Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

Canción del silencio

Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

Canción del silencio

Canción del siolencio
1ra. edición. agosto de 2012
Lima, Perú,

© Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

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La Personalidad Mz. II Lote 28 Los Olivos, Lima
Telfs. 4261727

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Hecho el Depósito Legal en la

Biblioteca Nacional del Perú Nº.

Grupo Editorial Arteidea

Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

Al magisterio lucanino

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Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

Hermanos míos:
Yo no tengo la intención de morir.
Si soy asesinado,
sé que entre ustedes seguiré viviendo.
NAZIM HIKMET.

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Canción del silencio
En aquél pueblo se cruzaban las acequias a cada
instante; el olor a tierra mojada inundaba el ambiente desde
el río hasta el Centro Poblado. Cirilo pernoctaba en una
habitación que alquilaba su maestro en el campo, muy
alejada del pueblo; le gustaba mucho la soledad. El ruido
lo perturbaba, sólo visitaba la urbe por las noches, cuando
salía a comprar velas en compañía de su perro, quien lo
alertaba de algún peligro. Eran los años violentos del Perú.
La década del ochenta sembraba el odio en cada día; pero
en la ciudad se decía que eran cuatro gatos, y que muy
pronto los pondrían entre rejas. Muchas de las personas
dedicadas a estudiar este fenómeno decían: «será una
guerra prolongada, por las características del movimiento
subversivo, y que podría convertirse en la segunda etapa
traumática del Perú, después de la conquista». En el
segundo quinquenio de la década de horror, se enfrentaban
dos Partidos: uno en el gobierno y el otro alzado en armas
-según el artículo 53ª de la Constitución del año 1933, el
Estado peruano no reconocía la existencia de ambos por
tratarse de organizaciones internacionales-. Al niño nunca
le cruzó por la cabeza hacer la caminata nocturna solo, casi
siempre salía en compañía de «Acca», su anciano perro. Al
dueño del animalito lo habían llevado las fuerzas del orden
a dar un paseo en helicóptero; desde entonces no se conoció su
paradero. Algunos pobladores manifestaban que había sido
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
lanzado entre los barrancos y el río; otros, que terminó sus
días en un cuartel de Huanta. Por último, los periódicos
informaron que el docente fue uno de los que mataron en
los calabozos de la Policía, ya que había sido acusado por
sus propios alumnos cuando no pudieron aprobar el curso.
Los hechos sucedieron en una ciudad muy cerca a la selva
peruana. La palabra se enmudeció con su partida, y con
ella se fueron los libros prohibidos.
Doña Urpiana, la viejita más trabajadora del pueblo,
una noche contó que Cirilucha era hijo de un gringo; por
eso sus ojos verdes e inteligencia comprobada, tan
«anticipada» a otros niños de su edad (la mamacha
desconocía la palabra precoz). Cuando llegó a sus siete
añitos, le contaron que las últimas palabras de su padre
fueron: «dejo un hijo miserables». Poco antes, la policía
había entrado al hospital a dar muerte a los enfermos
acusados de terrorismo. Los huérfanos caminaban por las
laderas del valle comiendo tunas, cuidando a los animales
de sus abuelos, pensando en tener una oportunidad y así
salir de este infierno. Muchos llegaron a Nasca, ciudad
ubicada en los desiertos iqueños, para dirigirse desde allí
hacia Ica y Lima. De esta forma las ciudades costeras
crecieron rápido, albergando en su seno el dolor y la muerte
de sus habitantes. Mientras tanto, en la mente de Cirilo
estaban todos los nombres de los pueblos hacia donde se
dirigía la pena, pensando en llegar a conocer parte de su
familia. Sin embargo, algunos primos suyos convivían
muy alegremente en lo que llamaban democracia
burguesa, siendo integrantes de los poderes del Estado,
fundamentalmente en el legislativo.
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Canción del silencio
El niño, a su corta edad, había concentrado su
existencia en las enseñanzas del maestro Garayar. El día
que vinieron por el maestro, se supo que el niño se
encontraba ayudando en los quehaceres en la casa de una
importante dama del lugar, quien se había compadecido
de él y le daba de comer. Se supo, también, que al niño lo
había traído el maestro desde el pueblo de Aucará, y que
allá no pasaba buena vida, por ser hijo del universitario
Jimmy o camarada «Sudor», nieto de un general del
ejército. A la semana siguiente, el camión mixto conocido
como «Cóndor Andino» llegaba sonando sus bocinas,
retumbando entre los cerros, poniendo en atención a todo
el Centro Poblado y anexos vecinos. Desde el peculiar
móvil de carga y pasajeros, muy sonriente, divisaba el
profesor Magno el verdor de valle, percibiendo el olor a
«ccantus», «sunchus» y otras flores aromáticas que crecían
en todas las laderas como alfombra multicolor. El nuevo
maestro tenía aproximadamente treinta años, fue
designado a Uchumisca por la Unidad de Servicios
Educativos de Lucanas – Puquio, el pequeño anexo
formaba parte del Centro Poblado Huackalla, lugar donde
el agua parecía eterna, ya que brotaba por todos lados. El
nuevo personaje poseía unos bigotes bien labrados,
caminaba a trancos largos observando todo detalle del
pequeño pueblo, jugaba el fútbol con alegría y pocas
veces se le vio molesto. Lo primero que hizo fue dirigirse
hacia una de las tiendas de la Plaza de Armas. Muy atento,
saludando a todos los presentes, se quitó el sombrero y
pidió un trago corto. Pasadas dos horas, sus alumnos lo
vieron dormido en unas de las bancas de la Plaza. Por el
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
gusto al alcohol y su ejercicio teatral fue siempre
recordado, aunque más pudo la fama de bebedor
empedernido, ya que recorría todas las fiestas de los
anexos jugando a la pelota y rindiendo tributo a la bebida.
A todos les agradaba su presencia, pues tenía un parecido
con Sócrates, el capitán de la selección brasileña, ya que
era alto, barbudo y cerebral; jugaba en el medio campo y
los domingos eran sus días preferidos. Se sentía feliz en
darle alegría al pueblo. El divertido personaje fue el
nuevo amigo entrañable de Cirilo. Lo primero que pudo
advertir fue que el «mackta» era un lector voraz, pues,
muy pronto, tuvo que volver a la capital de la provincia
para agenciarse de unas obras de su autor preferido. A la
semana llegó con dos costales: uno lleno de víveres y el
otro de libros; los tiro sobre las tablas del segundo piso
de la casa, y lo primero que vino a leer el chiquillo fue un
cuento de José María Arguedas, cuyo título era «El sueño
del pongo». El maestro le explicó que era una historia
recogida oralmente en lengua kechua, y que aquél pueblo,
con toda su cosmopercepción, no había sido destruido
por la invasión europea -motivo por el cual Alberto Flores
Galindo llegó a decir que: «Gravitaba todavía sobre el
presente»-.
Los niños del pueblo estaban muy habituados a las
bombardas de las fiestas de mayo, festividad muy famosa
de la zona, donde se rendía homenaje a San Isidro
Labrador, y en cuya iglesia matriz se le observaba arando
con su yunta los campos andinos. Para Cirilo la palabra
mestizaje era otra que aún no definía muy bien en su
cerebro. No entendía el porqué de las corridas de toros o
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Canción del silencio
vacas, amarradas con una larga soga que jalaban, en donde
entraban a torear comuneros borrachos hasta el tuétano;
de esa algarabía, que el ruido de la banda volvía un
desconcierto, y opacaba el llanto de las madres, las
mamachas que lloraban al ver a sus hijos regados en el
inmenso campo amurallado con piedras traídas de la
fortaleza Chanca de Pukara. Los hombres en el ruedo se
mostraban capaces de retar a la muerte. Al Centro Poblado,
por más que quisieron ponerle un nombre cristiano no
pudieron, los españoles construyeron un corral para vacas,
siendo llamado el lugar «Waqra» vocablo quechua que
significa: Cuerno, cacho, asta. De ahí su nombre
relacionado a los adornos o cachos que tienen estos
animalitos. Su nombre permaneció al igual que el canto
del agua, que no dejaba de discurrir por sus calles y campos.
En aquel pueblo, y con siete años a cuestas, Cirilo empezó
a fijar sus recuerdos. Analizaba y comparaba la diferencia
de la fiesta de mayo con la fiesta del agua en la capital de
la Provincia Puquio. Tenía en su mente todo lo que le
contaba su nuevo maestro. El profesor Magno le había
prometido llevarlo para que conozca a sus familiares y
pueda estudiar en una Escuela Polidocente; sin embargo,
decía él: «Yo aquí me sobro con setenta alumnos, enseño
bien de primero a sexto». En los anexos funcionaban las
Escuelas Unidocentes: sólo un maestro trabajaba en
aquellas instituciones, teniendo que realizar seis
programaciones diferentes.
-¿Por qué en mayo no se le lleva regalos a los Apus o
Wamanis? -se preguntaba en voz alta- ¿Por qué en mayo
no salen a danzar y tocar las tijeras?
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Chaska, una muchachita trigueña de trece años, que
había viajado por la costa del Perú en compañía de su
padre, el señor Munárrez -un próspero arriero del barrio
de Carmen Alto-, y residían en la capital del departamento:
Huamanga, recibía las preguntas de Cirilucha, mientras se
dirigían a la plaza principal a presenciar el alba. Escuchaba
con atención las reflexiones del niño y también quedaba
pensando en las diferencias, avanzando de la mano de su
nuevo amigo, saltando entre las piedras. «En el pueblo hay
fiestas hasta por gusto», decía Chaska. «Mis tíos se la pasan
tomando toda una semana, gastan su dinero que han
ahorrado en la capital. Es por eso que el ochenta por ciento
de los habitantes de Huackalla, sus cumpleaños son en
febrero». Pilcho, un niño de su misma edad, con rasgos
europeos, medio descontrolado y loco, se le acercó; pero
como ella se encontraba meditando, no pudo advertirlo.
Entonces, lanzó una piedra a la acequia, salpicando el agua
por los aires, mojando el rostro de Chaska y Cirilo.
Rápidamente, ambos empezaron a perseguirlo por entre
los maizales hasta el mediodía, olvidando la alborada, y
deteniéndose a la hora del almuerzo.
Pasaron los meses, y Cirilo tenía picazón en los pies.
La gente se reía cuando el colorado les contaba lo que le
venía sucediendo. La tía «Fructuosa», una de sus
protectoras, le agarraba la cabeza y le hablaba con ternura,
diciéndole:
- Vas tener que bailar este año mochacho.
Los niños, al ver bailar a sus mayores, movían los pies
al compás del arpa y el violín. Se acercaba la navidad y en
todo el valle la gente se preparaba a festejar. Las comparsas,
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Canción del silencio
compuestas por hombres y mujeres, zapateaban muy
rápido, tanto que sus pies volaban levantando el polvo. La
gente aplaudía por las figuras sincronizadas del grupo.
Mientras observaba el movimiento de los bailarines,
sentado al borde de una vereda, el niño empezaba a mover
los pies al compás de la música. Era el último día de su
permanencia en ese pueblo que lo albergó con mucho
cariño, le enseño a sonreír sin apartarlo de su inmensa
soledad, donde aprendió a leer, comprendiendo y
aceptando las sugerencias de sus mayores, quienes lo
cobijaron en su orfandad y lo llamaron «uchumiscano» o
«puka perucha». Muy cerca de la navidad, mientras el
profesor fue a visitar a doña Marcelina Pomasoncco para
pedirle algún documento del menor, Cirilo encontró, entre
los fólderes del maestro, una revista aún forradita; sin
embargo, no encontró la promoción -el semanario ofrecía
como promoción una historieta a todo color-. Buscó hoja
por hoja sin hallarla. Al revisar el índice se preocupó por
la noticia siguiente: «Gran revelación desde Madrid: Como
mataron los sicarios de Videla a la montonera Gianotti de
Molfino, una de las secuestradas en Lima, Pág. 25». Buscó
aquella página y se entristeció por el significado de la
palabra «sicarios», sin tener un diccionario en las manos.
Entonces comprendió que no sólo en el Perú ocurrían
violaciones a los Derechos Humanos, también en América
Latina y el mundo.
- ¿Por qué se pelean tanto? ¿Qué intereses tan
poderosos intervienen, a tal punto de matar por sus ideas?
No pudo contener su curiosidad y leyó una carta
enviada al director, en la que decía: «Voy a dar un dato
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que es una primicia especial para su magnífica revista: dos
diputados de Acción Popular no reúnen los requisitos
constitucionales para serlo, puesto que no son peruanos
de nacimiento sino extranjeros». Argumentaba el lector
haberse violado el artículo N° 171 de la Constitución del
Estado. Esto lo llevó a pensar: ¡Lo habrán desaforado! Pensó
muchas cosas. Luego le pediría prestado las revistas -se
podría molestar si sigo leyendo sin permiso, se dijo-. Leía
constantemente cuentos, pero nunca leyó noticias actuales
del planeta tierra. Todo esto le había interesado, y es que
el maestro no le daba este tipo de material, ya que podría
asustarle y, tal vez, lamentar el haber venido al mundo en
circunstancias tan difíciles.
«Con el tiempo podría existir un Presidente que no
sea peruano de nacimiento», expresó firmemente el niño
mientras bajaba las escaleras. Sentía el canto de los
chihuacos y las calandrias, aves madrugadoras en los
valles interandinos. Ese día se disponían a partir rumbo
al pueblo que había conocido en las obras del «Tayta»
Arguedas: Puquio. El barrio que lo aguardaba se llamaba
«Pichk´achuri», allí vivía el profesor Magno Pariona. Él,
en su tierra natal, era conocido por el apodo de «el
Portugués», por su alta figura y su potencia en los
disparos de media distancia -en la selección de Lucanas
era infaltable-; también en el Instituto Superior
Pedagógico, donde estudió Lengua y Literatura. Su
madre, doña Nicolasa Navarro, era una mujer muy
engreidora. Su hijo le anunció por radio la presencia de
Cirilo en su casa. Ella pensó que, después de todos sus
consejos, Magno había decidido traer a su hijo; su madre
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Canción del silencio
seguro será una gringa de esas que pasan al Cusco a
conocer nuestra historia. Después de interpretar el
significado de las canciones escuchadas en la radio casset,
pudo advertir el niño, cómo la naturaleza formaba parte
de sus vidas, los aromas y colores de las plantas, estaban
cerca de sus corazones y que muchas de las
composiciones poéticas, llevaban por título el nombre
de flores, las más populares eran: Flor de Kantuta, Flor
de Retama y Hierba Silvestre. Llegó a descubrir que su
madre había muerto y que su entierro fue multitudinario.
Nunca se develó el secreto de aquella mujer, que llegó a
escribir un poema que le cantaba a las hierbas nacidas
en el campo, pidiéndole, en esa melodía, que la
acompañe en su camino.
Cuando aparecieron por el callejón, el sol empezaba
a salir por encima de la Plaza de Toros. Los comuneros
partían de sus hogares al campo, los vendedores de
emoliente encendían sus pequeñas cocinas, en el mercado
comenzaban las ventas con el delicioso caldo de cabeza.
La ya veterana mujer, de aproximadamente sesenta y cinco
años, se encontraba cerca al fogón con su falda tiznada, por
el color que toman las ollas cuando se cocina con leña, y
bosta. Contenta de ver al visitante saltó de su cocina, arrojó
la caña de carrizo, que sirve para atizar la candela, y lo
tomó entre sus brazos hablándole en quechua. Ella, hasta
ese instante, cargada de emoción, no sabía de la suerte que
llevaba Cirilo. En pleno abrazo empezó a tronar el cielo y
gruesas gotas comenzaron a caer. Sin perder la sonrisa el
profesor los apartó del aguacero; y sentados, viendo correr
el agua por las cantarillas, con la presencia de su hermana
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
menor Margarita, empezó a dar respuestas a todas las
interrogantes de su familia, en especial a las preguntas de
su madre. Una de las que no quedó clara fue cómo pudo
ingresar el muchacho al pueblo. De inmediato respondió:
«Les dije a los soldados que era mi hijo»; los soldados de
la base contrasubversiva replicaron:
- Pero si no tiene tu color, él «maqtacha» es gringo -
dijeron.
- Su madre es una Ocañina, sus apellidos son Guevara
Herencia -respondí.
Le creyeron, ya que en Ocaña, se habían refugiado
los españoles después de la capitulación de Ayacucho;
incluso les contó la historia del capitán Domingo Gavilán,
quien divagó por Toccto, Vischongo, Vilcashuamán,
Huancapi y Huancasancos, hasta llegar a una zona llamada
Ñaupa Llacta. Allí fundó un pueblo con el nombre de su
tierra natal, ubicada entre los pueblos de Castilla, Toledo
y La Mancha.
El maestro, enseñándoles el polo deportivo que
llevaba puesto, les dijo: «Aquí, en la insignia que hemos
hecho los del Magisterio, hemos puesto un chivo, ya que
por estos lares abundan; fueron traídos desde España para
hacer odres, fermentar el jugo de caña y hacer alcohol. Los
chivitos eran sacrificados, inflados y convertidos en
recipientes; es más, aún existen lugares con los nombres
Molino, Trapiche y Caña Caña». Magno no desaprovechaba
la oportunidad para educar; tampoco para hablar de
historia, disciplina que era su otra pasión. El capitán de la
base, cuando le contaron el incidente, se carcajeó, y les
confirmó la existencia de ese pueblo.
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Canción del silencio
- Mi abuelo cajamarquino conoció en Lima a una
ocañina y se casaron; por eso mi padre era bien gringo, con
un parecido a Billy Carter, presidente de Estados Unidos –
les dijo, y continuó hablando-. He escuchado que van a
instalar una base en un pueblo cerca de Ocaña llamado
Laramate, se apuntan o no.
- ¡Sí! -dijeron en coro.
Mientras, en calzoncillos, saliendo de una habitación,
se oyó: ¡gringo cholo! Era el suboficial Chalán con una
carcajada, agarrándose la barriga y haciendo un gesto con
sus dos manos -una golpeaba verticalmente a la otra, que
se encontraba arriba extendida, como jugando yan ken po,
cuando se hace la figura del pozo-.
En Puquio y sus alrededores se escuchaban historias
macabras, terroríficas. Estas se hacían demasiado tristes
cuando se contaban de noche, y es que, en la noche
puquiana, se había detenido la inspiración de sus poetas
cantores debido al toque de queda, periodo reinante de
oscuridad absoluta. La bohemia había sido reemplazada
por trotes del ejército y la policía patrullando las calles,
gritando consignas de odio, en las cuales se comerían las
tripas de los terrucos. En el día, las fuerzas del orden se
adentraban en los pueblos vecinos para conseguir carne y
poder alimentarse. El suboficial Chalán daba instrucciones
a la tropa, indicándole que sólo traigan terneras y no vacas
viejas, como la tía Lily. «Esas cosas no se disfrutan bien,
entendido.» Los soldados dejaban llorando a los
comuneros por más que les suplicaran y se abrazaran al
cuello de sus animales. Todo era en vano. Cuando se
resistían a perderlos, eran quitados por un culatazo o,
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
simplemente, amenazados apuntándoles con el fusil. La
tropa cargaba con todo aquello que le era solicitado, pues
las ordenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones.
En enero, las noticias corrieron por toda la ciudad
de Puquio. La aparición de personas muertas sin algunos
de sus órganos vitales crecía por todas las calles, como si
fuera lluvia que, por gravedad, corre hacia la costa. El
profesor Emilio Linares, después de estudiar en Lima, en
la Universidad San Marcos, se había establecido en Puquio
-palabra quechua que significa manantial u ojo de agua-.
Era muy amigo de los militares, tremendo sobón que
manejaba bien la sin hueso, un demagogo de primera. Había
sido profesor de Magno en el pedagógico y ocupaba
actualmente el cargo de Teniente Alcalde de la provincia.
Nacido para los contubernios y acomodos de la política,
era señalado como encargado de elaborar las listas a los
cargos públicos -siempre se ponía como primer regidor para
asegurar su ingreso en la cifra repartidora-. Éste
manipulador comprobado contó, un día borracho en «La
Estancia», que el Mayor de la base tenía a un familiar muy
enfermo en el extranjero, que necesitaba con urgencia dos
riñones para poder salvar su vida. ¡Fue tan fácil conseguirlo
en Puquio! Esto causó asombro en los galenos yanquis,
motivo por el cual le propusieron un negocio: habría que
disimular las muertes; los cuerpos no deberían aparecer
completos y se deben repartir las extremidades en cada
barrio, a más barrios mejor. Así se confunde a la población.
Todo esto le recomendaron desde la costa. De esta forma
creció el negocio de órganos, en medio del temor
generalizado de la población, que vino a realizar sendos
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Canción del silencio
cabildos abiertos en plaza llena. Todas las concentraciones
públicas las dirigía Linares. También formaba parte de las
decisiones políticas, llegándose a llamar Comando Político
Militar. Era de suponer que conocía los secretos de los
«milicos». Un día apareció muerta la hija de un próspero
comerciante de abarrotes. Ella, una estudiante del tercer
año de secundaria, muy inteligente, que escribía cuentos
fantásticos; «era la misma que se fue con los cumpas en la
toma de Puquio», expreso una de sus amigas. Estaba muy
enamorada de Anibal, un mando de Sendero, medio poeta,
encargado de escribir las canciones y lemas de su accionar
delictivo. El subversivo era estudiante de una de las
universidades limeñas. Linares contó que, en el lecho de
muerte, se halló entre sus medias de lana una canción que,
supuestamente, le había escrito Anibal. La hermosa
chiquilla, de rasgos antiplánicos, no pudo resistir la vida
guerrillera y había vuelto con sus padres. Nunca más se le
vio por el negocio de sus progenitores -toda la zona era,
antes, territorio de los altos guerreros llamados Rukanas-.
Las letras encontradas en su pierna izquierda eran las
siguientes:
Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero:
en la zona guerrillera, primera línea de fuego.
Nunca se conoció quien fue el autor de la canción;
pero era cantada en voz baja por muchos jóvenes
enamorados o románticos. Los que la habían matado
actuaron rápido: sólo les interesaba el órgano indicado por
el Mayor, según el pedido hecho desde la Capital de la
República, conexión establecida para su envió al exterior.
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
A ella le quitaron el corazón. Fue el periodo más sangriento
que recuerda, aún, todo el ande peruano y que ningún
organismo de Derechos Humanos pudo evitar. La muerte
era más inmensa que la verdad.
Magno regresó, después de tres meses de vacaciones,
a sus labores. Esta vez lo habían designado a un anexo
llamado Uchumisca, por su afición a libar licor pocas veces
permanecía en un lugar por más de una año, siempre
hallaba enemigos. Se sentía seguro trabajando fuera de su
comunidad; aunque para llegar a su centro de trabajo era
muy dificultoso el viaje, el mismo que se hacía pesado,
largo y jodido, ya que, según él, Uchumisca quedaba en el
culo del mundo, teniendo que bajar a la costa hasta Nasca;
desde allí, a Palpa para subir en mixto hasta Tiracanchi.
Algunos al leer al Amauta, lo comprendían todo en esta
frase: «Las distancias interandinas son mayores que las
distancias entre la sierra y la costa». Bajarse del camión
significaba caminar cuatro horas cuesta arriba, o de lo
contrario, tener que dormir en la casa de don Samuelito,
que recibía a todo forastero, haciéndolo dormir al lado de
unos cajones de muerto; además, el camión mixto hacia su
aparición, casi siempre, a la una de la mañana. Uno entraba
al cuarto e, inmediatamente, se quedaba dormido, y sólo
al despertar presenciaba los ataúdes. El miedo los ponía a
marchar en diferentes direcciones. Era bueno salir
madrugado, pues el sol no te cogía en el mayor esfuerzo;
«con la fresca se avanza firme por esos caminos», decía
magno luego de soltar un poco de trago a la tierra y mirar
al Apu Huaccoca. En estos pueblos, llamados
«cabezadeños», sólo la gente humilde entierra a sus
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Canción del silencio
muertos envueltos en trapos o frazadas tejidas con lana de
carneros; algunas pocas familias lo hacían en cajones, tan
igual como se entierra en la costa. Cirilo se quedó a estudiar
en la escuela de «Pichk´achuri», y fue creciendo entre
historias de violaciones y desaparecidos, siempre atento a
lo que decían sus maestros con relación al problema de
violencia social que vivía la patria. Sus maestros, que no
entendían de su procedencia, preferían quedarse callados.
Él tampoco sabía que decirle cuando le preguntaban por
sus familiares. Tenían cierta desconfianza de sus
respuestas, ya que, como miembros de un magisterio
unido, dudaban mucho que sea hijo del colega Magno. La
duda creció cuando fue invitado a jugar fulbito en el equipo
de los militares. Ningún docente pudo apartar de su
memoria aquella tarde en que Magno apareció vestido de
verde, dispuesto a defender a su más caro rival. Él sabía, o
no, que se enfrentaba al equipo rojo de sus colegas; nunca
imaginó que, pese a perder los profesores, se la tenían
jurada. Aquella tarde fue tensa; el partido, un clásico donde
las lisuras y los golpes se hicieron presentes. El miedo se
había perdido; el mayor, que se encontraba rodeado de un
fuerte cordón de soldados, tuvo que realizar algunos
disparos al aire. Muchos estaban dispuestos a morir con
tal de ver ganar a su equipo. Llegaron a los penales; Magno
abandonó el lugar sigilosamente, seguido por una patrulla
que, jaloneándolo, lo hizo volver. Regresó, pero se negó a
patear, hecho que definió un «score» de 5 a 4 a favor de los
Amautas. Este hecho motivó la ira de su colega Feliciano,
más conocido como «Víbora», llegando a informar, a un
comité clandestino, del episodio ocurrido en la fiesta de
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
carnavales. Se conoció, tiempo después, de la sentencia
dada en su ausencia, resolución que se regó por todo el
ande. Era cuestión de tiempo, sería sometido a juicio
popular. El partido tenía mil ojos y mil oídos, y en cualquier
momento llegarían a Uchumisca para ejercer el poder del
pueblo.
Eran aproximadamente las seis de la tarde; un
repique de campanas alborotó a los comuneros del
pequeño pueblo. Fue tan desconcertante que el sonido del
agua se ausentó, dando paso a un tañer misterioso.
Algunos pensaban que se trataba de una invasión; otros,
unos niños, imaginando a extranjeros, recordando el día
maravilloso que vivieron en contacto con la naturaleza.
Aquel día la clase se hizo entre piedras y arena. ¿Habrán
venido por el agua, reserva vital para el futuro? comentó
su maestro; algún día tomaran sus territorios, sin pensar
en la tierra, desde el ojo Siwincha hasta Luccumayocc. En
Siwincha brotaba el agua por entre las rocas; aquel torrente
hídrico llenaba la acequia principal que conducía al valle,
y todavía sobraba. El caudal del río poseía vida propia hasta
El Ingenio; a pesar de su paso por la mina de oro de Otoca,
el líquido vital no era contaminado. El tema, escrito en
quechua, decía: «El agua, fuente de vida». Todos los
alumnos participaron, en la pizarra se observaba la palabra
«yaku», salieron de las cuatro paredes; caminaron por el
río. Los alumnos se mostraban tan alegres y comunicativos,
¡hasta el mudo se llenó de palabras!, no dejaron de
conversar con su maestro. Los niños descubrieron un lugar
donde el agua se perdía entre las rocas, ignorando su
destino. Regresaron pensando haber descubierto el punto
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Canción del silencio
de inicio de los famosos acueductos de los Nascas. Dejaron
de recordar y volvieron a la realidad, y esta les dirigió los
ojos hacia el reservorio; por ese lugar bajaban hombres
cubiertos con pasamontañas. Eran amigos de la noche, en
ella se movilizaban envueltos con el manto protector del
anonimato; con seudónimos que hacían imposible
ubicarlos en los registro que, además, habían sido borrados.
Los Municipios eran el blanco preferido, sobre todo sus
archivos o registros civiles. Algunos se habían adelantado
y conducían a las personas hacia el local del Concejo
Municipal; los niños eran reunidos en la escuela, en donde,
como nunca, se había encendido un potente «Petromax»,
traído por los visitantes para aquella ocasión. Todo estaba
organizado con anticipación, el único que no se había
enterado era el maestro Magno. Él, después de actuar en el
pueblo vecino, descansaba en su cuarto. Era el mes de julio
y el país celebraba el día de la independencia. En la víspera
del veintiocho tendría visita. Mientras escuchaba una radio
capitalina y se informaba del acontecer nacional, escuchó
el sonido de las campanas. Quiso salir, pero las noticias
económicas lo retuvieron. Los locutores hablaban de cultura
y citaban una estadística:
- Si una revista cultural valía, en 1980, nada menos
que trecientos soles; hoy, después de ocho años, cuesta
ciento cincuenta intis -completaba el interlocutor.
- Al año siguiente Caretas valía siete mil intis…
Esto fue lo último que pudo escuchar; el cansancio
lo venció, quedándose dormido.
El día amaneció gris, con un viento frio que penetraba
la calamina. La naturaleza presagiaba el final. Toda la
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
noche un centinela alto y enjuto observó el recinto donde
vivía Magno. Él no había salido en la noche, no necesitaba
salir. Era una persona que tenía el alma blanca, y le gustaba
enseñar; sus únicos defectos eran ser dipsómano y practicar
el deporte más popular. Tomando y jugando era feliz.
Tocaron la puerta; habían pasado cincuenta minutos desde
las cinco de la mañana; el pueblo estaba callado. De pronto,
el perro Acca, bastante anciano, aullaría tristemente como
un niño. De inmediato dio un salto, sentado sobre la cama
divisó una sombra por la rendija. No estaba tan
entusiasmado por la visita, ya que sabía que «los
compañeros» estaban en el pueblo, en tal sentido, tenía que
obedecer. Poco a poco su mente se iba llenaba de dudas y
afirmaciones; se sentía raro, como estar a tiro de un penal.
Sin poder calmarse completamente abrió lentamente la
puerta. El hombre que entro en la habitación, acompañando
a una dama, se mostraba amable; ella lo miraba desafiante.
Ambos le pidieron que los acompañara a la plaza.
Caminaron dos cuadras sin pronunciar palabra alguna,
nuevamente el silencio volvía a inquietar la mente del
profesor. Llegando a la esquina del campanario, vio gran
cantidad de comuneros: la reunión iba a empezar con su
llegada. Su cabeza analizó con frialdad lo que venía
ocurriendo en el mundo: a fines del año pasado se realizó
la tercera Cumbre Soviético-Norteamericana; los
presidentes Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan hablaron
de paz, de pasos para el cese de la carrera armamentista e
iniciar el desmantelamiento nuclear. Sin embargo, China y
Rusia, tardíamente, tenían sus pleitos en el Perú. No me
agrada nada eso de «el enemigo de mi enemigo es mi
28
Canción del silencio
amigo». Me gustó el poder de convencimiento de Mao;
quería culminar sus estudios y persuadió a su padre
diciéndole «continuando mis estudios, puedo ser más
provechoso para la familia que trabajando en la granja».
Haber leído su biografía me condujo hacia el magisterio;
abandoné también a mi familia y encontré a otra, este año,
en Uchumisca. Sé que la educación es lo más importante.
Levantó la cabeza, el sol llegó a besar su rostro; miró
a su lado izquierdo, se encontraba junto a él doña Irene,
una mujer chismosa, especializada en crear intrigas;
también actuaba a veces de celestina, cuando existía dinero
de por medio; se defendía de otra mujer llamada Jesusa,
ambas se acusaban mutuamente de manera furibunda. Una
mujer minusválida, apoyándose en un bastón, consultó a
los comuneros. El pueblo debía elegir «democráticamente»
cuál de las dos damas debía de morir. En ese instante cantó
un ave tres veces, nunca lo hacía de esa forma el pájaro
conocido como Carpintero; Magno entendió que se trataba
de una equivocación, una homonimia tal vez. Recién se
convenció que iba a correr la misma suerte de las señoras
chismosas. A una de ellas se la habían llevado, la otra
permanecía amarrada en el suelo; para que no grite le
habían amarrado la boca, se esforzaba y golpeaba su cabeza
con la piedra enorme traída del corral de don Abraham.
Era la mañana del veintiocho de julio, día de la patria; la
hora, nueve con treinta del día. El maestro fue acusado de
ser borracho y mujeriego; se decía que, a veces, tomaba y
dejaba a sus alumnos solos, como era el único profesor sus
hijos no recibían clases; se iba a cobrar hasta Ica un viernes
y regresaba un miércoles; que dentro de su escritorio
29
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
guardaba siempre una botella de cachucho, que eso era un
mal ejemplo para los niños. De la primera acusación salió
bien librado, con la intervención de sus colegas y algunos
comuneros que abogaron por él; es más, cuando trabajaba
en Huackalla, sus alumnos ocuparon los primeros lugares
en el último concurso realizado por la Coordinación del
Distrito. Todo eso lo sabían los cumpas. Era un buen
profesor sin duda, el hecho de beber no lo iba a condenar.
En eso, entre la multitud, aparece su colega Betty, una
docente que había estudiado en el colegio Nuestra Señora
de las Mercedes en la ciudad de Ica. Nunca supieron en
aquél pueblo, de rostro pálido, cómo aprobó los cursos de
Lenguaje y Matemáticas en el último año de sus estudios
secundarios, si no dio los exámenes de aplazados en el mes
de enero; luego, desapareció de la costa. Suponían que su
certificado de estudios presentados en la Zona de
Educación, con sede en Lucanas, eran falsos; pero fue
nombrada interinamente, con cuarto año de secundaria, en
el barrio de Chaupi, en la capital de la provincia de
Lucanas. Así se conseguía trabajo en la sierra, no era
necesario terminar de estudiar la universidad o el
pedagógico. Mientras lloraba, se cubría el rostro con una
toalla de color crema. Betty -corpulenta, de anchos brazos
y cabellos lacios, un perfil romano, labios resaltantes a
simple vista, ojos que miraban siempre hacia abajo, por
vergüenza o por ocultar algo-, estaba comprometida con
un joven del lugar. Ambos se habían conocido buscando
trabajo; ella lo consiguió, pero él no. Ella y la toalla estaban
mojadas completamente. Negó todo encuentro carnal con
su colega, señalando a sus hijas y diciendo:
30
Canción del silencio
- Mírenlas, son igualitas a su padre José; además,
pertenezco a una de las familia notable de Huackalla, y si
me ven salir algunos días del cuarto del profesor, es porque
me ayuda a elaborar mi carpeta de trabajo; otras veces, a
realizar la diversificación curricular. ¡Por favor, estoy
diciendo la verdad! -y cayó desmayada sobre el piso
empedrado de la plaza.
Todo venía direccionado desde Puquio, el tal «Víbora»
había hilado fino. Era bien conocido por no dar puntada
sin hilo, y decía que, con Magno ausente, su padre ganaría
en el litigio contra doña Nicolasa por algunos echaderos
en la puna. En esos precisos momentos le envuelven la
cabeza con una capucha. El llanto de la mujer recién le hizo
perder la tranquilidad; se resistió, gritó su inocencia; ocho
hombres y dos mujeres llegaron a tumbarlo al suelo y
controlarlo. Los golpes lo mantenían en el piso. En ese
instante, su imaginación vuela hacia su cuarto y encuentra
su cuaderno de canciones. Canta en silencio un poema
escrito a su amada Marisa:
Chiquilla linda eres la alegría:
tu ternura calma la herida.
Sonríe siempre mi palomitay,
pues yo me voy, sin besar tu piel.
Fue en silencio nuestra agonía,
creció muriendo en la lejanía.
Triste sonido dame la vida,
no quiero olvidar el atardecer.
31
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Ahora tú, mi palomitay, volarás errante en lluvia eterna;
Mojada en llanto encontrarás, tu libertad, tu libertad.
La señorita Marisa Aquixe Aparcana era hermana
de la profesora Teresa, estudiante de Medicina, nacida y
crecida entre viñales; en algunas oportunidades visitó
Puquio para conocer, y de paso, despejar la incógnita de si
siempre hubo enfermedades desde los tiempos de los
Chancas e Incas .Visitó las ruinas de Chilques,
descubriendo que, con la llegada de los españoles,
aparecieron nuevas enfermedades que diezmaron la
población indígena. ¿Cuáles fueron esas enfermedades? fue
la gran pregunta que trajo desde los andes; además, conoció
al amor de su vida, rompiendo las estadísticas de que
profesor se casa con profesora. Ella se encontraba haciendo
su internado en el hospital Arzobispo Loayza, nosocomio
de la capital Lima. En ese instante de dolor, ella revisaba
archivos de los enfermos más famosos que tuvo el recinto,
entre los cuales figuraba el médico y gran arqueólogo Dr.
Julio C. Tello, fallecido después de padecer una cruel
enfermedad. Observaba su corazón, al mirarlo bien, daba
la impresión que funcionaba; ese corazón fue venerado por
ella constantemente.
Al hombre le habían destrozado el cráneo con una
enorme piedra; sólo quedaba su rostro en el recuerdo de
quienes lo habían conocido. Mientras, en Lima ocurría otro
crimen, con la aparición de comandos paramilitares; sus
víctimas, abogados defensores de acusados de terrorismo,
profesionales exitosos en doblegar las leyes que imperaban
en nuestra sociedad. Manuel Federico fue encontrado en
32
Canción del silencio
la playa La Herradura. El asesinato fue cometido con el
propósito de rechazar la vía legal para combatir la
subversión. Lo que venía ocurriendo con Magno nos
indicaba que la justicia estaba ausente en nuestra patria.
«En un juicio legal no ocurriría este error», vino a decir
después Cirilo, al enterarse de la muerte de uno de sus
mejores amigos. Margarita, la hermana menor, cargó sobre
los hombros todo el perturbador trámite. Viajó a Uchumisca
a recoger el cadáver de su hermano. Al llegar al pequeño
pueblo todavía podía escuchar los aullidos de los perros.
El cadáver de su hermano se encontraba tendido en una
mesa rodeada por muchas velas, prendidas por sus
alumnos, que alumbraban el amplio salón comunal; debajo
de esta, con sus dos patas hacia adelante, parpadeando los
ojos, se encontraba Acca. El animal no se había movió un
solo instante, luego que los restos de su amo fueran puestos
en aquella mesa para su velatorio. Al verla le movió la cola;
ella recién pudo conocer a la mascota que había heredado
Magno del maestro Garayar. Pidió a la alumna Valeria algo
de comida para el perro; luego se acercó a don Rómulo y
le solicitó un rezo. La gente que acompañaba en el velorio
cantaba un «ayataqui» conocido como San Gregorio. El
semblante de la jovencita fue cambiando lentamente hasta
llorar al lado del perro, que encogía sus orejas. En Puquio,
su madre aguardaba firme la presencia física de su hijo
para darle cristiana sepultura. Los vecinos infirieron que
era un golpe bajo de sus enemigos declarados, y que los
litigios de tierra en las punas aún continuaban entre
comuneros. «Ya no se agarraban los pastizales los «mistis»
o «wiracochas», como nos contó Arguedas; ahora la pugna
33
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
es entre nosotros», decían en quechua. Puquio era bien
conocido como lugar donde la tinterillada tenía su asiento
en los tribunales. El cadáver llegó muy atrasado y en gran
estado de descomposición. El barrio y demás ayllus
concurrieron al entierro; la gente subía en procesión la calle
que da a la Plaza de Armas, plétora de gente; cinco cuadras
hacia abajo abarcaba el cortejo, que terminaba en un convoy
del ejército. El sol moría entre los cerros; la ciudad se
preparaba para el toque de queda. El último discurso
pronunciado por el aún niño Cirilo, fue seguido por las
consignas: ¡Sutep, Sutep, Lucanas, clasista y combativo!
El mes de agosto tenía olor a rencilla en la casa de
doña Nicolasa; sin embargo, el recato acompañaba a
Margarita. Ella se encontraba a punto de terminar su
secundaria en el colegio «Manuel Prado».
- Mamacha iremos a Ica, allá viviremos –le dijo a su
madre.
- Nuestras cositas hijita ¿a quién pues vamos a dejar?
–le respondió.
- Hay que venderlo todo viejita; además, universidad
y pedagógico hay en Ica; Cirilo podrá estudiar Ingeniería
Ambiental… -volvió a decir.
- Conversa con tus tíos a ver si se pueden quedar con
las chacras; si de vender se trata, solo venderemos la casa –
contestó.
- Hay que borrar los recuerdos mamita –dijo.
En el cuarto del segundo piso, Cirilo revisaba la
biblioteca dejada por Magno. En una revista encontró la
noticia: «A la naturaleza no la puede reemplazar el hombre
(…) menos a las lagunas», decía en una de sus hojas de
34
Canción del silencio
color blanco. Los robots pueden ser confeccionados por él,
reemplazarlo es posible; pero estoy seguro que nunca
reemplazan una laguna natural. El agua se acaba en el
mundo y nuestros mares son invadidos por
norteamericanos, rusos, chinos, etc. ¿Los recursos
hidrobiológicos también se acabaran? «El tema del futuro
será entre la Minería y el agua», decía al final del
documento.
Diciembre llegó en un abrir y cerrar de ojos; el año
1988 se despedía. Los colegios realizaban su clausura del
año escolar muy deprisa; aparecían notas en tinta roja en la
que se indicaba abandonar la ciudad. Los profesores eran
los primeros en obedecer, daba la impresión que ellos
mismos las confeccionaban. Un alto porcentaje de ellos
venía a trabajar desde Ica y Lima; sus familiares los
esperaban en sus hogares para la noche buena. No hubo
fiesta de promoción debido al toque de queda; sólo un
almuerzo familiar en el salón del quinto año. Margarita fue
designada para verter unas palabras de despedida. Todavía
se comenta su discurso lleno de esperanza, el cual finalizó
con las palabras: «Vamos al encuentro de nuestros
hermanos, ellos son forasteros en otras tierras». Según José
Matos Mar «el Perú tiene un nuevo rostro, hay un desborde
popular y una crisis del estado. La gran Lima absorbe una
de las más altas proporciones de migrantes del país, que
abandonan sus lugares de origen, y hartos de la estrechez
de la provincia, buscan la oportunidad de un porvenir
mejor». Pero, no solamente Lima crecía a pasos agigantados,
también lo hacían Nasca, Ica y Cañete. Los distritos de Vista
Alegre en Nasca; Parcona y Tinguiña en Ica; Pueblo Nuevo
35
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
en Chincha e Imperial en Cañete, registraban un aumento
en su población, casi toda venida desde la sierra del Perú.
Esta Penúltima gran oleada se daba debido al problema
de violencia. Al finalizar su alocución, sus compañeras le
preguntaron en que universidad iba a estudiar en la capital:
- Me gustaría llegar a la Facultad de Medicina de la
Decana de América; me dedicaré a la investigación científica
–les dijo, para que no sepan en qué lugar del Perú volcaría
toda la experiencia de su hermano.
El terreno de la pedagogía la había ganado, y no
quería otra cosa, sólo una profesión que sirva para formar
hombres libres y críticos. Estudiaría lo que dejó inconcluso
su hermano, convencida, también, de trabajar en un pueblo
de la sierra de Ayacucho, Huancavelica o Apurimac. Ese
día, Cirilo le confiaba a su maestro donde sería su nuevo
paradero por largo tiempo. Don Edilberto Sarmiento, de
una paciencia asombrosa, escuchaba con atención todas y
cada una de las palabras del muchacho.
- En Ica tengo familiares. Ellos viven en la periferia de
la ciudad; los llamaban Pueblos Jovenes, ahora le dicen
Asentamientos Humanos – le comentó a Cirilo.
Luego, el maestro entró a su cuarto y volvió con un
ejemplar de «Agua», obra escrita por José María Arguedas.
Era un libro bastante pequeño. Buscó entre sus hojas y le
dijo:
- Antes que llegues por Ica, debes leer este cuento que
tiene, como título, el nombre de una laguna: se llama
«Orovilca». Yo, cuando lo leí, llegué a sentir e imaginar
LA LUZ DEL SOL; a través de éste cuento, Arguedas
describe muchas cosas de Ica. Verás, estando tú allá, la
36
Canción del silencio
relación de las aves, la amistad del Chaucato y el zorzal;
pero sobre todo, trata de ser siempre un cóndor de la sierra
y no de la costa hijito. ¡Ah! ya verás cómo actúan nuestros
hermanos de Lucanas en la ciudad; algunos, incluso,
reniegan de su pueblo y su cultura. Por eso, al terminar el
cuento nos dice: «Los cóndores de la costa, vigilantes, casi
familiares, despreciables».
El libro tenía una dedicatoria; en ella se podía leer:
«Al hermano mayor, con mucho afecto, agradeciéndole su
bondad infinita»; una firma, y debajo de ella: Lima, marzo
de 1966.
- ¿Qué pasó, por qué el color morado de algunas hojas
profesor?
- Lo leía siempre cuando iba al campo con los
huachos; algunas veces, debajo del Tantar, su hermosa flor
morada me servía de espaciador. Te lo regalo. Llévalo
contigo, te será muy útil.
- Gracias «Taytacha» por todo. Espero volverlo a ver
algún día.
- Seguro hijito, ya me contó la colega Teresa que te lleva
a su casa, y que tu hermana Margarita viaja en el nuevo
año llevando tus documentos. Estoy convencido que
triunfarás en el país de arena.
Se abrazaron con fuerza; de ambos amigos, se
alteraron sus ojos y corazones, haciendo la naturaleza lo
mismo, paralelamente el cielo Puquiano dejaba caer finas
gotas de lluvia, la gente por el Jirón Bolognesi empezaba
a caminar con ponchos marrones, una que otra persona
usaba paraguas. Cirilo salió llorando y pensando en aquél
cuento, que había roto su tranquilidad.
37
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
El día de dejar Puquio llegó temprano; antes que
apareciera el lucero en el firmamento despertó doña
Nicolasa. Pronto se puso de pie y empezó a arreglar sus
cosas; cavilaba de un lugar a otro. Tenía mucha pena de
dejar su casa; aunque ya estaba vendida, aún mantenía la
pena. Un suspiro más hondo salía de su ser; abandonaría
su natal Puquio. En la segunda planta, Cirilo dormía
plácidamente. Haber leído el cuento recomendado por su
maestro lo había relajado. Se quedó dormido pensando en
las lagunas, las aves, el huarango y en tener un compañero
de estudios como Salcedo. Doña Nico también tenía dudas:
aunque todo Puquio se había enterado que Cirilo no era
hijo de Magno, el ejército podría ponerle peros en la base,
impidiéndole salir con el chiquillo al cual se había
encariñado tanto que segura estaba que era su nieto, ya
que se comportaba tan igual a su difunto hijo. De pronto
en el balcón se oye una voz.
- ¡Abuelitaaa! –se oyó.
Sonriente y alzando la cabeza extiende sus brazos en
dirección al cuarto de Cirilo, que, corriendo, bajaba la
escalera de madera, muy alegre de saber que iría a la costa
a estudiar y conocer la fértil tierra, que según Arguedas
producía muchas cosechas con un solo riego; a encontrarse
con sus ancestros, con gente tan laboriosa y sabia que
habían poblado los llanos calientes, aquellos que no los
entendían los llamaban Yungas; contemplar su desarrollo;
conocer más de su historia, la influencia socio-cultural de
los Paracas, Nascas, y su aporte a través del tiempo. La
abuela también conocida como Cayetana y no doña
Nicolasa, llegaba a establecer por un largo periodo de
38
Canción del silencio
existencia, una relación umbilical; tan humana y de
sobrevivencia, entre la mujer sin hijo y el niño sin madre.
De esta forma nacía un nuevo vínculo que fue conocido,
de esa forma, por sus nuevas amistades en la costa: el nieto
de Doña Nicolasa era y sería por siempre Cirilo Pariona.
Se selló la nueva relación familiar con un abrazo al aire, ya
que la mujer era muy alta, descendiente de una estirpe de
gigantes conocidos como Los Sinchis. Ella, alborozada, le
vino a dar varias vueltas al pequeño. Partieron al mediodía;
Margarita los fue a despedir en compañía de algunas de
sus profesoras, quienes nunca la perdieron de vista ya que
se trataba de la hermana de un colega asesinado.
Inexplicablemente, pasaron los controles de rigor, pues la
base estaba ubicada a la salida del pueblo; era un lugar
estratégico, muy difícil de ser tomada por cualquier fuerza
beligerante. El niño partió feliz; la abuela con pena.
Todo esto cambió cuando el bus, de la empresa
«Cóndor de Aymaraes», fue abordado en el sector de
Pampa Galeras. Nicolasa, nerviosa, comía su cancha; su
boca se encontraba seca, a punto de estornudar, cuando
una de los miembros del grupo, conformado por varias
féminas, dio la orden: «pueden continuar compañeros».
Casi se asfixia. Teresa, que viajaba a su lado, la auxilió
dándole de beber agua. Luego que todo pasó, le dijo,
calmada, unas palabras al oído:
- Pensaba que me iban a quitar a Cirilo.
Nasca se podía observar a gran distancia. Cirilo divisó
luces en puntos suspensivos bajo los cerros; era la señal
que se acercaban a la costa. Casi todos se quitaban los
abrigos, permaneciendo con sus sombreros puestos.
39
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Nuevamente, al entrar a la ciudad, fueron abordados, esta
vez por los policías y un comando de la FAP. Nicolasa se
sentía más segura con la policía y el ejército que con las
columnas guerrilleras. Eso es normal -le decía Teresa-,
debes odiar a quienes te arrebataron a tu hijo. Es verdad
maestra, es verdad -respondía la anciana. Eran las nueve
de la noche y todos tenían que bajar: unos a cenar, otros al
baño o, simplemente, abrían su morral que contenía su
fiambre. Volvieron a abordar el bus; los asientos
intermedios no alcanzaban. Los pasajeros debieron comer
mucho seguro, decía Cirilo. Enrumbaron a Ica. Teresa había
comprado una pequeña canastita con uvas, casi todos
viajaban comiendo uvas; la fruta estaba algo pintona, no
había terminado de madurar completamente. Aquella fruta
era la delicia de todo aquel que venía de los andes en las
épocas de lluvia; los comerciantes cambian la uva por
queso. Ese trueque existía desde la colonia. En diciembre,
los Chaucatos hacen su agosto comiéndose las pintas, tal
vez por eso el ave había adquirido fama de sagrada, ya
que tienen el privilegio de comer las primeras uvas.
Al llegar a Ica, doña Nicolasa y Cirilo por primera
vez, el aire les era raro; la noche le parecía día. Era una de
las pocas ciudades donde no había toque de queda, pueblo
tranquilo hecho para el descanso. El padre de Teresa
esperaba a su hija en el terminal de la calle Lambayeque,
un pequeño cuartito con la calle como sala de embarque.
El anciano era natural del Valle de Sondondo, había viajado
a Ica cuando tenía doce años; era pequeño de estatura,
obediente y gran organizador. Lo había engañado su primo,
ya que le prometió a su tío, padre de Máximo, que se lo
40
Canción del silencio
llevaba a conocer la capital. Al llegar a Nasca, dejó
abandonado a su primo y fugó solo a Lima con todo el
dinero que don Pantaleón, abuelo de Teresa y Natalia, le
había dado. Siempre contaba sus históricos viajes: «Viajé
en los primeros camiones que llegaron a Puquio, teniendo
que caminar a lomo de bestia desde Sondondo, un pequeño
paraíso ubicado en Cabana Sur, cuna del cronista indio
Felipe Huamán Poma de Ayala. En uno de mis viajes desde
mi tierra, tuve que pernoctar en el lugar llamado «Toro
Muerto»; fue cuando volvía de pedir mi herencia, papá
conservaba la tradición incaica de «toda unión fuera de la
comunidad estaba prohibida»; regresaba solo con dos
loritos, un poco de maíz tostado y queso. En aquella fecha
mi semblante había contenido toda mi nostalgia, ya que
fue denegada mi petición de casarme con una costeña». El
señor que esperaba a su hija tenía, aproximadamente, unos
sesenta años; llegó por Ica cuando se extinguían las lagunas,
dejando como huellas imborrables sus leyendas, y a los
huarangos como mudos testigos del tiempo.
En Ica todavía se habla de sus antecedentes
geológicos; algunos dicen que es la región más antigua del
Perú. En Ocucaje y Callango se hallaron monstruos que
vivieron hace millones de años. En un episodio de su vida,
ya estando en la escuela 23,008, institución educativa
ubicada entre las calles Castrovirreyna y Callao, encontró
una feliz coincidencia. Recordó que antes que se llevaran
al maestro Garayar en un helicóptero, al que le habían
pintado unos dientes blancos y avanzaba en el aire como
tragando insectos, no recordaba más detalles del pájaro
volador o «toco toco»; lo que si permanecía en su mente
41
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
eran algunos restos de gentiles, los alumnos con su Maestro
lo dejaron en unos de los ambientes del Colegio. La gente
del pueblo les tenía temor, ya que sus padres le habían
contado que, si se profanaban esas tumbas ubicadas en las
cuevas de las laderas de los cerros, los huesos que tocaran
iban a penetrar sus carnes. Garayar, con sus alumnos,
habían traído una momia al colegio con todas sus ofrendas.
Él logro tocar un maíz deshidratado muy pequeño, y lo
comparaba con el maíz actual que producía el valle,
semejante al del valle del Urubamba. Descubrió también
que eran grandes tejedores, ya que le llevaron una de esas
«puskas» antiguas, parecidas a una rueda, que las señoras
colocan en un palito para, luego, fabricar hilos con la lana
de los carneros. La rueda giraba y las manitas de las
mamachas jalaban hasta envolverlo como un ovillo.
También llevaron orfebrería de cobre y una quena; esta le
interesó mucho al profesor Garayar, hasta quiso tocarla
todavía. Leía un libro de Alejandro Pezzia Assereto, «Ica y
el Perú Precolombino», en el cual hablaba del hombre de
Paracas. A su costado, de igual forma que la momia Urpi,
se halló una quena. Sin duda, eran los mismos; desde aquí
(Ica) se han remontado hasta las cabeceras de cuencas. Los
Paracas y los Nascas habían dominado todo el
departamento de Ica, hasta 4,000 metros msnm. Los actuales
territorios de Ayacucho, Huancavelica e Ica antes eran una
gran nación; seguro parte de Arequipa también, ya que el
yaraví debió bajar por alguna quebrada a la costa, pues
Cora Cora se declaraba capital del Huayno y del Yaraví.
La música era parte de la motivación del muchacho, y no
hacía otra cosa, que relacionar su cosmovisión andina con
42
Canción del silencio
los lugares que comenzaba a conocer. Al leer a Palma se
enteraba del significado del lugar Cachiche: proviene del
vocablo «cachi» que significa sal; es un pueblo salado
entonces, de ahí su fama de grandes brujos. Lo más notorio
era su río: una leyenda iqueña hablaba de la existencia de
un antiguo río viejo; en su travesía pasaba por «Macacona»,
pegado a las dunas del extenso tablazo iqueño. Sin duda
no era el río actual, era otro; y si es así ¿por qué el nombre
actual Acomayo? Al borde del río una calle tiene un nombre
que parece ser eterno en sus orígenes -ACCO es arena y
MAYO río-; aquí nada se ha movido. Es lógico que, estando
el río al lado, la calle tenga ese nombre. Algunas crónicas
periodísticas, escritas tras la inundación del año 1932,
identificaban el lugar como «Cantagallo»: nombre y animal
español utilizado, también, en una de las riberas del Rímac,
río hablador, que pasa por Lima rumbo al Callao. Al volver
los quechuahablantes a sus orígenes, le pusieron Acomayo,
por ser un río sin agua, sólo de arena, permaneciendo más
de nueve meses su cauce seco.
Un día, estando para finalizar el Nivel Primaria,
comprobó que todo cuanto se había planificado
urbanísticamente variaba o desaparecía los nombres
quechuas, viniendo a tomar nombres en castellano, por las
casas o casonas que llevaban el nombre de sus propietarios.
Apellidos como Ulloa daban nombre a la calle que, hoy, se
conoce como La Mar; la casa de un barbudo medio
excéntrico, ubicaba camino al hoy parque del amor, dio el
nombre, a la ahora calle Chiclayo, de callejón de «Barbitas».
Al no gustarle nombres como «La Amargura», los iqueños
cambiaron los nombres de sus calles por los de capitales
43
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
de departamentos y algunas provincias del Perú. Hubo,
también, nombres de plantas y frutos como «El Guayabo»
o «Las Palmitas»; la que más le agrado fue «Botija Vieja»,
ya que era el nombre con que se conocía antiguamente a la
calle Cajamarca y Libertad. La calle Arequipa tenía el
nombre «San Juan de Dios», por la iglesia y hospital
fundado en 1610, conocido también como el primer
cementerio de Ica, ubicado en las intersecciones de la ex
calle «Pescadería», hoy Tacna, y San Juan de Dios. Algunas
de ellas tenían nombres afroperuanos como Malambo, ya
que el clima iqueño, superior a los treinta grados, albergaba
a una gran cantidad de mulatos, sobre todo en lugares como
Coyungo, El Ingenio y la hacienda «el Carmen» en Chincha.
Ica cambiaba de acuerdo a la composición social, histórica
y cultural de sus habitantes. Un escritor descendiente de
africanos llegó a decir que, el premio otorgado a José María
Arguedas no lo merecía el «Tayta», que se lo habían
entregado por no dárselo a Oswaldo Reynoso. Después se
encontró que, Gregorio Martínez, tenía descendencia
asiática por el lado de su abuela. ¿Será racismo pensar que
los negros y los serranos nunca se han llevado bien? Si en
todo el virreinato, los negros y los indios, anduvieron en
conflictos; pero también hubo amor entre ellos. Debe ser
por lo que escribió el cronista español Carrió de La
Vandera, quien cuenta que, en 1782, hordas de indios
estuvieron a punto de invadir Lima y acuchillar a todos
sus habitantes. La rebelión fracasó porque los nativos tenían
como aliados a los negros, y uno de ellos confesó a su
patrón los afanes insurreccionales de los indios. Esta
delación provocaría, luego, una feroz represión contra los
44
Canción del silencio
conspiradores. Tal vez sea inventada esta crónica, con el
objeto de alimentar la rivalidad entre ellos, pues la unión
entre indios y negros era una amenaza para el poder
colonial. Caramba -decía- si quien elaboraba los textos
escolares de historia en el Perú era nada menos que el
español Sebastián Lorente (1813-1884). Al encontrarse con
uno de sus libros, titulado «Pensamientos sobre el Perú»,
lo leyó con detenimiento largo rato. Don Máximo le
alcanzaba uvas frescas del parral que se ubicaba al borde
de la antigua acequia «La Palma», desaparecida en la
penúltima inundación que sufriera Ica, dando lugar a la
acequia «La Mochica», canal que irriga en la actualidad a
Comatrana, tierra del famoso bandolero Andrés Ramos,
quien cometiera varios robos en los valles de la región Ica
y el sur de lima. Su frase, «es elegante robar así», la dijo
después de asaltar un automóvil; cambiarle la pena de
muerte al chofer por la violación de la más agraciada de
las mujeres, no sin antes extraer la gasolina del carro y
devolver a las otras damas parte de las alhajas y del dinero
robado. Esta, y muchas historias de Ica, eran contadas por
don Máximo, quien se encargaba de transmitirlas oralmente
a todo niño que se detuviera a escucharlo. Volvió a agarrar
el libro y escribió en una cartulina amarillenta, muy
pequeña; él la utilizaba siempre para almacenar datos,
todos los trabajos o dibujos hechos por Teresa y Natalia,
que luego eran cortados con tijeras de podar y convertidos
en fichas de textos. En la presente ficha decía: «Yacen en la
ignorancia; son cobardes, indolentes, incapaces de
reconocer los beneficios, sin entrañas, holgazanes, rateros,
sin respeto por la verdad; y sin ningún sentimiento elevado,
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
vegetan en la miseria y en las preocupaciones, viven en la
embriaguez y duermen en la lascivia». No todos los
discursos hechos por intelectuales extranjeros son tan
racistas y ofensivos contra los indios. Se daba cuenta de la
intención que tenían los grupos de poder. Pero cómo llegar
a tanta agresividad pensaba; con razón el Mariscal Ramón
Castilla, el mismo que decretó la abolición del tributo
indígena y de la esclavitud, llegó a pensar que la solución
del problema nacional sería la inmigración de hombres
robustos, laboriosos, morales; y cuya raza, cruzándose con
la nuestra, la mejoraría. Sin duda, pensaba en los blancos,
occidentales, europeos; pero en el siglo XIX, los que más
llegaron al Perú fueron los asiáticos. Lo señala muy bien
Alberto Flores Galindo: «La clase alta peruana, y su élite
intelectual y política, asumieron con entusiasmo el
racismo». Encontró algo más en un libro titulado «La
conquista de América». Tzvetan Todorov escribió algo
refiriéndose a la identidad: «La diferencia se degrada en
desigualdad; la igualdad, en identidad. Esas son las dos
grandes figuras de la relación con el otro». Cerca de su casa,
en el barrio «La Esperanza», vivían sus amigos Ramiro,
César y Martín; eran de su misma edad y todos tenían el
color de la piel diferente; con ellos ingresaría a estudiar la
secundaria en la misma Institución por donde pasaron las
hijas de don Máximo, la Institución Estatal «José Toribio
Polo». Margarita era la que le ayudaba a organizar el libro
que andaba escribiendo su hermano; aunque él la llamaba
tía, ella, al ver el enorme conocimiento que adquirió en un
año, sobre todo de Ica, pensaba que aseguraba su asiento
en el Instituto Iqueño de Cultura y Promoción Regional.
46
Canción del silencio
La hermana del finado Magno logró ingresar, ese mismo
año, a la Universidad Estatal, institución que llevaba el
nombre del colegio rival de Marisa y Teresa, hijas de don
Máximo y destacadas académicas de la ciudad. Margarita,
como todos en la familia, ya realizaba investigaciones en
la bahía de Paracas. Estudiaba Ingeniería Química, leía los
libros de doña Teresa, quien fuera madre de Marisa y
Techy, una gran bióloga que pasó toda su vida analizando
los elementos patógenos de la bahía, tan recordada por el
desembarco de la expedición libertadora del sur liderada
por don José de San Martin.
Reunidos todos en la navidad de 1989, Cirilo pidió a
sus tías, Marisa y Teresa, que le hablaran algo acerca de su
paso por la secundaria. Ambas coincidieron en manifestar
que, la década del setenta, fue y será la época de oro de su
institución. Teresa contaba, con detalles cargados de
emoción; recordaba con mucha claridad el año 1977. La
Docente de la 501, Institución emblemática de Puquio,
nunca olvidó su último año en el Toribio Polo. Aquel año
en que salió Campeón Nacional en Fútbol sin tener las
instalaciones deportivas. ¿Dónde se iban a ubicar las
canchas de fútbol si funcionaban los locales en dos de las
principales calles de la ciudad? Eran casonas antiguas
alquiladas. Dirigiéndose a Cirilo le decía: Ahora tú vas a
estudiar en un canchón inmenso, muy lejos del ruido de
los carros -su nuevo local se encuentra en el sector «La
Palma»- al costado de la Ciudad Universitaria. Mientras
tanto, Margarita y doña Nicolasa hacían comparaciones con
los maestros puquianos. Platicaban que, en muchos de los
casos, dependía de la voluntad del alumno; existían muy
47
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
buenos maestros, paisanos suyos, que enseñaban en las
universidades de Lima.
- Tía, háblenme de tus Profesores –le dijo.
- Recuerdo algo; es más, no lo olvidaré ¿de Literatura?
- Claro tía -contestó.
Teresa contó sin moverse: «Mi profesor explicaba
con tono de psicólogo, bastante delicado. La clase era un
dialogo abierto. Nos recordaba las palabras de Javier
Heraud: «Yo no me rio de la muerte, simplemente sucede
que no tengo miedo de morir entre árboles y pájaros». Al
maestro, cuyo nombre era Ricardo Vila Balbín, nosotras
le decíamos «Loco»; era bien atento y te miraba de arriba
abajo. Él se hizo la siguiente pregunta: ¿Cómo poder
vaticinar su muerte? Efectivamente, el poeta murió entre
árboles y pájaros. Continuó el maestro. A nosotras nos
provocaba coger las palabras que lanzaba a través de sus
movimientos faciales; el hombre salpicaba saliva,
apasionado con su tema. Para todo el año nos pidió que
compráramos nueve obras literarias, la que más nos guste.
Algunos nos inclinábamos por las historias policiales,
otros por las románticas; después de leerlas, nos pedía
hacer un resumen; el último paso era la exposición. De la
información dada a nuestros compañeros, ellos nos
apabullaban con preguntas: si no la habías leído quedabas
mal ante toda el aula. Nos invitaba a analizar la obra,
juzgarla. Como jugando desarrollábamos la comprensión
lectora, producción de textos y la expresión oral». Teresa
terminó recordando su primera obra leída: «Redoble por
Rancas». Seguidamente Marisa, tocándole las orejas a su
mascota y mirando a doña Nicolasa, recordaba así a su
48
Canción del silencio
maestro de Economía Política. «Todos lo esperábamos con
mucha tranquilidad; el temor se confundía con el respeto.
Teníamos que pensar en la interrogante del día y la solución
del mañana. Era un hombre pequeño, siempre rodeado por
alumnos en el recreo; llevaba un libro subrayado con
lapicero rojo y hablaba de todo cuanto le preguntaban; sabía
escuchar a sus alumnos y exponía los temas de actualidad.
Recuerdo largos debates con libros que eran prohibidos;
eran los años finales de la dictadura de Francisco Morales
Bermúdez. Finalizando la década, hubo toque de queda
en Ica; hasta ahora no veo algo similar: saquearon las
tiendas, etc. En ese año, también, murió mi compañero de
carpeta, llamado Alfredo Guillén. Fuimos al cementerio con
Teresa, ¿te acuerdas Techy las palabras del Padre Luis
Edmundo? Claro, está escrito en su poema «Barrio amado»
donde dice:
Conocí tu justa indignación
y tu urgente reclamo,
ante tanto paquetazo
y tanta dictadura.
Conocí la voz vibrante de Alfredo Guillén,
«Hijo entrañable».
Esa fue su frase en el discurso de despedida en el
cementerio general de Saraja. Ellos vivían en la banda, al
frente de la Esperanza, cruzando el río, en pasaje la
Tinguiña. El padre compartía la vida con la gente pobre;
eso fue lo que lo acercó a la Teología de la Liberación, sabía
por experiencia lo que es sentir hambre. Con los profesores
49
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
del Toribio Polo, el país aseguraba hombres libres,
reflexivos, creativos y críticos; auténticos humanistas pensó
Cirilo, quien era considerado por todo el barrio «La
Esperanza» como hombre adulto. Marisa, levantando la
mano, hizo una precisión: «Yo pude ver sólo al Padre Luis
en el sindicato de profesores (SUTEP), eso fue en el año
setenta y seis; al año siguiente, él no pudo ver Campeón
Nacional a su colegio, ya que viajó a Alemania a Doctorarse
en Teología. Tampoco pudo ver como se movilizaban los
alumnos con sus profesores, apoyándolos en su huelga
nacional indefinida. Después se enteraría, seguro, que
muchos de ellos se fueron al campo con Sendero.
En Ica se había polarizado la cosa; eso también hizo
aflorar la rivalidad entre las Instituciones Educativas «San
Luis Gonzaga» y «José Toribio Polo». No se explicaban
como, en ambos colegios, con una plana docente de
posiciones marxistas, cedían un espacio importante a dos
curas respetados, uno más conservador que el otro, pero,
al final, estudiosos de la realidad e historia iqueña: uno a
través de la poesía y el otro al compás de los archivos que
encontrara en la parroquia San Juan Bautista. El presbítero
Alberto Rossel Castro vivió casi toda su vida en el Hanan
Ica; su libro más celebrado fue «Caciques y Templos de
Ica». Andaba en su avispón verde, un carro muy antiguo,
largo, con dos cachetes grandes en su trompa y de techo
redondo. Al escuchar su nombre, don Máximo llegó a narrar
el final que tuvo el avispón verde: «Fue en las celebraciones
de la fiesta de San Antonio, en la Hacienda «Camacho»,
muy cerca del pueblo Chanchajalla. Era el mes de junio y
la neblina parecía eterna; habían transcurrido quince días
50
Canción del silencio
sin ver el sol. A todos nos parecía raro, ya que aquí nunca
dejaba de salir el astro rey. El carro llegó, a eso de las diez
de la mañana, con las luces encendidas y lentamente. Antes
de ingresar al templo, conversó y saludo a los trabajadores
y vecinos de los pueblos aledaños, que bailaban y bebían
en los exteriores de la Iglesia; les dijo que, después de la
misa, compartiría la festividad con ellos, pero que dejaran
de bailar. Entró al templo por la puerta principal; en plena
homilía el frio lo empujo a tomar más vino de lo
acostumbrado; salió de la iglesia algo sazonado; se puso a
bailar con la señora Rosario, y no continuó bebiendo vino
sino pisco. En ese entonces una de las palmeras de la
hacienda cayó en el mismo centro del carro; aunque el carro
era fuerte no pudo resistir; fue aplastado hasta los asientos.
Todos se quedaron mudos, pensaron en un castigo de Dios.
El padre se acercó al carro y dijo:
- Ahora ¿qué le voy a decir al Obispo? Le diré pues
que ha sido una volcadura.
Don Bartolo, hijo del hacendado Darío Uribe y
bebedor empedernido, se encontraba apoyado en el carro
siniestrado. Reaccionó rápidamente, y con voz
aguardentosa dijo:
- Diiira, mas bien usted, que ha sido una revolcadura.
Aún no había leído libros de teología el muchacho,
debió suponer que dentro de la iglesia iqueña existían dos
posiciones, y una de ellas era la que apostaba por la teología
de la liberación. Curas escritores, estudiosos, son
verdaderos curas, se escuchaba decir en calles y plazas.
Antes de ingresar a la secundaria, había revisado muchos
libros de historia iqueña. Su conclusión era:
51
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
- Muy poco se había escrito acerca de la Ica
prehispánica. Los estudios estaban centrados en la
fundación de la Provincia Ica, señalando la presencia
española por estos lares el año 1534, no estableciendo una
administración organizada. Los dos encomenderos que
Francisco Pizarro nombró vivieron en Lima; sólo venían a
Ica para exigir tributos y servicios a los caciques. Si de
estadísticas se trata, existen muchas imprecisiones: en 1630,
la Villa de Valverde del Valle de Ica contaba con doscientos
vecinos españoles y unos nueve mil negros esclavos. Los
indios vivían fuera de la ciudad en dos reducciones: Hanan
Ica y Lurin Ica. Entonces ¿por qué se dice que, en 1830, la
ciudad contaba con seis mil habitantes? La campiña era
conocida por sus ricos viñedos; también por otros frutos;
pero el lugar era bastante pobre, pues las familias de
fortuna, más que en la ciudad, vivían en sus haciendas o
viajaban a Lima a pasar largas temporadas. Es de suponer
que, en la Ica colonial, los negros e indios no contaban en
las estadísticas; tampoco al comienzo de la República. Todo
esto reforzaba los últimos estudios, señalando que no
fueron trece los de la Isla del Gallo sino catorce, con mayor
exactitud los trece españoles y un negro de Guinea. El
africano era un esclavo que acompañaba a Alonso de
Molina; de esto pudo dar fe don Nicolás de Ribera el Viejo,
quien se encontraba presente. Con el paso del tiempo Lurin
Ica (Ica la Baja) le fue dada en encomienda al hombre de
confianza de Francisco Pizarro. En esos años los
conquistadores andaban detrás del oro, no de la agricultura.
Existen contradicciones en la ubicación de la Villa
de Valverde del Valle de Ica: unos mencionaban Takaraka,
52
Canción del silencio
que fue el primer pueblo de españoles, pero no la Villa de
Valverde. Otras de las grandes polémicas fue la fundación
del colegio San Luis Gonzaga, incluso Alberto Rossel
publicó una separata, mientras preparaba su libro inédito
«Historia Colonial del Departamento de Ica», en la cual
señalaba que el mencionado Claustro de Grandes fue
fundado por los Jesuitas el veintidós de agosto de 1746, y
no el uno de junio de 1826. Alberto Casavilca Curaca,
Adolfo Bermúdez Jenkins, Fernando León de Vivero, José
Pardo Castro, todos ellos intervienen en el asunto. Todo el
debate se encendió a través de «La Voz de Ica», en el año
1955, cuyas saltantes palabras, de ambos bandos, giraban
en torno a que si Simón Bolívar era el fundador de la
Institución Educativa Histórica del Perú, ya que data del
año 1746. Quien objetó al párroco de San Juan fue nada
menos que don Adolfo Bermúdez, quien dijo: «El señor
Rossel se empeña en negar una gloria al Libertador; prefiero
recordar las frases de José Martí, José Choquehuanca (…)
y confío en que el público lector decidirá de parte de quién
está la verdad, la razón y el noble juicio; o a favor de tan
consagrados pensadores o prefieren dar crédito al párroco
de San Juan (…) y ofrezco no volver a molestar su atención
sobre este asunto». A su turno el párroco respondió:
«Nuestros argumentos fueron concretos, sin el menor
intento de querer soslayar o quitar una tilde a la gloria de
Bolívar, en la época Republicana. Los turiferarios de Bolívar
se han empeñado, casualmente, en consignar su nombre y
atribuirle hechos en los que él no tomó parte; ni conquistó
gloria alguna fuera de las orgias y bailes que recibió de los
iqueños a su paso por esta ciudad, en el año 1825, cuando
53
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
se dirigía al alto Perú para dividir geográficamente al país».
Seguía hablando el pequeño, señalando: «También saltan
dudas relacionadas al nombre Ika». Planteando su siguiente
hipótesis: «Pizarro le encomienda el valle alto de Ica a Juan
de Barrios, por cédula de diez de agosto de 1534, en la que
dice: «mandó depositar en Juan de barrios a los caciques
de indios yungas Coyuculica y Xapana». En tal sentido,
del nombre de los dos caciques surge la palabra Ica; es más,
responden a dos voces del quechua del Collao: K´ULLU,
madera, raíz gruesa de las plantas (Huarango); y LLIKA,
Transparente (adjetivo del quechua del Collao). María
Rostworowski de Diez Canseco, estudiosa de la época Inca,
señala que debido a la configuración del valle y a su
topografía, la colocación de la dualidad Anan (alto) y de
Lurin (bajo) en la costa central fue este-oeste, indicando
también que Lurín se ubicaba en el oeste, relacionando al
mar, la orilla y la playa, e indicaba la franja de tierras bajas
en relación con la cordillera y las quebradas. De eso estoy
seguro, ya que hasta la actualidad existe Lurín al sur de
Lima. En Ica, Lurin fue más importante que Anan; pero
por motivo de su alejamiento del mar no se sabe la forma
como se regía su ordenamiento dual. Es seguro que los
españoles no conocían mucho de urbanismo y copiaron
nombres, tomando como base al Cusco; después a Puquio.
Hay un documento cuyo estado de conservación era un
poco precario en 1964, donde se habla que la formación
social de Anan y Lurin, se basaba en diversas Guarangas o
Ayllus, donde se puede colegir nombres como Collana,
Cayao, Payan. En lo concerniente al curaca Alonso Guaman
Aquixe el Viejo, Tomás Muchaypiña, Fernando Anicama
54
Canción del silencio
y Domingo Tataje, todos tenían propiedades en la parte
alta y baja de Ica. Compartían la propiedad de todo el valle,
cuidando sus territorios. Los cuidaron hasta que se hizo
famosa por sus productos, su tierras humedas y sus
lagunas; entonces el estado peruano asume el manejo y
control del agua a inicios del siglo XX, en 1901 para ser
exactos, y se creó el cuerpo de Ingenieros de Minas y Aguas
en el Ministerio de Fomento. Este organismo impulsó el
estudio de los recursos hídricos; en ese sentido, el mundo
conoció sus bondades hace un siglo. Por eso la lucha de
los campesinos, no sólo de Parcona, también de Tate,
Callejón, Pueblo Nuevo, Los Aquijes. El desenlace fue la
destrucción de la Federación Campesina y la desaparición
del Pueblo de Parcona en 1924.
Cerrando la página de los recuerdos del setenta,
ingresaron nuevamente al final del Gobierno Aprista; se
decía que era el peor gobierno de la historia, que la juventud
e inexperiencia del Presidente habían jugado su partido,
al no darse cuenta que el mundo giraba hacia una economía
global -fenómeno que se conocería como Neoliberalismo-
donde el libre mercado se imponía. En lo que respecta a
educación, se nombró profesores sin estudios superiores
regulares. Ellos terminaron profesionalizándose en los
meses de vacaciones -enero y febrero-. Teresa contaba que,
cuando cursaba el sexto ciclo, un amigo suyo llamado
Abilio, abandonó la universidad para irse a trabajar a su
pueblo, Morkolla; se nombró y ahora es «Especialista» en
la USE. El haber estatizado la banca daba muestras que no
tenía una visión de futuro, creando inflación haciendo
funcionar la maquinita. El pueblo tenia miles de Intis en
55
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
sus manos, pero no había productos que comprar; se
formaban largas colas para adquirir pan, leche, azúcar, etc.
El periodista Enrique Zileri calificaba de «holocausto
inflacionario» a nuestra economía. La campaña presidencial
confrontaba al escritor Mario Vargas Llosa con Alberto
Fujimori Fujimori. El contexto social ponía en el banquillo
de los acusados a la clase política. El estado administraba
una crisis endémica; la explotación, la pobreza, el
desencuentro cultural, el centralismo limeño, hicieron
ganar en segunda vuelta al Ing. Fujimori, con sus
características de ser un hombre pragmático y cínico.
Enrique Bernales dijo: «pudo ser Ataucusi; el pueblo votó
para castigar a los políticos tradicionales». El gobierno de
Educación, Tecnología y Trabajo se instalaba en Palacio.
El equipo de inteligencia, liderado por Montesinos, conocía
que el Presidente no era peruano de nacimiento; desde el
primer momento trabajaron para realizar un autogolpe. El
mismo Montesinos recibió información en Lima, un
documento proveniente de Ayacucho en el que se indicaba
que «muchos de los personajes creadores de opinión
provenían de Ica», motivo por el cual se debería hacer un
seguimiento a los alumnos formados en el «José Toribio
Polo». Indicaba, también, iniciales o códigos familiares, de
clanes o intelectuales de la zona sur del Perú. El estado
respondió con el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7,
que ordenaba a los militares la liquidación física de los
líderes y colaboradores de los movimientos terroristas, aun
cuando no estuvieran armados.
Mientras eso ocurría en la capital, en Ica, Cirilo, antes
del famoso golpe a la democracia o autogolpe, ingresaba
56
Canción del silencio
al segundo año de media. En las vacaciones del noventa y
dos, un tres de febrero, pisaba el «Club Centro Social»,
institución que agrupaba a los mejores elementos de la
ciudad; era parecido a los salones del Palais Concert. Había
sido invitado por un tal Nimio, docente universitario que
tomaba nota de cuanto talento llegaba por Ica. A Cirilo lo
había invitado a su casa, atraído por los comentarios de su
hijo, quien era su compañero de estudios en el JTP. El local
de la ponencia se ubicaba en plena Plaza de Armas, al lado
oeste del cuadrilátero, en cuyo, centro un obelisco formado
dos elevaciones similares o mellizas, representaba a las dos
Culturas Milenarias que florecieron en su suelo; para su
amigo César eran dos falos parados que no significaban
nada. Antes, en ese mismo lugar, el Conde de Lemos había
ofrecido una de sus conferencias. En aquél entonces la
infraestructura era otra y el nombre también: se llamaba
«Teatro Piccone»; pero era el mismo lugar, no se sabe si
era el mismo día u hora. Empezó por recordar el centenario
del nacimiento del Conde de Lemos (1988) .Lo habían
invitado a hablar sobre la historia de Ica, pero él se detuvo
un rato en la Literatura, señalando que, en su mismo
centenario, había leído artículos culturales en donde se
indicaba que el lugar de nacimiento de Pedro Abraham
Valdelomar Pinto era Pisco. No se asusten por eso; tal vez
ellos no conozcan que él viajo muy niño al Puerto, a los
cuatro años, por el trabajo de su padre. Por eso que J. C.
Mariátegui, en sus siete ensayos escribe: «La emoción de
su infancia está hecha de hogar, de playa y de campo». Si
bien es cierto, sus obras están ambientadas en ese espacio
cercano al mar, nosotros tenemos la casa que el vate
57
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
recuerda con cariño. Esperamos que la casa de Abraham
sea eterna en todos nosotros; de igual forma, gratitud eterna
a Victor Mauricio Pacheco Cabezudo, autor de la placa
recordatoria. Si me permiten un momento haré una
semejanza de Valdelomar y Arguedas. La madre de José
María murió antes de que él cumpliera tres años de edad;
su padre contrajo matrimonio al instante con Grimanesa
Arangoitia –la madrastra- quien tenía tres hijos de su primer
matrimonio. Estaban felices viviendo entre San Juan y
Puquio. Al poco tiempo, don Víctor Manuel Arguedas le
saca la vuelta con la sobrina; se parecía en eso a Neruda el
tío. Como resultado de esa relación nace, en San Juan de
Lucanas, Nelly Arguedas Ramírez; doña Grimanesa,
ofendida, los vota de la casa. En sus narraciones expresa
como le duele no pasar más tiempo al lado del padre: él
era un eterno viajero. El entorno familiar del «Tayta» era
complicado; por eso aprovecho el desprecio de su
madrastra para irse con los comuneros, con doña Cayetana,
su madre india, que lo protegió con sus lágrimas y su
ternura. Luego vino su estancia en la hacienda Viseca. En
cambio, Valdelomar nació en Ica y tuvo una vida familiar
muy unida. Su padre era un hombre que daba mucho afecto
a sus hijos, en unas de sus cartas recuerda los interminables
cuentos que les narraba antes de dormir; por eso lo tiene
presente cuando escribe. Es comprensible que ambos
estuvieran marcados por su niñez, escribiendo sobre sus
vivencias, uno sobre Pisco y el otro sobre Lucanas y Puquio.
En una nueva oportunidad podríamos hablar sobre
Orovilca, CUENTO que escribiera Arguedas sobre Ica;
podríamos decir que el nombre corresponde a su forma de
58
Canción del silencio
ver el mundo, el mundo andino, ya que dentro de los dioses
naturales de los Incas estaba el mar o Mamacocha, diosa
madre de los lagos o del agua. Por eso le pone el nombre
de una de las lagunas de Ica, claro, una de las que él conoció,
pudiéndoles decir hoy que tenía mucha predilección por
La Huega; o tal vez descubrió que, al igual que los cines
Rex, Ica y Dux, las lagunas eran concurridas por diferentes
clases sociales. En el cuento señala que «la opulencia
humana me irrita y no me agrada Huacachina». Ahorita
estoy viendo fotos de Huacachina en este majestuoso salón,
pero no veo ninguna de la Huega, Orovilca, Saraja, La
victoria, etc. Hablaba con naturalidad; las personas
mayores que habían desempeñado cargos como Prefecto,
Alcalde, y muchos escritores de Ica, escuchaban
concentrados. Permítanme esbozar una de mis hipótesis
acerca de la Ica Pre-Hispánica, siendo sincero que mucho
de lo estudiado es gracias a Alejandro Pezzia Assereto,
María Rostworowski, y Alberto Rossel. Eran las diez de la
noche; algunos señores de la parte posterior del escenario
tomaban apuntes. Teresa le alcanzaba algunos ejemplares,
en los cuales se exponían algunas de las investigaciones
hechas sobre restos arqueológicos, productos, etc.
Continuaba disertando. Mi abuelo Máximo, hoy, antes de
venir a dialogar con ustedes, me llevó al lugar donde antes
existía una huaca; pude imaginar una elevación de tierra,
ya que fue destruida por tractores de la Hacienda Santa
María, de propiedad de doña Carmen Fontela. Se ubicaba
a cuadra y media del Hospital Socorro, camino a San Juan
Bautista. Aunque todo está cercado, por ser hoy campo de
cultivo, pude entrar y recoger algunas muestras de cerámica
59
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
de características Nasca. La tierra, donde se ubicaba la
posible ciudadela, tiene un color diferente al resto del
terreno de cultivo. Muchos lugares descritos en los libros
han desaparecido, siendo éste lugar la distancia
equidistante entre el Hanan y Lurin. Habló más de una hora
de Historia; luego participaron personalidades e
investigadores. El momento de las comparaciones con todo
lo que se había escrito sobre Ica llegó. Un señor de apellido
Curaca, hijo del primer Preceptor Iqueño, graduado en la
Escuela Normal de Varones de Lima, don Alberto Casavilca
Curaca, expuso brevemente sobre la cantidad de estudios
hechos sobre Ica por su padre. Cirilo agradeció su
intervención, indicándole que su apellido es un honor para
estas tierras. Le dijo que, en el incanato, los Curacas eran
los gobernadores locales; los españoles lo llamaron
impropiamente «caciques», palabra que fue tomada del
vocabulario centroamericano. Usted, estoy seguro, está
orgulloso de su apellido paterno y materno de su padre,
ya que Casavilca es una combinación de español y quechua:
la primera parte todos sabemos que significa, mientras que
la segunda, Wilca, significa «sagrado». Continuaba dando
respuesta a los textos nombrados. Hace días pude tener en
mis manos «Apuntes Geográficos e Históricos del
Departamento de Ica»; en torno a la etimología de Ica, los
estudios del doctor Sebastián Barranca tiene similitud con
la hipótesis que voy a plantear esta noche, esa similitud es
solo en la raíz «IK» .Participaron las dos escuelas de
Historia Iqueña, ellas en la plenitud de sus investigaciones
tenían sus divergencias. Cirilo pudo enterarse, por parte
de los contrarios de Casavilca, que era peón de Picasso,
60
Canción del silencio
terrateniente al cual el estadio le debe su apellido. Esa
relación laboral, aparte de salir a huaquear juntos, debieron
mantener en un misterio la verdadera historia Iqueña, sobre
todo en la etapa de la guerra del Guano y del Salitre. Todos
los que intervenían tenían mucho conocimiento de la Ica
Virreynal; felicitaban a Cirilo unos pocos, coincidían
muchos en incorporarlo al Instituto Iqueño de Cultura y
Promoción Regional. Un señor de frente amplia, de cráneo
alargado, con bigotes, cabeza gacha, caminaba con la mano
izquierda en los bosillos, por uno de los pasadizos del
amplio salón. El recinto estaba bien iluminado por grandes
faroles de forma de araña, se divisaban desde el otro lado
del río. El señor Benavides, de vez en cuando, volteaba
para mirar fijamente al muchacho; la verdad es que le había
caído bien, lo alegraba saber de su existencia, decía: «Ya
era tiempo que un niño se preocupe por las cosas de Ica».
Sus reflexiones las hacia siempre en solitario, como los
sabios de Grecia; era inconforme y enemigo de la clase
media; tenía una respuesta a todo el problema de violencia
que vivía todavía el Perú. Él escribiría un libro: «Después
de la Guerra»; los de arriba lo llamaron loco, los de abajo
mecenas. Esto fue lo que dijo: «Que se siga enseñando
marxismo, y de la peor calidad, en casi todos los niveles
de enseñanza en el Perú, no parece interesar a las «clases
dirigente». Confían, más bien, en armar el ejército mientras
ellos juegan a la bolsa y hacen negocios. En efecto, casi
nadie en esas clases opta por la profesión magisterial; y
quienes estamos en eso, sin ser marxistas ni curas, debemos
experimentar la soledad y la incomprensión. Curiosamente,
ser «filósofo» significa ser sospechoso de marxismo; más
61
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
aún si como don Manuel Gonzales Prada uno detesta el
catolicismo, la sospecha queda redonda. Pero las clases
dirigentes deberían recordar que el catolicismo se alía con
facilidad al marxismo: ambas son doctrinas soteriológicas.
Y regreso a la pregunta ¿Por qué sendero no voló ninguna
de las cuarenta y dos iglesias de Huamanga? La
concurrencia continuaba escuchando al niño; el público
estaba envuelto en una grata paciencia, ya hacía mucho
tiempo que nadie le hablaba de su raza, su tiempo y sus
orígenes. Al finalizar la rueda de preguntas dijo lo
siguiente: «Hoy, en el segundo mes del año 92, les aseguro
que, la denominación Ica, proviene del nombre del Cacique
de Hanan llamado Cuyuculica. Lo voy a fundamentar
brevemente. Los nombres figuran en el primer libro de
Cabildo de la ciudad de Lima. En Ica, mucho de lo que se
ha publicado y estudiado, estaba relacionado con los
documentos de los encomenderos, teniendo los españoles
muchas dificultades para comprender a un pueblo tan
diferente al suyo. En 1953, Alberto Rossel Castro escribió
una columna, cito a «La Voz de Ica» del sábado veintiséis
de septiembre. En el documento, el Padre decía: «La
historia de Ica avanza más allá del Imperio Incaico». A falta
de documentos escritos, los conquistadores no pudieron
informarse sino verbalmente. Es por eso que los primeros
cronistas españoles han reproducido como pudieron, en
su propia lengua, los sonidos quechuas que oían. Es más,
se han copiado unos a otros; pero al que todos copiaron
fue a Blas Valera, cuyo manuscrito se ha perdido. «La
Crónica del Perú» es una obra en tres partes; el autor es
Pedro Cieza de León, y nos cuenta simplemente lo que vio
62
Canción del silencio
y repite lo que oyó, sin interés; es el autor en quien se puede
tener mayor confianza. En el libro citado, Capítulo LXV,
Cieza escribe como subtitulo lo siguiente: «Como en la
mayor parte de estas provincias se usó poner nombre a los
muchachos, y como miraban en agüeros y señales». En el
desarrollo describe «los nombres que les ponen y ellos usan
son nombres de pueblos y de aves, o de hierbas o pescado.
Y esto entendí que pasa así, porque yo he tenido indio que
tenía por nombre «Urco», que quiere decir carnero; y otro
que se llamaba Llama, que es nombre de oveja; y otros he
visto llamarse Piscos, que es nombre de pájaros». Es claro
que los nombres que tenían los Caciques mencionados, en
el acta de entrega de encomienda del Valle alto de Ica, eran
nombres de pueblo. Con el tiempo, uno (Coyuculica)
eliminó al otro (Xapana), quedando todavía un nombre
largo, siendo absorbido «Khullu», que significa cosas
redondas (Lagunas), por LLIKA, que significa transparente
y que es un adjetivo que califica al agua en la lengua Colla.
No ha sido fácil éste proceso, ya que a continuación Cieza
de León nos dice: «Asimismo miraban estos indios mucho
en señales o prodigios». Aquí podemos notar el significado
de «Xapana», único paraíso terrenal, que proviene de los
vocablos Hanaq y Ana. La señal, tomada por nuestros
antepasados, es que abunda el agua en pleno desierto;
nótese bien Ana = Lunar, esa era la señal, por lo tanto era
un milagro o prodigio. En Ica ya lo decía Cieza, existe un
pueblo con nombre de pájaro (Pisqo), siendo la bebida
preferida de mi abuelo; también de ustedes, que ya lo
empiezan a saborear. También hay muchos nombres de
animales convertidos por los españoles en Apellidos: como
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Vicuña por ejemplo; mi tía Teresa lleva como apellido
materno Huanaco. Estos nombres han ido desapareciendo
por vergüenza, nuestro Idioma ancestral también muere
de ese mal. El último gobernante Inca mencionado por
Cieza Atabaliba, es nada menos que Atahualpa «quiere
decir su nombre tanto como gallina». Culmino Ica proviene
de la voz Colla LLIKA que significa transparente. El
Alcalde, un viejito de cabello cano y de caminar lento, tomó
nota y cerro su agenda. Hasta ese día algunos
investigadores de la Historia de Ica, solo habían aceptado
la presencia de los Chimú. Eran las dos de la madrugada,
Cirilo salía con varios libros escritos por directores de
colegio, quienes se le acercaron para obsequiarles su
producción, eran escritos sobre Los Jesuitas en Ica, La
historia del Pallar, Vida de Don Luis Gerónimo de Cabrera,
los hijos del sol, un libro de cuentos que llevaba el nombre
de una hacienda fundada en 1732, cuyo título era: «El Parral
de las Ánimas»
No pudo reunirse en otras oportunidades con los
vecinos notables de Ica; la política los había dividido. La
inversión privada volvía a los campos de cultivo, el mar se
abría a la inversión extranjera, la gran minería dejaba de
ser estatal, la inversión extranjera cobraba más fuerza. Se
aplicaba el programa dado por Vargas Llosa y no el
programa ganador de Cambio 90; ya estábamos en el 92.
Se descubría que el candidato Fujimori se había sentado
en el Gobierno con el plan de su adversario. En ese sentido,
al ejecutarse el plan de lo que llamaban «la Derecha»,
muchos se subieron al carro; otros querían recuperar la
democracia. El 70 % de la población era menor a los
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Canción del silencio
veinticinco años de edad y siete de cada diez vivían en
riesgo. El futuro era poco menos que incierto. Sin embargo,
en el mundo la palabra «libertad política» venia unida a
«sistemas de libertad económica» -libre mercado, libre
competencia-; se notaba también una participación decidida
de la mujer en las fábricas, la universidad, los centros de
investigación, las oficinas públicas, los centros de comercio,
en los partidos políticos; ya antes habían destacado en la
agricultura, dando inicio a la familia. Por eso, el Servicio
de Inteligencia tenía en la mira a Marisa y Teresa; ellas eran
las mujeres de Sendero en el sur chico. Marisa ejercía su
profesión en la ciudad de Chincha; el tiempo le regalaba
un nuevo compañero en su vida. Aunque no había olvidado
a Magno, su corazón empezaba a darle cabida a otro hombre
muy similar al de sus recuerdos. A Wilmer lo conoció
cuando llevó a sus alumnos al nosocomio, los niños habían
sufrido una intoxicación con los alimentos donados, los
mismos que habían sido entregados en plena Plaza pública.
Fueron veinticinco niños del distrito de Pueblo Nuevo
(Chincha); el fallecido tenía el semblante de Cirilo cuando
era niño. Al igual que él no tenía padre, lo habían traído
unos familiares desde el pueblo de Ticrapo, un distrito de
la provincia de Castrovirreyna. El gobierno había diseñado
un programa de asistencia social para compensar los
efectos del shock; al no tener continuidad, se habían
agravado las condiciones de vida de la población más
pobre. Wilmer, por ser el menor de los hermanos, estudió
Educación en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. Al recibir la noticia de la muerte de su mejor
alumno, lloró. Marisa se le acercó, lo tomó del hombro y
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
escuchó su historia. Se hicieron grandes amigos. Él
trabajaba su tesis acerca de los niños pobres del Perú, se
iniciaron conversando sobre estadísticas, leían un informe
de UNICEF: En el Perú nacen 75 niños por hora, más de
1,800 por día y, aproximadamente, 54 mil al mes. El
crecimiento poblacional aumenta la demanda por recursos
naturales (tierra y agua) y por servicios sociales (salud,
educación y vivienda). Revisaban las cifras del primer
censo poblacional de del siglo XX, En 1940 vivían en el
Perú siete millones de personas, desde ese entonces ya se
proyectaba una población de 26.3 millones de habitantes
al finalizar el siglo. Continuaban comparando cuadros,
ella le explicaba cómo era la relación madre hijo, mejor
dicho las mujeres y los niños del Perú. Como maestro
reflexionaba cómo la pobreza relacionaba a todos estos
males; a veces le daba la razón a su hermano, quien se
encontraba preso en el penal de Cachiche en Ica, acusado
por apología al terrorismo. Ambos acordaron visitarlo.
Wilmer fue el sábado muy temprano a Ica; en el viaje leía
un libro de Miguel Gutiérrez «Estructura e ideología en
todas las sangres». Pensaba en la libertad, en las
convicciones políticas que habían llevado a muchos
hombres a las cárceles y al destierro. Antes de cerrar el libro
a la altura de Pozo Santo, su mente se entretuvo en el
discurso de José María Arguedas pronunciado en el
PRIMER ENCUENTRO DE NARRADORES PERUANOS,
realizado en Arequipa, de cuyo texto se había grabado lo
siguiente: «Uno de los buenos dictadores que hemos tenido
me mandó al Sexto, prisión que fue tan buena como mi
madrastra, exactamente tan generosa como ella. Allí conocí
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Canción del silencio
lo mejor del Perú y lo peor del Perú». ¿Se cumplirá en la
cárcel de Cachiche lo dicho por su escritor preferido?,
¿encontrará en aquel recinto a lo mejor y lo peor del Perú?,
¿será tan desolador el lugar? Todo lo que había leído sobre
encarcelados se agolpaban en su mente y corazón. Muchos
habrán llegado a la prisión a vivir una experiencia
imborrable y escribir: «La cárcel es un lugar donde toda
tristeza tiene su asiento», como José León Sánchez, quien
fue puesto en ella con declaraciones forzadas -las
obtuvieron metiéndole palillos de fósforo en el oído, en
una muela cariada y cigarros encendidos en el ojo- el
escritor Centroamericano había ingresado a prisión
empujado por las torturas. Cuando volvió a recuperar el
equilibrio, se encontraba al finalizar el tablazo. El aire fresco
del valle empezaba a sentirse; Guadalupe, puerta de
entrada al valle iqueño, se divisaba a poca distancia, con
sus burros desplazándose al borde de la pista; más allá,
un bosque de huarangos servía de sombra a los
campesinos, que miraban pasar el ómnibus de la empresa
Ormeño con mucha atención: tiene dos pisos, ¿cuándo
viajaremos nosotros en esos vehículos? decían. El terminal
terrestre de Ica siempre será la calle Lambayeque; en esa
misma calle era el embarcadero del tren que iba de Ica a
Pisco, del cual no queda ninguna huella; ni los rieles
siquiera, los fundieron para hacer varillas de construcción,
algunos quedaron en las tomas de agua y otros fierros son
soporte en las casonas de los hacendados. Después de bajar
e ir al baño, preguntó a su compañera de viaje, una anciana
que esperaba a sus familiares sentada en una banca larga
de madera:
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
- Señora ¿cómo podría hacer para llegar al
establecimiento penitenciario de Cachiche?
La viejita, mirándolo con dulzura, le dijo: no lo sé
hijito, he dejado de ir porque en la cárcel no tengo familia.
Yo antes viajaba para allá en unos ómnibus de madera
parecidos a los que iban a la Huacachina; ahora van combis
creo; pero es cerquita, vete de frente por acá. Le había
señalado el camino hacia el sur de la ciudad. El Maestro
pensó: si la señora de avanzada edad dice que es cerquita,
ni modo, iré caminado. Enrumbó por una calle de doble
vía, pasando por un costado de la Institución Educativa
fundada por los Jesuitas en el año 1746, empezando a sentir
el cansancio a la altura del Parque Ferial. Por indicación
de otra dama Iqueña, muy parecida a la primera, dobló
hacia la derecha, encontrándose frente a un mural inmenso
de una dama sonriente; al dar lectura decía: Antonia
Moreno de Cáceres. Era otra de las instituciones educativas
que albergaba en su interior a mujeres quienes practicaban
danzas tradicionales de su localidad, se podía escuchar la
voz de Alicia Maguiña. Continuó caminado por el borde
de la acequia; el sol no tenía piedad de nadie en Ica, sobre
todo a las doce del día. Él solo pensaba llegar al penal, eso
le hacía olvidar el cansancio y el sol; conversar con su colega
(hermano) siempre fue reconfortante. David, que vino a
estudiar a Ica, era el hermano mayor de la familia Yataco
Felix, era de Ciencias Matemáticas y físicas; al graduarse
le propusieron quedarse a trabajar en la Universidad
Estatal. No aceptó, porque cuando era estudiante, ya
pensaba abandonar la universidad y trabajar alejado de la
urbe: allá nos necesitan, decía él moviendo la cabeza; al
68
Canción del silencio
final, se decidió a trabajar en su tierra natal, el haber
ocupado los primeros lugares en su promoción le dio
derecho de quedarse en Ica; pero se regresó a Chincha. Fue
apresado después de laborar cinco años; cuando asumió
la conducción del sindicato llegaron los problemas. En la
primera huelga del SUTEP contra la política económica del
gobierno, viajo hacia Lima; fue una lucha larga. El gobierno,
a través del Servicio de Inteligencia, no respondía al pliego
de reclamos; trabajaban en clasificar detalladamente su
procedencia, su vida familiar, sentimental, derrotero
seguido en otras lides, su agrupación política, etc. Al
transcurrir medio año de paralización indefinida, fue
acusado de apología al terrorismo; la academia «César
Vallejo», donde se preparaban los estudiantes luego de
culminar sus estudios secundarios, fue dinamitada. No se
podía entender lo que pasaba, daba la impresión que ser
dirigente sindical era vivir entre dos fuegos. Cerraron el
local con una fuerte campaña mediática; la academia fue
señalada como Escuela Popular. En el último examen de
admisión, y con la Universidad intervenida, habían
ingresado todos los alumnos de Davicho. Eso vino a causar
problemas a los catedráticos, quienes habían cambiado su
forma de vestir pero no su forma de enseñar.
El pueblo de Cachiche, lleno de palmeras datileras,
tenía en sus calles las huellas bien marcadas de los carros;
en el centro de la pista, la arena hacía un bordo alto, el
viento mecía los chochos que, al caer, mostraban su miel;
los huarangos, con sus diminutas hojas, pintaban la tierra
de amarillo. Las bocinas hicieron a Wilmer dirigir la mirada
a su lado izquierdo; divisó una tranquera y mucha gente
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
formando cola. Había llegado al lugar donde se encontraba
recluido su hermano: la casa del jabonero (si no caes
resbalas, y si no resbalas te empujan); así llamaban a la
cárcel los delincuentes. Fue revisando minuciosamente el
periódico que traía consigo, para, luego, prestarlo al
ingresar a unos jóvenes anunciadores, quienes le dieron
referencias sobre David: «Es el zambo que juega por el
pabellón seis… , se encuentra en el pabellón cinco»; no
entendió ese trabalengua. Ingresando al pabellón oyó una
voz:
- Daviiiiiiiiiid, ese Davidididididdi, visitaaaaaaaaaa.
Mientras esto ocurría por Ica, en Huackalla se
reincorporaban los maestros a sus labores sin conseguir
nada; el Gobierno no les hizo caso, dedicándose a
observarlos con personal policial. Era el mes de agosto y
se anunciaba que los docentes no tendrían vacaciones, y
que el año escolar terminaría en el mes de febrero. En ese
año, las movilizaciones, las huelgas de hambre terminaban
en el Perú. En los siguientes años empezaría la cacería de
brujas, acallando miles de voces por el temor de perder a
sus familias. En relación a la inversión, palabra de la que
tanto se oía relacionándola con una nueva Constitución, se
podían notar la presencia de unos señores llamados
«ingenieros». En el abra de quesera dejaban sus camionetas
para luego dirigirse hacia el Noreste, deteniéndose en el
ojo de agua del Apu Huachocca. Pilcho, ya grandecito y
loco, dijo en el pueblo que la empresa se llamaba
Negrococha y que venía por oro; volvió a hacer uso de la
palabra, limpiándose los mocos, y cavilando con la cabeza
agachada, expuso la siguiente frase: «Si los cerros de la
70
Canción del silencio
cuenca hidrográfica que va hacia el valle del Ingenio,
pasando por Otoca, tienen oro y cobre, entonces, donde
hay cobre hay oro», nadie le dio importancia. En ese mismo
semestre comenzaba a llegar maquinaria pesada; tractores
con llantas enormes empezaban a sonar y a dejar sus huellas
en la piedra; las cabeceras de cuenca comenzaban a
contaminarse; los mojadales, que servían para dar de beber
agua a los animales, empezaban a secarse. El presidente
de la junta de regantes, del valle más cercano, hacía notar
que la cantidad de agua que bajaba ya no era la misma; los
ajos tenían una rara enfermedad, llegando a hongearse antes
de su cosecha. Por primera vez se daba inicio a una reunión
con las palabras de Pilcho, jovencito con mucha afición por
la minería. La preocupación en cada uno de los comuneros
crecía cada día; nadie pudo decir «disiento de tu opinión»,
todos se fueron a sus quehaceres; la oficina de reparto de
agua quedo en silencio; hasta el celador, de nombre Roger
Saravia, se fue a casa a continuar con sus anotaciones. Ese
día, confundido, anotaría en su cuaderno: «El cerro
Aquillane ya no será el mismo; le lavarán sus tripas, se
llevarán su sangre y lo dejarán parado, sin vida, en el mismo
lugar». A la Empresa Minera, le habían entregado en
concesión, una cuadrícula de terreno, en su interior no
existían límites, sus funcionarios en una semana cubrieron
el perímetro de la mina con grandes mayas de acero, ningún
comunero pudo ingresar al lugar, que antes formaba parte
de sus tierras comunales.
Un fuerte abrazo, en medio del patio, los volvió a
juntar; eran dos hermanos algo diferentes: uno dedicado a
las Ciencias Sociales y el otro a las Ciencias abstractas. Desde
71
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
pequeños su padre había notado la diferencia; era todo lo
que los apartaba, existiendo en ellos un profundo amor al
prójimo, un afán de justicia, el sueño de la sociedad
igualitaria: era lo que siempre soñaron. Conversaron de la
familia, del barrio, de su gato moño, de sus alumnos,
aquellos que no lo dejaban de visitar cada vez que tenían
tiempo o algún trabajo que realizar. David les mostró a
cada uno de sus compañeros presos, la profesión que
tenían, a que agrupación política pertenecían; le contaba
que cada uno ya tiene pensado a que dedicarse cuando
salgan de aquí. Él es el médico Chacaltana, un cura siempre
lo visita, fue miembro del Consejo Universitario de la
Universidad; el sambito Martinez es Ingeniero forestal; el
que está callado y leyendo es un profesor de Historia y
Geografía; allá viene Jaimito, de él nada se sabe, sólo que
dirige la biblioteca. En suma, todos están preocupados por
los problemas del Perú y el mundo. En efecto, pudo
comprobar que aquellos hombres acusados de terrorismo
eran presos políticos, que según José María Arguedas, era
lo mejor del Perú. David le describió como se degrada el
hombre en la cárcel por conseguir un poco de marihuana o
cocaína; algunos presos comunes llegan a entregar a sus
esposas al Charly, alquilan sus tiendas o cuartos divididos
con sobrecamas para que se realice el acto sexual con una
trampa, que viene de afuera a ganarse su amor. Una de las
internas, apodada «la loba», casi todas las noches se dirige
hacia el cuarto de Mayor; ella es una huanuqueña acusada
de burrier y tiene los labios de la tal Susy Díaz. El 98% de
los internos no lee ni un libro de la biblioteca donada por
la Cruz Roja. No entienden eso de ¡Estudia hombre en la
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Canción del silencio
cárcel!, ¡empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma! El sexo
los gana; sus vidas están sin rumbo. Los internos jugaban
fulbito en el patio; por ratos se agarraban a golpes, a punta
de lisuras y patadas terminaba el partido; empezaban las
risas entre los protagonistas, conversaban con normalidad.
Otros, en una esquina, jugaban casino; no faltaban los
artistas que se encontraban trabajando un barco, una panera
de palitos o una alfombra.
Terminaba la visita, llegaban los policías a desalojar
a todo aquel que tenga un sello y un número en el
antebrazo. Ellos, como dos grandes hermanos, hablaron
cosas muy cercanas:
- Silvia, cuando venía, se me acercó para decirme que
quería verte.
- Pero la única forma de vernos con ella es que venga
a visitarme aquí.
- No creo que sea posible, su familia la controla
demasiado, sus hermanos celosos, aunque su padre estuvo
preso como tú en los tiempos de Horacio Zeballos. La
historia dice que el Partido se dividió, los tiempos se
hicieron muy difíciles.
- Yo estoy confiando mucho en el abogado que ha
puesto el Sindicato; dile que espere y no desespere, muy
pronto estaremos juntos.
- Te noto tranquilo por ese lado, ¿cómo lo haces?
- ¿Viste la paila?
- Sí
- El contenido de la paila es un enigma; apesta a
azufre. Creo que lucha con la naturaleza del cuerpo
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
humano debido a su composición química; muchos creen
que es la causa para estar tranquilos y no pensar en mujer.
La despedida fue sin lágrimas, con mucha esperanza
en continuar gritando sus convicciones en plazas y calles;
también en cada salón, hacer realidad esa frase: «El SUTEP
luchando también está enseñando». Un fuerte apretón de
manos los separó; Wilmer caminó a paso ligero, pues ya
se escuchaban sonidos de barrotes; las rejas crujían, la pena
regresaba nuevamente a posesionarse de «CACHI», palabra
quechua que significa sal y raíz del vocablo que tenia por
nombre el lugar, donde se había construido una de las
prisiones de máxima seguridad en el Perú, más conocida
como Cachiche. Algunos internos, que aún no entendían
cómo habían llegado a la penitenciaria, se esforzaban en
salir de la depresión que padecían, enfermedad que los
internos comunes la identificaban con el nombre de «La
pensadora». En la parte externa del Penal, los cobradores
de las combis llamaban:
- Todo San Martin, agencias, San Joaquín…
- Cutervo, Acomayo, Parcona Tinguiña, ya se va, ya se
va.
Abordó un micro viejo, largo, de color celeste con
blanco, ya que su cobrador indicaba las agencias de Ica. La
temperatura empezaba a descender, los médanos poco a
poco tomaban el color de la chicha de jora; a pesar que el
sol dejaba su luz entre el desierto iqueño, Ica seguía siendo
cálida (Yunga) y misteriosa. Un gran trecho del camino era
tierra; el polvo se dejaba llevar por el viento haciendo a los
pasajeros cerrar las ventanas, ocultando el rostro con alguna
prenda. En la radio sonaba una canción de Chacalón:
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Canción del silencio
Era muy pequeño y muy travieso
No tenía padre solo a mi madre
Por qué Dios mío me has pagado así…
Al terminar la canción, en la propaganda radial se
promocionaba una fiesta en la bodega Lazo. La señorita
hablaba:
- Papi quiero chaca chaca, Papi yo quiero piscinazo.
La fiesta seria animada por Chacalón Junior. Al lado
de Tongo estaría el hijo de Lorenzo Palacios. Tongo cantaría
su éxito máximo dedicado a Juancito Morán, en el le pide
que ya no sufra más. Causaba algo de risa como la locutora
solicitaba piscinazo desesperadamente: será por el calor o
por otra cosa, reían. El cobrador pidió al chofer que le suba
el volumen, muchos de los jóvenes pasajeros comenzaron
a silbar.
El joven Wilmer no conocía la capital de la Región;
siempre viajó hacia el norte, pues su padre decía que en la
Capital se concentra la mejor enseñanza. Era el quinto hijo
de una familia de profesores y, como no hay quinto malo,
también era un buen maestro. Se había dedicado en los
últimos años a la investigación educativa; sus temas eran
Acreditación y Evaluación de la Calidad Educativa. En el
Perú recién se empezaba a hablar de Acreditación y
Certificación; pocos Maestros se mantenían al tanto de lo
que ocurría en el mundo. Él, sin embargo, tenía información
de todo el mundo: analizaba como, a partir de los 80,
también empezaba a Globalizarse a la par la nueva corriente
pedagógica conocida como Pedagogía Reflexiva Cognitiva
Constructivista, modelo que parte de la premisa de que el
niño solo construye su aprendizaje. Aparecía en España
75
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
en los inicios de la década. La Educación muy pronto
formará parte del mercado, decía, ya se podían ver en las
paredes de las Direcciones Departamentales de Educación
afiches con los términos «nuevos»: Excelencia,
Competitividad, Gerencia, Eficiencia, Eficacia, Paradigma,
Innovación, Reingeniería, Meritocracia; los jóvenes alumnos
recibían clases pensando en ser emprendedores. La
UNESCO, el Banco Mundial, el BID, estaban muy
interesados en esto. El estado peruano pronto será
privatizado; todas las palabras escritas en los volantes
estaban relacionadas al mundo empresarial. Se diseñaba
un plan de gerencia educativa dirigido a todos los
directores de los planteles educativos. En poco tiempo se
verán miles de instituciones privadas, la Academia de su
hermano tendría futuro; no así los niños pobres, quienes
tendrán que comprar educación, pensaba.
Pasó agosto, un mes donde las paracas han dejado
grabado su nombre; la ausencia de lluvia permite que
continuemos hablando de ella, gracias al lugar donde se
encontraron los restos de los primeros pobladores iqueños.
Ellos, muy cerca del mar, tocaron el viento con sus manos,
hicieron de la Paraka canción, con la quena cantaron su
gloria, fértil tierra de noble misión. Pampas inmensas,
cómplices del soplido del mar, con dunas más esbeltas que
las que existen en el Africa. La pequeña casa donde vivía
Cirilo había resistido al ataque de la naturaleza; sólo pudo
levantar este año del techo unos cartones que servían de
protección ante el intenso sol. El cartón grande, que vino
como envoltura de la refrigeradora, apareció en la casa de
una vecina; estaba tan bien ubicada en su cocina que se
76
Canción del silencio
quedó chitón por la sombra; no lo devolvió. El pequeño
de la familia era visitado constantemente por sus amigos;
también por Samuel Antezana, seudo-intelectual, que antes
de ser Profesor fue policía -por eso los del Club Social le
tenían confianza-; a través de él quisieron acercarse y darle
mucho apoyo a la familia: le traían libros de Riva Agüero
y José Antonio del Busto; por ese lado fluía la información
a Seguridad del Estado.
Se escuchaban las noticias; la más importante era la
captura de Abimael Guzmán, un Mollendino, maestro
universitario en la ciudad de Huamanga, un Dios para sus
seguidores. Cirilo lo miró enjaulado con traje a rayas y
señalando su sien, como quien dice ¡Esto nadie me lo quita!
Para muchos Politólogos la Guerra había terminado gracias
a un video, en el que se le ve celebrando a la cúpula
senderista; desde ese instante, las altas esferas
gubernamentales no movían un dedo sin antes filmar a sus
socios. No faltaban algunos que se beneficiaban de la
guerra y decían: todavía sigue, tenemos que enjaular a toda
la cúpula, a todos los mandos. El SIN ideó una estrategia
para seguir cazando a todo aquel que se oponía al gobierno
-como todo controlaban-; ni que decir de la prensa naranja,
con ella en los kioskos en el Perú no pasaba nada.
Promulgaron una ley llamada de Arrepentimiento,
consistiendo en otorgar libertad a los subversivos presos
si delataban a sus ex jefes. Los resultados fueron un alto
porcentaje de inocentes presos -la idea de salir de un
inframundo, hizo que muchos hablaran demasiado,
sindicando hasta a sus ex parejas-. En ese panorama de
lucha contrasubversiva se seguía privilegiando doctrinas
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
de contrainsurgencia, básicamente militar y policial. La
sociedad civil también actuaba militarmente a través de
las rondas, se había dejado la lucha política e ideológica,
los partidos políticos habían desaparecido, los sindicatos,
por ignorancia de Estado, también eran reprimidos -no
diferenciaban a la Izquierda dialogante, democrática y
moderna de la posición extrema del Maoísmo-. La
confrontación ideológica seguía ausente, si salías al frente
de los dos extremos eras hombre muerto. Cirilo entendía
muy bien lo que ocurría en Perú, podía ver el futuro de
nuestra sociedad sin ser un adivino, y por tales motivos,
se encontraba en la mira de la DIRCOTE.
Una tarde, fue llevado por su amigo Alberto a visitar
su casa; él no entendía como un chico con tanto dinero no
estudiaba en el colegio San Vicente, hasta entonces la
institución educativa donde se educaban los hijos de los
Presidentes de la Corte de Justicia, el hijo del Alcalde, los
hijos de los Catedráticos, los nietos de los Hacendados de
Ica y algunos hijos de Maestros de Escuela, que haciendo
grandes esfuerzos, enviaban a estudiar a sus hijos al colegio
católico. Conversando con la madre de Alberto, mujer con
mucha sensibilidad social, encargada de la ONG llamada
«Fundación por los Niños del Perú», en el Departamento
de Ica –cuya presidenta era la ex Primera Dama de la
Nación, una ciudadana Argentina que salió con toda su
familia exiliada a Colombia-, se pudo enterar que, su buen
amigo, había sido expulsado por el Director el día en que
el equipo de sus amores perdió el clásico contra
Universitario de Deportes; el mocoso se había bajado los
pantalones cuando, el 99% de sus compañeros, lo
78
Canción del silencio
perseguían gritándole ¡negro cochino! No era negro el
chibolo, en su piel estaba la muestra de todas las sangres:
la abuela de su padre fue mulata, violada en la ranchería
por el señor Euribe, venido de Jerez, el Califa Sevillano; él
fue quien trajo el mundo de los caballos, sementales
andaluces, preciosos corceles, cuya elegancia hasta ahora
se admira. Su caballo de pura sangre fue Campeón
Nacional; no aceptaron nunca la muerte del animal, a tal
punto que lo tuvieron disecado por cien largos años. Su
nombre traspasó las fronteras de los valles costeños; el «Sol
de Oro» fue símbolo del caballo de paso peruano por
mucho tiempo. El morenito, blanco de vergüenza, no pudo
ocultar su falta, ya que el mismísimo Director contemplaba
la escena desde el balcón, riéndose; su sonrisa rápidamente
cambio al ver los veinticuatro centímetros del alumno, a
quien apodaban «tres pilas». Se puso colorado, y para
disimular su alegría, se enfadó, se la agarró con el
muchacho. Tuvo que expulsarlo al José Toribio Polo, con
muy buenas recomendaciones. Muchos casos parecidos
ocurrían en otras instituciones, siendo el colegio de Cirilo
conocido como «La correccional», pues recibía a todo aquel
muchacho que deseaba estudiar; se hablaba que el más
vago de Ica podía estudiar, obtener buenas calificaciones
y triunfar en la vida. De la disciplina se encargaba el auxiliar
Cavero, que la pegaba de detective, visitando las casas de
sus alumnos. Durante la semana tomaba nota de quienes
se peleaban en los salones, muchos lo hacían por
molestarlo; en plena lucha gritaban su nombre, otras veces
se agarraban como jugando y decían: ¡Caverooooooo están
cachando! Doña Nelva Uribe mantenía comunicación con
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Doña Pilar Nores; la había puesto al tanto de la capacidad
asombrosa que exhibía Cirilo en todos los foros de la
ciudad, indicándole, también, que para el aniversario de
Ica, y con sus trece años a cuestas, daría una conferencia
titulada «Ica en la Guerra con Chile». Hasta el momento en
Ica no se había hablado de tal episodio, donde la clase alta
iqueña, se entregó al invasor Chileno, lo mismo había
ocurrido en Lima. Tal afirmación reflejaba la presencia de
personas pudientes, venidas desde Lima u otras partes del
mundo, como son las familias dedicadas a la vitivinicultura
peruana: Picasso, Truel, Gotuzzo, Montalbetti, Rubini,
Benavides, Malatesta, Guinocchio, Soldi, Villegas,
Malatesta, Olaechea, Zunnino, Fernandini , etc.
El contacto con su fundación se mantenía en el Perú,
con el apoyo de algunos de sus paisanos en la ciudad de
La Plata, al otro lado del continente; muchas abuelas
asesoraron a los peruanos en qué hacer con los niños
huérfanos de la guerra. Argentina todavía no encontraba
paz; pero sus madres, tenían mucho que decir por sus hijos
ausentes. Una familia argentina, de apellido europeo,
conocía el peligro que corren las personas con sed de
justicia; pedía que, con el niño, sus dos tías (Teresa y
Marisa) se embarquen vía Chile, hacia el País Austral. La
expulsión de un niño díscolo y rebelde como Alberto, hizo
que la familia Aquixe Aparcana pueda salir del país, donde
la guerra había terminado; sin embargo, para los militares
y el narcotráfico, les favorecía un pueblo militarizado,
siendo estos los vehículos por el cual era transportada la
droga, sacada del país hasta en el avión presidencial. El
viaje a realizar tendría que vencer muchos controles; sería
80
Canción del silencio
una odisea completa. Ambas jovencitas evaluaron la
posibilidad de realizar el viaje por tierra, en compañía del
niño Cirilo; concluyeron que era muy arriesgado; además,
su fuga sería pretexto para la policía. El tiempo pasaba y
ambos grupos estudiaban como ganar, uno de ellos cómo
meterlas a la cárcel, y el otro cómo salir del país con rumbo
a La Plata. El tiempo pasaba y la respuesta vendría por el
lado académico; los intelectuales argentinos se interesaron
por las investigaciones hechas por ambas jóvenes: Teresa
desarrolló un proyecto sobre Instituciones de Alternancia;
el objetivo era centralizar a niños de poblaciones dispersas
en una institución donde se les brinde una educación de
calidad, cama y comida; su permanencia seria de quince
días. En esa quincena, los maestros desarrollarán
habilidades para la vida. Un centro educativo internado,
teniendo que alternarse 15 días aprendiendo de sus
Maestros y 15 días los niños aprenderán de su comunidad,
saldrían a fortalecer sus costumbres, también recogerían
la sabiduría que aún persiste en nuestras comunidades
de la serranía, sobre todo aquellos pueblos cuyos padres
se dedicaban al pastoreo a más de 4,0000 msnm,
demostraba como las horas efectivas de clase se
multiplicaban, estudiando mañana y tarde , e incluso en
las noches antes de irse a dormir, recuperar la jornada
laboral completa era algo por lo que luchaban muchos
países del hemisferio, por eso su proyecto fue acogido por
la Universidad Argentina, obteniendo una beca. Marisa,
tenía un reconocimiento a Nivel Regional por su tesis de
graduación, en la cual introdujo en el país la importancia
de la Salud Pública, un nuevo enfoque de presentar la lucha
81
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
contra las enfermedades desde la prevención. Se acercaba
el aniversario de Ica, su alcalde tenia las cosas complicadas,
sobre todo del lado de las familias pudientes, dedicadas a
la agricultura; sus familiares, hace ciento trece años, se
habían entregado en cuerpo y alma al invasor del sur; los
chilenos, a su paso por Ica, fueron recibidos, aplaudidos y
apoyados por los Hacendados. Cirilo, por seguridad, se
encontraba viviendo en casa de su amigo Alberto en la
Angostura; precisamente allí se había enterado de muchas
cosas de ésta triste parte de la historia Iqueña. Un hijo del
Historiador de la Ciudad, que había trabajado sacando
huacos con Picasso, confirmo las hipótesis de sus
investigaciones sobre algo que nunca escribieron los
estudiosos iqueños. Mientras los montoneros de Parcona,
Tinguiña, Pueblo Nuevo, Los Molinos enfrentaban al
enemigo, los notables o personas importantes de la ciudad,
viajaban en el tren de Ica a Pisco con el ejército del país del
sur, siendo atacados por los patriotas iqueños en las Pampas
de Villacuri. Ellos se habían presentado ante el Alcalde;
muy temprano se reunieron las familias Elías, Olaechea,
Picasso, Panizo, Bernales, Benavides, Cabrera, Oliva y un
tal Carrión, dueño de hoteles en la ciudad, con la finalidad
de suspender la conferencia programada con motivo de
las celebraciones del aniversario de la ciudad; el Despacho
del Alcalde Sotíl quedo chico ante la presencia de sus
amigos. Conversaron cerca de una hora, buscando motivo
para suspender la disertación de Cirilo, que iba a tener
como tema la Guerra del Pacifico; no encontraron
justificación alguna. A pesar que llamaron al general de la
XX Comandancia de la PNP, obligados por la premura del
82
Canción del silencio
tiempo, quedaron en reunirse por la tarde en el Club de
los Viejos. Ese mismo día, aproximadamente a las once de
la mañana, después de una larga espera, las Hermanas
Aquixe pudieron ingresar al Despacho del Burgomaestre;
ellas estaban preocupadas por la documentación del niño,
quien no tenía partida de nacimiento para poder viajar. El
Alcalde se mostraba muy sonriente y atento; al escuchar la
petición y conocer del urgente viaje, llamó al registrador;
hablaron del caso. El señor que trabajaba fotocopiando
partidas, al ingresar, saludo a ambas hermanas; las conocía,
ya que vivían en el mismo barrio. Era bajo, atento, con lentes
gruesos y siempre se movilizaba en una bicicleta. Las
chicas, asiduas a participar de las reuniones con los vecinos,
eran bien queridas; ahora se trataba de apoyarlas. Con la
voluntad interesada de la Autoridad Edil, pudieron
inventar una partida para Cirilo, con los apellidos y datos
que Teresa les pedía. El Señor Alcalde de la ciudad, no
encontró mejor motivo para pedirle que abandonen lo más
rápido posible la ciudad, llevándose al chico fuera del país,
para lo cual le prometió que mañana, a esta misma hora,
les firmaría el documento con el nombre que ustedes
pidieran. Con ello quedaba demostrado cómo la cultura
cívica y política de nuestra región es el origen de nuestra
dependencia, pues seguía siendo atrasada y mezquina.
Quedaba una semana para alzar vuelo a tierras gauchas, y
en lugar de homenajear al niño, el alcalde ya quería votarlo
por presión de la «élite» iqueña, que no permitía manchar
el honor de sus familias. Margarita ya tenía los insumos
para la confección de la obra cultural de su hermano: se
iba a reescribir la Historia Iqueña de la mano de un
83
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
intelectual del pueblo. En la Radio «Ica», un locutor
llamado Rodolfo Chalco Cueto hacia propaganda a la
Conferencia: hablaba con una voz radiofónica, elegante y
bien articulada. Él no conocía lo que venía pasando la
familia Aquixe.
- Si no conocemos nuestra historia estamos perdidos,
no sabemos nada…
Cirilo no se acostumbraba a vivir como rico; la
cantidad de fruta que encontrada en la mesa de la familia
Uribe lo dejó asombrado, al mismo tiempo que contento.
La mamá de Alberto le decía que tome los alimentos que
quiera de la mesa. La angostura recibía, al finalizar el año,
a los Ejecutivos Nacionales, organizados a través de CADE.
Dentro de aquella urbanización se ubica un Hotel cinco
estrellas; los turistas que llegaban a Ica, lo primero que
hacían era salir a pasear por las dunas, visitar el bar y
bañase en la piscina. Alberto era cuñado de un vocal
supremo, natural de Pisco, llamado Alejandro Domínguez
Medrano; aparte de ser abogado de éxito, enseñaba en los
Institutos Armados; fue ahí donde conoce a Vladimiro
Montesinos y se hacen muy buenos amigos. Cirilo mantuvo
en silencio la relación de su contemporáneo con el
magistrado, que entre otras cosas, le contó, el día martes
de esa semana de opulencia, cómo su hermana pudo
abstenerse de tener relaciones sexuales hasta los
veinticuatro años; sin ningún problema, ese día se habían
quedado solos en casa, ambos volvieron del colegio
hablando acerca de las infecciones de transmisión sexual,
eso de la abstinencia como mejor método de protección
los dejo pensando. Entonces, Alberto dijo que su hermana
84
Canción del silencio
estuvo pita hasta los veinticuatro años, y le contó como «el
chino» llego a enamorarla y desflorarla.
Ella estudiaba en el pedagógico de Monterrico; su
sueño era ser Ministra de Educación. Tenía una amiga de
nombre Leydi que le gustaban mucho los militares, por
eso, cada vez que salían a pasear los domingos, iban por
Chorrillos a ver a los uniformados. La amiga era una
jovencita académica, callada pero con esa debilidad: al
verlos vestidos y con gorra se transformaba, dejaba la
timidez y les sonreía. Un día, pasando por la puerta
principal, ambas no advirtieron la presencia de un carro
marrón, bastante largo, que estuvo a punto de atropellarlas.
El vehículo llegaba raudo, ya que uno de sus ocupantes
tenía una reunión muy importante; el chofer, bastante
experimentado, pudo frenar a tiempo, golpeando
suavemente a Leydi, que cayó al piso gritando. El Abogado
que siempre viajaba en la parte posterior abrió la puerta
del auto, conjuntamente con el chofer interrogan a la chica;
después de estar seguro de la escasa gravedad del
accidente, se da cuenta de la presencia de la acompañante
de la agraviada, la saluda atentamente mirándola de arriba
hacia abajo. Gudelia, mucho más tranquila por saber que
el incidente no pasó a mayores, también miró con agrado
al personaje -un hombre alto, de ojos grandes y redondos,
corpulento, muy locuaz-. Entablaron conversación, el
magistrado se olvidó, por un instante, de la reunión al
quedar prendido de la sonrisa fresca de la joven estudiante;
le pidió el número telefónico de sus casa y del Instituto,
mintiéndole que era para saber cómo evolucionaba Leydi
del pequeño golpe sufrido. A la semana doña Nelva recibe
85
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
una llamada de Lima de un señor que preguntaba por su
hija: la había llamado al Instituto, pero no pudo ubicarla.
Leydi aprovechaba la amistad de tan influyente persona
para postular a la Escuela de Oficiales de la Policía; era
ella quien lo mantenía al tanto de los pasos que daba su
amiga, por ella el seductor magistrado se había enterado
de la presencia de Gudelia en la cálida Ica. La perseguía
por aire y tierra tan sólo por el hecho de ser casta: estaba
obsesionado por desflorar a una mujer; nunca lo había
hecho y ahora, que tenía poder, quería experimentar eso
que se ve en las películas. Pero ante la pregunta de Cirilo
de cómo sabia ese señor que tu hermana era virgen, él le
respondió: por los datos que le había dado Leydi pues,
esa chica hablaba de todo, y como estaba agradecida por
su ayuda en el examen de ingreso a la policía, le contó todas
las intimidades de mi hermana. Cirilo se mostró interesado
en la historia, y sonríe. ¿Después qué paso? Ocurre que
mamá había indagado quien era el señor que llamaba tanto
a su hija, como toda madre es alcahueta cuando le conviene,
le llegó a pasar la voz. Mi hermana ya se estaba olvidando
del Pisqueño. En aquella conversación él le dice que venía
al Colegio de Abogados a hablar sobre «Delitos de traición
a la patria», y que quería verse con ella para platicar acerca
de un trabajo en el PNUD; le dijo que Naciones Unidas
estaba muy interesada en invertir en Educación, sobre todo
en lo relacionado en Derechos de los niños y adolescente,
por lo cual necesitaban estudiantes o profesores voluntarios
egresados del Instituto Monterrico. Ella aceptó la invitación;
antes tuvo que ir a un Hotel Campestre a verse con él. El
lugar se ubicaba fuera de la ciudad, en el barrio Los Patos,
86
Canción del silencio
muy cerca del rio Ica; se llamaba «La posada del Sol», y
contaba con campo de aterrizaje; las avionetas realizaban
viajes hacia Nasca y hospedaba a muchos turistas deseosos
de conocer las enigmáticas líneas. Conversaron en el amplio
restaurant muy cerca de la piscina, desde ahí se podía
observar toda la belleza del valle; ella, por encargo de mi
mamá, le había llevado dos botellas de pisco elaborado
artesanalmente por el abuelo, como regalo por la
recomendación que iba a recibir ante Naciones Unidas nada
menos. La verdad que mi hermana, aquel día, por el Pisco,
perdió todo, la timidez primero, después todo lo que tenia
bien guardado.
- Jajajajajaja -rió Cirilo, sin ninguna privacidad no creo
ah.
Seguía contando el pendenciero muchacho. Mientras
el cielo cambiaba de color, las nubes se encendían
presagiando un gran incendio en el mar, la tarde finalizaba
y ellos no se dieron cuenta del paso del tiempo. No, ahí no
fue, continuo el anfitrión: según mi tío, que tiene
predilección por los atardeceres, ese día la vio por la
Huacachina, a eso de las seis de la tarde, coincidentemente
con el día de la ponencia de mi cuñado; me dijo que Gude
caminaba diferente y que Alejandro la llevaba tomada del
brazo, los dos caminaban muy despacio.
- Entonces fue en la Huacachina, entre toñuces y arena
-acotó Cirilo.
- Cien por ciento -respondió Alberto.
El cuñadísimo se apareció un sábado, con un
pingüino de regalo a Doña Nelva; desde esa oportunidad
87
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
no dejó de venir a ver a su china. Siempre venía, Ica era un
lugar perfecto para disipar las tensiones políticas; le
gustaba la vida bucólica. La hacienda familiar de los Uribe
se ubicaba en el sector Chanchajalla en el distrito La
tinguiña, se llegaba por el camino que conducía a la
Hacienda Tacama y Los Molinos; los terrenos de cultivo
eran extensos: existía una pequeña huerta con muchas
variedades de fruta. La dueña, en sus visitas que realizaba
los meses de enero a Marzo, les advertía que no debían
agarrar la uva Italia. Ella envolvía sus uvas en papel
periódico, después de echarle un polvillo blanco, según
su hijo era para que los peones no comieran; era su forma
de proteger sus cosas sin medir consecuencias. Una mañana
tuvieron que llevar de emergencia a Juan, el hijo del
guardián de la hacienda, quien había comido la uva; el
pequeño era gordito y el hambre lo obligó a tomar un
racimo de la parra, que se extendía al borde de una acequia.
El Chino, todas las veces que visitaba la Hacienda, se ponía
a hacer tiro al blanco sobre un eucalipto -la planta gigante,
de tallo grueso, creció justo a orillas del terreno de cultivo-
; desde el patio de la casa hasta el blanco eran
aproximadamente cien metros, desde esa distancia no
erraba ni un solo tiro. Muchas de las reuniones tenidas en
la mansión, nombre como se le conocía a la casa ubicada
en la residencial La angostura, habían contado con la
presencia de Vladimiro Montesinos, hombre que, según la
prensa de oposición al Gobierno, era el poder detrás del
trono. Alberto era el engreído de su cuñado, esa cercanía
le permitía escuchar de todo lo que hablaban en sus pláticas
informales, sazonados con el buen pisco y la sabrosa
88
Canción del silencio
cachina; en una de sus conversaciones, Alberto se pudo
enterar por qué llamaban chino a su cuñado, si no lo era.
Lo que pasaba era que, el orgullo del «Doc», y
especialmente de ellos dos, era reventar a cuanta mujer le
presentaran; si eran puras enloquecían y no paraban hasta
contabilizar sus hazañas de alcoba. Para Alejandro,
desflorar a una iqueña de veinticuatro años fue una gran
hazaña; por fin pudo conocer una mujer madura, casta, y
chinita. Por eso le decían «chino».
En la noche, después de cenar, Cirilo pudo visitar
la biblioteca de la casa; fue llevado por la criada, pues el
resto de la familia tenía la creencia de que en ese lugar
asustan. El propietario de la colección de más de diez mil
libros, estudió Derecho en la Pontificia Universidad
Católica del Perú; se graduó de abogado pero nunca
ejerció una defensa, vivió de sus rentas administrando sus
predios. El muchacho quedo maravillado con la colección
de todo el siglo de oro español: estaban en desorden, pero
muy bien conservados por la culta señora que limpiaba
el lugar. La distinguida dama era natural de Sonconche,
hablaba muy bien el quechua. Cirilo, en muchas de las
partes de la conversación se mantuvo callado, no le quiso
decir que conocía su pueblo, pues cuando era pequeño
pasaba por ese lugar para dirigirse a Huackalla; sus
recuerdos afloraban, añoraba la sierra cuando hablaba de
la Provincia Lucanas; además, siempre, cuando comenta
algo de allá, sus interlocutores le preguntan: ¿Quiénes
son tus padres?, ¿Hijo de quién eres tú? Eso lo hacía sentir
como un advenedizo. Él empezaba a extrañar a su familia
cuando observaba las muestras de afecto, brindadas a su
89
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
amigo; continuaba pensando y preguntándose cuál será
la diferencia entre el abrazo de tu madre con la de otras
personas. Aunque buenas y comprensivas, muchas veces
descubría diferentes tipos de sonrisas en los abrazos. Doña
Prospera, había conocido el estudio desde pequeña, en
su pueblo leía muchas horas al día, los libros eran traídos
por el Cura Guillén, contaba con sesenta años, llegó a Ica
desplazada por la violencia en los andes. Ella al mostrarle
las tragedias de Sófocles, esquilo y otros Griegos, pudo
recomendar libros, algo que solo hacen los grandes
lectores. Cirilo entendió eso y se pusieron a conversar
hasta la media noche. Su mente entro en un dilema: si
pudiera quedarme en este lugar, luego pensó que no era
su casa; por momentos no comprendía su destino. En un
pequeño instante se distrajo y recordó a uno de sus más
queridos profesores. El Maestro le había dicho: caminas
como un huérfano pajarillo en tierras extrañas Cirilo,
ánimo, demuestra que eres de la sierra. Los docentes de
una u otra forma habían llegado a Ica, se reunían los
sábados en alguna actividad deportiva, conformaban
Asociaciones de residentes, se aglutinaban para ayudarse
mutuamente y celebrar sus fiestas costumbristas a lo
grande. La señora Prospera pudo darse cuenta de lo que
pasaba en la mente del muchacho, le dijo: Lo que tienen
aquí es un tesoro, pero no lo saben valorar; ésta biblioteca
era personal cuando vivía su dueño, ahora debería ser
pública o estar en alguna Universidad del Perú. Mira esta
colección de la Editorial Aguilar, bellísima no, con esa
actitud conquistó la alegría del adolescente, que sonreía
cada vez que cogía un libro: su forma de tocar los textos
90
Canción del silencio
le parecía a la de un filósofo Ayacuchano que conoció, y
donó su biblioteca personal a la Universidad San Luis
Gonzaga. Hoy, esos libros no existen; hasta de su nombre
se olvido la primera casa de estudios del Departamento.
Le contó a Cirilo que, cuando estaba intacta la Biblioteca,
un estudiante universitario descubrió era el mejor lugar
para aprender, dejó de asistir a clases y leía como loco;
entonces el bibliotecario, que no leía nada, opto por
prestárselos; después de algunos días lo devolvía. Antes
de entregarlo, le hacía un comentario de quince minutos;
el señor, que lo apodaban el «charapa», encargado de la
biblioteca, le daba cuanto libro le pidiera, pues con el
resumen de la obra, él se interesaba y empezaba a leer.
Ahora es uno de los pocos escritores que tiene Ica; empezó
escribiendo poemas de amor, luego un libro de cuentos y
después una novela corta. Escuchaba atentamente a la
señora, luego hablaron de unos libros que habían leído
ambos; las preguntas que hacía eran correspondidas muy
atentamente. En un pequeño silencio, empiezan a caminar,
recorriendo el estudio del doctor. En la sección de libros
que correspondían a la lucha emancipadora, se interesó
demasiado en los volúmenes de la «Historia General del
Ejército Peruano», de un color vino tinto, en cuya portada
se podían leer los nombres: Juan José Vega, Atilio Sivirichi
Tapia, Franklin Pease, Luis Durand Flores, Gustavo
Bacacorzo, Ella Dunbar Temple y José Tamayo Herrera.
Tomó los dos que decían: «El ejército en la independencia
del Perú». Tenía pendiente la conferencia sobre la guerra
con Chile y no quiso tomar más libros para llevárselos a
su cuarto. Al igual que el muchacho de la biblioteca de la
91
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Universidad, ella se los daría para su cuarto, vulnerando
algunas normas, y le dijo:
- Te los doy porque aquí nadie lee, es una lástima
que no le presten atención a tan buenas obras. Muchos
fueron comprados y no han sido abiertos hasta ahora por
sus dueños.
- Pero usted si los abre doña Prospera.
- Si claro; pero en éste caso hablo de los dueños
- Se nota en sus palabras que tiene amor por los libros
-expreso el chiquillo.
El equipo de la DIRCOTE se había mareado con la
ubicación del niño; no así de las hermanas Aquixe, que eran
seguidas por personal simulando vender cancha volteada
en la esquina del puente Grau, sitio obligado por donde
tenían que cruzar para dirigirse al centro de la ciudad.
Algunas veces salían temprano y cruzaban el río, por unas
escaleras hechas de llantas de carro, las que la población
de pasaje La Tinguiña había amarrado y colgado; de esta
forma se podía vencer el inmenso muro de concreto que
protegía a Ica de las inundaciones. De regreso a casa siempre
pasaban por el puente, parándose a comprar su bolsita de
cancha salada. El policía de la carreta se mostraba apacible
con ellas. Doña Nicolasa lo había descubierto al hablarle
en quechua, no entendía ni pío -ser el único canchero que
no habla quechua era muy raro-. Además, sólo vendía, no
tostaba; su primus siempre estaba apagado. En la casa,
como medida de seguridad, todos los diálogos fueron en
el idioma nativo. En el barrio, todas las familias hablaban
quechua, incluso pensaban que debieran escribir en
quechua, pues todos los lugares de Ica tenían nombre
92
Canción del silencio
quechua, el escudo de la Universidad decía en su parte
inferior «Ica Hatun Yachay Huasi». Margarita, la hermana
de Magno, era artífice de tal identidad. Ella y su madre
continuaban viviendo con la familia Aquixe, tenían como
visión tomar un terreno en el pueblo joven Señor de Luren.
Los cerros empezaban a poblarse de gente, las dunas más
elevadas, en los alrededores de Ica, llegaban a tener como
corona un reservorio de agua; algunas familias, que
procedían de las alturas de Huancavelica, se quedaban en
los distritos Parcona y Tinguiña; otras, que procedían de
Apurímac y Ayacucho Sur, empezaban a plantar sus esteras
al lado del cerro Saraja. Como crecía la ciudad sin control,
avanzaban hacia el norte, uniéndose con el distrito
Subtanjalla; al mismo tiempo Fonavi y San Martin
desaparecieron la línea divisoria entre el Distrito del
Cercado y San Juan Bautista. La inmensa pampa llamada
«Los Gentiles», antes de los ochenta, tenía como visitantes
a sólo veinte familias; al iniciar los noventa había pasado
las mil; ahora estaba llena de gente amedrentada por la
violencia en los andes peruanos. Al sur de Ica, las antigua
Hacienda La Palma, ya se encontraba repleta; la urbe tuvo
que cruzar la panamericana para seguir creciendo. La
ciudad Universitaria actual empezaba a funcionar, dejando
sus céntricos locales. El crecimiento de Ica era horizontal,
sobre la base de arenales y tierras de cultivo, que eran
vendidas por la escasez de agua en el valle; los terrenos
cercanos a la ciudad elevaban su valor. Sobre el oeste, la
urbe miraba hacia Huacachina, que por ser turística era más
anhelada para vivir; al otro lado del cerro se encuentra la
Tierra Prometida, ciudadela ubicada en la ruta de los
93
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
pescadores de Comatrana. Al saber de la huida de las
Aquixe, Margarita, ya sin Cirilo, tomaba la decisión con su
madre de irse a vivir en un lugar llamado «Virgen Asunta»,
pueblo joven donde los desplazados continuaban en su
lucha por no ser excluidos; dejar de ser sospechosos,
aportando con sus conocimientos en la construcción de una
sociedad sin antagonismos. Aunque todavía quedaban
rezagos de racismo, la familia Pariona no padecía de ese
mal por su piel clara y trato amable, por expresarse con
ternura y cariño a todos los de su barrio; sin duda, tanto
sentimiento venia de su idioma madre o primera lengua,
aunque era imposible controlar el mote de doña Nicolasa
que, según Cirilo, era un problema Lingüístico.
Comenzaron a habitar en el arenal, primero en esteras. Al
lograr vender algunas propiedades en su natal Pukio,
construyeron dos piezas de adobe, su dinero le alcanzó
para comprar el lote contiguo; el supuesto dueño tenía lotes
en todos los lugares, era un traficante de terrenos, sin
trabajo conocido. Doña Nicolasa, al conectar su instalación
de agua en plena duna, logro verdear un buen espacio con
flores que le habían regalado a Teresa en la residencial;
otras plantitas fueron traídas por paisanos suyos desde San
Pedro, Cceronta, Santa Lucia, Sonconche y Laramate. Las
flores silvestres de la serranía se lucían en los jardines de
la costa, sobresaliendo el rojo de la Kantuta y el amarillo
del Suncho, el aroma de las retamas no duraron mucho; el
intenso calor las mantenía marchitas siempre. En cambio,
las rosas y las espinas eran beneficiadas con el clima. Al
frente de su casa se elevaba una duna bien grande, que
servía de mirador de la ciudad; en sus faldas crecían
94
Canción del silencio
huarangos de tallos gruesos. Los habitantes de la nueva
Ica, subían a la cumbre; pero nadie se atrevía a pensar, en
la explosión demográfica, solo decían: «Tantos serranos han
bajado». En ambos extremos y siempre mirando hacia la
salida del sol, se puede observar todavía estos arbustos,
¿fueron sembrados o nacieron para adornar al cerro que se
veía imponente? Algunas amistades cercanas de Los
Pariona llegaron a decir que, los huarangos, fueron
plantados adrede por Dios, bendiciendo de esta forma a
la Naturaleza. Un día, la casa construida tembló como si
tuviera frio, la tierra había temblado suavemente, poniendo
de rodillas en su hermoso jardín a doña Nico.
En último día de Cirilo en Ica, muy temprano, Teresa
y doña Nelva, conversaron, Cirilo sabia de esa reunión; pero
fue nublado por tantos libros encontrados al lado de una
nueva amistad. Las conversaciones se dieron en simultaneo:
en la biblioteca, Cirilo y doña Prospera; en la sala, Teresa y
Doña Nelva. El muchacho desconocía de todos los trámites
hechos por la Fundación. Mientras tanto, en Lima, el SIN
centralizaba la información de todos los Institutos Armados;
decidieron que era bueno para el Gobierno tener al niño y
las Hermanas fuera del País. Se habló del Plan Cóndor. No
sería una extradición, ni desaparición; todo ello se vería como
una beca de estudios. En la Argentina existía un Partido
similar en todo al de Perú, con la colaboración de ellos se
mantendrían informados. Eran tan similares en la política
Económica, en quedarse solteros los Presidentes o haber
votado a sus titulares esposas, reelegirse por dos períodos,
y otras más como la corrupción. Esa fue la decisión del jefe
del Servicio de Inteligencia; la hizo con total apatía. Sabía al
95
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
milímetro las cosas que ocurrían en Ica y el país, como
también conocía la familia y la casa de donde partirían los
expatriados. No se tocará ni un pelo a las jóvenes y el
muchacho; al contrario, el Gobierno aprovechará para sacar
un titular «Convenios Educativos entre el Perú y la
Argentina». La noticia aparecería un día después de la
partida en todos los diarios «Chicha». Temprano, a eso de
las ocho de la mañana, Cirilo pudo hacer el viaje esperado
hacia la laguna «La Huega» gracias a Alberto, quien,
conocedor del cambio de domicilio de su amigo, se
encontraba algo triste. Él pidió al chofer del Jeep negro
preparar la maquina, después del desayuno partirían a visitar
dos de las lagunas mencionadas en el cuento Orovilca. El
ejemplar que le regalara don Edilberto antes de abandonar
Pukio, apareció en sus manos, miró el libro y pensó: Si nos
da tiempo deseo visitarlas a todas. Unas bocinas potentes
les daban el aviso: el paseo estaba por iniciarse. El verdor
del patio, las flores al lado de la vereda, y la bulla de los
pingüinos acompañaron a los niños. La madre de Alejandro
se acerco al chofer para darle algunas recomendaciones,
partieron ambos pensando en las clases del día, los
profesores preguntarán por ellos, extrañaran su ausencia,
llevaran las respuestas a tantas preguntas hechas en la clase
anterior, se olvidarán pronto de la dupla. El sol disipaba las
nubes en el cielo iqueño, el chofer, luego de cruzar la
tranquera de fierro en la puerta de ingreso y salida, se quitó
el gorro. El piloto era parco, de cabellos cortos, lentes negros
con montura amarilla, cuerpo atlético y nariz de cóndor.
Cirilo, ubicado en el asiento de copiloto, quiso darle
conversación; el circunspecto conductor movió la cabeza, era
96
Canción del silencio
de poco hablar y sobre todo cuando manejaba. Alberto lo
conocía bien, por lo que se puso a leer el libro, que tenía por
nombre «Agua y otros cuentos indígenas», que Cirilo había
dejado en el asiento posterior; nunca se sentaba al lado del
chofer, porque le resultaba aburrido. Ante una pregunta en
quechua de Cirilo, el piloto de la maquina, que lo llevaba a
ver un pedazo de desierto, contesto risueñamente. Alberto
se sorprendió de tal afinidad entre sus compañeros de viaje,
sorprendido de la fluidez de la conversación en un idioma
que no entendía. Alberto nunca supo lo que conversaron,
en aquel pequeño viaje, el nuevo chofer y su amigo. Lo que
sí entendió fue el corto tiempo que llegó a laborar en su
casa.
La ruta a la Huacachina seguía de frente; tomaron la
desviación a la mano izquierda y pudieron ver como
decenas de parejas se escondían entre el valle y el desierto.
En la ruta ya no transitaban turistas o familias, ahora lo
hacían los enamorados para ahorrarse un hotel y los
camiones para depositar la basura. La Huega era un relleno
sanitario, lo único que quedaba de aquella laguna descrita
en el cuento eran unos camerinos de cemento, parecidos a
los actuales, donde la gente se cambia para entrar a bañarse.
No quedaba nada de su encanto; estaba llena de latas viejas
y chancadas, cenizas, trapos rotos, desperdicios electrónicos
y unos cerdos en busca de comida. Sus hocicos escarbaban
y sólo lograban pintarse la cara con un color negro. En sus
orillas se habían instalado corrales de lechones. Al
encontrarse con una pista de asfalto, que subía por el lado
oeste de la duna, pudo advertir el camino hacia Orovilca;
ascendió la duna saliéndose del camino y trepó la más alta,
97
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
que circundaba la laguna. Recordó una de las cartas de
Arguedas, en la cual manifiesta su deseo de venirse a bañar
aquí, en la laguna que ya no existe, convertida en relleno
sanitario. La laguna preferida de José María Arguedas
estaba frente a él; la imaginó brillante, en el centro braceaba
con euforia el Tayta; un día de noviembre de 1942, el escritor
de «Todas las sangres»,se tendió sobre la arena quemante
mirando al sol, el silbido del chaucato entre los árboles lo
hacía sonreír como loco; esa era la señal que el agua existe
todavía en las profundidades. El chofer, montado en la
máquina, trepaba haciendo ruido; lentamente se
desplazaba por el cerro, aproximadamente dos metros de
arena cubrían la pista de asfalto que conducía a Orovilca.
Los dos quechuahablantes olvidaron al otro integrante de
la tripulación; el zambito estaba sentado debajo de un
huarango leyendo plácidamente. Era tanta su concentración
que no sentía las picaduras de los mosquitos. Al terminar
la lectura lanza un grito, comienza a correr con dirección al
Jeep ante la pregunta ¿Dónde está Cirilo? El chofer levanta
la mano, indicándole con su dedo la dirección oeste, punto
cardinal donde se divisa el interminable desierto. Allí, en
la cima, el pequeño investigador lanzaba palabras en
quechua al viento, el mismo que soplaba cambiando de
lugar, siendo el más intenso el de sur a norte. Continuaba
alzando los brazos sobre múltiples direcciones, hacía venias
de saludo, el sentir los rayos del sol, en su máxima
expresión, lo había extasiado. Alberto alcanzo la cima, lleno
de arena, las tenía hasta en las orejas; ni que decir de su
cuero cabelludo, al encontrarse a un metro de su amigo, le
dice:
98
Canción del silencio
- He esperado trece años para leer una buena especie
narrativa, nadie me había hablado de la existencia de éste
cuento. Es hermoso como describe la naturaleza, uno desde
aquí puede sentir el canto de las aves; aunque ya no estén
los patos, lo puedo ver nadando, al igual que puedo sentir
el fuego del sol. Vamos hacia Orovilca, aquí dice que está
al sur oeste. Vamos. Vamos. Vamos.
Mirándolo con total regocijo, no sólo por descubrir
que a uno le gusta leer cuando el recuerdo está presente
frente a tus ojos, sino por la experiencia placentera que logra
el texto en los niños. Lo había escuchado siempre de sus
maestros, las lecturas deben ser parte de la experiencia,
que forme parte del contexto es importante. Mientras que
el dueño de la máquina cuatro por cuatro le hacía señas al
chofer, para que continúe avanzando por la duna rumbo a
la siguiente laguna, no dejaba de pensar en el valor del
mensaje, expresado con tal sentimiento hacia la tierra, al
igual que el narrador testigo se había convertido en un
adicto a las apariciones e invenciones, señalando que
cambiaría el libro por el moderno vehículo. Ambos son
inventos del hombre, pero solo uno lo alimenta
espiritualmente. Cirilo se mantuvo callado, pues entendía
claramente el por qué de las desapariciones de las lagunas;
bajaron revolcándose en la arenilla, llegaron al borde de la
camioneta, el encargado de la máquina les pidió por favor
que se limpien bien, que suban con la menor cantidad de
arena posible. Antes de subir, Cirilo volvió hablar en
quechua con el piloto. Habían decidido por mayoría volver
a la casa de Alberto. Le habló con el libro en la mano a su
amigo, le dijo que sería una pena no verla como la describe
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Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Arguedas; igual a nuestra primera impresión de la Huega,
se nos caerían las lágrimas. Ahora tú podrás venir, en
compañía de nuestros compañeros de clase, a conocer
Orovilca.
En Ica el agua es bendita, el preciado líquido no
necesitaba discurrir por unos surcos, existían grandes
puquiales, y en el desierto sólo la humedad era
suficiente para dar vida; estaba a escasos metros de la
superficie, se escarbaba tres o cuatro metros y
encontraban agua. Fue descendiendo en épocas de
sequia, tus antepasados tuvieron que construir la
Achirana para dotar de agua al valle. Los españoles, al
llegar, cambiaron el curso del río; se dieron cuenta del
espléndido clima, de las fértiles tierras. J. C. Mariátegui
en su ensayo «El problema de la tierra», al hablar de la
gran propiedad y el poder político nos dice: «La
concentración de la propiedad agraria en la costa ha sido
la necesidad de los propietarios de disponer
pacíficamente de suficiente cantidad de agua. La
agricultura de riego, en valles formados por ríos de
escaso caudal, ha determinado, según esta tesis, el
florecimiento de la gran propiedad y el sofocamiento de
la media y la pequeña». Entonces, cuando venía el agua
por el río no tenían problema; en cambio, en el curso de
la Achirana si lo habían, pues sus constructores, los
indígenas de Tate, no tenían agua debido a que los
hacendados se habían ubicado en las cabeceras del valle,
es decir, en Los Molinos, Tacama, La tinguiña. Entraron
en conflicto, debiendo intervenir el Estado. Entonces
empieza la corrupción, ya que los encargados de
100
Canción del silencio
administrar el agua eran sobornados con dinero,
permitiendo que los hacendados abran las compuertas.
Empieza a morir gente en la lucha por el agua, los
campesinos se sublevan ante las autoridades. Empieza
la ampliación de la frontera agrícola por el sector Pampa
de Los Castillos, las tierras se comienzan a regar con
agua del subsuelo; llegó la tecnología, las famosas
motobombas; otro problema, los hacendados tomaban
posesión de terrenos de la comunidad y bombeaban, por
la noche, terrenos que pertenecían a Tate, Pueblo Nuevo.
Las comunidades de indígenas se ven obligados a
ampliar el cauce hacia la Pampa Los Castillos. Con un
río seco diez meses, y tan sólo con dos meses de agua
de avenida, las Autoridades Iqueñas inician las gestiones
para derivar las aguas de las lagunas Choclococha y
Orcococha al río Ica; en realidad retomaban las gestiones,
ya que los estudios empezaron a hacerse desde 1868,
cuando Balta gobernaba el Perú. Imagínate, tardaron
ciento nueve años en llegar las aguas de las lagunas
ubicadas en la Región Huancavelica; después de esa
cantidad de tiempo comenzaron a discurrir aguas
cristalinas por el río Ica. No fue suficiente, nuevamente
los que más tienen se agarraron las aguas sin haber
puesto un centavo. Proliferaron los pozos tubulares, la
napa freática comenzó a descender al mismo tiempo en
que se fueron secando las lagunas. Te hablo de Ica
Provincia, debes saber la relación que tiene el río con
las poblaciones de Nasca y Palpa, en la parte sur de la
Región. El Río Grande de Palpa abarca una inmensa
cuenca colectora de 9,967 Km, un poco menos que la del
101
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Santa. Tiene el mayor número de afluentes, irrigando
naturalmente 29,900 km, hasta cuatro veces más que El
Santa, y superando a los ríos de Chira y Piura. Imagínate
cómo entendía el futuro Mariátegui. Hace muchos años
escribió en sus siete ensayos, hablando sobre
regionalismo y centralismo: «El desarrollo de los centros
productores de la sierra, depende de la salida al mar».
Alberto Casavilca Curaca, en su libro Apuntes
geográficos e históricos del Departamento de Ica, dice:
«En el estudio de estas características se pueden basar
las perspectivas de irrigación y desarrollo económico,
para la monografía comercial y financiera de la costa.
Ahora que se pretende comercializar con el Asia, vía el
puerto Marcona, encontramos una real coincidencia -
Alberto movía la cabeza, entre si decía: ¿Quién será ese
Mariátegui? ¿Estará vivo o muerto? - Eso no es nada,
también escribió el Amauta, en ese mismo Ensayo, algo
que los políticos de la Globalización lo están
proponiendo como suyos: «La distancias interandinas
son mayores que la distancia entre la sierra y la costa».
Hasta ahora no existe la carretera Interandina. Por eso,
aún, no se entiende el desarrollo de los pueblos de la
Sierra y la migración actual. Al terminar de dar su
explicación, en pleno desierto y divisando el inmenso
valle, la piel de Cirilo parecía estar al rojo vivo; su piel
blanca se había vuelto roja, y Alberto bebía
desesperadamente una Inca Kola, que al rosear un poco
en la arena levantó humo. Subieron al vehículo
todoterreno y, nuevamente, comenzó la conversación en
quechua entre Cirilo y el Chofer. Alberto no escuchaba
102
Canción del silencio
nada, se sumergió en otra lectura, esta vez, un cuento
titulado «Los Escoleros»; el texto formaba parte del libro
«Agua», obsequiado en pleno desierto por su buen
amigo Cirilo.
Llegaron a la casa, después de las tres de la tarde,
llenos de arena y con otro color de piel. Un tío de Alberto,
al verlo a su sobrino, le dijo: Betito, así te pareces a Patrulla
Barbadillo. Se puso serio el muchacho, saludó a su tío por
cortesía: en el sobrino ya existía un mundo de respeto,
donde el color no era sinónimo de burla. Rápidamente,
ingresaron a sus recamaras a sacarse toda la arena, luego
volvieron a la piscina. El tío sólo atinó a decirle que vendría
por el mañana para ir a entrenar en el estadio, saliendo
raudo en su automóvil deportivo. La fiebre por el fútbol
era desplazada por los libros desde que ambos se
conocieran en un salón de clase; Cirilo le hablo del Perú,
de su pasado, presente y futuro; le dejaba una cantidad de
recomendaciones y episodios sin concluir. Los libros
vinieron a complementar la formación deportiva de Alberto,
reemplazando en la selección de su Colegio al buen
delantero llamado «Basura», quien formara parte de la
histórica oncena del 77. En el agua se despedían dos
grandes amigos, lamentando no poder estar más tiempo
juntos; se dejaban saludos al salón del segundo año, a los
docentes que preguntaran por él, que el cambio
domiciliario, la enfermedad de la abuelita y tantos otros
pretextos para evitar decir la verdad. Los últimos instantes
en aquella casa fueron de total afinidad, con los
trabajadores y los dueños, aunque nadie sabía de la partida
del muchacho; él se dio tiempo para despedirse del
103
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
jardinero. Teresa y Marisa esperaban al niño en la agencia
Ormeño, el bus especial tenía reservado los boletos
comprados por la Fundación; viajarían cómodamente,
recordando sus innumerables viajes hechos en «los mixtos».
Su partida no fue en avión comercial, misteriosamente
realizarían el viaje en compañía de otros jóvenes peruanos
en un avión de la Fuerza Aérea del Perú. Por tratarse de una
familia humilde, en Ica nadie se hubiera percatado de las
hermanitas Aquixe, si no fuera por la Conferencia anunciada
en torno a la Historia de Ica; el pueblo, y las familias notables,
no lamentarían la partida de uno de sus más ilustres visitantes.
El día veintiuno de junio los salones del Centro Social estaban
repletos, todas las sillas estaban ocupadas; muchos estaban
apostados en los pasadizos, en las amplias escaleras que
conducían al gran salón; algunas personas se detenían para
conversar de la presencia o no del Conferencista, ya que se
escuchaba una volada: «Está viniendo de Lima». El señor
Malatesta se dirigió a los presentes comunicándoles: Acabo
de llamar por teléfono a sus familiares y me dicen que va ser
imposible su llegada para las siete de la noche; el problema
de las toma de carretera en Chincha por los algodoneros lo
tienen varado. Esperemos que el ejército desbloquee la vía,
esperemos, esperemos. El Alcalde y sus amigos sabían de la
partida forzada de Cirilo. Al comprobarse el despeje de la
Panamericana Sur, en tan solo 15 minutos por parte de las
FF.AA, la gente empezó a murmurar, a dudar, a extrañar y
lamentar su ausencia. La corresponsal de RPP recién pudo
salir al aire al día siguiente. Al otro día, las emisoras locales
enmudecieron. Cirilo no pudo tener una despedida
apoteósica.
104
Canción del silencio
Después de cinco años, Huackalla era la meca del
departamento de Ayacucho; el boom minero atraía a la
gente de la costa y de la selva, la presencia del ejército
también crecía, más para brindar seguridad a la Minera que
para proteger a la población de las columnas subversivas;
al mismo tiempo, se cavaba la tierra con enormes máquinas.
Ver girar las enormes llantas era una distracción para los
pastores, quienes todavía podían verlos desde el cerro más
elevado. Una vez que cercaron la mina, las siete lagunas
quedaron dentro; la explotación era a tajo abierto y poco a
poco el agua fue espantada; la tuvieron que buscar más
abajo, en los manantiales, no la encontraron. Parecía que el
cerro estaba molesto y se había tragado el agua. Pilcho,
con un grupo de comuneros que no recibieron regalías,
viajaban hacia la capital, para dar a conocer del daño medio
ambiental en la zona; al llegar a Palpa fueron interrogados
minuciosamente. Don Teodosio Ramos, quien contaba con
sesenta años de vida, no pudo contener su cólera y les grito:
«se han agarrado nuestras tierras, han desaparecido
nuestras fuentes de agua, dicen que harán una nueva laguna
con la lluvia. Estamos en sequia señor, nuestros animales
están muriendo, de que vamos a vivir. Déjenos ir, es
urgente, estamos sin almorzar». La ruta se hizo larga,
estaban confiados en llegar pronto a Ica; era una comisión
de seis personas: Pilcho era el más joven y lideraba el
grupo. En Ica, escuchó por la radio a un Ingeniero Geólogo,
el supuesto tecnócrata era yerno de un conocido hacendado
iqueño; hablaba que el agua no le pertenece a Huancavelica
ni a Ayacucho, el agua se eleva en forma de nubes, sale del
mar y viaja por acción del viento a la sierra; allá llueve y
105
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
después baja por los ríos bramando en grandes avenidas.
Es por eso que ocurren las inundaciones, por eso debemos
hacer represas o derivar las aguas que se van al Atlántico,
traerlas hacia acá, pues en Ica el trinomio agua, tierra y clima
es extraordinario. Rápidamente caviló el jovencito como
cambian los tiempos: antes, el trinomio era campesino, agua
y tierra; ahora han quitado al hombre. Eso del ciclo
biológico del agua es cierto; pero ignora que existen
lagunas, en las cabeceras de cuenca; manantiales que brotan
como si fueran las raíces del cerro, tan natural; lloviendo o
no el agua sale del cerro, ignoran también a las poblaciones
que vivieron y viven de la agricultura. El lenguaje de los
defensores de las inversiones, de la economía extractiva,
del desarrollo y la modernidad, era a cada instante. El gran
capital, las corporaciones, se aprovechaban que muchos de
los costeños no conocían la sierra, o tal vez lo hacían
interesadamente. Don Teodosio acotó: «lo que quiere es
traer agua para su suegro. Lo pueden traer pero sin hacer
un daño ecológico». A su paso por Ica, pudieron notar la
despreocupación de la población por el tema del agua;
mientras que allá, su pueblo desaparecía por acción de la
minería. Aquí en la costa la Educación servía para formar
mano de obra, para reparar la maquinaria pesada con la
que movían los cerros, el 60% de los trabajadores de la
Minera Negromayo provenían de los cálidos valles que
antes llamaban Yungas. Eran bien pagados porque tenían
corta vida, estaban propensos a contraer enfermedades
raras, que no eran detectadas en los análisis de sangre, sus
hijos enterraban a sus padres sin saber de qué habían
muerto. En la capital tampoco encontraban explicación
106
Canción del silencio
alguna. Saúl, un jovencito iqueño que siguió los pasos de
su padre hacia Cajamarca, ese día lo enterraba. Todos le
preguntaron de qué había muerto. El respondió no sé, como
Vallejo, yo no sé. Esa tarde coincidieron con el entierro de
un ex trabajador minero. Decidieron pernoctar todos en la
casa de un compoblano. El arenal del pueblo joven «Señor
de Luren» acogía a Pilcho y la comisión de Huackalla,
tuvieron visita de jóvenes universitarios, quienes se
solidarizaban con su lucha. En el medio día, dieron
declaraciones en una radio local, en la que pidieron apoyo
para llegar a la Capital. Las llamadas telefónicas no pararon;
algunas ONG recién se enteraban de la existencia de la
Minera Transnacional en territorio Lucanino. Llamaban por
teléfono laramatinos residentes en Ica, y muchas otras
Asociaciones; algunos iqueños hijos de ayacuchanos
también lo hacían. Al finalizar la entrevista en el Programa
«A golpe de doce», cometió el error de indicar su paradero;
todo líder que cuestionaba el régimen era seguido por la
policía. El grupo de inteligencia grababa todo lo que se
decía en la cabina de la radio; en tal sentido, realizaban
evaluaciones periódicas de los hombres de prensa.
Algunos, que no cumplían o eran adversos, tenían los días
contados. La estudiante universitaria Margarita Pariona se
solidarizaba con sus justas reclamaciones, se acercó a la
casa de don Raúl Palomino, llevando algunos víveres
recolectados en su Facultad. Pudo conocer a Pilcho y se
enteró que no era su nombre, a él lo llamaban así desde
pequeño; hoy continuaba con su misma chapa. Mi
verdadero nombre es Wilfredo, llegó a decir el muchacho
ante las explicaciones que hacía Margarita. La joven
107
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
clarificaba las cosas aún no entendidas por su nuevo amigo.
Ella seguía explicando: «para la derecha peruana, nosotros
sufrimos de estrés hídrico; todo aquél que lucha por
preservar el medio ambiente, es un violentista. A ellos sólo
les interesa seguir saqueando nuestros recursos y no
desarrollar ciencia ni tecnología. Actualmente, estoy
realizando estudios sobre los elementos patógenos de la
bahía de Paracas; como podrás notar, el mar también tiene
sus problemas. La charla le fue muy interesante. El día
estaba por despedirse, el sol había bajado ocultándose tras
las dunas. Wilfredo o Pilcho, fue invitado a un evento
cultural que se realizaba en el centro de la Ciudad; sus
demás compañeros, ya avanzados de edad, prefirieron
descansar. Al no presentarse las combis, caminaron cuesta
abajo con dirección a la Angostura; el camino era una trocha
construida con ripio y hormigón, que al ser vaciado sobre
la arena formaba una compacta capa, permitiendo así el
paso de las combis por los Pueblos Jovenes. Los pequeños
transportes de pasajeros, al subir las dunas, bramaban con
fuerza, recordando a sus habitantes sus primeros juegos a
los carritos. Llegaron hasta la Panamericana Sur, cruzaron
para tomar los micros que venían desde Subtanjalla o
Guadalupe. Cuando hablaban de música, de un cantautor
llamado Omar Gavilán Rojas, un vehículo color negro, con
lunas polarizadas, todo terreno y bien equipado arrolló a
ambos jóvenes, dejándolos tirados al borde de la carretera;
la camioneta se dio a la fuga. Al frente, unos señores
pudieron presenciar el violento impacto, quedando
absortos, sin reaccionar. Ellos, al juntarse con los demás
curiosos, preguntaron por la placa; la respuesta fue
108
Canción del silencio
unánime: la camioneta asesina no llevaba placa y se había
salido de la pista para abatir a los jóvenes; «el accidente»
había sido premeditado. Todos observaban los cuerpos
inertes, regados muy cerca a un ficus de tallo grueso; el
golpe recibido los había hecho volar aproximadamente
treinta metros. La fiscal levantó los cadáveres en medio de
un charco de sangre, los llevó a la morgue para la autopsia
de ley. Muchos de los residentes del sector «Las Cabezadas
de Lucanas» acudieron a casa de don Raúl Palomino para
velar los restos de Pilcho. Con su partida ya no quedaba
semilla de la familia Pomasoncco; su último hermano murió
tratando de sacar, a escondidas, pequeños gramos de oro
de la empresa Transnacional. Los trabajadores eran
revisados hasta quedar desnudos, las salidas a sus casas
eran bien controladas. Algunos trabajadores, venidos desde
Palpa, se tragaban el oro, para luego ser evacuados en el
pozo ciego del Centro Poblado Huackalla, tomaban
poderosos laxantes, cuyos efectos producía ese sonido
llamado churreta. Algunos no volvían a trabajar, pues, con
el oro en sus manos, fugaban por el río contaminado hacia
la costa. Espantado, el fugitivo llegaba a vender el metal
precioso en los quimbaletes de Tulín. Muchos morían de
esa forma, pues el laxante no funcionaba; las partidas de
defunción señalaban «muerte de cólico abdominal». Se
comprobaba aquella frase encontrada en la web, la misma
que era atribuida a Gabo: «El día en que la mierda tenga
valor; los pobres nacerán sin culo».
En la pequeña casa de adobe el calor era sofocante.
Una reunión informal se realizaba en el exterior. Algunos
opinaron ir donde el Congresista por las Cabezadas; lo
109
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
buscaron una semana en Ica, Lima y Laramate: todo fue
vano. No falto uno de ellos que dijo: «Para qué lo buscan a
ese señor, si es del oficialismo; además hace tiempo se
olvidó, que fue monaguillo del cura Guillén. Esa misma
noche, Doña Nicolasa se encontraba nuevamente sola
llorando en un rincón de su casa; la guerra interna del Perú
le había arrebatado a sus dos hijos. Acurrucando en su
pecho un crucifico con la imagen del Señor de la Ascensión,
pedía a Dios: ¡Paz! Taytacha ¡Paz!; no pudo contener su
llanto, lloró hasta terminar sus lágrimas; el agua, que
brotaba de sus ojos, había formado pequeños surco en sus
mejillas; el dolor por la muerte de Magno no fue superior
al de la muerte de Margarita. Años después, en plena
campaña Presidencial, se diría: ¡Nosotros matamos menos!
Al día siguiente hubo un silencio total en los medios
de comunicación. La noticia corría de boca en boca en los
barrios marginales de Ica. Nadie hablaba nada. La primera
casa de estudios de la Región no emitió comunicado
alguno por la muerte de Margarita; el decano de la Facultad
de Educación negó que la señorita fuera alumna de esa
Institución. En el Cementerio General de Saraja, el
conductor del Programa «A Golpe de Doce», al ver el
entierro, con danzantes y música vernacular, se acercó hasta
el lugar del responso. Don Teodosio lo reconoció, le cuenta
lo sucedido; el periodista se acerca al ataúd, comprueba
que es el jovencito a quien entrevistó hace dos días, toma
nota de sus datos; siente temor, ya que él también fue
dirigente. Pensando unas horas en la tranquilidad de su
hogar, desiste de emprender una campaña contra la
violación de los Derechos Humanos, ya que en Ica existía
110
Canción del silencio
un precedente, y ese era la muerte de un hombre de prensa.
Semanas después, luego de las investigaciones realizadas
por un periódico de circulación nacional, en el Perú se venía
a reconformar comandos Paramilitares en las zonas urbanas;
mientras que el Partido subversivo, se veía obligado a
asesinar a los delincuentes más ranqueados de la ciudades.
Había pasado un mes de la partida de Cirilo al exterior.
Alberto formaba parte de los alumnos, que en el recreo
rodeaban al Profesor Vila, como el popular loco había
conocido a Javier Heraud y su auto «Platero», no se perdía
una tertulia en el patio. Públicamente le propuso un viaje
de estudios hacía Orovilca, al llegar a la laguna, sus
compañeros imaginaron el oasis, no contentos con ello
escribieron: «Algunas blancas gaviotas insisten en nadar
en las aguas escasas que aún contiene esta laguna. Tres
familias del Distrito Cordova, Provincia de Huaytará,
Departamento de Huancavelica, han hecho de esta laguna
tierras de cultivo. Hemos sido testigos de cómo esta laguna
antes cubierta de extensos totorales ha sido ganada por
maizales, platanales y mangales. Las frescas aguas de esta
laguna han dado pase a la agricultura». El tiempo nos
develaba, que la migración nunca fue de la costa a la sierra;
sino a la inversa, los pobladores del ande continuaban
llegando a Ica, ésta vez atraídos por el verdor del desierto.
Las numerosas pampas, ubicadas en las partes bajas de
los cuatro principales valles, eran irrigadas con agua del
subsuelo, 200,000 hectáreas eran cedidas al capital
extranjero. Las promesas de los políticos de irrigar las
pampas de Villacuri, con la derivación de las aguas del río
Pisco, jamás se cumplió, menos aún la tan famosa
113
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
derivación del río Pampas. Se empezaba a escuchar el
nombre de una Ley hecha a la medida de la hija del
Presidente. Norma de Promoción de la Inversión Agraria,
que fue Ideada por un Vice – Ministro de Agricultura.
Al comenzar el siglo XXI, en pleno boom Agro-
exportador muere doña Nicolasa, se había llevado su dolor
a la tumba, jamás contó lo que había sufrido, para ella la
vida era enfrentar a la muerte; pero ella – la que nos hace
vestir de negro- la estaba esperando en medio del ardiente
arenal iqueño. Unos señor que era nacido en la misma
provincia, Sociólogo de profesión, la buscó innumerables
veces para que diera su testimonio a una comisión llamada
de la verdad; aunque, a veces se decidía a hacerlo,
retrocedía al día siguiente; por el tormento de los recuerdos.
Un cura, de origen español, presidia una importante
Comisión de Derechos Humanos, él si estaba enterado de
la existencia de Nicolasa, no conociendo su historia, sólo
había escuchado decir a los paisanos de la mujer: «Algún
día se sabrá todo lo que sufrió Doña Nico». Aquél pueblo
joven, cobijaba a todo un Distrito, ellos habían
abandonado la mina Utec, el mismo que aparecía en las
obras de Arguedas como Utec pampa, Utec pampita. Murió
sola en casa, al día siguiente fue encontrada en su cama, en
sus manos estaba atado un rosario, en su pecho, la imagen
del Señor de la Ascención, en la foto el Cristo del sudario
rojo la miraba, ambos se compadecían. Sus compoblanos
la llevaron a enterrar a un descampado, en un cementerio
sin nombre llamado, «de la Tinguiña». Era un 18 de mayo
del año dos mil, la tarde estaba brillando, nuevamente se
vino a escuchar al arpa y el violín, hubo buena concurrencia,
114
Canción del silencio
ésta aumento porque el Distrito de la Tinguiña y Parcona,
venía recibiendo la última migración, venida de Ayacucho
sur. Dentro de aquella masa de gente que buscaba trabajo
en el campo, vino Rosita, una niña de trece años de edad,
al no tener donde vivir con su hermana, heredaron la casa
de la difunta, así se ubicaban , ayudándose entre ellos, la
fraternidad no había muerto entre la gente de la sierra. El
último éxodo sobre Ica había comenzado, muchas niñas
como Rosita, buscaban en éste pueblo afecto, un lugar
donde estudiar. Al poco tiempo, sus vecinos, en lugar de
darle caridad, al verlas solas y sin protección las
embarazaron.
En Argentina, Cirilo, Teresa y Marisa continuaban
sus actividades Académicas. Cirilo formaba parte del
equipo de investigación del Departamento de Ciencias
Sociales de la Universidad de La Plata; junto a muchos
huérfanos argentinos, trabajaban por una economía
autónoma, tratando de convencer a las Corporaciones de
los problemas derivados de una economía Neoliberal. La
familia de apellido extranjero, amiga de la ex primera dama
del Perú, mostraba su interés de participar en la vida
política de esa importante nación sudamericana. Tuvo la
oportunidad de conocer a Ernesto Sábato, entender la
soledad Latinoamericana en la historia y la Literatura de
ambos suelos, patrias donde la dependencia y colonización
estaban marcadas por las heridas de la injusticia. Allá, en
la tierra del payador Santos Vega, se empezaba a juzgar a
todos los criminales de la dictadura de Videla; los procesos
neoliberales, que habían sumido en la pobreza a esa nación,
pasaban a ser enterrados. Una de las claras tardes de La
115
Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
Plata, fue invitado a una reunión, algunos de los presentes
en la cita, eran hijos de las Madres de la Plaza de Mayo. Él
aún no se había enterado de la muerte de Margarita; se
encontraba totalmente aislado del Perú, por ese motivo
nunca supo si Doña Nico recibió algunos de los presentes,
que le envió.
Conoce a María Teresa Diego, con ella conversa sobre
algunas anécdotas de Ernesto Guevara, en su paso por el
Perú. Contribuirían ambos en el proyecto Político, de la
pareja de esposos, que deseaban ser parte de un gobierno
que enfrente con coraje y decisión los problemas de la
Argentina, un Estado con mayor ciencia y tecnología, donde
la Pequeña y Mediano empresa se conviertan en la
verdadera generadora de valor agregado. Eso de tener que
pagar el 5% del PBI al pago de la deuda externa continua
siendo fatal para la Argentina decían, ya que sólo se destina
el 2% a la Educación. Debería ser al revés. Sí, debe ser al
revés, acotaba Cirilo, el 2% debe ser para el pago de la
deuda y el 5% a la Educación. Ella, al volver al gran salón,
le dijo que el 5% es insuficiente: «cuando seamos gobierno
destinaremos 6,47% a la Educación o algo más, lo
llevaremos al 7%».
Una noche, sentado en su escritorio de algarrobo,
mantiene por breve tiempo la mirada, se para y se dirige
pensativo hacia el armario, toma entre sus manos un libro
de color plomo, en la carátula, mira a dos niños con una
mirada incierta, en ese instante aflora el recuerdo del Perú.
El niño de Huackalla ya con 27 años, leía un informe de
UNICEF, en el se mostraba una preocupación por la
situación de la madre y el niño, se detuvo un instante a
116
Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

leer lo siguiente: «El principal responsable de la enorme

mortalidad infantil que se observa en el País no es pues, la
pobreza sino la deficiente política social», cogió el
resaltador, hizo un gesto y movió la cabeza………

Ica, mayo del 2,010.

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Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

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Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

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Canción del silencio Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

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