan a oponerse a la política
personalista del presidente) que veían que las medidas afectaban al interior en
beneficio de los sectores urbanos de Buenos Aires.

Ninguno de los proyectos que proponían las reformas económicas a


favor de los sectores medios urbanos y rurales fue aprobado por la mayoría
conservadora de los cuerpos legislativos, con excepción de los impuestos
transitorios a las exportaciones. El Senado se transformó en un baluarte de la
oposición y vetó constantemente las propuestas de legisladores radicales y
socialistas. La realidad es que durante los gobiernos radicales el poder
ejecutivo estuvo controlado por un partido que representaba a los sectores
medios urbanos mientras que el poder legislativo estaba en manos de la
oposición conservadora que representaba al sector terrateniente exportador. Al
representar los intereses de sectores opuestos el enfrentamiento entre ambos
marcó la disputa política de aquellos tiempos.

169
La Reforma Universitaria de 1918

Desde comienzos de siglo, los sectores medios urbanos expresaron su


disconformidad por los numerosos obstáculos que los jóvenes enfrentaban
para acceder a las carreras universitarias, requisito para el ejercicio de las
profesiones liberales.

En junio de 1918, los estudiantes de la Universidad de Córdoba


organizaron una serie de huelgas que se extendieron por varias facultades; en
algunas de ellas las protestas alcanzaron un alto nivel de violencia. Los
objetivos de los universitarios eran modificar los planes de estudio y poner fin a
la influencia eclesiástica en la educación universitaria. Los estudiantes
reformistas afirmaban que el sistema educativo vigente hasta ese entonces era
“antiguo y mediocre” y que no permitía la libertad de pensamiento.

Para modificar esta situación, el movimiento demandó el establecimiento


del principio de autonomía universitaria; es decir, el derecho a que cada
universidad se diera su propio gobierno; exigieron, además, que el nuevo
régimen de gobierno contemplara la participación de los estudiantes, los
profesores y los graduados de las diferentes casas de estudio. Además de
reclamar la democratización del gobierno universitario, los reformistas
declararon también que las universidades debían ser ámbitos educativos en los
que se respetara la libertad de opinión, la libertad ideológica y la gratuidad de la
enseñanza. En este sentido, el movimiento reformista reclamó la supresión de
las cátedras vitalicias a cargo de profesores designados por el rector y su
reemplazo por profesores nombrados luego de la realización de concursos
periódicos.

El gobierno aceptó las demandas más concretas de los estudiantes; y


después de negociaciones entre los funcionarios universitarios y los dirigentes
del movimiento estudiantil, se simplificaron los criterios de ingreso y se

170
modificaron los contenidos de los planes de estudio. La acción más importante
fue la creación de nuevas universidades que ampliaron las posibilidades de los
sectores medios de acceder a la educación universitaria.

El gobierno radical y los conflictos sociales

La principal expectativa de la elite dirigente en relación con la reforma


electoral de 1912 había sido que esa reforma incorporara a los obreros al
sistema político y debilitara la fuerza de las organizaciones obreras que
proponían medidas de acción directa para obtener mejoras en sus condiciones
laborales y de vida. Pero, durante el transcurso del primer gobierno radical, los
conflictos y las luchas obreras pusieron en evidencia que tal expectativa no se
había cumplido. Esta situación crítica constituye un capítulo sustancialmente
importante para Rock, Romero y Luna dado que los acontecimientos marcaron
definitivamente y de ahí en más, la relación entre el radicalismo y los sectores
obreros.

Por un lado, el mayor o menor grado de movilización de los obreros


dependía del nivel de satisfacción que los gobiernos daban a sus reclamos; por
otro, como el funcionamiento de la economía primaria exportadora estaba
basado en el mantenimiento del bajo costo de la mano de obra, los grupos
sociales que controlaban el sector exportador no estuvieron dispuestos a
otorgar aumentos de salarios que compensasen el aumento del costo de vida
potenciado por la inflación ni tampoco el aceptar leyes que protegieran los
derechos de los sectores obreros.

Los conflictos comenzaron a aumentar a partir de 1914 debido a que la


situación económica de los obreros urbanos se deterioró notablemente, primero
por la desocupación y luego por la inflación. Entre 1917 y 1919, el número de
huelgas y de obreros que participaban en ellas superó períodos críticos
anteriores de la historia Argentina. Ante esta situación, el gobierno radical se
vio frente a una disyuntiva: debía proteger los intereses de los sectores
propietarios y al mismo tiempo debía tomar medidas que aseguraran el voto de

171
los obreros al partido radical dado que el gobierno también advertía que los
obreros urbanos votaban masivamente al partido socialista. La intención del
gobierno entonces fue la de proponerse como árbitro de las cuestiones
conflictivas entre obreros y patrones. El gobierno consideró a los sindicatos
como representantes de los obreros y en varias ocasiones intervino en las
negociaciones con los patrones a favor de los obreros. En otras oportunidades,
de consecuencias tan graves que se convirtieron en un estigma para el
gobierno, la policía o las tropas del Ejército actuaron en contra de los
huelguistas. Puede afirmarse que en términos generales el gobierno radical
actuó con debilidad frente a las presiones de los grupos patronales (Unión
Industrial, Sociedad Rural o Bolsa de Comercio) , las necesidades electorales
propias y la intransigencia de algunos sindicatos. Fueron demasiados los casos
en los cuales el gobierno percibía la huelga como una amenaza y decidía que o
bien no estaba en condiciones de ofrecer mejores salarios o bien que si hacía
concesiones a los trabajadores perdía prestigio frente a los grupos empresarios
por lo cual el conflicto terminaba con la orden de represión a las fuerzas
policiales o del ejército que eran involucradas por primera vez en problemas
internos de origen social.

La “Semana Trágica” y el conflicto de la Patagonia

En enero de 1919, una huelga realizada por los obreros de los Talleres
Metalúrgicos Vasena en demanda de una jornada laboral de ocho horas y el
pago de horas extras se extendió a otras fábricas de la Capital Federal.
Presionado por los empresarios metalúrgicos, el gobierno decidió imponer el
orden enviando primero a la policía y después al ejército, que reprimieron a los
trabajadores. Los enfrentamientos se sucedieron durante varios días y hubo
alrededor de cien muertos. Estos hechos fueron recordados como la “Semana
Trágica”.

Durante los años 1921 y 1922 se produjeron en la Provincia de Santa


Cruz una serie de huelgas de los peones de estancia en reclamo inicialmente
de mejoras en las dramáticas condiciones laborales en las cuales

172
desempeñaban sus tareas y luego de aumentos de salario. La falta de
compradores para la gran cantidad de lana acumulada durante la guerra originó
una crisis que afectó a los estancieros, comerciantes locales y peones. Los
peones que vivían y trabajaban en condiciones inhumanas ante la falta de pago
y de trabajo ocuparon las estancias y tomaron algunos rehenes. Las noticias
llegaron a Buenos Aires y los dirigentes anarquistas viajaron a Santa Cruz para
encabezar las huelgas que se tornaron por tal motivo más violentas. Las
presiones de los terratenientes decidieron al gobierno a enviar al coronel
Héctor Varela con fuerzas del ejército para restablecer el orden de la zona.
Después de una etapa de negociaciones, Varela inició una represión
indiscriminada y decenas de huelguistas fueron fusilados. (Ver Módulo II – Guía
Didáctica – Unidad II - Orden Nacional - Documentos).

El gobierno de Marcelo T. de Alvear (1922-1928)

Entre 1921 y 1922 afirma Romero que el presidente Yrigoyen se propuso


asegurar el triunfo del radicalismo en las elecciones presidenciales. Con ese
objetivo, intervino las provincias que no tenían gobiernos radicales y profundizó
la aplicación de medidas que buscaban favorecer a los sectores medios
urbanos, sobre todo los de la Capital Federal. Se emprendieron campañas para
abaratar el costo de vida sin demasiado éxito, se congelaron temporalmente los
alquileres, recrudeció la “beneficencia” política destinada a los obreros. En
1922 los radicales ganaron fácilmente las elecciones con el candidato elegido
por Yrigoyen a pesar del desacuerdo de ciertos sectores del partido que
desconfiaban del origen “elitista” de Alvear. Marcelo T. de Alvear y Elpidio
González asumieron la presidencia y vicepresidencia de la República.

La segunda presidencia radical estuvo caracterizada por las dificultades


para encontrar un equilibrio entre la realización de los intereses de los grupos
de elite y de los sectores medios que apoyaban al partido. Los conservadores
exigieron el cese de las intervenciones provinciales y la disminución del gasto
público que se destinaba al mantenimiento de la numerosa burocracia
administrativa. Frente a esto el gobierno decidió aumentar sus ingresos

173
aumentando los aranceles aduaneros para productos importados. Estas
medidas no lograban conformar a los sectores en pugna. El partido radical
finalmente se dividió entre personalistas (Yrigoyenistas) y antipersonalistas
(sector enfrentado a las políticas clientelistas de Yrigoyen).

La economía

Siguiendo a Darío Cantón puede afirmarse que la grave crisis ganadera


que se registró durante los años 1921 y 1922, agudizó el conflicto entre los
criadores y los invernadores. Los productores se dirigieron a las autoridades
nacionales solicitando “protección” para la actividad ganadera, a la que
calificaron como “esencial” y “tradicional”. Dentro y fuera del Congreso se
pusieron en discusión una serie de medidas propuestas por el poder público y
por las asociaciones representativas de los ganaderos. En el Parlamento se
discutieron diferentes proyectos de distintos sectores. Los más enérgicos
consideraron esencial la destrucción del monopolio frigorífico y denunciaron
que la política discriminatoria, la deflación de los precios y el control de la
demanda, perjudicaban a los criadores, que no tenían la debida compensación
económica.

Después de intensos debates que se prolongaron hasta 1923, el


Congreso promulgó una ley de “protección” a la ganadería. Esta ley imponía la
venta de ganado por kilo vivo, la inspección de la comercialización de carnes,
la construcción de un frigorífico oficial y la fijación de un precio mínimo de
venta. El gobierno de Alvear, que había apoyado la promulgación de la ley,
presionado por los invernadores y los frigoríficos, a las tres semanas de que
ésta entrara en vigencia, suspendió parcialmente su aplicación y eliminó el
precio mínimo de venta – el punto que, en particular, había generado el
rechazo más violento. Los criadores, a través de sus organizaciones y de los
legisladores radicales yrigoyenistas, reaccionaron a su vez vehementemente
porque de nuevo veían esfumadas sus esperanzas de lograr la protección
frente al pool frigorífico. Algunos historiadores interpretaron que cada una de
las dos corrientes en que se dividió el radicalismo, el personalismo y el

174
antipersonalismo, durante el desarrollo de estos conflictos, representaron a los
criadores y a los invernadores, respectivamente. Sin embargo, ésta parece ser
una verdad a medias. Es cierto que durante la crisis de 1921-22, las dos
corrientes sirvieron para encauzar diversos intereses. Pero lo que parece
improbable, pese a que los antipersonalistas eran más “conservadores”, es que
esa representatividad haya sido permanente y además exclusiva.

Con respecto a las inversiones externas cabe destacar que a partir de


1925, se registró un importante aumento de las inversiones procedentes del
exterior, especialmente de las provenientes de los Estados Unidos. Éstas se
efectivizaron a través de empresas relacionadas con la industria frigorífica, la
energía y los bienes de consumo durable. La irrupción masiva de capitales
estadounidenses provocó una fuerte competencia con los inversores ingleses,
que hasta ese momento controlaban las principales áreas de la economía
Argentina. Esta rivalidad se reflejó en la competencia que se desató en el área
de los transportes, entre los automóviles importados de Estados Unidos y los
ferrocarriles británicos. También se agudizó la competencia entre las empresas
frigoríficas vinculadas con cada país. Este conflicto de intereses llevó a un
progresivo deterioro de las relaciones con Gran Bretaña y a una cada vez
mayor influencia de los Estados Unidos en la economía argentina, fenómeno
que ya se había extendido por casi toda América latina. Los sectores
terratenientes, tradicionalmente relacionados con los capitales británicos, no
objetaron la intervención del capital estadounidense, e incluso la alentaron,
hasta que ésta puso en peligro el mantenimiento de los mercados ingleses para
las carnes argentinas.

La movilidad social

Durante la década del ’20, la sociedad argentina vivió un proceso de


acelerados cambios y gran movilidad. Fue en la ciudad de Buenos Aires, el
centro económico del país, donde estos cambios se manifestaron con mayor
rapidez. El ascenso social de los sectores populares urbanos fue un fenómeno
característico de aquellos años. Muchos hijos de inmigrantes progresaron

175
instalando un pequeño comercio, ocupando un puesto público, incorporándose
a la vida política o estudiando en las universidades. Debe aclararse que, como
se ha mencionado en el desarrollo de contenidos de la Unidad I, este proceso
había comenzado a partir del primero fenómeno inmigratorio hacia fines del
siglo XIX (durante el gobierno del modelo del ’80) y que continuaba
desarrollándose ya entrado el siglo XX. El origen mismo del partido radical
abrevó en los orígenes de esta transformación.

El pasaje desde la condición de “hijo de obrero” a la de integrante de los


sectores medios significaba un mejoramiento en el plano económico y un
reconocimiento social. La condición de ciudadano y las posibilidades de
participación política eran otros aspectos del nuevo status social.

El acelerado y confuso proceso de cambio social provocó también


modificaciones en la fisonomía de los principales centros urbanos del país y, en
particular, como se ha afirmado anteriormente, en la de Buenos Aires.
Surgieron nuevos barrios y otros cambiaron de aspecto. Los nuevos sistemas
de transporte, como el tranvía y el subterráneo, a los que se sumó el ómnibus o
colectivo en 1928, acortaron las distancias entre los suburbios y el centro,
facilitando el traslado de obreros y empleados desde los barrios periféricos
hacia sus lugares de trabajo. En cada barrio se fue definiendo además un perfil
social definido. Los barrios en los que se instalaron fábricas (como Parque
Patricios, San Cristóbal o Boedo) y los cercanos al puerto (San Telmo, la Boca,
Barracas) adquirieron un tono marcadamente obrero. Otros fueron típicos
barrios de sectores medios (Villa Urquiza, Devoto, el norte de Palermo y el
centro de Belgrano). El barrio Norte fue, sin dudas, el territorio exclusivo de la
elite porteña, el de las familias distinguidas, con sus viviendas lujosas, sus
parques y sus palacetes de estilo francés.

“Mucho más que “ser porteño”, se es “de Flores”, “de Palermo”, “de
Boedo”. El nacido en el barrio, sobre todo si es integrante de las clases
medias, crea todo un sistema de amistades, de amores y de hábitos dentro de
él y es reacio a cambiar de domicilio más allá de sus límites. Las mudanzas se

176
hacen dentro del barrio y es la misma confitería, la iglesia o el cine al que
concurre y los negocios donde compra: trata de mandar a sus hijos a la misma
escuela a la que él asistió. Es una vida que se parece a la de las pequeñas
ciudades del interior donde todo el mundo se silba de memoria, la gente se
conoce desde siempre y circulan los chismes, los apodos y las anécdotas
como en una ciudad provinciana.”2

El Segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen (1928-1930)

En 1928, Hipólito Yrigoyen fue elegido nuevamente como presidente de


la República. Su segundo gobierno se desarrolló dentro de un panorama
económico internacional muy complicado por la profunda crisis estructural que
se desató a partir de 1929 y que afectó a la totalidad del sistema capitalista y
por la creciente oposición interna.

Como consecuencia de la división del radicalismo que se había


producido en 1924 y la imposibilidad de llegar a algún tipo de acuerdo con los
antipersonalistas, el presidente Irigoyen trató de reafirmar su apoyo social entre
los sectores medios. Esta decisión política se puso de manifiesto en la
composición del gabinete que lo acompañó en su gestión a partir de 1928.
Todos los ministerios estuvieron a cargo de hombres surgidos de los comités
barriales (a diferencia de su primer gobierno, en el cual eran miembros de la
elite terrateniente) mientras que los representantes del partido en el Congreso
eran hijos de inmigrantes devenidos en profesionales universitarios.

La economía y la “cuestión del petróleo”

Con el fin de beneficiar a los sectores medios dependientes de la


administración estatal, el tercer gobierno radical continuó impulsando un
desarrollo industrial limitado. Los dirigentes radicales, afirma Rock, habían
comprendido que no podían continuar incrementando en forma infinita el gasto
público y la burocracia oficial. Impulsaron además la nacionalización de los
2
Jauretche, Arturo; El medio pelo en la sociedad Argentina. 1966.

177
recursos petroleros del país, que en esos años eran explotados por empresas
de capital estadounidense, y también el monopolio estatal de su destilación y
distribución. Justificaron el monopolio estatal afirmando que sólo el Estado
nacional era capaz de organizar y financiar una empresa de esta magnitud.
Pero los yrigoyenistas eran conscientes de que, así planteado, el desarrollo de
esta nueva actividad económica generaría una necesaria ampliación de la
burocracia estatal y la consecuente oferta de nuevos cargos que serían
distribuidos entre los sectores medios urbanos dependientes del Estado.

A partir de la negativa del Senado a aprobar las leyes del petróleo, el


gobierno empecinado en controlar la cámara alta recomenzó con las
intervenciones federales en las provincias controladas por la oposición. La
“cuestión del petróleo” también provocó una nueva división entre los radicales
dado que algunos sostenían que debía ser explotado por el capital extranjero
mientras que otros pensaban que la explotación debía estar a cargo del Estado
apoyado con inversiones de capital nacional; en tanto la mayoría opinaba que
debía establecerse una asociación entre el Estado y los inversores extranjeros
(el gobierno apoyaba esa idea). Sin embargo hacia 1927 se intensificó un
movimiento “anti-trusts” dirigido contra la Standard Oil de capitales
estadounidenses y contra la acción de los capitales extranjeros en general.

En política económica, el antiimperialismo de Irigoyen, coinciden los


historiadores, durante estos años, se limitó a enfrentar a los Estados Unidos.
En cambio, los intereses británicos fueron apoyados activamente por el
gobierno. Aunque hubo algunas disputas sobre tarifas de trenes y tranvías, las
relaciones con Gran Bretaña fueron mejores que en épocas anteriores. Durante
1929, fueron varias las misiones comerciales inglesas que llegaron con el
objetivo de reducir la competencia de los capitales norteamericanos y el déficit
de la balanza comercial Argentina. El gobierno radical acordó la libre
importación de material para los ferrocarriles, redujo los derechos aduaneros
sobre las importaciones de seda y acordó también la importación de equipos
para la refinación de petróleo.

178
El impacto de la crisis económica mundial de 1929

En octubre de 1929, como se ha visto en la sección internacional, se


produjo una grave crisis económica que afectó a todo el sistema capitalista
mundial. Sus repercusiones en la Argentina se hicieron evidentes de inmediato.
Los ingresos de la Aduana disminuyeron debido a la contracción del comercio
internacional. Se sucedieron numerosas quiebras de empresas y comercios. El
peso nacional se devaluó, disminuyeron las exportaciones de materias primas y
las importaciones de insumos industriales, y esto fue acompañado por una
disminución de los salarios y por una altísima tasa de desocupación. Los
problemas económicos y financieros que originó la crisis y la política de
endeudamiento externo, que inició el gobierno para asegurar su posición,
enfrentaron al gobierno con todos los grupos sociales que lo habían apoyado.
Las principales entidades que agrupaban a los terratenientes y a los
exportadores se aliaron contra Yrigoyen y buscaron el apoyo de grupos
descontentos incluso dentro del ejército.

“El efecto de la depresión económica en las clases medias urbanas


aniquiló el apoyo popular con el que contaba Irigoyen. En 1929 todo el sistema
de control del gobierno dependía de su capacidad de seguir apelando al gasto
público y al patronazgo pero ya a comienzos de 1930, alertado ante la
amenaza de los terratenientes, Yrigoyen comenzó a disminuir poco a poco, no
el gasto en cifras absolutas (éste continuó incrementándose, en verdad) pero sí
su ritmo, hasta llegar a un momento en que resultó insuficiente para sostener la
estructura de patronazgo creada. Incapaz de acoger bajo su paraguas
protector a todos los que ahora, con la depresión y el desempleo, súbitamente
exigían esa protección, la estructura comenzó a resquebrajarse; lo más notorio
fue la repentina erosión de los lazos entre el gobierno y los comités partidarios.
Y el descalabro del aparato partidario trajo consigo un esfuerzo concertado de
la oposición para atacar al gobierno y usurpar el apoyo popular. Los primeros
signos se evidenciaron a principios de 1930, cuando desde el Congreso y
desde los principales órganos de prensa partidarios de los yrigoyenistas
elevaron sus voces de protesta contra la falta de puntualidad en el pago de los

179
sueldos de la administración pública y la lentitud para llenar las vacantes, pese
a que el partido se afanaba por aliviar la depresión. Meses más tarde, el
gobierno, en vez de aumentar el nivel de gasto, lo redujo, e intentó despedir a
algunos agentes públicos. De inmediato, los yrigoyenistas presentaron
mociones en el Congreso para que se adoptasen garantías legislativas, con el
fin de que su clientela no perdiera sus puestos.”3

El golpe militar del 6 de septiembre de 1930

El 6 de septiembre de 1930, un golpe


militar encabezado por los generales
Agustín P. Justo y José F. Uriburu puso fin
a la segunda presidencia de Yrigoyen. La
oligarquía terrateniente retomara el control
del Estado y de la administración pública a
partir de 1932. El quiebre de la continuidad
de las instituciones democráticas a través
de un golpe de estado fue la solución que
las fuerzas opositoras al radicalismo
encontraron frente a las profundas
contradicciones que generó la ampliación
de la democracia en un contexto de profunda depresión económica. La
gravedad de la circunstancia de la ruptura democrática se constituyó en el
inicio de una conducta cíclica durante la historia Argentina del siglo XX:
Inestabilidad política, contexto desfavorable de la economía, sectores
opositores funcionales, un ejército dispuesto a violar la Constitución y asumir
un rol protagónico, una sociedad casi anómica y finalmente el golpe de estado.

Hacia 1930, el ejército estaba ya dividido en dos tendencias ideológicas;


aquellos que adherían a los principios económicos liberales de la oligarquía
terrateniente representados por muchos militares que pertenecían a
tradicionales familias y encabezados por el general Agustín P. Justo; y los otros
3
Rock, David; El Radicalismo Argentino, 1890-1930; 1992.

180
que habían incorporado la influencia del naciente nacionalismo totalitario
europeo (fascismo) bajo las órdenes del general José Félix Uriburu.

El golpe de 1930 fue iniciado por José F. Uriburu pero, debido a sus
intentos de reformas a la Constitución liberal de 1853 y sus políticas represivas
que pretendían instalar un régimen totalitario fue obligado a renunciar y en
1932 fue electo, en elecciones fraudulentas propiciadas por acuerdos espurios
con los conservadores, el general Agustín P. Justo. Se inicia así una década
compleja desde lo político y desde lo económico a la cual se ha denominado en
la historia Argentina como “década infame”. Esta denominación la comenzó a
utilizar un periodista en aquella época, en la que fue habitual que los dirigentes
políticos que dirigían el Estado practicaran el fraude electoral y cometieran
actos de corrupción y luego fue utilizada por la mayor parte de los historiadores
contemporáneos de la Argentina.

La década de 1930

En el año 1930, como se ha detallado, ocurrieron algunos


acontecimientos que tuvieron un gran impacto en la sociedad argentina: la
crisis económica derivada del crack de Wall Street de 1929 y el golpe militar
encabezado por José F. Uriburu. Esta doble crisis, económica y política, puede
considerarse también como el punto de partida de transformaciones de más
larga duración, cuyos alcances, como se ha dicho, se extendieron más allá de
la década de 1930 y marcaron el rumbo del proceso histórico que protagonizó
la sociedad argentina durante gran parte del siglo XX. El modelo económico, la
conformación de las distintas clases sociales y su relación con el Estado, las
formas de participación política y las expresiones culturales, todos los planos
de la vida social sufrieron importantes modificaciones.

El derrocamiento de Yrigoyen abrió una nueva etapa en la vida política


Argentina. El golpe militar de 1930 interrumpió el lento proceso de construcción
de la democracia política que se había iniciado en 1912. Los avances hacia la
legitimación del régimen político se vieron frenados por la reinstalación del

181
fraude y la represión. Los grupos conservadores buscaron la reorganización de
una república oligárquica.

Política: La “restauración conservadora” y el “fraude patriótico”

El 6 de septiembre de 1930, se ha dicho, asumió la Presidencia el


general José F. Uriburu, jefe del primer golpe militar contra un gobierno
democrático en la Argentina. Uriburu intentó imponer, al decir de Romero, un
proyecto de organización corporativista de la sociedad, inspirado en el fascismo
nacionalista italiano. Su régimen abusivo y represivo se basó en las
restricciones de los derechos ciudadanos, imponiendo el estado de sitio, la
pena de muerte e incluso la supresión de las garantías constitucionales. Este
intento de suprimir la Constitución liberal de 1853 aceleró su caída del poder ya
que no fue bien visto por los grupos conservadores que apoyaban a un general
de la línea ideológica liberal del ejército: Agustín P. Justo. Uriburu no logró
mantenerse mucho más de un año en el poder, porque los sectores
conservadores que impulsaron el golpe prefirieron retomar la tradicional
organización política que habían mantenido entre 1880 y 1916, manteniendo
las formas republicanas combinadas con el “fraude electoral”.

En 1931, la oligarquía impulsó la convocatoria a elecciones generales en


todo el país, pero para asegurarse el control del poder y evitar un nuevo triunfo
del radicalismo, impusieron hasta 1943 la práctica sistemática del fraude
electoral y la persecución de los opositores. Los conservadores lo llamaron el
“fraude patriótico”, porque entendían que el objetivo de “salvar a la patria”
justificaba el uso de métodos ilegales. La expulsión de los fiscales de la
oposición, la captura de las libretas de enrolamiento, el voto de los “muertos”, la
compra de votos y la intimidación fueron algunos de los recursos que se
utilizaron durante la década de 1930. Uno de los factores (junto con el golpe
militar y el Pacto Roca-Runciman) que contribuyeron a su denominación, como
se ha afirmado: de “década infame”.

182
Los conservadores, los radicales antipersonalistas y el Partido Socialista
independiente, liderado por Federico Pinedo, conformaron en 1931 una alianza
electoral denominada “Concordancia”. Esta alianza ganó las elecciones y logró
imponer a su candidato, el general Agustín P. Justo, quien asumió en 1932.

El radicalismo, primero se abstuvo pero finalmente a partir de 1935


aceptó presentarse a elecciones. El liderazgo de Alvear, antipersonalista
(Yrigoyen murió en 1933) apartó de la UCR a gran cantidad de simpatizantes y
afiliados que veían con malos ojos una alianza con los conservadores.

El Partido Socialista (PS) dirigido por Nicolás Repetto y Alfredo Palacios


y el Partido Demócrata Progresista (PDP) encabezaron la oposición
parlamentaria a los gobiernos conservadores. La mayor parte de las leyes
socialistas propuestas al Congreso no fueron aprobadas debido a la mayoría
conservadora.

Como se verá, al referir la cuestión económica; el dirigente demo-


progresista Lisandro de la Torre alcanzará gran notoriedad por sus denuncias
(comprobadas) contra los ilícitos de los conservadores durante el debate de las
carnes. Luego de su muerte (se suicidó en 1939) el partido perdió su caudal
electoral.

Hacia el final de la década, los grupos dirigentes conservadores


advirtieron la necesidad urgente de ampliar la representación y la participación
política por lo cual potencian la candidatura de un aliado como Roberto M. Ortiz
(Radical antipersonalista) con el cual ensayarían una modificación impuesta de
arriba hacia abajo como la que resultara en la Ley Sáenz Peña en 1912. La
intención de Ortiz era captar a la UCR, acordar con el general Justo, reforzar el
intervencionismo estatal en concordancia con el plan de Federico Pinedo. Las
diferencias entre los dirigentes conservadores abortaron este proyecto y para
1943 habían muerto los principales impulsores de la reforma: Justo, Ortiz y
Alvear.

183
En 1940 el vicepresidente Ramón Castillo reemplazó a Ortiz y con el
sucumbieron los intentos de ampliación del sistema oligárquico. Cada uno de
los pasos seguidos por Ortiz fueron desandados, el fraude no sólo continuó
sino que se intensificó en las elecciones provinciales. Con Castillo, toda
reforma desde el seno del régimen fue imposible.

El 4 de junio de 1943 un golpe militar encabezado por los Generales,


Rawson, Ramírez y Farrell y el desconocido hasta entonces Coronel Juan
Domingo Perón; derrocó al gobierno presidido por Ramón Castillo y marcó el
fin de otra etapa en la historia política Argentina.

Política Exterior: la Segunda Guerra Mundial

Los partidos y las alianzas políticas reaccionaron de diferente manera


frente a los problemas nacionales y los conflictos internacionales. Los dos
problemas externos que mayor impacto tuvieron en la vida política argentina
durante la década de 1930 fueron la Guerra Civil española, en 1936 y la
Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. Durante la Segunda Guerra, los
partidos políticos argentinos se pronunciaron a favor de uno u otro bando. Los
gobiernos conservadores de Justo y Ortiz, y los socialistas apoyaron a los
aliados; en cambio, el gobierno de Castillo apoyó al Eje nazi-fascista.

Luego del golpe militar de 1943, los militares en el gobierno tuvieron


distintas posiciones frente a la guerra, hubo pro-aliados, neutralistas y
simpatizantes del Eje.

En un principio mantuvieron posiciones de neutralidad, al igual que los


gobiernos anteriores, criticadas duramente como una actitud pro Eje por la
oposición conservadora, socialista y comunista. Finalmente, el 27 de marzo de
1945, pocos meses antes de la finalización del conflicto, bajo el régimen de
Farrell, la Argentina declaró la guerra a Alemania y Japón.

La economía en la década de 1930

184
La crisis del capitalismo mundial de 1929 afectó las bases de la
economía primaria exportadora local. Frente a la crisis, los países centrales
extremaron la protección de sus economías y disminuyeron sus compras de
materias primas y alimentos a los países periféricos. Gran Bretaña, principal
comprador, como se ha visto, de cereales y carnes argentinos, redujo
drásticamente sus importaciones y, en la Conferencia de Ottawa (Canadá,
1932) estableció acuerdos preferenciales con sus colonias4 para las compras
de materias primas y alimentos. Esta decisión tuvo un gran impacto, como se
ha destacado anteriormente, sobre el funcionamiento del modelo agro-
exportador argentino: la reducción en las compras británicas provocó una
alteración en el sector primario exportador, afectando por ende el
funcionamiento de toda la economía nacional.

David Rock sostiene que la crisis mundial alteró la balanza comercial


argentina y los ingresos de los terratenientes locales. Estos tuvieron cada vez
más dificultades para mantener el nivel de inversiones necesario para superar
las debilidades que, desde años atrás, se venían manifestando en el sector
primario exportador.

Durante el desarrollo de la década fue cada vez menor el ritmo de


incorporación de nuevas tierras a la producción agropecuaria de la región
pampeana, ya que también eran cada vez mayores las inversiones necesarias
en caminos, diques, canales, fertilizantes. También cayó la producción, dado
que disminuyeron las inversiones en tecnología para mejorar los rendimientos
de los establecimientos productivos.

Años antes de la crisis de 1930, era ya evidente el deterioro de los


términos de intercambio entre los países centrales y los periféricos: entre 1925
y 1934 los precios de las materias primas cayeron un 40% en relación con los
de los productos industriales. Por otra parte, el creciente consumo nacional de

4
Miembros del Commonwealth o Comunidad Británica de Naciones.

185
alimentos agravaba la situación, disminuyendo el excedente disponible para la
exportación.

El Pacto Roca-Runciman

Desde 1930, los hacendados presionaron al gobierno para que la


Argentina firmara con Gran Bretaña un acuerdo para asegurar la cuota de
exportación de carnes al mercado inglés con las cuotas y valores anteriores a
la crisis.

El 2 de mayo de 1933, el representante del gobierno Argentino, el


vicepresidente Julio A. Roca (hijo) y el ministro de Comercio de la corona
británica, Walter Runciman, firmaron un acuerdo que fue conocido como el
Pacto Roca-Runciman. Además de asegurar cuotas de exportación para las
carnes argentinas, este acuerdo reafirmó la relación comercial con Gran
Bretaña. Guillermo Leguizamón, notorio representante de los ferrocarriles
ingleses calificó en aquellos tiempos al pacto como “el acontecimiento más
importante en nuestra historia”. Los partidos opositores tales como la
democracia progresista, el socialismo y el comunismo calificaron este pacto
como un acto de total sometimiento al “dominio británico”.

Las cláusulas más importantes del


acuerdo comercial fueron las
siguientes: la Argentina se aseguraba
una cuota de importación no inferior a
390.000 toneladas de carne enfriada,
aunque Gran Bretaña se reservaba el
derecho de restringir sus compras
cuando lo estimase conveniente. El
85% de las exportaciones de carne de
nuestro país debía realizarse a través de frigoríficos británicos. (Inglaterra
dejaba fuera del negocio a los frigoríficos norteamericanos) . El 15% restante
sería exportado por empresas nacionales pero siempre a través de barcos y

186
comerciantes británicos. La Argentina se comprometía a mantener libres de
derechos ( cero impuesto) el carbón y otros casi 300 productos de origen
británico. El gobierno también se comprometía a no reducir las tarifas de los
ferrocarriles de empresas inglesas. Además debía brindar a las empresas
británicas de servicios públicos un tratamiento benévolo y la protección de sus
intereses.

El pacto incluyó cláusulas secretas, que refieren Rock y Romero y que


fueron las bases de acuerdos comerciales y financieros entre la Argentina y
Gran Bretaña. En esas cláusulas, el gobierno argentino se comprometía a la
creación del Banco Central y de la Corporación de Transportes. El Banco
Central se constituyó como una sociedad mixta, integrada por bancos oficiales
y capitales extranjeros. La institución regulaba el cambio y la emisión de
moneda. La oposición señaló que la creación de esta nueva institución
significaba la delegación a los capitales extranjeros del manejo de las finanzas
del país dado que la mayoría del directorio del Banco representaba empresas
de capital extranjero. De hecho ya se había entregado el manejo de la
soberanía al entregar el monopolio del comercio exterior de carnes. En 1935
una ley del Congreso aprobó la creación de la Corporación de Transportes que
concedía a empresas de capital británico el monopolio por 56 años del
transporte urbano de Buenos Aires. Poco a poco los pequeños propietarios de
transportes urbanos fueron absorbidos por la corporación ante el riesgo cierto
de desaparecer. Tal la gravedad de las implicancias del Pacto Roca-Runciman
que fue como se ha dicho una de las causales de definir a la década de 1930
como la “Década infame”.

El vicepresidente Roca resumió en una frase el espíritu de la delegación


negociadora del gobierno del general Justo: “por su importancia económica,
la Argentina se parece a un gran dominio británico.”

187
El senador del Partido Demócrata
Progresista, D. Lisandro de la Torre propuso la
creación de una comisión parlamentaria para
investigar las crecientes sospechas de corrupción
que muchos tenían respecto de la firma de los
acuerdos comerciales con Gran Bretaña y el
manejo inescrupuloso de los frigoríficos ingleses
con respecto a las declaraciones de impuestos y
cupos de exportación. La comisión investigadora
logró finalmente cumplir el papel de acusadora con respecto a los miembros del
gabinete nacional responsables del área de hacienda, agricultura y ganadería
al descubrir escandalosas maniobras de doble juego de libros, prebendas y
corrupción entre administradores del frigorífico Anglo, el más importante de los
frigoríficos británicos y miembros del estado nacional.

Sin embargo la cuestión se diluyó cuando (con ese claro objetivo) un


policía retirado intentó matar al senador de la Torre, en pleno hemiciclo del
Senado Nacional, asesinando en cambio al Senador suplente por Santa Fe,
Enzo Bordabehere. Nunca salieron a la luz los autores intelectuales del
espantoso crimen.

La Sustitución de Importaciones

El Pacto fue un intento por reestablecer la relación de complementación


entre las economías argentina y británica. Sin embargo, a pesar de su
aprobación en el Congreso Nacional, no logró resolver los problemas
económicos originados por la crisis mundial de 1929. El mundo había cambiado
y el país no era ya el de 1880. Como resultado de la crisis, los países
consumidores de las materias primas latinoamericanas implementaron o un
alza de aranceles para proteger el desarrollo de su propia producción primaria
o simplemente suspendieron sus importaciones. En consecuencia las
exportaciones de bienes primarios de los países periféricos cayeron afectando
directamente la entrada de divisas para mantener las importaciones en dichos

188
países. Esta situación necesariamente debía repercutir en la situación local. El
problema era claro, no se exportaba, no ingresaban divisas, no podían pagarse
las importaciones de insumos energéticos e industriales, el crédito internacional
estaba suspendido, la industria nacional sufría las consecuencias con una
fuerte caída de la producción, aumentaba la desocupación y por ende el
conflicto social.

Frente a estos cambios en la economía mundial, los grandes


terratenientes y comerciantes exportadores (Sociedad Rural Argentina) se
unieron con la Unión Industrial Argentina (UIA) con el objeto de desarrollar la
actividad industrial como una solución para los problemas de la economía
nacional. Los ganaderos e invernadores finalmente aceptaron medidas tales
como el control de cambios o el aumento de los impuestos con el fin de reducir
importaciones y desarrollar indirectamente la industria. También integraron
junto con el gobierno las recientemente creadas Juntas Reguladoras que
establecían cupos y precios de los distintos productos. (Existieron Juntas
Reguladoras, que subsistieron en el tiempo, de: Carnes, Granos, Algodón,
Yerba Mate, Leche, Vino, Azúcar, etc.) La UIA aceptó la devaluación de la
moneda como medida para expandir un mercado interno agotado y con ello
beneficiar también indirectamente a la industria.

Con respecto a la cuestión impositiva es dable establecer que en estos


tiempos se creó la Dirección General Impositiva (DGI), el ente recaudador
nacional, y que además, se modificó el sistema impositivo argentino. Los
antiguos impuestos (Rentas) se nacionalizaron, o sea que la recaudación sale
de la órbita de las provincias para pasar a la Nación. En función de eso es que
se establece a partir de ese entonces el Sistema de Coparticipación Federal: la
Nación recauda y luego coparticipa a cada provincia. A su vez la gobernación
recibe el dinero que coparticipa a cada municipio o intendencia. El argumento
argüido por el gobierno era que de tal forma se evitaba la diferenciación entre
“provincias ricas y provincias pobres”. Esta metodología potenció la creación de
nuevos impuestos por parte de las provincias y a su vez de las intendencias o
municipios, produciendo a largo plazo un enriquecimiento de la Nación (que

189
podrá aumentar discrecionalmente el gasto público y “premiar” a gobernadores
afines al partido gobernante) y un empobrecimiento de las provincias que
dependerán de la “generosidad” de los gobiernos nacionales de turno.

Esta base común en las orientaciones económicas se mantuvo desde


1933 a 1943 año en que los gobiernos conservadores fueron derrocados.

Desde las últimas décadas del siglo XIX había crecido en la Argentina la
actividad de los frigoríficos, que elaboraban carne para la exportación y
proveían al mercado interno. También existían algunos molinos harineros y
envasadoras y empacadoras de frutas y conservas importadas. La innovación
en esta rama de la industria alimenticia fue la producción de galletitas,
alfajores, bizcochos y chocolate.

En su análisis David Rock sostiene que la industria textil, que había


impulsado la industrialización británica, comenzó su desarrollo en nuestro país
por esta época. Se eligió esta industria (liviana) dado el bajo costo y abundante
oferta de la materia prima (lana en el sur y algodón en las provincias del
noreste), de la mano de obra (sin especialización) y de la baja inversión de
capital necesaria para ponerla en marcha. Además los productos textiles
constituían, junto con los metalúrgicos, el rubro de mayor volumen de las
importaciones de bienes de consumo para la población.

A partir de 1935, la desocupación en los grandes centros urbanos bajó


notablemente debido al empleo de una gran cantidad de mano de obra por
parte de las industrias que comenzaron a desarrollarse. También se
expandieron los rubros industriales de maquinarias, vehículos y productos
químicos y farmacéuticos, que tenían un peso importante en el volumen de las
importaciones.

Entre 1937 y 1939 se registró un fuerte incremento de la importación de


artefactos eléctricos y productos derivados del caucho. Esto se debió al
aumento de la demanda de electrodomésticos como heladeras, licuadoras,

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máquinas de coser, lavarropas y el importante crecimiento del parque
automotor que requería un notable volumen de neumáticos.

Este desarrollo industrial provocó necesariamente una transformación


entre los grupos capitalistas e inversionistas de la Argentina. Surgidos del
sector agrario, vinculados con la banca y capital extranjero grupos como Bunge
y Born o el Banco Tornquist comenzaron a diversificar y a integrar su
inversiones de capital. Fueron conformando grupos económicos cuyas
empresas se dedicaban a las exportaciones agropecuarias, a la
comercialización, a las finanzas, a la producción industrial y a la construcción.
El desarrollo de la industrialización estuvo financiado también por la llegada de
capitales extranjeros, ahora no británicos, sino Estadounidenses, Alemanes y
Franceses que obtuvieron grandes ganancias que se permitieron reinvertir en
el país.

Migraciones internas y proceso de urbanización

La industrialización que se desarrolló durante los años treinta se localizó


sólo en determinadas áreas del territorio nacional: la zona metropolitana de
Buenos Aires (la Capital y el Gran Buenos Aires) y algunos centros urbanos,
como Rosario y Córdoba. En otras regiones no hubo desarrollo industrial y, en
el noroeste incluso descendió el número de talleres artesanales. Al
reorganizarse el sector agrario exportador gran cantidad de peones rurales
quedó sin empleo en zonas como Santa Fe, La Pampa, Entre Ríos o Córdoba.
Estas modificaciones provocaron importantes transformaciones en la sociedad.
Una de las más importantes se inició con las migraciones internas. Muchos
pobladores de algunas zonas agrícolas y ganaderas abandonaron sus lugares
de residencia ante la falta de trabajo y de proyectos económicos. La mayoría se
dirigió hacia zonas urbanas del Gran Buenos Aires o del Litoral en las que se
estaban concentrando nuevas industrias. Durante la década de 1930, el
número de argentinos que vivía fuera de sus lugares de origen creció en un
25% con respecto a períodos anteriores.

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La afluencia de una gran cantidad de trabajadores de origen rural a la
actividad industrial provocó un profundo cambio en la composición de la clase
obrera Argentina. Los nuevos obreros provenientes del interior, tuvieron
características diferentes a las generaciones anteriores. Los recién llegados
tenían escasa o ninguna experiencia gremial o política. Los antiguos obreros,
en su mayoría europeos o hijos de inmigrantes, en cambio, estaban
incorporados a la actividad industrial desde principios de siglo, habían
organizado una actividad sindical importante y muchos de ellos participaban en
la política.

Durante la década de 1930, la situación económica y social de los


obreros no varió sustancialmente en relación con la de años anteriores. Las
condiciones de trabajo, en la mayoría de los casos, eran fijadas por los
patrones. No había convenios por lo cual la arbitrariedad era mayoritaria en las
relaciones laborales. En 1930 de la unificación de dos viejas asociaciones
nació la Confederación General del Trabajo (CGT) debido a la represión contra
los obreros que instaló el gobierno de Uriburu. Las persecuciones políticas y
sindicales eran cuestión diaria junto con las deportaciones, los
encarcelamientos y las torturas.

El Estado tampoco se mostraba interesado en hacer cumplir las leyes


que protegían a los trabajadores de los abusos empresariales. Los socialistas,
a través de sus diputados, impulsaron iniciativas tendientes a mejorar las
condiciones de trabajo. Pero sus proyectos para establecer indemnizaciones
por despidos, vacaciones pagas y licencias por enfermedad no fueron
aprobados por la mayoría conservadora.

Es en este terreno fértil por las demandas sociales y políticas


insatisfechas de una muchedumbre donde abrevará el peronismo sus bases
políticas a partir del golpe de estado de 1943.

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