Você está na página 1de 4

MITO DE ORIGEN - Juan Pablo Monroy Quintero

Y estaban allí, acostados, dormidos en una danza perenne, en una


orgía de placeres callados que los llevan a la muerte, a la caída.
Un suspiro cada tanto. Inmóviles. Abrazados en la oscuridad absoluta,
sin mayores pretensiones que estar y ser.

No se sabe cuántos son, no importa, de a poco se van incomodando,


mientras el tiempo reposa en la mitad de ellos, empiezan a girar.
Uno tras otro lentamente en una danza que no parece detenerse nunca.
El tiempo en la mitad, como un maestro que guía, los ordena. De la
oscuridad, del negro empiezan a distinguirse. El tiempo se abre
espacio entre los cuerpos negros que giran cada vez más rápido. Lo
que inició como una esfera ahora es de la forma de tronco de árbol,
negro, oscuro.

El tiempo se junta todo en la parte alta. Los movimientos giratorios


ahora tienen una velocidad incalculable. El tiempo sale disparado
por la parte superior del tronco oscuro y tras de él, la luz.

Un blanco brillo sin fin atraviesa el espacio oscuro que circunda el


tronco negro que, como un árbol, empieza a tener ramas y raíces al
mismo tiempo1. Los colores como destellos de relámpagos dibujan las
ramas de un árbol seco con raíces bifurcadas al infinito.

El tronco ahora se empieza a aclarar, la tensión que lleva dentro


amenaza con estallar. De las ramas, la más alta de ellas, con alas,
deja caer una lágrima, la primera gota que cae, viaja rauda de las
ramas a la raíz. Al establecer contacto con la raíz el tronco se
abre dejando salir en todas direcciones haces de colores que lo
llenan todo.

De los restos del árbol suspendido en el espacio queda una semilla


como la del café, con dos lados unidos sutilmente por un hilo de la
primera gota. Girando la semilla se mueve en el espacio, rebota con
los colores, amarillo, púrpura, verde, naranja, violeta, marrón, se
impregna de casi todos hasta que al encontrarse con el azul, se
sumerge en él.
Los movimientos giratorios hacen que de nuevo se concentren, el azul
y la semilla, en una danza que tiende al descanso, a la paz. La
violencia del movimiento se detiene lentamente, el azul que limpia
la semilla, le quita los colores y los ordena, mezclándolos,
repartiéndolos, verdes ondulados y enormes, marrones extensos y
áridos, rojos incandescentes, violetas fragantes, todos ocupan su
lugar. Bañada por el azul perfecto la semilla cae sobre una pirámide
de piedras. Aún con los últimos giros que le quedan reposa sobre la
piedra plana equilibrada.

Cuando su movimiento se detiene, el cascarón empieza a moverse. De


él emergen con firmeza cuatro piernas, cuatro brazos, un rostro con
cuatro ojos y una boca, cuatro orejas, un cuerpo con dos estómagos
y un corazón que aún no palpita.

Tirada en la piedra plana la criatura queda estática, liberada del


cascarón de la semilla. Acostada mira al espacio negro que aún deja
ver los destellos de los colores que se moverán eternamente.

Con la mirada puesta en todo lo que se alejará para siempre, de uno


de sus ojos sale una lágrima que lentamente se desliza en su mejilla
hasta caer en la piedra. De la cima de la montaña de piedras la gota
penetra las piedras y empieza a caer como una luz que se magnifica
paulatinamente, la potencia de esa energía movida entre las piedras
llega al suelo, un destello de colores similar al del principio
inunda la esfera de colores que empezó a moverse, en círculos como
al principio, y dentro de ella todo también empieza a girar, los
vientos, las nubes, las aguas.

De pie, la criatura aún con el corazón detenido, recorre los


colores, el amarillo de la arena que, pese a estar tocando los azules
y verde marinos, no se mezclan. El marrón de los ríos que, pese a
pasar sobre el verde de la montaña, no la mancha. El rojo que al
salir de la montaña se endurece y cambia de color.

Con sus cuatro piernas pudo recorrerlo todo, con sus cuatro ojos
pudo conocerlo todo, con sus cuatro manos pudo acariciarlo todo,
pero no encontró nada similar a ella. De vuelta a la piedra plana
en la cima de la montaña de piedras, se acuesta, mira al cielo oscuro
y ve como un ojo blanco se asoma para observarla, la rodea,
silencioso y calmado pasa por delante de sus cuatro ojos. La criatura
maravillada trata de tocarlo, pero no puede, con el dolor de la
soledad emite un grito ensordecedor. De su boca sale un relámpago
que sube al cielo oscuro. Fatigada la criatura se queda dormida.

Un extraño calor en su cuerpo la hace despertar, ahora, un ojo que


está lleno de luz, con ternura la observa acostada. Maravillada por
la luz y el calor la criatura se incorpora. Mira a su alrededor, ve
muchas criaturas vivientes que no conocía, apostadas a su alrededor
la observan, ninguna es como ella, unas corren, otras vuelan, otras
se arrastran, otras nadan, pudo conocerlas a todas.

Pasaron miles de ojos blancos y fríos, y miles de ojos naranjas y


calientes. Un día escuchó un eco de su grito original, el relámpago
que había salido de su boca venía ahora desde lejos. Con su mirada
en el cielo vio cómo la luz le cegaba los 4 ojos, el relámpago cayó
justo sobre su cabeza. Todo fue oscuridad para ella.

Los párpados aturdidos se abren, observan el azul del cielo por


primera vez se mezcla con el naranja del ojo cálido. Revisa sus manos
ya sin restos de la cáscara de la semilla. Con la mirada recorre su
cuerpo, se siente liviana, la criatura que observa el resto de su
cuerpo maravillada y ligera pues ahora tiene dos manos, dos piernas,
dos ojos. Siente en su pecho algo que se mueve, un vaivén que no
entiende pero le agrada. Se incorpora, torpemente trata de caminar;
aunque le agrada su nueva forma, no puede evitar sentirse incompleta.
Las demás criaturas ahora huyen de ella, no la reconocen.

Luego de un ojo blanco se mueve con más facilidad, camina por la


arena, sola, hasta que al fin ve a otra figura similar a la suya,
tirada en el suelo en medio del lodo, un poco más grande y pesada
que ella, tiene dos manos, dos piernas. Se acerca para verla mejor,
gira su cuerpo en busca del rostro, la criatura abre lentamente sus
dos ojos. Desde el comienzo las miradas de las criaturas fueron
suficiente para comprender que les esperaba un largo camino juntos.
Mientras se observan en silencio, pueden escuchar sus corazones
moverse al ritmo del vaivén original, acelerándose. Con curiosidad
exploraron sus cuerpos, como si conocieran todo de nuevo, por primera
vez. Lo habían conocido todo, pero no lo recuerdan. Desde entonces
caminan juntos por la inmensa bola de colores que se mueve, tratando
de conocer los secretos de su pasado, de lo que habitan. Cuando sus
cuerpos se unen recrean el momento original de la luz y una de las
criaturas, la más pequeña, debe permitir que la luz siga el camino
por su cuerpo, palpitando en su vientre y en el pecho de los que
vendrán.

Você também pode gostar