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ANTOLOGÍA

)>E P O E T A S

A NO-AMERICANO
EX LIBRIS
HEMETHERII VALVERDE TELLEZ
Episcopi Leon ënsis

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ANTOLOGIA
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DE

POETAS HISPANOAMERICANOS

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ANTOLOGÍA

DE

POETAS HISPANOAMERICANOS
PUBLICADA POR LA

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

T O M O I.

MÉXICO Y AMERICA CENTRAL

UNIVERSIDAD DE NüfVfl LEON


libMeca Valverde y Teíiez
MADRID
EST. T I P O G R Á F I C O «SUCESORES DE RIVADENEY
Impresores de la Real Casa
PASEO DE S A N V I C E N T E , NÚMERO 20
Camila Alfonsina
1893 j^hlioteca Universitari*

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¡fe

INTRODUCCION.

i.

ADVERTENCIAS GENERALES.

Fué privilegio de las lenguas que llamamos clásicas


el extender su imperio por regiones muy distantes de
aquellas donde tuvieron su cuna, y el sobrevivirse en
cierto modo á sí mismas, persistiendo á través de los si-
glos en los labios de gentes y de razas traídas á la civi-
lización por el pueblo que primeramente articuló aque-
llas palabras y dió á la lengua su nombre. A s í la historia
del helenismo abarca, en el orden geográfico, mucho más
amplio espacio que el de la Grecia continental é insular,
y en el orden de los tiempos también se dilata siglos y
siglos después que la existencia política de Grecia ha
terminado. Donde quiera que las colonias griegas lle-
garon, llegó su lengua, y la ciudad jónica ó doria, al
transplantarse, conservó su cultura, como conservaba
sus dioses tutelares y los ritos de su religión doméstica.
Las conquistas de Alejandro difunden el helenismo por
el Asia; la conquista romana se le asimila; el Cristianismo
fc^do emewrio.
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adopta su lengua como primer instrumento de su propa- vilización helénica, sino que vive vida inmortal, ya como
gación entre los gentiles, y depura y transforma los ele- segunda lengua adoptada por la Iglesia, ya transfor-
mentos de su filosofía; un nuevo imperio fundado entre mada, pero siempre fácil de reconocer, en las lenguas y
Oriente y Occidente prolonga su agonía por diez siglos dialectos que hablan los herederos de la civilización
hasta los umbrales de la Edad Moderna, y ni siquiera las romana. Aun en tiempos relativamente clásicos, en la
oleadas de la barbarie musulmana bastaron á romper el era inmediatamente posterior á la muerte de Augusto,
lazo de solidaridad que une la Grecia clásica con la el elemento itálico puro es ya secundario, y el lati-
Grecia que trabajosamente va renaciendo en nuestro nismo, al hacerse universal y abrir las puertas de la
siglo. Una es sustancialmente la lengua, aunque en los ciudad á todas las gentes, cae en manos de españoles,
modernos degenerada y empobrecida; lengua por la de africanos, de galos, que le imponen hondamente
cual, sin solución de continuidad, se asciende desde los su sello peculiar, tan diverso en los Sénecas, Lucanos
cronistas bizantinos hasta los Padres de la Iglesia y los y Prudencios, en los Apuleyos, Tertulianos y Agusti-
filósofos alejandrinos; y desde éstos hasta los moralistas, nes, en los Ausonios, Paulinos y Sidonios.
historiadores y polígrafos de la época romana, los Plu- Dos lenguas hay, entre las que modernamente se ha-
tarcos, Lucianos y Dionisios; y desde ellos hasta Aris- blan en el mundo, que pueden aspirar en cierto grado á
tóteles y Teofrasto, de donde ya es fácil el tránsito al esta misma singular excelencia de las lenguas clásicas.
período clásico por excelencia, al período ático, que Entre las dos se reparten el número mayor de las gen-
recoge á su vez la hermosa herencia de los poetas, de tes civilizadas, y con ambas puede darse la vuelta al
los historiadores y de los filósofos de la Grecia asiática planeta con seguridad de ser entendido en todas partes.
y de Sicilia. En rigor, el helenismo nunca ha muerto, Son las lenguas de los dos pueblos colonizadores que
no ya sólo en su espíritu, que es de esencia inmortal é nos presenta la historia del mundo moderno: represen-
indestructible, sino en las mismas palabras voladoras tantes el uno de la civilización de la Europa septentrio-
que le sirvieron de instrumento, y á las cuales parece nal, del espíritu germánico más ó menos modificado,
haberse comunicado algo de su juventud perenne. del individualismo protestante; el otro del genio de la
Del mismo modo, la lengua latina, expresión altísima Europa meridional, del organismo latino y católico:
del derecho y de la vida civil, adecuada á la majestad pueblo que en los días de su grandeza parece que sentía
de tanto imperio, y llamada por Dios providencialmente resonar en sus oídos, más enérgicamente que ninguno
á preparar la unidad espiritual del linaje humano, más de sus hermanos de raza, el Tu regere imperio populos,
que por las artes de la conquista, por la comunidad de Romane, memento. América es ó inglesa ó española:
la ley, no sólo extingue y borra hasta los vestigios de en el extremo Oriente y en los archipiélagos de Ocea-
las lenguas indígenas de la mayor parte de los pueblos nia también coexisten, aunque en muy diversa propor-
sometidos á su dominio, exceptuados los de casta ó ci- ción, entrambas lenguas. La literatura británica enri-
quece su caudal propio, no sólo con el caudal de la
literatura norte americana, sino con el de la que ya em- que la Providencia reserve á cada uno de los miembros
pieza á cobrar bríos en Australia. Nosotros también separados del común tronco de nuestra raza, ha pare-
debemos contar como timbre de grandeza propia y cido oportuno consagrar en algún modo el recuerdo de
como algo cuyos esplendores reflejan sobre nuestra esta alianza, recogiendo en un libro las más selectas
propia casa, y en parte nos consuelan de nuestro aba- inspiraciones de la poesía castellana del otro lado de los
timiento político y del secundario puesto que hoy ocu- mares, dándoles (digámoslo así) entrada oficial en el
pamos en la dirección de los negocios del mundo, la tesoro de la literatura española, al cual hace mucho
consideración de los cincuenta millones de hombres tiempo que debieran estar incorporadas. La poesía his-
que en uno y otro hemisferio hablan nuestra lengua, y pano-americana es en verdad riquísima, pero la Aca-
cuya historia y cuya literatura no podemos menos de demia ha creído conveniente encerrar la colección en
considerar como parte de la nuestra. límites muy estrechos, dando entrada únicamente á ló
más selecto, sin guiarse en esta selección por ningún
Ocasión bien adecuada para estrechar estos lazos de
criterio de escuela ó secta literaria, sino por aquellos
origen y de común idioma, nos ofrece hoy la solemne
principios de buen gusto umversalmente adoptados en
conmemoración de aquel maravilloso y sobrehumano
la crítica moderna, por aquella especie de estética pe-
acontecimiento, merced al cual nuestra lengua llegó á
renne que (salvo extravíos pasajeros) canoniza en todo
resonar prepotente desde las orillas del Bravo hasta la
tiempo lo bueno y execra lo malo, y por aquella doc-
región del Fuego. La Academia Española, que inició
trina técnica que, menos sujeta á error que las disquisi-
antes que otra corporación alguna (lícito es decirlo sin
ciones puramente metafísicas sobre el arte, conduce á
vanagloria) la aproximación intelectual de España y de
resultados seguros aunque modestos en lo que toca á la
las repúblicas de la América española, cuando mal apa-
forma exterior de las composiciones, dentro de cada
gados todavía los mutuos rencores, herencia triste de
tiempo, de cada género, y de cada lengua. La Acade-
larga y encarnizada guerra, parecía para muchos sospe-
mia ni en esto ni en nada pretende imponer su fallo ni
chosa aun esta inofensiva comunicación de las artes del
aspira á ningún género de autoridad no fundada en ra-
espíritu, no puede hoy menos de regocijarse con el re-
zón, pero se atreve á esperar que los conocedores de la
sultado de la obra que modestamente comenzaron en
literatura americana han de rechazar muy pocos de sus
su recinto algunos americanos y españoles de buena
juicios, y han de poner pocos reparos á la elección de
voluntad, ligados por el respeto común á la integridad
las composiciones, porque muchas de ellas son ya real-
de la lengua patria, y por el culto de unas mismas tra-
mente famosas y de mérito por nadie controvertido, y
diciones literarias, que para todos deben ser familiares
las que no llegan á tanto, ó se recomiendan por belle-
y gloriosas. Hoy que la fraternidad está reanudada y no
zas particulares, ó presentan algún aspecto de originali-
lleva camino de romperse, sea cualquiera el destino
dad americana, ó, finalmente, son muestras las menos
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endebles que han podido encontrarse del desarrollo la crítica literaria, del cuadro de costumbres, hubieran
poético en algunos países que han sido menos favoreci- podido presentarse muestras cabales y de moderada ex-
dos en esta parte, pero que no parecía bien que entera- tensión ; pero estos géneros no han sido hasta ahora los
mente quedasen excluidos de este pequeño monumento más florecientes en América, y el darles lugar prefe-
levantado á la gloria de nuestra lengua común. Hemos rente hubiera sido invertir el orden natural de las
procurado fortalecer é ilustrar nuestro juicio con el de cosas.
los varones doctos de las diversas regiones americanas, El título mismo de nuestra obra muestra bien cuáles
ya por comunicación directa, ya en sus libros y estudios son sus naturales límites. Trátase sólo de la poesía caste-
de crítica, y si alguna vez erramos será de buena fe, llana en América, quedando excluida con ello otra poe-
por deficiencia de noticias ó de gusto, nunca por per- sía no castellana de lengua, aunque pueda ser calificada
versión ó malignidad de la voluntad, ni por celo pa- de española en el sentido más tradicional y etnológico
triótico indiscreto y mal encaminado. Si alguna vez de la frase, es á saber: la opulenta poesía brasileña, que
encontramos en nuestro camino reliquias de la lucha de es quizá la más americana de toda América sin que por
otros tiempos, procuraremos que no se empañe en nos- eso deje de ser esencialmente portuguesa. Hoy parece
otros la serenidad del criterio histórico, sin olvidar algo decaída de su antiguo esplendor, pero le basta para
nunca el carácter de lucha cuasi civil que tienen siem- su gloria con lo que de ella conoció y reveló á Europa
pre las guerras de segregación entre individuos por Fernando Wolf en 1863 (1). No nos ha parecido bien
cuyas venas corre una misma sangre: guerras terribles ni retocar su trabajo, ni menos mezclar lenguas dis-
y asoladoras á veces en sus efectos inmediatos, pero tintas en una misma obra.
que nunca dejan tras de sí los odios inexpiables que son Con mayor motivo aún, hemos debido prescindir de la
nefando cortejo de la guerra extranjera. poesía indígena en lenguas americanas, anterior ó poste-
Oportuno hubiera sido, y al principio así se pensó, que rior á la conquista. Extraños nosotros de todo punto al
á esta antología de poetas hispano-americanos acom- estudio del Nahuatl, del Otomí, del Tarasco, del Mix-
pañase otra de prosistas. Pero de tal idea hubo que de- teco, del Maya, del Otlateco, del Quichúa, del Aymara,
sistir, así por la imposibilidad material de reunir y orde- del Guaraní y de tantas otras lenguas todavía más incóg-
nar en breve plazo los documentos necesarios, cuanto nitas y revesadas, nada hubiéramos podido hacer sino
por ser mucho más fácil presentar composiciones ínte- repetir superficialmente lo que han consignado en trata-
gras en verso que en prosa, si no había de darse á la co- dos especiales los que pasan por entendidos en estas
lección el carácter de una biblioteca dividida en varios arduas materias. Sea cual fuere la antigüedad y el valor
volúmenes. De las grandes obras de historia ó de cien-
cia, lo mismo que de las fábulas novelescas, no se forma
(1) Le Brésil Littéraire. Histoire de la Littérature Brésilienne Berlin,
cabal idea por capítulos aislados: sólo de la oratoria, de A. Asher, 1863. ( A c o m p a ñ a d o de una antología de poetas brasileños.)
de los pocos y obscuros fragmentos literarios que de
mos americanos de hoy resultan mucho más extrañas,
esas lenguas primitivas quedan (no sin sospecha muchas
menos familiares y menos interesantes que las de los asi-
veces de interpolación y aun de inocente falsificación
dos, los persas ó los egipcios; ha de buscarse en la con-
literaria debida á los ocios de cualquier misionero ó de
templación de las maravillas de un mundo nuevo, en los
algún neófito de noble estirpe indiana) su influencia en
elementos propios del paisaje, en la modificación de la
la poesía española de América ha sido tan escasa, ó más
raza por el medio ambiente, y en la enérgica vida que
bien tan nula (fuera de pasajeros caprichos de algún
engendraron, primero el esfuerzo de la colonización y
poeta), que la historia de esa poesía puede hacerse en
de la conquista, luego la guerra de separación, y final-
su integridad prescindiendo de tales supuestos orígenes
mente las discordias civiles. Por eso lo más original de
y relegándolos al estudio y crítica del filólogo. Así lo han
la poesía americana es, en primer lugar, la poesía des-
hecho los críticos americanos, aun los más conocedores
criptiva, y en segundo lugar, la poesía política. Todos los
de las lenguas indígenas, y así lo haremos nosotros, pres-
demás géneros cultivados en Europa están representa-
cindiendo de la erudición de segunda mano que hubié-
dos allí por ensayos más ó menos felices, y aun por obras
ramos podido granjear con pequeñísimo esfuerzo. La
de mucho precio, que son bastante más que tentativas;
poesía americana de que vamos á tratar no es la de las
pero hay en todo esto mucha labor de imitación inge-
elegías del rey de Tezcuco, Netzahualcóyotl, ni la del
niosa y hábil, muchos versos que lo mismo podrían ser
Ollantay, drama quichúa, sino la que llevaron á A m é -
firmados en Madrid ó en París que en Buenos Aires,
rica los colonos españoles y conservan sus descendien-
en México ó en Caracas. Hay gran número de autores
tes. Si algo del americanismo primitivo llegó á infiltrarse
americanos, aun de los más dignos de estimación, en
en esta poesía (lo cual es muy dudoso), sólo en este sen-
quienes el americanismo no existe ó está latente; así
tido podrán tener cabida tales elementos bárbaros y
como en muchos otros, que á cada paso le afectan, es
exóticos en un cuadro de la literatura hispano-ameri-
cosa falsa y postiza. Tal cualidad, ó es innata ó no se
cana, la cual, por lo demás, ha seguido en todo las vici-
adquiere con estudio: Bello y Heredia la encontraron
situdes de la general literatura española, participando
dentro de una escuela académica, y todavía no es se-
del clasicismo italiano del siglo x v i , del culteranismo
guro que hayan llegado á ser tan americanos los machos
del XVII, de la reacción neoclásica del XVIII, del roman-
poetas que de propósito deliberado han querido pasar
ticismo del presente y de las influencias de la novísima
por aztecas, guaraníes y araucanos.
literatura extranjera, especialmente de la francesa y de
la inglesa. Esto no excluye gran originalidad en los por- Fijados así los límites de nuestra Antología por razón
menores; pero el fundamento de esta originalidad, más de la lengua, ha habido que fijarlos también por razón
bien que en opacas, incoherentes y misteriosas tradicio- del tiempo. Figuran en esta colección los poetas del
nes de gentes bárbaras y degeneradas que para los mis- tiempo de la colonia, lo mismo que los posteriores á la
separación; pero una razón evidentísima de decoro lite-
rario obliga á prescindir de los autores vivos. Dolorosa
es evidente que mientras un escritor vive y produce no
ha sido para la Academia esta exclusión, puesto que pre-
puede ser juzgado más que de un modo incompleto.
cisamente algunos de ellos son de los que más honran
¿Quién sabe hasta dónde pueden llegar las nuevas mani-
actualmente la lengua castellana y de los que con más
festaciones de su talento? ¿Quién sabe si el escritor acla-
encomio mencionará la futura historia literaria; pero el
mado hoy por magistral y clásico lleva en su espíritu
sacrificio ha sido necesario, considerando que la censura
algún germen vicioso que mañana le convertirá en co-
de autores vivos, sujeta siempre en mayor ó menor
rruptor del gusto y fautor de triste decadencia?
grado al influjo de las pasiones contemporáneas, parece
La más vulgar discreción aconseja, pues, en el caso
tarea más propia del juicio individual, rectificable siem-
presente, limitar el estudio á los muertos. Así será más
pre, que de una especie de fallo oficial y solemne, que
breve, y podrá ser también más fructuoso. Sólo teme-
debe estar exento aun de la más leve sospecha de par-
mos que la distancia y lo difícil de las comunicaciones,
cialidad favorable ó desfavorable. Cada cual escribiendo
privándonos de noticias exactas sobre algunos poetas,
en nombre propio puede abundar en su sentir , del cual
nos haga excluir, por suponerle en vida, á algún notable
él solo es responsable ; pero cuando una Academia ha-
lírico que desgraciadamente haya pagado ya su tributo
bla, ha de hacerlo del modo más impersonal posible,
á la muerte. Para este caso solicitamos indulgencia, que
aunque uno solo de sus individuos lleve materialmente
fácilmente esperamos se nos conceda por ser tan invo-
la pluma por bondadosa delegación de sus compañeros.
luntaria la falta.
Sobre toda época literaria ya fenecida queda una resul-
Otra prevención debemos hacer sobre la materia de la
tante general en que convienen la mayor parte de los
presente Antología. Abarca sólo la poesía lírica, tomada
hombres de gusto; pero la literatura contemporánea es
esta palabra en su acepción más amplia y corriente, esto
cosa ondulante y movible, en que á cada paso cambian
es, comprendiendo todos los poemas menores, así la oda,
las posiciones del artista y también las del crítico. No
la elegía y el himno, como la sátira y la epístola, la fábula
se cansó Sainte-Beuve de rectificar hasta la hora de la
y la égloga, y aun los poemas descriptivos, narrativos y
muerte casi todos los fallos que había dado sobre sus
didascálicos cuando no son de mucha extensión. Sólo
contemporáneos, y por el contrario, ¡cuán pocos tuvo
excluímos la poesía dramática y la épica, si bien de la
que enmendar de los relativos á la literatura más anti-
segunda alguna vez presentaremos fragmentos, no ha-
gua ! Á los antiguos se les juzga con el mero criterio es-
ciéndolo con las obras teatrales por ser imposible que
tético y por puras impresiones de gusto; respecto de los
escenas aisladas den idea de ellas. Además, el teatro,
modernos, algo extraño al arte se interpone siempre que
fuera de los dos ilustres mejicanos Alarcón y Gorostiza,
los favorece ó los daña, que puede darnos la clave de
cuya actividad dramática se ejercitó principalmente en
algún rasgo de su talento, pero que con frecuencia per-
la Península, apenas tiene historia en América, como
judica para la apreciación serena y total. Por otro lado,
fruto que ha de ser de un estado complejo de relaciones
XII XIII

afectivas y de condiciones técnicas, las cuales es impo- Las antologías buenas ó malas que tenemos nos han
sible producir artificialmente en pueblos nacientes y en servido sólo para el estudio de aquellos poetas que no
sociedades nuevas. Á l o sumo podrá llegarse á ensayos han llegado á coleccionar sus obras, ó de aquellos otros
de imitación como los de Pardo y Milanés, y á la farsa cuyas colecciones no hemos podido conseguir en tiempo
ó representación superficial y abultada de costumbres oportuno. Pero en lo tocante á los que no están en este
populares, como vemos en el peruano Segura. caso y cuyas obras más ó menos completas tenemos á
Son en gran número las colecciones de poesías ame- mano, hemos seguido nuestro propio juicio en la elec-
ricanas publicadas hasta ahora, pero su mérito no está ción , habiendo tenido mil ocasiones de observar cuán
en razón directa de su abundancia. De cada región hay vario, caprichoso y á veces irracional es el criterio con
una por lo menos, y además varias generales, entre las que suelen proceder los editores de tales florestas. Ha-
cuales merece y obtiene el primer lugar en la estima- brá en nuestro trabajo errores y omisiones, y no faltará
ción de los aficionados la célebre y ya rara América de seguro quien por ellas nos zahiera y maltrate; pero
Poética, que publicó en Valparaíso en 1846 el argentino no todas se nos deben poner en cuenta. Cualquiera
D. Juan María Gutiérrez, persona de buen gusto y de puede ser erudito profundo en las cosas de su propia
mucha lectura, aunque obscureciese sus buenas pren- casa. Los libros americanos escasean notablemente en
das un antiespañolismo furioso, que fué exacerbándose Europa, y muchos, quizá de los más importantes, fal-
con los años. De esta disposición de su ánimo nacía tam- tan no sólo en nuestra biblioteca particular, sino en la
bién una especie de entusiasmo fanático por todas las de la Academia Española, en la Nacional de Madrid y
cosas de América, que le llevaba á multiplicar con ex- en otros depósitos públicos. La guerra trajo un período
ceso el número de los genios, y á encontrar fácil dis- de incomunicación literaria que no ha cesado hasta nues-
culpa para lo mediano y aun para lo malo: Era, con tros días, y de aquí que por lo tocante á libros america-
todo, verdadero literato, y su colección contrasta del nos, los más conocidos en España sean ó los muy anti-
modo más ventajoso con la infelicísima de Cortés y con guos ó los muy modernos.
otras posteriores. Tiene, sin embargo, el inconveniente Una sola advertencia para terminar estos enfadosos
de su fecha ya atrasada , después de la cual han apare- preliminares. Como nueva prenda del espíritu de fra-
cido muchos poetas de mérito y han acabado de des- ternidad hispano-americana con que esta obra ha sido
arrollarse otros que allí sólo están representados por concebida, figuran en ella no sólo los poetas america-
débiles muestras. Y además, el autor no estuvo infor- nos que han escrito en América, sino también los que
mado por igual ni disfrutó de los mismos recursos bi- han pasado en España la mayor parte de su vida, y á
bliográficos para todos los países de América, y hay quienes generalmente se incluye en la literatura penin-
algunos, tan importantes como México, de que parece sular, puesto que los más de ellos hasta políticamente
haber logrado pocas noticias. fueron españoles, así Ventura de la Vega, Baralt, Ger-
trudis Gómez de Avellaneda, Heriberto García de Que-
la fundación, y aun llegó á designar maestros; pero la
vedo y el general Ros de Olano.
gloria de llevar al cabo el establecimiento de las escue-
Y sin más prevenciones, entremos desde luego en
las corresponde á su sucesor, D. Luis de Velasco, que
materia, comenzando por el que se llamó Virreinato de
fué el encargado de poner en ejecución la Real cédula
Nueva España, y es hoy (aunque con territorio notable-
del emperador Carlos V , fecha en Toro á-22 de Sep-
mente mermado) la República federal de los Estados
tiembre de 1551, por virtud de la cual la Universidad de
Mexicanos, principal representante en el Norte de
México, dotada con mil pesos de oro de minas al año,
América del genio de nuestra raza.
comenzó á gozar los mismos privilegios y franquicias
que la de Salamanca. Otra cédula de Felipe I I , fecha
en Madrid á 17 de Octubre de 1562, confirmó, y aun
amplió estos privilegios, después que la Sede Apostó-
II. lica, en 1555, había dado á la Universidad el título de
Pontificia, concediendo el patronato de ella á los Reyes
MÉXICO.
de España.
No cayó la semilla en terreno estéril, ni pasó mucho
Tuvo el Virreinato de Nueva España (como la parte tiempo sin que la naciente Universidad, cuyos estudios
predilecta y más cuidada de nuestro imperio colonial, y se inauguraron en 3 de Junio de 1553, con inmenso con-
aquella donde la cultura española echó más hondas curso de gentes y asistencia del Virrey y de la Audien-
raíces) las más antiguas instituciones de enseñanza del cia á las primeras cátedras, comenzase á dar muestras
Nuevo Mundo, y también la primera imprenta. Á los de actividad científica, dignas de los hombres nada vul-
nombres venerables del primer arzobispo Fr. Juan de gares que hicieron sonar en ellas su voz desde el primer
Zumárraga y del primer virrey D. Antonio de Men- día. El agustino Fr. Alonso de Veracruz, á quien tanto
doza, va unida la introducción de estos dos capitales honra su adhesión á las doctrinas y á la persona de fray
elementos de cultura: la Universidad y la Tipografía. Luis de León, llevó al Nuevo Mundo la filosofía peripa-
Y a existían el colegio de Tlatelolco para indios, y los de tética, imprimiendo en 1554 el primer tratado de Dia-
San Juan de Letrán y la Concepción para mestizos, léctica, y en 1557 el primer tratado de Física, obras que
cuando el cabildo de la ciudad solicitó, y concedió el le dan buen lugar entre los neoescolásticos del siglo xvi,
Virrey, licencia para que se fundase «una Universidad modificados en método y estilo por la influencia del Re-
de todas ciencias, donde los naturales y los hijos de los nacimiento. El Dr. Bartolomé Frías de Albornoz, hábil
españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra y enérgico adversario de Fr. Bartolomé de las Casas, y
santa fe católica y en las demás facultades». Contribuyó uno de los más antiguos impugnadores de la trata de
Mendoza con rentas propias para los primeros gastos de negros, «hombre doctísimo y en todas lenguas perfectí-
trudis Gómez de Avellaneda, Heriberto García de Que-
la fundación, y aun llegó á designar maestros; pero la
vedo y el general Ros de Olano.
gloria de llevar al cabo el establecimiento de las escue-
Y sin más prevenciones, entremos desde luego en
las corresponde á su sucesor, D. Luis de Velasco, que
materia, comenzando por el que se llamó Virreinato de
fué el encargado de poner en ejecución la Real cédula
Nueva España, y es hoy (aunque con territorio notable-
del emperador Carlos V , fecha en Toro á-22 de Sep-
mente mermado) la República federal de los Estados
tiembre de 1551, por virtud de la cual la Universidad de
Mexicanos, principal representante en el Norte de
México, dotada con mil pesos de oro de minas al año,
América del genio de nuestra raza.
comenzó á gozar los mismos privilegios y franquicias
que la de Salamanca. Otra cédula de Felipe I I , fecha
en Madrid á 17 de Octubre de 1562, confirmó, y aun
amplió estos privilegios, después que la Sede Apostó-
II. lica, en 1555, había dado á la Universidad el título de
Pontificia, concediendo el patronato de ella á los Reyes
MÉXICO.
de España.
No cayó la semilla en terreno estéril, ni pasó mucho
Tuvo el Virreinato de Nueva España (como la parte tiempo sin que la naciente Universidad, cuyos estudios
predilecta y más cuidada de nuestro imperio colonial, y se inauguraron en 3 de Junio de 1553, con inmenso con-
aquella donde la cultura española echó más hondas curso de gentes y asistencia del Virrey y de la Audien-
raíces) las más antiguas instituciones de enseñanza del cia á las primeras cátedras, comenzase á dar muestras
Nuevo Mundo, y también la primera imprenta. Á los de actividad científica, dignas de los hombres nada vul-
nombres venerables del primer arzobispo Fr. Juan de gares que hicieron sonar en ellas su voz desde el primer
Zumárraga y del primer virrey D. Antonio de Men- día. El agustino Fr. Alonso de Veracruz, á quien tanto
doza, va unida la introducción de estos dos capitales honra su adhesión á las doctrinas y á la persona de fray
elementos de cultura: la Universidad y la Tipografía. Luis de León, llevó al Nuevo Mundo la filosofía peripa-
Y a existían el colegio de Tlatelolco para indios, y los de tética, imprimiendo en 1554 el primer tratado de Dia-
San Juan de Letrán y la Concepción para mestizos, léctica, y en 1557 el primer tratado de Física, obras que
cuando el cabildo de la ciudad solicitó, y concedió el le dan buen lugar entre los neoescolásticos del siglo xvi,
Virrey, licencia para que se fundase «una Universidad modificados en método y estilo por la influencia del Re-
de todas ciencias, donde los naturales y los hijos de los nacimiento. El Dr. Bartolomé Frías de Albornoz, hábil
españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra y enérgico adversario de Fr. Bartolomé de las Casas, y
santa fe católica y en las demás facultades». Contribuyó uno de los más antiguos impugnadores de la trata de
Mendoza con rentas propias para los primeros gastos de negros, «hombre doctísimo y en todas lenguas perfectí-
simo» al decir del Brócense, representaba allí la cultura
Á favorecer el desarrollo de los estudios y la comu-
jurídica, como catedrático de Instituto,. Y finalmente,
nicación de los estudiosos había venido, aun antes que
los estudios literarios, los llamados entonces de Gramá-
la Universidad, la imprenta, que es gloria de nuestra
tica y Retórica, tenían su patriarca en un benemérito
raza haber introducido y propagado en el Nuevo Mundo,
humanista toledano, Francisco Cervantes de Salazar,
siendo México la primera ciudad que pudo ufanarse en
que ya en España, y bajo los auspicios de Hernán Cor-
poseerla. Zumárraga y Mendoza fueron sus benéficos
tés, se había mostrado ingenioso moralista y florido cul-
promotores, y el primer oficial de ella un Juan Pablos,
tivador de la lengua propia, continuando el Diálogo de
dependiente del impresor de Sevilla Crombérger, á nom-
la dignidad del hombre, del maestro Hernán Pérez de
bre del cual están dados los privilegios de las primeras
Oliva, hasta añadirle triple materia; glosando y decla-
ediciones, porque él ponía el costo de la empresa. De
rando la curiosa novela alegórica del protonotario Luis
1539 parece ser el primer libro, esto es, la Breve y Com-
Mexía, intitulada Apólogo de la ociosidad y el trabajo;
pendiosa Doctrina Christiana en lengua mexicana y
y traduciendo y adicionando algún opúsculo de Luis
castellana, del apostólico Zumárraga (i). De 1540 es,
Vives, cuya dirección crítica parece haber seguido en
seguramente, el Manual de Adultos, del cual sólo restan
sus estudios, y cuyos procedimientos dialogísticos para
dos hojas, en una de las cuales se leen unos dísticos la-
la enseñanza de la lengua latina venía á aclimatar en la
tinos del burgalés Cristóbal de Cabrera, primer vagido
Universidad americana, reimprimiendo, comentados,
de la poesía clásica en el Nuevo Mundo. No menos que
en 1554, los coloquios ó manual de conversación de
116 libros salidos de aquellas prensas en el siglo x v i han
aquel grande humanista, y adicionándolos con siete más
llegado á catalogar los más diligentes bibliófilos, y sin
de propia cosecha, tres de los cuales vienen á constituir
duda hubo muchos más, que se consumieron y destruye-
una interesante y animada descripción de la ciudad de
ron por el uso continuo y la mala calidad del papel,
México, tal como estaba en los primeros tiempos de la
como fácilmente puede observarse en los rarísimos ejem-
colonia, y de la vida y ocupaciones de los moradores de
plares hoy existentes, incompletos casi todos, maltrata-
ella, con raras noticias topográficas y de costumbres
dos y sucios, consumidos por la humedad y la polilla, y á
que han servido de base á uno de los trabajos más inte-
pesar de eso, buscados con afán y pagados en las ventas
resantes y amenos del sabio y profundo historiógrafo
públicas á precios altísimos, que apenas alcanza ningún
mexicano D. Joaquín García Icazbalceta (1).
otro género de libros. Predominan, entre ellos, como es
natural, los libros catequísticos y los de educación, las

(1) México en 1554. Los Dñlogos latinos que Francisco Cervantes Salazar
escribió é imprimió en México en dicho año. Los reimprime, con traducción cas- ( 1 ) V é a s e la magistral biografía que de este gran Prelado ha escrito el se-
tellana y notas, Joaquín García Lcazbalceta; en 4° M é x i c o , A n d r a d e y M o r a - ñor Icazbalceta: Fr. Juan de Zumárraga, primer Obispo y Arzobispo de Mé-
les, 1875. xico. Estudio biográfico y bibliográfico; en 4. 0 M é x i c o , Andrade y Morales, 1881.

b
doctrinas y cartillas en lenguas indígenas, las gramáticas
y vocabularios de estas mismas lenguas, mexicana, ta- de Amadis é otros desta calidad, porqne éste es mal
rasca, zapoteca, mixteca y maya, preciosísimo fondo de ejercicio para los indios, é cosa en que no es bien que se
la filología americana; pero no faltan obras de carácter ocupen ni lean». Pero sobre la poesía propiamente dicha
más general: las de Filosofía del P. Veracruz; las de no recaía tal anatema, antes comenzaba á ser estimada
Teología de Fr. Bartolomé de Ledesma; las de Medicina y honrada por todo el mundo, y la Universidad, no sólo
de Bravo, Farfán y López de Hinojosa; las de Náutica la acogía en sus aulas, sino que la daba entrada en sus
y Arte militar del santanderino Diego García de Pala- festividades, así en lengua vulgar como en lengua latina.
cio, y algunas compilaciones legales como las Ordenan- Pero es cierto que los mismos libros de los poetas clá-
zas de Mendoza y el Cedulario de Puga. sicos usados comúnmente en las escuelas, iban de Es-
Pero cuando atentamente se recorren las inestimables paña, sin que apenas haya otra excepción que un Ovi-
páginas de la Bibliografía mexicana del siglo x v i (i), dio (Tristes y Ponto) de 1577 (1); y por lo que toca á la
de García Icazbalceta, obra en su línea de las más per- poesía vulgar, no hay en rigor ni un solo libro, puesto
fectas y excelentes que posee nación alguna, llama la que nadie ha visto, y todo induce á tener por fabuloso
atención la ausencia de libros de amena literatura. Los el Cancionero Spiritual, de un P. Las Casas, indigno
diálogos de Francisco Cervantes de Salazar son quizá religioso de esta Nueva España, que se dice impreso
la única excepción importante que puede presentarse, en México por Juan Pablos, en 1546. La portada, única
y aun para eso, más que libro recreativo son un libro de cosa que del libro sabemos, y en la cual se declara que
ejercicios prácticos para estudiantes de Gramática. No contiene «obras muy provechosas y edificantes, en par-
sorprende, en verdad, la falta de libros de caballerías ticular unas coplas muy devotas en loor de Nuestro
y otras invenciones novelescas, puesto que sobre ellos
( 1 ) P o r aquel tiempo s e suscitó en M é x i c o una cuestión análoga á la que
pesaba en las colonias dura proscripción, y apenas po-
en Francia, y en nuestros días, se ha llamado cuestión de los clásicos. E l j e -
dían entrar sino de contrabando los que se imprimían suíta italiano V i c e n t e L a n u c h i , primer profesor de letras humanas en el co-
en la Península, según se deduce del contexto de una legio de la Compañía, en M é x i c o , se oponía á la lección de los poetas genti-
l e s ; pero su parecer f u é desaprobado por los superiores de su Orden,
cédula de 4 de Abril de 1531, confirmada por otras mandando el g e n e r a l , en carta de 8 de A b r i l de 1577, que «no se dejasen de
posteriores, prohibiendo pasar á Indias «libros de ro- leer los libros profanos, siendo de buenos autores, como se leen en todas las otras
partes de la Compañía, y los inconvenientes q u e V . R . significa, los maestros
mances de historias vanas ó de profanidad, como son
los podrán quitar del todo, con el cuidado que tendrán en las ocasiones que
se ofrecieren.»
A consecuencia, sin duda, de tal determinación, imprimieron los jesuítas
(1) Bibliografía mexicana del siglo xvi. Primera parte. Catalogo razonado de
de M é x i c o aquel mismo año su Ovidio; pero para satisfacer á los aficionados
los libros impresos en México de 1539 * 1600. Con biografías de autores y otras
á los poetas cristianos, añadieron, al fin, algunos versos de Sedulio y otros
ilustraciones. Precedido de una noticia acerca de la Imprenta en México, por
Joaquín García Icazbalceta; en 4 ° grande. M é x i c o , Imprenta de F r a n c i s c o de San G r e g o r i o N a c i a n c e n o , traducidos del griego. E l mismo a ñ o , y tam-
Díaz de L e ó n . bién'para uso de las escuelas de la C o m p a ñ í a , se hizo una edición de los
Emblemas, de A l c i a t o .
Señor Jesu Christo y de la Sacratíssiraa Virgen María,
Su Madre, con una farsa intitulada el Juicio final», tiene mos creer que todas ó la mayor parte fueran suyas. Si
todas las trazas de ser una broma de algún bibliófilo ma- así fué, valía como poeta mucho menos que como pro-
leante, para chasquear á sus compañeros con la estu- sista, aunque por versos de circunstancias no puede juz-
penda noticia de un cancionero mexicano de 186 folios. garse á nadie. Los latinos son algo mejores que los cas-
Icazbalceta ha puesto de realce todas las inverosimili- tellanos, sin duda porque Cervantes de Salazar, como
tudes, ó más bien imposibilidades, que se oponen á la otros muchos humanistas, tenía más hábito de versifi-
existencia de tal obra, y por nuestra parte, sólo nos car en la lengua sabia que en la propia, si bien un crí-
mueve á mencionarla el correr divulgada su noticia en tico reciente califica de ruda su dicción latina (1). Lo
libro tan autorizado y tan seguro en sus indicaciones bi- único que importa advertir es que los pocos versos cas-
bliográficas como la traducción española de Ticknor. tellanos del Túmulo son todos de la escuela italiana:
sonetos y octavas reales con algunos versos agudos,
Nos vemos reducidos, pues, á seguir los primeros
como solían practicarlo Boscán y D. Diego de Men-
pasos de la musa mexicana en los versos panegíricos y
doza. Se ve que los humanistas del Nuevo Mundo no
en las relaciones de fiestas: literatura, por lo general, de
andaban rezagados, y que recibieron pronto las noveda-
más curiosidad histórica que poética. Son los más anti-
des literarias que por vía de Italia se habían comunicado
guos los que se contienen en el rarísimo opúsculo que
á nuestros ingenios.
Francisco Cervantes de Salazar publicó en 1560 con el
¿ Y cómo no, si al parecer las llevó allí el mismo Gu-
título de Túmulo imperial de la gran ciudad de México
tierre de Cetina, uno de los patriarcas del gusto italo-
á las obsequias del invictísimo César Carlos V. García
clásico? Convienen todos los biógrafos de este terso y
Icazbalceta le ha reproducido íntegro en su Bibliogra-
delicado poeta sevillano, en que su varia y contrastada
fía, no sólo á título de ejemplar único, sino por conside-
fortuna le condujo ya en su vejez á México, donde tenía
rarlo como monumento de la grandeza á que había
cargo de gobierno un hermano suyo; pero de tal viaje
llegado México en tan pocos años. Hizo la traza del
no ha quedado huella en sus poesías. Quizá Cetina ya no
túmulo Claudio de Arciniega, «arquitecto excelente,
las hacía en aquel tiempo. El había sido comensal de
maestro mayor de las obras de México», y fué «obra
Hernán Cortés, y para la Academia que éste tenía en
extraña y de gran variedad para todos los que la vieron»,
su casa de Sevilla compuso la famosa Paradoja en ala-
porque iba llena de historias y figuras, «pintadas muy
banza de. los cuernos.
bien al natural, de lo que representaban», según «se
comprendía y daba á entender» en muchas letras é ins- Otros dos ilustres poetas castellanos del siglo xvi,
cripciones, unas en verso y las más en prosa. No dice hicieron larga residencia en Nueva España, contribu-
el maestro Cervantes de Salazar los nombres de sus
autores; pero como no las elogia al transcribirlas, pode- ( 1 ) M a s s e b i e a u , Les colloques scolaires du seizième siècle et leurs auteurs.
P a r i s , 1878, pâg. 199.
yendo sin duda de un modo eficaz al desarrollo de las
Y con lustroso iczotl de tierra ajena
buenas prácticas literarias, difundidas por las escuelas
D i ó al cuerpo un lustre de belleza tanta,
de Salamanca y de Sevilla. Fué el primero el madrileño Q u e le dejó tan terso y tan p o l i d o ,
Eugenio Salazar de Alarcón, que después de haber C o m o si fuera de marfil bruñido.

sido gobernador en Canarias, oidor en Santo Domingo


Y añade por nota marginal: «Iczotles un pimpollo que
y fiscal en Guatemala, pasó á la Audiencia de México,
hay en la Nueva España á manera de palmito, que tiene
donde residió nueve años, de 1581 á 1599. El incompa-
las cabezas de las pencas blanquísimas y lustrosísimas.»
rable donaire y agudeza satírica de sus cartas en prosa,
Hizo á su manera la Grandeza Mexicana antes que
sacadas á luz en estos últimos años para universal rego-
Bernardo de Valbuena, describiendo en octavas reales
cijo por la Sociedad de Bibliófilos Españoles, ha dejado
la laguna de Tenuxtitlán, poniendo en sus márgenes es-
en secundario lugar sus méritos como poeta, aunque lo
cenas bucólicas como las de El Siglo de Oro, y can-
fué fecundísimo, y de un género muy personal y casi
tando las pompas de la ciudad y el floreciente estado
doméstico, raro siempre en nuestra literatura y más en
de sus escuelas, en los tercetos de la epístola que diri-
la del siglo x v i . Su propia facilidad para versificar y la
gió al divino Herrera, y que éste no pudo contestar por
abundancia de su producción le perjudican: hay sin duda
haber muerto antes que llegase la carta á Sevilla. No
en la enorme cantidad de versos que encierra su Silva
compararemos la llaneza, muchas veces desmayada, de
de varia poesía (1) (todavía inédita en su mayor parte),
los metros de Salazar, con el bizarro alarde y esplén-
muchas cosas medianas é insignificantes, en que la sol-
dido atavío de los de Valbuena, que en lo meramente
pura degenera en desaliño, y la ternura conyugal en
descriptivo no cede la palma á ningún poeta nuestro,
trosaismo casero; pero hay en la parte erótica, es decir,
pero siempre será curioso para la historia de la colonia
en los innumerables versos hechos «á contemplación de
cotejar las descripciones que en poco más de medio
doña Catalina Carrillo, su amada mujer», un afecto lim-
siglo hicieron en prosa y en verso estos dos poetas, cada
pio, honrado y sincero, muy humano y cien leguas dis-
cual por su estilo. La nota dominante en Salazar es una
tante de la monotonía petrarquista; y en la parte des-
especie de realismo prosaico, que se complace en el de-
criptiva mucho lujo y gala de dicción, y ciertos conatos
talle menudo y en llamar á las cosas por su nombre sin
de dar á sus paisajes color local y americano, sin rehuir
perífrasis ni eufemismos retóricos. En este punto es
los nombres indígenas, aunque sean tan ásperos como
casi un precursor del Observatorio Rústico, de Salas.
los de Tepecingo y Tecapulco, ó tan poco divulgados
Véase como muestra esta octava:
como Milpa é Iczotl:
Allí b e r m e j o chile colorea,
Y el naranjado ají no m u y maduro;
A l l í el frío tomate verdeguea,
Y flores de color claro y obscuro,
( 1 ) M S . de más de 500 h o j a s , existente en la A c a d e m i a de la Historia.
Y el agua dulce entre ellas que blanquea
Haciendo un enrejado claro y puro,
De blanca plata y variado esmalte, Q u e con tu fino esmalte lustre dieses
P o r q u e ninguna cosa bella falte. A l o r o de la rica poesía,
Y con tu clara luz la descubrieses :
C o m o en la honda mina donde el dia
Á pesar de sus tendencias un tanto prosaicas, y á N o entra, ni del sol alguna lumbre
pesar de que aun en lo más selecto y acendrado de sus Q u e muestre el metal rico donde guia;
Metida la candela que lo alumbre
versos siguió principalmente la manera blanda y apaci-
D e s c u b r e luego la preciosa v e t a
ble de Garcilaso (como hacían todos los poetas madri- Q u e hinca al centro desde la alta cumbre.
leños, toledanos, complutenses, y en general todos los
Y cual la linda A u r o r a que demuestra
nacidos en ambas Castillas), tenía en gran predicamento L a venida del dia, y asegura
y veneración el nombre del cultísimo Hernando de He- L a l u z que alumbra la carrera nuestra,
rrera, cabeza de una escuela lírica, diferente, si no opues- A s i las obras tuyas que v e n t u r a
H i z o asomar al horizonte nuestro,
ta, y caracterizada principalmente por el especial carác- P r o m e t e n otras llenas de hermosura.
ter que imprimió al dialecto poético, con cierta rigidez
D e tu caudal q u e ciencias mil abarca,
majestuosa y enfática. Los escritos de aquel varón, tan
N o s traiga y a el O c é a n o otra vuelta,
gran teórico y preceptista como noble y robusto poeta, A n t e s del corte de la mortal Parca.
tenían en Nueva España muchos admiradores, y aun L a presa y a del dulce néctar suelta
Q u e inunde y fertilice las arenas
secuaces, siendo como era íntima y constante la comu- Del N u e v o M u n d o , con verdad resuelta.
nicación entre México y Sevilla. De todo ello, así como • A b r e de tu s a b e r l a s ricas venas,
de su propia estimación, da testimonio Eugenio de Sala- Y de tu entendimiento y elocuencia
Salga el rico licor de que están llenas.
zar en la carta citada, hablando con el mismo Herrera:

Á pesar de lo que pudiera inferirse de este curioso


P o r eso con deseo acá se espera
De tu sabia M i n e r v a el caudal rico, documento literario, no fué la de Herrera la influencia
Q u e de erudición llene aquesta esfera predominante en México, al paso que la de Salazar pa-
L a erudición de tus Anotaciones
reció robustecerse con la venida de otro poeta, fácil y
Q u e tienen admirado el N u e v o M u n d o
C o n su elegancia y sus resoluciones: despilfarrado como él, aunque de vena mucho más va-
C o n su c o m e n t o de saber profundo ria y opulenta, que alcanzó, si bien con desigual éxito, á
D e todas Facultades muestra clara.
la épica, á la dramática, á la didáctica y á todos los gé-
B i e n mereció por cierto aquella rara neros de lírica, desde el romance tradicional hasta la
M u s a de nuestro ilustre Garcilaso canción italiana. Era Juan de la Cueva, aunque nacido
Q u e tu fértil ingenio la ilustrara;
en Sevilla, una especie de disidente ó tránsfuga de la
Q u e de sus cultos versos cualquier paso
T ú nos lo interpretases y expusieses, escuela poética de aquella ciudad, no sólo por la mayor
P u e s pasan tanto á los del culto Tasso; libertad y ensanche de su doctrina literaria, análoga en
muchos puntos al romanticismo, sino también por su ¿Consideráis que está en una laguna
alejamiento habitual del artificioso lenguaje poético M é x i c o , cual Venecia, edificada
reacción que exageraba hasta caer muchas veces en des- Sobre la mar, sin diferencia alguna?
¿Consideráis q u e en torno está cercada
madejada trivialidad. No podemos fijar con exactitud la D e dos mares, q u e envían frescos vientos?
fecha de su viaje á Nueva España, á donde fué en com-
L o s edificios altos y opulentos,
pañía de su hermano Claudio, inquisidor y Arcediano de
D e piedra y blanco mármol fabricados,
Guadalajara, pero por varias conjeturas nos inclinamos Q u e suspenden la vista y pensamientos;
á colocarla entre 1588 (fecha de la impresión de sus L a s acequias, y aquestos regulados
A t a n o r e s q u e el agua traen á peso,
Comedias y Tragedias) y 1603 (fecha de su Conquista
D e Santa F e una legua desviados.
de la Bélica), libros uno y otro cuyas dedicatorias ar-
guyen la presencia del autor en Sevilla, así como la sus- Mirad aquellas frutas naturales,
E l plátano, mamey, guayaba, anona,
cripción final del Ejemplar Poético nos muestra que Si en g u s t o las de España son iguales.
en 1606 residía en Cuenca, seguramente muy entrado P u e s un chico zapote á la persona
en años. Hay 'en la voluminosa colección de sus versos D e l R e y le p u e d e ser empresentado
P o r el fruto m e j o r que cría P o m o n a .
manuscritos, existentes en la Biblioteca del Cabildo de E l aguacate á V e n u s consagrado
Sevilla, y de la cual Gallardo ofrece amplios extrac- P o r el efecto y trenas de colores,
E l capulí y zapote colorado:
tos (1), más de una composición destinada á archivar
L a variedad de hierbas y de flores,
sus recuerdos de Indias. La más curiosa es, sin duda, D e q u e hacen figuras estampadas
una epístola al licenciado Laurencio Sánchez de Obre- E n l i e n z o , con matices y labores;
Sin otras cien mil cosas regaladas,
gón, donde con gracia desenfadada y amenos colores,
D e q u e los indios y españoles usan,
que fácilmente hacen perdonar la dureza y desaliño de Q u e de los indios fueron inventadas.
algunos versos, nos pone delante de los ojos el espec- L a s comidas q u e no entendiendo acusan
L o s cachopines y aun los vaquianos,
táculo que á los suyos ofreció la ciudad de las lagunas.
Y de cometías h u y e n y se excusan,
El pasaje es tan curioso, que aunque largo, merece Son para mí los que los hacen vanos ;
transcribirse: Q u e un pipián es célebre c o m i d a ,
Q u e al sabor dél os c o m e r é i s las manos.

Á toda esta ciudad sois m u y propicio, L a gente natural, si, es desabrida


( D i g o los indios) y de no buen trato,
Y la ciudad á mí, porque y o en ella
Y la lengua de mí poco entendida.
A mi placer m e h u e l g o y me revicio.
C o n todo eso, sin tener recato,
V o y á v e r sus mitotes y sus danzas,
Sus j u s t a s de más costa q u e aparato.
E n ellas no v e r é i s petos ni lanzas,
(1) Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos. T o m o II
Sino vasos de vino de Castilla,
(vid. especialmente, pág. 647). E n el t o m o 111 está el artículo de E u g e n i o
de balazar, con extractos m u y copiosos de la Silva. C o n que entonan del baile las mudanzas.
XXVIII XXIX

Dos mil indios (¡oh extraña maravilla!)


Bailan por un compás á un tamborino,
á cobrar el nombre de Atenas del Nuevo Mundo. Y por
Sin mudar voz, aunque es cansancio oilla. mucho que demos á la hipérbole poética, alguna razón
E n sus cantos endechan el destino
tendría el valiente cantor de su Grandeza para excla-
D e Moctezuma, la prisión y muerte,
Maldiciendo á Malinche y su camino. mar como exclama:
A l gran Marqués del Valle llaman fuerte Aquí hallarás más hombres eminentes
Q u e los venció; llorando desto, cuentan E n toda ciencia y todas facultades
T o d a la guerra y su contraria suerte. Q u e arenas lleva el G a n g e en sus corrientes:
Otras veces se quejan y lamentan Monstruos en perfección de habilidades,
D e A m o r ; que aun entre bárbaros el fiero Y en las letras humanas y divinas
Q u i e r e que su rigor y fuego sientan. Eternos rastreadores de verdades.
D e su hemisferio ven la luz primero Préciense las escuelas salmantinas,
Ausente, que se ausentan del mitote L a s de Alcalá, Lovaina y las de Atenas
E n que han consumido el día entero. D e sus letras y ciencias peregrinas;
^ D e aquí van donde pagan el escote Préciense de tener las aulas llenas
A Baco, y donde aguardan la mañana D e más borlas, que bien será posible,
Tales que llaman al mamey camote. Mas no en letras mejores ni tan buenas;
Q u e cuanto llega á ser inteligible,
De tales humanistas y poetas recibió México la inicia- Cuanto un entendimiento humano encierra,
Y con su luz se puede hacer visible,
ción literaria, así como del admirable prosista, autor del
L o s gallardos ingenios desta tierra
Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, que en 1609 L o alcanzan, sutilizan y perciben
imprimió allí su Ortografía Castellana. La cosecha fué E n dulce paz ó en amigable guerra.

en breve tiempo tan abundante, que ya en 1610 podía E l cuadro de la prosperidad material é intelectual de
escribir el dramaturgo Fernán González de Eslava: la México española trazado por la brillantísima pluma
«hay más poetas que estiércol». Á un solo certamen de nuestro llorado compañero D. Luis Fernández-Gue-
de 1585, solemnísimo á la verdad, puesto que lo autori- rra, en su biografía de D. Juan Ruiz de Alarcón, nos
zaron con su presencia siete Obispos juntos para el prohibe insistir en este punto, so pena de quedar muy
concilio provincial mexicano, concurrieron nada menos deslucidos en la comparación. Búsquelo el curioso en
que trescientos poetas, según refiere Bernardo de Val- el libro mismo, y sentirá, todo junto, sorpresa, admira-
buena, que fué uno de los laureados, y que no se harta ción y patriótico deleite (i).
de encarecer «los delicados ingenios de aquella florida
Sabemos de cierto que muchos de esos ingenios no
juventud, ocupados en tanta diversidad de loables estu-
eran ya trasplantados de España, sino nacidos y creci-
dios, donde sobre todo la divina alteza de la poesía más
que en otra parte resplandece» (1). México empezaba
(1) Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, por D. Luis Fernandez-Guerra
y Orbe. Obra premiada eti público certamen de la Real Academia Española,y
( 1 ) Siglo de Oro, edición de la Academia Española, pág. 133. publicada a sus expensas. Madrid, 1871.
dos en México. Cuál sea el más antiguo poeta mexicano zas, el primero de estos sonetos que, con algún rasgo
de nombre conocido, no parece cosa fácil de averiguar; del estilo de Herrera, tiene, sin embargo, más analogía
pero todas las probabilidades están á favor de Francisco' con la manera de Cetina, de quien Terrazas parece
de Terrazas, elogiado ya por Cervantes en el Canto de haber sido amigo y quizá discípulo:
Canope, que se imprimió con la Galatea en 1584.
Dejad las hebras de oro ensortijado
D e la región antàrtica podría Q u e el ánima me tienen enlazada,
E t e r n i z a r ingenios soberanos,
Y volved á la nieve no pisada
Q u e si riquezas h o y sustenta y cría,
L o blanco de esas rosas matizado.
T a m b i é n entendimientos sobrehumanos.
Dejad las perlas y el coral preciado
Mostrarlo puedo en muchos este día,
D e que esa boca está tan adornada;
Y en dos os quiero dar llenas las manos:
Y al cielo, de quien sois tan envidiada,
U n o de N u e v a España y n u e v o A p o l o ,
. V o l v e d los soles q u e le habéis robado.
Del P e r ú el otro, un sol único y solo.
L a gracia y discreción que muestra ha sido
Francisco el uno de Terrazas tiene Del gran saber del celestial maestro,
E l nombre acá y allá tan conocido, V o l v é d s e l o á la angélica natura;
C u y a vena caudal nueva H i p o c r e n e Y todo aquesto así restituido,
H a dado al patrio venturoso nido V e r é i s que lo que os queda es propio v u e s t r o :
Ser áspera, cruel, ingrata y dura.
Era Terrazas hijo de uno de los conquistadores, ma-
yordomo de Hernán Cortés, alcalde ordinario de Mé- El Sr. García Icazbalceta, gran maestro de toda eru-
xico y «persona preeminente», al decir de Bernal Diaz dición mexicana, ha descubierto recientemente fragmen-
del Castillo. D e l hijo poco sabemos, salvo que fué «ex- tos de una obra poética de Terrazas, mucho más impor-
celentísimo poeta toscano, latino y castellano». Escasas, tante y extensa (1). Este poema, que el autor no acabó
pero no despreciables, son las reliquias de sus versos impedido por la muerte, se titulaba: Nuevo Mundo y
En el Ensayo de Gallardo (1) se han publicado tres Conquista, y eran su asunto las hazañas de Hernán
sonetos suyos, tomados de un precioso cancionero ma- Cortés.
nuscrito de la Biblioteca Nacional coleccionado en Aunque manuscrito, debió de correr con estimación
Mexico en 1577, y a l parecer por Gutierre de Cetina. entre sus contemporáneos, puesto que el autor de su
El mejor de estos sonetos no puede transcribirse aquí epitafio, con la hipérbole propia de tales elogios fúne-
por ser un tanto deshonesto: el dirigido á una dama bres, se atrevió á compararlo nada menos que con el
que despabiló una vela con los dedos, adolece del giro mismo Hernán Cortés, manifestando sus dudas de que
conceptuoso propio del argumento. Nos limitamos,
pues, a presentar, como muestra del númen de Terra-
( 1 ) V é a s e el estudio titulado: Literatura Mexicana. Francisco de Terrazas
y otros poetas del siglo x v i . E n las Memorias de la Academia Mexicana corres-
( 1 ) T o m o x, columnas 1.003-1.007. pondiente de la Real Española. ( T o m o II, páginas 357-425.)
el conquistador hubiera valido más con sus heroicos he-
chos que Terrazas- con escribirlos: la invasión de los españoles. Algunas octavas de este
episodio (inspirado evidentemente por las Tegualdas y
T a n e x t r e m a d o s l o s dos las Glauras de la Araucana, abuelas más ó menos re-
E n su suerte y su prudencia,
motas de Atala) mostrarán que Terrazas no era poeta
Q u e se queda la sentencia
Reservada para D i o s vulgar, aunque abusase en demasía de símiles y recursos
Q u e sabe la diferencia. de estilo ya muy manoseados por otros poetas:
Las octavas que nos restan del celebrado poema, se
N o c o m o y o con tal presteza parte
han conservado sin orden en una especie de centón en C i e r v o q u e sin sentido el curso aprieta,
prosa que formó otro descendiente de conquistadores, C u a n d o en segura y sosegada parte
H e r i d o siente la mortal saeta:
Baltasar Dorantes de Carranza. Aparecen además con-
N i nunca por el cielo de tal arte
fundidas y revueltas con otras al mismo asunto que pa- C o r r e r se ha visto la v e l o z cometa,
recen ser de un tal Arrázola ó Arrazola, y de un Salva- Q u e á v e r de mi desdicha el caso cierto
C o n miedo y con amor volaba muerto.
dor de Cuenca, poetas ignotos uno y otro. No es
Y á una legua ó poco más andada
posible, por tanto, formarse idea clara del poema, ni Hallé los robadores y robados;
siquiera determinar lo que propiamente pertenece á V i d e una g e n t e blanca m u y barbada,
Soberbios y de limpio hierro armados;
Terrazas, si bien por la semejanza de estilo se infiere V i la cautiva presa en medio atada,
que la mayor parte de los fragmentos deben de ser su- D e sus alhajas miseras cargados,
A l uso y voluntad de aquellos malos
yos. Entre los innumerables poemas de asunto ameri-
Q u e aguijando los van á duros palos.
cano que suscitó el ejemplo de Ercilla, no parece haber
sido éste de Terrazas uno de los más infelices. La len- Cual tórtola tal vez dejó medrosa
gua es sana, pero no de mucho jugo; la narración corre E l chico pollo que cebando estaba,
P o r v e r subir al árbol la escamosa
limpia; los versos son fáciles, aunque de poco nervio. Culebra que á su nido se acercaba,
Hay episodios agradables de amores y escenas campes- Y vuelta vió la fiera ponzoñosa
C o m e r l e el hijo encarnizada y brava;
tres, que templan la monotonía de la trompa bélica. E l B a t e las alas, chilla y vuela en vano,
ingenio de Terrazas parece más apto para la suavidad y C e r c a n d o el árbol de una y otra mano.
ternura del idilio, que para lo épico y grandilocuente. E s A s i y o , sin remedio, congojado
D e v e r mi bien en cautiverio puesto,
muy linda, por ejemplo, la historia del valeroso mancebo L l e g a b a al escuadrón desatinado
Huitzel, hijo del Rey de Campeche, y de su amada C l a m a n d o en vano y revolviendo presto:
Quetzal, hija del R e y de Tabasco, y de sus andanzas y
M a s c o m o ni salvalla peleando
fuga por los desiertos hasta llegar al pueblo de Naucol, Pudiese, ni morir en su presencia,
donde hacen vida de pescadores y donde los sorprende T a l v e z al e n e m i g o amenazando,
T a l v e z pidiendo humilde su clemencia,
Sin otro efecto los seguí luchando
nio de Saavedra Guzmán, publicado en Madrid en 1599,
C o n el dolor rabioso y la paciencia,
Hasta llegar al río do se entraban obra sólo digna de estimación por su extremada rareza»
E n casas de madera que nadaban. y por ser el primer libro impreso de poeta nacido en
Nueva-España (1). Pocas lecturas conozco más áridas
V o l v i e n d o á mí, y en llanto derretida,
«Huitzel (me dijo), pues mi dura suerte é indigestas que la de esta crónica rimada en veinte
Y sin que pueda ser de ti valida, cantos mortales, que el autor escribió y acabó (según
M e lleva do jamás espero v e r t e ;
dice) en setenta días de navegación con balances de nao.
R e c i b e en la penada despedida
E l resto de las prendas de quererte, Hízola con el propósito poco disimulado de que le sir-
Y aquesta fe postrera q u e te e n v í o viese como de memorial en las pretensiones que á Es-
C o n cuanta fuerza tiene el amor mío.
Q u e quien p o r ti la patria y el sosiego,
paña traía, al igual de otros descendientes de conquista-
E l padre, el reino y el honor pospuso dores reducidos por entonces á suma pobreza, en nom-
Y puesta en amoroso y dulce f u e g o bre y representación de los cuales exhala amargas quejas
Seguirte peregrina se dispuso;
N i en muerte ni en prisión el m u n d o c i e g o
al principio del canto x v . Pretender en versos tan malos,
Q u e amor al corazón cuitado puso, no parece que había de adelantar mucho la fortuna del
Podrá quitar-jamás, sin ser quitada poeta, y si se había mostrado tan inepto corregidor en
E l alma presa á la mortal morada.
Si v o y para v i v i r puesta en s e r v i c i o
Zacatecas como rimador pobrísimo, no es extraño que
T e n e r m e ha tu memoria compañía, se levantase contra él aquella tormenta de que habla y
Y en un continuo y solitario oficio que le costó su empleo. N o sé cómo pudo Ticknor en-
L l o r a n d o pasaré la noche y día;
Mas si muriendo en triste sacrificio,
contrar poesía y verdad en tal obra, y la razón que da
F o r t u n a abrevia la desdicha mía, no me convence. El haber nacido el autor en México y
A d o n d e estés vendré (no tengas duda)
estar familiarizado con las escenas que describe y co-
Espíritu desnudo y sombra muda.
nocer los hábitos de la raza infeliz cuyo fin relata, con-
No siempre se sostienen á la misma altura los frag- diciones eran que no podían infundirle el talento poé-
mentos del poema, y aun suelen degenerar en crónica ri- tico de que carecía, aunque puedan dar alguna curiosidad
mada, pero así y todo fué desdicha grande que Terrazas histórica á su obra. Por eso el P. Clavijero la pone en
no llegara á perfeccionar é imprimir su obra, la cual, sin
pasar de una honrada medianía, como exactamente nota
Tcazbalceta, lleva, no obstante, todo género de ventajas (1) El Peregrino Indiano, por D. Antonio de Saavedra Guzmán, viznieto
á otro poema mexicano del mismo tiempo, compuesto del Conde del Castellar, nacido en México. E n Madrid, en casa de P e d r o Ma-
drigal, 1599, 8.° E n t r e los versos laudatorios los h a y de V i c e n t e E s p i n e l y
igualmente en loor de Hernán Cortés, y que logró
de L o p e de V e g a .
la fortuna, bien poco merecida, de fatigar las prensas. E s t e poema ha sido reimpreso en el folletín de un periódico de México,
Nos referimos á El Peregrino Indiano, de D. Anto- El Sistema Postal (1880), c o n prólogo de G . Icazbalceta. .
el catálogo de las historias americanas, añadiendo que
•no tiene de poesía sino el metro. El autor ofreció «un lia curiosa pero no muy segura coincidencia histórica
manjar de verdad» y no otra cosa; y añade, en versos recordada en estos versos:
detestables, si es que el nombre de versos se merece:
M a s ¡ay! que ese adalid el mismo día
N o lleva el ornamento de invenciones Q u e nacer v i m o s al sajón L u t e r o ,
D e ninfas cabalinas ni Parnaso, N a c i ó también para la afrenta mía

P o r q u e m e han dicho c i e r t o que es lo fino


parece tomada de estos dos rastreros renglones de El
Decir pan por pan, v i n o p o r vino.
Peregrino Indiano: -
A n í m a m e , Señor, á e c h a r el resto
N o con poco t e m o r y sentimiento, Cuando nació L u t e r o en A l e m a ñ a
E l v e r que soy en M é x i c o nacido, N a c i ó Cortés el mismo día en España.
D o n d e ningún historiador ha habido.
No hay duda que Hernán Cortés ha sido en general
De su veracidad en cuanto á la historia, responde en poco afortunado con sus cantores. Cualquiera narración
las aprobaciones del libro, no menor autoridad que la en prosa, no ya sólo la afiligranada y cultísima de Solís,
del cronista de Indias, Antonio de Herrera. Parece que ó la que trazó Prescott con tanta viveza de fantasía ro-
poseía Saavedra alguna de las lenguas indígenas; pero mántica, sino la rápida, elegante y maligna de Gomara,
tal conocimiento no le sirvió para dar color local á la la ruda y selvática de Bernal Díaz del Castillo, la del
narración, sino para rellenarla de nombres estrafalarios, mismo inmortal conquistador en sus Cartas y Relacio-
que acrecientan la dureza é insonoridad de sus octavas. nes escritas con la nerviosa sencillez propia de los gran-
Sólo se aparta del estricto rigor histórico, para intro- des capitanes, resultan infinitamente más poéticas que
ducir un poco de máquina, ya alegórica, ya de encanta- todos los poemas compuestos sobre la conquista de Mé-
mientos y hechicerías como el peyote confeccionado xico. La principal razón de esto es, sin duda, que la
por la hechicera de Tlaxcala, Tlantelup, sin que falte la realidad histórica excede aquí á toda ficción, y que por
indispensable tempestad promovida por el demonio para tratarse de un hecho de tiempos tan cercanos, y co-
hundir las naves de Hernán Cortés. nocido hasta en sus mínimos detalles, no deja campo
Como no hay libro malo de que no pueda sacarse al- abierto á la fantasía para exornarle, transfigurarle ni
guna utilidad, parece que la lectura del poema de Saave- enaltecerle. Pero otra razón de no pequeño peso está
dra, en que abundan detalles genealógicos y personales en la inferioridad de fuerzas poéticas de que adolecían
sobre los conquistadores, no fué del todo inútil á D . Ni- casi todos los autores que se atrevieron á cargar sus
colás Fernández de Moratín, para su célebre canto de débiles hombros con tal argumento. U n solo episodio,
Las naves de Cortés destruidas. Así, por ejemplo, aque- como el de las naves dadas al través, pudo inspirar á
V a c a de Guzmán algunas octavas robustas, patrióticas
y valientes, y á Moratín el padre una sarta de descrip- de ser aficionados y poetas de certamen, y sus obras hu-
ciones brillantísimas que en tono y estilo y pompa de bieron de perderse. Muestra curiosa de la poesía satí-
color salen mucho del pobre marco de la poesía del rica con que entretenían los largos ocios de la colonia y
siglo XVIII, y más bien parecen del tiempo de Lope ó exhalaban sus quejas los malhumorados y empobrecidos
de Valbuena. Pero fuera de esto y del poema no aca- descendientes de los conquistadores contra los nuevos
bado de García Gutiérrez, que más que realidad fué aventureros que venían de España y que por más hábiles
una promesa, los demás disputan entre sí la palma de ó más activos se iban alzando con todos los provechos,
la infelicidad, y quizá no es Saavedra de Guzmán, sino son ciertos sonetos de bastante donaire hallados por el
D. Juan de Escóiquiz, el que la merece de todo derecho Sr. Icazbalceta en el mismo manuscrito que contiene
por su intolerable México Conquistada. Más que los dos las octavas de Terrazas (1).
juntos vale Gabriel Lobo y Lasso de la Vega (i), que
siquiera tenía condiciones de versificador, las cuales
( 1 ) D i c e n asi estos tres sonetos, q u e p a r e c e n de u n m i s m o a u t o r .
más bien sobraban que faltaban al ingenioso y gongo-
rino poeta, mexicano D. Francisco Ruiz de León, autor 1.

de la Hernandía. De todos modos, ninguno de ellos Minas sin plata, sin verdad mineros,
Mercaderes por ella codiciosos,
nos compensa la pérdida del poema de Terrazas, que Caballeros de serlo deseosos,
Con mucha presunción bodegoneros;
vivió en mejor época literaria, y sintió mejor la poesía Mujeres que se venden por dineros,
Dejando á los mejores más quejosos;
del argumento. Calles , casas, caballos muy hermosos,
Muchos amigos, pocos verdaderos.
Había por aquellos días en México innumerable turba Negros que no obedecen sus señores,
Señores que no mandan en su casa,
de versificadores; pero la mayor parte de ellos debían Jugando sus mujeres noche y día:
Colgados del Virrey mil pretensores,'
Tiánguez ( * ) , almoneda, behetría,
Aquesto, en suma, en esta ciudad pasa.
(i) Primera parte de Cortés Valeroso, y Mexicana de Gabriel Lasso de la 2.
Vega, criado del Rey nuestro señor, natural de Madrid..... M a d r i d , en casa de
P e d r o M a d r i g a l , 1 5 8 8 . - M e x i c a n a de Gabriel Lasso de la Vega, enmendada y Niños soldados, mozos capitanes,
Sargentos que en su vida han vi:to guerra,
añadida por su mismo autor Lleva esta segunda impresión trece cantos más Generales en cosas de la tierra,
Almirantes con damas muy galanes:
que la primera. E n Madrid, por Luis Sánchez. Año 1594.
Alféreces de bravos ademanes,
A todos los p o e m a s de a s u n t o a m e r i c a n o v e n c e e n lo r a s t r e r o y p r o s a i c o Nueva milicia que la antigua encierra,
el titulado Historia de la Nueva México, del capitán Gaspar de Villagra ( A l - Hablar extraño, parecer que atierra,
Turcos rapados, crespos alemanes.
calá, 1 6 1 0 , p o r L u i s M a r t í n e z G r a n d e ) , l i b r o , p o r otra parte, de los m á s b u s -
El favor manda y el privado crece,
cados e n t r e los de su clase, así p o r el i n t e r é s h i s t ó r i c o c o m o p o r la rareza Muere el soldado desangrado en Flandes
b i b l i o g r á f i c a . E s t á e n treinta y c u a t r o m o r t a l e s c a n t o s e n v e r s o s u e l t o , p e r o Y el pobre humilde en confusión se halla.
Seco el hidalgo, el labrador florece,
d e aquel g é n e r o de v e r s o s s u e l t o s q u e H e r m o s i l l a c o m p a r a b a c o n una escoba
Y en este tiempo de trabajos grandes,
desatada, y el a u t o r i n t e r r u m p e á v e c e s el h i l o de la n a r r a c i ó n para i n t e r c a - S e o y e , se m i r a , se contempla y calla.
lar p r o v i s i o n e s , reales c é d u l a s y o t r o s d o c u m e n t o s j u s t i f i c a t i v o s , sin q u e s e
(*) Según el Sr. Pimentel (Revista Nacional de letras y Ciencias, 1889), ' a palabra tiánguez es
c o n o z c a n o t a b l e m e n t e la transición de los v e r s o s á la p r o s a cancilleresca. azteca, y quiere decir mercado.
XL

Única, pero curiosísima muestra del primitivo teatro


mexicano es el libro inestimable y rarísimo de los Co- ciones de la Celestina (1). Fué Eslava ingenio de gran-
loquios espirituales y Poesías sagradas del presbítero dísima facilidad y rica vena; pródigo, aunque no selecto
Fernán González de Eslava, impreso en 1610, años des- en los donaires; rico de malicia y de agudeza en las alu-
pués de la muerte de su autor, por el padre agustino siones á sucesos contemporáneos; excelente versifica-
Vello de Bustamante. Del mismo contexto de las piezas dor, sobre todo en quintillas; bien fundado y macizo en
se infiere que todas ellas pertenecen al siglo xvi, y que la doctrina teológica que probablemente había cursado
hubieron de ser compuestas entre 1567 y 1600. Del y que en sus coloquios inculca y expone en forma popu-
autor apenas hay más noticias que las pocas que pue- lar y amena, procurando acomodarse á la inteligencia,
den rastrearse por su libro: Icazbalceta se inclina, con no ya sólo de los españoles, sino de los indios neófitos
plausibles conjeturas, á tenerle por andaluz, y quizá por que supiesen nuestra lengua. Por el candor y la inge-
sevillano. Suyos deben de ser algunos versos que con nuidad del diálogo, por la sencilla estructura y poco ar-
nombre de un Hernán González se leen en la compila- tificio de la composición, y aun por.el uso inmoderado
ción manuscrita de 1577 atribuida á Gutierre de Ce- del elemento cómico y grotesco, pertenece al teatro an-
tina. Honró también con poesías laudatorias algunas terior á Lope de Vega, y sus autos se parecen mucho
ediciones mexicanas de su tiempo, entre ellas la Doc- á los del gran códice de nuestra Biblioteca Nacional y
trina cristiana del Dr. D. Sancho Sánchez de Muñón aun á otros más antiguos y rudos como los de la Reco-
0579), que para nosotros es la mismísima persona que pilación de Diego Sánchez de Badajoz. Para el estudio
el ingenioso y desenfadado autor de la Tragicomedia
de Lis andró y Roselia, quizá la mejor entre las imita-
( 1 ) D o n J u a n E u g e n i o H a r t z e n b u s c h descifró el e n i g m a c o n t e n i d o en
los v e r s o s q u e a c o m p a ñ a n á l a Tragicomedia de Lisandro, y l e y ó en ella el
n o m b r e del a u t o r , Sancho Munino, natural de Salamanca. L o s señores Fuen-
s a n t a del V a l l e y S a n c h o R a y ó n l e y e r o n d e s p u é s Sancho de Munnón ó Mu-
flón, y , e n e f e c t o , l o g r a r o n n o t i c i a de u n m a e s t r o Sancho de Muñón, teólogo,
Viene de España por el mar salobre
A nuestro mexicano domicilio q u e p o r los años de 1549 residía en las e s c u e l a s de S a l a m a n c a , y asistió á v a -
Un hombre tosco, sin algún auxilio, rios c l a u s t r o s p l e n o s , s e n t á n d o s e n a d a m e n o s q u e al lado d e M e l c h o r C a n o ,
De salud falto y de dinero pobre. y t o m a n d o p a r t e en la r e f o r m a de l o s e s t a t u t o s de la U n i v e r s i d a d . ( V é a n s e l o s
Y luego que caudal y ánimo cobre,
Le aplican en su bárbaro concilio p r e l i m i n a r e s del t o m o v d e la Colección de libros españoles raros y curiosos.) El
Otros como él, de César y Virgilio Sr. G a r c í a I c a z b a l c e t a , al d a r n o s razón en su Bibliografía del l i b r o de la Doc-
Las dos coronas de laurel y robre. trina Cristiana, n o s d i c e q u e el D r . D . S a n c h o S á n c h e z de M u ñ ó n fué á
Y e l otro, que agujetas y alfileres
M é x i c o en 1560, y t o m ó p o s e s i ó n de la plaza d e M a e s t r e s c u e l a s de aquella
Vendía por las calles, ya es un Conde
Eiv calidad, y en cantidad un Fúcar: c a t e d r a l e n 26 de A b r i l , e j e r c i e n d o e n tal c o n c e p t o el c a r g o de C a n c e l a r i o
Y abomina después el lugar donde de la U n i v e r s i d a d , d o n d e r e c i b i ó ( ó i n c o r p o r ó ) el g r a d o de D o c t o r en T e o -
Adquirió estimación, gusto y haberes l o g í a el 28 de J u l i o de dicho a ñ o . E n 1 5 7 0 h i z o u n v i a j e á E s p a ñ a c o m o
Y tiraba la jábega en Sanlúcar.
solicitador g e n e r a l de las I g l e s i a s de N u e v a E s p a ñ a . C o n s t a q u e v o l v i ó á

E l S r I c a z b a l c e t a v e e n estos s o n e t o s , y n o sin r a z ó n , los p r i m e r o s indi- M é x i c o , d o n d e m u r i ó en 1601. L a identidad del p e r s o n a j e p a r e c e s e g u r a ,


c i o s d e la f u n e s t a e n e m i s t a d e n t r e criollos y p e n i n s u l a r e s . a u n q u e no h a y a s i d o n o t a d a hasta a h o r a .

-
de la lengua no tienen precio: como gran parte del diá-
logo es de tono vulgar y aun chocarrero, abunda en tóricamente el asunto ó encontró ya la alegoría en los
idiotismos y maneras de decir familiares, propias del sagrados libros. Bajo este aspecto son signos de reco-
habla de los criollos, y que en vano se buscarían en los mendación los sencillos y fervientes monólogos del pro-
monumentos de la poesía culta. Allí pueden sorpren- feta Jonás en el coloquio séptimo (que es, por lo demás,
derse os gérmenes del provincialismo mexicano, en el muy desigual y lleno de extravagantes anacronismos), el
cual el elemento andaluz parece haber sido el predomi- ingenioso debate de la Riqueza y la Pobreza en el colo-
nante como en casi toda América, acaudalándose en quio décimotercio, y la parábola de la viña, desarrollada
México más que en otras partes con despojos de las len- en el undécimo («del arrendamiento que hizo el Padre
guas indígenas. No menos curiosidad ofrecen estos co- de las Compañas á los Labradores de la Viña»), cuyo
loquios para la historia: muchos de ellos pertenecen al argumento es idéntico al del hermosísimo auto de Lope
genero de los llamados de circunstancias, y nos hacen de Vega, El Heredero del Cielo, aunque, naturalmente,
penetrar mucho en las intimidades de la vida colonial pierde mucho Eslava en tan terrible comparación. Pero
aplicadas con inocente irreverencia á la representación aun en los asuntos de pura fantasía es innegable y no
simbólica del misterio eucarístico y de otros dogmas vulgar el talento poético del primer dramaturgo mexi-
cristianos. Así uno de estos autos nos recuerda la vuelta cano, como lo prueba su brillante concepción alegórica
de los que fueron con Miguel López de Legaspi á la de El Bosque Divino. Acompañan á los coloquios al-
jornada de la China; otro, el más largo de todos, escrito gunas poesías líricas, todas de asunto sagrado, porque
en prosa y verso, y dividido en siete jornadas, fué com- el editor P . Bustamante reservaba las profanas para un
puesto para la consagración del arzobispo Moya de segundo tomo que, ó no llegó á imprimirse, ó se ha ocul-
Contreras en 1574; en otro, los siete Sacramentos apa- tado hasta ahora á la exquisita diligencia del Sr. Icaz-
recen simbolizados por los siete fuertes ó presidios balceta, que ha sido el desenterrador de Eslava, como
que el virrey D. Martín Enríquez levantó en el camino de casi toda la primitiva literatura de Nueva España.
de las minas de Zacatecas, y, finalmente, dan materia á Los versos de Eslava, á lo divino, son enteramente
diversas alegorías la entrada del virrey Conde de Co- versos de cancionero, y pueden y deben añadirse á la
runa en 1580, la espantosa epidemia que cayó sobre los vasta colección de este género que formó D. Justo de
indios en 1576, el recibimiento del paternal virrey don Sancha. Están, pues, en aquella tradición literaria que
Luis de Velasco en 1590. Tales piezas, aunque sean las va desde Fr. Ambrosio Montesino hasta JuanLópez de
mas interesantes para el anticuario, no suelen ser las Úbeda, Damián de Vegas y el maestro Valdivielso.
mas poéticas; hay rasgos superiores en aquellas donde Con lo mejor de estos autores pueden compararse al-
Eslava no necesitó dar tormento á su ingenio buscando gunas de las canciones, chanzonetas y villancicos de
y P r o f a n a s alegorías, sino que trató directa é his- Eslava, así como otros participan en gran manera del
gusto monjil y apocado y del conceptismo rastrero que
en manos de Ledesma, Bonilla y sus secuaces, acabó
que quiera conocerle más de cerca, intérnese en las pá-
por enervar y pervertir miserablemente este género
ginas de su libro y no dará por perdido su trabajo. E l
con tanto daño de la poesía como de los afectos de-
autor mismo parece convidarle con la suave y miste-
votos. No siendo Eslava poeta mexicano de nacimiento,
riosa vaguedad lírica de estos versos:
no pueden tener sus versos entrada en la presente An-
Sin tardar,
tología ; pero para muestra de su estilo copiamos en
D é m o n o s priesa á e m b a r c a r .
nota un villancico suyo que da muestra completa de la ¡ O h q u é v i e n t o y m a r en calma,
ingeniosidad de estilo de este simpático poeta (i) El G r a n c o n s u e l o es para e l a l m a
C o n tal t i e m p o n a v e g a r !
L a s ondas de la mar

^ J0JJ> qué buen labrador, bueno! ¡Cuán menudicas v a n !


¡Qué buen labrador!
¡Ah! Labrador excelente,
Decláranos sabiamente Pero la modesta luz poética de Hernán González de
T u valor y tu simiente
¿"Qué significa, señor?
Eslava, parece como que se eclipsa ante la brillante y
¡Qué buen labrador!
Todos los hombres nacidos
Aperciban los sentidos: Tomé la cruz por arado
O i g a quien tuviere oídos, Do mi cuerpo fué clavado,
Oirá divino primor. Y allí fué el perdón sembrado
¡Qué buen labrador! Del que á Dios fuese ofensor.
Salí con mi ser divino ¡Qué buen labrador!
Del Padre do estoy contino,
Y al mundo, manso y benino, L o s clavos que me enclavaron
Vine a hacer mi labor. Son coyundas que me ataron,
¡Qué buen labrador! Con las cuales te sacaron
V i n e á quitar la neguilla De la cárcel del dolor.
Y a dar divina semilla, ¡Qué buen labrador!
Y en la Virgen sin mancilla L a lanza fué el aguijada
L a sembró divino amor. Q u e en mi cuerpo atravesada
¡Qué buen labrador! Abrió la puerta cerrada
Sembré en el Angel primero, De la gloria al pecador.
i esta cayó en el sendero ¡Qué buen labrador!
Porque d i j o : Por mí quiero El yugo süave y leve
Igualarme al Criador. ue al que hace lo que debe
¡Qué buen labrador! o le ayudo á que lo lleve
Y en Adán la sembré y o Y soy premio á su sudor.
Y ésta entre espinas cayó, ¡Qué buen labrador!
Cuando del mando excedió De pies y manos atado
De su Dios y su Criador. M e tienes, hombre culpado;
¡Qué buen labrador! No temas, que ya he trocado
En los de ley de Escriptura En clemencia mi rigor.
oembre el grano de la altura, ¡Qué buen labrador!
r cayo en la piedra dura M i propia vida sembré
Porque le faltó el humor. Cuando en el sepulcro entré
¡Qué buen labrador! Y de allí resucité
Viendo cuán mal acudía En mi virtud y vigor.
ü s t a labor que hacía, ¡Qué buen labrador!
Acordé por mejor vía Y en aqueste sacramento,
Sembré divino sustento,
n I T , l a Ie7 d e a mor.
Para dar por uno ciento
¡ y u é buen labrador!
deslumbradora de Bernardo de Valbuena, que si perte-
nece á la Mancha por su nacimiento, pertenece á Méxi- cano, el primero en quien se siente la exuberante y des-
co por su educación, á las Antillas por su episcopado, atada fecundidad genial de aquella prodigiosa naturaleza.
y que hasta por las cualidades más características de su «Su poesía (dice Quintana), semejante al Nuevo Mundo,
estilo, es en rigor el primer poeta genuinamente ameri- donde el autor vivía, es un país inmenso y dilatado, tan
feraz como inculto, donde las espinas se hallan confun-

Al contrito pecador.
¡Qué buen labrador! ó simulacro de la futura conquista de Jerusalén. L o s actores eran exclusiva-
Mira, hombre, si te quiero, mente indios, y las piezas se componían en su lengua con algún que otro
Pues mi cuerpo verdadero
g ueda en divino granero
orque te hartes mejor.
villancico en castellano.
E n la capital había representaciones para los unos y para los otros, siendo
¡Qué buen labrador! las principales, c o m o en todas partes, las del C o r p u s , c u y a procesión se ce-
Conmigo mismo te heredo
Y al Padre voy, y aquí quedo: lebraba con gran suntuosidad, pero con accesorios tan profanos y escanda-
Pues yo hago lo que puedo, losos q u e excitaron la indignación del venerable arzobispo Z u m á r r a g a , el
Haz tú algo por mi amor. cual para condenar tales abusos hizo imprimir por dos v e c e s un tratadito del
¡Qué buen labrador!
Sembrarás por tu consuelo cartujano Dionisio R i c k e l , adicionándole con una exhortación p r o p i a , en
Buenas obras en el suelo, q u e se leen estas vehementes palabras: « C o s a de gran desacato y desver-
Y cogerás en el cielo güenza parece que ante el Santísimo Sacramento vayan los hombres con
Fruto de sumo dulzor.
¡Qué buen labrador! máscaras y en hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos desho-
(Pág. 240.) nestos y lascivos, haciendo estruendo, estorbando los cantos de la Iglesia,
representando profanos triunfos como el del dios del amor, tan deshonesto, y aun
«Coloquios Espirituales y Sacramentales y Poesías Sagradas del Presbítero
á las personas no honestas tan v e r g o n z o s o de mirar L o s que lo hacen, y
Fernán González de Eslava (escritor del siglo x v i ) . Segunda edición conforme á
los que lo mandan, y aun los que los consienten á otro que F r . Juan Z u -
la primera hecha en México en 1610. La publica, con mía Introducción, Joaquín
márraga busquen que los excuse y p o r sólo esto, aunque en otras tierras
García Icazbalceta, Secretario de la Academia Mexicana, etc., etc. México: Im-
y gentes se pudiese tolerar esta vana y profana y gentílica c o s t u m b r e , en
prenta de F. Díaz de León, 1 8 7 7 , 4. 0 De la primitiva edición sólo se c o n o c e n
ninguna manera se debe sufrir ni consentir entre los naturales de esta nueva
dos ejemplares, uno de ellos el que posee el Sr. Icazbalceta.
Iglesia. P o r q u e c o m o de su natural inclinación sean dados á semejantes re-
A u n q u e Eslava sea el más antiguo dramaturgo de los que escribieron en g o c i j o s vanos, y no descuidados en mirar lo q u e hacen los españoles, antes
M é x i c o en el sentido de ser el primero ó más bien el ú n i c o que n o s ha de- los imitarán en estas vanidades profanas que en las costumbres cristianas.
jado u n cuerpo ó colección de sus obras, las representaciones sagradas eran Y demás desto hay otro mayor inconveniente por la costumbre que estos
mucho más antiguas y se habían introducido desde los primeros t i e m p o s de naturales han tenido de su antigüedad, de solemnizar las fiestas de sus ídolos con
la conquista, no sólo en lengua castellana, sino en las lenguas de l o s indios, danzas, sones y regocijos, y pensarían, y lo tomarían por doctrina y l e y , que
que quizá tenían y a algún bárbaro r u d i m e n t o de drama en sus danzas y mi- en estas tales boberías consiste la santificación de las fiestas.»
totes. L o s misioneros franciscanos se valieron alguna v e z del teatro sagrado T a n g r a v e s y piadosas razones no impidieron que, muerto el primer A r -
c o m o de medio catequístico, y hay sobre e s t o m u y curiosas noticias en la zobispo, volviesen las cosas á su antiguo estado, si bien con el tiempo y con
Historia de los Indios de Nueva España, de F r . T o r i b i o de B e n a v e n t e ó M o - la reforma de las costumbres fueron desapareciendo ó aminorándose mu-
tolinia, que dirigió y organizó algunas de estas fiestas del C o r p u s y de la chos de los inconvenientes. L a legislación definitiva sobre este punto fué la
Epifanía en Tlaxcala, desde 1538 p o r lo menos. H u b o entre ellas u n a de ca- del Concilio tercero M e x i c a n o de 1585, q u e prohibiendo en los días de N a -
rácter histórico «por las paces hechas entre el E m p e r a d o r y el R e y d e Fran- vidad y del C o r p u s ó en otra cualquier fiesta «las danzas, bailes, representa-
cia». P o r cierto que el buen fraile, mal a v e n i d o sin duda con los c o n q u i s t a - ciones y cantos profanos», permitió las «de historia sagrada, ú otras cosas,
dores, dió á H e r n á n C o r t é s y á P e d r o de A l v a r a d o el mando de las dos santas y útiles al alma», con tal que se presentasen un mes antes á la c e n -
cuadrillas de moros ó infieles que figuraron en aquella especie de m o j i g a n g a sura del diocesano.
didas con las flores, los tesoros con la escasez, los pára-
crítico formó de Valbuena, ya en el prólogo y notas de
mos y pantanos con los montes y selvas.más sublimes y
su Colección de poesías selectas castellanas, ya en el
frondosas.» No puede darse expresión más exacta, ni
magnífico discurso preliminar de la Musa Épica. Quin-
ocurre añadir ó rectificar cosa importante en el juicio,
tana no regateó nunca su admiración á aquella poesía
para nosotros definitivo, que aquel gran poeta y elegante
del Obispo de Puerto Rico, tan nueva en castellano
cuando él escribía, tan opulenta de color, tan profusa de
A d e m á s de E s l a v a , queda el n o m b r e y una obra por lo menos de otro ornamentos, tan amena y fácil, tan blanda y regalada al
poeta sacramental, el presbítero Juan P é r e z R a m í r e z , que cobraba cada año oído cuando el autor quiere, tan osada y robusta á las
cincuenta pesos de minas p o r el cargo de escribir los autos. E n un códice d é l a
Biblioteca de nuestra A c a d e m i a de la Historia (que contiene muchas piezas
veces, y acompañada siempre de un no sé qué de origi-
dramáticas, la m a y o r parte de jesuítas) está su Desposorio espiritual de la nal y de exótico, que con su singularidad le presta realce,
Iglesia Mexicana y el Pastor Pedro: égloga representada el dia de la consagra-
y que en las imitaciones mismas que hace de los anti-
ción del obispo de México, D. Pedro de Moya Contreras, que fué el $ de Diciem-
bre de 1574. Y a hemos visto q u e Eslava trató como en competencia el mismo guos se discierne. Aun su clasicismo es de una especie
asunto. muy particular y propia suya, que casi pudiéramos decir
L o s jesuítas tenían también en sus colegios representaciones de m a y o r clasicismo romántico, semejante en algo al de los poetas
artificio. C o m o muestra de ellas puede citarse la tragedia en cinco actos
intitulada Triunfo de los Santos, en que se representa la persecución de Diocle-
ciano, y la prosperidad que se siguió con el imperio de Constantino, inserta al fin
de la Carta ó Relación q u e el P . P e d r o de Morales e n v i ó al general de la presas, y la Vida del Patriarca Ignacio de Loyola, en versos castellanos».
Compañía P . E v e r a r d o Mercuriano, describiendo las festividades con q u e fue- ( P r ó l o g o del L d o . Juan B e r m ú d e z y A l f a r o al poema inédito de B e r m ú d e z ,
ron recibidas en M é x i c o las reliquias que e n v i ó G r e g o r i o X I I I en 1579. H a y La Hispálica.)
extractos de ella en la Bibliografía Mexicana del siglo x v i , del Sr. Icazbalceta. D e los dramaturgos en lenguas indígenas no tenemos q u e tratar aquí.
Parece ser obra m u y larga y desigualmente versificada; quizá de varios in- Suenan entre ellos los nombres de F r . Juan B a u t i s t a , franciscano, q u e com-
genios. E s de esperar q u e el d o c t o editor de los Coloquios de Eslava c o m - puso dramas espirituales de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo,
plete el buen servicio que con ellos nos ha h e c h o , reimprimiendo en otro en nahuatl; F r . Martin de A c e v e d o , d o m i n i c o , a u t o r de dramas alegóricos,
volumen esta p i e z a , la de P é r e z Ramírez, y cualquiera otra reliquia que pa- en lengua c h o c h a , y de autos sacramentales, en lengua misteca; F r . A n d r é s
rezca de los orígenes de la escena en M é x i c o . de O l m o s , franciscano, q u e hizo representar delante del v i r r e y M e n d o z a y
E n q u é tiempo e m p e z ó el teatro puramente s e c u l a r , no lo sabemos á del arzobispo Zumárraga su célebre auto de El Juicio Final, «causando gran
punto fijo; pero cuando V a l b u e n a , en 1603, nos dice q u e había edificación á t o d o s , indios y españoles». A n t e r i o r á todos ellos había sido
F r . L u i s de F u e n s a l i d a , u n o de los doce primeros misioneros de su O r d e n ,
q u e c o m p u s o , en lengua mexicana Diálogos ó coloquios entre la Virgen Ma-
Fiesta y comedias nuevas cada día,
De varios entremeses y primores, ría y el A rcángel San Gabriel.
Gusto, entretenimiento y alegría,
F i n a l m e n t e , no omitiremos la curiosísima noticia de q u e D . B a r t o l o m é de
A l b a , descendiente de los R e y e s d e T e z c u c o , tradujo al nahuatl, por los
no h e m o s de creer q u e se trataba de los simplicisimos autos a n t i g u o s , s i n o años de 1641 tres comedias de L o p e de V e g a . Beristain las vió en el colegio
de verdaderas c o m e d i a s , como las de L o p e y sus discípulos. D e uno de de San G r e g o r i o de M é x i c o , y da sus títulos: i . " El Gran Teatro del Mundo.
e l l o s , y no ciertamente de los m e n o s n o t a b l e s , del a u t o r de El Diablo Pre- 2. a El Animal profeta y dichoso parricida (San Julián). 3. a La Madre de la Me-
dicador, L u i s de B e l m o n t e B e r m ú d e z , c u y a vida es una prodigiosa n o v e l a , jor (Santa A n a ) . N o conocemos comedia de L o p e de V e g a con el primero
consta q u e dos v e c e s e s t u v o en M é x i c o , «donde, no pudiendo olvidar el de estos títulos: será quizá el auto de Calderón, que se titula del mismo
manjar sabroso d é l a s M u s a s , escribió muchas comedias, que algunas hay itn- modo.

d
LI
de la decadencia latina, sobre todo en la intemperancia
tarde, sin poder participar de aquella suprema embria-
descriptiva unida á cierto refinamiento que le hace bus-
guez de luz en que vivió el poeta de Ferrara, en medio
car nuevos aspectos en el paisaje y apurar menuda-
de los resplandores del Renacimiento; no sólo por care-
mente los detalles con un artificio de dicción primoroso
cer del alto sentido poético y de la blanda ironía con que
y nuevo. Otro rasgo de su estilo consiste en la mezcla
el autor del Orlando corona de flores el ideal caballe-
frecuente de los pormenores realistas, triviales y aun
resco en el momento mismo de inmolarle, sino porque
grotescos, con lo más elevado y puro de la emoción
aun en lo más externo, en las condiciones más técnicas,
poética, no tanto por desaliño ó cansancio, cuanto por
resulta notoriamente inferior en gusto y arte, ya por
buscar un nuevo elemento de interés en el contraste.
falta de donaire en la parte cómica, ya por resabios fre-
Cuando quiere ser clásico puro, llega sin esfuerzo al
cuentes de hinchazón y ampulosidad culterana, ya por
clasicismo alejandrino por lo menos, y pedazos de sus
monstruosa desproporción en los episodios; sin contar
églogas hay que recuerdan mucho más la manera de
la poca novedad y consistencia de las figuras que en el
Teócrito que la de Virgilio. En ocasiones la docta in-
poema intervienen: paladines, encantadores, gigantes ó
dustria con que aspira á remedar los ecos de la flauta
princesas encantadas, derivados todos ó de su predece-
de Sicilia, parece que preludia una de las maneras de
sor italiano ó del fondo común de los libros de caballe-
Andrés Chénier. De todos los imitadores de Teócrito,
rías. Pero con todos estos graves y sustanciales defec-
anteriores á este gran maestro del neoclasicismo, Val-
tos, todavía creemos, como creyó Quintana, que las
buena es el que más exactamente llegó á reproducir al-
facultades descriptivas del Abad de la Jamaica eran casi
gunas cualidades del modelo, no sólo en la artificiosa,
iguales á las del Ariosto, y por de contado superiores á
pero no amanerada simplicidad del estilo, sino en la
las de cualquier poeta nuestro. No se ha de negar que
composición general y en el diálogo, en lo que pudié-
le perjudicó en gran manera el exceso mismo ele esta
ramos decir parte dramática de la égloga, que casi siem-
cualidad, no templada en él convenientemente por nin-
pre falta en los bucólicos virgilianos.
guna otra, aunque ciertos episodios, como el ternísimo
Pero la manera habitual y predilecta de Valbuena es de Dúlcia muestran que no le faltaban condiciones de
otra muy diversa y muy alta de color, muy aventurera sentimiento, y que encontraba alguna vez, como por
é impetuosa, formada con tan varios elementos como la instinto, aquella suave languidez de expresión que pe-
viciosa lozanía de Ovidio, el número sonante y la enfá- netra el alma en algunos pasos de Eurípides y de Vir-
tica altivez de Lucano, de Estacio y de Claudiano, y la gilio. Pero como la poesía naturalista y pintoresca no
risueña fantasía del Ariosto con cuyo filtro mágico di- era la que más abundaba en España y en el siglo x v i ,
ríase que se adormece la naturaleza en un perpetuo algo ha de concederse á quien tanto ensanchó sus lími-
sueño de amor. Valbuena es un segundo Ariosto, infe- tes y tanto despilfarró los tesoros de la lengua, convir-
rior sin duda al primero, no sólo por haber llegado más tiendo la pluma en pincel con ímpetu y furia desorde-
nada, sólo comparable á la de los retóricos coloristas
píamente dicha, en éste nos fijaríamos más bien que en
de la moderna escuela romántica, que se jactaban de sa-
el Arauco Domado de Pedro de Oña, aunque éste fuera
ber «los nombres de todas las cosas». No es sólo en el
chileno y Valbuena español. Nada hay americano en el
Bernardo (obra capital suya) donde se leen, como pon-
poema de Oña más que la patria del autor, mucho hay
deró Quintana, «descripciones admirables de países, de
en Balbuena, cuyo libro es una especie de topografía
fenómenos naturales, de edificios y de riquezas, anti-
poética. ¡ Lástima que en la parte de botánica no llegue
güedades de pueblos, de familias y de blasones, siste-
el autor á emanciparse de la tiranía de los recuerdos
mas teológicos y filosóficos». Hay una obra de su juven-
clásicos é italianos, y nos describa más bien las plantas
tud que nos da ya la medida de su asombrosa fertilidad
de Virgilio ó de Plinio que las que fueron reveladas al
descriptiva, por la cual D. Nicolás Antonio, interrum-
Viejo Mundo por Oviedo y Francisco Hernández! Pero
piendo con un rasgo de entusiasmo su habitual seque-
aunque el paisaje, en medio de su floridez y abundancia,
dad bibliográfica, le había declarado superior á todos
no tenga más que un valor convencional y aproximado,
nuestros poetas descriptionum elegantia, geographice
y esté, por decirlo así, traducido ó traspuesto áun molde
astronomicceque rei locorum pulcherrima tractatione,
literario, todavía en el raudal de las descripciones de
miraque exprimendi fereque oculis subjiciendi quod
Valbuena se siente algo del prolífico vigor de la prima-
tam longe a conspectu est, virtute. Tal es el poemita de
vera mexicana. Tiene no obstante más interés, más ver-
la Grandeza Mexicana, impreso en la capital del vi-
dad y más animación para nosotros la descripción que
rreinato en 1604 (1). Si de algún libro hubiéramos de
hace de las grandezas de la ciudad que la del campo.
hacer datar el nacimiento de la poesía americana pro-
Enamorado de ella hasta el delirio, apura los epítetos
en su loor, y todos le parecen pocos para expresar su
sincero entusiasmo por la que llama
( 1 ) La Gra?ideza Mexicana del bachiller Bernardo de Balbuena En
M é x i c o , por Melchior O c h a r t e , 1604, 8.° D e l placer m a d r e , piélago de g e n t e ,
D e esta edición rarísima hay dos clases de ejemplares con algunas dife- D e joyas c o f r e , erario del T e s o r o ,
rencias q u e ha notado el Sr. Icazbalceta. (.Memorias de la Academia Mexi- F l o r de ciudades, gloria de P o n i e n t e ;
cana, 1886, págs. 95-116.) D e amor el c e n t r o , de las m usas coro,
L a Grandeza Mexicana ha tenido tres reimpresiones matritenses en D e h o n o r el r e i n o , de virtud la esfera,
nuestro s i g l o , la de 1 8 2 1 , publicada por la Real A c a d e m i a Española al fin D e honrados patria, de avarientos oro,
de El Siglo de Oro, la de 1829 y 1 8 3 7 , por D. Miguel de B u r g o s , 12. 0 Estas
dos últimas son en realidad una sola, con distinta portada y preliminares. T e m p l o de la b e l d a d , alma del gusto,
H a y también una edición de N u e v a Y o r k (1828) y otra de M é x i c o (1860).
Indias del M u n d o , cielo de la tierra.
E s lástima que en todas las reimpresiones se hayan suprimido la m a y o r
parte de las piezas en prosa y verso que acompañan al poema y q u e son
m u y curiosas para la biografía de su autor y hasta para el conocimiento de
El rumbo, el tropel y el boato, la bizarría de trajes é
sus ideas literarias. L a más importante es un Compendio Apologético en ala- invenciones, el brío y ferocidad de los caballos mexica-
banza de la Poesía.
nos y la gala bizarra de sus jinetes, envueltos en sedas
y «varia plumería», los ricos jaeces y libreas costosas riqueza; pero el oído queda halagado y los ojos se des-
de aljófar, perlas, oro y pedrería, ejercen sobre la ar- lumhran; que al fin españoles somos, y á tal profusión
diente imaginación de Valbuena una especie de pres- de luz y á tal estrépito de palabras sonoras no hay entre
tigio mágico. Muy aficionado debió de ser á caballos, á nosotros quien resista:
juzgar por el alarde de precisión con que los describe,
distinguiendo sus castas y cualidades: E s la ciudad más rica y opulenta,
D e más contratación y más tesoro,
Donde en rico jaez de oro campea Q u e el N o r t e enfria, ni que el sol calienta.
E l castaño colérico, que al aire L a plata del P e r ú , de Chile el oro,
V e n c e si el acicate le espolea; V i e n e á parar aquí: de T e r r e n a t e
Y el tostado alazán, que sin desgaire C l a v o fino y canela de Tidoro.
H e c h o de f u e g o en la color y el brío D e C a m b r a y telas, de Quinsay r e s c a t e ,
E l freno le compasa y da d o n a i r e ; D e Sicilia coral, de Siria nardo,
E l remendado overo h ú m e d o y frío, D e Arabia inciensos y de O r m u z granate.
E l valiente y galán rucio rodado,
E l rosillo cubierto de rocío ; L a fina loza del Sangley medroso,
E l blanco en negras moscas salpicado, L a s ricas mantas de los Scítios C a s p e s ,
E l zaino ferocísimo y adusto, D e l T r o g l o d i t a el cínamo oloroso:
E l galán ceniciento gateado; Á m b a r del Malabar, perlas de Hidaspes,
E l negro endrino, de ánimo robusto, Drogas de E g i p t o , de Pancaya olores,
E l c e b r u n o fantástico, el picazo D e Persia alfombras y de Etolia jaspes.
E n g a ñ o s o , y el b a y o al freno j u s t o , D e la gran C h i n a sedas de colores ( i ) ,
Y otros innumerables que al r e g a z o Piedra Bezar de los incultos A n d e s ,
D e sus cristales y á su juncia v e r d e D e ' R o m a estampas, de Milán primores.
Esquilman y la comen gran pedazo.

Pero no siempre corre tan desatada y viciosa la musa


Nunca se encontró mayor concordancia entre el au-
de Valbuena. Tales recursos había en su ingenio, que le
tor y el asunto. Nadie dirá que al estilo de Valbuena no
hacen evitar la monotonía de la enumeración y dar
se le hubiese comunicado ampliamente la generosa im-
suave reposo al espíritu, cuando pudiera sentirse fati-
previsión indiana, la opulencia aparatosa y despilfarrada
gado de pompa y brillantez tan continuas. Entonces el
«sin cortedad ni sombra de escaseza»,
raudal de su vena, contenido y restañado por el buen
A q u e l pródigamente darlo t o d o , gusto, se convierte en dulce remanso donde los ojos
Sin reparar en gastos excesivos, se recrean apaciblemente contemplando lo limpio del
L a s perlas, oro, plata y seda á rodo.

( i ) Para q u e no se tengan por excesivamente hiperbólicas estas descrip-


El buen gusto encuentra mucho que reparar en esas
ciones, téngase en cuenta q u e después del descubrimiento de las Islas Fili-
interminables enumeraciones, y murmura por lo bajo pinas M é x i c o l l e g ó á ser uno de los principales depósitos del comercio del
que en poesía la acumulación no es sinónimo de positiva e x t r e m o O r i e n t e por la vía del Océano Pacífico.
fondo y lo transparente de las aguas. ¡Qué delicioso
P u e s desde que amanece el rubio A p o l o
principio, por ejemplo, el del capítulo i v !
E n su carro de f u e g o , á cuya llama
H u y e el frío dragón, r e v u e l t o al polo,
¿Qué oficio tan sutil ha ejercitado,
A l mismo paso que su luz derrama,
F l a m e n c o rubio, de primores lleno,
Halla u n mundo sembrado de blasones,
E n templadas estufas retirado,
Bordados todos de española fama.
Á quien los hielos del n e v a d o R e n o ,
M i r a en los orientales escuadrones
E n la imaginación dan con su frío
D e la India, el Malabar, Japón y C h i n a
U n cierto modo á obrar dispuesto y bueno
T r e m o l a r victoriosos tus pendones,
Y que el agua espumosa y cristalina
Y en todo lo restante de este canto, dedicado en gran Del Indo y G a n g e s tus caballos beben,
parte á la industria, ¿no se ve apuntar aquel mismo gé- Y el monte I m a v o á tu altivez se inclina.

nero de primor y artificio sabio de dicción que consti- Y á tu espalda, en las selvas de T i d o r o ,
tuye la principal gloria de Andrés Bello? De flores de canela coronada,
Arrodillado ante tu cruz el moro
E l oro hilado q u e con las voltarias
Hebras q u e el aire alumbran entretienen T u s católicos hijos belicosos
M i l bellas manos y horas solitarias E n sus atrevimientos descubrieron
Q u e era bastante ¿ sujetar su espada
Y entre este resonante aire movible ( i ) Más mundo que otros entender supieron.
N o falta sutil lima que reduce
E l duro acero á término invisible, ¡ O h España aitiva y fiel, siglos dorados
Y en finas puntas aceradas luce L o s que á tu Monarquía han dado priesa,
D e sutiles agujas que el desnudo Y á tu triunfo mil reyes destronados!
A l j ó f a r hacen que por ellas cruce. T r a e s al A l b i s rendido, á Francia presa,
H u m i l d e al Póo, pacifico al T o s c a n o ,
T ú n e z en freno, y A f r i c a en empresa:
Digno remate y coronación de tan gallardo poema
A q u í te h u y e un principe otomano,
es el epílogo en que contemplando á España en la cum- A l l í rinde su armada á la vislumbre
bre de su prosperidad y de su grandeza antes que se no- D e la desnuda espada de tu mano.

tasen las primeras señales de decadencia, exclama el au- Y a das ley á Milán, y a á Flandes lumbre,
Y a el imperio defiendes y eternizas,
tor con acentos verdaderamente épicos y dignos de tal Ó la Iglesia sustentas en su cumbre.
materia: E l mundo que gobiernas y autorizas
T e alabe, patria dulce, y á tus playas
M i humilde cuerpo v u e l v a ó sus cenizas.
¡ O h España valerosa, coronada
P o r monarca del V i e j o y N u e v o M u n d o ,
D e aquél temida, déste tributada. De este modo, la glorificación de México y la apoteo-
sis de España se confunden en los cantos del poeta,
como el amor á sus dos patrias era uno solo en su alma.
( i ) E l de la fragua. Por eso es á un tiempo el verdadero patriarca de la poe-
LV1II LIX

sía americana, y , á despecho de los necios pedantes de leños Lope, Tirso, Calderón y Moreto ó el toledano Ro-
otros tiempos , uno de los más grandes poetas castella- jas. Fenecido el grupo de Valencia, que casi pertenece
nos. La Academia Española, que ya procuró levantarle al período de los orígenes, no queda en España más que
modesto monumento con la edición de algunas de sus un teatro nacional, y á él se amoldan hasta los vates que
obras en 1821, se complace hoy en renovar su memoria,
proceden de escuelas líricas tan enérgicamente caracte-
igualmente grata y gloriosa en ambos mundos.
rizadas como las de Andalucía, y los que ni siquiera te-
El nombre de D. Juan Ruiz de Alarcón viene aquí
nían por lengua materna la castellana, como los portu-
naturalmente á los puntos de la pluma, no por semejanza
gueses.
poética con Valbuena, puesto que no hay dos ingenios
Varias razones nos inducen á prescindir de Alarcón
más diversos así en el género que cultivaron como en en este estudio. E s la primera la total ausencia de color
el temple de su estilo y calidad de su gusto, sino por americano que se advierte en sus producciones, de tal
cierto contraste en su fortuna literaria y en la respec- modo, que si no supiéramos su patria, nos sería imposi-
tiva significación que alcanzan dentro del cuadro de la ble adivinarla por medio de ellas. Es la segunda su pro-
literatura española. Fueron contemporáneos, y quizá se pia grandeza y perfección como dramático, la cual le
conocieron en las aulas ó en los saraos literarios de Mé- hace salirse del marco de la poesía colonial, que resulta
xico; pero su vida siguió rumbos tan opuestos, que al exiguo y desproporcionado para tal figura. Añádase á
paso que Valbuena puede ser calificado de español-ame- esto que no cultivó nunca la poesía lírica sino en pocos
ricano ó americanizado, de cuyo nombre é influencia es é infelicísimos versos de circunstancias, ó arrancados
imposible prescindir en cualquiera historia de la poesía por la amistad para preliminares de libros. Y es la úl-
del Nuevo Continente, Ruiz de Alarcón ha de ser tenido tima razón, y no la menos valedera, el que Alarcón está
por un americano españolizado, que sólo por su naci- ya definitiva y magistralmente juzgado por Hartzen-
miento y su grado de licenciado puede figurar en los busch y por D. Luis Fernández-Guerra (1). Gracias á
anales de México. Toda su actividad literaria se des- ellos, nadie le niega ni le disputa la palma de la comedia
arrolló en la Península: son rarísimas en él las alusiones moral entre nosotros, sin que por eso ceda el paso á
ó reminiscencias á su país natal: de una sola comedia otro alguno ni en la novela dramática de El Tejedor de
suya, El semejante á sí mismo, se puede creer ó inferir Segovia, ni en la alta inspiración religiosa de El Anti-
con verosimilitud que fuese compuesta en América. La
poesía dramática, campo único de sus triunfos y de sus
( 1 ) Hartzenbusch. Caracteres distintivos de las obras dramáticas de D. Juan
inmerecidos reveses, era planta cortesana que no podía Ruiz de Alarcón (discurso preliminar á su edición de las Comedias d e Alar-
prosperaren una remota colonia. Buscó, pues, Alarcón c ó n , t o m o x x d e la Biblioteca de A A. Estrióles). Fernández-Guerra. Don
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. M a d r i d , 1871. V é a n s e también los estu-
el centro en que la multitud dispensaba los favores de la dios de D . Isaac N ú ñ e z Avenas q u e acompañan á la edición selecta del Tea-
escena, y fué tan ingenio de esta corte como los madri- tro de Alarcón hecha por nuestra A c a d e m i a en 1867.
cristo, ni en la noble y felicísima expresión de los afec-
ción, la de una gran mujer que en ocasiones demostró
tos caballerescos, donde pone siempre algo más hu-
tener alma de gran poeta, á despecho de las sombras y
mano , más íntimo y menos convencional que otros
desigualdades de su gusto, que era el gusto de su época.
grandes poetas de su tiempo. Pero su gloria principal
No era posible, sin embargo, que en un día desapa-
será siempre la de haber sido el clásico de un teatro ro-
reciesen las buenas tradiciones literarias que, por suce-
mántico sin quebrantar la fórmula de aquel teatro ni
sión apenas interrumpida, venían transmitiéndose desde
amenguar los derechos de la imaginación en aras de una
Cetina, Salazar, Juan de la Cueva y Mateo Alemán,
preceptiva estrecha ó de un dogmatismo ético; la de
hasta Luis de Belmonte, que en México escribió su
haber encontrado por instinto ó por estudio aquel
poema de San Ignacio, y Diego Mexía, que en largo y
punto cuasi imperceptible en que la emoción moral
penoso viaje de tres meses por el interior de Nueva Es-
llega á ser fuente de emoción estética, y sin aparato
paña, tradujo las Heroídas de Ovidio, en un ejemplar
pedagógico, á la vez que conmueve el alma y enciende
que, «para matalotaje del espíritu», había comprado á un
la fantasía, adoctrina el entendimiento como en escuela
estudiante de Sonsonate (i). Todavía proseguía siendo
de virtud, generosidad y cortesía. F u é , pues, Alarcón
México la metrópoli literaria del mundo americano,
poeta moralista, con moral de caballeros, única que el
afamada entre todas sus ciudades por la doctrina de sus
auditorio de su tiempo hubiera sufrido en el teatro, y
escuelas, por la cultura de sus moradores y por la gala
así abrió en el arte su propio surco, no muy ancho, pero
y primor con que se hablaba nuestra lengua, conforme
sí muy hondo. Su estatua queda colocada para siempre
declaró Bernardo de Valbuena:
donde la puso Hartzenbusch, «en el templo de Mo-
nandro y Terencio, precediendo á Corneille y anun- E s ciudad de notable policía,
Y donde se habla el español lenguaje
ciando á Molière».
Más puro y c o n m a y o r cortesanía.
Vestido de un bellísimo ropaje
Trabajo cuesta descender de tales alturas para con-
Q u e le da propiedad, gracia, agudeza,
templar el estado nada lisonjero de la poesía mexicana E n corto, limpio, liso y g r a v e traje ( 2 ) .
durante la mayor parte del siglo x v n . Pero no nacen
todos los días Alarcones y Valbuenas, y por otra parte, Los certámenes menudeaban y había plaga de poetas,
las dos epidemias literarias del culteranismo y del con- ó, mejor dicho, de versificadores, latinos y castellanos.
ceptismo comenzaban á esparcir su letal influjo en las Más de ciento, pertenecientes á esta época, se encuen-
colonias como en la metrópoli, con la circunstancia tran citados en el vasto trabajo bibliográfico de Beris-
además de no ser en México Góngoras ni Quevedos, ni
siquiera Villamedianas y Melos, los representantes de
( 1 ) V o l v e r e m o s á hablar de D i e g o M e x í a y de su Parnaso Antartico al
la decadencia, sino ingenios sobremanera adocenados y tratar de los primeros poetas del Perú.
de corto vuelo, con una sola pero gloriosísima excep- (2) Grandeza Mexicana, epilogo.
tam (i), y debió de haber muchos más si se considera
que sólo á los certámenes de la Inmaculada, publicados se reduce á un solo nombre, que vale por muchos: el
por Sigüenza y Góngora con el título de Triunfo Par- de sor Juana Inés de la Cruz. Es cierto que en una his-
thénico, concurrieron más de cincuenta aspirantes. Á los toria detallada no podría prescindirse de algunos versi-
eruditos del país corresponde la tarea de entresacar de ficadores gongorinos que demostraron cierto ingenio,
todo ese fárrago lo que pueda tener algún valor rela- como el jesuíta Matías Bocanegra, autor de una Can-
tivo, ya como poesía, ya como documento histórico. ción alegórica al desengaño, que se hizo muy popular
Para nuestro objeto, la poesía mexicana del siglo x v n y fué glosada por muchos poetas, obra ciertamente
no despreciable, así por la fluidez de los versos como
por la delicadeza del sentido místico. Vale mucho me-
(i) Biblioteca Hispano-Americana Septe?itrio?ial, ó Catálogo y noticias de los
literatos que, ó nacidos ó educados ó florecientes en la América Septentrional Es-
nos como poeta, y es de los más lóbregos y entenebre-
pañola, han dado á luz algún escrito, ó lo han dejado preparado para la prensa. cidos de la escuela, un varón de los más ilustres que ha
La escribía el Dr. D. José Mariano Beristain de Souza Deán de la Metropo-
producido México, y cuyo nombre es imposible omitir
litana de México. Año de 1816. E l tercer t o m o se publicó en 1821. C o m -
prende, como se ve, todo el período colonial, y bajo el nombre de América aquí, no por su Triunfo Parthénico, ni por su poema
Septentrional incluye también a l g u n o s escritores de las Antillas y de la A m é - sacro-histórico de la Virgen de Guadalupe, que tituló
rica Central: en todo, más de c u a t r o mil artículos. Beristain escribía mal, n o
tenia buen g u s t o , y describe m u y imperfectamente los libros, sin n i n g u n o
Primavera Indiana, sino por sus escritos en prosa, los
de los perfiles que ahora se e x i g e n ; pero su obra es un estimable tesoro de cuales bastan y sobran para comprender á qué grado
noticias, porque alcanzó en su integridad los archivos y las bibliotecas de
de alta cultura científica habían llegado algunos escrito-
México, y da noticia de infinidad de obras que después se han p e r d i d o . L a
suya es una de las más raras que h a y en bibliografía. P o r eso ha h e c h o se- res hispano-americanos de fines del siglo XVII, es decir,
ñaladísimo servicio en reimprimirla el bachiller F o r t i n o H i p ó l i t o de V e r a de la época más desdeñada y peor reputada, no sólo en
en A m e c a m e c a , 1883, siendo sólo de lamentar q u e la mísera calidad del pa-
pel y de los tipos no corresponda al m é r i t o de la obra.
la historia de la literatura colonial, sino en la general
historia de España. Sigüenza y Góngora, que tiene al-
M u c h o antes q u e Beristain, había a c o m e t i d o la misma empresa D . J u a n
José de E g u i a r a y E g u r e n , pero no llegó á publicar más que el primer t o m o , guna semejanza con su contemporáneo el peruano Pe-
comprensivo de las tres primeras letras. E s t e libro, todavía más raro q u e el ralta Barnuevo, abarcó en el círculo de sus estudios
de Beristain, se titula Bibliotheca Mexicana, sive eruditorum historia virorum
quiin America Boreali nati vel alibigeniti,in ipsam domicilio aut studiis ads-
casi todos los conocimientos humanos, dedicándose con
citi, quavis lingua scripto aliquid tradiderunt..... Mexici: nova Typographia in particular asiduidad á las matemáticas, á la filosofía y á
cedibus Authoris editioni ejusdem Bibliothecce destinata. Atino Domini, 1755.
la historia. Formó un gran museo de antigüedades me-
Sobre lo mucho q u e falta y sobra en estas Bibliotecas, véase un discurso
xicanas, hizo especiales estudios sobre el calendario az-
de García Icazbalceta en el t o m o 1 de las Memorias de la Academia Mexicana
(páginas 351-370). teca para encontrar una base segura en la cronología de
E g u i a r a tiene todos los defectos de B e r i s t a i n , c o n más el g r a v í s i m o de aquellos pueblos, dirigió una expedición hidrográfica en
haber traducido al latin los títulos de los libros castellanos, y esto de u n
m o d o tan revesado, que á v e c e s c u e s t a m u c h o identificarlos. L o s Antcloquios
el Seno Mexicano, impugnólas supersticiones astrológi-
de su Biblioteca vienen á ser una historia panegírica de la cultura mexicana en su Manifiesto filosófico contra los cometas (1681) y
y contienen datos curiosos. en la Libra astronómica y filosófica, y, finalmente, en
LXIV-
un libro al cual dió, con la falta de gusto propia de su
tiempo, el extravagante título de El Belerofonte mate- públicos, celebrados en el Colegio de la Compañía de
mático contra la Quimera astrológica, vulgarizó los Jesús, recitó de memoria las Soledades y el Polifemo,
más sólidos principios astronómicos, exponiendo la ma- «comentando los más obscuros lugares, desatando las
teria de paralajes y refracciones, y la teoría de los mo- más intrincadas dudas, y respondiendo á los más sutiles
vimientos de los cometas, ya según la doctrina de Co- argumentos que le proponían los que muchos años se
pérnico, ya según la hipótesis de los vórtices cartesia- habían ejercitado en su inteligencia y lectura». Nutrido
nos. La aparición de tal hombre en los días de Carlos II, con tal leche literaria, todavía es de admirar que el
basta para honrar á una Universidad y á un país, y buen instinto de Salazar y Torres le salvase alguna que
prueba que no eran tan espesas las tinieblas de ignoran- otra vez, como en su linda comedia El Encanto es la
cia en que teníamos envueltas nuestras colonias, ni tan hermosura, que mereció ser atribuida á Tirso, y en
despótico el predominio de la teología en las escuelas sus versos de donaire, especialmente en el poemita de
que por allá fundamos. Las Estaciones del día.
L o que había realmente era muy mal gusto literario Los títulos mismos de los poemas que entonces se es-
y mucha afición á ridículos esfuerzos de gimnasia inte- cribían arredran desde luego al que se atreve á penetrar
lectual. Un religioso mercenario, Fr. Juan de Valencia, en aquellas tinieblas. Exaltación magnifica de la Bet-
de quien cuentan que se había aprendido de memoria lemítica rosa de la mejor americana jfericó Ecos de
el Calepino, escribió una Teresiada ó poema latino las cóncavas grutas del Monte Carmelo y resonantes
acerca de Santa Teresa en 350 dísticos retrógrados, es balidos tristes de las Raqueles ovejas del aprisco de
decir, que se pueden leer al revés. Otros se dedicaban Elias Carmelitano, son títulos de libros del bachiller
á hacer centones de las obras de Góngora, sacando los Pedro Muñoz de Castro. Un portero de la Audiencia de
versos de su lugar para componer con ellos nuevos poe- México, Felipe Santoyo, compuso un poema de Santa
mas; asilo hizo el licenciado Francisco Ayerra y Santa Isabel, á quien llama en la portada «mística Cibeles de
María, á quien llama D. Carlos de Sigüenza «erudita la Iglesia». Hízose célebre un soneto de D. Luis de San-
enciclopedia de las floridas letras». Góngora había pa- doval y Zapata á la Virgen de Guadalupe, en metáfora
sado á la categoría de clásico, y los poemas de su úl- del fénix mitológico, el cual soneto comenzaba:
tima y depravada manera se leían y comentaban en E l astro de los Pájaros espira,
Aquella alada eternidad del v i e n t o ;
las escuelas al igual de los de Homero y Virgilio.
Y entre la exhalación del m o v i m i e n t o
Cuenta D. Juan de Vera Tassis, en la biografía de su V í c t i m a arde olorosa de la P y r a
amigo el ingenioso y malogrado poeta D. Agustín de
Salazar y Torres (natural de Almazán, pero educado en Este autor había escrito Panegyrico de la Paciencia,
México desde los cinco años), que en unos exámenes como previendo la mucha que se necesitaba para leer
sus versos. La Elocuencia del Silencio, título de un
LXVII

poema gongorino de principios del siglo X V I I I en loor


obras atestadas de extravagancias yacían en el polvo de
de San Juan Nepomuceno, es la que hubiera convenido
las Bibliotecas desde la Restauración del Gusto.
á la mayor parte de estos ingenios, comenzando por el
N o parece gran elogio para sor Juana declararla su-
propio autor del libro, el abogado de la Real Audiencia
perior á todos los poetas del reinado de Carlos II, época
de México, D. Miguel de Reina Ceballos.
ciertamente infelicísima para las letras amenas, aunque
En tal atmósfera de pedantería y de aberración lite-
no lo fuera tanto, ni con mucho, para otros ramos de
raria vivió sor Juana Inés de la Cruz, y por eso tiene
nuestra cultura. Pero valga por lo que valga, nadie
su aparición algo de sobrenatural y milagroso. No por-
puede negarle esa palma en lo lírico, así como á Bances
que esté libre de mal gusto, que tal prodigio fuera de
Candamo hay que otorgársela entre los dramáticos, y á
todo punto increíble, sino porque su vivo ingenio, su
Solís entre los prosistas. No se juzgue á sor Juana por
aguda fantasía, su varia y caudalosa, aunque no muy
sus símbolos y jeroglíficos, por su Neptuno alegórico, por
selecta, doctrina, y sobre todo el ímpetu y ardor del
sus ensaladas y villancicos, por sus versos latinos rima-
sentimiento, así en lo profano como en lo místico, no
dos, por los innumerables rasgos de poesía trivial y ca-
sólo mostraron lo que hubiera podido ser con otra edu-
sera de que están llenos los romances y décimas con
cación y en tiempos mejores, sino que dieron á algunas
que amenizaba los saraos de los virreyes Marqués de
de sus composiciones valor poético duradero y absoluto.
Mancera y Conde de Paredes. Todo esto no es más que
Pocas son, á la verdad, las que un gusto severo y escru-
un curioso documento para la historia de las costum-
puloso puede entresacar de los tres tomos de sus obras,
bres coloniales, y un claro testimonio de como la tira-
y aun éstas mismas no se encuentran exentas de rasgos
nía del medio ambiente puede llegar á pervertir las na-
enfáticos, alambicados ó conceptuosos; pero así y todo,
turalezas más privilegiadas.
muy interesante volumen podría formarse con dos do-
Porque la de sor Juana lo fué indudablemente, y lo
cenas de poesías líricas, algún auto sacramental como
que más interesa en sus obras es el rarísimo fenómeno
El Divino Narcisola linda comedia de Los Empeños
psicológico que ofrece la persona de su autora. Abun-
de una casa, y la carta al Obispo de Puebla, que sería
dan en nuestra literatura los ejemplos de monjas escri-
admirable si se la aligerase de algunos textos y erudi-
toras, y no sólo en asuntos místicos, sino en otros secu-
ciones extemporáneas. Con esto quedaría en su punto
lares y profanos: casi contemporánea de sor Juana fué
el crédito de la Décima Musa Mexicana, y prevalece-
la portuguesa sor Violante do Ceo, que en el talento
ría el alto juicio que de ella formó el P. Feijóo contra
poético la iguala y quizá la aventaja. Pero el ejemplo
la rigurosa sentencia con que, llevado de su rigorismo
de curiosidad científica, universal y avasalladora que
clásico, declaró D. Juan Nicasio Gallego ( i ) , que «sus
desde sus primeros años dominó á sor Juana, y la hizo
atropellar y vencer hasta el fin de sus días cuantos obs-
( i ) E n el p r ó l o g o á las P o e s í a s de la A v e l l a n e d a . táculos le puso delante la preocupación ó la costumbre,
LXVIII

sin que fuesen parte á entibiarla, ni ajenas reprensiones,


ni escrúpulos propios, ni fervores ascéticos, ni discipli- por discreta y perseguida por hermosa», sufrió á los
nas y cilicios después que entró en religión, ni el tu- diez y siete años examen público de todas facultades
multo y pompa de la vida mundana que llevó en su ju- ante cuarenta profesores de la Universidad, teólogos,
ventud, ni la nube de esperanzas y deseos que arrastraba escriturarios, filósofos, matemáticos, humanistas, y á to-
detrás de sí en la corte virreinal de México, ni el amor dos llenó de asombro. Su celda, en el convento de San
humano que tan hondamente parece haber sentido, Jerónimo, fué una especie de Academia, llena de libros
porque hay acentos en sus versos que no pueden venir y de instrumentos músicos y matemáticos. Pero tan
de imitación literaria, ni el amor divino, único que final- continua dedicación al estudio no á todos pareció com-
mente bastó á llenar la inmensa capacidad de su alma; patible con el recogimiento de la vida claustral, y hubo
es algo tan nuevo, tan anormal y único, que á no tener una prelada «muy santa y muy Cándida (son palabras de
sus propias confesiones escritas con tal candor y senci- sor Juana), que creyó que el estudio era cosa de Inqui-
llez, parecería hipérbole desmedida de sus panegiristas. sición, y me mandó que no estudiase: yo la obedecí
Ella es la que nos cuenta que aprendió á leer á los tres (unos tres meses que duró el poder ella mandar) en
años: que á los seis ó siete, cuando oyó decir que había cuanto á no tomar libro: en cuanto á no estudiar abso-
Universidades y Escuelas en que se aprendían las cien- lutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo
cias, importunaba con ruegos á su madre para que la pude hacer; porque aunque no estudiaba en los libros,
enviase al Estudio de México en hábito de varón: que estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome
aprendió el latín casi por sí propia, sin más base que ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal.»
veinte lecciones que recibió del bachiller Martín de Fué mujer hermosísima, al decir de sus contempo-
Olivas. «Y era tan intenso mi cuidado (añade), que ráneos, y todavía puede colegirse por los retratos que
siendo así que en las mujeres (y más en tan florida ju- acompañan á algunas de las primeras ediciones de sus
ventud) es tan apreciable el adorno natural del cabello, obras, aunque tan ruda y toscamente grabados. Fué
yo me cortaba de él cuatro ó seis dedos, midiendo además mujer vehemente y apasionadísima en sus afec-
hasta donde llegaba antes, é imponiéndome ley de que tos, y sin necesidad de dar asenso á ridiculas invenciones
si cuando volviese á crecer hasta allí, no sabía tal ó románticas ni forjar novela alguna ofensiva á su decoro,
cual cosa que me había propuesto deprender en tanto difícil era que con tales condiciones dejase de amar y de
que crecía, me lo había de volver á cortar en pena ser amada mientras vivió en el siglo. Es cierto que no
hay más indicio que sus propios versos, pero éstos ha-
de la rudeza , que no me parecía razón que estuviese blan con tal elocuencia y con voces tales de pasión sin-
vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de cera y mal correspondida ó torpemente burlada, tanto
noticias, que eran más apetecible adorno.» más penetrantes cuanto más se destacan del fondo de
E n el palacio de la Virreina, donde fué «desgraciada una poesía amanerada y viciosa, que sólo quien no esté
acostumbrado á distinguir el legítimo acento de la emo-
N o era, no, vano ensueño de la mente, ni menos
ción lírica, podrá creer que se escribieron por pasa-
alegoría ó sombra de otro amor más alto, que sólo más
tiempo de sociedad ó para expresar afectos ajenos.
tarde invadió el alma de la poetisa, aquella sombra de
Aquellos celos son verdaderos celos; verdaderas recri-
su bien esquivo, á la cual quería detener con tan tier-
minaciones aquellas recriminaciones. Nunca, y menos
nas quejas:
en una escuela de gusto tan crespo y enmarañado, han Si al imán de tus gracias atractivo
podido simularse los afectos que tan limpia y sencilla- Sirve mi pecho de obediente acero,
¿Para q u é me enamoras lisonjero
mente se expresan en las siguientes estrofas:
Si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
M a s , ¿cuándo, ¡ay, gloria mia!
De que triunfa de mi tu tiranía;
M e r e c e r é gozar tu luz serena?
Q u e aunque dejas burlado el lazo estrecho
¿ C u á n d o llegará el día
Q u e tu forma fantástica ceñía, x
Q u e p o n g a s dulce fin á tanta pena?
P o c o importa burlar brazos y pecho
¿ C u á n d o v e r é tus ojos, dulce encanto.
Si te labra prisión mi fantasía.
Y de l o s míos secarás el llanto?
¿ C u á n d o tu v o z sonora
Los versos de amor profano de sor Juana son de los
H e r i r á m i s oídos delicada,
Y el a l m a q u e te adora, más suaves y delicados que han salido de pluma de mu-
D e i n u n d a c i ó n de gozos anegada, jer. En los de arte mayor pueden encontrarse resabios
Á r e c i b i r t e con amante prisa
de afectación; pero en el admirable romance de la Au-
Saldrá á los ojos desatada en risa?
¿ C u á n d o tu l u z hermosa sencia, que más bien pudiera llamarse de la Despedida,
R e v e s t i r á de gloria mis sentidos? y en las redondillas en que describe los efectos del
¿Y c u á n d o y o dichosa
amor, todo ó casi todo es espontáneo y salido del alma.
M i s s u s p i r o s daré p o r bien perdidos,
T e n i e n d o en poco el precio de mi llanto? Por eso acierta tantas veces sor Juana .con la expre-
¡ Q u é t a n t o ha de pesar quien goza tanto! sión feliz, con la expresión única, que es la verdadera
piedra de toque de la sinceridad de la poesía afectiva.
V e n , pues, mi prenda amada,
Q u e y a fallece mi cansada vida No es menor ésta en sus versos místicos, expresión
D e e s t a ausencia pesada; de un estado muy diverso de su ánimo, nacidos sin duda
V e n , p u e s , que mientras tarda tu v e n i d a ,
A u n q u e m e cueste su v e r d o r enojos,
de aquella reacción enérgica que dos años antes de su
R e g a r é m i esperanza c o n mis ojos. muerte llegó á su punto más agudo, moviéndola á ven-
der para los pobres su librería de más de cuatro mil vo-
Si v e s el cielo claro,
T a l es l a sencillez del alma mia,
lúmenes, sus instrumentos de música y de ciencia, sus
Y si de azul avaro, joyas y cuanto tenía en su celda, sin reservarse más que
D e tinieblas se emboza el claro día, «tres libricos de devoción y muchos cilicios y discipli-
E s con su obscuridad y su inclemencia
I m a g e n de mi v i d a en esta ausencia.
nas», tras de lo cual hizo confesión general que duró
muchos días, escribió y rubricó con su sangre dos Pro-
testas de fe y una petición causídica al Tribunal Di- los más enfáticos y pedantes, y en trato diario con los
vino, y comenzó á atormentar sus carnes tan dura y de México, que todavía exageraban las aberraciones de
rigurosamente, que sus superiores tuvieron que irle sus modelos. De fijo que todos ellos admiraban mucho
más á sor Juana cuando en su fantasía del Sueño se po-
á la mano en el exceso de sus penitencias, porque
nía á imitar las Soledades de Góngora, resultando más
«Juana Inés (dice el P. Núñez, confesor suyo) no co-
inaccesible que su modelo, ó cuando en el Neptuno ale-
rría en la virtud, sino volaba.» Su muerte fué corona
górico, Océano de colores, Simulacro político apuraba el
de su vida: murió en una epidemia, asistiendo á sus her-
magín discurriendo emblemas disparatados para los ar-
manas.
cos de triunfo con que había de ser festejada la entrada
Lo más bello de sus poesías espirituales se encuentra, del virrey Conde de Paredes, que cuando en un hu-
á nuestro juicio, en las canciones que intercala en el milde romance exclamaba con tan luminosa intuición
auto de El divino Narciso, llenas de oportunas imita- de lo divino:
ciones del Cantar de los cantares y de otros lugares de
la poesía bíblica. Tan bellas son, y tan limpias, por lo P a r a v e r los c o r a z o n e s
N o h a s m e n e s t e r asistirlos,
general, de afectación y culteranismo, que mucho más
Q u e p a r a ti son p a t e n t e s
parecen del siglo x v i que del xvn, y más de algún dis- L a s entrañas del abismo.
cípulo de San Juan de la Cruz y de Fr. Luis de León
Así de estos versos sagrados, como de los profanos,
que de una monja ultramarina cuyos versos se impri-
ofrecemos en este libro una pequeña selección, abriendo
mían con el rótulo de Inundación Castálida. Tales
con ellos el Parnaso mexicano, que nada pierde con es-
prodigios obraban en esta humilde religiosa, así como
tar bajo el amparo de tan simpática patrona. Si nues-
en otras monjas casi contemporáneas suyas (sor Grego-
tra colección se extendiera á la poesía dramática, ha-
ria de Santa Teresa, sor María de Ceo, etc.), la pureza
bría que dar entrada también á alguna loa, á algún
y elevación del sentido espiritual, y un cierto género de
auto sacramental como el de San Hermenegildo, y so-
tradición literaria sana y de buen gusto, conservada por
bre todo á una interesante y bizarra imitación que hizo
la lectura de los libros de devoción del siglo anterior
de las comedias de capa y espada de Cafderón, con el
Pero en sor Juana es doblemente de alabar esto, por-
título de Los Empeños de una casa. Aun en otra come-
que á diferencia de otras esposas del Señor, en cuyos
dia suya, Amor es más laberinto, que es notoriamente
oídos rara vez habían resonado los acentos de la poesía
inferior á ésta, por defecto del argumento mitológico,
profana, y á cuyo sosegado retiro muy difícilmente podía
por vicio de culteranismo, por mala contextura dramá-
llegar el contagio del mal gusto, ella, por el contrario,
tica, y sobre todo por estar afeada con un infelicísimo
vivió siempre en medio de la vida literaria, en comuni-
acto segundo, que no es de la monja sino de su colabo-
ción epistolar con doctores y poetas de la Península, de
rador D. Juan de Guevara, hay algo que elogiar, muy
LXXV

robusto y calderoniano, así en el relato de Teseo como colonias y aun puede decirse que estos períodos corres-
en el discurso del Embajador de Atenas (i). ponden con bastante exactitud á las dos mitades del si-
Con sor Juana termina, hasta cronológicamente, la glo. En la primera continúa dominando, aunque cada
poesía del siglo x v n . La del XVIII se divide natural- vez más degenerado y corrompido, el gusto del siglo an-
mente en dos períodos, asi para España como para sus terior; en el segundo triunfa la reacción clásica ó pseu-
doclásica que, exagerándose como todas las reacciones,
( i ) N a c i ó sor J u a n a I n é s de l a C r u z , d e p a d r e v a s c o n g a d o y m a d r e m e - va ácaer en el más trivial y desmayado prosaísmo, del
x i c a n a , en 12 de N o v i e m b r e d e 1 6 5 1 , y m u r i ó en 17 d e A b r i l de 1 6 9 1 . Su cual lentamente va levantándose nuestra poesía por el es-
n o m b r e e n el siglo era D . a J u a n a I n é s de A s b a j e y R a m í r e z de C a n t i l l a n a ;
fuerzo de algunos buenos ingenios que intentan, y en
su n o m b r e p o é t i c o Julia. S o b r e el l u g a r de su n a c i m i e n t o h a y a l g u n a d i v e r -
sidad e n t r e lós a u t o r e s ; l o s m á s , s i g u i e n d o al P . D i e g o de C a l l e j a ( q u e es- parte consiguen, armonizar lo severo de la nueva pre-
cribió la p r i m e r a b i o g r a f í a de s o r J u a n a e n la a p r o b a c i ó n del t o m o t e r c e r o ceptiva con el culto de la dicción poética, noble y ma-
de sus obras), la s u p o n e n nacida e n l a a l q u e r í a de San M i g u e l de N e p a n t l h a ,
jestuosa, bebida en los modelos de nuestro siglo x v i en
á d o c e l e g u a s de M é x i c o ; o t r o s la d i c e n h i j a del p u e b l o de A m e c a m e c a ,
f u n d a d o s en u n s o n e t o de la m i s m a p o e t i s a , q u e a c a b a b a d i c i e n d o : aquello que tuvo de más clásico, latino ó italiano. Como
Porque eres zancarrón y yo de Meca.

L o s e g u r o es q u e e n A m e c a m e c a f u é b a u t i z a d a , y e s t o es lo q u e p u e d e de la Cruz. En Madrid, en la imprenta de Manuel Ruiz de Murga. Año


concordar los distintos pareceres. de 1700.
S u s v e r s o s , q u e h a b í a n c o r r i d o p r o f u s a m e n t e en c o p i a s m a n u s c r i t a s , im- P u b l i c ó e s t e libro D . J u a n I g n a c i o de C a s t o r e ñ a y U r s ú a , capellán d e h o -
p r i m i é n d o s e sólo a l g u n o s v i l l a n c i c o s ( q u e q u i z á ella m i s m a había p u e s t o e n n o r de S. M . y P r e b e n d a d o q u e había s i d o d e la M e t r o p o l i t a n a de M é x i c o .
m ú s i c a , p o r q u e f u é e x c e l e n t e e n e s t e a r t e , y hasta escribió u n t r a t a d o didác- L o s tres t o m o s j u n t o s s e r e i m p r i m i e r o n m u c h a s v e c e s e n el siglo pasado
t i c o ) , c o m e n z a r o n á s e r c o l e c c i o n a d o s e n 1689, p u b l i c á n d o l o s e n M a d r i d don en M a d r i d , B a r c e l o n a , Z a r a g o z a , V a l e n c i a y otras partes. T o d a s estas e d i c i o -
J u a n de C a m a c h o G a y n a , b a j o los a u s p i c i o s de l a C o n d e s a de P a r e d e s , q u e n e s son v u l g a r í s i m a s en E s p a ñ a , y á c u a l m á s infelices en papel y t i p o s . N o
h a b í a sido v i r r e y n a de M é x i c o , y g r a n p r o t e c t o r a de s o r Juana. E s t e p r i m e r h e v i s t o e d i c i o n e s a m e r i c a n a s , p e r o las habrá s e g u r a m e n t e , t o t a l e s ó parcia-
t o m o l l e v a el r e t u m b a n t e t i t u l o d e Inundación castálida de la única poetisa, les, p o r q u e el n o m b r e de s o r Juana s i g u e s i e n d o p o p u l a r en M é x i c o .
musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de L a ú l t i m a e d i c i ó n p e n i n s u l a r q u e h e visto, es d e 1 7 2 5 , y es p r o b a b l e q u e
San Jerónimo de la imperial ciudad de México; qtce en varios metros, idiomas y n o s e hicieran m á s , p o r q u e y a había c o m e n z a d o el c a m b i o de g u s t o .
estilos fertiliza varios assumptos, con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles S o n m u c h o s los b i ó g r a f o s de sor J u a n a , p e r o casi todos s e limitan á glo-
versos para enseñanza, recreo y admiración. En Madrid, por Juan García In- sar lo q u e la poetisa d i j o de sí m i s m a e n la Carta atlienagórica, respondiendo
fanzón. Año de i6f?9, 4. 0 á la q u e le había d i r i g i d o el O b i s p o de P u e b l a , D . M a n u e l F e r n á n d e z d e
E s t a p r i m e r a e d i c i ó n es r a r a ; r e p i t i ó s e al año. s i g u i e n t e con el t i t u l o m á s S a n t a C r u z , c o n el p s e u d ó n i m o d e sor Philotea déla Cruz, y l o q u e escribió el
modesto y adecuado de Poemas. P . D i e g o d e Calleja en la a p r o b a c i ó n del t e r c e r t o m o de s u s obras. A l g u n o s
E l s e g u n d o t o m o de las o b r a s d e s o r J u a n a se p u b l i c ó en S e v i l l a , 1 6 9 1 . datos s e sacan t a m b i é n de los i n n u m e r a b l e s versos panegíricos que se

N o h e m o s v i s t o esta e d i c i ó n , p e r o t e n e m o s la d e B a r c e l o n a , 1693, p o r J o - c o m p u s i e r o n en su h o n o r , y figuran en la Fama postuma, del D r . C a s t o r e ñ a


y Ursúa.
s e f h L l o p i s , q u e c o n s e r v a la a p r o b a c i ó n de la p r i m i t i v a , y p r o b a b l e m e n t e
estará c o p i a d a á p l a n a y r e n g l ó n . L a ú n i c a c o m p o s i c i ó n h o y p o p u l a r de sor Juana en E s p a ñ a ( n o s a b e m o s
C o n ella h a c e j u e g o el p r i m e r t o m o r e i m p r e s o p o r el m i s m o Llopis si en M é x i c o t a m b i é n ) , son s u s i n g e n i o s a s redondillas en defensa de las m u -
en 1691. j e r e s c o n t r a las d e t r a c c i o n e s de los h o m b r e s . N o s p a r e c e n m u y a g u d a s y

E l t o m o t e r c e r o n o s e i m p r i m i ó hasta 1700, c o n el t i t u l o de Fama y obras y bien versificadas, p e r o e n c o n t r a m o s m á s a l m a p o é t i c a e n otras cosas s u -


yas. Nuestros lectores juzgarán.
pósthumas del fénix de México, décima musa, poetisa americana, sor Juana Inés
últimas manifestaciones del gongorismo mexicano, pue- Roban el corazón por los oidos.
den citarse dos poemas, que ya por distintos motivos N o los ocios de rústica montana,
Donde de albogues al compás grosero
hemos tenido que nombrar antes de ahora. Es el pri- Guarda su sencillez y su cabaña
mero La Elocuencia del silencio Vida y martirio del D e asechanzas y lobos el cabrero;
N o de la vid ó mies, pámpano y caña;
gran protomártir del sacramental sigilo San Juan
N o de la abeja, laborioso esmero,
Nepomuceno (Madrid, 1738); su autor, el abogado don Dan aliento á mi voz, pues h o y con arte
Estragos canto del sangriento Marte.
Miguel de Reyna Zeballos, Promotor fiscal del obis-
pado de Mechoacán, de quien poco bueno puede de- Por lo demás, el autor se limita á poner en verso, y en
cirse, salvo que versificaba con robustez, dote común en su estelo afectado y pomposo, La Conquista de México,
los poetas de su escuela, y que propendía más á lo de Solís, resultando mucho menos poeta en verso que
conceptuoso que á lo culterano. Es el segundo la Her- el historiador en prosa, sin que por otra parte se trasluzca
nandía, Triumphos de la Fe y gloria de las armas es- que hubiera pisado siquiera la tierra que describe: tales
pañolas, que en 1755 publicó D. Francisco Ruiz de son de arbitrarias y confusas sus descripciones (1).
León, natural de Tehuacán de las Granadas. La compa- Más feliz que en la Hernandia parece haber estado
ración con otros poemas de los dedicados á la historia Ruiz de León en un rarísimo poemita en 333 décimas,
de Hernán Cortés, es lo único que hace relativamente muy devotas y muy conceptuosas, que lleva el título de
estimable la Hernandia, que ciertamente vale poco, Mirra dulce para aliento de pecadores, y es uno de los
pero que no es una rapsodia tan detestable como El Pe- primeros libros poéticos impresos en Santafé de Bo-
regrino indiano ó la México conquistada. Siquiera hay gotá (2), á donde por extraña casualidad vino á parar el
número y valentía en la versificación; las octavas están
bien construidas, porque todavía el arte de hacerlas no (1) La eloguencia del silencio. Poema heroyco, vida y martyrio del Gran
se había olvidado; hay de vez en cuando sentencias, si Proto-Mártyr del sacramental sigilo,fidelissimo custodio déla Fama, y protector
de la Sagrada Compañía de Jesús, San Juan Nepomuceno. Por Don Miguel de
no profundas, ingeniosas, y en todo el poema cierta lo-
Reyna Zevallos, Abogado de los Reales Consejos, de la Real Audiencia de Mé-
zanía de imaginación, que da derecho para contar á su xico, de Reos del Santo Oficio, y Promotor fiscal del Obispado de Mechoacán.
autor entre los poetas malogrados. Júzguese de su ma- Dedícala al limo, y Rmo. Sr. P. Guillermo Clarke, Confessor de la Cathólica
Mag. de nuestro Rey y Señor D. Phelippe V (que Dios guarde). En Madrid: En
nera por las dos primeras octavas del poema: la oficina de Diego Miguel de Peralta. Año de MDCCXXXVI1I. 4°
Hernandia. Triumphos de la Fe y gloria de las armas espaiiolas, Poema He-
N o canto endechas, que en la Arcadia umbrosa, royco, Conquista de México, Cabeza del Imperio Septentrional de la Nueva Es-
A l basto son de la zampona ruda, paña., Proezas de Hernán Cortés, Cathólicos Blasones Militares y Grandezas del
Nuevo Mundo. Lo cantaba Don Francisco Ruiz de León, Hijo de la Nueva Es-
L a m e n t a á la zagala desdeñosa
paña Con Privilegio. En Madrid: en la Imprenta de la Viuda de Manuel
T i e r n o pastor para que á verla acuda:
Delirios vanos de pasión odiosa, Fernández. Año de 1755. 4. 0
(2) Mirra dulce para aliento de pecadores, recogida en los amargos lirios del
Q u e á la alma ciega, y á la lengua muda
Calvario. Consideraciones piadosas de los acerbos dolores de María Santísima
Dejan, cuando explicados ó sentidos
original cuando ya el autor probablemente había des- juzgarle por su poema latino DeDeo, que en su primera
aparecido de entre los vivos. De todos modos, pertene- parte viene á ser una Suma Teológica puesta en exáme-
cía á una época literaria completamente agotada y fene- tros, y en la segunda una Cristiada ó vida de Cristo. Muy
cida; puede ser considerado como el último poeta de su lejos estamos hoy de aquel entusiasmo con que los sa-
escuela. bios compañeros de emigración del P . A b a d , los An-
Habíase iniciado en los estudios la reacción clásica drés, Lampillas, Hervás y Serranos acogieron.esta obra
antes de mediado el siglo, y representantes de ella fue- declarándola «egregia, inmortal y digna del siglo de
ron en México dos insignes jesuítas, de los que la prag^- Augusto», calificativos que se han aplicado á casi todos
mática de Carlos I I I arrojó á Italia en 1767: el Padre los poemas latinos modernos, sin lograr con eso salvar-
Diego José Abad y el P. Francisco Javier Alegre cul- los del olvido en que comunmente yacen, no tanto por
tivadores uno y otro de la poesía latina más bien que el abandono de la lengua en que están escritos, cuanto
de la vulgar, y señalados además en diferentes estudios: por pertenecer á un género de literatura de colegio,
el P. Abad en las Matemáticas y en la Geografía, el Pa- que tiene siempre algo de artificial y falsa. Pero aun en
dre Alegre en la Teología Dogmática y en la Historia, este artificio cabe mucho primor de detalle, y hasta es
no menos que en el cultivo docto y esmerado de la prosa compatible con cierto grado de calor poético, y en una
latina y castellana. Pero aquí sólo nos interesan sus y otra cosa se adelanta manifiestamente el P . A b a d á
obras poéticas, y aun de éstas debemos decir poco, por- la turba de versificadores latinos que en su tiempo pu-
que en realidad salen fuera de nuestro cuadro. No cono- lulaban. Nadie dude que puede tenerse y mostrarse ver-
cemos la traducción que de algunas églogas de Virgilio dadero talento en una lengua muerta, ya se la escriba
hizo en verso castellano el P. Abad (1), y sólo podemos

dónimo de Labbeo Selenopolitano. C o n aumento de otros cinco cantos, los


Señora Nuestra al pie de la Cruz, para agradecerle sus beneficios, acompañarla r e i m p r i m i ó en Ferrara en 1775, pero la edición definitiva es la de Cesena,
en sus penase impetrar su intercesión para una buena muerte. Recopiladas en 1780, apud Gregorium Blasinium, que apareció pocos meses después de la
tiernos afectos métricos para mayor facilidad á la memoria, por D. Francisco muerte del autor. A ella va ajustada la de 1793, que tenemos á la vista, á la
Ruiz de León a instancias de un devoto. Primera Edición. Con superior permiso: cual acompaña el retrato del autor:
en Santafé de Bogotá, por D- Antonio Espinosa de los Monteros, 1791. 8.° Didaci Josephi Abadii Mexicani inter Acadetnicos Roboretanos Agiologi De
E l ilustre colombiano D . M i g u e l A n t o n i o C a n o dió noticia de esta edi- Deo, Deoque homine Heroica. Editio sexta, caeteris castigatior. Caesenae
ción á Icazbalceta. V é a s e el t o m o r de Memorias de la Academia Mexicana, MDCCXCIII, 4. 0
páginas 371 á 378. C o n una prefación del P . M a n u e l F a b r i y una vida del autor.
( 1 ) N a c i ó en una hacienda inmediata al pueblo de Xiquilpan en 1727. E r a H a y una traducción m u y poco apreciada del poema del P . A b a d por el
rector del Colegio de Querétaro al t i e m p o de la expulsión. M u r i ó en B o l o - franciscano F r . D i e g o de B r i n g a s Manzaneda. Su t í t u l o , según Beristain:
nia en 30 de Septiembre de 1779- L o s 29 primeros cantos de su p o e m a se «Musa Americana, ó Cantos de los Atributos de Dios, traducidos en verso caste-
llano de los que en latín escribió el jesuíta Abad» (México, 1783). T a m b i é n don
imprimieron por primera v e z en Cádiz, en 1769, con el título de Musa ame-
Anastasio de Ochoa tradujo algunos fragmentos del mismo poemu, que es-
ricana, sin noticia del autor, que l u e g o c o r r i g i ó y adicionó su obra, y la pu-
tán en sus Poesías de un mexicano ( N u e v a Y o r k , 1828).
blicó en 1773, en Venecia, dividida en 33 cantos, disfrazándose con el p s e u -
en prosa, ya en verso, cuando esta lengua por educa- libro figura con modesta, pero sólida y decorosa fama,
ción y por hábito ha llegado á convertirse en lengua en el largo y brillante catálogo de los poemas latinos
propia. No es Abad el primer latinista mexicano, porque cristianos, presentando reunidos los caracteres de la
este lauro corresponde al traductor de la Ilíada; pero poesía didáctico-teológica que inició nuestro Prudencio
si la lengua que usa no es enteramente pura: ya por la en la Hamartigenia y en la Apotheosis, y de la poesía
necesidad de emplear términos del tecnicismo teológi- narrativa que inició nuestro Juvenco en la Historia
co, inusitados de los antiguos clásicos: ya porque su pri- Evangélica.
mera educación se resintió más que la del P. Alegre de Versificador latino muy superior al P. Abad, fué el
los resabios del estilo del siglo anterior, como lo prueba veracruzano Francisco Javier Alegre (i), ornamento
el hecho de que en sus mocedades gustaba sobre todo de grande de la emigración jesuítica, y uno de los varones
Góngora y de Juan Barclayo el autor de la novela Ar- más insignes que ha producido Nueva España, ya se le
genis (que es una especie de Góngora de la latinidad considere como historiador de la Compañía, ya como
moderna); lo primero es condición del asunto ó tema autor de un curso teológico acomodado á las necesida-
elegido y no culpa del autor, y de lo segundo llegó á des de los tiempos nuevos, obra en que la pureza clásica
triunfar casi por completo en su edad madura, merced al de la dicción, digna de Melchor Cano ó de algún otro
trato con mejores modelos, hasta merecer de los italia- rarísimo teólogo del Renacimiento, corre parejas con la
nos mismos, tan ásperos jueces de toda latinidad que no solidez de la doctrina y con el largo estudio de la Es-
sea la suya, el dictado de escritor terso y elegantísimo. critura, de los Padres y de los volúmenes inmortales de
Pero todavía vence en él, á la limpieza de la dicción y Santo Tomás, de Suárez y de Petavio, cuya enseñanza
armonía del metro en que otros le aventajan, la copia se presenta allí libre, en lo que cabe, de las arideces y
grande de pensamientos y de doctrina; el arte con que espinas escolásticas. Pero con tan graves estudios inter-
llegó á encerrar en tan limitado espacio toda la econo poló siempre el de las letras humanas, al cual debe prin-
mía del cristianismo; la facilidad de consumado teólogo cipalmente la amenidad de su prosa. Y a desde joven
con que da forma poética á la exposición de los divinos había ensayado sus fuerzas en un poemita épico sobre
atributos; el uso hábil y oportuno de los textos de la la conquista de Tiro por Alejandro Magno (Alexan-
Sagrada Escritura, que va sometiendo á las leyes del driados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Ma-
metro; la efusión lírica de los frecuentes apostrofes con cedone), que muy corregido y dilatado hasta cinco li-
que interrumpe la severidad de la materia didáctica; el bros, publicó en Forli en 1775. Este trabajo que sólo
vuelo constante del espíritu hacia las regiones más altas
de la contemplación; la suavidad y gracia de algunas ( 1 ) N a c i ó en V e r a c r u z en 12 de Septiembre de 1729, y murió en Bolonia
descripciones, y como dote característica de su estilo, en 16 de A g o s t o de 1788. La m e j o r biografía suya es la que escribió el padre
M a n u e l F a b r i , y antecede á las Instituciones Teológicas de A l e g r e ( V e n e c i a .
una cierta concisión sentenciosa y grave. Por esto su
1789, siete v o l ú m e n e s ) . L a ha traducido al castellano el Sr. Icazbalceta.

/
puede considerarse como un ejercicio de estilo, lo mis-
mo que algunas poesías sueltas, entre las cuales se dis- ñas de América, pero no sé yo si igualmente versado
tingue la égloga Nysus (que ha ganado mucho al ser en las letras clásicas, que quizá ha desdeñado por más
puesta en felicísimos versos castellanos por el S r . P a - fáciles y corrientes. Ese juicio que él tiene por extra-
gaza, pero que ya en su original era una imitación ele- vagancia ó sutileza mía es vulgarísimo en Europa, y
gante de la égloga segunda de Virgilio, hasta sin cambio jamás he oído expresar otro á los humanistas que han
de sexo en el protagonista), le abrieron el camino para visto la traducción del P. Alegre. Valga por muchos
empresa más ardua, como lo fué su traducción latina de el parecer de Hugo Fóscolo, que, además de gran poeta,
la Ilíada, impresa en Bolonia en 1776, y luego con y de insigne traductor de Homero, era jonio de naci-
grandes correcciones en Roma en 1788. miento y tenía el griego por lengua materna. Pues lo
que Fóscolo dice de Alegre es textualmente lo que si-
Si sólo se atiende á los méritos de versificación y len-
gue : «Ingiere en su traducción todos los versos tradu-
gua, la Ilíada del P . Alegre es sin duda uno de los mo-
cidos ó imitados por Virgilio; á los que Virgilio dejó
numentos de la poesía latina de colegio. Pero si de con-
intactos, les aplica modos virgilianos: salta á pies junti-
siderarla aisladamente pasamos á ponerla en relación
ñas todo aquello que desespera de embellecer; tiene al-
con su original, pocos traslados de Homero se encon-
gunos versos bellísimos, pero no tiene ningún color ho-
trarán menos homéricos y más infieles al espíritu de la
mérico (1).» No podía ser fiel traductor de Homero, por
primitiva poesía heroica, que pocos espíritus sabían dis-
mucho griego que supiese, quien tenía de los caracteres
cernir en el siglo xvrii, época de elegancia académica
del estilo épico la opinión que muestra en una de las
en que los más cultos helenistas apenas veían el clasi-
cismo griego sino á través del clasicismo latino. Esta
distinción, hoy tan obvia y casi vulgar, era entonces (1) Innesta tutti i versi tradotti o imitati da Virgilio: a'passi intatti da Vir-
gilio innesta i modi virgiliani: salta a pie pari ciò ck'ei dtspera d'abbellire: ha
patrimonio de muy pocos, y aun los que técnicamente parecchi bellissimi versi, ma nessuna sembianza omerica (Poesie, F i r e n z e , L e
comenzaban á sentirla y entenderla, no lo mostraban M o n n i e r , 1 8 5 6 , pág. 359).
luego en sus versiones: tal era la tiranía de la educa- E l mismo A l e g r e en su prefacio da bien á entender el carácter de su tra-
b a j o : •(•Poctarum, igitur, Principis mentem, non verba, latinis versibus expri-
ción y de la costumbre. La Ilíada del P . Alegre no ntere conati, Virgilium Maronem, Homeri ,inquam, optimum et pulckerrimum
tiene más que un defecto, pero éste es capitalísimo interpretem ducetn sequimur in quo plura ex Homero fere ad verbum expressa,
plurima levi quadam inmutatione detorta, innumera, immo ictus quotus Maro
y salta á la vista en cuanto se lee el primer canto: no es
est, ad Homeri imitationem compositus. Ubi ergo Virgilius, pe>te ad litter am
la Ilíada de Homero; es una Ilíada virgiliana. En Homerum expressit, nos eadem Virgilii carmina omnino aut fere nihil inmutata
vano protesta airadamente contra éste juicio mío, como lectori dabimus, nec enim ab ullo mortaliui7i elegantius efferripotuisse quisquavi
crediderit, aut vitio plagiove nobis verti poterit, si ubicumque inventam home-
si se tratase de gravísima ofensa al ilustre jesuíta ó á ricam supellectilem, ipso jure clamante,vero domino restituamus. Ubi autem Vir-
su patria, un laborioso crítico mexicano, muy docto, á gilius, Virgilius, inquam ipse, nonnullas Graeci Vatis loquutiones et loca latine
idesperans traetata nit esc ere posse, reliquit*, nos item relitiquemus. Habet
lo que dicen, en el conocimiento de las lenguas indíge-
enim unaquceque lingua lepores suos
notas de su Poética castellana: «¿Quién puede negar en Escritas y publicadas en Italia la mayor parte de las
Homero algunas repeticiones, ya de embajadas, ya de obras de estos esclarecidos hijos de la Compañía de Je-
transiciones, ya de epítetos enfadosísimos? ¿Quién sús, no pudo ser muy eficaz su influjo en el desarrollo
puede dejar de conocer la impropiedad en algunas lar- de la cultura mexicana. Mayor y más directo era el que
guísimas arengas y diálogos de los héroes, en medio del ejercían los libros que continuamente llegaban de Es-
calor de las batallas?» Siguió, pues, el gusto de su tiempo
Alexandriados sive de expugnatione Tyri ab Alexandro Macedone, libri v. Fo-
y el suyo propio, haciendo en gran parte de su Ilíada
rolivii, 1775.
una especie de centón de todos aquellos pasajes en que Francisci Xaverii Alegrii Americani Veracrucensis Homeri Ilias latino car-
Virgilio imita á Homero, sin advertir que lo hace Vir- mine expressa, cui accedit ejusdem Alexandrias, sive de expugnatione Tyji
Bononice, Typis Ferdinandi Pisauri, 1776.
gilio no con fidelidad de intérprete sino con libertad de
Francisci Xaverii Alegre Mexicani Veracrucehsis Homeri Ilias Latino Car-
poeta, y que le imita en su propio estilo, que es el de la mine expressa. Editio romana venustior et cmendatior, 1788. Apud Salvionem
culta y refinadísima era de Augusto, poco menos di- Typographum Vaticanum.
Falta en muchos ejemplares la portada g r a b a d a , que en uno de los meda-
verso del de la epopeya homérica que puede serlo el de llones lleva el busto del P. A l e g r e .
Ariosto ó el del Tasso del de una canción de gesta de Opúsculos Inéditos Latinos y Castellanos del P. Francisco Javier Alegre (ve-
racruzanó) de la Compama de Jesús. México. Imprenta de Francisco Diaz de
la Edad Media.
León, 1889.
Escribió el P. Alegre muy pocos versos castellanos: E s t e precioso tomito, publicado por Icazbalceta con la pulcritud y esmero
que él pone en todas sus obras, contiene, además de algunos versos latinos
lo mejor que tenemos suyo en nuestra lengua es la tra- y una prolusión sobre la S i n t a x i s , una traducción, latina también, de la
ducción libre y parafrástica de los tres cantos primeros Batracomiomaquia, y en castellano algunas sátiras y epístolas de Horacio, y
el Arte poética de B o i l e a u , conforme al original autógrafo que de estas ver-
del Arte poética de Boileau, rimada en silva con mu-
siones posee nuestro docto compañero y venerado maestro D. Aureliano
cho garbo, facilidad y viveza, y adornada con notas cu- F e r n á n d e z - G u e r r a . D i ó de ellas la primera noticia el Sr. Marqués de Val-
riosísimas que no sólo revelan la peregrina erudición de mar en su inestimable bosquejo (ó más bien Historia critica') de la poesía
castellana en el siglo x v n i q u e a n t e c e d e á la colección de poetas de dicho
su autor (pues son evidentemente de memoria casi to- período en la Biblioteca de Autores Españoles.
das las citas que hace, de poetas muchas veces obscuros) L a égloga Nysus del P. A l e g r e , publicada por el Sr. Icazbalceta, se lee
sino la relativa libertad é independencia de sus doctri- traducida por D. Joaquín Arcadio Pagaza en el tomo 111 de las Memorias de
la Academia Mexicana, págs. 422-425.
nas literarias, que le hacen atenuar el rigor de ciertos E n el brillante contingente que á la emigración jesuítica dió M é x i c o , y
preceptos de Boileau, y vindicar el gusto de nuestro en el cual figuraban entre otros los historiadores Clavijero y C a v o , había
otro poeta, el P. A g u s t í n de C a s t r o , cuyas obras que al parecer quedaron
siglo x v n , aun en aquello en que más se aparta del
manuscritas en su mayor parte, no hemos llegado á v e r . P o r testimonio de
gusto clásico. Tradujo también, con menos fortuna, al- Beristain y de los bibliógrafos de la C o m p a ñ í a , sabemos q u e escribió La
gunas Sátiras de Horacio (i). Cortesiada, poema épico sobre H e r n á n Cortés, la descripción de Antequera
de O a x a c a en verso castellano, y la de las ruinas de Mitla en verso latino,
y que tradujo las Fábulas d e F e d r o , las Troyanas de Séneca, y varias poesías
de A n a c r e o n t e , S a f o , H o r a c i o , V i r g i l i o , J u v e n a l , M i l t o n , Y o u n g , Gessner
( i ) Apuntaremos las principales indicaciones bibliográficas relativas á y el falso Ossián. D e j ó también un T r a t a d o de Prosodia.
las obras poéticas del P . A l e g r e :
LXXXVII
paña, trayendo nuevas de la llamada restauración del
colonia, distinguiéndose por su fervor patriótico, que
buen gusto, en las páginas de Luzán, D. Nicolás Mora-
solía expresar en versos tales como los del siguiente
tín, Cadalso, Iriarte y Samaniego, y muy pronto en las
soneto:
de Fr. Diego González, Iglesias y Meléndez. Todos ellos
¡ C u á n t o t i e m p o , ¡oh A m é r i c a ! a n d u v i s t e
comenzaron á ser imitados, así en sus buenas cualida- E n p o s d e tu deseada i n d e p e n d e n c i a ,
des como en sus defectos. La manera prosaica de Iriarte, Y á pesar d e tu g r a n d e diligencia
( ¡ P o b r e de t i ! ) hallarla no supiste.
por ejemplo, tuvo discípulo fervoroso en el latinista don L á g r i m a s tiernas derramabas triste
Rafael Larrañaga, autor de una menos que mediana B a j o el y u g o d e dura d e p e n d e n c i a ,
traducción de Virgilio, que hace buena la que de los Suspirando c o n ansia y c o n v e h e m e n c i a ,
P o r la deseada q u e abrazar quisiste.
cuatro primeros libros de la Eneida había publicado el M a s c e s e el llanto y a : c e s e el l a m e n t o ,
fabulista de Canarias. Fábulas escribieron varios, entre P u e s la por quien estabas suspirando
Y a pareció. ¡ Q u é g o z o ! ¡ q u é c o n t e n t o !
ellos D. José Joaquín Fernández Lizardi {el Pensador
B u s c ó l a , hallóla h e r o i c a m e n t e obrando
mexicano), que tan célebre llegó á hacerse en los últimos E l ínclito I t u r b i d e : mira a t e n t o ,
tiempos del gobierno virreinal y primeros de la Inde- S u e l o feliz: aquí la está abrazando.

pendencia como periodista revolucionario y autor de la


En el mismo estilo, digno de Rabadán á juzgar por
curiosísima novela picaresca Periquillo Sarmiento (i).
las muestras que conocemos (i) están escritos los siete
Como último y chistoso extremo de prosaísmo, superior
tomos de versos sagrados y profanos que dejó Sartorio,
á nuestro D. Francisco Gregorio de Salas y á cuanto en
que hasta en la fecundidad parece un trasunto de nues-
esta línea puede imaginarse, hay que citar el nombre de
tro cura de Fruime. Sólo en algunas paráfrasis de him-
un clérigo y famoso predicador, D. José Manuel Sarto-
nos y otras poesías sagradas, que á lo menos prueban la
rio , que alcanzó como Lizardi la emancipación de la
sinceridad de su devoción, sale algo de la categoría de
los más adocenados copleros, entre los cuales hay que
( i ) S o b r e este i n g e n i o s o a u n q u e c h a v a c a n o e s c r i t o r , c u y a importancia
afiliarle más bien que entre los seguidores de tan pul-
es más bien histórica y social q u e p r o p i a m e n t e l i t e r a r i a , v é a n s e los Apun- cro, ingenioso y bien cultivado espíritu como fué el del
tes biografieos y bibliográficos publicados en 1888 p o r D . L u i s González
autor de las Fábulas Literarias, á quien pudieron fal-
O b r e g ó n . L i z a r d i t e n í a m u y mal g u s t o : baste decir q u e a ñ a d i ó una s e g u n d a
parte á El Negro sensible, de Cornelia. Sus Fábulas l o g r a r o n m u c h o crédito, tarle todas las dotes de alta inspiración y poesía eleva-
y han s e g u i d o r e i m p r i m i é n d o s e casi hasta n u e s t r o s días para u s o de las es-
cuelas. N o h e m o s t e n i d o ocasión de leer el Periquillo, q u e unos ensalzan ( 1 ) V é a s e la Historia Critica de la Literatura y délas Ciencias en México,
c o m o una especie de Gil Blas m e x i c a n o , m i e n t r a s q u e o t r o s le tachan de del Sr. P i m e n t e l ( M é x i c o , 1 8 7 6 ) , q u e l e dedica 14 páginas d e análisis,
obra groserísima en f o n d o y f o r m a , l o m i s m o q u e otras n o v e l a s d e su a u t o r , esforzándose, c o m o él dice, en «sacar algunas perlas de aquel estiércol».
La Quijotita y su prima, D.1 Catrín de la Fachenda, etc. F u é h o m b r e de ideas
C o n s i d e r a c i o n e s de índole e n t e r a m e n t e personal m e v e d a n e x p o n e r aquí
radicales y aun h e t e r o d o x a s c u a n d o todavia eran rarísimas e n M é x i c o , y
un j u i c i o , q u e pudiera parecer apasionado, sobre el valor crítico de la o b r a
e x t r a o r d i n a r i a m e n t e t e n a z en d i v u l g a r l a s . L a A u t o r i d a d eclesiástica h u b o
del laborioso y e r u d i t o Sr. P i m e n t e l . B a s t e decir q u e en la parte de noticias
d e condenarle e n 1822 por c i e r t a Defensa q u e p u b l i c ó de los Francmasones.
está bastante c o m p l e t a , y p u e d e consultarse con f r u t o .
da, pero no le faltó ninguna de las que nacen de dis- imitación, y aun en esto quedó á larga distancia de la
creción, estudio y buen gusto. morbidez algo lasciva de su modelo. Lo que más de-
Contra este prosaísmo gárrulo, ramplón y casero, fué muestra la pureza de alma del P. Navarrete y la natural
saludable antídoto la fundación de la Arcadia mexi- tendencia de su espíritu, es que sus anacreónticas sólo
cana, de la cual fué mayoral, según el estilo pastoril de resultan agradables cuando, en vez de cantar el deleite,
entonces, el franciscano Fr. Manuel de Navarrete, cuyos celebra los prestigios de la música ó los encantos de
versos comenzaron á aparecer en el Diario de México la inocencia.
en 1805, siendo luego reunidos en dos volúmenes pos- Pero aun en sus versos amorosos hay una dote muy
tumos con el título de Entretenimientos poéticos (1). señalada, que es claro indicio de organización esencial-
Los que hicieron esta colección hubieran mirado mejor mente poética: el sentido del número y de la armonía, no
por la gloria de este dulce y simpático poeta supri- sólo de cada verso, sino del período entero. El P. Na-
miendo la mayor parte de los versos del tomo primero. varrete no es un versificador intachable, y entre otras
Por ellos se ha juzgado generalmente al P. Nava- cosas abusa de la sinéresis, quizá por defecto de pro-
rrete, y se le ha juzgado mal, así en el concepto ético nunciación americana; pero antes de Pesado y de Car-
como en el literario. Por mucho que se conceda al con- pió, que tampoco están exentos de este género de des-
vencionalismo arcádico y bucólico propio de aquella cuidos, nadie versificó en México con tan continua
época y de aquel sistema literario, todavía parecen im- fluidez y tanto respeto al oído. Añádase una lengua na-
propias de un religioso de tan severa observancia como turalmente sana y bastante copiosa, sin alarde ni es-
la de San Francisco tantas colecciones de odas eróticas: fuerzo alguno, lo cual demuestra que el autor, semejante
Las Flores de Clorila, La Música de Celia, La Pollita en esto como en otras muchas cosas á Fr. Diego Gon-
de Clori, A Clori en el lecho Sabemos que el P. Na- zález, ó no sabía francés, ó había formado su gusto y su
varrete era un religioso irreprensible; pero, por lo estilo exclusivamente con la lectura de los poetas latinos
mismo, tales versos, escritos sin el más leve asomo de y de los antiguos castellanos. Aun en poesías que por
inspiración sensual, sino por pura imitación y artificio de otro lado no valen mucho, como sus églogas, es visible
escuela, son insípidos, triviales y empalagosos. Imitó á el aprovechado estudio de Garcilaso, y quizá más el de
Meléndez en lo que Meléndez tiene menos digno de Lope de Vega.
Donde el P. Navarrete raya á mayor altura es en
( 1 ) N a c i ó en Zamora de Michoacán, en 16 de Junio de 1768, y murió en sus poesías morales y sagradas, aunque ciertamente no
19 de Julio de 1809, siendo Guardián del c o n v e n t o de Tlalpujahua. E r a
h o m b r e de m u y afable trato y de gallarda presencia. D e sus Poesías hay, por
carecen de defectos, siéndolo, y no pequeño, su misma
lo m e n o s , dos ediciones, una de M é x i c o , 1823, y otra de P a r í s , 1835. E s la extensión, unida á cierta languidez soñolienta que en el
q u e tenemos á la vista. Está impresa con mucha elegancia, pero afeada p o r
total de la composición se nota. La inspiración del padre
notables i n c o r r e c c i o n e s , propias de t i p ó g r a f j s e x t r a ñ o s á la lengua caste-
llana. Navarrete tiene siempre algo de intérmitente y des-
xc
igual; discurre con mucha elevación, siente con cierto
crece la figura del humilde franciscano, y es justo decir
fervor melancólico, que es como tibia aurora del senti-
de él lo que dijo en México el más popular de los poetas
miento romántico (véanse especialmente sus Ratos tris-
españoles de nuestro siglo: «Los defectos de sus obras
tes.), pero las alas no le sostienen bastante : le falta ím-
son los de su tiempo, y sus bellezas y excelencias le son
petu lírico, y es mucho mejor para citado por trozos
propias y personales.» Pereció el cantor de Cloris y de
sueltos que para leído en su integridad. De estas poesías
Celia; pero sobrenadan algunos versos del poeta mís-
suyas hemos elegido el Poema eucarístico de la divina
tico, que, anhelando por la vida del cielo, exclamaba:
Providencia, que nos parece su obra mejor y más cui-
E n los campos eternos
dada, y presenta muy bellos rasgos descriptivos. En otro
Florecerán mis gustos inmortales,
poemita, El Alma privada de la gloria, la ejecución, S e g u r o de los rígidos inviernos.
algo vulgar, nos parece muy inferior á la grandeza de la
El exaltado americanismo de D. Juan María Gutié-
idea y al mérito del plan. La elegía á la muerte de su ma-
rrez perjudicó mucho al buen nombre del P. Navarrete
dre está muy sentida; pero muchos versos negligentes
con la desaforada hipérbole de decir que «rivaliza con
y prosaicos, y la intervención de nombres tales como
el autor de la Noche serena en elevación y candor». No
Blas y Alejo, estropean bastante el efecto. ¡ Ojalá Na-
profanemos los nombres de los grandes poetas en obse-
varrete hubiese escrito siempre con aquella indefinible
quio de las medianías estimables. El puesto de Nava-
mezcla de sencillez y elegancia que hay en algunos ver-
rrete todavía es muy honroso, aunque se le ponga donde
sos de sus Ratos tristes, los cuales hacen pensar ya en
debe estar, es decir, en su escuela y en su tiempo, al
el próximo advenimiento de la dulce melancolía lamar-
lado de Fr. Diego González y de Meléndez, pero con
tiniana!; y no es pequeña loa para poeta del siglo XVIII.
una nota personal suya, que tampoco es la de Meléndez
¡Dulces m o m e n t o s , a u n q u e y a pasados,
en la poesía elevada; por más que Meléndez, contra la
Á mi vida v o l v e d , c o m o á esta selva común opinión, transmitida sin examen desde su tiempo,
Han de v o l v e r las cantadoras aves, valga infinitamente más como cantor de la gloria de las
L a s v i v a s fuentes y las flores s u a v e s ,
Cuando el verano delicioso v u e l v a !
artes, ó del fanatismo, ó de la presencia de Dios, ó de la
prosperidad aparente de los malos, que como el dulce
¡Áridas tierras, m á s q u e j o dichosas, Batilo, autor de tantos idilios, cantilenas y anacreónti-
N o así v o s o t r a s , q u e os manda el cielo
cas, para nuestro gusto tan amaneradas y tan marchitas.
Anuales p r i m a v e r a s deleitosas
Á coronar con m i r t o s y c o n rosas El buen ejemplo del P. Navarrete fué seguido por
L a nueva j u v e n t u d de v u e s t r o suelo! otros poetas clásicos, de mediano estro, pero de buenos
De este género de poesía íntima y de moderno lirismo estudios, á quienes vino á dar nueva materia lírica la
sólo Cienfuegos y el P. Navarrete parecen haber adivi- pasión política, excitada por la guerra de la Indepen-
nado ó presentido confusamente algo, y en este sentido dencia. Ha de notarse, sin embargo, que por las raras
xcm
circunstancias que concurrieron en la separación de
acentos varoniles en algunos momentos de la lucha. Las
México, nunca tuvo allí esta poesía del patriotismo ame-
odas de nuestro Quintana eran el modelo predilecto de
ricano ni la unanimidad en el sentir, ni la grandeza, la
todos ellos.
valentía y el arranque que tiene en el cantor de Junín
R e n u e v a ¡oh, musa! el victorioso aliento
y.en otros poetas de la América del Sur. La revolución C o n que fiel de la patria al amor santo
de México no tuvo su Olmedo, porque tampoco tuvo su E l fin glorioso de su acerbo llanto
A u d a z predije en inspirado acento
Bolívar. Faltó allí la unidad épica que tuvo la guerra en
Así comenzaba su oda Al 16 de Septiembre de 1821,
el Sur. Itúrbide y los que con él hicieron el plan de
pocos días antes de la entrada triunfal de Itúrbide en
Iguala, no eran los que habían acaudillado el movi-
México, el abogado yucateco, D. Andrés Quintana
miento popular de Dolores: nada tenían que ver con las
Roo (1), personaje de los de más cuenta en la primera
turbas fanáticas que habían seguido á sus curas rurales,
insurrección, presidente que había sido del Congreso de
á los Hidalgos y Morelos. Eran, al contrario, los realis-
Chilpalcingo congregado por Morelos en 1813, y autor
tas de la víspera, los que, en nombre de Fernando V I I ,
de la primera declaración de independencia; varón res-
habían vencido y fusilado á los primeros insurgentes; los
petado siempre entre sus conciudadanos por su probi-
que ahora, en odio á la Constitución de Cádiz, desha-
dad y entereza. Tenía Quintana Roo más de magistrado
cían su propia obra, y ponían bajo el pabellón de las
y de hombre político que de poeta, pero si no ardían
Tres Garantías la custodia del régimen antiguo. Este en él muy vivos los resplandores del numen, era elevado
dualismo, que sólo en los primeros momentos pudo pa- su pensamiento, noble y correcta su versificación, se-
liarse, este pacto entre enemigos irreconciliables, lle- vero el tono, como cuadraba á la índole grave de su
vaba consigo el germen de innumerables calamidades talento. Hizo mucho estudio de nuestra prosodia, acu-
intestinas, que muy pronto comenzaron á desarrollarse, diendo á veces en consulta á D. Alberto Lista, de quien
quitando á la Revolución desde el primer momento fué amigo. Dejó un tratado sobre el sáfico adónico es-
todo carácter de unanimidad y de concordia, lo cual, pañol, y algunas observaciones sobre la Ortología del
unido á la manera feroz y sanguinaria con que general- abate Sicilia, obra que introducida por estos tiempos
mente se había hecho la guerra por ambas partes (i) en México, y muy recomendada por Quintana Roo y por
hizo que las Musas huyesen amedrentadas del campo de otros, vino muy oportunamente á atajar la licencia des-
batalla ó exhalasen sólo acentos débiles y roncos. enfrenada de muchos versificadores y á restablecer los
sanos principios prosódicos, algo vulnerados por la pro-
Hubo excepciones, sin embargo. Quintana Roo, Sán-
nunciación local. Quintana Roo (2), fué de los primeros
chez de Tagle, Ortega, Castillo y Lanzas, encontraron

( i ) L o cual no excluyó actos individuales de generosidad heroica c o m o ( 1 ) V é a s e esta oda en la América poética, de G u t i é r r e z .
el del general D. Nicolás Bravo perdonando la vida á gran número de pri- (2) N a c i ó D. A n d r é s de Quintana R o o en Mérida de Y u c a t á n en 1787,
sioneros españoles después del suplicio de su padre. y m u r i ó en M é x i c o en 1851.
que dieron el ejemplo, junto con la doctrina, y no eran
igual esmero en la construcción de sus versos. Sus com-
por cierto frecuentes en México, en 1821, versos de tan
posiciones eróticas y anacreónticas valen todavía me-
firme y sostenida entonación como algunos de los suyos,
nos que las del P . Navarrete, de quien puede ser consi-
verbigracia:
derado como discípulo, no sólo en este género insulso y
C u a l al r o m p e r las pléyadas lluviosas trivial, sino en otros de más alta poesía. El Entusiasmo
E l seno de las nubes encendidas, en una noche serena, la oda A la Luna en tiempo de dis-
Del m a r las olas antes adormidas,
S ú b i t o el austro altera tempestosas '
cordias civiles, La Melancolía, Al Ser Supremo en el
día de mis bodas, indican las tendencias del poeta á la
El mismo Sánchez de Tagle, poeta más fecundo y va- meditación filosófica, siguiendo las huellas del cantor
riado que Quintana Roo, dista mucho de haber puesto De la Divina Providencia y de los Patos tristes, pero
son tan desiguales, y en general tan lánguidas, que no
Noticias de su v i d a , y de las de los demás poetas q u e iremos citando, s e nos hemos decidido á insertar ninguna en esta colección.
encuentran en el Manual de Biografía Mexicana, de A r r ó n i z , y en las Biogra-
fías de Mexicanos distinguidos, de D . Francisco Sosa ( M é x i c o , 1884). E s lás-
La sincera piedad del autor, su ternura doméstica, su
tima que á estas obras n o acompañe la parte bibliográfica, que supliría la austeridad moral, le hacen simpático y recomendable,
falta de una c o n t i n u a c i ó n del Beristain.
pero de sus poesías sólo pueden entresacarse fragmen-
N o sabemos q u e h a y a n sido coleccionadas las poesías de Quintana R o o .
E n las pocas que h e m o s visto se trasluce la buena educación clásica del tos, y no de primer orden. La misma oda Á la Luna,
autor. E n la oda del Diez y seis de Septiembre hemos notado dos reminiscen- que tiene una entrada grave y solemne, muy directa-
cias horacianas.
mente imitada de la elegía de Meléndez Á las mise-
L a sangre difundida
De los héroes, su número recrece, rias humanas, hasta el punto de ser idéntico el primer
Como tal vez herida
De la segur, la encina reverdece, verso:
Y más vigor recibe, ¡Con q u é silencio y majestad caminas,
Y con más pompa y más verdor revive.....
P o r miles de luceros festejada,
Duris ut ¡lex tonsa bipennibus Súbditos que dominas,
Nigrae feraci frondis in Algido,
Per damna, per caedes, ab ipso Ornato augusto de la noche helada
Ducit opes animumque ferro.
(Líb. i v , od. i v . )
está afeada por versos tales como éstos, que son purísi-
bus nombres antes fueron ma prosa:
Cubiertos de luz pura, esplendorosa,
Mas nuestros ojos vieron
Brillar el tuvo (*) como en noche hermosa
Entre estrellas sin cuento ceslao A l p u c h e . N o conocemos sus poesías, publicadas en 1842, y que, según
A la luna en el alto firmamento. parece, fueron acremente censuradas por el C o n d e de la Cortina. A j u z g a r
Micat inter omnes por sus títulos, casi todas deben de ser políticas: Hidalgo, Grito de Dolores,
Iulium sidus, velut ínter ignes La Independencia, El Suplicio de Morelos. D o n F r a n c i s c o Sosa publicó en 1873
Luna minores.
un Ensayo biográfico y critico sobre este poeta.
(Líb. I, od. X I I . )
Suponemos que figurarán sus versos en la colección de Poetas Yucatecos
H a y otro poeta y u c a t e c o de este tiempo, imitador de Q u i n t a n a , D . W e n - y Tabasqueños, publicada en Mérida de Y u c a t á n , 1 8 6 1 , por D . Manuel Sán-
(*) El de Itórbide. chez Mármol y D. A l o n s o de R e g i l y P e ó n .
XCVI

Y la s o m b r a h u y e s i n saber á donde....
Y p e n s a b a e n g u l l i r el caos menguado..... tra Antología este valiente rasgo de elocuencia poética
A h o r a ¡ oh d o l o r ! en hórridas r e u n i o n e s que tenemos por superior á su poemita religioso La
Preparan combustiones
Venida del Espíritu Santo, muy ensalzado por los crí-
Y el f e r v o r o s o a n h e l o
D e l patriota v e r a z será f r u s t r a d o ticos mexicanos. Hay ciertamente en este poema felices
imitaciones de Milton en la descripción de los espíritus
Entre los versos políticos de Sánchez Tagle, sobresale
infernales, mucho vigor y precisión teológica de frase,
la oda que en presencia de Itúrbide leyó Á la entrada
pero el conjunto resulta pesado y palabrero, sobre todo
del ejército trigarante en México, y el romance heroico
por un larguísimo razonamiento del demonio. La ma-
en que celebró la salida de Morelos del sitio de Cuautla,
nera de Ortega en la poesía sagrada es muy semejante
en 1812 (1). Años antes, en 1804, había dedicado á Car-
á la de los poetas de la escuela sevillana de fines del si-
los I V una oda encomiástica, y en 1808 otra Á la glo-
glo XVIII : Lista, Reinoso, Roldán; pero quizá más jugosa
ria inmortal de los valientes españoles y á la corona-
y menos rígida. Transcribiremos algunos versos del final
ción de Fernando V I I . Cosa ligera y alada es el carácter
del poema, como muestra de la versificación acendrada
de los poetas.
y noble estilo que generalmente emplea su autor:
Más brío, más alma de poeta, y más corrección tam-
Y a la tierra a n c h u r o s a
bién hay en las obras de D. Francisco Ortega (2), ar- E s t o d a del S e ñ o r O m n i p o t e n t e ;
diente partidario de las ideas republicanas, en nombre S u diestra p o d e r o s a
D e fuego precedida refulgente,
de las cuales dirigió á Itúrbide, no cánticos de gloria, sino A su espíritu e n v i ó ; n i n g ú n v i v i e n t e
severa invectiva en el día de su coronación. V a en nues- D e su c a l o r se e s c o n d e i n e x t i n g u i b l e ;
C o n él q u e m ó el e s c u d o
Y q u e b r ó el arco de Satán sañudo,
( x ) N a c i ó D . F r a n c i s c o S á n c h e z de T a g l e en Morelia (antes Valladolid
Y sus armas t a m b i é n ; v i ó s e terrible
d e M i c h o a c á n ) , e l 1 1 de E n e r o de 1782, y m u r i ó en M é x i c o en 7 de D i c i e m - S o b r e todos los d i o s e s .
bre de 1847. G o z a b a fama de e x c e l e n t e t e ó l o g o y canonista. R e d a c t ó el acta
d e i n d e p e n d e n c i a d e 1 8 2 1 , y f u é diversas v e c e s s e n a d o r p o r el E s t a d o de
N o h a y l e n g u a q u e no e n t i e n d a y aperciba
M i c h o a c á n . E n 1833 d e s t r u y ó gran p a r t e de sus poesías. L a s q u e se salvaron Su v o z q u e el o r b e llena,
f u e r o n publicadas d e s p u é s de su m u e r t e en 1852, con un p r ó l o g o de D . J o s é S u v o z q u e s i e m p r e a s c i e n d e en llama v i v a .
Joaquín Pesado, que dice de T a g l e : «dejó como h o m b r e privado memorias P o r los desiertos de la L i b i a a r d i e n t e ,
g r a t í s i m a s de s u s a m a b l e s p r e n d a s y de sus v i r t u d e s . » P o r los p u e b l o s flecheros,
( 2 ) N a c i ó O r t e g a en M é x i c o el 13 de A b r i l d e 1793, y m u r i ó en 1 1 de D e l S e p t e n t r i ó n al Sur, de O c a s o á O r i e n t e ,
M a y o d e 1849. F u é p r e f e c t o de T u l a n c i n g o , d i p u t a d o e n v a r i a s legislaturas y D e Jehová mensajeros
s u b d i r e c t o r del E s t a b l e c i m i e n t o de ciencias i d e o l ó g i c a s y h u m a n i d a d e s . S e Corren, vuelan, enseñan, iluminan;
le a t r i b u y e la r e d a c c i ó n d e las Bases Orgánicos de 1841. S u s Poesías líricas E l s a c e r d o t e , el m a g o , el i g n o r a n t e ,
s e p u b l i c a r o n en 1 8 3 9 : h a y e n ellas una e s p e c i e d e loa titulada México libre. E l filosofo, el p r i n c i p e a r r o g a n t e
D e j ó m a n u s c r i t a s u n a t r a g e d i a y u n a c o m e d i a originales, y una traducción O y e n , a p r e n d e n , arden, v a t i c i n a n .
d e la Rosmunda, de A l f i e r i . P u b l i c ó en d i v e r s o s t i e m p o s v a r i o s opúsculos
políticos. Todo esto está correcta y decorosamente dicho, pero
9
XCVIII

léase la Pentecostés, de Manzoni, y se verá lo que es tra-


que tiene mucho de Gaceta en verso, y que en sus mejo-
tar poéticamente el inefable tema de la venida del Espí- res pasajes no pasa de imitación harto servil del Canto
ritu Santo. á la victoria de Junin, resultando Castillo tan inferior
Con ser Ortega ingenio de mediano vuelo, todavía á Olmedo, como inferiores eran los generales Santa
valió en él más el poeta político que el poeta religioso. Ana y Terán, que disiparon la descabellada intentona
Su oda Aniversario de Tampico, nos parece superior de Barradas, á aquel rayo de la guerra que se llamó
al tan ponderado canto de Joaquín del Castillo y Lan- Simón Bolivar, fundador de cinco naciones desde las
zas (i), Ala victoria de Tamaulipas, poesía kilométrica, bocas del Orinoco hasta el Potosí argentífero.
El presbítero D. Anastasio de Ochca y Acuña, es,
( i ) D o n J o a q u í n M a r í a del C a s t i l l o y L a n z a s n a c i ó e n Jalapa el n de aunque del mismo tiempo y escuela, poeta de muy di-
N o v i e m b r e de 1 7 8 1 , y falleció e n 16 de J u l i o de 1878. F u é d i p l o m á t i c o , h o m - versa índole que los anteriores. Había pertenecido á
b r e político y p e r i o d i s t a . R e p r e s e n t ó á su país en I n g l a t e r r a y en los E s t a -
la Arcadia Mexicana, y ya en 1806 se insertaban ver-
dos U n i d o s . S u s poesías, c o n el t í t u l o d e Ocios juveniles, s e i m p r i m i e r o n en
Filadelfia en 1835. H a y e n t r e ellas algunas t r a d i c i o n e s de poetas i n g l e s e s
sos suyos en el Diario de México al lado de los del
(Byron, Mrs. Hemans ) . G u t i é r r e z r e p r o d u j o e n la América poética algu- P. Navarrete. Era por su educación poeta del siglo XVIII
nas poesías de Castillo, e n t r e e l l a s el Canto de Tamaulipas. y no del x i x , ni aun en aquello poquísimo que los can-
E l pasaje m á s n o t a b l e del C a n t o de T a m a u l i p a s , s i q u i e r a c o m o descrip-
c i ó n animada y p r o g r e s i v a , m e p a r e c e el s i g u i e n t e , y a m u y p r ó x i m o al
tores de la guerra de la Independencia podían tener
final: de innovadores, innovación que en último resultado
Reina la noche, y el silencio reina,
consistía en sustituir la imitación de Meléndez por la de
Y osténtase serena Quintana ó Gallego. La poesía festiva parece haber sido
L a faz del cielo, mas doquier cargada
De míseros despojos la ribera, el género predilecto de Ochoa, y sus modelos Iglesias
En que se estrella fiera
Con ronco son la mar. en las letrillas y en los epigramas, Tomé de Burguillos,
L a voz es dada.
Y marchan, y se acercan, y al asalto
ó séase Lope de V e g a , en los sonetos jocosos. Pondé-
S e arrojan denodados: la estacada rase mucho el gracejo de los versos de Ochoa, pero
Del erguido fortín atrincherado,
Y de tonantes bocas coronado, debe de tener algo de local y transitorio, porque no
Salvan con gran valor: el foso pasan
Con ímpetu veloce, presentando
Cual fuerte muro el pecho generoso.
Regido por la mano del encono Forma en raudal la sangre; y foso, y río,
Abre el cañón ibero, retumbando, Y mar en ella tintos
Larga calle en las filas que se cierran, De aquel choque postrero muestran cuánta
Y de nuevo otras se abre, que cual antes Es la tremenda furia: allí hacinado
Se cierran sin tardar, y no se aterran Un cuerpo sobre el otro cuerpo frío
Los libres al horror, si más pujantes De los que sucumbieron, se levanta
Sangriento valladar que es derribado,
A v a n z a n , con intrépida firmeza,
Y ya con los contrarios brazo á brazo Y flotan sus reliquias lamentables,
Sobre las aguas, lentas se moviendo.
L a lid, el campo, el suelo en cruel porfía,
Disputan á la v e z ; y de humo envuelto
En densa niebla sube el grito insano H a y a q u i t a l e n t o de n a r r a c i ó n h i s t ó r i c a , p e r o no s é si de n a r r a c i ó n p o é -
De lúgubre agonía. tica. Compárese O l m e d o .
Vuela activa la muerte. Un hondo lago
hemos acertado á percibirle, ni comprendemos la razón termedio entre Moratín y Bretón, siendo en parte con-
de las estrepitosas carcajadas que su lectura arranca tinuador del uno y en parte precursor del otro, sin dejar
á algunos críticos mexicanos, que llegan á compararle de tener fisonomía propia, aunque más débil y apagada
con Góngora y Quevedo. Para nosotros, Ochoa vale que ellos. Don Manuel Eduardo de Gorostiza pertenece
principalmente como humanista, y su mejor lauro será á México, no sólo por su nacimiento (1), sino también
siempre su bella traducción de Las Heroídas de Ovi- por su vida pública posterior á 1824, en que entró al
dio en romance endecasílabo, muy exacta, y á veces servicio de su patria constituida ya en nación indepen-
muy poética, con cierto suave abandono de estilo que diente, pero apenas pertenece por su literatura, puesto
remeda bien la manera blanda y muelle del original, y que con una sola excepción todas sus comedias fueron
resulta agradable cuando la fluidez no degenera en des- estrenadas en Madrid y escritas para un auditorio espa-
aliño (i). ñol, sin que en parte alguna se trasluzca la oriundez ame-
ricana del poeta. Su patria le debió eminentes servicios,
Mientras estos poetas y otros más obscuros y medianos
ya como diplomático, ya como reformador de la instruc-
conservaban en la lírica las tradiciones del siglo XVIII,
ción pública, ya como fundador de benéficos asilos, ya
habíase dado á conocer en los teatros de Madrid un
como militar que á los sesenta años resistió noble aun-
poeta de verdadero talento cómico, y que sólo ó casi
sólo llena en la historia de nuestra escena el período in-
( x ) N a c i ó D . Manuel E d u a r d o de Gorostiza en Veracruz el 13 de Octubre
( i ) A l Sr. D . Francisco Sosa, diligente biógrafo de los mexicanos ilustres, de 1789, murió en T a c u b a y a el 23 de O c t u b r e de 1851. E l mejor estudio y
debemos un ejemplar de esta versión, que en M é x i c o mismo es rara y poco la mejor biografía que conozco de él son los Datos y apuntamientos, de don
José María R o a Bárcena, insertos en el t o m o 1 de las Memorias de la Acade-
conocida aunque tan estimable. ( L a s Heroídas de Ovidio, traducidas por mi
mia Mexicana (páginas 89 á 202). E n M é x i c o se publicó también, el año de
mexicano. M é x i c o , imprenta de G a l v á n , 1828, 2 tomos e n 8.°) H i z o O c h o a
la muerte de Gorostiza, una Corona poética en su honor con versos de varios
otras muchas traducciones, algunas de las cuales no llegaron á imprimirse,
poetas mexicanos y de los montañeses D . A n s e l m o de la Portilla y D . E m i -
c o m o la de algunos cantos del Telemaco en octavas reales, la del Bayaceto,
lio R e y . L a s comedias de Gorostiza, representadas en España se imprimie-
de Racine, la de la Virginia de Alfieri, la de la Penèlope, tragedia latina del
ron suelt. ;n Madrid por este orden: Indulgencia para todos (1818), Las
P . Andrés Fritz, jesuita. A r r e g l ó la Eugenia, comedia de Beaumarchais, y
costumbres de antaño ( 1 8 1 9 , refundida l u e g o por el autor en M é x i c o , 1833,
escribió dos comedias originales, que tampoco sabemos que se hayan im-
para quitar los elogios á Fernando V I I ) , Tal para cual ó las mujeres y los
preso ni representado, aunque si una tragedia titulada Don Alfonso. Citase
hombres (1820), Don Dicguito (1820), El Jugador «imitada de la que escribió
también c o m o suya una versión de El Facistol ó Lutrin, de Boileau; y otras Rcgnard con el mismo titulo en francés» (1820), Contigo pan y cebolla (1833).
de las elegías latinas del P. R e m o n d , de algunos fragmentos del poema del H a y dos colecciones: Teatro original de M. Eduardo de Gorostiza (París, Rosa,
P . A b a d , están en la colección general de sus versos, que con el titulo de
1822: con dedicatoria del autor á M o r a t i n ) , Teatro escogido de (Bruselas,
Poesías de un mexicano se publicaron en N u e v a Y o r k , en 1828 (2 tomos
T a r l i e r , 1825: se añade una comedia no conocida en España, El Amigo intimo,
en 8.°).
imitación libre y m u y chistosa de un vaudcville francés). C o n el titulo de
N a c i ó D . Anastasio de O c h o a en H u i c h a p á n , el 27 de A b r i l de 1783, y
Apéndice al Teatro Escogido de se publicaron en París, 1826 ( R o s a y C o m -
murió en Querétaro, de donde era párroco, en 4 de A g o s t o de 1833. Su
pañía), dos tomitos q u e contienen las refundiciones hechas por Gorostiza,
nombre arcàdico fué Antinio, c o m o el de N a v a r r e t e había sido Anfriso. Sus
de Bien vengas mal si vienes solo, de Calderón, y de Lo que son mujeres, de
versos de burlas los firmó á veces con el anagrama de Anastasio de Achoro, y R o j a s , con un prólogo interesante sobre el a n t i g u o teatro español.
otras con el pseudónimo de El Tuerto.
que desgraciadamente la invasión yankee en 1847; pero y son en el diálogo las más endebles de todas, porque
el Gorostiza plenipotenciario de la República en Lon- la prosa no puede pasar en el teatro castellano sino á
dres, ministro de Hacienda y de Relaciones Exteriores, condición de ser perfecta, y Gorostiza distaba mucho
defensor de Churubusco, era ya persona muy distinta de ser un clásico ni un hablista de primer orden. Su in-
del Gorostiza orador de La Fontana de Oro y de los genio festivo y ameno, pero algo superficial, se luce
clubs patrióticos de Madrid en el período constitucio- más en el diálogo en verso, donde no sólo emplea re-
nal del 20 al 23, y aplaudidísimo autor dramático desde dondillas, quintillas y décimas, sino en cierta ocasión
que en 1818 dió á las tablas su mejor comedia Indul- un soneto, y en otra unas estancias de arte mayor en
gencia para todos. Su carrera dramática se había cerrado castellano antiguo. Hay cierta timidez en estos ensayos
definitivamente en 1833 con otra linda comedia que de rima perfecta, pero así ellos como otros que poco
desde Bruselas envió á Madrid, Contigo pan y cebolla. antes y poco después aventuraron en sus olvidadas co-
En México no sabemos que hiciera representar otra cosa medias Enciso Castrillón, Burgos y algún otro, eran
que un arreglo ó imitación de la Emilia Galotti, de un paso, aunque incierto y débil, para el restableci-
Lessing, que no llegó á imprimirse y que sería curioso miento de la antigua libertad de las formas poéticas en
cotejar con Un duelo á muerte, admirable drama en que el teatro, y prepararon el triunfo completo que en 1831
García Gutiérrez hizo española la concepción del autor logró Bretón con su Marcela.
de la Dramaturgia. Por lo que toca á lo más sustancial del arte dramático,
No conocemos versos líricos de Gorostiza, salvo un Gorostiza es poeta de segundo orden, aun dentro de
lindo romance morisco que va en esta colección, y algún su género y escuela, y está, respecto de Moratín, á la
soneto político. Pero debió de hacer muchos en sus misma distancia próximamente á que está Regnard res-
mocedades, porque la versificación de sus comedias, pecto de Molière. Pero todavía este lugar es muy hon-
aunque diste mucho de ser intachable, indica la mano roso y supone condiciones positivas, aunque parezcan
de un artífice ejercitado que gusta de luchar con las di- modestas. El principal mérito de Gorostiza, el que hace
ficultades de la rima y que se complace en hacer alarde que sus comedias, en medio de la sencillez casi infantil
de su destreza técnica. Quizá la mayor novedad de su de su estructura, agraden tanto leídas, y haría segura-
teatro, la que más le separa de Moratín, es no sólo el mente que agradasen bien representadas, está en la vi-
uso de la rima perfecta alternando con el romance oc- veza y movimiento del diálogo, en la abundancia de
tosílabo, sino el empleo de diversas combinaciones mé- sales cómicas, en una continua alegría inocente, bonda-
tricas que el clasicismo severo excluía de la comedia dosa y comunicativa que por todas las venas de la com-
por incompatibles con el exacto remedo del lenguaje posición circula, ahuyentando el mal humor y el tedio.
de la conversación. Las dos últimas comedias de Goros- No es Gorostiza ningún modelo de buen gusto, ni de buen
tiza están en prosa como El café y El sí de las niñas, tono, como ya advirtió Larra: fácilmente se resbala á
1
vulgarismos y chocarrerías, que son copia fiel del estilo
netra más, y nos conserva, aunque en caricatura, un modo
usado en las tertulias madrileñas de la clase media de su
de sentir propio de la generación romántica, cuando el
tiempo: carece, por otro lado, de aquel inagotable tesoro
idealismo pareció invadir hasta el trato doméstico.
de dicción castiza, familiar y picaresca con que Bretón
Flaquea, no obstante, Gorostiza en otros puntos to-
realza los asuntos más triviales y da valor poético á las
davía más capitales de su arte. Ó por ligereza de espí-
circustancias más prosaicas y baladíes. Pero sin llegar á
ritu, ó por haber escrito de joven sus comedias, le faltó •
tanto, Gorostiza tiene una condición indispensable en
aquel superior concepto de la vida, que en los grandes
el poeta cómico, la de divertir, que es precisamente lo
maestros del género, en Terencio, en Ruiz de Alarcón,
que faltó á Burgos y á Martínez de la Rosa, y á Gil y
en Molière, en Moratín, da á la comedia una elevación
Zárate y á los poquísimos que en el reinado de Fer-
moral y poética, una trascendencia humana, que de
nando V I I escribieron comedias, y que generalmente
ningún modo ha de confundirse con la intención peda-
eran más literatos que Gorostiza. Pero compárese cual-
gógica ni con la moral casera. En Gorostiza son trivia-
quiera obra de éste con La Niña en casa y la madre en
les las moralidades, figurones sin consistencia los carac-
la máscara, ó con Los Celos infundados, ó con Los Tres
teres, y la acción tan pobre, que en un repertorio tan
iguales, y se verá palpablemente la ventaja que les lleva
reducido, no más que de cinco piezas originales, ha
el dramaturgo mexicano en algo que es esencial al arte
encontrado el autor modo de repetir cuatro veces el
cómico, aunque no sea lo más elevado y lo más difícil de
mismo recurso dramático, que es por cierto de los más
él. Tuvo Martínez de la Rosa, como poeta cómico de la
artificiales y contrarios á la verosimilitud, el de introdu-
escuela de Moratín, cuantas condiciones pueden dar la
cir una comedia dentro de otra, haciendo que varios
reflexión y el estudio, pero le faltó la gracia, que por el
personajes se pongan de acuerdo para dar una broma ó
contrario brota, sin esfuerzo, bajo la pluma de Gorostiza,
una saludable lección al protagonista. Todo esto quiere
así en sus comedias propiamente dichas, como en sus
decir que en el teatro de Gorostiza lo cómico no brota
farsas y juguetes, Las Costumbres de antaño, Tal para
directamente de la realidad, observada con paciencia y
cual.
con amor, y transformada en materia poética, conforme
A esta condición une otra superior todavía: la obser- á las peculiares leyes de la lógica artística; sino que el
vación exacta, aunque somera, de las costumbres; la autor lo crea y produce de un modo arbitrario y exterior,
experiencia propia y sazonada de la vida. Un período de para arrancar la risa de un momento. De aquí la exage-
nuestra historia social de principios de este siglo está en ración caricaturesca en unos personajes, como la ro-
las comedias de Gorostiza, y sólo podemos lamentar que mántica de Contigo pan y cebolla, que es más bien una
sean tan pocas. Es cierto que el autor no ahonda mucho, loca de atar, ó la ruin familia en que ha caído Don Die-
pero reproduce con fidelidad el aspecto exterior de las guito, la cual familia, no sólo es ruin y bellaca, sino que
cosas, y algunas veces, como en su última comedia, pe- comete la necedad de hacer alarde de ello ante quien
CVI
cvn
menos^debiera por su particular interés; y la falta de
estudio y solidez en otros que podían ser germen de la emancipación de las formas artísticas, sino las condi-
verdaderos caracteres cómicos, como el D. Severo de ciones técnicas más exteriores, y precisamente aquellas
Indulgencia para todos, cuya severidad é intolerancia que menos cuadraban á la índole de la poesía americana.
nos consta porque los demás lo dicen, pero no porque Entre los varios y complejos impulsos que coadyuvaron
el autor se tome el trabajo de razonarla ni explicarla á la gran evolución literaria que llamamos romanticismo,
más que con el vago motivo de lo mucho que admi- fueron los dos predominantes, el subjetivismo ó indivi-
raba las virtudes estoicas de griegos y romanos. La dualismo lírico, y el sentimiento arqueológico é histó-
única comedia de Gorostiza en que hay un carácter rico, dirigido con preferencia á las costumbres, recuer-
bien estudiado y una intriga cómica natural y bien des- dos y monumentos de la Edad Media. El primero podía
envuelta, es El Jugador, pero lo mejor que tiene esta ser trasplantado sin dificultad á América, y lo fué en
comedia no es de Gorostiza sino de Regnard, como el efecto, si bien los románticos americanos, con la excep-
imitador lealmente confiesa en la portada de la edición ción muy brillante de algún colombiano y de algún ar-
madrileña, y sólo puede concedérsele el mérito muy gentino, cayeron en una imitación todavía más servil y
secundario de haber simplificado la comedia francesa y más estéril que lo había sido la de los llamados clásicos.
haberla adaptado á nuestras costumbres nacionales. Habían cambiado los modelos: no eran ya Horacio ni
Quintana, pero eran Byron, Víctor Hugo, Espronceda,
La comedia clásica ó moratiniana, cultivada por Go-
Zorrilla, y aun Tassara y Bermúdez de Castro, con la
rostiza, no tuvo en México ningún imitador de cuenta.
desventaja en los imitadores románticos de ser mucho
Túvolos, en cambio, el drama caballeresco y romántico,
menos cuidadosos de la pureza de dicción y del buen or-
cuando ya definitivamente había triunfado en la Penín-
den y concierto en las ideas que los clásicos, cómo
sula por el esfuerzo de tan grandes ingenios como el
gente que tomaba por inspiración el desorden, por biza-
Duque de Rivas, García Gutiérrez y Hartzenbusch. Con
rría la incorrección gramatical, por muy profundas las
esta influencia se combinó la del romanticismo lírico,
cosas á medio decir, y por rasgos de genio desborda-
y de uno y otro fueron intérpretes dos ingenios de no
do las más incoherentes extravagancias. Esto se en-
vulgares dotes, aunque hoy un poco decaídos de la es-
tiende por lo tocante á muchos poetas de Cuba y de la
timación que en su tiempo lograron: Fernando Calderón
América del Sur, pues en los dos principales represen-
e Ignacio Rodríguez Galván. La razón del fracaso de
tantes del romanticismo mexicano hay templanza rela-
la tentativa de estos ingenios, no tanto consistió en su
tiva, buen gusto en la dicción, respeto habitual á la gra-
endeblez ó falta de numen, puesto que los dos, y espe-
mática, y si Fernando Calderón peca es más bien por
cialmente Galván, eran notables poetas, cuanto en la
debilidad y penuria de inspiración que por el exceso real
errada dirección que siguieron, asimilándose del progra-
ó simulado de ella, ni por la exuberancia y viciosa loza-
ma romántico, no la parte eterna é indiscutible, que es
nía de la forma.
El otro elemento romántico, el de la poesía histórica,
el arte novelesco y legendario de Walter Scott, de Víc- zín, son principios de caridad cristiana y de humanidad
tor Hugo en Nuestra Señora, del Duque de Rivas y filosófica, de todo punto incompatibles con civilizacio-
de Zorrilla, era enteramente inadecuado á la poesía nes que tenían por una de sus bases los sacrificios huma-
americana, y fué gran temeridad y error querer intro- nos. Sin negar, por lo tanto, que la circunstancia de
ducirle en pueblos niños, cuyos más antiguos recuerdos ocupar los mismos territorios, de convivir en algunas
históricos no pasaban de trescientos años; porque claro partes con los restos de la población indígena, y aun de
está que las tradiciones y los símbolos de los aztecas y haberse mezclado más ó menos con ella, pueden hacer
más interesantes- estos asuntos para los americanos que
de los incas tan exóticos son para la mayor parte de los
para los europeos, todavía han de reconocer que cuando
americanos como para nosotros, y las vicisitudes de sus
los tratan lo hacen con entusiasmo menos sincero que
antiguas monarquías sólo pueden interesarles en aquel
el que sintió Ercilla delante de los Araucanos, y con el
pequeño grado de curiosidad que interesan á los france-
propósito puramente literario y pintoresco de un Cha-
ses las hazañas de los antiguos galos, ó á nosotros los
teaubriand, por ejemplo, en Atala y en Los Natchez.
españoles, las de los celtas é iberos, que en remotísimas
edades poblaron nuestro suelo. La literatura americana Los recuerdos del descubrimiento y de la conquista,
es literatura colonial, literatura de criollos; no es obra tan interesantes y poéticos en sí, tan aptos para causar
de indios ni de descendientes de indios; si alguno ha maravilla y extrañeza, tampoco podían servir de base á
habido, y si alguno hay á la hora presente, entre sus una poesía arqueológico-romántica, por demasiado his-
cultivadores, que tenga ese origen más ó menos puro, la tóricos y demasiado cercanos. La realidad conocida
educación y la lengua le han españolizado y le han he- aquí hasta en sus menores detalles y consignada proli-
cho entrar en el orden espiritual de las sociedades euro- jamente en tantas crónicas y relaciones originales, pa-
rece que corta el vuelo á las invenciones de la fantasía,
peas. Nadie piensa ni puede pensar como indio entre
que tiene más bien por natural dominio las edades mis-
los que manejan la pluma y han recibido una educación
teriosas y crepusculares, cuyo sentido se alcanza más
liberal, cuyos principios esenciales son los mismos en
por intuición poética que por prueba documental. Ni el
todas las naciones que forman la gran confederación
drama, ni la epopeya, ni la novela, parecen formas ade-
moral llamada Cristiandad, separada por inmensos
cuadas para trasladar lo que con mucha más intensidad
abismos de cualquier género de barbarie asiática,' afri- de vida habla á la imaginación en las páginas de Gon-
f .
cana o americana prehistórica. La misma simpatía con zalo Fernández de Oviedo, de Bernal Díaz del Castillo
que hoy se mira álas razas indígenas y se execra la atro- ó del inca Garcilaso. La poesía de la conquista española
cidad de los que las destruyeron, los mismos principios y de la resistencia bárbara, ni aun en manos de un gran
morales que, más ó menos exagerados y desquiciados, poeta que tenía además la ventaja de haber ejecutado
con la espada lo mismo que contaba con la pluma, pudo
suelen guiar á los cantores de Moctezuma y de Guatimo-
ex
producir otra cosa que una admirable crónica rimada.
tiva y fecunda como lo había sido en Europa. Ocasión
Iguales y aun mayores inconvenientes presentaban
habrá de ver confirmado todo esto cuando lleguemos al
los asuntos tomados de la pacífica vida colonial, apenas
estudio de los poetas de Cuba y de la América del Sur,
turbada por rápidas incursiones de piratas ingleses y ho-
donde el romanticismo hizo más prosélitos y de más
landeses, por competencias entre los diversos tribuna-
cuenta que en México, país de arraigadas tradiciones
les y jurisdicciones, por altercados de visitas y residen-
clásicas, á las cuales por uno ú otro camino vuelve
cias, ó por leves conflictos domésticos, materia más
siempre.
bien de la comedia de capa y espada que del drama te-
Hemos dicho que D. Fernando Calderón y D. Igna-
rrorífico y espeluznante que cultivaban con predilección
cio Rodríguez Galván fueron los principales románticos
los románticos.
mexicanos, así en la lírica como en el teatro. Compa-
Quedaba el inmenso tesoro de las tradiciones poéti-
rando sus producciones, nos parece descubrir en Calde-
cas de España y de Europa, pero éstas llegaban ya muy
rón más talento dramático que lírico, en Rodríguez
de reflejo, y no era fácil que sintiese la poesía de las ca-
Galván más talento lírico que dramático.
tedrales góticas y de los castillos feudales quien no ha-
Son pocas en número y de corto mérito (si hemos de
bía nacido á su sombra, y sólo había visto tales cosas en
decir lealmente lo que sentimos) las poesías líricas de
las páginas de Walter-Scott y de Zorrilla. Ni la severa
Calderón. En las más antiguas, como La Rosa marchita,
y desornada arquitectura greco-latina del siglo x v i , á
escrita en 1828, percíbese la influencia de Cienfuegos,
la cual pertenecen los primeros templos cristianos del
precursor nebuloso y melancólico del romanticismo es-
Nuevo Mundo, era grande escuela para llegar á enten-
pañol. En las posteriores domina el estudio de Lamar-
der la poesía de las piedras, unida con el hechizo de la
tine, de quien tradujo dos Meditaciones, y el de Espron-
contemplación mística; ni en tierras vírgenes y exube-
ceda, cuya canción del Pirata imitó, como tantos otros,
rantes, donde la naturaleza parece que anonada al hom-
en una que tituló El Soldado de la libertad, quedándose,
bre y sus obras, podía existir aquella misteriosa compe-
naturalmente, á larga distancia:
netración del paisaje y de la historia, que es uno de los
mayores encantos de la poesía tradicional en Europa, V u e l a , vuela, corcel mío,
poesía cuya clave sólo por refinado y erudito dilettan- Denodado;
N o abatan tu noble brío
tismo llega á obtener quien no ha nacido en sociedades E n e m i g o s escuadrones,
agobiadas por el peso de larga historia. Q u e el f u e g o de los cañones
Siempre altivo has despreciado:
Tales razones explican, á nuestro ver, el escaso y des- Y mil v e c e s
Has oído
medrado fruto que cosechó el romanticismo en Amé- Su estallido
rica, á lo menos en su primera y nativa forma, y por qué Aterrador,
su acción fué más bien negativa y disolvente que posi- G o m o un canto
D e victoria, L a g o inmenso de sangre descubre
D e tu gloria Á sus plantas furioso bramando,
Precursor. Y cabezas hirvientes nadando,
E n t r e hierros con oprobio Q u e se asoman y v u e l v e n á hundir:
G o c e n otros de la paz; Y se avanzan, se juntan, se apiñan,
Y o n o , que busco en la guerra Y sus cóncavos ojos abriendo,
L a m u e r t e ó la libertad. Brilla en ellos relámpago horrendo,
De infernal, espantoso lucir
V u e l a , bruto generoso,
Q u e ha llegado
E l m o m e n t o venturoso Por esta muestra puede juzgarse de lo restante del
D e mostrar tu noble brío paño. No faltan, por supuesto, ni los dientes rechinando,
Y hollar del tirano impio
ni los cárdenos labios, ni el gigantesco fantasma circun-
E l p e n d ó n abominado:
E n su alcázar
dado de fuego, que muestra al tirano con dedo descar-
Relumbrante, nado una espantosa sima llena de llamas, por entre las
Arrogante cuales los demonios asoman la cabeza y prorrumpen en
Pisarás,
Y en su pecho
horrendas carcajadas para saludar al réprobo. Cuántos
C o n bravura disparates se encuentran esparcidos en nuestros perió-
L a herradura dicos románticos de 1834 y 35, otros tantos se hallarán
Estamparás
reunidos en esta composición.
Esta composición y El Sueño del tirano, pasan por Muy diferente cosa son sus obras dramáticas, en que
las dos mejores de su autor. El tal sueño es una especie hay interés, buen gusto, acentos de pasión, sentimientos
de pesadilla en que el consabido tirano ideal, «cansado nobles y caballerosos que F. Calderón realmente poseía,
de firmar proscripciones y decretar suplicios», que es y que sin esfuerzo traslada á sus personajes. Es cierto
su diaria tarea, se siente acosado por visiones de sangre que no pasan de ensayos, porque un teatro nacional no
y horror: se improvisa, y menos con elementos tan exóticos como
los que entraron en la composición de El Torneo, de
Y á u n desierto se mira llevado
D o n d e el r a y o del sol nunca brilla;
Ana Bolena y de Hernán ó la vuelta del cruzado;
U n a l u z sepulcral, amarilla, pero son ensayos muy literarios de un hombre, que si
A l l í esparce su triste fulgor. no conocía mucho las tablas, había leído con provecho
T a p i z a d o de huesos el suelo,
V a s o b r e ellos poniendo la planta,
las obras del romanticismo español, y especialmente
Y al fijarla los huesos quebranta, las de García Gutiérrez, que parece haber sido su prin-
C o n un sordo siniestro crujir: cipal modelo. De los tres dramas, quizá el de asunto
A su diestra y siniestra divisa
histórico es el mejor. Dejó también una agradable co-
E s q u e l e t o s sin fin hacinados,
Y los cráneos, del viento agitados, media, Á ninguna de las tres, no en el género de Go-
L e p a r e c e q u e escucha g e m i r .
h
rostiza, sino en el de Bretón de los Herreros, cuya
ees y formidables maldiciones, como éstas que copiamos
popularidad inmensa en todos los países de lengua cas-
de una escena de El Privado del Virrey:
tellana había eclipsadoe nteramente la de su predecesor
aun en México mismo, donde Gorostiza vivía bastante Se hundirá esta colonia, de aventureros presa
Donde más el dinero que las virtudes pesa,
olvidado de sus antiguos triunfos dramáticos (i).
Donde por u n empleo trueca un hombre su honor;
Rodríguez Galván nos parece muy superior á F. Cal- D o n d e su v o t o vende un torpe magistrado,
Y la honra de una virgen se compra en un estrado
derón, no ciertamente por sus tremebundos melodra-
Y es casa de comercio el templo del Señor
mas Muñoz visitador de México, El Privado del Vi-
rrey, La Capilla, sino por sus poesías líricas, no exentas Se hundirá esta colonia, de crímenes al peso,
C u a l ebrio á quien derriba de v i n o s el exceso,
de defectos é incorrecciones, pero sinceras, vehemen-
Y á los padres los hijos furiosos lanzarán;
tes y apasionadas, así en la expresión del amor como en Y tras la tirania vendrá el libertinaje:
la del odio. Su vida fué una cadena de desdichas: tuvo E l déspota es el mismo, si con diverso t r a j e :
Donde un señor había, diez mil se encontrarán.
que educarse á sí mismo entre mil fatigas y privaciones: H i j o s de tales padres, por las sendas impuras
luchó con la miseria sin llegar á vencerla: fué infelicí- De avaricia y torpeza caminarán á obscuras,
Y en fiestas crapulosas los hallará la luz,
simo en sus amores, y todo ello comunicó á sus versos
Y habrá tras v i n o sangre en lucha de exterminio:
una amargura y un pesimismo que nada tienen de con- T o r p e s en sus placeres, torpes en su dominio,
vencionales, y que se acrecentaron grandemente con el Enlazarán profanos la espada con la cruz.
Á robo y muerte expuestos los buenos ciudadanos,
espectáculo de anarquía y desenfreno político en que vi-
¡Devorándose ansiosos, padres, hijos, hermanos!
vía su patria, haciéndole prorrumpir en invectivas atro- Cada año un gobernante, cada mes un motín.
Ingratos, y traidores, y vanos y salvajes,
A la virtud humilde agobiarán á ultrajes,
Hasta que Dios colérico los anonade al fin.
( i ) N a c i ó D. Fernando Calderón en Guadalajara de Jalisco en Julio de
1809, y falleció en x i de E n e r o de 1845 en la villa de Ojocaliente. F u é li- Muy rara vez suenan en la lira de Galván más apaci-
cenciado en leyes, y ejerció altos c a r g o s políticos y militares en el E s t a d o bles acentos: su fuerza mayor está en la invectiva fre-
de Zacatecas, figurando siempre en el partido avanzado, p o r el cual c o m b a -
tió en 1835 contra el G o b i e r n o del P r e s i d e n t e Santa-Anna, siendo g r a v e -
nética y desbordada, pero abusa de ella y la desquicia
mente herido en la batalla de G u a d a l u p e . E n M é x i c o formó parte de la A c a - á veces, produciendo un efecto risible. Su canción de
demia Poética de San Juan de L e t r á n , y se hizo amigo de H e r e d i a . S u s
El Buitre es de lo más selecto y chistoso que produjo
poesías se publicaron después de su m u e r t e , primero en 1844, y l u e g o
en 1849, esta segunda v e z con un p r ó l o g o de Pesado. L a última edición q u e el romanticismo truculento y antropofágico. El autor
tenemos á la vista es la de París, 1883, por A . D o n n a m e t t e , q u e forma parte dice entre otras cosas á cual más estupendas:
de la Biblioteca de Autores Mexicanos.
N o figuran en la colección de las obras de Calderón sus dramas j u v e n i l e s ¡ C ó m o envidio del buitre la garra,
Reinaldo y Elisa, Zadig, Zeila, A rmanclina, Ramiro Conde de Lucena, IJigenia, C u y o oficio es herir y matar!
Hersilia, Virginia, Los políticos del día, etc., q u e por los años 1826 y 27 fue- Cuando él halla la presa que busca
ron representados con aplauso en Guadalajara y Zacatecas. S e encarniza con ella rabioso:
CXVII
Si y o b u i t r e naciera espantoso,
M i v e n g a n z a m e hiciera i n m o r t a l . A l l í rápidos v u e l a n :
M e e n g a ñ ó c o n fingidos h a l a g o s E n l a batalla t ó r t o l a s ,
L a m u j e r q u e a d o r é con t e r n u r a : B u i t r e s e n la c i u d a d .

N o m i r a r a , cual h o y , su h e r m o s u r a ,
E s t r e c h a d a de a l e v e r i v a l : Y a por Tejas avanza
E l invasor astuto:
P u e s s o b r e ellos v e l o z m e lanzara,
Su grito de venganza
E s g r i m i e n d o mis uñas g o z o s o
A n u n c i a triste l u t o
Á la infeliz r e p ú b l i c a
S u a l m a n e g r a i m p a c i e n t e arrancara,
O u e al a b i s m o arrastráis.
E n su c u e r p o c e b á n d o m e ansioso

E l b á r b a r o y a en masa
C u a n d o e n c i m a d e t o d a la t i e r r a
P o r n u e s t r o s c a m p o s entra,
M a r i n m e n s o de s a n g r e mirara,
Á f u e g o y sangre arrasa
S a t i s f e c h o en sus ondas nadara
C u a n t o á su paso e n c u e n t r a ,
D e s t e m u n d o infeliz d u e ñ o y a .
D e s h o n r a á nuestras v í r g e n e s ,
Y e n la s a n g r e mis alas t e n d i e n d o ,
N o s asesina audaz.
E n t r e sangre tuviera reposo:
S i y o b u i t r e naciera espantoso,
E u r o p a se a p r o v e c h a
M i venganza me hiciera inmortal.
D e nuestra inculta vida,
C u a l tigre n o s acecha
En la exaltación de su fantasía potente, pero desequi- C o n la garra tendida,
librada, Rodríguez Galván llegó á creerse una especie Y nuestra ruina próxima
Y a c e l e b r a n d o está.
de vidente de la Ley Antigua, con el mandato sobre-
natural de intimar á los tiranos el anatema. Daba un
baile el Presidente de la República en 1841, é inmedia- En la Profecía de Guatimoc, que insertamos íntegra
tamente Galván, firmándose Jeconías, venía á escribir en esta Antología á pesar de su extensión, porque es
su Mane, Thecel, Pitares, en versos vigorosísimos, y sin disputa la obra maestra del romanticismo mexicano,
que realmente tuvieron algo de profético: está Rodríguez Galván de cuerpo entero y en el mo-
mento más feliz de su inspiración. Si hubiera escrito
B a i l a d , m i e n t r a s q u e llora siempre así, le faltaría poco para ser gran poeta. La
E l p u e b l o dolorido,
Bailad hasta la a u r o r a
parte descriptiva de esta composición es admirable y
A l c o m p á s del g e m i d o recuerda sin desventaja los mejores trozos de Heredia
Q u e á v u e s t r a p u e r t a el h u é r f a n o en El Teocalli de Cholula. La parte política es de in-
H a m b r i e n t o lanzará.
flamada elocuencia. No sirve aquí la apoteosis de Gua-
B a i l a d , bailad.
timozín, como en otros poetas mexicanos, de pretexto
S o l d a d o s sin d e c o r o para declamaciones contra la antigua España. El autor
Y sin saber n o s c e l a n :
sabe muy bien que de otra parte viene el peligro, y en
A d o n d e dan m á s o r o
CXVIII

presencia de las insolentes amenazas de Francia y de


ninguno de los citados, pero poeta clásico en medio de
Inglaterra y de las depredaciones de los yankees, echa
sus libertades é incorrecciones, al modo que la palabra
de menos á los conquistadores, «varones invencibles, si
clásico se entendía en España á fines del siglo pasado,
crueles», y si evoca la sombra del heroico defensor de
en el tiempo y en la escuela de Cienfuegos y de Quin-
Tenuxtitlán, es para hacerle clamar una y otra vez con
tana, contribuyó á retrasar, ó más bien á impedir el
voz de angustia: triunfo de la invasión romántica. En tales circunstan-
¿Dónde C o r t é s e s t á , d ó n d e A l v a r a d o ? cias, la aparición de los primeros versos de D. José Joa-
El poeta sólo confía en el cumplimiento de la justicia quín de Pesado y de D. Manuel Carpió, tuvo, además
eterna, y lo dice con imágenes de grandeza bíblica, y del valor intrinseco de ambos poetas, notables entre los
aun traídas de la Biblia literalmente:
E l q u e del i n f e l i z el l l a n t o v i e r t e , m a r t i n e , e t c . ) . D e j ó i n c o m p l e t o un c u e n t o ó l e y e n d a titulada Ñuño Alma-
A m a r g o llanto v e r t e r á a n g u s t i a d o ; zán, q u e t i e n e bellas o c t a v a s .
E l q u e huella al e n d e b l e será h o l l a d o ; C r e e m o s inútil e n t r a r en el e s t u d i o de o t r o s r o m á n t i c o s inferiores, tales
E l q u e la m u e r t e da, r e c i b e m u e r t e ; c o m o F é l i x M . E s c a l a n t e , q u e á lo m e n o s m o s t r ó c o n d i c i o n e s de v e r s i f i c a d o r
Y el q u e amasa su e s p l é n d i d a f o r t u n a n u m e r o s o ; J o s é M a r í a L a f r a g u a , a u t o r de u n o s f a m o s o s v e r s o s á Itúrbide,
C o n s a n g r e de la v i c t i m a l l o r o s a , q u e el m i s m o A l t a m i r a n o , tan apasionado de toda cosa m e x i c a n a y tan p o c o
S u s a n g r e b e b e r á si s e d lo seca, a m i g o del n o m b r e español, no d u d a en calificar de prosaicos y detestables, á
S u s m i e m b r o s c o m e r á si h a m b r e lo acosa. pesar del interés p a t r i ó t i c o del a s u n t o ( ° ) ; F r a n c i s c o G r a n a d o s M a l d o n a d o ,
m á s c o n o c i d o q u e p o r sus v e r s o s originales, p o r su t r a d u c c i ó n d e M i l t o n ;
Basta esta composición para dar alto puesto á Rodrí- M a r c o s A'rroniz, á q u i e n considera P i m e n t e l c o m o r e p r e s e n t a n t e del ultra-
r r o m a n t i c i s m o p e s i m i s t a ; J u a n D í a z C o v a r r u b i a s , q u e t u v o la e x t r a ñ a fran-
guez Galván entre los poetas mexicanos, pues aunque sea q u e z a de calificar su p r o p i a poesía de «exagerada y viciosa», a ñ a d i e n d o q u e
de los más desiguales, es también de los más inspirados. «no podía m e n o s de s e m b r a r malos g é r m e n e s en el c o r a z ó n d e la j u v e n t u d » ;

Relámpagos de alta poesía hay también en otras com- m u r i ó fusilado en T a c u b a y a , en 1859, c o n o t r o s m é d i c o s q u e c u m p l í a n su mi-
s i ó n h u m a n i t a r i a ; s u s v e r s o s f u e r o n c o l e c c i o n a d o s aquel m i s m o a ñ o con el
posiciones suyas, especialmente en El Tenebrario y en título de Páginas del corazón. S e le llama el poeta mártir.
los bellos tercetos Eva ante el cadáver de Adán (i). C o m o a u t o r de l e y e n d a s y r o m a n c e s s e e l o g i a , p r i n c i p a l m e n t e , al p o e t a
de Jalapa, D . José Jesús Díaz, padre del D í a z C o v a r r u b i a s a n t e s m e n c i o n a d o
La estancia en México de Heredia, mayor poeta que
(1809-1846). C i t a n s e c o m o las m e j o r e s , La Cruz de madera, El Puente del
Diablo, La Toma de Oaxaca, El Cura Morelos. H o m b r e de tan b u e n g u s t o
c o m o D . José M a r í a R o a B á r c e n a , ha llegado á decir de D i a z : « E s a u t o r de
( x ) N a c i ó D . I g n a c i o R o d r í g u e z G a l v á n en el p u e b l o de F i z a y u c a e n 22
r o m a n c e s de nuestra g u e r r a d e I n d e p e n d e n c i a , q u e n o t i e n e n igual e n M é x i c o
de M a r z o de 1 8 1 6 , y m u r i ó del v ó m i t o n e g r o el 25 de J u n i o de 1842 e n la
y q u e no s e habría a v e r g o n z a d o de firmar el D u q u e de R i v a s . » H a d e j a d o
H a b a n a . S u s obras líricas y d r a m á t i c a s f u e r o n publicadas en d o s v o l ú m e n e s t a m b i é n gran fama c o m o p o e t a d e s c r i p t o r de la rica y e x u b e r a n t e v e g e t a c i ó n
p o r su h e r m a n o D . A n t o n i o en 1 8 5 1 . L a e d i c i ó n q u e t e n e m o s á la v i s t a , d e Jalapa. S u s poesías líricas no han s i d o c o l e c c i o n a d a s , y lo p o c o q u e c o n o -
t a m b i é n e n dos v o l ú m e n e s , es la de P a r í s , D o n n a m e t t e , 1883, q u e f o r m a c e m o s de ellas n o basta para caracterizarle.
parte de la Biblioteca de Autores Mexicanos. H i z o Rodríguez Galván varias
C o m o poetas d r a m á t i c o s de e s t e t i e m p o , citase, a u n q u e sin particular elo-
t r a d u c c i o n e s é i m i t a c i o n e s de m é r i t o ( s a l m o s 89 y 135, h i m n o d e la Pasión y
gio, á Carlos Hipólito Serán, Ignacio Anievas, Pantaleón T o v a r .
c o r o del Carmagnola, de M a n z o n i ; f r a g m e n t o s del Aristodemo, de M o n t i , y del
Luis XI, de D e l a v i g n e ; El Angel y el niño, de R é b o u l ; Un rayo de luna, d e L a - (*) Prólogo á El Romancero Nacional, de Guillermo Prieto.
mejores que ha producido América, un valor histórico y
relativo todavía mayor. «Al ejemplo de ambos (escribe lente periodista político-religioso, con tendencias aná-
D. José Bernardo Couto, biógrafo de Carpió), deben logas á las de Balines y Quadrado entre nosotros.
las letras el renacimiento de la poesía en México; la so- Á este motivo no literario se añade, sin duda, el cam-
ciedad y la religión les deben el que sus hermosos versos bio de gusto que en México se ha verificado en estos úl-
hayan servido de vehículo para que se propaguen pen- timos años, la reacción que en la mayor parte de los li-
samientos elevados y afectos nobles.» En efecto, la in- teratos jóvenes se advierte contra la poesía que motejan
fluencia de ambos poetas fué social y religiosa, al mismo de culta y académica, y la tendencia cada vez más
sistemática, no á crear una literatura nacional, que por
tiempo que literaria. Profundamente cristianos uno y
ninguna parte acaba de aparecer, sino á huir de los
otro, dedicaron la mejor parte de sus tareas al enalteci-
antiguos modelos latinos, italianos y españoles, para
miento de la fe que profesaban, y á hacerla llegar viva y
entregarse con supersticiosa veneración al culto de la
ardiente al ánimo de sus lectores. De aquí su preferencia
novísima literatura francesa. Pesado, por su importancia
por los asuntos bíblicos; de aquí también la saña é intran-
de jefe de escuela, por los aventajados aunque escasos
sigencia con que el fanatismo anticatólico, que parece
discípulos que todavía siguen su manera, por el gusto
haberse enseñoreado de México en estos últimos años,
enteramente español de sus versos, por su respeto á
procura amenguar y obscurecer la fama de ambos poe-
todo género de tradiciones, ha tenido que ser la primera
tas, especialmente la de Pesado, en quien concurrió
víctima de aquellos sectarios fanáticos, que alardeando
además la circunstancia de haber sido liberal exaltado de mucha independencia literaria, son los primeros en
en sus primeros años y ardiente controversista ultra- no respetar la legitimidad de todas las formas, que en
montano en su edad madura; conversión que nunca le el proceso histórico del arte se han sucedido distin-
perdonaron sus antiguos correligionarios, porque en Mé- guiendo en ellas lo bello y permanente de lo accidental
xico los odios políticos y religiosos, especialmente en la y transitorio.
época llamada de las leyes de Reforma, llegaron á un
grado de fiereza de que sólo podemos formar alguna Una de las acusaciones que con más frecuencia y no
idea retrocediendo á los tiempos más crudos de nuestra sin algún viso de fundamento se repiten contra Pesado,
primera guerra civil. En la memoria del poeta Pesado es la de falta de originalidad, no ya en los asuntos sino
se persigue, sobre todo, la memoria del valeroso di- en las imágenes y en los versos. Como no se le pueden
negar sus evidentes cualidades de versificador terso y
rector de La Cruz, del que lidió al lado del Obispo de
puro, ni aquella «vivida claridad de su mente y blanda
Mechoacán, Munguía, las más formidables batallas en
ternura de su corazón» que en él reconocía nuestro Pa-
pro de la inmunidad eclesiástica, de la unidad religiosa
checo (i), fácilmente se sale del paso con llamarle pla-
y del espíritu cristiano en las leyes. Porque no se ha de
perder de vista que Pesado, además de poeta, fué exce-
( i ) V i d . su estudio acerca de Pesado, inserto en La Concordia (1864).
giario y dar por ajenos los mayores aciertos de su pluma.
Garci-Lasso, á Andrés Chénier, quedarían poco menos
Hay que hacer aquí varias distinciones. Es, en efecto,
que implumes. Nada menos que tres tomos escribió
Pesado, uno de los poetas que más han imitado y tradu-
Eichoff para comparar verso por verso las Eglogas, las
cido, pero el traducir bien, y confesando cuáles son
Geórgicas y la Eneida con sus modelos griegos, y eso
los originales, no es desdoro para nadie. Leopardi tiene
que se han perdido muchos de ellos, citados por Macro-
un tomo de traducciones mayor que el pequeño vo-
bio y otros antiguos. Para Garci-Lasso véanse los co-
lumen de sus cantos. De las tres secciones en que las
mentarios del Brócense y de Herrera; para Andrés
poesías de Fr. Luis de León se dividen, sólo la pri-
Chénier el eruditísimo comentario de Becq de Feuquié-
mera es de versos propios. Y ni Leopardi ni Fr. Luis de
res. El hombre de gusto meticuloso admirará en todo
León dejan, por eso, de ser dos de los mayores líricos del
esto una sabia y elegante labor de taracea; el hombre
mundo, y quizá no hubiesen llegado á la plenitud y per-
de gusto más amplio y verdaderamente capaz de sentir
fección de su forma, si no se hubiesen sometido antes á
los misterios de la forma poética, verá un caso de trans-
este duro y largo aprendizaje de luchar cuerpo á cuerpo
fusión de la poesía antigua en las venas de la poesía
con los modelos. Lo que hay es que ellos tenían una
nueva; el ignorante no verá más que un centón y una
centella de genio lírico que le faltó á Pesado, el cual
cadena de plagios, y se admirará de que hayan llegado á
por eso no pasa de ser un estimable poeta de segundo
merecer el respeto y la admiración de la posteridad
orden; pero aquí no se trata sino del hecho de traducir,
hombres que apenas tienen un verso original, cuando es
que es en sí completamente inofensivo, y muy laudable
tan fácil disparatar originalmente, hablando del sol y de
cuando se traduce con la perfección que mostró Pesado
las estrellas, ó del amor y de la muerte, ó de la libertad
en algunos salmos, en el Cantar de los Cantares, en al-
y de la tiranía.
guna oda de Horacio y en los fragmentos de la Jerusa-
El crimen, pues, que se imputa á Pesado, no es otro
len, del Tasso, porque otras versiones que hizo, así de
que el de aquellos hurtos honestos, de que tanta gala ha-
Teócrito y Sinesio, como de Lamartine y Manzoni, re-
cían un Horacio y un Virgilio. Y aun en cuanto á la in-
sultaron muy inferiores, unas porque no dominaba la
dicación de estos hurtos, suelen tener tal mano sus
lengua de los originales, y otras por falta de parentesco
censores, que uno de ellos, en dos distintos trabajos,
y semejanza entre su gusto y estilo poético y el de los
cita como uno de los plagios más escandalosos estos
autores que traducía.
cuatro versos de un romance:
Pero además de las versiones declaradas, y propia- ¿Qué importa pasar los montes,
mente tales, hay en Pesado, como en todos los poetas Visitar tierras ignotas
Si á la grupa los cuidados
clásicos, gran número de imitaciones y reminiscencias C o n el j i n e t e galopan?
de detalle. Los que tanto le censuran por ellas debie-
ran recordar que, aplicando tal criterio á Virgilio, á Y añade con mucha formalidad: «éstos versos son to-
mados de Lucrecio», sin decir de dónde. Y la verdad es
Se ha dicho que la paráfrasis del Cantar de los Canta-
que son de Horacio, y conocidísimos, de la oda x v i del
res tiene el mismo origen, pero no llevan razón los que
libro ii A Grosfo
tal dicen. Traslado casi literal de la paráfrasis de Evasio
quid térras alio calentes Leone es la del jesuíta santanderino Fernández Pala-
Solé mutamus? patriae quis exul zuelos, que lealmente lo confiesa: «Evasio Leone ha
S e q u o q u e fugit?
Scandit aeratas vitiosa naves
sido mi luminoso dechado»; la de Pesado no lo es.
Cura, nec turmas equitum relinquit, Imitó á Evasio Leone en la elección de algunas combi-
O c i o r cervis et agente nimbos naciones métricas adaptables al canto, en la disposición
Ocior Euro.
de las escenas y en poco más que esto. El estilo es una
Pero hay en Pesado, aparte de estas reminiscencias fusión hábil de la manera de Fr. Luis de León con la de
enteramente lícitas, otras más difíciles de explicar, y de los traductores italianos ; y como en estas cosas sólo la
las cuales se han aprovechado largamente la pedantería comparación material convence, comparemos algún
y la maledicencia. Él que confesó haber traducido de trozo de la traducción de Evasio Leone con otro de la
Lamartine las Memorias de los muertos, Los Recuer- de Pesado, y esto no sólo para que se vea cuán distin-
dos, El Aislamiento, La Entrada de la noche, etc., tas son, sino principalmente para que se saboreen algu-
dejó de indicar que La Inmortalidad tenía el mismo nas bellezas de la del poeta mexicano, ya que por su ex-
origen. Distracción ú olvido hubo de ser, puesto que tensión no puede figurar íntegra en esta Antología (1).
bien podía presumir que quien abriese el libro del poeta
P e r te si s t r u g g e , il sai, prence adorato,
francés para cotejar las otras piezas había de tropezar
Q u e s t ' anima fedele. U n bacio solo
con la Meditación 5.a, que tampoco está traducida sino Del tuo purpureo labbro
imitada y sumamente abreviada y puesta además en ver- D e h non mi niega ! O h q u a n t o
E ' d o l c e l'amor t u o ! N o n cosi dolce
sos sueltos de estructura clásifca, tan lejanos del molde P e r la vene serpeggia il più soave
de la poesía francesa. En Heredia hay mucho de esto, G e n e r o s o licor. D o v u n q u e il passo
M o v i , mio b e n , di preziosi unguenti
pero como Heredia era revolucionario y furibundo ene-
Spira l'aura odorata. A h ! non a caso
migo de España, se le concede en América toda la in- L e più belle e ritrose
dulgencia que se niega á Pesado. Donzellette vezzose,
A v v a m p a n o per te, se il tuo sol n o m e
Para mí el pecado más grave de éste, por lo mismo S e il tuo bel n o m e sol ne' loro cuori
D e s t a , e mantiene i fortunati ardori.
que no se trata de un poeta que anda en manos de todo
A h non lasciarmi no
el mundo como Lamartine, sino de un ingenio modesto T u c h e mi s t r u g g i il c o r
y olvidado, cuyas obras han visto pocos, es el haber
ocultado que debía una parte de las bellezas de su (1) Il cantico dei Cantici tradotto ed ilustrato dal Padre Evasio Leone Car-

poema de jferusalén al carmelita italiano Evasio Leone. melitano, R o m a , 1825.


Col raggio feritor
A u n q u e m e veis m o r e n a ,
D i que' bei l u m i .
D o n c e l l a s de S o l i m a , soy h e r m o s a ,
A cosi cara g u i d a
T o d a de beldad llena:
10 s e m p r e u n i d a , e fida
M i e s p o s o se e n a j e n a
Dietro l'odor v e d r ò
C o n t e m p l a n d o mi faz fina y g r a c i o s a .
D e ' tuoi p r o f u m i .
M o r e n a cual las pieles
C h e miro ! O h m e f e l i c e ! E d è p u r vero?
S o y , q u e al A l a r b e sirven de c o r t i n a s :
D u n q u e i miei v o t i a t e n o n porsi in vano?
B e l l a cual los doseles
T u stendi a me la m a n o e tu non s d e g n i
Q u e e n sus frescos v e r j e l e s
T e c o guidarmi ove più splende adorno
T i e n e el R e y , de brocado y telas finas.
D ' o s t r o e di g e m m e il t u o real s o g g i o r n o .
G u a r d é el v i ñ e d o ajeno,
N e l felice a u g u s t o t e t t o ,
Sin c u i d a r , s i m p l e c i l l a , mi h e r m o s u r a :
C h e r i c e t t o a noi darà,
E l sol m e hirió de lleno,
A te a c c a n t o , o m i o diletto,
Y el v i e n t o y el s e r e n o
Q u a l piacer m ' i n o n d e r à ! Q u e m a r o n d e mi rostro la blancura.
11 più amabile l i q u o r e
N o n si dolce al c o r non è :
A h non c h i u d e i n s e n o u n c o r e ESPOSO.
C h i non s t r u g g e s i per te
A m i s oídos v i n o
Dígase de buena fe si esta cantata ridicula, que de L a seductora v o z de t u s a m o r e s
Y tu c a n t o d i v i n o :
tal modo profana con recitados y arias metastasianas el
S a l , e s p o s a , al c a m i n o
Osculetur me osculo oris sui, tiene algo que ver con la Y s i g u e mis rebaños y pastores.
noble y gentilísima poesía con que Pesado interpreta el Y c o n ellos a g r e g a
T u s o v e j a s y tiernos recentales,
misino pasaje :
Y á mi cabaña llega
ESPOSA. A s e n t a d a en la v e g a
U n ósculo s a g r a d o D o n d e brotan los p u r o s manantiales.
R e c i b a de tu labio c a r i ñ o s o ,
¡ E s p o s o -idolatrado ! D e blanda tortolilla,
T u pecho enamorado T í m i d a y querellosa, es tu s e m b l a n t e :
E s mas dulce q u e v i n o g e n e r o s o . ¡ C ó m o en t u c u e l l o brilla
P r e c i o s a gargantilla
N o en balde las d o n c e l l a s
D e plata y oro y piedras r e l u m b r a n t e !
L l e v a d a s del a r o m a d e tu f a m a ,
V a n pisando tus h u e l l a s , ESPOSA.
H e r i d a s todas ellas
D e l f u e g o celestial q u e las inflama. R e c o s t a d o en su asiento
E s tu n o m b r e d i v i n o E s t u v o el R e y c o n pláticas sabrosas;
P e r f u m e d e r r a m a d o y oloroso, L l e n a y o de c o n t e n t o ,
Q u e llama de c o n t i n o D e r r a m é por el v i e n t o
Á un felice destino M i s p e r f u m e s de nardos y d e rosas.
E l c o r o d e las V í r g e n e s dichoso. Cual racimo florido
D e las viñas de E n g a d i , es mi adorado,
H a c e c i t o escogido
D e p e r f u m e subido
y lo son íntegras las dos primeras estrofas de la versión:
Q u e mantengo en mi pecho reclinado

Véase, para evitar prolijidad y no hacer interminable Del E u f r a t e s sentado en la orilla


este cotejo, cómo traduce Evasio Leone estos últimos De Judá me acordé con tristeza
Dell' E u f r a t e s sul barbaro lido
versículos: R i m e m b r a n d o l'amata Sione
M e n t r e da me lontano
T'aggirasti mio re, questa di nardo Pero el resto del salmo es completamente distinto,
Spica f e c o n d a , che m'adorna il seno
por la sencilla razón de que Mattei cambia inmediata-
C o l grato odor mi ricreò. T e solo
O r che vicin mi sei, mente de metro, y Pesado le prosigue hasta el fin, repi-
Qual profumier di mirra, tiendo el ludibrio del viento á modo de ritornelo. ¿ Qué
Q u a l ciprio racemo
relación puede haber entre estos versos de Pesado:
Dell' Engaddi Odorato
N e ' giardini educato ora desio
Babilonia insensata, ya el cielo
A c c o g l i e r e , e serbar nel seno mio
T e apareja tremendo castigo:
Así son la mayor parte de los plagios que se imputan E l acero del crudo e n e m i g o
T e m p l a r á con tu sangre su sed;
á Pesado. El no necesitaba á Evasio Leone para enten-
Y verás como ardiente, insaciable,
der ni para traducir el Cántico de los Cánticos, porque S e apacienta en tus hijos sangriento
era más poeta que el carmelita toscano, y porque los
libros sagrados eran el principal y continuo estudio con los correspondientes de Mattei?
suyo, y porque había aprendido en Fr. Luis de León, C o m e feroci e perfidi
en Arias Montano, en San Juan de la Cruz, cómo se C o m e crudeli a noi,
C o s i farà con voi
traen al castellano las palabras de Salomón y de David. Barbaro il vincitor.
Entre los salmos que tradujo son los mejores aquellos E l'innocente figlio
F a r à svenar sul ciglio
en que más se apartó de la poesía cantabile de Saverio
Della dolente madre,
Mattei. El salmo 67, que íntegro ponemos en esta co- Il mesto g e n i t o r
lección, nos parece poesía mucho más bíblica y más
Ni siquiera parecen traducidos del mismo original.
inspirada que el salmo 136, tan celebrado y popular otro
Creo, pues, sin absolver á Pesado de toda culpa en este
tiempo en México:
punto, que se ha exagerado de un modo ridículo este
« E n un s a u c e , ludibrio del viento, cargo, en sí mismo bien poco importante (1).
Para siempre mi lira colgué.»

Es evidente que estos versos son de Mattei:


( 1 ) V é a n s e las observaciones q u e en defensa de la originalidad del que
A d un salcio, ludibrio del v e n t o fué su maestro hace el señor Obispo de P o t o s i , D. Ignacio Montes de Oca,
L a mia cetra qui pender farò, en el prólogo de la 3. a edición de las obras de Pesado.
La colección de las poesías de Pesado es bastante vo-
teniendo flotante el espíritu entre lo humano y lo di-
luminosa: para su gloria convendría que lo fuese algo
vino. Y no hablo de la hermosa elegía Al Angel de la
menos. De las obras de su segunda época, de todo lo
Guarda de Elisa, digna de cualquier poeta español del
que escribió después de 1840, es muy poco ó nada lo que
siglo de oro, porque pertenece á otros tiempos y á la
puede rechazarse, pero de los juveniles, de los coleccio-
mejor manera poética de Pesado.
nados en 1839, que precisamente son los más conocidos
Tampoco tenemos por lo mejor suyo ciertos discursos
por haberse dado á luz en tiempos en que el gusto del
filosóficos ó morales, como El Hombre, El Sepulcro,
poeta iba de acuerdo con el de su público y no contra
que son meditaciones largas con exceso, de giro abs-
la corriente como después sucedió, hay bastantes com-
tracto, razonador y discursivo hasta rayar en monótonas
posiciones endebles, ya por penuria de pensamiento, ya
y verdaderamente pesadas. No es esto decir que carez-
por defectos prosódicos de que luego fué curándose:
can enteramente de color poético; le tienen merced al
uso inmoderado de asonancias revueltas con versos
estilo y á la habitual gallardía con que está manejado
sueltos ó consonantados, y profusión de sinéresis, vicio
el verso suelto, aunque no limpio de asonantes y lejano
característico de los poetas mexicanos de la primera
todavía de la perfección que luego había de mostrar el
mitad de nuestro siglo y que evidentemente responde
autor en algunos fragmentos de su poema de Moisés.
á una diferencia fonética entre el castellano de México
Pero aun en estos primeros ensayos hay trozos enteros
y el de España.
que no hubiera desdeñado el mismo D. Leandro Mora-
Las poesías amorosas me parecen en general lángui- tín. Pesado nada hizo malo en absoluto, y siempre le
das y difusas, inferiores con mucho á las sagradas y á salvan la alteza de su pensar, su excelente educación
las descriptivas. Hay demasiado petrarquismo y dema- literaria y la nobleza habitual de su estilo.
siado herrerismo metafísico en unas, y en otras una efu- Cercenada una parte de estos primeros versos, queda
sión de ternura doméstica algo empalagosa. El autor el tomo de Pesado el más igual en conjunto de cuantos
amaba ardientemente á su mujer, lo cual es muy simpá- yo he visto de poetas americanos, excluyendo natural-
tico y laudable, pero no se cansa de repetirlo en todos mente los vivos, como en todo este estudio pienso ha-
los tonos, olvidando que no todo lo que es natural y cerlo. Pero entiéndase bienio que quiero decir. Hay en
honrado es siempre materia poética. América varios poetas que aventajan grandemente á
Ha de exceptuarse, sin embargo, la bella composi- Pesado en una ó dos composiciones inmortales y carac-
ción Á mi amada en la misa del alba, escrita en va- terísticas. Pesado nunca tuvo la fortuna de hacer ni la
riedad de metros á la manera romántica, y popular Silva á la Agricultura en la zona tórrida, ni el Canto
en otros tiempos más que ninguna de las de Pesado de Junin, ni el Niágara, ni el Teocali de Cholula; por
sin duda por la mezcla candorosa de fervor juvenil y eso Bello, Olmedo y Heredia son indisputablemente
sincera piedad, que la presta singular hechizo, man- mayores poetas que él, son los príncipes de la poesía
del Nuevo Mundo. Pero quítense mentalmente á Here- jferusalén, el delicado episcdio de Aglaya en el poema
dia el Niágara y el Teocali, y se verá á qué poco queda de La Revelación, que no llegó á terminar y que con-
reducido el gran montón de sus versos, y cuántas cosas tiene sus mejores octavas, y se verá hasta qué punto
tiene que rechazar un gusto escrupuloso. Quítese á Ol- había llegado á asimilarse la tradición italiana y espa-
medo el canto A Bolívar, y á buen seguro que las tres ñola de los mejores tiempos, con un artificio sabio é
únicas odas que le restan, aun incluyendo la dirigida al industrioso algo parecido al de Monti.
vencedor de Miñarica, 110 darán idea, sino muy remota L o más original, lo más mexicano, y á la vez lo ipás
é imperfecta, de su poderoso aliento lírico. Quítense al perfecto de Pesado, son sus sonetos y romances des-
correctísimo Bello la Zona tórrida y la Invocación á criptivos, en que con fácil y risueño pincel traslada pai-
la Poesía, y apenas le quedan más que traducciones, ad- sajes de Orizaba y Córdoba ó escenas del campo y de
mirables y perfectísimas, pero traducciones al cabo. Los la aldea; procesiones, lidias de toros, riñas de gallos,
grandes líricos colombianos y argentinos, J. Eusebio carreras de caballos, volatines y fuegos. A l lado de esta
Caro, Arboleda, Ortiz, Echeverría, Mármol, Andrade, colección bien puede ponerse otra titulada Las Azte-
son, cada cual por su estilo, poetas más inspirados, más casen que su autor intentó la creación de una poesía
varoniles, más grandilocuentes que Pesado, pero tam- indígena, traduciendo y glosando (al decir suyo) canta-
bién más desiguales, más escabrosos, más enfáticos, res de más ó menos sospechosa autenticidad, entre los
más propensos á la declamación los unos, al falso senti- cuales están las famosas poesías del rey Netzahualcó-
mentalismo los otros. Tienen versos admirables por yotl, y otras anónimas. Semejante trabajo no puede ni
donde quiera, torrentes de lava poética á veces, pero debe estimarse como traducción; es cosa probada que
muchos desfallecimientos, muchas vacilaciones de gusto. Pesado no conocía las lenguas indígenas, y que se valió
Pesado, que no llega nunca á donde ellos llegan en sus únicamente de algunos fragmentos traducidos en prosa
grandes momentos, está menos expuesto ácaer , porque en las antiguas crónicas, y de otros que le interpretó
generalmente pone los pies en firme. Su inspiración es un indio, amigo suyo, llamado D. Faustino Chimal-
más tibia, pero menos sujeta á intermitencias. Se le popoca y Galicia, el cual solía decir después que los
puede leer seguido; prueba durísima á que pocos poetas versos de Pesado nada tenían que ver con el texto que él
resisten. No despierta casi nunca grande admiración, le había dado literalmente traducido (1). Trátase, pues,
pero sí respetuoso afecto. Es cierto que vive mucho de
la poesía ajena, pero con el buen tino de acudir siempre
á los más puros y saludables manantiales: la Biblia, ( 1 ) Á Pesado se le considera generalmente como introductor del género
Dante, Fr. Luis de León, el Tasso. Léanse sus traduc- indígena en la poesía mexicana. L o singular es que uno de los primeros que
ciones bíblicas, los magníficos tercetos dantescos de la siguieron esta dirección fuese un español, D . E m i l i o R e y , que en 1868 pu-
blicó un t o m o de poesías medianas y ya olvidadas, pero en el que lo más
visión del Profeta con que termina el bello poema de d i g n o de aprecio es la sección titulada Cantos históricos mexicanos.
de una inocente broma literaria, de una poesía popu- Fuera de éste, no sé yo qué poetas románticos pudie-
lar mexicana casi tan auténtica como la poesía ilírica ron influir en Pesado, ni es tampoco signo infalible de
de la Guzla, de Mérimée. La reputación poética de romanticismo el cambio de metros en una misma com-
Pesado nada pierde con ello; al contrario, «éstas que él posición, puesto que lo hacían á cada paso esos poetas
apellida traducciones, son en realidad de lo más origi- italianos del siglo x v m que Pesado leía tanto, Evasio
nal que salió de su pluma» (i), y, sobre todo, son Leone y Mattei, y lo habían hecho también alguna vez
«magnífica poesía» (2), no sabemos si muy azteca, pero poetas españoles de principios de nuestro, siglo como
seguramente muy emparentada por una rama con Ho- Arriazay Cabanyes. Pesado es, pues, poeta bíblico de
racio, y por otra con los libros sapienciales. Quien lea segunda mano, porque no sabía hebreo, y poeta clásico
la exhortación del Rey de Tezcuco á gozar los placeres de segunda mano, porque no sabía griego; lo que da
de la vida feliz, no tiene que dudar del primer origen, muestras de saber muy bien es latín, italiano y caste-
y quien lea los Consejos del Padre á la Hija ó la Enho- llano. Su clasicismo tampoco es el de nuestro siglo xviíi,
rabuena en la coronación de un Príncipe, no podrá ni tiene aquel género de grandeza oratoria que admi-
menos de reconocer que el espíritu de la primitiva poe- ramos en Quintana, en Gallego ó en Olmedo, pero está
sía didáctica y gnómica no le había encontrado Pesado evidentemente derivado del clasicismo italo-español del
en los jeroglíficos del Anahuac, sino en el libro de la siglo x v i ; su idealismo amoroso es el de los petrarquis-
Sabiduría y en el Eclesiastes. tas y no el de Lamartine, y si algún eclecticismo de
Realmente, él era poeta bíblico y poeta clásico, y no forma hay, nacerá de la indecisión del poeta entre las
otra cosa. Se le ha llamado ecléctico, pero el eclecti- formas amplias y rozagantes de la escuela de Herrera,
cismo, que tiene un sentido bien determinado en filoso- y la casta y severa sencillez de la musa de Fr. Luis
fía y en ciencias sociales, no parece que puede aplicarse de León (1).
del mismo modo á los poetas, cuya labor no es de se-
lección científica de ideas sino de creación deformas ( 1 ) Para datos de la vida de Pesado nos remitimos á la extensa y exce-
vivas. Á los poetas se les juzga por su cualidad predo- lente Biografía q u e publicó en 1878 D . José M . R o a Bárcena. Baste consig-
nar aqui que nació en San A g u s t í n del P a l m a r , provincia de P u e b l a , el 9
minante y por su tendencia habitual. El hecho de haber
de F e b r e r o de 1801, y murió en M é x i c o en 1861. G e n e r a l m e n t e se le con-
imitado y traducido algunos versos de Lamartine nada sidera c o m o hijo de O r i z a b a , porque allí tenia sus b i e n e s , allí se e d u c ó , y
prueba, porque ni estos versos son los más caracterís- allí contrajo su primer matrimonio. E n su juventud tomó parte activa en la
política, siendo Ministro del Interior en 1838, y de Relaciones E x t e r i o r e s
ticos de Pesado, ni Lamartine es muy romántico en la en 1846. Modificadas luego sus ideas en sentido cada v e z más católico y con-
técnica, aunque lo sea muchísimo en el sentimiento. servador, dedicó á la defensa d é l a Iglesia sus últimos trabajos, y no aceptó
más puesto oficial q u e el de catedrático de Literatura en la Universidad de
M é x i c o , reorganizada en 1854- F u é , s e g ú n creo, el primer escritor mexicano
q u e o b t u v o el título de correspondiente de la A c a d e m i a Española. H a y tres
( 1 ) Montes de Oca.
ediciones mexicanas de sus Poesías originales y traducidas, la 1. a de 1 8 3 9 ,
(2) Pimentel.
Por tales méritos y circunstancias, quizá la poesía de vedad religiosa y madurez de pensamiento, claridad y
Pesado y de sus discípulos esté destinada á ser en lo fu- orden lógico en la composición, y ausencia de todo gé-
turo más bien tenida y estimada por una parte de nuestro nero de extravagancias. El autor sabe siempre lo que
caudal clásico que del particular de la literatura mexi- quiere decir, y se esfuerza por hacerlo perceptible y
cana, y en España se recogerá lo que en México se llano, hasta caer en giros prosaicos y explicaciones in-
denigra, viniendo á cumplirse así aquel triste vaticinio útiles, enervando su estilo con la fastidiosa interpolación
que estampó el mismo poeta en el prólogo á las obras de partículas y modos adverbiales, propios del discurso
de su amigo D. Manuel Carpió. «Si está escrito que ó de la conversación, no menos que con adjetivos pará-
México, tal como es hoy, deje de existir, y que en él sitos que secan y consumen el jugo del sujeto de la ora-
se pierda hasta la hermosa lengua castellana, no por eso ción. Pena da ver encabezada tan bella pieza como La
se desanimen los mexicanos dotados con el sagrado Cena de Baltasar con este verso, á toda luz ridículo:
fuego de la poesía: las obras suyas que merezcan el ho-
nor de la inmortalidad, serán trasladadas á la antigua E r a la noche, y la redonda luna

España, y conservadas allí con la ternura y el cuidado


De todos los malos epítetos que pueden darse á la
que merecen á una madre los últimos despojos de un
luna, quizá no haya otro más infeliz que este de redonda.
hijo desgraciado.»
Y sin embargo, tan en gracia le había caído á Carpió,
El poeta á quien se referían tales palabras era un mé- que todavía le sirvió para aplicárselo á la tierra en el
dico muy distinguido, á quien unía con Pesado estrecho primer verso de su oda El Diluvio:
vínculo de creencias y afectos. Asiduo lector de las Sa-
A l l á en un tiempo la redolida tierra
gradas Escrituras, familiarizado con la topografía de Pa-
lestina por las descripciones de los viajeros, no extraño En la misma oda leemos estos versos, que son purísi-
á las primeras investigaciones arqueológicas sobre Egip- ma prosa, nacida del afán que tenía el poeta de dar di-
to, Nínive y Babilonia, que procuró seguir aunque de rectamente la razón de todo:
tan lejos, comenzó á cultivar muy tardíamente la poe- Y es que el Á n g e l del piélago salado
L a llevaba en sus manos c o m o un arca,
sía, pasados los cuarenta años, lo cual explica quizá el No fuera a ser que acaso naufragara
desmayo y falta de nervio que hay á veces en su estilo, E n t r e tanto v a i v é n del mar inmenso
no menos que las muy recomendables cualidades de gra-
Estos frecuentes prosaísmos de dicción, y una como
lasitud ó flojedad senil en el estilo, son más de reparar
en Carpió, porque van mezclados con el más pródigo
la 2.a de 1840 (ambas por el impresor C u m p l i d o ) , la 3. a de 1886 (imp. de L . Es-
despilfarro de la vena descriptiva. Es de los poetas
calante). Esta ú l t i m a , publicada p o r sus h i j a s , es la única completa, y la
única que contiene sus mejores v e r s o s , que antes se habían impreso en más exteriores que pueden hallarse. Hasta la religión
periódicos y opúsculos m u y difíciles de reunir. tiene en él más de pomposa y magnífica que de íntima.
Por temperamento y por sistema excluía del arte toda
sado. Ni tampoco puede decirse que haya más origina-
idea que no se presentase vestida de formas concretas y
lidad en Carpió, que puso en verso páginas enteras del
sensibles, y le hacía consistir únicamente en el prestigio
Itinerario de París á Jerusalén, de Chateaubriand; lo
de una sucesión de imágenes que halagan y deslumhran
que hay es más amaneramiento, de donde resulta la
los ojos; descripciones continuas y sin tasa de armas, de
ilusión de que tiene más estilo propio.
jaeces, de vestiduras ostentosas, de festines, cacerías y
Nada de esto se entienda en menoscabo del justo
combates; el valle del mar Muerto, el palacio y trono
aprecio que debe hacerse de las obras de este piadoso,
de Faraón, la desolación de Babilonia y Jerusalén.
docto y simpático escritor. Sus cualidades poéticas son
Tanta luz y tanta pompa derramadas por igual en todas
evidentes, aunque no sean de primer orden. Sin ser ro-
las partes de la composición y en todas las composicio-
mántico, participa algo de la brillantez de color y del
nes; tanta insistencia en detalles pintorescos, que no tie-
lujo asiático de imágenes que introdujo aquella escuela.
nen todos el mismo valor poético, acaban por producir
Cualquiera puede notar, y ya queda dicho, que un re-
singular monotonía, pobreza verdadera, en medio de la
flejo de la prosa de Chateaubriand pasó á sus versos. No
acumulación de tantos tesoros. Sé que no á todos agrada
es pequeño mérito, por otra parte, haber sentido con
este juicio mío, pero no puedo menos de repetirle, por-
tanta intensidad la poesía de los Sagrados Libros, y ha-
que no está en mi mano sentir y estimar la poesía con
ber trasladado alguna parte de sus bellezas con cierta
el gusto ajeno, sino con el propio, ni la diferencia de
grandiosidad épica y con mucho estudio del arte de la
criterio en cosas tales debe ser motivo para tachar de
palabra. Merece, pues, el noble homenaje que le consa-
ignorancia á nadie. El conocimiento de la literatura
gró nuestro D. Casimiro del Collado en estos versos de
mexicana no es ninguna ciencia incógnita y reservada
la elegía que compuso á su muerte, y que recuerdan en
para algunos privilegiados. Yo, ni á Pesado ni á Carpió,
concisa y elegante frase los asuntos de sus principales
he conocido nunca más que por sus versos, los cuales
producciones:
creo entender lo mismo que todos los demás versos
compuestos en mi nativa lengua castellana, y juzgando Del sacro n u m e n que t u acento anima
Cuando, de edades bíblicas v e s t i g i o ,
por la impresión que su lectura me ha producido, no D e l G ó l g o t a recuerda el gran prodigio
puedo menos de declarar que Pesado vale á mis ojos Ó el terrible escarmiento de Solima;
La fatídica frase q u e del muro
más que Carpió, así en elegancia y armonía como en va-
E n el festín de Babilonia e m e r g e ,
riedad de tonos; que su cultura clásica me parece más Ó el mar q u e se abre, y en su centro obscuro
selecta y su gusto mucho más firme, y que si la reputa- Ira y poder de Faraón s u m e r g e ;
D e l himno hermoso, en q u e á tu patria bella
ción de Carpió ha sido menos combatida, lo debe á no Proclamas reina de la indiana zona
haber dejado detrás de sí la suma de odios y rencores Ó el ingente volcán pintas, que de ella^
L a indescriptible majestad corona;
políticos que todavía se ceban en la memoria de Pe-
D e cuantos versos en raudal sonoro
T u rica inspiración al viento esparce,
Hay que hacer memoria también de D. Alejandro
M é x i c o guardará c o m o un tesoro,
L a dulce remembranza, y con tristura Arango y Escandón (i), que falleció pocos años há,
C o n t e m p l a r á , en tu humilde sepultura, siendo Director de la Academia Mexicana. El señor
M u d a s las cuerdas de tu lira de oro ( i ) .
Arango, autor del mejor libro que tenemos sobre fray
La mayor parte de los poetas académicos y conserva- Luis de León, se le había propuesto por principal mo-
dores que han seguido, asi en literatura como en reli- delo, así en los estudios bíblicos, á que fué muy inclina-
gión y en política, rumbos análogos á los de Pesado y do, como en el estilo y en la dicción poética. Son mo-
Carpió, viven aún, y esto nos obliga á omitir sus nom- delos intachables de noble reposo, de suave efusión y
bres. Entre los muertos es imposible dejar de recordar de acrisolado gusto sus dos odas En la Inmaculada
al íntimo amigo y biógrafo de Carpió, D . José Bernardo Concepción de Nuestra Señora, la que tituló Invocación
Couto, aunque los pocos versos suyos que conocemos, á la bondad divina, y otra en que glosa este texto: Do-
insertos en la América poética, de Gutiérrez, y toma- mine ut scuto bonae voluntatis coronasti me. El tomito
dos probablemente de la Colección de poesías mexica- de sus poesías contiene, además, unos valientes tercetos
nas, impresa en París en 1836, son demasiado juveniles felicitando á Couto por su defensa de la Iglesia, dos
para que por ellas pueda formarse idea del talento de magistrales traducciones de las leyendas italianas de Luis
prosista que luego mostró su autor, ya en el profundo Carrer, El Caballo de Extremadura y La Venganza, y
Discurso sobre la constitución de la Iglesia, que basta una pequeña serie de sonetos, entre los cuales, el diri-
para la reputación del más encumbrado canonista, ya gido Á Germánico es una joya digna de la colección
en su ameno y erudito Diálogo sobre la historia de la de Arguijo.
pintura en México (2).
( 1 ) N a c i ó en Puebla de los Á n g e l e s el 18 de Julio de 1821, en 1831 v i n o
( 1 ) N a c i ó D . Manuel Carpió en Cosamaloapán ( e s t a d o de Veracruz) el á E u r o p a é hizo en Madrid l o s estudios de Humanidades. E n M é x i c o se
i . ° de Marzo de 1 7 9 1 , y murió en M é x i c o en 1860. T r a d u j o los Aforismos y graduó de licenciado en D e r e c h o en 1844. F o r m ó parte de la Academia poé-
pronósticos, de Hipócrates, y algunos otros opúsculos de su profesión, y t o m ó tica de San Juan de Letrán, c o m o casi todos los literatos de su tiempo. Fi-
parte en varias publicaciones de Índole religiosa. S e s e n t ó algunas v e c e s en g u r ó en primera línea en la política conservadora, siendo Secretario de la
las Cámaras federales, pero nunca tomó parte m u y activa en la política, de Asamblea de Notables que o f r e c i ó la corona al emperador M a x i m i l i a n o , y
la cual le retraían su carácter manso y b e n é v o l o y s u s hábitos de piedad y miembro del Consejo de E s t a d o de aquel infelicísimo monarca. M u r i ó en 28
retiro. L a primera edición de sus poesías es de 1849, con un prólogo de de F e b r e r o de 1883. Su Ensayo histórico sobre Fr. Luis de León se publicó
Pesado. Después se han h e c h o otras muchas; la q u e t e n g o á la vista es la primero en La Cruz, revista q u e dirigía Pesado (1855-56), y l u e g o en t o m o
de México, 1876, con una breve pero primorosa biografía escrita por don aparte (1866). E l autor preparaba otra edición m u y aumentada, pero no
Bernardo Couto. V é a s e también en el tomo 111 de las Memorias de la Acade- sabemos q u e llegara a salir á l u z . L a segunda edición del tomito de sus Ver-
mia Mexicana (1891), una conferencia de D. José M a r í a R o a Bárcena dada sos se imprimió en 1879, y no c o m p r e n d e las poesías de su juventud, d e q u e
en Orizaba con ocasión del primer centenario del nacimiento del poeta.
puede verse alguna muestra e n la América Poética, de Gutiérrez. T r a d u j o
(2) D e b o á la fineza literaria de D. F r a n c i s c o Sosa un ejemplar de este A r a n g o El Cid, de Corneille, y La conjuración délos Pazzi, de A l f i e r i . V é a s e el
Diálogo, que en tirada m u y escasa se imprimió en M é x i c o (por I . Esca- libro de D . Victoriano A g ü e r o s , Escritores mexicanos contemporá?ieos ( M é -
lante], 1872. x i c o , 1880).
Pocos meses después de Arango descendió al sepul-
Por la serie de hechos expuestos hasta aquí, se habrá
cro otro distinguido humanista, de sus mismas ideas y
inferido que en México la condición de literato clásico
gusto, el licenciado J). Francisco de Paula Guzmán.
va generalmente unida á la de conservador en política,
En la Reseña de Actas de la Academia Mexicana se
y á la de neocatólico, ultramontano, ó como quiera de-
hace en estos términos su elogio: «Muy versado, tanto
cirse en todo aquello que toca á las relaciones y con-
en la literatura griega, como en la latina, dió en los últi-
mos años de su vida muestras de su vena poética, que
lleció en 1870, y c u y a s poesías f u e r o n publicadas en c o l e c c i ó n al año
corrió siempre á impulsos del amor divino. Lo encen- s i g u i e n t e . E l s i g u i e n t e b e l l í s i m o s o n e t o q u e t o m a m o s d e una p u b l i c a c i ó n
dido de los afectos, la unción con que sabía expresarlos del Sr. R o a B á r c e n a (.Acopio de sonetos castellanos 1877), prueba que este
p o e t a m e r e c e m á s f a m a de la q u e a l c a n z a :
y la sobriedad de su frase, que, correcta y gallarda, era
Podando estoy mi solitario huerto
expresión genuina de hondo amor á Dios, lo colocan, á Hora que, del invierno á los rigores,
Marchitos aun los árboles mayores
no dudar, entre los poetas místicos más encumbrados y Tornóse el campo un árido desierto.
Cuando de galas y esplendor cubierto,
que mejor han hablado la lengua castellana.» El consu- f E l Abril pasa derramando flores,
Del sol, á los vivíficos ardores
mado latinista D. José María Vigil, traductor de las Mis árboles darán su fruto cierto.
sátiras de Persio, ha escrito una necrología de Guzmán, Si otra poda interior hacer pudiera
A l l á en mi corazón y el alma mía,
en la cual se dice que en las poesías religiosas de éste ¡Con qué dulce placer, con cuánto anhelo
En el místico huerto recogiera
«se encuentra unido el apasionado misticismo de Santa Flores de amor filial para Alaría,
Frutos de vida eterna para el cielo!
Teresa y San Juan de la Cruz con la corrección y clá-
C o n l o s a u t o r e s ú l t i m a m e n t e c i t a d o s , t u v o e v i d e n t e p a r e n t e s c o en s u s
sica elegancia de Fr. Luis de León, el Horacio espa- e s t u d i o s c l á s i c o s y p i a d o s a s tareas u n c o m p a ñ e r o n u e s t r o , á q u i e n la A c a -
ñol.» Alguna hipérbole habrá quizá en estos elogios pos- d e m i a s e c o m p l a c e e n dar l u g a r a q u í , p u e s t o q u e fué a m e r i c a n o de naci-
m i e n t o , a u n q u e r e s i d i ó e n E s p a ñ a d e s d e su p r i m e r a n i ñ e z , sin q u e p o r eso
tumos, y no conocemos bastantes poesías de Guzmán
p e r d i e s e n u n c a el a m o r y el r e c u e r d o de la p r i m e r a t i e r r a q u e v i e r o n sus
para confirmarlos ó rectificarlos; pero las tres que hemos o j o s . T a l f u é D . F e r m í n de la P u e n t e y A p e z e c h e a , n a c i d o en M é x i c o e n 9
leído, es á saber, una oda Al Sagrado Corazón de Je- d e N o v i e m b r e de 1 8 2 1 y m u e r t o en O m o ñ o ( S a n t a n d e r ) , en 20 de A g o s t o
d e 1875. E d u c a d o e n la disciplina c l á s i c a de p r i n c i p i o s del s i g l o , y c e l o s o
sús, una paráfrasis del Hortulus atribuido á Virgilio, y partidario del estilo de l a E s c u e l a d e S e v i l l a , d o n d e hizo su e d u c a c i ó n ,
otra de un poema cristiano de Próspero Tirón, vate del d i ó s e á c o n o c e r en 1834 c o n unas lozanísimas o c t a v a s insertas en El Artista,
q u e llevan p o r t í t u l o La Corona de Flora, y demuestran cuán empapado
siglo v, prueban que Guzmán era, no sólo versificador
e s t a b a e n la l e c t u r a d e las S i l v a s d e R i o j a . E n 1845 p u b l i c ó , c o n el t i t u l o de
puro y elegante, sino dulce y delicado poeta (i). Dido, u n a v e r s i ó n del l i b r o i v d e l a Eneida, e n q u e h a y o c t a v a s tan v a l i e n t e s
y b i e n c o n s t r u i d a s c o m o é s t a , q u e p o r casualidad r e c u e r d o :

No de otra suerte Orestes delirante


( i ) N a c i ó e n 1844 y falleció en 1884. Del triste Agamenón prole maldita,
Del crimen siente el aguijón punzante
E r a p r o f e s o r de latín en la E s c u e l a P r e p a r a t o r i a de M é x i c o . M e d i t a b a en
Y espantosa visión le precipita.
s u s ú l t i m o s a ñ o s h a c e r una v e r s i ó n p o é t i c a d e las O b r a s de P r u d e n c i o . H u y e á su madre, mas la ve delante,
C o m o p o e t a m í s t i c o y no p o c o i n s p i r a d o , d e b e citarse t a m b i é n al p r e b e n - Oue ardiente tea y víboras agita,
Y al cual las infernales vengadoras
d a d o de la catedral de P u e b l a , D r . D . M i g u e l J e r ó n i m o M a r t í n e z , q u e fa- Posan sobre el umbral á todas horas.
flictos entre la Iglesia y el Estado, así como los escrito-
que son, como él d i c e , «más bien gramaticales que his-
res que militan en los partidos liberales, propenden más
ritócas y críticas», y presentan la estética reducida á una
bien á la libertad romántica. Esta regla no es tan gene-
fisiología del lenguaje: sentido bastante análogo al del
ral, sin embargo, que no tenga algunas excepciones, y
empirismo del siglo pasado. Aunque teóricamente par-
baste por todas la del famoso jurisconsulto D. Ignacio
tidario de la independencia literaria y de la creación de
Ramírez, más conocido por su pseudónimo de El Ni-
una cultura americana, hay en los versos de este indí-
gromante, sectario del ateísmo y del positivismo más
gena de raza pura más timidez académica que genio. E l
crudos, corifeo de la política más radicalmente revolu-
siguiente madrigal puede dar alguna idea de su estilo:
cionaria, principal inspirador y ejecutor de las llamadas
leyes de Reforma que sancionaron el despojo y venta de A n c i a n o A n a c r e ó n , dedicó un día
U n h i m n o b r e v e á V e n u s orgullosa;
los bienes del clero. Este personaje, cuya audacia demo-
S o l i t a r i a bañábase la diosa
ledora, fría é imperturbable, aterraba á sus propios co- E n o n d a s q u e la hiedra protegía:
rreligionarios, que le acusaron de comprometer el resul- L a s p a l o m a s j u g a b a n sobre el carro
Y una sonrisa remedó la fuente:
tado de su obra por excesiva gala de cinismo: éste faná- Y la f a m a contó q u e ha v i s t o preso
tico de la incredulidad, que llegó á rodearse de cierta A l v i e j o v a t e p o r abrazo a r d i e n t e ,
aureola mefistofèlica: éste terrible y acerado polemista Y las a v e s murmuran de algún beso.

cuya ironía ha llegado á ser comparada con la de V o l -


A l lado de este epigrama, que parece traducido de
taire (aunque suponemos que de la comparación habrá
alguno de los más lindos de la Antología griega, pueden
que rebajar bastante, si cambiamos la moneda mexicana
ponerse los dos sonetos que en el texto de nuestra co-
en francesa), era, en literatura, clásico como Voltaire:
lección figuran, y en que se desarrolla con mucho pri-
así nos lo persuaden los pocos versos suyos que conoce-
mor de expresión el mismo tema del amor senil, tema
mos, muy esmerados y correctos aunque algo secos; y no
lo desmienten sus propias Lecciones de Literatura (i),
León. E s un libro m u y c u r i o s o , y he de hablar de él más e x t e n s a m e n t e en
otra parte.
M u c h o s años después, cuando el f u e g o de su inspiración estaba m u y Nació R a m í r e z en el p u e b l o de San M i g u e l el G r a n d e (estado de G u a n a -
apagado, quiso continuar su tarea, y tradujo hasta ocho libros más, si bien juato), en 23 de Junio d e 1818, y falleció en 15 de Julio de 1879. Su azarosa
solo d o s , el primero y el s e x t o , llegaron á imprimirse, en 1874. L a versifica- vida va íntimamente m e z c l a d a c o n la historia de las agitaciones de su pais.
ción de estos libros es g e n e r a l m e n t e m u y d e s m a y a d a , y por todo e x t r e m o Usando de una frase v u l g a r y de mal g u s t o , p u e d e decirse que «fué el v e r b o
inferior a la del libro i v . A l g o s e m e j a n t e puede decirse de los Libros sapien- de la revolución», d i s t i n g u i é n d o s e siempre por su odio á toda idea religiosa,
ciales, publicación postuma de 1878. H o m b r e de ardiente fe y cristiana v i d a , especialmente al catolicismo, y á todo recuerdo de España. F u é ministro d e
dedico a la religión sus mejores i n s p i r a c i o n e s , y dejó algunos sonetos mís- Justicia y F o m e n t o , y magistrado del S u p r e m o T r i b u n a l . N o sabemos si
ticos de gran precio: el de La Magdalena me parece el m e j o r . ha llegado á publicarse la colección de sus Obras que se anunció tiempo há.
C o m o individuo de nuestra A c a d e m i a , contribuyó m u c h o á la fundación Escribió en innumerables periódicos, c u l t i v ó la sátira del modo más acerbo,
de las Academias Americanas. y fué más admirado p o r su vasta cultura y enérgico estilo que estimado p o r
( 1 ) Se imprimieron postumas en M é x i c o , 1884, por Francisco D í a z d e su carácter mordaz é intransigente.

j
predilecto de este poeta. Todos sus versos manifiestan nura, con delicada pureza de sentimiento, á la cual res-
sus buenos estudios y la pureza de su gusto. ¿Quién al ponde lo puro y nítido de la forma. Su espíritu honrado
leer los bellos tercetos Por los muertos y Por los des- y sereno complácese, sobre todo en los recuerdos del
graciados, no descubre al asiduo lector de la Epístola valle de la infancia y de la materna aldea, y aunque no
moral, aunque el perfume de estoicismo cristiano que sea muy original, ni en su manera de sentir, ni en la de
embalsama aquella obra maestra se haya disipado en los expresar lo sentido, y deje por esto huella poco honda
áridos conceptos materialistas de su imitador: en el espíritu, agrada siempre por lo apacible y caden-
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso cioso de la versificación y por cierta melancolía resig-
C u y o precio es el p r e c i o del deseo
nada. Aunque tiene su manera propia, no parece ex-
Q u e e n él g u a r d a n natura y el A c a s o ?
C u a n d o a g o b i a d o p o r la edad l e v e o , traño á la lectura de los modernos poetas españoles, y
Solo en las m a n o s de la sabia t i e r r a , Selgas y Becquer fueron quizá los que más influyeron
R e c i b i r á otra f o r m a y o t r o e m p l e o .
en él, como más análogos á su índole, especialmente
M a d r e N a t u r a l e z a , y a no h a y flores el primero, puesto que al segundo, si le imitó en el sen-
P o r d o mi paso v a c i l a n t e a v a n z a : timiento (i) no quiso remedarle en la incorrección, ni
N a c i sin e s p e r a n z a s ni t e m o r e s ,
tampoco en la forma heinianas de rimas breves (2).
V u e l v o á ti sin t e m o r e s ni esperanzas.
La dura ley que nos hemos impuesto de prescindir de
Más apacible fisonomía moral y literaria ofrece José las obras de los vivos, nos obliga á omitir aquí á poetas
Rosas Moreno, que fué también liberal y tampoco fué de tan alta significación y tanta influencia como Gui-
romántico. Su reputación se funda principalmente en sus
Fábulas, que han sido altamente elogiadas por críticos
( 1 ) E s t a s i m i t a c i o n e s s o n á v e c e s d e m a s i a d o directas, v e r b i g r a c i a :
de tanto nombre como Altamirano y Pimentel, y que
han desterrado de las escuelas de aquella República las Volvieron al verjel brisas 3' flores,
Volvieron otra vez los ruiseñores ....
insulsas y mal versificadas de Lizardi. Rosas ha dado en Mi amor no volverá.

las suyas razonable entrada al elemento descriptivo, en ( 2 ) N a c i ó R o s a s e n la ciudad de L a g o s (estado de Jalisco), el 1 4 de


pequeños cuadros brillantes de ligereza, de gracia y de. A g o s t o de 1 8 3 8 , y m u r i ó en 13 de J u l i o de 1883. F u é d i p u t a d o v a r i a s ve-
ces y s u f r i ó p e r s e c u c i ó n p o r s u s avanzadas i d e a s políticas. A u n d e s p u é s del
colorido poético (i), salvando así el escollo de lo prosaico t r i u n f o d e ellas v i v i ó e n b a s t a n t e o b s c u r i d a d y p o b r e z a , d e d i c a d o principal-
en que fácilmente naufraga el apólogo por su tendencia m e n t e á l a p r á c t i c a d e las v i r t u d e s d o m é s t i c a s y á e s c r i b i r libros de e d u c a -
c i ó n para la infancia. C a s i t o d a s s u s obras p e r t e n e c e n á este g é n e r o . A d e -
doctrinal. Pero además de sus fábulas, Rosas cultivó la
más d e s u s Fábulas, c o l e c c i o n ó sus poesías c o n el t í t u l o d e Hojas de rosa.
poesía lírica, propiamente dicha, si no con grande estro D i ó al t e a t r o b a s t a n t e s c o m e d i a s ( u n a de ellas c o n el t í t u l o de Sor Juana
ni mucha originalidad, con extremada suavidad y ter- Inés de la Cruz), p e r o a u n q u e apreciables y apreciadas no lo h a n s i d o t a n t o
c o m o s u s obras líricas. A l g u n a s de ellas s e r e g i s t r a n en la colección publi-
cada e n M a d r i d , 1879, p o r D . J u a n de D i o s P e z a , c o n el t í t u l o de La Lira
mexicana.
( i ) S o n palabras de A l t a m i r a n o e n el p r ó l o g o de estas Fábulas.
predilecto de este poeta. Todos sus versos manifiestan nura, con delicada pureza de sentimiento, á la cual res-
sus buenos estudios y la pureza de su gusto. ¿Quién al ponde lo puro y nítido de la forma. Su espíritu honrado
leer los bellos tercetos Por los muertos y Por los des- y sereno complácese, sobre todo en los recuerdos del
graciados, no descubre al asiduo lector de la Epístola valle de la infancia y de la materna aldea, y aunque no
moral, aunque el perfume de estoicismo cristiano que sea muy original, ni en su manera de sentir, ni en la de
embalsama aquella obra maestra se haya disipado en los expresar lo sentido, y deje por esto huella poco honda
áridos conceptos materialistas de su imitador: en el espíritu, agrada siempre por lo apacible y caden-
¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso cioso de la versificación y por cierta melancolía resig-
C u y o precio es el p r e c i o del deseo
nada. Aunque tiene su manera propia, no parece ex-
Q u e e n él g u a r d a n natura y el A c a s o ?
C u a n d o a g o b i a d o p o r la edad l e v e o , traño á la lectura de los modernos poetas españoles, y
Solo en las m a n o s de la sabia t i e r r a , Selgas y Becquer fueron quizá los que más influyeron
R e c i b i r á otra f o r m a y o t r o e m p l e o .
en él, como más análogos á su índole, especialmente
M a d r e N a t u r a l e z a , y a no h a y flores el primero, puesto que al segundo, si le imitó en el sen-
P o r d o mi paso v a c i l a n t e a v a n z a : timiento (i) no quiso remedarle en la incorrección, ni
N a c i sin e s p e r a n z a s ni t e m o r e s ,
tampoco en la forma heinianas de rimas breves (2).
V u e l v o á ti sin t e m o r e s ni esperanzas.
La dura ley que nos hemos impuesto de prescindir de
Más apacible fisonomía moral y literaria ofrece José las obras de los vivos, nos obliga á omitir aquí á poetas
Rosas Moreno, que fué también liberal y tampoco fué de tan alta significación y tanta influencia como Gui-
romántico. Su reputación se funda principalmente en sus
Fábulas, que han sido altamente elogiadas por críticos
( 1 ) E s t a s i m i t a c i o n e s s o n á v e c e s d e m a s i a d o directas, v e r b i g r a c i a :
de tanto nombre como Altamirano y Pimentel, y que
han desterrado de las escuelas de aquella República las Volvieron al verjel brisas 3' flores,
Volvieron otra vez los ruiseñores ....
insulsas y mal versificadas de Lizardi. Rosas ha dado en Mi amor no volverá.

las suyas razonable entrada al elemento descriptivo, en ( 2 ) N a c i ó R o s a s e n la ciudad de L a g o s (estado de Jalisco), el 1 4 de


pequeños cuadros brillantes de ligereza, de gracia y de. A g o s t o de 1 8 3 8 , y m u r i ó en 13 de J u l i o de 1883. F u é d i p u t a d o v a r i a s ve-
ces y s u f r i ó p e r s e c u c i ó n p o r s u s avanzadas i d e a s políticas. A u n d e s p u é s del
colorido poético (i), salvando así el escollo de lo prosaico t r i u n f o d e ellas v i v i ó e n b a s t a n t e o b s c u r i d a d y p o b r e z a , d e d i c a d o principal-
en que fácilmente naufraga el apólogo por su tendencia m e n t e á l a p r á c t i c a d e las v i r t u d e s d o m é s t i c a s y á e s c r i b i r libros de e d u c a -
c i ó n para la infancia. C a s i t o d a s s u s obras p e r t e n e c e n á este g é n e r o . A d e -
doctrinal. Pero además de sus fábulas, Rosas cultivó la
más d e s u s Fábulas, c o l e c c i o n ó sus poesías c o n el t í t u l o d e Hojas de rosa.
poesía lírica, propiamente dicha, si no con grande estro D i ó al t e a t r o b a s t a n t e s c o m e d i a s ( u n a de ellas c o n el t í t u l o de Sor Juana
ni mucha originalidad, con extremada suavidad y ter- Inés de la Cruz), p e r o a u n q u e apreciables y apreciadas no lo h a n s i d o t a n t o
c o m o s u s obras líricas. A l g u n a s de ellas s e r e g i s t r a n en la colección publi-
cada e n M a d r i d , 1879, p o r D . J u a n de D i o s P e z a , c o n el t í t u l o de La Lira
mexicana.
( i ) S o n palabras de A l t a m i r a n o e n el p r ó l o g o de estas Fábulas.
llermo Prieto é Ignacio Altamirano, sin cuyas obras es le faltó tiempo para acabar de manifestarla. Él era un
imposible darse cabal cuenta del nuevo rumbo que ha estudiante de Medicina, saturado del materialismo de
tomado la musa mexicana en los tiempos posteriores á las salas de disección, agresivo y feroz en su pomposo
la intervención y al Imperio. Los orígenes literarios de ateísmo de colegio (i), y al mismo tiempo un alma can-
Prieto se remontan mucho más allá: alcanzan'á la Aca- dorosa é*infantil, llena de ternuras y arrobamientos;
demia de San Juan de Letrán, donde alternó con idólatra de su madre, y enamoradísimo de su novia.
Carpió y Pesado y hasta con Quintana Roo, pero como Todo su escepticismo y su materialismo no bastaron á
Prieto, decano de las letras mexicanas, prosigue enri- defenderle de una funesta pasión amorosa, en la cual
queciéndolas con nuevas producciones sobre las varia- parece que se atravesaron misteriosas contrariedades
dísimas que en su azarosa vida ha dado á luz, no hay que, no encontrando resistencia en la absoluta falta de
más remedio que omitirle, á despecho de la cronología fe del poeta, le condujeron al suicidio á la temprana
literaria, y hablar de poetas mucho más jóvenes, pero edad de veinticuatro años. En aquel niño tan infeliz-
que pagaron ya á la muerte el común tributo. mente extraviado había el germen de un gran poeta.
Estos ingenios malogrados son principalmente dos No importa que la mayor parte de sus versos sean un
muy conocidos y populares ya en España, donde sus
obras comenzaron á penetrar, hará unos doce años, con ( i ) C o m o m u e s t r a de estas d e c l a m a c i o n e s , p u e d e citarse l a o d a á l a So-
ciedad Filoyatnca en su institución, ó la q u e c o m p u s o para c e l e b r a r la a p o t e o -
grande aplauso de la juventud literaria: Manuel Acuña
sis de un c ó m i c o , y e m p i e z a c o n e s t o s v e r s o s :
y Manuel María Flores, cantor el primero de las evolu-
¡Mentira el más allá! ¡Mentira el alma
ciones de la materia conforme al novísimo sentido de Oue el retroceso impuro
Hace nacer llenando lo futuro,
las escuelas naturalistas, y cantor el segundo de la pa- Del triste cementerio con la calma!
¡Engaño esa creación que el fanatismo
sión carnal sin reticencias ni velos. Uno y otro eran Hace brotar del último lamento
Que nos lleva al abismo!
poetas de verdad, y prescindiendo de los temas habitua- ¡Mentira ese ad terrorem que el convento
Lanza á la humanidad mezquina y necia
les de sus cantos, no hay duda que su temprana muerte
ha sido para la literatura mexicana una calamidad casi §ue, oyendo á la razón y al pensamiento
o abarca esa mentira y la desprecia!

irreparable. D e su a n t i e s p a ñ o l i s m o r a b i o s o , q u e le hacía e x c l a m a r c o m o g r a v e c a r g o

Hay de Acuña un tomo entero, del cual sólo pueden contra M é x i c o :


Aun hay algo de España en tu conciencia
sacarse en rigor dos ó tres composiciones dignas de los
honores de una Antología, pero éstas son tales, que pa- e s inútil h a b l a r , p u e s b i e n sabido es q u e los e s p a ñ o l e s , á pesar de lo v e t u s t o
y y a i n o f e n s i v o de n u e s t r a tiranía, c o n t i n u a m o s en q u i e t a y pacifica pose-
tentizan una genialidad lírica más potente que casi todo
s i ó n de s e r v i r d e cabeza de t u r c o á l o s p a t r i o t a s m e x i c a n o s , tan rendidos
lo que hasta ahora hemos visto en la poesía mexicana. a d m i r a d o r e s é i m i t a d o r e s , p o r el c o n t r a r i o , d e los franceses q u e les h i c i e r o n
Esta potencia no llegó á traducirse en acto sino de un la odiosa g u e r r a de i n t e r v e n c i ó n , y de l o s yankees q u e les d e s p o j a r o n de la
t e r c e r a p a r t e d e su .territorio.
modo muy incompleto, pero estaba en el poeta, y sólo
fárrago de vulgaridades enfáticamente dichas: antítesis M u r i ó : su apostolado
de alumno de retórica, v. gr. H i z o temblar e n su poder al fraile

Y o canto á A t e n a s enseñando á R o m a , E l pueblo s u y o , por el m o n j e opreso,


N o canto á R o m a conquistando á A t e n a s , E s c u c h ó la palabra del progreso

Sustituir el hogar al relicario, Es, pues, un modelo peligrosísimo, y por eso insisti-
Sustituir la v i o l e t a al incensario mos en sus defectos, que fueron los de toda la juventud
sin que falten, por supuesto, de su tiempo en México y en España, y que pueden ser
contagiosos para quien tome el desaliño y la incorrec-
L a cicuta del Sócrates profundo
ción por marca de genio. Ráfagas de genio tuvo Acuña,
Y la sangre del Cristo del Calvario
pero á mi entender sólo dos veces en su corta vida, y
E l sangriento puñal de los tiranos, las dos en el último año de ella. Son dos poesías en que
Y la máscara vil del fanatismo
puso toda la sustancia de su alma enferma y atormen-
el «sublime martirologio de la idea»; la «pupila augusta tada: una de amor, Nocturno; otra de materialismo dog-
de la historia», revuelto todo con imágenes tan desca- mático, Ante un cadáver. Esta última es una de las más
belladas como decir del hombre vigorosas inspiraciones con que' puede honrarse la poe-
sía castellana de nuestros tiempos. Acuña era tan poeta
P o l l u e l o de ese cóndor de lo obscuro
Q u e se llama el misterio que hasta la doctrina más áspera y desolada podía con-
vertirse para él en raudal de inmortales armonías. Sen-
Ni tuvo tiempo para educar su gusto, ni sus estudios, ex- tía aquel mismo género de embriaguez naturalista que
clusivamente dirigidos á las ciencias experimentales, le es el alma de la inspiración de Lucrecio y de la de Di-
permitieron adquirir el pleno dominio déla lengua poé- derot en el Sueño de D'Alembert. La materia no conce-
tica. La suya está afeada, no sólo por incorrecciones bida mecánicamente, sino de un modo dinámico, y
continuas y extraños cuanto inútiles neologismos {es- abarcándola en toda la plenitud y complejidad de sus
plendor aurora!} verbigracia), sino por composiciones desarrollos y evoluciones, no es sujeto refractario á la
de palabras que el genio de nuestro idioma rechaza, poesía, y puede existir y existe sin duda un género de
como el mártir-libertad, el espectro-co?iciencia, la luz- monismo poético, que tiene de poesía lo que tiene de
inmortalidad, el Dios-dulzura, el espacio-inteligenciat metafísica, menos distante que pudiera creerse, ya de
de donde resulta un estilo sobremanera bárbaro, al cual la concepción de Leibnitz, ya de la de Hegel, puesto
da los últimos toques la rechinante fraseología perio- que realmente esa materia parece viva y llena de almas,
dística: y su incesante ebullición como que se somete y disci-
Y" q u e hallemos en ti á la mujer fuerte plina á un proceso dialéctico. Á ese monismo, más
Q u e del obscurantismo se redime
que al materialismo tradicional de las escuelas médicas,
corresponden los extraños versos de Manuel Acuña,
que eran las habituales entre los jóvenes de su edad y
cuya naturaleza afectiva ha impreso además en ellos
de su generación: E s p r o n c e d a , Campoamor, Becquer,
muy imborrable huella:
quizá Ruiz Aguilera. Del primero tomó versos enteros
T ú sin a l i e n t o y a , d e n t r o de p o c o , como los «rizados copos de nevada espuma»; á imita-
V o l v e r á s á l a tierra y á s u s e n o ,
Q u e es de la v i d a u n i v e r s a l el f o c o . ción del segundo hizo doloras y pequeños poemas: sus
Y allí á la v i d a e n a p a r i e n c i a a j e n o , Hojas secas forman una especie de Lntermezzo como
E l p o d e r d e la l l u v i a y del v e r a n o
las Rimas de Becquer, y, por último, nos parece per-
Fecundará de gérmenes tu cieno.
Y al a s c e n d e r de la raíz al g r a n o ,
cibir en La Vida del campo un remedo de la inofensiva
Irás del v e g e t a l á s e r t e s t i g o parodia bucólica que Aguilera tituló La Arcadia Mo-
E n el l a b o r a t o r i o s o b e r a n o .
derna. Sólo á Zorrilla no quiso imitar jamás Acuña,
Tal vez para v o l v e r cambiado en t r i g o
A l triste h o g a r d o n d e la triste e s p o s a antes le trata con irritante desdén y notoria irreveren-
Sin e n c o n t r a r u n p a n s u e ñ a c o n t i g o . cia (i).
E n t a n t o q u e las g r i e t a s de t u fosa
Muy diverso poeta es Manuel M. Flores. No era in-
V e r á n alzarse de s u f o n d o a b i e r t o
L a larva convertida en mariposa, crédulo como Acuña, pero dió culto ferviente á la poe-
Q u e e n los e n s a y o s de s u v u e l o i n c i e r t o , sía erótica en sus manifestaciones más cálidas y menos
I r á al l e c h o i n f e l i z d e t u s a m o r e s
ideales. E l amor de Acuña, castísimo en la expresión
A llevarle tus ósculos de muerto
y vehementemente apasionado, el amor trágico y más
Los versos á Rosario, que llevan el título de Noc- poderoso que la muerte, es sin duda más poético que
turno, y son probablemente los últimos que compuso la voluptuosa languidez, la enervadora molicie que res-
el desventurado Acuña, esconden en cifra la historia piran los versos de Flores, y que para todo espíritu viril
de sus tristísimos amores, y aunque muy incorrectos, llega á ser empalagosa, como lo es en nuestro Arólas,
tienen toda la vehemencia y toda la angustia del mo- uno de los pocos poetas francamente carnales que tene-
mento supremo: es poesía que no puede leerse sin cierto mos en nuestro Parnaso, que es honrosa excepción en
terror y tras de la cual se adivina el próximo naufragio esta parte entre todos los modernos. Dígase lo que se
de la conciencia moral del poeta. Ante estas dos sober- quiera de la influencia del clima y del temperamento, la
bias inspiraciones se oscurecen todas las restantes suyas, poesía española, aun en los países tropicales á donde ha
pero hay bellos rasgos de sentimiento en algunas otras,
como Entonces y hoy, Lágrimas, Adiós , y tampoco •
( i ) N a c i ó M a n u e l A c u ñ a en la ciudad del S a l t i l l o , capital del E s t a d o d e
carecen de mérito los versos humorísticos, aunque ten- C o a h u i l a , el 27 de A g o s t o de 1849. E n 1865 f u é á M é x i c o , y se matriculó
gan más de fáciles que de chistosos. En todo lo demás, e n la E s c u e l a de M e d i c i n a . F u n d ó la s o c i e d a d literaria Netzahualcóyotl, y
dió á las tablas u n d r a m a c o n el t í t u l o de El Pasado. S e s u i c i d ó e n 6 de D i -
como sucede siempre en las colecciones de poetas muy c i e m b r e de 1 8 7 3 . H a y varias e d i c i o n e s del t o m o de sus p o e s í a s . L a que
jóvenes, son visibles las reminiscencias de sus lecturas, t e n g o á l a v i s t a e s la de P a r í s , 1885 ( G a r n i e r ) .
/

sido transplantada, conserva su castidad nativa, y rara


poeta de segundo orden, un mero poeta erótico en la
vez se abate á tan vil tarea como la expresión del deleite
acepción menos noble del vocablo, no porque en sus
sensual por el deleite mismo: expresión que las más ve-
versos haya torpezas ni obscenidades (que esto ya no
ces no es signo de vigoroso temperamento, sino de pre-
pertenecería á la poesía en modo alguno, ni habría que
coz impotencia, lujuria de la cabeza más que de los sen-
hablar de ello), sino porque en sus elegías no se respira
tidos. Y todavía si algún poeta americano ha pecado en
otra cosa que la atmósfera tibia y perfumada del de-
esto-, no son los de lengua castellana, sino los de lengua
leite, y esto hasta en las imprecaciones y en las quejas:
portuguesa. Sólo en la literatura brasileña se encuen-
hasta la tristeza es aquí lasciva.
tran versos de erotismo desenfrenado como los de A l -
vares de Azevedo, Casimiro de Abreu, Junqueira Freire, Deshojaste la flor de mil amores
Fagundes Varela, de los cuales dice Teófilo Braga, que P o r ceñir á tus sienes
L a corona nupcial E n t r e las flores
«el ardor explosivo de la pasión amorosa, la lubricidad Castas del azahar , tu linda f r e n t e
de las imágenes, la seducción voluptuosa del pensa- Has e s c o n d i d o , todavía caliente
D e l beso v o l u p t u o s o
miento, revelan la sangre del mestizo devorado por las
D e tu amante de a y e r ¿ Q u é importa eso?
llamas del deseo». E s t a noche, en el t á l a m o , el esposo
S u huella borrará c o n otro beso.
En el estudio de las obras de tales poetas, á los cuales
cuadraría bien por divisa la palabra uror, que un insigne
Trátase, pues, de una poesía afeminada como la de
vate mexicano puso por epígrafe de sus preciosas Ama-
Ovidio, criada entre besos y caricias, y cuya blanda
polas, parece haberse formado el autor de las Pasiona-
morbidez de expresión no disimula en nada la lascivia
rias, que tal es el título que á sus versos de amor dio
del fondo. Pasan páginas y páginas, y el lector menos
Flores. Ninguna otra influencia se trasluce en sus versos
severo y morigerado acaba por aburrirse y ofenderse
sino ésta, y no por semejanza de forma, sino por identi-
de tanto chasquido de besos:
dad de sentimientos, ó más bien de sensaciones predi-
lectas. Á Alfredo de Musset le leyó mucho y aun le tra- U n solo beso el corazón invoca,
dujo algo, y es sin duda el poeta erótico del viejo mundo Q u e la dicha de dos m e mataría.
¡ U n beso nada m á s ! Y a su p e r f u m e
que más se le parece, pero lo que Alfredo de Musset
E n mi alma d e r r a m á n d o s e , la embriaga,
tiene de gran poeta no es la calentura sensual, sino la Y mi alma por tu beso se c o n s u m e
grandeza de la pasión, que le hace entrever los más Y p o r mis labios impaciente vaga.
¡Júntese con la t u y a ! Y a no p u e d o
hondos misterios del dolor humano, y levantarse á una
L e j o s tenerla de tus labios r o j o s
esfera trascendental y casi religiosa desde el estercolero ¡ Pronto! ¡ dame tus labios ! ¡ T e n g o miedo
de la orgía en que nos muestra sus llagas. Flores no D e v e r tan cerca tus divinos ojos!
H a y un c i e l o , m u j e r , en tus abrazos;
tiene nada de esto, ó tiene muy poco, y por eso es un S i e n t o de dicha el corazón opreso
¡ O h ! sostenme en la vida de tus brazos
N u e s t r o s libres amores del desierto.
Para q u e no me mates con t u b e s o
L o s labios de los dos con f u e g o impresos,
Se dicen el secreto de las almas;
Q u e por sentir en mi dichosa frente
Después desmayan lánguidos los besos
T u dulce labio con pasión i m p r e s o ,
Y á la sombra quedamos de las palmas.
T e diera y o , con mi v i v i r presente,
T o d a mi eternidad p o r sólo un beso. No diré que sean intachables estos versos, que tomo
Sólo quien haya tenido paciencia para aguantar se- de la composición titulada Bajo las palmas, pero así
guida la lectura de los diez y nueve Basta del holandés en ella como en la que se denomina Eva, está lo mejor
Juan Segundo, podrá complacerse en un género que y más característico de Flores, que sin ser gran poeta,
por su esencia está condenado á ser la monotonía mis- es un poeta brillantísimo, y muy superior á Acuña en
ma. Lo único que en Flores le anima y realza es el pai- correción y en gusto. Puede decirse que la imagen de su
saje, la selva americana, descrita con pródiga y opu- Musa ha quedado trazada por el mismo poeta en estos
lenta fantasía, que en algún modo recuerda la de Zo- versos suyos, tan celebrados y tan dignos de serlo:
M o r e n a p o r el sol del M e d i o d í a
rrilla en sus descripciones de los cármenes granadinos.
Q u e en llama de oro fúlgido la baña,
E s la agreste beldad del alma mia,
A l l á en la soledad, e n t r e las flores, L a rosa tropical de la montaña.
N o s amamos sin fin á cielo abierto,
Dióle la selva su belleza a r d i e n t e ,
Y tienen nuestros férvidos a m o r e s
Dióle la palma su gallardo talle:
L a inmensidad soberbia del desierto. E n su pasión hay algo del t o r r e n t e
Q u e se despeña desbordado al valle.
Y tiene el bosque v o l u p t u o s a sombra, Sus miradas son luz, n o c h e s u s ojos,
Profundos y selvosos laberintos, L a pasión en su rostro centellea,
Y grutas perfumadas, c o n alfombra Y late el beso entre sus labios r o j o s
D e eneldos y tapices de jacintos. Cuando desmaya su pupila hebrea ( i ) .
Y palmas de soberbios abanicos
Mecidas por los vientos sonorosos, Aunque estos dos poetas sean de ayer, comienzan ya
A v e s salvajes de carnosos picos
á pertenecer á la historia. Las cosas van tan de prisa en
Y lejanos torrentes caudalosos.
L o s naranjos en flor que nos g u a r e c e n América, que la alentada y briosa generación literaria
P e r f u m a n el a m b i e n t e , y en su alfombra que vino á la escena después de la caída del Imperio, y
U n tálamo los musgos nos ofrecen
De las gallardas palmas á la sombra.
que se había formado principalmente con las obras de
P o r pabellón tenemos la t e c h u m b r e Víctor Hugo y demás corifeos del romanticismo fran-
D e l azul de los cielos soberano,
Y por antorcha de h i m e n e o la l u m b r e
( i ) N a c i ó F l o r e s en el valle de San A n d r é s , á la falda occidental del O r i -
D e l espléndido sol americano.
zaba en 1840, y m u r i ó c i e g o en estos últimos años. V é a s e el Discurso q u e , en
Y se oyen bramadores los torrentes elogio s u y o l e y ó D . F . Soca en el Liceo Mexicano el i . ° de Junio de 1885.
Y las aves salvajes en concierto, H a y varias ediciones de sus Pasionarias, con un prólogo de D . Ignacio María
E n tanto celebramos indolentes A l t a m i r a n o : la última es de París, por G a m i e r , en este mismo año de 1892.
cés, comienza ya á ser sustituida por un brillante grupo
de poetas jóvenes, que traen ideales artísticos muy di-
versos, y en los cuales, por lo poco que á mí ha llegado
de sus obras, parece que predomina el gusto de los par- III.
nasianos franceses y de algunos modernos poetas italia-
AMÉRICA CENTRAL.
nos. ¡Ojalá que tal tendencia, favorable siempre á la
pulcritud y al esmero en la técnica, no degenere, como
en Francia ha degenerado, en pueril dilettantismo, y Bajo este nombre se incluyen, como es sabido, las
que al seguirla, los novísimos poetas americanos acier- cinco Repúblicas de Guatemala, Honduras, Nicaragua,
ten á conciliaria con lo que de ellos exige la tradición Costa Rica y El Salvador, cuyo territorio corresponde
poética española, y con el respeto á las grandes y pri- al de la antigua Audiencia y Capitanía General de Gua-
mitivas fuentes de toda poesía! (i). temala, separado de la Madre Patria, sin excisión ni lu-
cha, en 1821: vasta región, de inmensa importancia
geográfica, que «se extiende como un puente gigantesco
( i ) E r a mi objeto dar en esta nota una lista de los poetas mexicanos q u e
levantado entre los Océanos Atlántico y Pacífico para
o m i t o por considerarlos vivos, pero l u e g o he reflexionado que este trabajo unir los grandes continentes del Norte y del Sur del
estaba m u y expuesto á sensibles omisiones, y he desistido de él. Unica- Nuevo Mundo» (i). La historia literaria de estos países
mente debo advertir, que no he incluido en esta colección á la excelente
poet.sa Isabel P r i e t o de Landázuri, q u e falleció en H a m b u r g o en 1876 pues ha sido mucho menos estudiada hasta el presente que
aunque mexicana por adopción, había nacido en España, en Alcázar de San su historia política: los más antiguos escritores guate-
Juan. D e otra poetisa, llamada D o l o r e s Guerrero, que falleció en 1858 co-
nozco algunos versos apasionados, incorrectos y demasiado íntimos que, á
maltecos andan revueltos con los mexicanos en la Bi-
la verdad, no m e han parecido d i g n o s de figurar en una colección donde blioteca de Beristain, y por mexicano pasa en el con-
van los de sor Juana Inés de la C r u z . E n B o g o t á se ha publicado un t o m o cepto de muchos el más importante de todos ellos,
entero de Poetisas mexicanas (Imprenta de J. J. Pérez, 1889), donde podrá
satisfacer su curiosidad el aficionado á la literatura femenina. contribuyendo á tal confusión el título mismo de su
M é x i c o ha sido visitada en este siglo por bastantes poetas españoles, q u e
obra (2).
han escrito y publicado allí algunas de sus obras. A d e m á s de Zorrilla h a v
q u e recordar á García G u t i é r r e z , q u e residió algún t i e m p o en M é r i d a de
Yucatán, e hizo representar é imprimió allí tres dramas en 1844 y 1 8 4 , ( 1 ) M . M . Peralta, Costa Rica, Nicaragua y Panamá en el siglo x v i , pág. 7.
La Mujer valerosa Los Alcades de Valladolid y E, Secreto del Ahorcado, y es- (2) Para comodidad de quien en lo f u t u r o emprenda un trabajo especial
cribió también El Duende de Valladolid, tradiciónyucateca. sobre este punto, notaré los nombres de los centroamericanos comprendidos
Y aunque no fuese la poesía su vocación principal, seria grande injusticia en Beristain, c u y a obra, como es sabido, carece de indices.
omitir el n o m b r e del escritor montañés D . A n s e l m o de la Portilla, q u e con- Acuña (D. Esteban), Aguirre (D. Luis Pedro), Alarcón (Fr. Francisco),
t r i b u y o mas q u e nadie á la reconciliación moral y literaria de españoles y A l o n s o ( F r . Juan), A l v a r e z T o l e d o ( F r . Juan Bautista), A n g u l o ( F r . L u i s ) ,
mexicanos, y q u e ha dejado en aquella República un n o m b r e de los más ve- A n l e o ( F r . B a r t o l o m é ) , A r é vaio ( F r . B e r n a r d i n o ) , A r i a s ( P . A n t o n i o ) , A r o -
c h e n a ( F r . A n t o n i o ) que dejó manuscrito un Catàlogo y tioticia de los escrito-
tores del orden de San Francisco de la provincia de Guatemala con tres indices:
u n o de los que escribieron en latín;otro de los que escribieron en castellano, y el
cés, comienza ya á ser sustituida por un brillante grupo
de poetas jóvenes, que traen ideales artísticos muy di-
versos, y en los cuales, por lo poco que á mí ha llegado
de sus obras, parece que predomina el gusto de los par- III.
nasianos franceses y de algunos modernos poetas italia-
AMÉRICA CENTRAL.
nos. ¡Ojalá que tal tendencia, favorable siempre á la
pulcritud y al esmero en la técnica, no degenere, como
en Francia ha degenerado, en pueril dilettantismo, y Bajo este nombre se incluyen, como es sabido, las
que al seguirla, los novísimos poetas americanos acier- cinco Repúblicas de Guatemala, Honduras, Nicaragua,
ten á conciliaria con lo que de ellos exige la tradición Costa Rica y El Salvador, cuyo territorio corresponde
poética española, y con el respeto á las grandes y pri- al de la antigua Audiencia y Capitanía General de Gua-
mitivas fuentes de toda poesía! (i). temala, separado de la Madre Patria, sin excisión ni lu-
cha, en 1821: vasta región, de inmensa importancia
geográfica, que «se extiende como un puente gigantesco
( i ) E r a mi objeto dar en esta nota una lista de los poetas mexicanos q u e
levantado entre los Océanos Atlántico y Pacífico para
o m i t o por considerarlos vivos, pero l u e g o he reflexionado que este trabajo unir los grandes continentes del Norte y del Sur del
estaba m u y expuesto á sensibles omisiones, y he desistido de él. Unica- Nuevo Mundo» (i). La historia literaria de estos países
mente debo advertir, que no he incluido en esta colección á la excelente
poetisa Isabel P r i e t o de Landázuri, q u e falleció en H a m b u r g o en 1876 pues ha sido mucho menos estudiada hasta el presente que
aunque mexicana por adopción, había nacido en España, en Alcázar de San su historia política: los más antiguos escritores guate-
Juan. D e otra poetisa, llamada D o l o r e s Guerrero, que falleció en 1858 co-
nozco algunos versos apasionados, incorrectos y demasiado íntimos que, á
maltecos andan revueltos con los mexicanos en la Bi-
la verdad, no m e han parecido d i g n o s de figurar en una colección donde blioteca de Beristain, y por mexicano pasa en el con-
van los de sor Juana Inés de la C r u z . E n B o g o t á se ha publicado un t o m o cepto de muchos el más importante de todos ellos,
entero de Poetisas mexicanas (Imprenta de J. J. Pérez, 1889), donde podrá
satisfacer su curiosidad el aficionado á la literatura femenina. contribuyendo á tal confusión el título mismo de su
M é x i c o ha sido visitada en este siglo por bastantes poetas españoles, q u e
obra (2).
han escrito y publicado allí algunas de sus obras. A d e m á s de Zorrilla h a y
q u e recordar á García G u t i é r r e z , q u e residió algún t i e m p o en M é r i d a de
Yucatán, e hizo representar é imprimió allí tres dramas en 1844 y 1 8 4 , ( 1 ) M . M . Peralta, Costa Rica, Nicaragua y Panamá en el siglo x v i , pág. 7.
La Mujer valerosa Los Alcades de Val/adolid y Ec Secreto del Ahorcado, y es- (2) Para comodidad de quien en lo f u t u r o emprenda un trabajo especial
cribió también El Duende de Valladolid, tradiciónyucateca. sobre este punto, notaré los nombres de los centroamericanos comprendidos
Y aunque no fuese la poesía su vocación principal, seria grande injusticia en Beristain, c u y a obra, como es sabido, carece de índices.
omitir el n o m b r e del escritor montañés D . A n s e l m o de la Portilla, q u e con- Acuña (D. Esteban), Aguirre (D. Luis Pedro), Alarcón (Fr. Francisco),
t r i b u y o mas q u e nadie á la reconciliación moral y literaria de españoles y A l o n s o ( F r . Juan), A l v a r e z T o l e d o ( F r . Juan Bautista), A n g u l o ( F r . L u i s ) ,
mexicanos, y q u e ha dejado en aquella República un n o m b r e de los más ve- A n l e o ( F r . B a r t o l o m é ) , A r é vaio ( F r . B e r n a r d i n o ) , A r i a s ( P . A n t o n i o ) , A r o -
c h e n a ( F r . A n t o n i o ) que dejó manuscrito un Catàlogo y tioticia de los escrito-
tores del orden de San Francisco de la provincia de Guatemala con tres indices:
u n o de los que escribieron en latín;otro de los que escribieron en castellano, y el
lificado principio á la cultura literaria de Guatemala
El conquistador Pedro de Alvarado; el Obispo de
con sus obras catequísticas é historiales. Pero de los
Chiapa, Fr. Bartolomé de las Casas; el Muntaner de la
orígenes de la poesía y de la amena literatura tenemos
conquista americana, Bernai Díaz del Castillo, el apos-
muy escasas noticias. El más antiguo poeta, cuyo nom-
tólico varón Fr. Pedro de Betanzos, y el incomparable
bre hallamos, es D. Pedro de Liébana, deán de la cate-
prelado D. Francisco Marroquín, dan honrosísimo y ca-
dral de Guatemala, de quien se leen dos sonetos en el
manuscrito de la Silva de poesía, de Eugenio de Sala-
último de los que escribieron en lengua délos indios. A r r e c e ( D . P e d r o ) , A r r i v i - zar, que antes de ir de Oidor á la Audiencia de México,
llaga (P. A l o n s o ) , A v i l é s ( F r . E s t e b a n ) , A z p e i t i a ( P . Ignacio), B a r c a ( F r a y
Joaquín de la), Batres ( l i m o . Sr. D . Juan), Becerra ( F r . Francisco), B e r r í o
había sido Fiscal de la de Guatemala, por losaños de 1580,
y V a l l e ( D . Juan), B e t a n c u r ( F r . A l o n s o ) , B e t a n c u r ( F r . R o d r i g o de Jesús), y que fecha desde allí algunas de sus composiciones.
Caballero ( F r . Ignacio), Cáceres ( P . A n t o n i o ) , Cadena ( F r . Carlos), Cadena
Una de ellas es cierto soneto encomiástico «al libro de
(Fr. Felipe), Cagiga y Rada (D. Agustín), Campas (D. Antonio Rodríguez),
C a m p o Ribas ( D . Manuel), Cañas ( P . B a r t o l o m é ) , Cárdenas ( F r . Juan), las obras llenas de doctrina, erudición y gala del ilustre
Cárdenas ( F r . Pedro), Carracedo (D. Juan), Carrasco del Saz ( D . Fran- poeta D. Pedro de Liébana», de quien sentimos no po-
cisco), Castro ( F r . P e d r o ) , Cid ( F r . Juan de Dios), San Cipriano ( F r . Sal-
vador de), Cordero ( F r . Juan), C ó r d o b a ( F r a y Matías), Corral ( D . Felipe
der dar más individual noticia, si su mérito correspondía
R u i z ) , C o t o (Er. T h o m á s ) , Dávalos ( F r . L u i s ) , Dávila ( F r . A n t o n i o ) , D i - á los extraordinarios encarecimientos de sus panegi-
g h e r o ( F r . M i g u e l ) , Santo D o m i n g o ( F r . García d e ) , E c h e v e r s ( D . F r a n -
ristas:
cisco), Enriquez ( D . A l o n s o ) , Espino ( F r . F e r n a n d o ) , Figueroa ( F r . A n t o -
n i o ) , F i g u e r o a ( F r . Francisco), F l o r e s ( F r . A l o n s o ) , Flores ( D . J o s é ) , F u e n t e
Jardín de mil lindezas adornado,
( F r . D i e g o José), F u e n t e s G u z m á n ( D . Francisco A n t o n i o ) , G u e v a r a ( d o n
Floresta llena de preciosas flores,
Baltasar L a d r ó n d e ) , Iriondo ( F r . J o s é ) , Itúrbide ( D . M i g u e l M a r í a ) , Itúrbide
P i n t u r a de vivísimos colores,
( F r . P e d r o ) , San José ( F r . Baltasar d e ) , Juarros ( D . D o m i n g o ) , L a n d i v a r
J o y e l de esmaltes ricos esmaltado:
( P . Rafael), Larrainaga (D. M i g u e l ) , L e t o n a (D. Manuel), L l a n a ( F r . Ignacio),
Palacio donde se han aposentado
L o b o ( F r . M a r t í n ) , L u q u e B u t r ó n ( D . Juan), Madre de D i o s ( F r . A m b r o s i o
L a s Musas con s u s dotes y primores;
de la), Maldonado ( F r . F r a n c i s c o ) , M á r q u e z y Zamora ( D . F r a n c i s c o ) , Mel-
T o r r e donde M i n e r v a sus valores
g a r e j o ( D . A m b r o s i o ) , Melián ( F r . P e d r o ) , M e l ó n ( D . Sebastián), Mesicos y
Y sus tesoros ha depositado.
C o r o n a d o ( D . Carlos), Mendoza ( F r . A n t o n i o ) , M e n d o z a ( F r . Juan), M o -
lina (Fr. A n t o n i o ) , M o n e v a de la C u e v a ( D . B a s i l i o ) , M o n r o y ( F r . José),
M o n t a l v o ( D . Francisco A n t o n i o ) , M o r a l e s ( F r . Blas), M o r c i l l o ( F r . F r a n - De otro ingenio, al parecer andaluz, que residió en
cisco), M o r e r a ( F r . José), N ú ñ e z F e s u ñ o ( D . F r a n c i s c o ) , N ú ñ e z ( F r . R o - Guatemala á fines del siglo x v i , nos ha dejado memoria
que), O r e ñ a ( D . Baltasar), O r o z c o ( D . D i e g o L ó p e z ) , Padilla ( D . Juan
J o s é ) , Paniagua ( F r . N i c o l á s ) , P a z ( F r . A l v a r o ) , Paz Salgado ( D . A n t o n i o ) ,
Miguel de Cervantes en el Canto de Calíope, y en el
P a z Quiñones ( F r . F r a n c i s c o ) , P a z ( D . Nicolás), Pineda y Polanco (don
Blas), Portillo ( P . A t a n a s i o ) , P r a d o ( F r . José), Q u i ñ o n e s E s c o b e d o ( F r a y sin ( P . C l e m e n t e ) , T a r a c e n a ( D . Manuel), Tobilla (Fr. Pedro), T o s t a (don
Francisco), Q u i r ó s ( F r . Juan), R a m í r e z U t r i l l a ( F r . A n t o n i o ) , R a m í r e z de Bonifacio), U g a r t e (P. Juan), Umpierres (Fr. José), Valtierra (P. A n t o n i o ) ,
Arellano ( D . Juan), Reinoso ( F r . D i e g o ) , R e n d ó n ( D . Francisco), R e t e s Valtierra (P. Fernando), Valtierra ( P . Manuel), Varona y Loaiza (D. Jeró-
( D . José V i c t o r i a ) , R i b a A g ü e r o ( D . F e r n a n d o ) , R i v a s G a s t e l u ( F r . D i e g o ) , nimo), V á z q u e z ( F r . Francisco), V á z q u e z Molina (Fr. Juan), V e l a s c o (Fray
R í o ( F r . Francisco), Rodas ( F r . A n d r é s ) , R u i z ( F r . D o m i n g o ) , Salazar José), V e l á z q u e z ( P . Andrés), X i m é n e z (Fr. José), Zapiain ( F r . P e d r o ) , Z e -
( F r . Juan José), Salcedo ( F r . F r a n c i s c o ) , Sánchez ( F r . J a c i n t o ) , Saz ( F r a y peda ( P . José), Zeballos ( F r . A g u s t í n ) , Zeballos Villa G u t i é r r e z (D. Igna-
A n t o n i o del), Sicilia y M o n t o y a ( D . Isidoro), S o t o m a y o r ( F r . P e d r o ) , Sump- cio), Z ú ñ i g a (Fr. D o m i n g o ) .

le
Viaje del Parnaso. Llamóse Juan de Mestanza; de él
Aguila; el P. Antonio Cáceres trató el mismo asunto
se lee en el primero de estos poemas laudatorios:
bajo la alegoría de Ciprés; el P. Fernando Valtierra
¡ O h tú, que al patrio Betis has tenido •bajo el emblema de Fénix; el estudioso cronista descen-
L l e n o de envidia, y con razón quejoso
D e q u e otro cielo y otra tierra han sido
diente de Bernal Díaz del Castillo, D. Francisco Anto-
T e s t i g o s de tu canto numeroso! nio de Fuentes y Guzmán, que había titulado á su histo-
A l é g r a t e , q u e el n o m b r e esclarecido
ria de Guatemala Recordación florida, compuso además
T u y o , Juan de Mestanza generoso,
Sin segundo será por todo el suelo la Limosna política, El Milagro de la América, ó des-
M i e n t r a s diere su l u z el grato cielo. cripción en verso de la catedral de la misma ciudad,
una Vida de Santa Teresa en coplas castellanas, y una
E l otro cielo y la otra tierra á que se alude, eran el descripción, también en verso, de las fiestas con que
cielo y tierra de Guatemala, según se declara en el Viaje se celebró el cumpleaños de Carlos II en 1675 (1).
del Parnaso (1614). E l gusto crespo y enmarañado duraba todavía en el
L l e g ó Juan de Mestanza, cifra y suma
-segundo tercio del siglo pasado, como es de ver en
D e tanta erudición, donaire y gala, las Lágrimas de Aganipe, que el abogado D. Manuel
Q u e no hay muerte ni edad que la consuma.
•de Taracena publicó en 1766, deplorando la muerte del
A p o l o le arrancó de Guatemala,
Y le t r u j o en su ayuda, para ofensa
jesuíta Villafañe, asesinado en la cárcel de Guatemala
D e la canalla en todo e x t r e m o mala. por un negro á quien ayudaba á bien morir. Como imi-
tador de D. Diego de Torres logró cierta fama otro abo-
D e los 131 escritores centro-americanos (en su ma- gado guatemalteco, D. Antonio Paz Salgado, de quien
yor parte guatemaltecos, y muchos de ellos franciscanos) Beristain cita varios opúsculos. Verdades de grande
que, salvo error, hemos contado en la Biblioteca de Be- importancia para todo género de personas (1751), El
ristain, sólo hay unos quince poetas; escaso número para mosqueador ó abanico con visos de espejo para ahu-
tres siglos; mucho más si se considera que la mayor yentar y representar todo género de tontos y majade-
parte no son más que versificadores de circunstancias. ros (1742). Pudieran añadirse otros nombres obscuros,
Pertenecientes casi todos á los peores días de los si- como el del dominico Fr. Felipe Cadena, que imprimió
glos XVII y X V I I I , fácil es imaginar cuál será el gusto
predominante en sus composiciones. E l jesuíta Alonso
( 1 ) L a ha reproducido el Sr. D. Justo Zaragoza al fin del primer tomo de
de Arrivillaga escribió Certamen poético latino y caste-
la Recordación florida (páginas 435 y 4 5 1 ) , publicada por la Biblioteca de
llano en honor del recién nacido Niño Jesús, bajo la Americanistas en 1882. E l titulo de la rarísima edición original impresa en
alegoría de Esculapio; otro jesuíta, el P. Ignacio de Guatemala, por Joseph de Pineda Ibarra,en 1 6 7 5 , e s Fiestas Reales, sus genia-
les diasy festivas pompas celebradas a felicísimos trece años, que se le contaron á
Azpeitia, Certamen poético en honor del recién na- 1a Majestad de nuestro Rey y Señor D. Carlos II..... L a relación está en quinti-
cido infante Jesús, representado^ bajo la figura del llas con una dedicatoria en redondillas.
en 1779 un Acto de contrición en verso castellano, el del
poco entienden ni leen los antiguos que, sin embargo,
franciscano Fr. Juan de Dios Cid, el del jesuíta P. Ata-
toman por punto de comparación para declarar tarea ab-
nasio Portilla, autor de elegías y odas latinas; sin contar
surda y pueril todo empeño de imitarlos. Pero el hom-
con los que poetizaron en lenguas indígenas, y aun
bre de gusto y de cultura clásica, distingue muy fácil-
hicieron en ellas algún ensayo dramático. Pero hablan-
mente entre los poemas de centón y de taracea, llamados
do con todo rigor, la poesía en Guatemala no comienza
versos de colegio, que no pueden tener más valor que el
sino con el P. Rafael Landívar y con fray Matías de
de una gimnasia más ó menos útil, y cuyo abuso puede
Córdoba.
ser pernicioso, y los versos latinos verdaderamente poé-
Si es cierto, como lo es sin duda, que en materias lite-
ticos compuestos por insignes vates que eran al mismo
rarias importa la calidad de los productos mucho más
tiempo sabios humanistas, y que acostumbrados á pen-
que el número, con Landívar y con José Batres tiene
sar, á sentir, á leer en lengua extraña, que no era para
bastante Guatemala para levantar muy alta la frente
ellos lengua muerta, sino viva y actual, puesto que ni
entre las regiones americanas. El P . Landívar, autor de
para aprender, ñipara enseñar, ni para comunicarse con
la Rusticcitio mexicana, es uno de los más excelentes
los doctos usaban otra, encontraron más natural, más
poetas que en la latinidad moderna pueden encontrarse.
fácil y adecuado molde para su inspiración en la lengua
Si desechando preocupaciones vulgares, damos su de-
•de Virgilio, que en la lengua propia, sin que para eso
bido aprecio á un arte, no ciertamente espontáneo ni
:les fuera menester zurcir retales de la púrpura ajena,
popular, pero que puede en ocasiones nacer de una ins-
-puesto que poseían absoluto dominio del vocabulario y
piración realmente poética; si admitimos, como no pue-
de la métrica, y el espíritu de la antigüedad se había
de menos de admitir quien haya leído á Poliziano, á
confundido en ellos con el estro propio, hasta hacerlos
Fracastorio y á Pontano, que cabe muy fresca y juvenil
más ciudadanos de Roma que de su patria. Angelo Po-
poesía en palabras de una lengua muerta: si tenemos
liziano, por ejemplo, es mucho más poeta en latín que
además en cuenta el mérito insigne aunque secundario
en italiano. Y quien diga que el poema De la Sífilis, de
de la dificultad vencida, y los sabios primores de una
Fracastor, ó la Cristiada y la Poética, de Vida, ó los
técnica ingeniosa, no tendremos reparo alguno en reco-
Pesos, de Juan Segundo, son poesía arcaica, fría y de
nocer asombrosas condiciones de poeta descriptivo al
escuela, dirá una necedad solemnísima, y probará que no
P . Landívar, á quien, en mi concepto, sólo faltó haber
tiene gusto ni entendimiento de poesía.
escrito en lengua vulgar, para arrebatar la palma en este
A l género de la poesía neolatina de verdad perte-
género á todos los poetas americanos, sin excluir acaso
nece la Rusticatio, del P . Landívar, que es entre los
al cantor de La Agricultura en la zona tórrida. De los
innumerables versificadores elegantes que la Compañía
versos latinos modernos hablan mal sin distinción todos
de Jesús ha producido, uno de los rarísimos á quienes
los que no los entienden ni pueden leerlos, como tam-
•en buena ley no puede negarse el lauro de poeta. N o
porque en lo esencial dejen de pertenecer sus versos á
gaza, con lo cual podremos también, aunque indirecta-
la escuela descriptivo-didáctica que por excelencia lla-
mente, dar entrada en esta colección al autor de los
mamos jesuítica, y á la cual se deben tantos ingeniosos,
Murmurios de la Selva, que es sin contradicción uno
caprichos métricos sobre el té y el café, sobre la pólvora,
de los más acrisolados versificadores clásicos que hoy
sobre el imán, sobre los terremotos, sobre los reloj es,,
honran las letras españolas.
sobre el arte de la conversación, sobre las bodas de las
La Musa del P . Landívar es la de las Geórgicas, re-
plantas, sobre el gusano de seda, sobre la caza y la pesca,,
mozada y transferida á la naturaleza americana. Pero
sobre los cometas y el arco iris, sobre la aurora boreal,
aunque Virgilio sea su modelo, y una gran parte del
sobre el barómetro, sobre el juego de ajedrez, y hasta
libro merezca el nombre de Geórgicas americanas, no
sobre el agua de brea, sino porque en pocos, en muy
se ha de creer que la Rusticatio sea un poema de mate-
pocos de los hábiles artífices que trabajaron tales poe-
ria puramente agrícola, como los cuatro divinos libros
mas, ni siquiera en Rapín y en Vaniére, descubrimos,
de Virgilio. La Rusticatio, que está dividida en quince
inspiración tan genial y tan nueva, riqueza tan grande
libros con un apéndice, abarca mucho más, y es una
de fantasía descriptiva, y una tal variedad de formas y
total pintura de la naturaleza y de la vida del campo en
recursos poéticos como la que encontramos en el amení-
la América Septentrional: vasto y riquísimo conjunto
simo poema del P. Landívar. Desde que casi en nuestra
de rarezas físicas y de costumbres insólitas en Europa.
infancia leímos algunos versos de este poema en una de
La novedad de la materia, por una parte, contrastando
las notas que pone Maury á su espléndido canto de
con lo clásico de la forma y obligando al autor á mil in-
La Agresión británica, entramos en gran curiosidad
geniosos rodeos y artificios de dicción para declarar
de adquirir y leer la Rusticatio, deseo que sólo se nos
cosas tan extraordinarias, y por otra el sincero y fer-
cumplió bastantes años después, por ser libro difícil
viente amor con que el poeta vuelve los ojos á la patria
de hallar aun en Italia, donde se imprimió dos veces
ausente y se consuela con reproducir minuciosamente
durante el destierro de su autor con los demás hijos
todos los detalles de aquella Arcadia para él perdida,
de la Compañía. H o y nos complacemos en tributarle
empeñan poderosamente la atención de quien comienza
aquí el elogio que estimamos justo, lamentando sólo que
á leer la Rusticatio, desde la sentida dedicatoria á la ciu-
la lengua en que está escrito nos impida presentar en el
dad de Guatemala, y luego creciendo el interés y la ori-
texto de la Antología ninguna muestra de esta poesía
ginalidad de canto en canto, van apareciendo á nuestros
tan genuinamente americana. Pero ya que no en su texto
ojos, como en vistoso y mágico panorama, los lagos de
original, que aquí no tiene cabida, algo verán de la Rus-
México, el volcán de Xorullo, las cataratas de Guate-
ticatio nuestros lectores en la magistral versión parafrás-
mala; los alegres campos de Oaxaca; la labor y el bene-
tica.que del primer canto relativo á los Lagos ha hecho
ficio de la grana, de la púrpura y del añil; las costumbres
el elegantísimo poeta mexicano D. Joaquín Arcadio Pa-
y habitaciones de los castores; las minas de oro y de
CLXVIII

plata, y los procedimientos de la Metalurgia; el cultivo


cado sin fortuna; y ciertamente, quien estudie los oríge-
de la caña de azúcar, la cría de los ganados y el aprove-
nes de la poesía descriptiva en el Nuevo Mundo, y las
chamiento de las lanas; los ejercicios ecuestres, gimnás-
pocas pero selectas muestras que ha producido, pondrá
ticos y venatorios; las fuentes termales y salutíferas; las
la Rusiicatio en el punto intermedio entre la Grandeza
aves y las fieras; los juegos populares y las corridas de
mexicana y las Silvas, de Bello. Heredia admiraba mu-
toros: todo lo que el autor compendia en los versos de
cho este poema, y tradujo de él en verso castellano el
su proposición, que traduce así Pagaza:
episodio de la pelea de gallos (i).
A mi m e agrada s ó l o d e l n a t i v o
Por el mismo tiempo florecía en Guatemala un sabio
S u e l o ferace r e c o r r e r l o s p r a d o s
A l i m p u l s o de v i v o dominico, lector de Teología en su provincia de San
Patrio a m o r , y los lagos azulados Vicente, y ornamento grande de la Universidad de San
D e M é x i c o ; y de F l o r a á l o s s e r e n o s
Carlos. Sus Memorias sobre el «modo de leer co*n utili-
Huertecillos flotantes
D e amapolas y lirio y rosas l l e n o s dad los autores antiguos de elocuencia» y sobre los me-
Ir en canoas l e v e s y s o n a n t e s . dios más conducentes á la pronta civilización de los
Y a la c u m b r e n e g r u z c a del J o r u l l o
indios, prueban la rectitud de su juicio y la variedad de
E n donde impera el sículo V u l c a n o ,
Y a los a r r o y o s q u e c o n b l a n d o a r r u l l o sus estudios. De su talento poético sólo tenemos una
D e l m o n t e b a j a n á r e g a r el llano, muestra, pero á la verdad notable, el poemita que él
H e de c a n t a r , y la p r e c i o s a g r a n a ,
Y el añil q u e r e v i s t e el c a m p o a m e n o ;
modestamente llamó Fábula moral, y que lleva por
D e l castor l o s p a l a c i o s , y las m i n a s título La Tentativa del león y el éxito de su empresa.
Q u e e s c o n d e A n á h u a c e n su v i r g e n s e n o ; No diremos que este largo apólogo esté totalmente libre
Y las Cándidas m i e l e s
Q u e del a z ú c a r la j u g o s a c a ñ a
de resabios prosaicos, común escollo de este género y de
D e M é x i c o produce en los verjeles, la literatura de aquel tiempo, pero está en general tan
Y q u e á v i d o el c o l o n o
bien escrito y versificado, es tan hábil el enlace de las
S e apresta diestro á c o n d e n s a r con m a ñ a
D e r o j o barro en q u e b r a d i z o c o n o .
Y h e de c a n t a r los t í m i d o s r e b a ñ o s ( i ) S a b e m o s p o r B e r i s t a i n y p o r los P P . B a c k e r , b i b l i ó g r a f o s de la C o m -
Q u e en e s t e s u e l o p a s t a n e s p a r c i d o s ; p a ñ í a de J e s ú s , q u e el P . R a f a e l L a n d í v a r n a c i ó en G u a t e m a l a el 29 de
Y l o s m u r m u r i o s de l a clara f u e n t e O c t u b r e de 1 7 3 1 , y q u e d e s p u é s de h a b e r s e g u i d o sus e s t u d i o s en la U n i -
S i g u i e n d o su c o r r i e n t e ; v e r s i d a d d e San C a r l o s , d o n d e s e g r a d u ó d e m a e s t r o d e A r t e s , t o m ó la so-
L a s costumbres de tiempos fenecidos; t a n a j e s u í t i c a en e l n o v i c i a d o de T e p o t z o t l a n ( M é x i c o ) , e n 1750. E n s e ñ ó

Y las variadas a v e s , e n el C o l e g i o de G u a t e m a l a R e t ó r i c a y F i l o s o f í a , hasta q u e e n v u e l t o en la


s u e r t e c o m ú n de la C o m p a ñ í a pasó á Italia e n 1 7 6 7 . F a l l e c i ó e n B o l o n i a el
L o s sacrificios y los j u e g o s g r a v e s
27 de S e p t i e m b r e de 1 7 9 3 . D e la Rusticatio h a y dos e d i c i o n e s , p e r o sólo

Tal es la materia de este peregrino poema, cuyo autor c o n o c e m o s la s e g u n d a , de B o l o n i a , 1782, q u e se t i t u l a auctioretemeìidatior.


P u b l i c ó a d e m á s Funebris Declamatio pro juslis a Societate Jesu exolvendis in
escribiendo en la lengua de los sabios, atinó de lleno finiere Ilm. Do>n Francisci Figueredo et Victoria, Popayanensis primum Epis-
con el color local americano que tantos otros han bus- copi, deinde Guatimalensis Archipraesulis. ( P u e b l a de los A n g e l e s , 1 7 6 6 . )
diversas partes de la narración y tan feliz ¿inesperada la
hemos visto de uno y de otro, pero bastan para filiarlos
conclusión moral, hay tan candorosa gracia en algunos
en la escuela literaria del siglo pasado y para conje-
rasgos, y la elegante sencillez del estilo pasa tan sin es-
turar que no se levantaron de la medianía dentro de
fuerzo de lo grave de los razonamientos á lo vivo y lozano
ella. Uno y otro parecen haber imitado la poesía dulce
de las descripciones, que el conjunto deja muy agradable
y melódica de Arriaza, cuya influencia fué grande en
impresión é indica en su autor dotes poéticas muy supe-
América durante cierto período, y dejó huella hasta en
riores á su argumento. Cierta severidad y elevación clá-
la poesía de Andrés Bello, como ha probado D. Miguel
sica que reina en el poema, cierta lentitud épica en el
Antonio Caro. De Alvarez de Castro es una imitación
relato, contrasta con la manera habitual de los fabulis-
de la famosa Despedida á Silvia:
tas, no menos que la moral de generosidad y perdón que
N o h a y m e d i o : y a es imposible
el P. Córdoba inculca, contrasta con la maligna, pica-
E v i t a r , dueño amoroso,
resca y utilitaria filosofía que generalmente se desprende M i dolor, p u e s imperioso
de los apólogos de Lafontaine y Samaniego (i). M e manda el hado partir;
Ó y e s e al a v e sensible
Así en la América poética, de Gutiérrez, como en la A n u n c i a r alegremente
Galería centro americana, de Uriarte, figura como gua- Q u e ya por el rubio O r i e n t e
C o m i e n z a el dia á lucir
temalteco otro apreciable fabulista, el Dr. D. Rafael
García Goyena, pero hoy es cosa averiguada que nació Algunas estrofas están bien hechas, y parecen de
en Guayaquil, y por tanto debe contársele entre los maestro:
poetas del Ecuador y no entre los de la América P o r el bosque solitario
Central. L a v i u d a tórtola v u e l a ,
Y en vano ¡ay Dios! se desvela
El catálogo, pues, de los poetas que florecieron des- D e su bien amado en pos;
pués de la emancipación de la colonia, se abre con el C o n eco agradable y vario
Apasionada le llama,
salvadoreño D. Miguel Alvarez de Castro y el nicara- V a g a n d o de rama en rama
güense D. Francisco Quiñones Sunzín. Pocas poesías. Sin q u e responda á su voz.

¡ Q u i é n sabe si en ese instante


( i ) N i B e r i s t a i n , ni D . R a m ó n U r i a r t e , editor de la Galería Poética Cen- E n que tu ausencia me mata,
tro-Americana ( G u a t e m a l a , 1 8 8 8 ) , q u e comienza, c o m o es j u s t o , con el R o m p e r á s , A m i r a ingrata,
poema del P . C ó r d o b a , indican el año de su nacimiento ni el de su m u e r t e . L o s lazos que amor f o r m ó !
D i c e n sólo que era natural de Chiapa y que floreció á mediados del siglo ¡Quién sabe si y a distante,
pasado. El Modo de leer con utilidad los autores antiguos de elocuencia, se im- R o d e a d a de adoradores,
primió en Guatemala en 1 8 0 1 , y en 1798 lo habia sido allí mismo una M e - Merecerá tus favores
moria del P . C ó r d o b a , premiada por la Real Sociedad P a t r i ó t i c a , con el ti- O t r o más feliz que y o !
tulo de Utilidades que resultan de que los indios se vistan y calcen á la española,
y medios de conseguirlo sin violencia, corrección, ni mandato. De Quiñones Sunzín, cuyas poesías se imprimieron en
3826, y de quien también se cita vagamente algún en- la naciente literatura hispano-americana. Ni á Heredia,.
sayo dramático, recordamos la canción del pescador y ni á Bello, ni á Olmedo, se les hace injuria con poner
algunas letrillas en el mismo estilo: cerca de sus nombres el de este contemporáneo suyo,
Tres veces Primavera
cultivador de una poesía tan diversa, pero no menos ex-
R e v e r d e c i ó los prados, quisita en su género, con ser éste uno de los géneros
Y en montes y collados menos elevados y aun menos recomendables del arte
La nieve relumbró,
M i e n t r a s de M i r t a hermosa
literario. Batres debe la gloria, no á sus escasos versos
E l celestial semblante, líricos que, sin ser despreciables, nada tienen de particu-
H u y ó mi vista amante,
lar (exceptuando, si acaso, por su carácter íntimo, el fa-
Y ¡ay D i o s ! m e abandonó.
moso Yo pienso en ti, que quizá ha sido elogiado en de-
A pesar de la notoria medianía de estos poetas, cree- masía) sino á tres cuentos alegres y livianos, que llamó,,
mos justo mencionarlos por ser respectivamente los más sin duda por broma, Tradiciones de Guatemala, y que
antiguos que hemos hallado de las repúblicas del Salva- en realidad son casos de crónica escandalosa que pue-
dor y de Nicaragua (1). Por el mismo tiempo escribían den ser de cualquier país y tiempo. N o es necesario
versos en Guatemala la poetisa española D. a María Jo- mucho rigor moral para condenar el género en sí mismo,
sefa G. Granados, natural del Puerto de Santa María, y no ya en nombre de los preceptos de la Etica, sino en
el abogado D. Francisco Rivera Maestre, que trasladado nombre del ideal poético que en tales obras se escar-
luego á Madrid adquirió nacionalidad española, llegando nece y vilipendia; pero si hay casos en que pueda ser
á altos puestos en nuestra magistratura. Los versos su- lícita, ó á lo menos disculpable, la tolerancia en materia
yos que se insertan en la Galería Poética Centro-Ame- tan resbaladiza, uno de estos rarísimos casos es, sin
cana, son algo caseros y triviales, pero no carecen de duda, el de Batres, con cuyos cuentos es imposible que
chiste ni de color local, y prueban que el poeta no per- deje de reírse á carcajadas el moralista más intransi-
dió nunca el cariño á su patria primera. gente. Y el chiste no depende aquí de la vil lascivia, que
Don José de Batres y Montúfar es la verdadera gloria nunca puede ser fuente de placer intelectual y desinte-
poética de Guatemala. Su nombre, apenas conocido resado, sino de la virtud purificadora del donaire, y del
fuera de los lindes de su república natal hasta estos úl- prestigio elegantísimo de la forma, la cual tiene por si
timos años, comienza ya á ser colocado por unánime misma tal valor, que anula y destruye el prosaico y vul-
parecer de los hombres de buen gusto en el número re- gar contenido, y deja campear libre y sola la graciosa
ducidísimo de los poetas de primer orden que produjo fantasía del poeta, á quien no se puede menos de admi-
rar, lamentando al propio tiempo que malgastase tan
( i ) E l médico D . Joaquín Díaz, q u e actualmente v i v e , es el más antiguo opulenta vena cómica en tan vil materia. Pero justo
p o e t a de H o n d u r a s , e x c e p t u a n d o , si acaso, á un P . R e y e s , de quien no h e - es decir que aunque Batres sea poeta un tanto licencioso
m o s llegado á saber más q u e el n o m b r e .
y provocante á la risa, dista mucho de ser poeta obs- Batres podía contenerse en los límites de tal imitación,
ceno ni provocante á lascivia, en cuyo caso no merece- ni la baja sensualidad y la manera prosaica y abadonada
ría el nombre de poeta ni que de él se tratase aquí. Aun con que el famoso abate envilece y afea su indisputable
comparado con sus modelos, con Lafontaine y con el gracejo satírico resbalando á cada paso en lo chocarrero
abate Casti, resulta casi honesto, y ni se ve el afán de y bufonesco, podían satisfacer al depurado gusto de nues-
insistir en pormenores torpes; ni la franca alegría y el tro poeta guatemalteco que ha dejado en sus obras,
regocijado humorismo del poeta dejan de corregir ó como jugando, testimonio de su rara cultura y de la ori-
atenuar lo que pueda haber de liviano en la concepción. ginalidad de sus pensamientos. Había leído mucho á
Todos estos tres cuentoá, Las Falsas apariencias, Byron, y enamorado de las chistosas digresiones de Don
Don Pablo, El Reloj, están compuestos en octavas rea- Juan, tiró á imitarlas con felicidad suma, en el más ex-
les, al modo de las novelas de Casti, á quien Batres co- tenso de sus cuentos, en El Reloj. Pero en la narración
menzó por imitar, confesándolo francamente (i). Pero ni joco-seria no imitó ni tenía para qué imitar á nadie,
puesto que desde el primer día fué maestro. Para for-
( i ) « N o t u v e o t r o o b j e t o al c o m p o n e r el c u e n t o d e Don Pablo q u e t r a d u - mar idea aproximada de su estilo, recuérdese por una
c i r al c a s t e l l a n o unas p o c a s d e las m u c h a s sales q u e se e n c u e n t r a n en los
parte la factura métrica de las octavas de La Desver-
c u e n t o s de C a s t i , para darlas á c o n o c e r á a l g u n o s a m i g o s . N o c r e y é n d o m e
c a p a z de h a c e r la t r a d u c c i ó n p o r e n t e r o , ni q u e r i e n d o t a m p o c o , e n a t e n c i ó n güenza, de Bretón, y por otra la parte cómica de El
á lo m u y l i b r e de su estilo, h a c e r m e c a r g o de u n a p a r t e de la t a c h a de licen- Diablo Mundo. Batres no iguala, como no iguala ningún
c i o s o q u e t i e n e a q u e l poeta, m e l i m i t é á c o p i a r a l g u n a s de s u s g r a c i a s en u n
c u e n t o q u e no debia salir del c í r c u l o de m i s p r o p i o s a m i g o s , p u e s el e s t a r
otro poeta castellano, el asombroso conocimiento de la
i m p r e s o e n u n p e r i ó d i c o de G u a t e m a l a es lo m i s m o q u e hallarse en u n ar- lengua que Bretón tuvo, y la inagotable chispa y desen-
c h i v o privado.»
fado con que la maneja y juega con ella, pero tampoco
E s t a s i m i t a c i o n e s s o n á v e c e s b a s t a n t e directas. P o r e j e m p l o , estos v e r s o s
abusa de sus ventajas hasta el punto de burlarse del
d e El Reloj:
Era chico de cuerpo, de ojo vivo, asunto, contentándose con un género de chiste exterior
De carácter tal cual: algo liviano,
U n poco tonto, un poco vengativo,
U n poco sinvergüenza, y n poco vano,
U n poco falso, adulador completo, J'avois un jour un vallet de Gascogne,
Por lo demás, bellísimo sujeto. Gourmand, ivrogne et asseuré menteur,
Pipeur, larron, jureur, blasphémateur,
s o n casi t r a d u c c i ó n de é s t o s otros del c a n t o t e r c e r o d e Gli animali par- Sentant la hart de cent pas à la ronde;
A u demeurant le meilleur fils du monde. "' 7
lanti:

Er'egli per esempio un po'mordace, Y d o s s i g l o s a n t e s d e C l e m e n t e M a r o t , n u e s t r o A r c h i p r e s t e de H i t a nos


U n po'burbero, un po'provocativo, d e s c r i b í a á su criado D . F u r ó n en e s t o s t é r m i n o s :
U n po'avido, un po falso, un po'vorace,
Un po'arrogante. un po'vendicativo, Hurón había por nombre, apostado doncel,
M a questi aifettuzzi io non li conto Si non por quatorce cosas nunca vi mejor que él.
De suoi massimi meriti in confronto. Era mintroso, bebdo, ladrón é mestorero,
Tafur, peleador, goloso, refertero,
P e r o t a m p o c o C a s t i era o r i g i n a l e n e s t o . D o s s i g l o s a n t e s d e v e n i r él al Reñidor et adevino, susio et agorero,
m u n d o había dicho C l e m e n t e Marot: Nescio, perezoso, tal es mi escudero.
y superficial, independiente de las cosas mismas que va parte de los cuentos del estilo y asunto de los de Batres,
diciendo. Hay extraordinarias rarezas métricas en los no suelen tener más poesía cómica que lo cómico de si-
cuentos de Batres, verbigracia la de siete octavas que tuación, que no es difícil de lograr, y que muchas veces
pueden leerse como si fueran una carta en prosa, pero es- brilla más en la anécdota hablada que en la escrita. Pero
tos alardes de pueril gimnasia, que en asunto jocoso pue- las Tradiciones de Guatemala valen lo que valen por
den ser tolerables, no impiden que el cuento interese y presentar reunidas otras muy diversas fuentes de la risa,
siga su curso. Por lo que toca á Espronceda, cuyo mé- la cual ya nace de lo cómico de carácter, ya de los acce-
rito en esta parte no ha sido bastante reconocido, la vena sorios descriptivos y pintorescos, ya del contraste entre
petulante y desatada que corre en el canto tercero de su la entonación épica y la llaneza prosaica, ya de la filoso-
poema es más impetuosa que la de Batres, porque nace fía risueña y socarrona, ya de la afectada y maliciosa
de una índole poética más genial y vigorosa, pero es ingenuidad, ya de la suspensión oportuna, ya de la alu-
también más desigual y más turbia. Otro modelo pudo sión picaresca, ya de la selección de consonantes raros,
tener, y nos inclinamos á creer que tuvo Batres presente^ ya del tránsito del endecasílabo común al endecasílabo
es á saber, las deliciosas Leyendas españolas, de don anapéstico, vulgarmente llamado de gaita gallega. La
José Joaquín de Mora, mucho más conocidas en Amé- literatura americana, no muy rica todavía en narracio-
rica que en España, y en honra sea dicho del buen gusto nes poéticas, tiene en los cuentos de Batres el más aca-
de los americanos. Pero el elemento cómico en las Le- bado modelo de la narración joco-seria, que sólo á larga
yendas de Mora, no es constante ni siquiera habitual, distancia pudo imitar el chileno Sanfuentes en su poema
aunque sea el mayor encanto de Don Opas y la única de El Campanario (i).
materia de Don Policarpo. Grandísima injusticia ha sido
Si el conocimiento profundo de la lengua, la expe-
el olvidar estos primores de versificación y de gracia,
riencia larga del mundo y de los hombres, la familiari-
pero por otra parte, no hay duda que la mayor parte de
dad con los mejores modelos, la valentía incontrastable
las Leyendas de Mora son serias y románticas, y que en
para decir la verdad, y el nativo desenfado de un genio
este género parece tener prioridad cronológica sobre
cáustico, pero puesto casi siempre al servicio de las me-
cuantos en España las escribieron, exceptuando sólo el
jores causas y al lado de la justicia, bastaran para enal-
autor de El Moro expósito, cuya obra debe colocarse en
tecer á un poeta satírico, nadie negaría alto puesto
categoría épica más alta.
entre los que tal género han cultivado al célebre guate-
Pero esta investigación de sus orígenes nada perju- malteco D. Antonio José de Irisarri, uno de los hom-
dica á la originalidad de la poesía de Batres, que tiene
( x ) N a c i ó Batres en G u a t e m a l a el 18 de Marzo de 1809, y murió en 9 d e
su tono peculiar y sustantivo valor, dependiente en gran Julio de 1844, á los treinta y cinco años de edad. Sus poesías se imprimie-
parte de condiciones técnicas, cuyo valor acrecienta en ron aquel m i s m o año en un cuadernito bastante raro, que ha sido reimpreso
dos ó tres v e c e s , la última en París.
género tan inferior como el cultivado por él. La mayor
bres de más entendimiento, de más vasta cultura, de tenso de El {Tiempo, la memoria y el olvido, me pare-
más energía política y de más fuego en la polémica que cen sus más ingeniosas composiciones (i).
América ha producido. Pero como poeta le faltó el De los dos hermanos Juan y Manuel Diéguez, que al
quid divinum, así en el concepto como en la expresión, parecer no hicieron colección de sus obras, se insertan
y sus sátiras, sus epístolas, sus fábulas, letrillas y epigra- algunas muestras en la Galería Poética Centro-Ameri-
mas, son más bien excelente prosa, incisiva y mordaz, cana, no sabemos si escogidas con buen gusto; preven-
salpimentada de malicias y agudezas que levantan ron- ción que hay que hacer siempre tratándose de estas an-
cha, que verdadera poesía, aunque valgan más que tologías. Juan Diéguez parece un poeta de transición:
muchos versos de poetas. Irisarri tenía talento clarí- su primera educación debió de ser clásica, y hay com-
simo, y era además consumado hombre de mundo: sus posiciones suyas que pertenecen á esta escuela, por
Poesías satíricas y burlescas rebosan de ideas y de ejemplo el canto alegórico á la muerte de Andrés Ché-
chistes; el nervio y la audacia del prosista no se des- nier con el título de El Cisne. Más adelante se inclinó
mienten en el versificador, pero no siente ni fantasea ni á la imitación de Víctor Hugo y de los románticos es-
compone poéticamente. En sus fábulas, sobre todo, que pañoles, mostrándose fácil y abundoso en las descrip-
más bien debieran llamarse sátiras, es visible la falta ciones y melancólico en el sentimiento. Sus dos cantos
de imaginación pintoresca. De él, y en grado todavía de La Garza, aunque no limpios de defectos métricos
mucho mayor, pudiera repetirse lo que de Forner escri- {por ejemplo estos dos versos infelicísimos:
bió D. Alberto Lista. «Tenía el entendimiento más apto
para comprender la verdad que la belleza.» En la versi-
( i ) N a c i ó D . A n t o n i o José de Irisarri en Guatemala, el 7 de F e b r e r o de
ficación es desigual, y muchas veces duro, insonoro y
1786, é hizo allí sus primeros estudios. D u e ñ o de una cuantiosa herencia,
descuidado: hacía los versos sueltos cada uno de por sí, e m p r e n d i ó desde 1836 largos y continuos viajes por A m é r i c a y E u r o p a ,
sin dar casi nunca una armonía general al período rít- t o m a n d o parte m u y activa en los negocios políticos de diversas repúblicas,
y a c o m o periodista, y a c o m o militar, y a como diplomático, ya c o m o gober-
mico, por lo cual los suyos casi se confunden con el dis- nante. E n Chile se v i ó , aunque por breves días, al frente de la República.
curso prosaico. La lengua es muy sana, como queda di- E n 1818 pasó á Inglaterra y negoció un empréstito en n o m b r e de aquella
R e p ú b l i c a . E n 1825 regresó á Guatemala y t o m ó partido por los conserva-
cho, y como podía esperarse del autor de las Cuestiones
dores contra los federales, mandando un destacamento con titulo de Coro-
filológicas. E l gusto dominante es el de los satíricos nel. V e n c i d o y prisionero, y l u e g o condenado á destierro, v o l v i ó á la A m é -
españoles del siglo x v n i : Jorge Pitillas, Iriarte, For- rica del Sur, hasta que cambiando la faz de los acontecimientos de su país
fué nombrado Ministro de Guatemala en los Estados U n i d o s , cargo que
ner, Jovellanos, Moratín el hijo. Las dos sátiras tituladas desempeñó hasta su m u e r t e , acaecida en 10 de Junio de 1868. A d e m á s de
El Bochinche y El Siglo de oro, las fábulas de El Ha- s u s importantes Cuestiones filológicas ( N u e v a Y o r k , 1861) y de sus Poesías sa-
tíricas y burlescas ( N u e v a Y o r k , 1867), publicó gran n ú m e r o de folletos po-
cendado, El Albañil y el río, La Abeja y la hormiga,
líticos (Defensa de los tratados de Paz de Pancaparta, Historia del asesinato del
El Perro y el gato con la liebre asada, El Lobo y el Gran Mariscal de Ayacacho), é innumerables periódicos, El Cristiano errante,
zorro, La Voz del pueblo y el apólogo, un poco más ex- El Guatemalteco, El Revisor, La Verdad desmida
Y o de cantarte h e , mísero vate
Q u é haces a l l í , oh nítida azucena ). -estimación como historiador, novelista y autor de cua-
tienen estrofas muy lindas y recuerdan algo la suave y dros de costumbres que como poeta. Juan José Micheo,
lánguida manera de Enrique Gil. Esta poesía y la titu- joven poeta malogrado á los ventidós años, en 1889,
lada Á mi gallo, prueban que Juan Diéguez sentía de había recibido educación clásica en un colegio de je-
un modo original y poético. Su hermano tradujo La suítas, y dejó como primicias de sus estudios traduccio-
Lámpara, de Chénier, pero en sus pobres versos origi- nes de algunas odas de Horacio y un canto sáfico á la
nales para nada se conoce la influencia de tan clásico Virgen de Guadalupe. Por ser el único poeta de Hon-
modelo (i). duras (excepción hecha de los que viven), puede citarse
al médico D. Manuel Molina Vigil, que se suicidó á los
Otros poetas ya fallecidos figuran, aunque en escaso
veintisiete años.
número, en la colección centro-americana de Uriarte,
Pero conviene poner término á esta enumeración.
pero no tales que importe hacer especial estudio de
Una nueva generación literaria se ha levantado en la
ellos. Algún recuerdo merece, si no como poeta origi-
América Central, y uno por lo menos de sus poetas ha
nal, como intérprete bastante hábil de concepciones
mostrado serlo de verdad. Es cierto que la producción
ajenas, D. Ignacio Gómez (entre los árcades, Clitauro
comienza á ser excesiva, y que la cizaña ahoga, como
Itacense), que tradujo La Despedida, de Metastasio,
en todas partes de América, el trigo. Los versos son
La Elegía, de Gray, en el cementerio de una aldea, la
allí una especie de epidemia: no sólo hay Parnaso Gua-
canción de Medora, de El Corsario, y algunos otros
temalteco, sino Parnaso Costarricense y Nicaragüense,
versos de Byron. El tomo de las Brisas tropicales, de
y una Guirnalda Salvadoreña que consta de tres vo-
Eduardo Hall, comerciante de origen inglés, pero na-
lúmenes: muchos poetas son para tan pequeña repú-
cido en Guatemala y domiciliado en Honduras, con-
blica. Pero esta abundancia desordenada ya se irá en-
tiene también apreciables traducciones de Byron, de
cauzando con el buen gusto y la disciplina, y por de
Tomás Moore, de Gray y de otros poetas ingleses. Don
pronto es indicio de la fertilidad de los ingenios ameri-
José Milla (conocido con el pseudónimo de Salomé
canos (1).
Gil), fué uno de los escritores más fecundos y notables
M . MENÉNDEZ Y P E L A Y O .
de las Repúblicas del Centro, pero tiene y merece más
Santander, 2 de Septiembre de 1892.

( i ) N a c i ó D. Juan D i é g u e z en 23 de N o v i e m b r e de 1 8 1 3 , en G u a t e m a l a .
Su profesión fué la de a b o g a d o , sus ideas liberales. T o m ó parte en las re- ( 1 ) L a transición brusca entre la antigua y la moderna poesía de la
voluciones de su país y se vió perseguido y p r o s c r i t o , hasta que t r i u n f a n d o A m é r i c a C e n t r a l , entre la escuela clásica de los Batres y de los Irisarris, y
su partido f u é nombrado j u e z de primera instancia y catedrático de D e r e - la romántica que ha prevalecido después, no puede comprenderse bien sin
cho en la Universidad de G u a t e m a l a . M u r i ó en 28 de Junio de 1805. S u t e n e r en cuenta el portentoso influjo que ejerció allí c o m o en otras regiones
hermano D . Manuel nació en 20 de M a y o de 1821 y m u r i ó en 20 de M a y o de A m é r i c a , especialmente en el P e r ú , un singular personaje literario tan
de 1861. desconocido en su patria E s p a ñ a , y aun en su provincia natal, como célebre
en el N u e v o M u n d o . T a l fué el montañés D . Fernando V e l a r d e , natural de
Hinojedo, autor de las Melodías románticas y de los Cánticos de Nuevo Mundor
poeta de extraordinai-ias dotes naturales afeadas por un mal g u s t o increíble.
,En pompa, brillantez y magnificencia le igualaron p o c o s , pero son raras las-
páginas en que su grandilocuencia no se trueca en h i n c h a z ó n , su sonoridad
en redundancia, su aspereza viril en énfasis hueco. T e n í a las condiciones m á s
adecuadas para ser un c o r r u p t o r del g u s t o , un n u e v o L u c a n o ó un nuevo
G ó n g o r a , porque aun en su? mismas aberraciones dió muestras de ser in-
genio nada v u l g a r . S u Canto estrepitoso y deslumbrante á la cordillera de los
Andes, tiene en l o b u e n o y en lo malo cosas no indignas de V í c t o r H u g o -
V e l a r d e aspiraba c o n s t a n t e m e n t e á lo t i t á n i c o ; pero daba muchas veces en
el escollo de la falsa grandeza, p o r q u e ni sus alas, con poder mucho, podían
l o que él pensaba, ni su g u s t o cerril é indómito, q u e nunca llegó á educarse
á pesar de haber sido él h o m b r e de grandísima variedad de conocimientos,
acertaba á mostrarle aquel punto imperceptible en que lo sublime confina
c o n lo grotesco. P o r sus grandes cualidades, lo mismo q u e por sus grandes
defectos, Fernando V e l a r d e fué el ídolo de la juventud literaria de A m é r i c a
durante un periodo bastante l a r g o , y no es hipérbole decir q u e compartió
con Zorrilla el privilegio de ser imitado por todos los principiantes. E s t a
influencia fué m a y o r q u e en ninguna p a r t e , en Guatemala.
MÉXICO.
SOR J U A N A INES D E L A CRUZ.

SONETO.

Á SU R E T R A T O .

Este, que ves, engaño colorido,


Que del arte ostentando los primores,
Con falsos silogismos de colores
E s cauteloso engaño del sentido:
Este en quien la lisonja ha pretendido
Excusar de los años los horrores,
Y , venciendo del tiempo los rigores,
Triunfar de la vejez y del olvido:
E s un vano artificio del cuidado;
E s una flor al viento delicada;
E s un resguardo inútil para el Hado;
E s una necia diligencia errada;
E s un afán caduco; y bien mirado,
Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

SONETO.

A l que ingrato me deja, busco amante;


A l que amante me sigue, dejo ingrata;
Constante adoro á quien mi amor maltrata;
Maltrato á quien mi amor busca constante:
A l que trato de amor, hallo diamante; Y dijo; goza sin temor del Hado
Y soy diamante, al que de amor me trata; E l curso breve de tu edad lozana;
Triunfante quiero ver al que me mata; Pues no podrá la muerte de mañana
Y mato á quien me quiere ver triunfante. Quitarte lo que hubieres hoy gozado.
Si á éste pago, padece mi deseo: Y aunque llega la muerte presurosa,
Si ruego á aquél, mi pundonor enojo: Y tu fragante vida se te aleja;
De entrambos modos infeliz me veo ; No sientas el morir tan bella y moza:
Pero yo, por mejor partido escojo, Mira que la experiencia te aconseja,
De quien no quiero, ser violento empleo; Que es fortuna morirte siendo hermosa,
Que de quien no me quiere vil despojo. Y no ver el ultraje de ser vieja.

SONETO.
SONETO.
ENSEÑA CÓMO UN SOLO E M P L E O EN A M A R , ES RAZÓN E N G R A N D E C E E L HECHO DE LUCRECIA.
Y CONVENIENCIA.
¡Oh famosa Lucrecia, gentil dama,
Fabio, en el ser de todos adoradas, De cuyo ensangrentado noble pecho,
Son todas las beldades ambiciosas; Salió la sangre que extinguió, á despecho
Porque tienen las Aras por ociosas, Del Rey injusto, la lasciva llama!
Si no las ven de víctimas colmadas: ¡ O h , con cuánta razón el mundo aclama
Y así, si de uno sólo son amadas, T u virtud; pues por premio de tal hecho,
Viven de la Fortuna querellosas; A u n es para tus sienes cerco estrecho
Porque piensan, que más que ser hermosas, L a amplísima corona de tu fama!
Constituye Deidad el ser rogadas.
Pero si el modo de tu fin violento
Mas yo soy en aquesto tan medida, Puedes borrar del tiempo y sus anales,
Que en viendo á muchos mi atención zozobra; Quita la punta del puñal sangriento
Y sólo quiero ser correspondida Con que pusiste fin á tantos males;
De aquel, que de mi amor réditos cobra; Que es mengua de tu honrado sentimiento
Porque es la sal del gusto el ser querida; Decir que te ayudaste de puñales.
Que daña lo que falta y lo que sobra.

SONETO. SONETO.

M U E S T R A SE D E B E ESCOGER A N T E S EL MORIR QUE EXPONERSE


Á JULIA.
Á LOS U L T R A J E S D E L A VEJEZ.

L a heroica esposa de Pompeyo altiva,


Miró Celia una rosa, que en el prado A l ver su vestidura en sangre roja,
Ostentaba feliz la pompa vana, Con generosa cólera se enoja
Y con afeites de carmín y grana De sospecharlo muerto y estar viva:
Bañaba alegre el rostro delicado;
Rinde la vida, en que el sosiego estriba Cubrió la verde matizada alfombra,
De esposo y padre; y con mortal congoja, E n que Pyramo amante abrió la vena
L a concebida sucesión arroja; Del corazón , y Tysbe de su pena
Y de la paz con ella á Roma priva. Dió la señal, que aun h o y , el mundo asombra.
Si el infeliz concepto que tenía Mas viendo del amor tanto despecho
E n las entrañas Julia, no abortara, L a muerte, entonces de ellos lastimada,
L a muerte de Pompeyo excusaría: Sus dos pechos juntó con lazo estrecho:
¡Oh tirana fortuna! Quién pensara, Mas ¡ay! de la infeliz y desdichada,
Que con el mismo amor que la temía, Que á su Pyramo dar no puede el pecho,
Con ese mismo amor se la causaral Ni aun por los duros filos de una espada!

SONETO.
SONETO.
Á PORCIA.
EFECTOS MUY P E N O S O S D E A M O R , Y Q U E NO P O R G R A N D E S I G U A L A N
¿Qué pasión, Porcia, qué dolor tan ciego CON L A S P R E N D A S D E QUIEN L E C A U S A .
T e obliga á ser de ti fiera homicida?
¿O en qué te ofende tu inocente vida ¿Vesme, Alcino, que atada á la cadena
Que así le das batalla á sangre y fuego? De A m o r , paso, en sus hierros aherrojada
Si la fortuna airada al justo ruego Mísera esclavitud, desesperada,
De tu esposo se muestra endurecida; De libertad y de consuelo ajena?
Bástale el mal de ver su acción perdida : ¿Ves de dolor y angustia el alma llena,
No acabes con tu vida su sosiego. De tan fieros tormentos lastimada,
Deja las brasas, Porcia, que mortales Y entre las vivas llamas abrasada,
Impaciente tu amor elegir quiere; Juzgarse por indigna de su pena?
No al fuego de tu amor el fuego iguales; ¿Vesme seguir sin alma un desatino,
Porque si bien de tu pasión se infiere, Que yo misma condeno por extraño?
Mal morirá á las brasas materiales ¿Vesme derramar sangre en el camino,
Quien á las llamas del amor no muere. Siguiendo los vestigios de un engaño?
M u y admirado estás. ¿Pues, ves , Alcino?
Más merece la causa de mi daño.
SONETO.

PYRAMO Y TYSBE. DÉCIMAS.

De un funesto moral la negra sombra. ¿Ves de tu candor, que apura


De horrores mil, y confusiones llena, A l alba, el primer albor?
E n cuyo hueco tronco, aun h o y , resuena Pues tanto el riesgo es mayor,
E l eco, que doliente á Tysbe nombra; Cuanto es mayor la hermosura:
No vivas de ello segura,
Nocturna, mas no funesta,
Que si consientes errada De noche mi pluma escribe,
Que te corte mano osada Pues para dar alabanzas
Por gozar beldad y olor, Hora de Laudes elige.
E n perdiéndose el color, Valiente amor contra el suyo
También serás desdichada. Hace con dulces ardides,
Que para daros un día
¿Ves á aquel que más indicia A mí una noche me quite.
De seguro en su fineza? No parecerá muy poca
Pues no estima la belleza Fineza á quien bien la mire,
Más de en cuanto la codicia. El que vele en los romances,
Huye la astuta caricia, Quien se duerme en los latines.
Que si necia y confiada Lo que tuviere de malo
T e aseguras en lo amada, Perdonad; que no es posible
T e hallarás después corrida; Suplir las purpúreas horas,
Que en llegando á poseída, Las luces de los candiles.
También serás desdichada. Y más del mío, que está
Ya tan in agone el triste,
Á ninguno tu beldad Que me moteja de loca,
Entregues, que es sin razón Aunque me acredita virgen.
Que sirva tu perfección • Mas ya de prólogo basta,
De triunfo á su vanidad. Porque es cosa incompatible
Goza la celebridad E n el prólogo alargarse
Común, sin verte empleada Y en el asunto ceñirse.
E n quien, después de lograda, Gocéis los años más largos
No te acierte á venerar; Oue esperanza de infelice,
Que, en siendo particular, Y más gustosos que el mismo
También serás desdichada. La ajena dicha concibe.
Pasen por vos las Edades
Con pasos tan insensibles,
ROMANCE. Que el aspecto los desmienta
NO HABIENDO L O G R A D O U N A T A R D E V E R A L SEÑOR V I R R E Y , MARQUÉS
Y el juicio los multiplique.
DE L A G U N A , QUF. ASISTIÓ EN L A S V Í S P E R A S DEL CONVENTO, L E ESCRIBIÓ
Vuestras acciones heroicas
ESTE ROMANCE.
Tanto á la fama fatiguen,
Que de puro celebraros
Si daros los buenos años, Se enronquezcan los clarines.
Señor, que logréis felices, Y sus vocingleros ecos
Tan duradero os publiquen,
E n las Vísperas no pude,
Que Matusalem os ceda
Recibidlos en Maitines.
Y que Néstor os envidie.
Vivid, y vivid discreto, De lo viviente se precia,
Que es sólo vivir felice ; De lo racional se exime.
Que dura y no vive quien Y aun de la vida no goza,
No sabe apreciar que vive. Pues si bien llega á advertirse,
El que vive lo que sabe,
Si no sabe lo que tiene
Sólo sabe lo que vive.
Ni goza lo que recibe,
Quien llega necio á pisar
E n vano blasona el jaspe
De la vejez los confines,
E l dón de lo incorruptible.
Vergüenza peina, y no canas,
No en lo diuturno del tiempo
- No años, afrentas repite.
La larga vida consiste;
E n breve, el prudente joven
T a l vez las canas del seso
Eterno padrón erige
Honran años juveniles.
Á su vida, y con su fama
El agricultor discreto
Las eternidades mide.
N o espera á que fructifique
Ningún espacio de tiempo
E l tiempo, porque la industria
Es corto al que no permite
Hace otoños los abriles.
Que los instantes más breves
No sólo al viento la nave E l ocio los desperdicie.
E s bien que su curso fíe,
A l que todo el tiempo logra
Si el ingenio de los remos
No pasa la edad fluxible,
Animadas velas finge.
Pues viviendo la presente,
E n progresos literarios De la pasada se sirve.
Pocos laureles consigue
Tres tiempos vive el que, atento
Quien para estudiar espera
Cuando lo presente rige,
Á que el sol su luz envíe.
L o pretérito contempla
Las canas se han de buscar Y lo futuro predice.
Antes que el tiempo las pinte, ¡Oh, vos, que estos documentos
Que al que las pretende, alegran, Tan bien practicar supisteis
Y al que las espera, afligen. Desde niño, que ignorasteis
Quien para ser viejo espera Las ignorancias pueriles!
Que los años se deslicen, Tanto, que hasta ahora están
No conserva lo que tiene Quejosos de vos los dijes,
Ni lo que espera consigue. (Que á invasiones fascinantes
Con lo cual casi á no ser Fueron muros invencibles),
Viene el necio á reducirse, De que nunca los tratasteis,
Pues ni la vejez le llega Y el mismo clamor repiten
Ni la juventud le asiste. Trompos, bolos y paletas,
Quien vive por vivir sólo, Máscaras y tamboriles;
Sin buscar más altos fines, Pues en la niñez mostrasteis

Df mm m
BWifl.'eca Va¡míe y Telfo
Discursos tan varoniles,
Que pudo en vuestras niñeces Estense allá en su esfera
Tomar lecciones Ulises. Los dichosos, que es cosa en mi sentido
Recibid este romance T a n remota, tan fuera
Que mi obligación os rinde, De mi imaginación, que sólo mido,
Con todo lo que no digo, Entre lo que padecen los mortales,
Lo que digo y lo que dije. Lo que distan sus males de mis males.
¡Quién tan dichosa fuera,
Que de un agravio indigno se quejara!
¡Quién un desdén llorara!
. LIRAS. ¡Quién un alto imposible pretendiera!
¡Quién llegara, de ausencia ó de mudanza,
EXPRESA EL SENTIMIENTO QUE P A D E C E UNA MUJER Casi á perder de vista la esperanza!
A M A N T E D E SU MARIDO MUERTO. ¡Quién, en ajenos brazos,
Viera á su dueño, y con dolor rabioso
Se arrancara á pedazos
A estos peñascos duros,
Del pecho ardiente el corazón celoso!
Mudos testigos del dolor que siento,
Pues fuera menor mal que mis desvelos,
Que sólo siendo mudos,
E l infierno insufrible de los celos.
Pudiera yo fiarles mi tormento,
Pues todos estos males
Si acaso de mis penas lo terrible
Tienen consuelo, ó tienen esperanza;
No infunde lengua y voz en lo insensible:
Y los más son iguales,
Quiero contar mis males,
Solicitan ó animan la venganza,
Si es que yo sé los males de que muero;
Y sólo de mi fiero mal se aleja,
Pues son mis penas tales,
L a esperanza, venganza, alivio y queja.
Que si contarlas, por alivio, quiero,
Porque ¿á quién sino al cielo,
Le son una con otra atropellada,
Que me robó mi dulce prenda amada,
Dogal á la garganta, al pecho espada.
Podrá mi desconsuelo
N o envidio dicha ajena, Dar sacrilega queja destemplada?
Que el mal eterno, que mi pecho lidia, Y él con sordas rectísimas orejas,
Hace incapaz mi pena, A cuenta de blasfemias pondrá quejas.
De que pueda tener tan alta envidia: Ni Fabio fué grosero,
Es tan mísero estado en el que peno, N i ingrato, ni traidor, antes amante,
Que como dicha envidio el mal ajeno. Con pecho verdadero:
No pienso yo si hay glorias, Nadie fué más leal ni más constante ;
Porque estoy de pensarlo tan distante, Nadie más fino supo, en sus acciones,
Que aun las dulces memorias Finezas añadir á obligaciones.
De mi pasado bien, tan ignorante Sólo el cielo envidioso
Las mira de mi mal el desengaño, Mi esposo me quitó: la Parca dura,
Que ignoro si fué bien, y sé que es daño. Con ceño riguroso,
Fué sólo autor de tanta desventura:
¡Oh cielo riguroso! ¡Oh triste suerte! Y lo que éste por alivio,
Que tantas muertes das con una muerte! Aquél tiene por trabajo.
El que está triste censura
¡ A y dulce esposo amado!
A l alegre de liviano,
¿Para qué te vi yo? ¿Por qué te quise;
Y por qué tu cuidado Y el que está alegre se burla
Me hizo con las venturas infelice? De ver al triste penando.
¡Oh dicha fementida y lisonjera, Los dos filósofos griegos
Quién tus amargos fines conociera! Bien esta verdad probaron;
Pues lo que en el uno risa,
¿Qué vida es esta mía,
Causaba en el otro llanto.
Que rebelde resiste á dolor tanto?
Célebre su oposición
¿Por qué necia porfía?
Ha sido por siglos tantos,
¿Y en las amargas fuentes de mi llanto,
Sin que cuál acertó, esté
Atenuada, no acaba de extinguirse
Hasta ahora averiguado.
Si no puede en mi fuego consumirse?
Antes, en sus dos banderas,
E l mundo todo alistado,
Conforme el humor le dicta,
Sigue cada cual el bando.
ROMANCE. Uno dice que de risa
Sólo, es digno el mundo vario,
Y otro, que sus infortunios
Finjamos que soy feliz,
Son sólo para llorados.
Triste pensamiento, un rato; Para todos se halla prueba,
Quizá podréis persuadirme, Y razón en que fundarlo,
Aunque yo sé lo contrario. Y no hay razón para nada,
Que pues sólo en la aprehensión, De haber razón para tanto.
Dicen que estriban los daños; Todos son iguales jueces,
Si os imagináis dichoso, Y siendo iguales y varios,
No seréis tan desdichado. No hay quien pueda decidir
Sírvame el entendimiento Cuál es lo más acertado.
A l g u n a vez de descanso, Pues si no hay quien lo sentencie
Y no siempre esté el ingenio ¿Por qué pensáis, vos, errado,
Con el provecho encontrado. Que os cometió Dios á vos
Todo el mundo es opiniones, \ | La decisión de los casos?
De pareceres tan varios, ¿O por qué, contra vos mismo,
Que lo que el uno, que es negro, Severamente inhumano,
E l otro prueba que es blanco. Entre lo amargo y lo dulce,
A unos sirve de atractivo Queréis elegir lo amargo?
L o que otro concibe enfado, Si es mío mi entendimiento
¿Por qué siempre he de encontrarlo
Tan torpe para el alivio, Si culta mano no impide
Tan agudo para el daño? Crecer al árbol copado,
Quitan la substancia al fruto
E l discurso es un acero
L a locura de los ramos.
Que sirve por ambos cabos,
De dar muerte por la punta, Si andar á nave ligera
Por el pomo de resguardo. No estorba lastre pesado,
Sirve el vuelo de que sea
Si vos, sabiendo el peligro,
E l precipicio más alto.
Queréis por la punta usarlo,
E n amenidad inútil,
¿Qué culpa tiene el acero
L ¿Qué importa al florido campo,
Del mal uso de la mano?
Si no halla fruto el otoño,
No es saber, saber hacer
Que ostente flores el mayo?
Discursos sutiles vanos;
¿De qué le sirve al ingenio
Que el saber consiste sólo
El producir muchos partos,
E n elegir lo más sano.
Si á la multitud se sigue
Especular las desdichas
E l malogro de abortarlos?
Y examinar los presagios,
Y á esta desdicha, por fuerza
Sólo sirve de que el mal
Ha de seguirse el fracaso
Crezca con anticiparlo.
De quedar el que produce,
E n los trabajos futuros, Si no muerto, lastimado.
L a atención utilizando, El ingenio es como el fuego,
Más formidable que el riesgo Que con la materia ingrato,
Suele fingir el amago. Tanto la consume más,
¡Qué feliz es la ignorancia, Cuanto él se ostenta más claro.
Del que, indoctamente sabio, Es de su propio señor
Halla, de lo que padece, Tan rebelado vasallo,
E n lo que 'ignora, sagrado! Que convierte en sus ofensas
No siempre suben seguros Las armas de su resguardo,
Vuelos del ingenio osados, Este pésimo ejercicio,
Que buscan trono en el fuego, Este duro afán pesado,
Y hallan sepulcro en el llanto. Á los hijos de los hombres
También es vicio el saber; Dió Dios para ejercitarlos.
Que si no se va atajando, ¿Qué loca ambición nos lleva
Cuanto menos se conoce De nosotros olvidados;
E s más nocivo el estrago. I Si es para vivir tan poco,
Y si el vuelo no le abaten, ¿De qué sirve saber tanto?
E n sutilezas cebado, ¡Oh, si como hay de saber
Por cuidar de lo curioso Hubiera algún seminario,
Olvida lo necesario. O escuela, donde á ignorar,
Se enseñaran los trabajos!
¡Qué felizmente viviera, É l mismo empaña el espejo
Y siente que no esté claro?
E l que flojamente cauto
Con el favor y el desdén
Burlara las amenazas
Tenéis condición igual,
Del influjo de los astros!
Quejándoos, si os tratan mal,
Aprendamos á ignorar
Burlándoos, si os quieren bien.
Pensamiento, pues hallamos,
Opinión ninguna gana,
Que cuanto añado al discurso
Pues la que más se recata,
Tanto le usurpo á los años.
Si no os admite, es ingrata,
Y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis,
REDONDILLAS. Que con desigual nivel,
A una culpáis por cruel,
A R G U Y E DE INCONSECUENTE EL GUSTO Y LA CENSURA Y á otra por fácil culpáis.
D E LOS HOMBRES, QUE EN L A S MUJERES A C U S A N LO QUE CAUSAN. ¿Pues cómo ha de estar templada
La que vuestro amor pretende,
Si la que es ingrata ofende
^ Hombres necios, que acusáis
Y la que es fácil enfada?
Á la mujer sin razón,
Mas entre el enfado y pena
Sin ver que sois la ocasión
Que vuestro gusto refiere,
De lo mismo que culpáis;
Bien haya la que no os quiere
Si con ansia sin igual Y quejaos enhorabuena.
Solicitáis su desdén, Dan vuestras amantes penas
¿Por qué queréis que obren bien Á sus libertades alas,
Si las incitáis al mal? Y después de hacerlas malas
Combatís su resistencia, Las queréis hallar muy buenas.
Y luego con gravedad. ¿Cuál mayor culpa ha tenido
Decís que fué liviandad En una pasión errada,
Lo que hizo la diligencia. La que cae de rogada,
Parecer quiere el denuedo O el que ruega de caído?
De vuestro parecer loco, ¿O cuál es más de culpar,
A l niño que pone el coco, Aunque cualquiera mal haga,
Y luego le tiene miedo. La que peca por la paga
Queréis con presunción necia, Ó el que paga por pecar?
Hallar á la que buscáis. ¿Pues para qué os espantáis
Para pretendida, Thais, De la culpa que tenéis?
Y en la posesión, Lucrecia. Oueredlas cual las hacéis
¿Qué humor puede ser más raro, O hacedlas cual las buscáis.
Que el que falto de consejo, Dejad de solicitar,
Y después, con más razón,
Y así mi intención Si por perfecciones
Acusaréis la afición
No es de referirte Tus años se miden.
De la que os fuere á rogar.
Lo que nadie entiende Vive en el dichoso
Bien con muchas armas fundo
Y todos repiten: Consorcio apacible
Que lidia vuestra arrogancia;
Porque todos cantan De tu dulce esposo,
Pues en promesa é instancia,
Tus prendas sublimes, De tu amante firme,
Juntáis diablo, carne y mundo. Del excelso Cerda;
Y cuán grandes sean
Nadie lo concibe: Que á su real estirpe
Sino de tus años Une sus gloriosos
ENDECHAS. A l día felice, Personales timbres.
Dar de mis afectos Y de José bello
PROSIGUE EX R E S P E C T O AMOROSO, DANDO ENHORABUENAS El tributo humilde. Vínculo, que ciñe
D E CUMPLIR AÑOS L A SEÑORA VIRREINA. Vive, y á tu edad De vuestros dos cuellos
E l sol que la asiste, Las amantes vides.
Nunca la mensure, En cuyos progresos
Discreta y hermosa, ¿Qué cosa de ti Sólo la ilumine. Pido á Dios que mires
Soberana Lisi, Puede discurrirse, A tus primaveras L a piedad de Numa,
En quien la belleza Que mayor no sea E l tiempo flexible Y el valor de Aquiles;
E ingenio compiten. De lo que se explique? Sirva solamente, Para que de tantos
Bella una vez sola ; El que copia al sol, No las examine. Héroes invencibles,
¡Oh qué poco dije! Aunque solicite Tantos como prendas Las claras memorias
Discreta mil veces, Copiarle más bello, Años multipliques; E n él resuciten.
Bella otros mil miles. Nunca lo consigue. Y ellos solamente V i v e , porque y o ,
No es esto alabarte; Pues por más que intenso Cuenten tus abriles. De tus rayos Clicie,
Que para aplaudirte, E l estudio aplique, Pues serás eterna Sólo vivo aquello
Son aún de la fama Quedará más bello Con cuenta infalible, Que pienso que vives.
Roncos los clarines. De lo que le pinten.
Ni hacerte lisonjas Así, si tus partes
A nadie es posible, Quieren aplaudirse, DÉCIMAS.
Pues ninguna hay que Sólo en no copiarlas
Tú no verifiques. Pudieran mentirte.
Porque, ¿qué alabanza Porque es tu hermosura Copia divina, en quien veo
Puedo yo decirte, Tan inaccesible, Desvanecido al pincel,
Que no halle verdad Que quien más la alaba, De ver que ha llegado él
El que la averigüe? Menos la define. Donde no pudo el deseo;
Que si es lisonjero. T u ingenio y tus gracias A l t o , soberano empleo,
El que en lo que dice, Tan imperceptibles, De más que humano talento,
Ó más encarece, Que no les da alcance Exenta de-atrevimiento,
O lo que no hay finge: La pluma más lince. Pues tu beldad increíble,
— 25 —

Como excede á lo posible, Quien roba todo el sentido?


No la alcanza el pensamiento. ¿Posible es que no ha sentido
Esta mano que le toca?
¿Qué pincel tan soberano ¿Y á que atiendas te provoca
Fué á copiarte suficiente? Á mis rendidos despojos?
¿Qué numen movió la mente? ¿Qué, no hay luz en esos ojos?
¿Qué virtud rigió la mano? ¿Qué, no hay voz en esa boca?
No se alabe el arte vano
Que te formó peregrino ; Bien puedo formar querella
Pues en tu beldad convino, Cuando me dejas en calma,
Para formar un portento, De que me robas el alma,
Fuese humano el instrumento; Y no te animas con ella;
Pero el impulso, divino. Y cuando altivo atrepella lia-
T u rigor, mi rendimiento,
Tan espíritu te admiro, Apurando el sufrimiento,
Que cuando deidad te creo, Tanto tu piedad se aleja,
Hallo el alma, que no veo, Que se me pierde la queja,
Y dudo el cuerpo, que miro; Y se me logra el tormento.
Todo el discurso retiro,
T a l vez pienso que piadoso
Admirada en tu beldad;
Respondes á mi afición,
Que muestra con realidad,
Y otras teme el corazón,
Dejando el sentido en calma,
Que te esquivas desdeñoso:
Que puede copiarse el alma,
Y a alienta el pecho dichoso,
Que es visible la deidad.
Y a infeliz al rigor muere; Mir
Pero, como quiera, adquiere
Mirando perfección tal, L a dicha de poseer, 91 fc
Cual la que en ti llego á ver, Porque al fin, en mi poder
:!¡!
Apenas puedo creer Serás lo que yo quisiere.
Que puedes tener igual;
Y á no haber original, Y aunque ostentes el rigor
De cuya perfección rara De tu original fiel,
Á mí me ha dado el pincel,
L a que hay en ti se copiara;
> L o que no puede el amor:
Perdida por tu afición,
Dichosa vivo al favor
Segundo Pigmaleón,
Que me ofrece un bronce frío ;
L a animación te impetrara.
Pues aunque muestres desvío,
Podrás, cuando más terrible,
Toco, por ver si escondido
Decir que eres impasible
i ! L o viviente en ti parece:
Pero no que no eres mío.
¿Posible es que de él carece

ni
I I
f
FRAGMENTOS
VILLANCICO.
DEL

Aquella zagala La del hablar dulce, A U T O S A C R A M E N T A L DEL DIVINO NARCISO.


Del mirar sereno, Cuyos labios bellos
Hechizo del soto, Destilan panales,
Y envidia del cielo: Leche y miel vertiendo:
NATURALEZA.
La que al mayoral La que preguntaba
De la cumbre excelso, Con amante anhelo De buscar á Narciso fatigada,
Hirió con un ojo, Dónde de su esposo Sin permitir sosiego á mi pie errante
Prendió en un cabello: Pacen los corderos: N i á mi planta cansada,
Á quien su querido Á quien su querido ¡ Qué tantos ha ya días, que vagante
Le fué mirra un tiempo, Liberal y tierno, Examino las breñas
Dándole morada Del Líbano llama Sin poder encontrar más que las señas!
S u s Cándidos pechos: Con dulces requiebros: A este bosque he llegado, donde espero
L a que rico adorno Por gozar los brazos Tener noticias de mi bien perdido;
Tiene por aseo, De su amante dueño, Que si señas confiero,
Cedrina la casa Trueca el valle humilde Diciendo está del prado lo florido,
Y florido el lecho: Por el monte excelso. Que producir amenidades tantas
L a que se alababa, Es por haber besado ya sus plantas.
Los pastores sacros
Que el color moreno Del Olimpo eterno, ¡Oh! cuántos días ha que he examinado
Se lo iluminaron La gala le cantan L a selva flor á flor, y planta á planta,
Los rayos Febeos: Con dulces acentos. Gastando congojado
L a por quien su esposo Mi triste corazón en pena tanta,
Pero los del valle,
Con galán desvelo Y mi pie fatigando vagabundo
Su fuga siguiendo.
Pasaba los valles, Tiempo, que siglos son, selva, que es mundo!
Dicen presurosos
Saltaba los cerros: Díganlo las edades que han pasado,
E n confusos ecos:
Díganlo las regiones que he corrido,
Los suspiros que he dado,
ESTRIBILLO. De lágrimas los ríos que he vertido,
Los trabajos, los yerros, las prisiones
A l monte, al monte, á la cumbre; Que he padecido en tantas ocasiones.
Corred, volad, zagales, Una vez, por buscarle, me toparon
Que se nos va María por los aires: De la ciudad las guardas, y atrevidas
Corred, corred, volad á prisa, á prisa, No sólo me quitaron
Que nos lleva robadas las almas y las vidas, E l manto, mas me dieron mil heridas
Y llevando en si misma nuestra riqueza, Los centinelas de los altos muros,
Nos deja sin tesoros el aldea. Teniéndose de mí por mal seguros.
TOMO I.
¡Oh, ninfas que habitáis este florido
Y ameno prado! ansiosamente os ruego, Las alegres promesas amorosas
Que si acaso al querido Que me ofrece Isaías
En todas sus sagradas profecías.
De mi alma encontrareis, de mi fuego
Pues ya nació aquel niño hermoso y bello;
Le noticiéis diciendo mi agonía
Y ya nació aquel hijo delicado
Con que de amor enferma el alma mía.
Que será gloria al vello,
Si queréis que os dé señas de mi amado,
Llevando sobre el hombro el principado,
Rubicundo esplendor le colorea
Admirable Dios, fuerte y consejero,
Sobre jazmín nevado,
Rey y padre del siglo venidero.
Por su cuello rizado ofir pasea;
Y a brotó aquella vara misteriosa
Los ojos de paloma, que enamora
De Jesé la flor bella, en que descansa
Y en los raudales transparentes mora.
Sobre su copa hermosa
Mirra olorosa de su aliento exhala;
Espíritu divino, en que afianza
Las manos son al torno, y están llenas Sabiduría, consejo, inteligencia,
De jacintos por gala, Fortaleza, piedad, temor y ciencia.
Ó por indicios de sus graves penas;
Ya el fruto de David tiene la silla
Que si el jacinto es ay entre sus brillos,
De su padre; ya el lobo y el cordero
Ostenta tantos ayes como anillos.
Se junta y agavilla
Dos columnas de mármol sobre basas Y el cabritillo con el pardo fiero,
De oro, sustentan su edificio bello, Junto al oso el becerro quieto yace,
Y en delicias no escasas, Y como buey el león las pajas pace.
Suavísimo es y ebúrneo el blanco cuello Recién nacido infante, quieto juega
Y todo apetecido y deseado: En el cóncavo de áspid ponzoñoso,
Tal es, oh ninfas, mi divino amado. Y á la caverna llega
Entre millares mil es escogido, Del Régulo nocivo, niño hermoso,
Y cual granada luce sazonada Y la manilla en ella entra seguro,
En el prado florido, Sin poderlo dañar su aliento impuro.
Entre rústicos árboles plantada: Y a la señal, que Acaz pedir no quiso
Así sin que ningún zagal le iguale, Y Dios le concedió sin él pedirla,
Entre todos los otros sobresale. Se ve, pues ya Dios hizo
_ Dccidme dónde está el que mi alma adora, La nueva, la estupenda maravilla,
Ó en qué parte apacienta sus corderos, Que á la naturaleza tanto excede,
Ó hacia dónde á la hora De que una virgen para, y virgen quede.
Meridiana descansan sus luceros, Ya á Abraham se ha cumplido la promesa
Para que y o empiece á andar vagando Que Dios reiteró á Isaac, de que serían
Por los rediles que le voy buscando. En su estirpe y nobleza
Mas por mi dicha ya cumplidas veo Bendecidas las gentes que nacían
De Daniel sus semanas misteriosas, E n todas las naciones
Y logra mi deseo Para participar sus bendiciones.
E l cetro de Judá, que ya ha saltado,
Según fué de Jacob la profecía, Por las cisternas viejas
Da á entender que ha llegado Bebiendo turbias aguas,
Del mundo la esperanza y la alegría, T u necia sed enjuagas
L a salud del Señor que él esperaba Y con sordas orejas,
Y en profético espíritu miraba. (Canta.) De las aguas vivíficas te alejas.

Sólo me falta ya ver consumado E n mis finezas piensa:


E l mayor sacrificio. ¡Oh, si llegaras Verás que siempre amante
Y de mi dulce amado Te guardo vigilante,
Mereciera mi amor mirar la cara! T e libro de la ofensa,
Seguiréle por más que me fatigue, (Canta.) Y que pongo la vida en tu defensa.

Pues dice que ha de hallarle quien le sigue. De la escarcha y la nieve


¡ Oh divino amado, quién gozara Cubierto voy siguiendo
Acercarse á tu aliento generoso Tus necios pasos, viendo
De fragancia más rara Que ingrata no te mueve
Que el vino y el ungüento más precioso! (Canta.) Ver que dejo por ti noventa y nueve.

T u nombre es como el óleo derramado, Mira que mi hermosura


Y por esto las ninfas te han amado. De todas es amada,
Tras tus olores presto voy corriendo: De todas es buscada,
¡Oh con cuánta razón todas te adoran! Sin reservar criatura,
( C a n t a . ) Y sola á ti te elige tu ventura.
Mas no estés atendiendo
Por sendas horrorosas
Si del sol los ardores me acaloran;
Tus pasos voy siguiendo,
Mira que aunque soy negra soy hermosa,
Y mis plantas hiriendo
Pues parezco á tu imagen milagrosa.
De espinas dolorosas,
Mas allí una pastora hermosa veo:
(Canta.) Que estas selvas producen escabrosas.
¿Quién podrá ser beldad tan peregrina?
Y o tengo de buscarte,
Mas, ó miente el deseo,
Y aunque tema perdida,
0 ya he visto otra vez su luz divina:
Por buscarte, la vida,
A ella quiero acercarme,
No tengo de dejarte,
Por ver si puedo bien certificarme.
(Canta.) Que antes quiero perderla, por hallarte.
( L l e g a n la Naturaleza y la Gracia á la fuente, pónese la Naturaleza entre las ramas,
y con ella la Gracia, de manera que parezca que se m i r a ; y sale por otra parte
¿Así me correspondes,
Narciso con una honda como pastor, y canta el último verso y lo demás repre- Necia, de juicio errado?
senta.)
¿No soy quien te ha criado?
NATURALEZA.
¿Cómo no me respondes?
Ovejuela perdida, (Canta.) ¿Y cómo (si pudieras) te me escondes?
De tu dueño olvidada Pregunta á tus mayores
¿Adonde vas errada? Los beneficios míos,
Mira que dividida Los abundantes ríos,
(Canta.) De mí, también te apartas de tu vida. Los pastos, y verdores
(Canta.) En que te apacentaron mis amores.
Y de aves carniceras
En un campo de abrojos,
(Canta.) Serán mordidos y de bestias fieras.
En tierra no habitada
Probarán los furores
T e hallé sola, arriesgada
De arrastradas serpientes,
Del lobo á ser despojos,
Y en muertes diferentes
(Canta.) Y te guardé cual niña de mis ojos.
Obrarán mis rigores
Trájete á la verdura (Canta.) Fuera el cuchillo y dentro los temores.
Del más ameno prado, Mira que soberano
Donde te ha apacentado Soy, que no le hay más fuerte,
De la miel la dulzura, Que yo doy vida, y muerte,
(Canta.) Y aceite, que manó de peña dura. Que yo hiero; yo sano ;
Del trigo generoso (Canta.) Y que nadie se escapa de mi mano.
L a medula escogida Pero la sed ardiente
T e sustentó la vida, Me aflige y me fatiga;
Hecho manjar sabroso Bien es que el curso siga
(Canta.) Y el licor de las uvas oloroso. De aquella clara fuente,
Engordaste, y lozana, (Canta.) Y que en ella templar mi amor intente.
Soberbia y engreída Que pues por ti he pasado
De verte tan lucida, E l hambre de gozarte,
Altivamente vana No es mucho que mostrarte
(Canta.) Mi belleza olvidaste soberana. Procure mi cuidado;
Buscaste otros pastores, (Canta.) Que de la sed por ti estoy abrasado.

A quien no conocieron
( T o d o esto ha de haber dicho llegando hacia la fuente, y en llegando la mira y dice.)
Tus padres, ni los vieron,
N i honraron tus mayores;
NARCISO.
(Canta.) Y con esto incitastes mis furores.
Y prorrumpí enojado: Llego: mas ¡qué es lo que miro!
Y o esconderé mi cara ¡Qué soberana hermosura!
(Á cuyas luces para Afrenta con su luz pura
Su cara el sol dorado) Todo el celestial zafiro:
(Canta.) De este ingrato, perverso, infiel ganado. Del sol el luciente giro,
Y o haré que mis furores Con todo el curso luciente,
Los campos los abrasen, Que da desde Ocaso á Oriente,
Y las hierbas que pacen, No esparce en signos y estrellas
Y talen mis ardores Tanta luz, tantas centellas.
(Cama.) A u n los montes que son más superiores. Como da sola esta fuente.
Mis saetas ligeras Cielo y tierra se ha cifrado
Les tiraré, y el hambre A componer su arrebol;
Corte el vital estambre, E l cielo con su esplendor,
Y con sus flores el prado:
La esfera se ha trasladado E l pecho me ha traspasado,
Toda á quererla adornar; Con el rizo-de un cabello:
Pero no, que tan sin par Abre el cristalino sello
Belleza, todo el desvelo De ese centro claro y frío,
De la tierra, ni del cielo, Para que entre el amor mío;
No lo pudieran formar. Mira que traigo escarchada
L a crencha de oro, rizada
Recién abierta granada
Con las perlas del rocío.
Sus mejillas sonrosea,
Ven esposa, á tu querido,
Sus dos labios hermosea
Rompe esta cortina clara,
Partida cinta dorada,
Muéstrame tu hermosa cara,
Por quien la voz delicada,
Suene tu voz á mi oído;
Haciendo al coral agravio,
Ven del Líbano escogido,
Despide el aliento sabio,
Acaba ya de venir,
Oue así á sus claveles toca;
Y coronaré el Ofir
Leche y miel vierte la boca,
De tu madeja preciosa
Panales destila el labio.
Con la corona olorosa
Las perlas, que en concha breve De Amaná, Hermón y Sanir.
Guarda, se han asimilado
A l rebaño, que apiñado
Desciende en copos de nieve:
SONETO.
El cuerpo, que gentil mueve,
E l aire á la palma toma; EN Q U E D A M O R A L CENSURA Á U N A ROSA
Los ojos, por quien asoma
Y EN E L L A Á SUS SEMEJANTES.
El alma en su resplandor,
Muestra, con luces de sol,
Rosa divina, que en gentil cultura,
Benignidad de paloma.
Eres con tu fragante sutileza
Terso el bulto delicado, Magisterio purpúreo en la belleza,
De lo que á la vista ofrece, Enseñanza nevada á la hermosura;
Parva de trigo parece, Amago de la humana arquitectura,
Con azucenas vallado: Ejemplo de la vana gentileza,
De marfil es torneado E n cuyo ser unió naturaleza
E l cuello, gentil columna; L a cuna alegre y triste sepultura:
No puede igualar ninguna ¡Cuán altiva en tu pompa, presumida,
Hermosura á su arrebol, Soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
Escogida como el sol, Y luego, desmayada y encogida,
Y hermosa como la luna. De tu caduco ser das mustias señas
Con un ojo solo bello Con que con docta muerte y necia vida
E l corazón me ha abrasado, Viviendo engañas, y muriendo enseñas!
T

SONETO. LIRAS

EN Q U E S A T I S F A C E UN R E C E L O CON LA R E T Ó R I C A DEL LLANTO. Q U E E X P R E S A N SENTIMIENTOS DE AUSENTE.

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, Amado dueño mío:


Como en tu rostro y tus acciones vía Escucha un rato mis cansadas quejas,
Que con palabras no te persuadía, Pues del viento las fío
Que el corazón me vieses deseaba: Que breve las conduzca á tus orejas,
Y Amor, que mis intentos ayudaba, Si no se desvanece el triste acento
BJ'- . Venció lo que imposible parecía; Como mis esperanzas en el viento.
Pues entre el llanto que el dolor vertía, Óyeme con los ojos,
E l corazón deshecho destilaba. Y a que están tan distantes los oídos,
Baste ya de rigores, mi bien: baste; Y de ausentes enojos
No te atormenten más celos tiranos, E n ecos de mi pluma mis gemidos;
Ni el vil recelo tu quietud contraste' Y ya que á ti no llega mi voz ruda,
Con sombras necias, con indicios v a n o s ; Óyeme sordo, pues me quejo muda.
Pues ya en líquido humor viste y tocaste Si del campo te agradas,
Mi corazón deshecho entre tus manos. Goza de sus frescuras venturosas,
Sin que aquestas cansadas
Lágrimas te detengan enfadosas ;
Que en él verás si atento te entretienes,
SONETO. Ejemplo de mis males y mis bienes.
Si al arroyo parlero
Ves galán de las flores en el prado,
Detente, sombra de mi bien esquivo, Que amante y lisonjero
Imagen del hechizo que más quiero, Á cuantas mira intima su cuidado,
Bella ilusión, por quien alegre muero, E n su corriente mi dolor te avisa
Dulce ficción, por quien penoso vivo: Que á costa de mi llanto tienes risa.
Si al imán de tus gracias atractivo Si ves que triste llora
Sirve mi pecho de obediente acero, Su esperanza marchita en ramo verde
¿Para qué me enamoras lisonjero. Tórtola gemidora,
Si has de burlarme luego fugitivo? En él, y en ella mi dolor te acuerde,
Mas blasonar no puedes satisfecho Que imitan con verdor, y con lamento,
De que triunfa de mí tu tiranía; El mi esperanza, y ella mi tormento.
Que aunque dejas burlado el lazo estrecho Si la flor delicada,
Que tu forma fantástica ceñía, Si la peña, que altiva no consiente
Poco importa burlar brazos y pecho, Del tiempo ser hollada,
Si te labra prisión mi fantasía. Ambas me imitan, aunque variamente,
¡ '
Ya con fragilidad, ya con dureza,
Revestirá de gloria mis sentidos ?
Mi dicha aquélla, y ésta mi firmeza.
Y ¿cuándo yo dichosa
Si ves el ciervo herido
Mis suspiros daré por bien perdidos,
Que baja por el monte acelerado,
Teniendo en poco el precio de mi llanto,
Buscando, dolorido,
Que tanto ha de penar, quien goza tanto?
Alivio al mal en un arroyo helado,
¿Cuándo de tu apacible
Y sediento, al cristal se precipita,
Rostro alegre veré el semblante afable
No en el alivio, en el dolor me imita.
Y aquel bien indecible,
Si la liebre encogida
Á toda humana pluma inexplicable?
Huye medrosa de los galgos fieros,
Que mal se ceñirá á lo definido
Y por salvar la vida
Lo que no cabe en todo lo sentido.
No deja estampa de los pies ligeros,
V e n , pues, mi prenda amada;
Tal mi esperanza en dudas y recelos
Que ya fallece mi cansada vida
Se ve acusada de villanos celos.
De esta ausencia pesada;
Si ves el cielo claro, V e n , pues, que mientras tarda tu venida,
Tal es la sencillez del alma mía; Aunque me cueste su verdor enojos,
Y si, de luz avaro, Regaré mi esperanza con mis ojos.
De tinieblas se emboza el claro día,
Es con sii obscuridad y su inclemencia
Imagen de mi vida en esta ausencia.
LIRAS
Así que (Fabio amado)
Saber puedes mis males sin costarte QUE DAN ENCARECIDA SATISFACCIÓN Á UNOS CELOS.
L a noticia cuidado;
Pues puedes de los campos informarte, Pues estoy condenada,
Y pues yo á todo mi dolor ajusto, Fabio, á la muerte por decreto tuyo,
Saber mi pena sin dejar tu gusto.' Y la sentencia airada
Mas ¿cuándo (¡ay gloria mía!) Ni la apelo, resisto, ni la huyo:
Mereceré gozar tu luz serena? Óyeme, que no hay reo tan culpado,
¿Cuándo llegará el día A quien el confesar le sea negado.
Que pongas dulce fin á tanta pena? Porque te han informado
¿Cuándo veré tus ojos, dulce encanto, Dices, de que mi pecho te ha ofendido,
Y de los míos quitarás el llanto? Me has fiero condenado;
¿Cuándo tu voz sonora Y pueden en tu pecho endurecido
Herirá mis oídos, delicada, Más la noticia incierta, que no es ciencia,
Y el alma, que te adora, Que de tantas verdades la experiencia.
De inundación de gozos anegada Si á otros crédito has dado,
A recibirte con amante prisa Fabio, ¿por qué á tus ojos se lo niegas?
Saldrá á los ojos desatada en risa? Y el sentido trocado,
¿Cuándo tu luz hermosa De la ley al cordel mi cuello entregas:
— 4o —
Pues liberal me amplías los rigores,
Sé, que lo siento, y no sé
Y avaro me restringes los favores.
L a causa por que lo siento.
Si á otros ojos he visto,
Siento una grave agonía
Mátenme, Fabio, tus airados ojos:
Por lograr un desvaneo,
Si á otro cariño asisto,
Que empieza como deseo,
Asístanme implacables tus enojos:
Y para en melancolía.
Y si otro amor del tuyo me divierte,
Y cuando con más terneza
Tú, que has sido mi vida, me des muerte.
Mi infeliz estado lloro,
Si á otro, alegre, he mirado, Sé que estoy triste, é ignoro
Nunca alegre me mires, ni te vea: La causa de mi tristeza.
Si le hablé con agrado, Siento un anhelo tirano,
Eterno desagrado en ti posea: Por la ocasión á que aspiro,
Y si otro amor inquieta mi sentido, Y cuando cerca la miro,
Sáquesme el alma tú, que mi alma has sido. Y o misma aparto la mano.
Mas supuesto que muero Porque si acaso se ofrece,
Sin resistir á mi infelice suerte, Después de tanto desvelo,
Que me des sólo quiero La desazona el recelo,
Licencia de que escoja yo mi muerte: O el susto la desvanece.
Deja la muerte á mi elección medida; Y si alguna vez sin susto
Pues en la tuya pongo yo la vida. Consigo tal posesión,
No muero de rigores, Que cualquier leve ocasión
Fabio, cuando morir de amores puedo; Me malogra todo el gusto.
Pues con morir de amores, Siento mal del mismo bien
Tú acreditado, y y o bien puesta quedo; Con receloso temor,
Que morir por amor, no de culpada, Y me obliga el mismo amor
No es menos muerte, pero es más honrada. T a l vez á mostrar desdén.
Perdón en fin te pido Cualquier leve ocasión labra
De las muchas ofensas que te he hecho E n mi pecho de manera
E n haberte querido; Que el que imposible venciera
Que ofensas son, pues son á tu despecho, Se irrita de una palabra.
Y con razón te ofendes de mi trato; Con poca causa ofendida
Pues que yo con quererte te hago ingrato. Suelo, en mitad de mi amor,
Negar un leve favor
Á quien le diera la vida.
REDONDILLAS.
Y a sufrida, ya irritada
EX QUE DESCRIBE R A C I O N A L M E N T E LOS E F E C T O S IRRACIONALES Con contrarias penas lucho,
DEL AMOR. Que por él sufriré mucho,
Este amoroso tormento, Y con él, sufriré nada.
Que en mi corazón se ve, No sé en qué lógica cabe,
E l que tal cuestión se pruebe,
N o huyo el mal ni busco el bien;
Que por él, lo grave es leve,
Porque en mi confuso error,
Y con él, lo leve es grave.
Ni me asegura el amor,
Sin bastantes fundamentos
Ni me despecha el desdén.
Forman mis tristes cuidados,
E n mi ciego devaneo,
De conceptos engañados,
Bien hallada con mi engaño,
Un monte de sentimientos.
Solicito el desengaño,
Y en aquel fiero conjunto
Y no encontrarlo deseo.
Hallo, cuando se derriba,
Si alguno mis quejas oye
Que aquella máquina altiva
Más á decirlas me obliga,
Sólo estribaba en un punto.
Porque me las contradiga,
Tal vez el dolor me engaña,
Que no porque las apoye.
Y presumo sin razón,
Porque si con la pasión
Que no habrá satisfacción,
A l g o contra mi amor digo,
Que pueda templar mi sana.
E s mi mayor enemigo,
Y cuando á averiguar llego
Quien me concede razón.
E l agravio por que riño,
Y si acaso en mi provecho
Es como espanto de niño,
. Hallo la razón propicia,
Que para en burlas y juego.
Me embaraza la justicia,
Y aunque el desengaño toco,
Y ando cediendo el derecho.
Con la misma pena lucho,
Nunca hallo gusto cumplido;
De ver que padezco mucho,
Porque entre alivio y dolor,
Padeciendo por tan poco.
Hallo culpa en el amor,
Á vengarse se abalanza
Y disculpa en el olvido.
Tal vez el alma ofendida,
Esto de mi pena dura
Y después arrepentida
E s algo del dolor fiero,
Tomo de mí otra venganza.
Y mucho más no refiero,
Y si al desdén satisfago,
Porque pasa de locura.
Es con tan ambiguo error,
Que yo pienso que es rigor, Si acaso me contradigo
E n este confuso error,
Y se remata en halago.
Aquel que tuviere amor
Hasta el labio desatento
Entenderá lo que digo.
Suele equívoco tal vez,
Por usar de la altivez
Encontrar el rendimiento. REDONDILLAS.
Cuando por soñada culpa Pedirte, señora, quiero
Con más enojo me incito, De mi silencio perdón,
Y o le acrimino el delito, Si lo que ha sido atención,
Y le busco la disculpa. Le hace parecer grosero.
TOSO I. 3
^y^rnmmm
or»

!
— 44 -
— 45 — m
Y no me podrás culpar,
Si hasta aquí mi proceder, De mi respeto la llave.
Por ocuparse en querer, Y aunque el amar tu belleza
Se ha olvidado de explicar. Es delito sin disculpa,
Que en mi amorosa pasión, Castigúeseme la culpa
No fué descuido ni mengua, Primero que la tibieza.
Quitar el uso á la lengua, No quieras, pues, rigurosa,
Que estando ya declarada, lifi
Por dárselo al corazón.
Sea de veras desdichada,
Ni de explicarme dejaba;
Quien fué de burlas dichosa.
Que como la pasión mía
Si culpas mi desacato,
Acá en el alma te vía,
Culpa también tu licencia;
Acá en el alma te hablaba.
Que si es mala mi obediencia,
Y en esta idea notable
No fué justo tu mandato.
Dichosamente vivía ;
Y si es culpable mi intento,
Porque en mi mano tenía
Será mi afecto precito;
E l fingirte favorable.
Porque es amarte un delito
Con traza tan peregrina
De que nunca me arrepiento.
Vivió mi esperanza vana;
Esto en mis afectos hallo,
Pues te pudo hacer humana
Y más que explicar no sé;
Concibiéndote divina.
Mas tú, de lo que callé,
¡Oh! ¡Cuán loca llegué á verme Inferirás lo que callo.
E n tus dichosos amores;
Que aun fingidos tus favores
Pudieron enloquecerme!
ROMANCE.
Oh! ¡Cómo en tu sol hermoso
Mi ardiente afecto encendido.
Por cebarse en lo lucido, Supuesto, discurso mío,
Olvidó lo peligroso! Que gozáis en todo el orbe,
Perdona, si atrevimiento Entre aplausos de entendido,
j
Fué atreverme á tu ardor puro ; De agudo veneraciones;
Que no hay sagrado seguro Mostradlo en el duro empeño
De culpas de pensamiento. En que mis ansias os ponen,
De esta manera engañaba Dando salida á mis dudas,
La loca esperanza mía, Dando aliento á mis temores.
Y dentro de mí tenía Empeño vuestro es el mío ;
Todo el bien que deseaba.
Mas ya tu precepto grave
Mirad que será desorden
Ser en causa ajena agudo,
Y en la vuestra propia torpe.
1
Rompe mi silencio mudo;
Que él solamente ser pudo Ved, que es querer, que las causas,
C o n efectos desconformes,
Nieves el fuego congele, Que aquesto es razón me dicen
Q u e la nieve llamas brote. Los que la razón conocen:
Manda la razón de Estado Pues ¿cómo la razón puede
Q u e , atendiendo á obligaciones, Forjarse de sinrazones?
L a s partes de Fabio olvide, ¿Qué te costaba, hado impío,
L a s prendas de Silvio adore. Dar al repartir tus dones,
O que al menos, si no puedo O los méritos á Fabio,
Vencer tan fuertes pasiones, Ó á Silvio las perfecciones?
Cenizas de disimulo Dicha y desdicha de entrambos
Cubran amantes ardores. L a suerte les descompone,
¡Qué vano disfraz la juzgo! Con que el uno su desdicha,
Pues harán, cuando más obren, Y el otro su dicha ignore.
Que no se mire la llama, ¿Quién ha visto que tan varia
N o que el ardor no se note. La fortuna se equivoque,
¿Cómo podré yo mostrarme, Y que el dichoso padezca
E n t r e estas contradicciones, Porque el infelice goce?
Á quien no quiero, de cera, No me convence el ejemplo
Á quien adoro, de bronce? Que en el Mongibelo ponen,
Que en él es natural gala,
¿Cómo el corazón podrá,
Y en mí violencia disforme.
Cómo sabrá el labio torpe
Y resistir el combate
Fingir halago, olvidando,
De tan encontrados golpes,
Mentir, amando, rigores? i
-•M N o cabe en lo sensitivo,
¿Cómo sufrir abatido,
Y puede sufrirlo un monte.
Entre tan bajas ficciones,
¡Oh vil arte! cuyas reglas
Que lo desmienta la boca
Tanto á la razón se oponen,
Podrá un corazón tan noble?
Que para que se ejecuten,
¿Y cómo podrá la boca
Es menester que se ignoren.
Cuando el corazón se enoje,
¿Qué hace en adorarme Silvio?
Fingir cariños, faltando
¿Cuando más fino blasone
Quien le ministre razones?
Quererme, es más que seguir
¿Podrá mi noble altivez De su inclinación el Norte?
Consentir que mis acciones Gustoso vive en su empleo
De nieve y de fuego sirvan Sin que disgustos le estorben :
De ser fábula del orbe? ¿Pues qué vence, si no vence
Y yo doy, que tanta dicha Por mí sus inclinaciones?
Tenga, que todos lo ignoren : ¿Qué víctimas sacrifica,
Para pasar la vergüenza Qué incienso en mis aras pone,
¿No basta que á mi me conste? Si cambia sus rendimientos
A l precio de mis favores?
Porque era ejercer en sí
Más hago yo; pues no hay duda
Sus propias operaciones.
Que hace finezas mayores
A parte reí se distinguen,
Que el que voluntario ruega,
E l objeto, que conoce ;
Quien violenta corresponde.
Y lo amable, no lo amante,
Porque aquél sigue obediente
Es blanco de sus arpones.
De su estrella el curso dócil,
A m o r no busca la paga
Y ésta contra la corriente • De voluntades conformes;
De su destino se opone.
Que tan bajo interés fuera
E l es libre para amarme, m Indigna usura en los dioses.
Aunque otra su amor provoque,
No hay cualidad que en él pueda
¿Y no tendré y o la misma
Imprimir alteraciones,
Libertad en mis acciones ?
Del velo de los desdenes,
Si él restituir no puede, Del fuego de los favores.
Su incendio mi incendio abone: Su ser es inaccesible
¿Violencia que á él le sujeta, A l discurso de los hombres;
Qué mucho que á mí me postre? Que aunque el efecto se sienta,
¿ N o es rigor, no es tiranía, La esencia no se conoce.
Siendo iguales las pasiones, Y en fin, cuando en mi favor
No poder él reportarse, No hubiera tantas razones,
Y querer que me reporte ? Mi voluntad es de Fabio:
Quererle porque él me quiere Silvio y el mundo perdonen.
No es justo que amor se nombre;
Que no ama quien para amar ROMANCE.
El ser amado supone.
No es amor correspondencia: Y a que para despedirme,
Causas tiene superiores, I Dulce, idolatrado dueño,
Que las concilian los astros Ni me da licencia el llanto,
Ó la engendran perfecciones. Ni me da lugar el tiempo:
Quien ama porque es querida, Háblente los tristes rasgos,
Sin otro impulso más noble, Entre lastimeros ecos,
Desprecia el amante, y ama De mi triste pluma, nunca
Sus propias adoraciones. Con más justa causa negros.
Y aun ésta te hablará torpe
Del humo del sacrificio
Con las lágrimas que vierto;
Quiere los vanos honores,
Porque va borrando el agua
Sin mirar si al oferente
Lo que va dictando el fuego.
Hay méritos que le adornen.
Hablar me impiden mis ojos,
Ser potencia y ser objeto,
Y es, que se anticipan ellos,
Á toda razón se opone;
Viendo lo que he de decirte,
Dudosamente lo pienso;
A decírtelo primero.
Pues si es verdad, no estoy viva,
Oye la elocuencia muda
Y si viva, no lo creo.
Que hay en mi dolor, sirviendo
¿ Posible es que ha de haber día
Los suspiros, de palabras,
Tan infausto, tan funesto,
Las lágrimas, de conceptos.
E n que sin ver yo las tuyas
Mira la fiera borrasca
Esparza sus luces Febo?
Que pasa en el mar del pecho,
¿Posible es que ha de llegar
Donde zozobran turbados
E l rigor á tan severo,
Mis confusos pensamientos. Que no ha de darle tu vista
Mira, cómo ya el vivir Á mis pesares aliento?
Me sirve de afán grosero,
¿Qué no he de ver tu semblante?
Que se avergüenza la vida ¿Qué no he de escuchar tus ecos?
De durarme tanto tiempo. ¿Qué no he de gozar tus brazos?
Mira la muerte, que esquiva ¿ Ni me ha de animar tu aliento ?
H u y e , porque la deseo; ¡ A y mi bien! ¡ A y prenda mía!
Que aun la muerte, si es buscada, ¡Dulce fin de mis deseos!
Se quiere subir de precio. ¿Por qué me llevas el alma,
Mira cómo el cuerpo amante, Dejándome el sentimiento?
Rendido á tanto tormento, Mira que es contradicción
Siendo en lo demás cadáver, Que no cabe en un sujeto,
Sólo en el sentir es cuerpo. Tanta muerte en una vida,
Mira cómo el alma misma Tanto dolor en un muerto.
A u n teme, en su ser exento, Mas ya que es preciso (¡ay triste!)
Que quiera el dolor violar E n mi infelice suceso,
La inmunidad de lo eterno. Ni vivir con la esperanza,
E n lágrimas y suspiros, Ni morir con el tormento:
A l m a y corazón á un tiempo, Dame algún consuelo tú
Aquél se convierte en agua, E n el dolor que padezco,
Y ésta se resuelve en viento. Y quien en el suyo muere,
Ya no me sirve de vida V i v a , siquiera, en tu pecho.
m Esta vida que poseo, No te olvides que te adoro,
Sino de condición sola Y sírvate de recuerdo
Necesaria al sentimiento. Las finezas que me debes,
¿Mas por qué gasto razones Si no las prendas que tengo.
E n contar mi pena, y dejo Acuérdate que mi amor
De decir lo que es preciso, Haciendo gala del riesgo,
Por decir lo que estás viendo ? Sólo por atropellado,
En fin, te vas: ¡ A y de mí! Se alegraba de tenerlo.

|J Mh
— 52 — - 53 —
Y si mi amor no es bastante, De tu rostro en el mío T u y o el óbolo sea
E l tuyo mismo te acuerdo, Haz amoroso estampa Para fletar la barca.
Que no es poco empeño haber Y las mejillas frías Recibe de mis labios
Empezado ya en empeño. De ardiente llanto baña. E l que, en mortales ansias,
Acuérdate, señor mío, Tus lágrimas, y mías, E l exánime pecho
De tus nobles juramentos, Digan equivocadas Ultimo aliento exhala.
Y lo que juró tu boca, Que, aunque en distintos pechos, Y el espíritu ardiente,
No lo desmientan tus hechos. Las engendró una causa. Que vivífica llama
Y perdona, si en temer Unidas de las manos, De acto sirvió primero
Mi agravio, mi bien, te ofendo; Las bien tejidas palmas, Á tierra organizada,
Que no es dolor, el dolor Con movimientos digan Recibe, y de tu pecho
Que se contiene en lo atento. L o que los labios callan. E n la dulce morada,
Y adiós, que con el ahogo Dame por prendas firmes Padrón eterno sea
Que me embarga los alientos, De tu fe no violada, De mi fineza rara.
N i sé ya lo que te digo, E n tu pecho, escrituras, Y adiós, Fabio querido;
Ni lo que te escribo leo. Seguros en tu cara; Que ya el aliento falta,
Para que cuando baje Y de vivir se aleja
Á las estigias aguas, La que de tí se aparta.
ENDECHAS

QUE P R O R R U M P E N EN L A S VOCES DEL DOLOR A L DESPEDIRSE

P A R A UNA AUSENCIA. ENDECHAS

Si acaso, Fabio mío, Oye en tristes endechas QUE DISCURREN F A N T A S Í A S TRISTES DE UN AUSENTE.
Después de penas tantas, Las tiernas consonancias,
Quedan para las quejas Que al moribundo cisne Prolija memoria, Sino que otra especie
Alientos en el alma; Sirven de exequias blandas. Permite, siquiera, De tormento sea.
Si acaso en las cenizas Y antes que noche eterna, Que por un instante Ni de mí presumas
De mi muerta esperanza, Con letal llave opaca, Sosiegue mis penas. Que soy tan grosera
Se libró por pequeña De mis trémulos ojos Afloja el cordel, Que la vida sólo
Alguna débil rama, Cierre las lumbres vagas, Que (según aprietas) Para vivir quiera.
Adonde entretenerse, Dame el postrer abrazo, Temo que reviente, Bien sabes tú, como
Con fuerza limitada, Cuyas tiernas lazadas, Si das otra vuelta. Quien está tan cerca,
E l rato que me escuchas, Siendo unión de los cuerpos, Que sólo la estimo
Mira, que si acabas
Pueda la vital aura; Identifican almas. Por sentir con ella.
Con mi vida, cesa
Si acaso á la tijera Oiga tus dulces ecos, De tus tiranías Y porque perdida,
Mortal, que me amenaza, Y en cadencias turbadas, L a triste materia. Perder era fuerza
Concede breves treguas No permite el ahogo U n amor que pide
No piedad te pido
L a inexorable Parca, Enteras las palabras. Duración eterna:
En aquestas treguas,
Por esto te pido Méritos más altos,
Que tengas clemencia, Más dulces ternezas? ROMANCE
No, porque yo viva, ¿Si de obligaciones
S í , porque él no muera. La carga molesta EN QUE E X P R E S A LOS EFECTOS DEL AMOR D I V I N O , Y PROPONE
¿No basta cuán vivas Le obliga en mi agravio, MORIR A M A N T E Á P E S A R DE TODO RIESGO.
Se me representan A pagar la deuda?
De mi ausente cielo ¿Para qué ventilas Traigo conmigo un cuidado
Las divinas prendas? La cuestión superflua, Y tan esquivo que creo
¿No basta acordarme De si es la mudanza Que aunque sé sentirlo tanto,
Sus caricias tiernas, Hija de la ausencia? Aun yo misma no lo siento.
Sus dulces palabras, Ya yo sé que es frágil Es amor, pero es amor,
Sus nobles finezas? La naturaleza, Que faltándole lo ciego,
¿Y no basta que Y que su constancia Los ojos que tiene son
Industriosa crezcas, Sola es no tenerla. Para darle más tormento.
Con pasadas glorias, Sé que la mudanza E l término no es á quo,
Mis presentes penas? Por puntos, en ella Que causa el pesar que veo,
Sino que (¡ay de mí! Es, de su ser propio, Que siendo el término el bien,
Mi bien, quién pudiera Caduca dolencia. Todo el dolor es el medio.
No hacerte este agravio Pero también sé Si es lícito, y aun debido
De temer mi ofensa!) Que ha habido firmeza, Este cariño que tengo,
Sino que, villano, Que ha habido excepciones ¿Por qué me han de dar castigo?
Persuadirme intentas, De la común regla: ¿Por qué pago lo que debo?
Que mi agravio es ¿Pues por qué la suya ¡Oh, cuánta fineza! ¡Oh, cuántos
Posible que sea. Quieres tú que sea, Cariños he visto tiernos!
Y para formarlo, Siendo ambas posibles, Que amor que se tiene en Dios
Con necia agudeza, De aquélla, y no de ésta? Es calidad sin opuestos.
Con cuerdas palabras, De lo lícito no puede
Mas ¡ay! que ya escucho,
Acciones contestas: Hacer contrarios conceptos,
Que das por respuesta,
Sus proposiciones Con que es amor, que al olvido
Que son más seguras
Me las interpretas, No puede vivir expuesto.
Las cosas adversas.
Y lo que en paz dijo Y o me acuerdo (¡oh nunca fuera!)
Con estos temores,
Me sirve de guerra. Que he querido en otro tiempo
En confusa guerra,
¿Para qué examinas, Lo que pasó de locura,
Entre muerte y vida
Si habrá quién merezca Y lo que excedió de extremo.
Me tienes suspensa.
De tus bellos ojos Ma s como era amor bastardo,
Ven á algún partido Y de contrarios compuesto,
Atenciones tiernas? De una vez, y acepta Fué fácil desvanecerse,
¿Si de otra hermosura Permitir que viva,
Acaso le llevan De achaque de su ser mesmo.
O dejar que muera.
Mas ahora (¡ay de mí!) está

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Tan en su natural centro, Pero valor, corazón,
Que la virtud y razón Porque en tal dulce tormento,
Son quien aviva su incendio. E n medio de cualquier suerte
Quien tal oyere dirá No dejar de amar protesto.
Oue si es así, ¿por qué peno?
Mas mi corazón ansioso
Dirá que por eso mesmo.
¡Oh humana flaqueza nuestra,
R O M A N C E A L MISMO I N T E N T O .
Á donde el más puro afecto
A u n no sabe desnudarle
Del natural sentimiento!
Tan precisa es la apetencia Mientras la gracia me excita
Que á ser amados tenemos, Por elevarme á la esfera,
Que aun sabiendo que no sirve Más me abate hasta el profundo
Nunca dejarla sabemos. E l peso de mis miserias.
Que corresponda á mi amor La virtud y la costumbre
Nada añade; mas no puedo E n el corazón pelean ;
(Por más que lo solicito) Y el corazón agoniza,
Dejar yo de apetecerlo. E n tanto que lidian ellas.
Si es lícito, ya lo digo; Y aunque es la virtud tan fuerte
Si es culpa, ya la confieso; Temo que tal vez la venzan;
Mas no puedo arrepentirme Que es muy grande la costumbre,
Por más que hacerlo pretendo. Y está la virtud muy tierna.
Bien ha visto quien penetra Obscurécese el discurso
L o interior de mis secretos, Entre confusas tenieblas;
Que y o misma estoy formando Pues ¿quién podrá darme luz,
Los dolores que padezco. Si está la razón á ciegas ?
De mí misma soy verdugo,
Bien sabe que soy yo misma
Y soy cárcel de mí mesma,
Verdugo de mis deseos,
¿Quién vió que pena y penante
Pues muertos entre mis ansias,
Una propia cosa sean?
Tienen sepulcro en mi pecho.
Hago disgusto á lo mismo
Muero (¿quién lo creerá?) á m a n o s
Que más agradar quisiera;
De la cosa que más quiero,
Y del disgusto que doy,
Y el motivo de matarme
En mí resulta la pena.
E s el amor que le tengo.
A m o á Dios, y siento en Dios;
Así alimentando triste
Y hace mi voluntad mesma
L a vida con el veneno,
De lo que es alivio, cruz,
La misma muerte que vivo
Del mismo puerto, tormenta.
E s la vida con que muero.
Padezca, pues Dios lo manda;
Mas de tal manera sea, Con una intuición presente
Que si son penas las culpas, Tenéis en vuestro registro
Que no sean culpas las penas. El infinito pasado
Hasta el presente finito.
Luego no necesitabais
Para ver el pecho mío,
ROMANCE Si lo estáis mirando sabio,
Entrar á mirarlo fino.
Á C R I S T O SACRAMENTADO DÍA D E COMUNIÓN. Luego es amor, no celos,
Lo que en vos miro.
Amante dulce del alma,
Bien soberano á que aspiro,
T ú , que sabes las ofensas
Castigar á beneficios,
Divino imán en que adoro;
H o y , que tan propicio os miro,
Que me animáis la osadía
De poder llamaros mío :
Hoy, que en unión amorosa
Pareció á vuestro cariño,
Que si no estabais en mí,
Era poco estar conmigo:
Hoy, que para examinar
E l afecto con que os sirvo,
A l corazón en persona
Habéis entrado vos mismo.
Pregunto, ¿es amor ó celos
T a n cuidadoso escrutinio?
Que quien lo registra todo,
Da de sospechar indicios.
Mas ¡ay, bárbara, ignorante,
Y qué de errores he dicho,
Como si el estorbo humano
Obstara al lince divino!
Para ver los corazones,
N o es menester asistirlos,
Que para vos son patentes
Las entrañas del abismo.
FR. M A N U E L D E N A V A R R E T E .

SONETO.

DE LA HERMOSURA.

Mira esa rosa, Lisi, en la mañana


Con las perlas del alba enriquecida,
Y en trono de esmeraldas, tan erguida,
Que parece del campo soberana.
1 No tarda, aunque la miras tan ufana,
E n verse por los vientos sacudida,
Y advertirás entonces convertida
E n mustia palidez su hermosa grana.
No de otra suerte, Lisi, tu belleza,
Cual si de eterna fuese su esperanza,
T e adorna de gallarda gentileza;
Pero vendrá la muerte sin tardanza,
Y marchito el verdor de su entereza,
Del trono la hará caer de la privanza.
ir i

LA DIVINA PROVIDENCIA.
P o e m a eucarístico, dividido en tres cantos ( i ) .
11
INTRODUCCIÓN.

Lejos, lejos de mí, versos profanos,


Y con sagrada lira

( i ) Sólo reproducimos los dos primeros. E l tercero es más débil y prosaico.

I tí
- 6 4 - _ 65 -
Cantemos al Señor que nos inspira Cantarán tus favores,
Asuntos soberanos: Y extenderán tu nombre en todo el mundo.
Lejos de mí los versos que son vanos.
Como aquel que despierta alborozado
Después de haber soñado CANTO PRIMERO.

Mil quimeras preciosas,


Pero que como sombra su alegría Cuando con alas de inmortal deseo
Desparece, mirando que estas cosas Vuelo hacia todos lados,
Fueron engaños de su fantasía: Subo y bajo los cielos elevados,
Así pienso el que estoy: un gran vacío Y tantos seres veo
Hallo en el pecho mío, E n su orden respectivo colocados:
Después de que canté tantos amores Cuando la luz me guía
De inocentes zagalas y pastores. De la alma religión, nunca pudiera
Mas ya que la verdad con presto vuelo Preguntarles dudosa el alma mía:
De la mansión lumbrosa ¿Cuál es el numen misericordioso
Baja, y disipa como luz del cielo Que desde su alta esfera
La apariencia engañosa Cuida de tantos seres amoroso?
Que tuvieron por fútiles mis versos, Alza, mortal, los ojos, ve y admira
Otros caminos seguiré diversos, Los cuidados de Dios siempre velando
Y elevaré mis tonos entretanto Sobre toda la gran naturaleza:
Que alabo la Divina Providencia Mira los bienes, los regalos mira
Del numen sacrosanto. Que está siempre manando
¡Oh, si pudiese hacer una pintura L a fuente perenal de sus ternezas:
De su amor y clemencia! Todo anuncia cariños y finezas
Entonces la poesía Del padre universal, del Dios de amores,
Empleara como debe su hermosura, Que al mirar nuestra débil existencia
Nos colma de favores:
Y dando en estos cantos
Todo anuncia su amable providencia.
Gracias debidas por favores tantos,
Sus sienes ceñiría Ríe el alba en los cielos avisando
Que viene el claro día,
Con un laurel eterno
Y luego asoma el sol resplandeciente
Que no lo marchitara el crudo invierno.
Á cuyo fuego blando
¡Oh, abrásame, mi Dios! dame tu aliento
Restaura su alegría
Que no tiene la pobre musa mía
Y su vital calor todo viviente.
Para tanto argumento,
Sólo Dios pudo ser tan providente:
N i discurso, ni gracia, ni ornamento.
Su infatigable empeño
¡Oh, si todo lo hubiese de tu mano!
A u n en lo más pequeño
Dame, Señor, tu aliento soberano,
Se muestra cuidadoso:
Y mi agradecimiento, y mis amores, Porque ¿quién sino el Todopoderoso
Saliendo del letargo más profundo,
Dice á las aves, al dejar sus nidos,
Ella, cual todas, su favor espera,
Que vuelen en bandadas
Pues sólo Dios pudiera
A los anchos y fértiles ejidos,
Mantener providente cuantas cosas
Para volver cargadas
Salieron de sus manos poderosas.
A socorrer sus míseros hijuelos,
Que al padre de los cielos Sí, Señor, sólo tú, desde el brillante
E n flébiles piadas Alcázar de diamante
L e piden el sustento? Que elevaste en el alto firmamento,
Sólo Dios pudo hacer este portento. Sobre todos los seres vigilante,
Y poniendo en seguro movimiento
Pero aun á más se extiende su cuidado, Los orbes celestiales;
Viendo por lo que está más retirado: Sí, Señor, desde allá, según el modo
Porque, ¿quién sino él mismo pule y viste Que apenas se trasluce á los mortales,
E n el valle más hondo y apartado, Todo lo miras y lo arreglas todo.
De tan bello color, al lirio triste?
¡Todo! sí, pues no fuera consiguiente
Sólo Dios, el señor de cuanto existe:
Que siendo tú el autor de lo criado,
Y si su mano ahora Otro fuera encargado
Hace que salga por el alto cielo De ser en cosa alguna providente.
L a rutilante aurora Todo lo riges acertadamente;
Para alegrar la habitación del suelo; Sin que lleve Eólo
Después hará á la noche que descienda E l carro de los vientos, ni Neptuno
Sobre nuestra morada, E l cerúleo tridente:
Y del sueño tranquilo acompañada, Porque tu cetro, sólo
Hará benigno que sus alas tienda. T u cetro de esplendor, y no otro alguno,
Entonces cuando el cielo Sobre el vasto universo representa
Parece recogerse, y que ha bajado E l gobierno del Dios que lo sustenta.
L a tierra, y que se cubre con el velo Alas ¿qué genio divino,
Que la noche de estrellas ha corrido Como á recios impulsos, me ha obligado
Pero el Señor no duerme cuando el mundo, Á subir sobre el cielo cristalino ?
De lóbregas tinieblas rodeado, Deja, mi musa, deja el estrellado
Descansa en un silencio tan profundo Lugar, y en manso vuelo
Cual si lo hubiese Dios dado al olvido, Baja, y me muestra en el humilde suelo
¿Quién sino Dios entonces, al rugido Las grandes profusiones
Del formidable león que en la espesura De Dios en las anuales estaciones:
Estremece los montes levantados; Baja y canta al Señor, que va guiando
Quién sino Dios sus manos extendiera A l año por las tierras circulando.
Para saciar el hambre de una fiera
CANTO SEGUNDO.
Que sale entonces de su cueva obscura?
Tales son del Eterno los cuidados: A l modo que los hábiles pintores,
A l fin es su criatura: E n ingeniosos cuadros aplicando
Oportunos colores,
Arden los valles; pero el ancho río,
Nos van representando
Los bosques y las auras matinales,
Los aspectos que el año va mudando ;
Restauran el vigor de los mortales;
Y como en cuatro imágenes procura, Cuando, por otra parte, los despojos
De admirable y feliz correspondencia De la alegre y fecunda sementera
Con la madre natura, Ofrecen mil contentos á los ojos;
Instruirnos la pintura, La rubia mies preséntase en manojos
Hasta hacernos tocar con evidencia Sobre los altos carros; la galera
Los favores de la alta providencia, E n su anchuroso seno la atesora;
Así también ufano yo quería Prepárase la era,
Que en sus versos lo hiciera
Y la hambre asoladora,
L a alegre musa mía.
Que hace á las gentes formidable guerra,
¡Oh tú, sabio Barquera!
Como asustada sale de la tierra.
Dirígela entretanto,
Resuena en las cabañas la alegría
Dirígela, te ruego, mientras canto
De la gente del campo bienhadada,
La dulce primavera.
Y la sombra de Ceres disipada,
¡Cuán bella se nos muestra por el llano,
E l canto sube á la región del día.
Y cuál es su decoro Pero el Señor le escucha, y con violencia
De esa la amable ninfa del verano, Convoca á su presencia
Cuando el sol entra ufano Mil espesos nublados
E n la alta casa del carnero de oro! Que de agua y refrigerio van cargados.
¡Cuán risueña se mira en la espaciosa Su seña aguardan y en el mismo instante,
Y afortunada selva, coronando Que responde á su voz el firmamento,
A l joven año de clavel y rosa! L a máquina del mundo, vacilante,
Y al verla tan hermosa, Se pone en movimiento:
Los apacibles céfiros volando, Sopla agitado el viento;
Los arroyos corriendo, E l polo cruje ; el éter se ilumina;
Los melodiosos pájaros cantando La catarata se abre repentina,
Y las flores riendo Y baja por el aire estrepitosa
Naturaleza toda á su presencia En torrentes la lluvia cristalina.
Alaba á la Divina Providencia. Cruza la tempestad, y la frescura
Sigue el año su curso presuroso, Que deja por la tierra calurosa,
Y en tanto que los cielos van rodando Fomenta el seno de la gran natura.
Sobre sus firmes ejes, va tornando ¡Tiempo dichoso en que la huerta amena
E l sol por su camino luminoso. Su abundancia nos brinda, ya madura
Asoma luego el caluroso estío, De frutas tantas con que Dios la llena!
Este es el tiempo en que el cantor famoso
Y las espigas de los campos dora
De la otoñal riqueza nos mostraba
Que hizo brotar la mano agricultora
Las matutinas horas, y ardoroso
Entre la escarcha del invierno frío.
— 7o - — 71 —
Con su cítara dulce las cantaba ¿El ardor estival feliz lo haría,
E n la cuna del alba amaneciendo, Cuando tan solamente sazonara
A l punto que asomaba L a mies que le prepara
Vertumno con sus ninfas, ofreciendo E l labrador robusto?
Á los hombres sus huertos en bonanza. ¿Y qué si no pasara
Sí, Canazulfelice, hijo de Apolo; E l mayor luminar á más altura ?
T ú las cantaste con tu dulce afluencia; ¿El otoño á sus mesas presentara
T u y a fué para Dios esta alabanza. Los dones de más gusto
Que próvido ha sacado
Vuelve á templar tu cítara sonora, De las entrañas de la tierra dura?
Y que repita ufana ¿Y á qué el invierno, pues, llega cargado
Del rico otoño la oriental mañana. De la escarcha y el hielo?
Repítela, mirando la franqueza ¿Qué beneficios trajo á nuestro suelo
Del año dadivoso, Su brazo fuerte de rigor armado?
Y allá, como en encanto primoroso Cual obra en el enfermo y extenuado,
De su genial destreza, Tornándolo á su vida y fortaleza,
Recorra el velo al cuadro milagroso La virtud de Esculapio milagroso,
De la alegre y feraz naturaleza. Así obra en la común naturaleza
Mas ¡ay! que á nuestros ojos L a fuerza del invierno riguroso,
Otra escena se va representando, Mientras que el delirante
Y la dura inclemencia y los enojos Filósofo atribuye á desconcierto
Del cielo me parece estar mirando, Del mundo maquinal, lo que es concierto
Cómo el orbe de aspecto va mudando. De la ley del Señor siempre constante,
Como un sueño ligero, Aunque aparente elemental desorden.
Desparecen los gustos ¿Y á quién tanta armonía,
Y regalos del tiempo lisonjero. Tanto primor, tanto orden,
Ya tornan los disgustos, Y tanta divinal sabiduría?
Todas son de la suma Providencia.
Y con ellos al alma su tormento.
Altas disposiciones,
Los recios golpes siento
Del robusto aquilón que se desata, Que, á fin de conservar nuestra existencia,
Y la abundancia y todo el ornamento Arregló las anuales estaciones.
De la estación fructífera arrebata. Nuestra existencia ha sido su cuidado:
¿Qué nuevo, qué terrible poderío ¡Oh! dilo, musa, en plectro concertado.
Triunfa del año y su verdor maltrata ?
Este es el tiempo del invierno frío.
Pero sin él, ¿qué fuera
Del orbe terrenal? ¿La primavera,
Para hacerlo dichoso, bastaría
Que de vistosas flores lo cubriera?
D. ANDRÉS QUINTANA ROO.
«¿Qué sirvió en los Dolores vil cortijo, Consagran de la paz el nombre pío.
O u e el aleve pastor el grito diera No será empero que el benigno cielo,
De libertad, que dócil repitiera Cómplice fácil de opresión sangrienta,
L a insana chusma con afán prolijo? Niegue á la patria en tan cruel tormenta
S u valor inexperto. Una tierna mirada de consuelo.
D e sacrilega audacia estimulado, Ante- el trono clemente,
Á nüestra vista yerto Sin cesar sube el encendido ruego,
E n el campo quedó y escarmentado, El quejido doliente
Su criminal caudillo, De aquel prelado, que inflamado en fuego
"Rindió ya el cuello al vengador cuchillo.» De caridad divina
«Cual al romper las pléyadas lluviosas L a América indefensa patrocina.
E l seno de las nubes encendidas, «Padre amoroso, dice, que á tu hechura,
Del mar las olas antes adormidas Como el don más sublime concediste,
Súbito el austro altera tempestosas; La noble libertad con que quisiste
De la caterva osada De tu gloria ensalzarla hasta la altura,
A s í los restos nuestra voz espanta, ¿ No ves á un orbe entero
Gemir, privado de excelencia tanta,
Que resuena indignada
Bajo el dominio fiero
Y recuerda, si altiva se levanta,
Del execrable pueblo que decanta
E l respeto profundo
Asesinando al hombre,
Que inspiró de Vespucio al rico mundo.»
Dar honor á tu excelso y dulce nombre?»
« ¡ A y del que hoy más los sediciosos labios,
«¡ Cuánto ¡ay ! en su maldad ya se gozara
De libertad al nombre lisonjero
Cuando por permisión inescrutable,
Abriese, pretextando novelero
De tan justo decreto y adorable
Mentidos males, fútiles agravios! De sangre en la conquista se bañara,
Del cadalso oprobioso Sacrilego arbolando
Veloz descenderá á la tumba fría, L a enseña de tu Cruz en burla impía,
Y ejemplar provechoso Cuando más profanando
A l rebelde será, que en su porfía Su religión con negra hipocresía,
Desconociere el yugo Para gloria del cielo
Que al invicto español echarle plugo.» Cubrió de excesos el indiano suelo!»
Así los hijos de Vandalia ruda «De entonces su poder, ¡cómo ha pasado
Fieros clamaron cuando el héroe augusto Sobre el inerme pueblo ! ¡ Oué de horrores,
Cedió de la fortuna el golpe injusto; Creciendo siempre en crímenes mayores,
Y el brazo fuerte que la empresa escuda E l primero á tu vista han aumentado!
Faltando á sus campeones, La astucia seductora
Del terror y la muerte precedidos, E n auxilio han unido á su violencia:
Feroces escuadrones Moral corrompedora
Talan impunes campos florecidos, Predican con su bárbara insolencia,
Y al desierto sombrío
Y por divinas leyes
Atajó, y de la guerra el voraz fuego,
Proclaman los caprichos de sus reyes.»
Y con dulce clemencia
«Allí se ve con asombroso espanto
E n el trono asentó la Independencia.
Cual traición castigado el patriotismo,
¡ Himnos sin fin á su indeleble gloria!
E n delito erigido el heroísmo
Honor eterno á los varones claros
Que al hombre eleva y engrandece tanto.
Que el camino supieron prepararos,
¿Qué más? E n duda horrenda
¡ Oh Itúrbide inmortal! á la victoria.
Se consulta el oráculo sagrado
Sus nombres antes fueron
Por saber si la prenda
Cubiertos de luz pura, esplendorosa;
De la razón al indio se ha otorgado,
Mas nuestros ojos vieron
Y mientras Roma calla, Brillar el tuyo como en noche hermosa,
Entre las bestias confundido se halla.» Entre estrellas sin cuento
«¿Y qué, cuando llegado se creía Á la luna en el alto firmamento.
De redención el suspirado instante,
¡Sombras ilustres, que con cruento riego
Permites, justo Dios, que ufana cante
De libertad la planta fecundasteis,
Nuevos triunfos la odiosa tiranía?
Y sus frutos dulcísimos legasteis
E l adalid primero,
A l suelo patrio, ardiente en sacro fuego!
E l generoso Hidalgo ha perecido:
Recibid hoy benignas,
E l término postrero
De su fiel gratitud prendas sinceras
Ver no le fué de la obra concedido;
E n alabanzas dignas
Mas otros campeones
Más que el mármol y el bronce duraderas,
Suscita que rediman las naciones.»
Con que vuestra memoria
Dijo, y Morelos siente enardecido Coloca en el alcázar de la gloria.
E l noble pecho en belicoso aliento;
La victoria en su enseña toma asiento
Y su ejemplo de mil se ve seguido.
L a sangre difundida
De los héroes su número recrece,
Como tal vez herida
De la segur, la encina reverdece,
Y más vigor recibe
Y con más pompa y más verdor revive.
Mas ¿quién de la alabanza el premio digno
Con títulos supremos arrebata,
Y el laurel más glorioso á su sien ata,
Guerrero invicto, vencedor benigno?
E l que en Iguala dijo:
¡Libre la patria sea! y fuelo luego
Que el estrago prolijo
D. F R A N C I S C O O R T E G A .

Á ITÚRBIDE, EN SU CORONACIÓN.

¡Y pudiste prestar fácil oído


Á falaz ambición, y el lauro eterno
Que tu frente ciñera,
Por la venda trocar que vil te ofrece
L a lisonja rastrera
Que pérfida y astuta te adormece!
Sús, despierta y escucha los clamores
Que en tu pro y del azteca infortunado
T e dirige la Gloria:
Oye el hondo gemir del patriotismo,
Oye á la fiel Historia,
Y retrocede ¡ay! del hondo abismo.
En el pecho magnánimo recoge
Aquel aliento y generoso brío
Que te lanzó atrevido
De Iguala á la inmortal heroica hazaña,
Y un cetro aborrecido
Arroja presto, que tu gloria empaña.
Desprecia la aura leve, engañadora,
De la ciega voluble muchedumbre,
Oue en su delirio insana,
Tan pronto ciega abate como eleva,
Y al justo á quien «hosanna»
A y e r cantaba, su furor hoy lleva.
Con los almos patricios victoriosos,
Amigos tuyos y en el pueblo electos,
E n lazo fiel te anuda: La trigarante enseña,
Seguido del leal patricio bando.
Atiende á sus consejos, que no dañan:
¡Con qué placer tu triunfo se ensalzaba!
Sólo ellos la desnuda
L a ingenua gratitud, ¡con qué entusiasmo
Verdad te dicen ; los demás te engañan.
Lo grababa en los bronces!
Esos loores con que al cielo te alzan,
¡Tu nombre amado con acento vario
Los vítores confusos que de Anáhuac
Cuál resonaba entonces
Señor hoy te proclaman,
E n las calles, las plazas y el santuario!
Del rango de los héroes, inhumanos,
Ni esperes ya el clamor del inocente,
T e arrancan, y encaraman
Ni de la ley la majestad hollada,
A l rango ¡ oh Dios! fatal de los tiranos.
Ni el sagrado derecho
¿No miras, ¡oh caudillo deslumhrado!
De la patria vengar: que el cortesano,
Ayer delicia del azteca libre, De ti en continuo acecho,
Cuánto su confianza, Atará para el bien tu fuerte mano.
Su amor y gratitud has ya perdido, ¿De la envidia las sierpes venenosas
Rota ¡ ay! la alianza Del trono en derredor no ves alzarse,
Con que debieras siempre estarle unido? Y con enhiestos cuellos
De puro y tierno amor no cual solía Abalanzarse á ti? ¿Los divinales
Allegarse, veráslo ya á tu lado, Lazos de amistad bellos
Y el paternal consejo Rasgar, y conjurarte mil rivales?
De tus labios oir : mas zozobrante La patria, en tanto, de dolor acerbo
Temblar al sobrecejo Y de males sin número oprimida,
De tu faz imperiosa y arrogante. E n tus manos ansiosa
L a Cándida v e r d a d , que te mostraba Busca el almo pendón con que juraste
El s e n d e r o del bien, rauda se aleja L a libertad preciosa,
Del brillo f a s t u o s o Que por un cetro aciago ya trocaste.
Que rodea ese solio tan ansiado; ~ Y no lo halla, y en mortal desmayo
Ese solio ostentoso Su seno maternal desgarrar siente
P o r n u e s t r o m a l y el t u y o levantado. Por impías facciones;
Y en vez de sus acentos celestiales, Y de desolación y angustia llena,
Rastrera turba, pérfida, insolente, Los nuevos eslabones
De astutos lisonjeros, Mira forjar de bárbara cadena.
Hará resonar sólo en tus oídos ¡Oh, cuánto de pesares y desgracias;
Loores placenteros: Cuánto tiene de sustos é inquietudes,
¡ A h , placenteros pero cuán mentidos! De dolor y de llanto
No así fueron los himnos que entonara Cuánto tiene de mengua y de mancilla,
Tenoxtitlan cuando te abrió sus puertas; De horror y luto cuánto
Y saludó risueña Esa diadema que á tus ojos brilla!
A l verte triunfador y enarbolando
D. M A N U E L E D U A R D O D E GOROST1ZA.

ROMANCE MORISCO.

No pienses, Zaida enemiga,


Que se ignoran tus traiciones,
Y lo mal que á tus palabras
Con tus hechos correspondes.
Y a sé que Tarfe te adora,
Sin extrañar que te adore;
Oue el sol para todos luce,
Y de ninguno se esconde;
Mas sé también que en mi daño
Escuchaste sus razones,
Y sus finezas pagaste
Con permitidos favores.
Sé que tu calle pasea,
Y que te asomas entonces,
Y que sus ojos te hablan
Y que los tuyos responden.
Sé que en los juegos te sirve,
Ya vistiendo tus colores,
Ya ornando el novel escudo
Con la cifra de tu nombre.
Sé, por fin, que compra el necio
Interesadas acciones
De esclavos, que como tales
Su vil precio reconocen;
Y que sepa mis agravios
Tampoco, Zaida, te asombre,
- 9o —
Que nunca falta quien cuente
Desaires y sinsabores.
No te pido por lo tanto
Pensadas satisfacciones,
Pues el que las solicita
Luego es fuerza las abone.
Sólo sí decirte quiero
Que en hora buena te goces
En los plácidos recreos
De tus recientes amores;
Que me olvides mas no, Zaida,
No logrará tal renombre
El infame que me ofende
Con sus locas pretensiones.
Daréle muerte mil veces
Antes que su intento logre,
Y escribiré con su sangre
L a fecha de sus traiciones.
Pero no quiero matarle D. IGNACIO RODRÍGUEZ GALVÁN.
Sólo porque no le llores
Y tus lágrimas le vuelvan
Lo que mi acero le cobre.
Segunda vez lo repito:
En hora buena le goces,
Y en tiernos lazos, tirana,
Su constancia galardones;
Que á mí para consolarme
No es maravilla m e sobre
Ocasión en la memoria
De tu trato falso y doble.
Dijo Zulema á su Zaida
En mal concertadas voces
Estas quejas que sus celos
Califican de razones;
Ella quiso responderle,
Mas no pudo, que á galope
Apenas las articula,
Para Antequera volvióse.
D. I G N A C I O R O D R Í G U E Z G A L V Á N .

PROFECÍA DE GUATIMOC.

No fué más que un sueño de la noche que


se disipó con la aurora.
S, J. Crisòstomo.

I.

Tras largos nubarrones asomaba


Pálido rayo de luciente luna,
Tenuemente blanqueando los peñascos
Que de Chapultepec la falda visten.
Cenicientos á trechos, amarillos,
O cubiertos de musgo verdinegro
A trechos se miraban ; y la vista
De los lugares de profundas sombras
Con terror y respeto se apartaba.
Los corpulentos árboles ancianos,
En cuya frente siglos mil reposan,
Sus canas venerables conmovían
De viento leve al delicado soplo,
Ó al aleteo de nocturno cuervo,
Que tal vez descendiendo en vuelo rápido
Rizaba con sus alas sacudidas
Las cristalinas aguas de la Alberca,
En donde se mecía blandamente
La imagen de las nubes, retratadas Sonrió mi labio y se aclaró mi frente,
E n su luciente espejo. Las llanuras Y brillaron mis ojos, y mis brazos
Y las lejanas lomas repetían Vacilantes buscaban el objeto
E l aullido siniestro de los lobos, Que tanto me asombró ¡Vana esperanza
O el balar lastimoso del cordero, E n vez de un alma ardiente cual la mía,
Ó del toro el bramido prolongado. E n vez de un corazón á amar creado,
¡Oh soledad, mi bien, yo te saludo! Aridez y frialdad encontré solos;
Aridez y frialdad, ¡indiferencia!
¡Cómo se eleva el corazón del triste Y mis ensueños de placer volaron>
Cuando en tu seno bienhechor su llanto Y la fantasma de mi dicha huyóse,
Consigue derramar! Huyendo el mundo Y sin lumbre quedé perdido y ciego.
Me acojo á ti. Recíbeme, y piadosa
Divierte mi dolor, templa mi pena, Sin amistad y sin amor (La ingrata
Alza m i corazón á lo infinito, De mí aparta la vista desdeñosa,
E l v e l o rasga de futuros tiempos, Y ni la luz de sus serenos ojos
Templa mi lira, y de los sacros vates Concede á su amador En otro tiempo,
Dame la inspiración. Nada en el mundo, E n otro tiempo sonrió conmigo.)
Nada encontré que el tedio y el disgusto Sin amistad, y sin amor, y huérfano,
De vivir arrancara de mi pecho. Es ya polvo mi padre, y ni abrazarlo
Mi pobre madre descendió á l a tumba, Pude al morir. Y abandonado y solo
Y á mi padre infeliz dejé, buscando En la tierra quedé. Mi pecho entonces
Un lecho y pan en la piedad ajena: Se oprimió más y más, y la poesía
Fué mi gozo y placer, mi único amigo;
El sudor de mi faz y el llanto ardiente
Mi sed templaron.—Amistad sincera Y misteriosa soledad de entonces
Mi amada fué.
Busqué en los hombres, y no hallé Mentira,
Perfidia y falsedad hallé tan sólo.
¡Qué dulce, qué sublime
Busqué el amor; y una mujer, un ángel
Es el silencio que me cerca en torno!
A mi turbada vista se presenta
¡Oh, cómo es grato á mi dolor el rayo
Con su rostro ofuscando á los malvados De moribunda luna, que halagando
Que en torno la cercaban, y entre risas Está mi yerta faz!—Quizá me escuchen
De estúpida malicia se gozaban Las sombras veneradas de los reyes
Que en sus manos sacrilegas pesando Que dominaron el Anáhuac, presa
L a flor de su virtud marchitarían Hoy de las aves de rapiña y lobos
Y de su faz las rosas ¡Miserables! Que ya su seno y corazón desgarran.
¿Cuándo la nube tempestuosa y negra — ¡ O h varón inmortal! ¡Oh rey potente!
Pudo apagar del sol la lumbre pura, Guatimoc valeroso y desgraciado,
Aunque un instante la ofuscó? ¿Ni cuándo Si quebrantar las puertas del sepulcro
Su irresistible voz el pardo buho T e es dado acaso, ¡ven! oye mi acento:
Soportar pudo? Y o temblé de gozo,
Contemplar quiero t u guerrera frente,
E n carbón convertidas; aun se mira
Quiero escuchar tu voz »
Bajo sus pies brillar la viva lumbre;
Grillos, esposas, y cadenas duras
Visten su cuerpo, y acerado anillo
II. Oprime su cintura, y para colmo
De dolor, un dogal su cuello aprieta.
«Reconozco, exclamé, sí, reconozco
Siento la tierra L a mano de Cortés, bárbaro y crudo.
Girar bajo mis pies; nieblas extrañas ¡Conquistador! ¡Aventurero impio!
Mi vista ofuscan, y hasta el cielo suben. ¿Asi trata un guerrero á otro guerrero ?
Silencio reina por doquier; los campos, ¿Asi un valiente á otro valiente? Dije
Los árboles, las aves, la natura, Y agarrar quise del monarca el manto:
L a natura parece agonizante. Pero él se deslizaba, y aire sólo
Mis miembros tiemblan, las rodillas doblo, Con los dedos toqué.
Y no me atrevo á levantar la vista.
¡Oh mortal miserable! T u ardimiento,
T u exaltado valor es v a n o polvo.
III.
Caí por tierra"sin aliento y mudo,
Y profundo estertor del hondo pecho
Oprimido salía. —«Rey del Anáhuac,
De repente Noble varón, Guatimoctzin valiente,
Parece que una mano de cadáver Indigno soy de que tu voz me halague,
Me aferra el brazo, y m e levanta ¡Cielos! Indigno soy de contemplar tu frente.
¿Qué estoy mirando? Huye de mí.»—«No tal», él me responde;
Y su voz parecía
—«Venerable sombra, Que del sepulcro lóbrego salía.
Huye de mí: la sepultura cóncava —«Háblame, continuó, pero en la lengua
T u mansión es ¡Aparta, aparta! » Del gran Nezahualcóyotl.»
En vano Bajé la frente y respondí: «La ignoro.»
Suplico y ruego; más el alma mía E l rey gimió en su corazón.—«¡Oh mengua
Vuelve á su ser y el corazón ya late. ¡Oh vergüenza!» gritó. Rugó las cejas,
Y en sus ojos brilló súbito lloro.
De oro y telas cubierto y ricas piedras —«Pero siempre te amé, rey infelice;
Un guerrero se ve; cetro y penacho Maldigo á tu asesino y á la Europa,
De ondeantes plumas se descubre; tiene L a injusta Europa que tu nombre olvida.
Potente maza á su siniestra, y arco Vuelve, vuelve á la vida,
Y rica aljaba de sus hombros penden Empuña luego la robusta lanza;
¡Qué horror! Entre las nieblas se descubren De polo á polo sonará tu nombre,
Llenas de sangre sus tostadas plantas Temblarán á tu voz caducos reyes,
E l cuello rendirán á tu pujanza,
Serán para ellos tus mandatos, leyes; Si el destino funesto
Y en Méjico, en París, centro de orgullo, El denso velo destrozar pudiera
Resonará la trompa de venganza. Que la profunda eternidad te esconde,
Más, joven infeliz, más te valiera
¿Qué destos tiempos los guerreros valen
Ver á tu amante en brazos de tu amigo,
Cabe Cortés sañudo y A l varado
Y ambos á dos el solapado acero
(Varones invencibles, si crueles),
Clavar en tus entrañas,
Y los venciste tú, sí, los venciste
Y reir á tu grito lastimero
En nobleza y valor, rey desdichado!»
Y, sin poder morir, sediento y flaco,
— « Y a mi siglo pasó: mi pueblo todo
Agonizar un siglo, ¡un siglo entero!»
Jamás elevará la obscura frente,
Hundida ahora en asqueroso lodo.
Sentí desvanecerse mi cabeza,
Ya mi siglo pasó: del mar de Oriente
Tembló mi corazón y mis cabellos
Nueva familia de distinto idioma,
Erizados se alzaron en mi frente.
De distintas costumbres y semblantes,
Miróme con terneza,
E n hora de dolor al puerto asoma;
Del rey la sombra y desplegando el labio
Y asolando mi reino, nuevo reino Desta manera prosiguió doliente:—
Sobre sus ruinas míseras levanta;
Y cayó para siempre el mejicano, «¡Oh joven infeliz! ¡Cuál tu destino,
Y ahora imprime en mi ciudad la planta Cuál es tu estrella impía!
E l hijo del soberbio castellano. Buscará la verdad tu desatino
Ya mi siglo pasó.» Sin encontrar la vía.»

Su voz augusta «Deseo ardiente de renombre y gloria


Sofocada quedó con los sollozos ; Abrasará tu pecho;
Hondos gemidos arrojó del seno, \ contigo tal vez la tu memoria
Retemblaron sus miembros vigorosos, Expirará en tu lecho.»
E l dolor ofuscó su faz adusta,
Y la inclinó de abatimiento lleno. «Amigo buscarás y amante pura;
Mas á la suerte plugo,
—«¿Pues las pasiones que al mortal oprimen, Que halles en ella bárbara tortura,
Acosan á los muertos en la tumba? Y en él feroz verdugo.»
¿Hasta ella el grito del rencor retumba?
¿También las almas en el cielo gimen?» — « Y ansia devoradora
Así hablé y respondió.—«Joven audace, De mecerte en las olas de Oceáno
E l atrevido pensamiento enfrena. Aumentará tu tedio, y será en vano,
Piensa en ti, en tu nación; más lo infinito Aunque en dolor y rabia te despeña;
No será manifiesto Que el destino tirano
Á los ojos del hombre:—así está escrito. Para siempre en tu suelo te asegura
Cual fijo tronco á soterrada peña.»
«Y entretanto á tus ojos Vaga el sordo rumor de peña en peña,
¡Qué terrífico lienzo se desplega! Y hasta los montes trémulos retumban.»
Llanos, montes de abrojos;
El justo que navega «¡Mirad! ¡Mirad por los calientes aires
Y de descanso al puerto nunca llega.» Mares de viva lumbre
Que se agitan y chocan rebramando;
«Y en palacios fastosos Mirad de aquella torre la alta cumbre
E l infame traidor, el bandolero, Cómo tiembla, y vacila, y cruje, y cae
Holgando poderosos, Los soberbios palacios derrumbando!
Vendiendo á un usurero ¡Escuchad! ¡Escuchad! Hondos gemidos
Las lágrimas de un pueblo á vil dinero.» Arrojan los vencidos!
¡Mirad los infelices por el suelo
«La virtud á sus puertas,
Moribundos sus cuerpos arrastrando,
Gimiendo de fatiga y desaliento,
Tiende las manos yertas Y su sed ardorosa
Pidiendo el alimento, En sus propias heridas aplacando!
¡Oidlos en su duelo
Y halla tan sólo duro tratamiento.»
Maldecir su nación, su vida, el cielo!
«El asesino insano
Sangrienta está la tierra,
Los derechos proclama
Sangrienta la alta sierra,
Debidos al honrado ciudadano.
Sangriento el ancho mar, el hondo espacio,
Y más allá rastrero cortesano
Y del inmoble rey del claro día
Que ha vendido su honor, honor reclama.
La faz envuelve ensangrentado velo.»
Hombre procaz que la torpeza inflama,
Castidad y virtud audaz predica;
«Nada perdona el bárbaro europeo:
Y el hipócrita ateo Todo lo rompe, y tala, y aniquila
A Dios ensalza y su poder publica.» Con brazo furibundo.
Ved la doncella en torpe desaliño
Una no firme silla Abrazar á su padre moribundo;
Mira sobre cadáveres alzada Mirad sobre el cadáver asqueroso
Del asesino aleve
«Ya diviso en el puerto Caer sin vida el inocente niño.»
Hinchadas lonas como niebla densa;
Ya en la playa diviso «¡Oh vano suplicar! Es dura roca
E n el aire vibrando aguda lanza, E l hijo del Oriente ;
De gente extraña la legión inmensa. Brotan sangre sus ojos, y su boca
A l son del grito de feroz venganza Lleva sangre caliente!»
Las armas crujen y el bridón relincha;
Oprimida rechina la cureña, «Es su placer en fúnebres desiertos
Bombas ardientes zumban, Las ciudades trocar (¡hazaña honrosa!);
" _ ~ —

— 102 —

Ve el sueño con desdén, si no reposa ¡Oh reyes europeos!


Sobre insepultos muertos.» Basta de tanto escandaloso crimen.
Y a los cetros en ascuas se convierten,
«¡Ay pueblo desdichado! Los tronos en hogueras,
Entre tantos caudillos que te cercan, Y las coronas en serpientes fieras
¿Quién á triunfar conducirá tu acero? Que rencorosas vuestro cuello oprimen.»
Todos huyen cobardes, y al soldado
En las garras del pérfido extranjero «¿Qué es de París y Londres?
Dejan abandonado, ¿Qué es de tanta soberbia y poderío?
Clamando con acento lastimero: ¿Qué de sus naves de riqueza llenas?
¿Dónde Cortés está? ¿dónde A l varado? ¿Qué de su rabia y su furor impío?
Y a eres esclavo de nación extraña, Así preguntará triste viajero;
Tus hijos son esclavos, Fúnebre voz responderá tan sólo:
A tu esposa arrebatan de tu seno ¿ Qué es de Roma y Atenas?»
¡ A y si provocas la extranjera saña! »

«¿Lloras pueblo infeliz y miserable? «¿Ves en desiertos de África espantosos


¿A qué sirve tu llanto? A l soplar de los vientos abrasados,
¿Qué vale tu lamento? Qué multitud de arenas
Es tu agudo quebranto Se elevan por los aires agitados,
Para el hijo de Europa inaplacable Y ya truécanse en hórridos colosos,
Su más grato alimento.» Y a en bramadores mares procelosos?
«Y ni enjugar las lágrimas de un padre ¡ A y de vosotros, ay guerreros viles,
Concederá á tu duelo; Que de la inglesa América y de Europa,
Que de la venerable cabellera, Con el vapor ó con el viento en popa,
Entre signos de gozo, Á Méjico llegáis miles á miles;
Le verás arrastrado Y convertís el amistoso techo
A l negro calabozo, En palacio de sangre y de furores,
Do por piedad demanda muerte fiera. Y el inocente hospitalario lecho
¡ A y pueblo desdichado! E n morada de escándalo y horrores!
¿Dónde Cortés está? ¿dónde Alvarado?» ¡ A y de vosotros! Si pisáis altivos
«¿Mas qué faja de luz pura y brillante Las humildes arenas deste suelo,
E n el cielo se agita? No por siempre será; que la venganza
¿Qué flamígero carro de diamante Su soplo asolador furiosa lanza,
Por los aires veloz se precipita? Y veloz las eleva por los aires.
¿Cuál extendido pabellón ondea? Y ya las cambia en tétricos colosos
¿Cuál sonante clarín á la pelea Que en sus fornidos brazos os oprimen,
E l generoso corazón excita? Y a en abrasados mares
Temblad, estremeceos Que arrasan vuestros pueblos poderosos.»
«Que aun del caos la tierra no salía, Tibio sudor empapa. E l sol brillante,
Cuando á los pies del Hacedor radiante Tras la sierra asomando la cabeza,
Escrita estaba en sólido diamante Mira á Chapultepec; cual padre tierno
Esta ley que borrar nadie podría: Contempla, al despertar, á su hijo amado.
El que del infeliz el llanto vierte, Los rayos de su luz las peñas doran;
Amargo llanto verterá angustiado; Los árboles sus frentes venerables
El que huella al endeble, será lidiado; Inclinan blandamente saludando
El que la muerte da, recibe muerte; A l astro régio que les da la vida.
El que amasa su espléndida fortuna Azul está el espacio, y á los montes
Con sangre de la victima llorosa, Baña color azul, claro y obscuro,
Su sangre beberá, si sed lo seca, Todo respira juventud risueña,
Sus miembros comerá, si hambre lo acosa.»
Y cantando los pájaros se mecen
E n las ligeras y volubles auras.
Todo á gozar convida; pero á mi alma
IV. Manto de muerte envuelve, y gota á gota
Sangre destila el corazón herido.
Mi mente es negra cavidad sin fondo,
Brilló en el cielo matutino rayo, Y vaga incierto el pensamiento en ella
De súbito cruzó rápida llama, Cual perdida paloma en honda gruta.
E l aire convirtióse en humo denso
¿Fué sueño ó realidad? Pregunta vana..
Salpicado de brasas encendidas
Sueño sería; que profundo sueño
Cual rojos globos en obscuro cielo;
Es la voraz pasión que me consume;
La tierra retembló, giró tres veces
Sueño ha sido, y no más, el leve gozo
En encontradas direcciones; hondo
Que acarició mi faz; sueño el sonido
Cráter abrióse ante mi planta infirme,
De aquella voz que adormeció mis penas;
Y despeñóse en él bramando un río Sueño aquella sonrisa, aquel halago,
De sangre espesa, que espumoso lago Aquel blando mirar Desperté súbito;
Formó en el fondo, y cuyas olas negras,
Y el bello Edén despareció mis ojos
Agitadas subiendo, mis rodillas
Como oleada que la mar envía
Bañaban sin cesar. Fantasma horrible,
Y se lleva después; sólo me resta
De formas Colosales y abultadas,
Atroz recuerdo que me aprieta el alma
Envolvió su cabeza en luengo manto,
Y sin cesar el corazón me roe.
Y en el profundo lago sumergióse. Así el fugaz placer sirve tan sólo
Yo no vi más
Para abismar el corazón sensible;
.„ ¿ D o estoy? ¿Qué lazo oprime Así la juventud y la hermosura
Mi garganta? ¡Piedad! Solo me encuentro.. Sirven tan sólo de romper el seno
Mi cuerpo tembloroso húmeda hierba Á la cansada senectud. E l hombre
Tiene por lecho; el corazón mis manos Tiene dos cosas solamente eternas;
Con fuerza aprietan, y mi rostro y cuerpo Su Dios y la virtud, de É l emanada
Y o me sentí mecido de mi padre,
En los amantes cariñosos brazos,
Y fué sueño también —Mujer que adoro,
Ven otra vez á adormecer mi alma,
Y mátame después, mas no te alejes
L a amistad y el amor son mi existencia,
Y el amor y amistad vuelven el rostro
Y huyen de mí cual de cadáver frío.
¡Venid, sueños, venid! y ornad mi frente
De beleño mortal: soñar deseo.
Levantad á los muertos de sus tumbas:
Quiero verlos, sentir, estremecerme
Las sensaciones mi alimento fueron,
Sensaciones de horror y de tristeza.
Sueño sea mi paso por el mundo,
Hasta que nuevo sueño dulce y grato
Me presente de Dios la faz sublime.

D. JOSÉ JOAQUÍN DE PESADO.


D. J O S E J O A Q U I N D E P E S A D O .

MI A M A D A E N L A M I S A D E A L B A .

Et vera incesu patuit Dea.


Virgilio.

Puras estrellas del cielo,


Que en la noche tenebrosa
Vais derramando en el suelo,
Con vuestra luz misteriosa,
L a claridad y el consuelo,
¡Qué de veces habéis dado
Motivos al pecho mío
Para revelar osado
El objeto de un cuidado
Que al mudo silencio fío!
Sublime objeto de amor,
Que la borrasca en bonanza
Convierte con su esplendor,
Y levanta mi esperanza
A otro mundo superior.
Objeto que en sí contiene
E l fuego con que me inflama,
Y en mis entrañas mantiene,
Con su vivífica llama,
El culto puro que tiene.
— no —
— ni —
Cuando apagada la edad
Astro glorioso, que á mi mente envía
Toque con débil barquilla
L a inspiración de un puro sentimiento:
El mar de la eternidad,
Imagen cara á la memoria mía,
Y o saludaré en la orilla
Alma del pensamiento.
E l rayo de su beldad.
Modesta virgen, cuyas formas bellas
Tras una nube ligera
E l cielo admira, el universo adora,
Muestra la noche sus galas:
E n cuyos ojos brillan las estrellas,
¡Oh, cielos, y quién me diera
Y en tu frente la aurora.
Ceñir de fuego unas alas
Bajo el abrigo de la noche umbría
Para volar a su esfera!
Presente estoy (disculpa mis arrojos)
Y o sé que sobre esa altura
Para gozar del alba antes del día,
Es el amor más perfecto,
E n tus risueños ojos.
Es sin ficción la ternura,
Gratas son las esferas estrelladas,
Más inocente el afecto,
Grato en la noche el soplo de la brisa.
Y eterna la paz y holgura. Pero más tus dulcísimas miradas
Unido á la amada mía,
Y tu hechicera risa.
Visitara esas regiones
lili No dejes á tu amante que suspire
Donde siempre mora el día,
Separado del bien que sólo quiere:
Bañados los corazones
Permite, ídolo mío, que te mire,
De purísima alegría.
Y humilde te venere.
¡Oh estrellas! Si acaso es cierto
Del lecho donde duermes te levanta,
Que la mano que os produjo
Y á tu ventana sal, linda doncella:
E n el espacio desierto
Á darte la alborada se adelanta
Os dió soberano influjo
Mi tímida querella.
Sobre este planeta yerto,
Haced que el benigno sino
Que me tocó en nacimiento
III.
Me una á este objeto divino,
Y tenga en mí cumplimiento
E l decreto del destino. E l lucero matutino
Coronaba el horizonte,
Y de la aurora vecina
II. Despuntaban los albores.
Las ponderosas campanas
E n las elevadas torres,
¡Oh, tú, que de los cielos producida Anuncian que viene el día
Destierras de mi seno la amargura, Con repetidos clamores.
Y el desabrido cáliz de mi vida A misa salió mi amada
Conviertes en dulzura! De sus umbrales entonces,
RIPI

Como la mañana bella lili S i-


Y fresca como las flores.
L a modestia y el recato IV.
La van siguiendo conformes,
Dos iris lleva en sus cejas, Guando en el templo postrada
Y en sus mejillas dos soles. Estás ante el Ser inmenso
Doquier que vuelve la vista Entre una nube de incienso,
Hace que encendidos broten Símbolo de la oración,
De sus m/radas deseos, Me parece que eres ángel
Y de sus labios, olores. Que al trono de Dios asiste,
Un viento ligero y suave Y que por el hombre triste
Atrevido descompone Intercedes con fervor.
De sus profusos cabellos L a Cándida vestidura
Los rizos puestos en orden. Ciñes tú de la inocencia,
Con las manos los sujeta, Y brilla la inteligencia
Dando á sus miradas nobles E n tu frente virginal.
Tal expresión de dulzura, En tu corazón se ocultan

lili
Que conmoviera los bronces.
Toma el camino del templo,
Diversas calles traspone,
I De amor los puros afectos,
Y en tu mente los conceptos
De la ciencia celestial.
Pisa las gradas ligera, ¡Oh cuánto respeto imprimes!
Y bajo el pórtico entróse. ¡Eres bella, ingenua, pura,
Como exhalación ardiente Y reinas en una altura
Que las densas nieblas rompe, Harto superior á mí!
i Y alumbra por un momento Moradora del empíreo
E l aire, el mar y los montes; (No sé yo cómo te nombre),
Así se mostró en su curso ¿Quién es el hijo del hombre
Esta aparición veloce: Digno de llegar á ti?
Á sus luces repentinas Con esas formas divinas,
Desapareció la noche. Que acá en la tierra demuestras,
Camino tras sus pisadas Das al que te mira muestras
Y llego á la iglesia, donde De la hermosura eternal:
Arrodillada la miro Y a sé lo que vale el alma
¡ En el pavimento, inmóvil. . Que mis sentidos anima,
Los ojos levanta al cielo, Pues que conoce y estima
Luego en el suelo los pone, E l precio de tu beldad.
Y en su semblante reflejan Si gentil hubieras sido,
Las llamas de los blandones. Altares te levantara,
La rodilla te doblara,

r
Y fueras mi diosa tú: Si lo que encubren tus ropas
Incienso y flores rendido T u belleza lo declara?
Tributara á tu belleza, ¿Pudiera no conocerte?
Emblemas de tu pureza, ¿Cuándo un amante se engaña?
Y tu fragante virtud. En mí con rasgos de fuego
Hoy eres á estos mis ojos Vives, Elisa, grabada.
Imagen por excelencia Dejaste el traje de seda
De la suma inteligencia, Ornado de punto y gasas,
Pues que cristiano nací: Y tomaste otro vestido
Espíritu que me guía Sin la pompa cortesana.
E n los caminos del mundo, Sabe que en oficios rudos
Y en el piélago profundo También el Amor se agrada,
Norte fijo para mí. Y bajo paños humildes
¿Qué fuera del globo triste, Sus tiernas formas disfraza.
De espanto y de sombras lleno, ¡Qué gallarda te presentas,
Si no brillara en su seno Hermosísima aldeana!
T u rayo consolador? ¡Qué bien cogido el cabello
T ú disipas los temores, Trenzado en torno con gracia!
Todo el universo alegras Las florecillas silvestres
Y haces sus moradas negras Que en él entretejes y atas,
Pensil donde reina amor. Se muestran envanecidas
De verse allí colocadas;
Y el rebozo que á tus hombros
V.
Luce con labores varias,
¡Cuándo verán mis ojos aquel día Contrasta con el vestido
E n que, dueño feliz de tu hermosura, Simple y desnudo de galas.
Ni el rigor tema de la suerte impía, Vencen en precio y estima
Ni que vuele cual sombra mi ventura! Á las margaritas raras,
De inmarcesibles rosas coronado, Los abalorios que llevas
Bajo las alas del amor propicio, Á la Cándida garganta.
Disfrutaré en tu seno reclinado Y la cadena que el pecho
De todos los tesoros que codicio. Con dobles vueltas te enlaza,
E s muestra de la que liga
Á tu voluntad las almas.
ESCENAS DEL CAMPO Y DE L A A L D E A EN MEJICO. Nunca en sus amenas sombras
Miraron las selvas altas
LA SALIDA A L CAMPO. Prodigio que así pudiese
Ser de adoraciones causa.
¿Cómo ocultarte pudieras
Ni aun al paganismo ciego,
De mi vista enamorada,
• • • • • - • -

— n6 —
L a cazadora Diana Disfruta de los placeres
Se representó tan bella Con que brinda la campaña,
Por los bosques y montañas. Y mientras dure la siesta
L a pobre choza que habitas Goza las templadas auras.
Es ya gloriosa morada, E l césped te ofrece asiento,
Donde la hermosura reina Sombra la verde enramada,
Con nuevos triunfos y palmas. Fragante aroma las flores,
Mudos y en silencio miran Y su frescura las aguas.
T u belleza soberana
Los labradores con gozo,
Con turbación las serranas. LA LID D E GALLOS.

T ú de la ciudad trajiste
E l Amor á las cabañas. Del pueblo en la opuesta parte
¡Cuántos afectos se ocultan Tosco palenque aparece,
Bajo sus techos de paja! Cercado en torno con arte,
¡Cuántos tímidos suspiros! Que lid de gallos ofrece
j Cuántas amorosas ansias A l vulgo, que á verle parte.
En estos sitios perturban Y al punto que con presura
L a antigua paz que gozaban! L a circunferencia llena,
Las quejas de los amores Saltan, llenos de bravura,
Y la voz de la alabanza, Iguales en apostura
Entre los bosques resuenan Dos gallos sobre la arena.
Y en las cimas escarpadas. Los cuellos tornasolados
Vamos á la fuente, Elisa, Con erizado plumero,
Oye en las floridas ramas Los penachos inflamados,
Las aves, que en sus gorjeos Los ojos de fuego hinchados,
Deidad del campo te llaman. Los pies armados de acero.
Oye cómo tierna arrulla E n torno primero giran
L a tórtola solitaria, Bizarros, luego delante
Que del ausente consorte E l uno al otro, se miran ;
Lamenta ya la tardanza. Y con ojo centellante
Aman las floridas hiedras, Se acercan ó se retiran.
Y á los árboles se abrazan, Hasta que en un punto, luego,
Aman las parleras fuentes, Arrebatados de ciego
Y hasta los peñascos aman. Enojo, parten furiosos,
¡Qué mucho si cuanto miras Como centellas de fuego
En vivas llamas abrasas! E n nublados tempestosos.
¡Hechizo de estas riberas! Se acometen denodados,
¡Incendio de estas comarcas! Se atacan enfurecidos,
• — J 38 —
E n t r e las s o m b r a s obscuras,
Cada vez más alentados, E n bien marcadas figuras
Los pechos todos heridos, D e l p u e b l o las calles varias.
Los flancos despedazados.
Las que desde el monte vistas
Cuando en el choque se allegan Por sorprendido viajero,
Violentos, con iras sumas, Forman á sus ojos listas
Cuando á la muerte se entregan, De trémulo reverbero
E l suelo de sangre riegan,
Y de fantásticas vistas.
E l aire llenan de plumas.
Mientras el templo sagrado
Vence á su rival odiado Lleno de piadosa gente,
E l que fortuna prefiere; Brilla, de luz inundado,
E n el polvo derribado Con las antorchas fulgente,
Queda aquél; éste á su lado Con incienso perfumado;
Canta la victoria y muere. Mientras el acorde coro
E l concurso, á la armonía Hace que su voz concuerde
De la música sonora, Con el órgano sonoro,
Rompe en vivas de alegría, Y ora su acento se pierde,
Renovando hora por hora Ora domina, canoro.
Los combates de aquel día. L a multitud se derrama
De estas sangrientas escenas Y á opuestos puntos camina,
L a vista á Elisa no agrada, Donde el placer la reclama,
Que son de su gusto ajenas, Ó la novedad la llama
Y por las huertas amenas E n cada calle y esquina.
Sola y divertida vaga. En puestos y aparadores,
Y de la plaza en las fuentes,
Brillan vasos de colores
EL MERCADO.
Y botellas transparentes
Con embriagantes licores.
L a lumbre del sol hermosa Junto al barnizado tarro
Deja el imperio del cielo Que guarda dulce conserva,
Á la sombra temerosa, Brilla un búcaro bizarro:
Pero la noche amorosa A g u a helada, que reserva
Tiende su estrellado velo. El grato olor de su barro.
Muestra apenas su camino Vense en formas desiguales,
L a nueva luna en la esfera: De azúcar cándida y leve,
E l lucero vespertino, Los esponjosos panales,
Sobre el alta cordillera, Y en porcelana y cristales
Lanza su rayo divino. Los blancos grumos de nieve.
Dibujan las llamas puras Acá en hileras tendidas
De encendidas luminarias,
Están en limpias esteras La fuente que lo acompaña
Naranjas de oro encendidas, Tiene alegre nacimiento,
Limas cual cera, y teñidas Y la sencilla cabaña
De vivo carmín las peras. Halló fácil fundamento;
A l l á , como la esmeralda, En cuyo verde recinto
Los limones aparecen, Las corrientes y las flores
Las manzanas como gualda, Hacen grato laberinto,
Las fresas, que tiernas crecen, Derramando sus olores
Del monte en la húmeda falda. L a mosqueta y el jacinto;
También la encarnada guinda, Allí la ilustre belleza
L a nuez de dura cubierta, De Elisa reside y mora,
L a fruta del moral linda, Y allí la naturaleza
Y la granada que, abierta, De las gracias que atesora
Todos sus tesoros brinda. Hace muestra con largueza.
En fin, á los ojos lucen En silencio y alto olvido
Cuantos de aquellos confines, El orbe todo descansa,
Los huertos frutos producen, Y mi dulce bien, dormido
Y las flores, que relucen A l soplo del aura mansa,
En sus cerrados jardines. Reposa en lecho florido.
Donde rosas y azahares E n su corazón, el sueño
De aromas forman corrientes, De envidia exento y de agravios,
Y disipan los pesares Infunde dulce beleño,
Las aves con sus cantares, Y con el dedo en los labios
Con su murmullo las fuentes. L a vela el Amor risueño.
Un pecho que la adoraba
Rompió el silencio á deshora,
LA SERENATA.
Y así esta letra cantaba,
Que su pasión declaraba
Sobre los mares de Oriente A l son de un arpa sonora:
Los dos gemelos hermosos
Alzan la estrellada frente, ¡Oh, tú, que duermes en casto lecho,
Y por los bosques frondosos De sinsabores ajeno el pecho,
Vaga templado el ambiente. Y á los encantos de la hermosura,
Junto al redondo vallado
De césped compuesto y piedras,
De altos cedros coronado,
» É
Unes las gracias del corazón,
Deja el descanso, doncella pura,
Y oye los ecos de mi canción!
Donde forman enrejado ¿Quién en la tierra la dicha alcanza?
Los laureles y las hiedras; Iba mi vida sin esperanza,
En cuyo fértil asiento Cual nave errante sin ver su estrella,
Cuando me inundas en claridad;.
Y desde entonces, gentil doncella, Y á los acentos suaves
Me revelaste felicidad. De la canción que enamora,
¡Oh, si las ansias decir pudiera Siguió la voz de las aves
Que siente el alma, desde que viera Cantando á la nueva aurora.
Ese semblante que amor inspira
Y los hechizos de tu candor!
Mas, rudo el labio, torpe la lira, SITIOS Y E S C E N A S DE ORIZABA Y CÓRDOBA.
Decir no puede lo que es amor.
Del Iris puede pintarse el velo;
Del sol los rayos, la luz del cielo;
La negra noche, la blanca aurora;
LA F U E N T E DE OJOZARCO.
Mas no tus gracias ni tu poder,
Ni menos puede de quien te adora
Sonora, limpia, transparente, ondosa,
Decirse el llanto y el padecer.
Naces de antiguo bosque, ¡ oh sacra Fuente !
Amor encuentra doquier que vuelva
E n tus orillas canta dulcemente
L a vista en torno; la verde selva,
E l ave enamorada y querellosa.
Florido el prado y el bosque umbrío,
Ora en el lirio azul, ora en la rosa
L a tierna hierba, la hermosa flor,
Que ciñen el raudal de tu corriente,
Y la cascada, y el claro río
Se asientan y se mecen blandamente
Todos me dicen: amor, amor.
L a abeja y la galana mariposa.
Cuando te ausentas, el campo triste Bien te conoce A m o r por tus señales,
De luto y sombras luego se viste; Gloria de las pintadas praderías,
Mas si regresas, la primavera Hechizo de pastoras y zagales.
Hace sus galas todas lucir:
¿Mas qué son para mí tus alegrías?
¡Oh, nunca, nunca de esta ribera,
¿ Qué tus claros y tersos manantiales,
Doncella hermosa, quieras partir!
Si sólo has de llevar lágrimas mías ?

Y a los primeros albores


Del nuevo día, en Oriente EL MOLINO Y LLANO DE ESCAMELA.
Se mostraban superiores,
Y de rayos brilladores Tibia en invierno, en el verano fría
L a aurora ornaba su frente. Brota y corre la fuente ; en su camino
Gotas de claro rocío E l puente pasa, toca la arquería,
Calmaban sobre las hojas Y mueve con sus ondas el molino:
Los ardores del estío, Espumosa desciende, y se desvía
Y las amapolas rojas Después, en curso claro y cristalino,
Besaba el céfiro frío. Copiando á trechos la enramada umbría
La luz el Oriente dora, Y el cedro añoso y el gallardo pino.

tomo 1. 8
— 124 —
— 125 —
Mírase aquí selvosa la montaña: Y doblando sus iras y furores,
A l l í el ganado ledo, que sestéa Esparce en remolinos turbulentos
Parte en la cuesta, y parte en la campaña. Aridez, sequedad, polvo y ardores.
Y en la tarde, al morir la luz febea, I
Convida á descansar en la cabaña
L a campana sonora de la aldea. EL VIENTO NORTE.

E l retirado Bóreas que en los Triones


LA CASCADA DE BARRIO NUEVO.
Impera, anciano, con dominio pleno,
Hace llamar á sí con voz de trueno
Crecida, hinchada, turbia la corriente Las nubes en espesos escuadrones.
Troncos y peñas con furor arrumba, A mantener sus triunfos y blasones
Y bate los cimientos y trastumba Terrible se adelanta, aunque sereno,
L a falda, al monte de enriscada frente. Y á su adversario de despecho lleno,
Á mayores abismos impaciente Arroja á las antárticas regiones.
E l raudal espumoso se derrumba; Tendido pabellón de gruesa niebla
L a tierra gime; el eco que retumba Vela su cana frente veneranda,
Se extiende por los campos lentamente. Y larga barba que su rostro puebla:
Apoyado en un pino el viejo río, Y de su trono, entre las nieves, manda
Alzando entrambas sienes, coronadas Que dé á la tierra su frescor la niebla,
De ruda encina y de arrayán bravio; Y riego el cielo con su lluvia blanda.
Entre el iris y nieblas levantadas,
Ansioso por llegar al mar umbrío,
A las ondas increpa amotinadas. LAS AZTECAS.

Respuesta de un príncipe azteca á un embajador.


EL VIENTO SUR.
Discreto embajador, seas bienvenido,
Sobre el coro de estrellas que fulgura Para esplendor y luz de esta morada:
Do el Centauro del Sur gira despacio, Ella con tu presencia queda honrada,
Sale el Austro feroz de su palacio, Y en su recinto tu discurso ha sido
Numen terrible de venganza dura. Cual música acordada.
Blondo el cabello, armada la cintura, Fragantes son los ecos de tus labios.
Sus ojos como llamas de topacio, Como las olorosas clavellinas:
Volando, deja ver en el espacio Tesoros viertes cual las ricas minas,
Los pliegues de su roja vestidura. Y son preciosos tus consejos sabios
Abre á un punto las puertas á los vientos Como las piedras finas.
Arrebata las plantas y las flores: Rompe la fuente su canal estrecho,
Amenaza turbar los elementos; Dulce el panal destila de la roca:
a9
—126 -
Así descienden, con verdad no poca, Bella, como la luna en noche fría,
Sentencias graves de tu noble pecho, O como estrella que precede al día;
Dulzuras de tu boca. Graciosa, como Cándida paloma,
Eres para el monarca que te envía Cuando serena por el cielo asoma:
Intérprete feliz del pensamiento: N o suena en la espesura
Su noble y elevado sentimiento La ave con tal dulzura,
Añade glorias á la gloria mía, Hija, retrato de tu hermosa madre,
Contento á mi contento. Como tu voz al corazón de un padre.
No sé si aqueste infante, hora nacido Encanto de mi amor y de mi vida,
(Ofrenda preparada á la fortuna), A l corazón unida
Como sol reine sin mudanza alguna, Como á su tallo la azucena hermosa,
Ó bien imite con vagar perdido Ó á su verde botón purpúrea rosa,
Los pasos de la luna. Cuando presente estás, mi alma florece,
No sé si en horas de pesar amargas Y en tus gracias se goza y enriquece;
Lo implique el infortunio en sus rodeos, Pero sin ti marchita,
Ó si lleno de glorias y trofeos Se postra y debilita:
Feliz exceda, por edades largas, Eres causa feliz de mi sosiego
Su vida á mis deseos. Y objeto de mi amor y casto fuego.
Que el numen de la muerte pavoroso Descansa aquí conmigo juntamente,
¡ A y ! no respeta condición ni estado; A l margen de esa fuente
A un tiempo mismo con su soplo helado Que, corriendo al estanque cristalino,
Postra al anciano, al luchador famoso, Dilata entre las flores su camino;
Y al niño delicado. Cúbrese el valladar de hiedras varias,
T u acento alegra el corazón de un padre, Y las tórtolas gimen solitarias:
Como al campo las gotas de rocío Nos dan sombra y asilo
E n la alborada de abrasado estío; E l álamo y el tilo;
Ufana dejas á la nueva madre; E n esta soledad, del mundo lejos,
Honrado al hijo mío. Presta dócil oído á mis consejos.
Páguete el cielo voluntad tan buena: A l Supremo Hacedor, que formó el mundo,
Con ella nuestros pechos aprisionas; Y en el cielo profundo
E l claro rey, cuya grandeza abonas, Enciende entre las nubes las centellas,
Próspero extienda en su vejez serena O hace brillar las nítidas estrellas,
Imperios y coronas. Debes la vida y ser, la luz que miras
Y el aura que dulcísima respiras.
E n la tierra te puso:
CONSEJOS DE UN P A D R E Á SU HIJA, De la razón el uso
T e dió, para que humilde le veneres,
Hija, preciosa como grano de oro, Y por su ley tu corazón moderes.
De amor rico tesoro; E n la vida del hombre no hay descanso:
Ora arroyuelo manso, Despierta diligente con la aurora:
Ora sin diques montaráz torrente, Á Dios humilde adora:
Camina sin cesar al mar rugiente. Los númenes respeta tutelares
Cubre tu lecho de olorosas flores, Con fe sencilla, en los paternos lares,
Y encontrarás espinas y dolores. Rindiendo á sus imágenes honores
¡Dichosa si mantienes Con aguas puras y olorosas flores:
Los males y los bienes, O bien en bosque denso
Gozos y penas en igual balanza; Quema en su altar incienso:
Y sólo en Dios colocas tu esperanza! Cubra tu frente religioso velo,
Mezcló el Criador contentos con enojos, Y comienza tus obras por el cielo.
Colores dió á los ojos, E n haciendas domésticas te emplea,
Deleite al paladar, al labio risa, Y prudente tarea
Y tras penoso afán quietud precisa; Á t u s criadas reparte y distribuye:
Pero quiso también que fiebre ardiente, Del ocio torpe los halagos huye.
Insomnio triste, malestar doliente, Suene la lanzadera resonante
Turbasen en la vida E n tu telar, cuando la esclava cante
L a dicha apetecida. E n la noche serena,
Palacios alza el hombre, y no se cura Por aliviar su pena.
Que su mansión será la sepultura. Si sus labores diligente velas
Has vivido hasta aquí como en un sueño T u esposo vestirá preciosas telas.
Despierta, y con empeño Suspenda ya su voz el labio mío:
Lo que cumple á tu ser atiende y mira, Á tu prudencia fío
Y aparta, la verdad de la mentira. Que en el silencio del paterno techo
Próspera vivas dilatados años, Grabes estas palabras en tu pecho.
Pero inocente siempre y sin engaños. Mira que la prudencia te ilumina
Guarda para tu esposo Por medio de la luz de mi doctrina.
T u pecho virtuoso: Dichosa si sus dones
Serásle fiel y en amorosos lazos E n tu memoria pones,
Dilata á su vivir tranquilos plazos. Y cual rico caudal de plata y oro
Nacida fuiste, Cándida y hermosa, Forman ellos tu hacienda y tu tesoro.
De sangre generosa:
En el trono imperial padres y abuelos
Dejaron de virtud claros modelos: C O N S E J O S D E U N A M A D R E A SU HIJA
Mira que torpe acción nunca deslustre A L T I E M P O DE CASARLA.
T u heredado valor y sangre ilustre.
Deja el jugar de niña: ¡Unida á un nuevo amor, de esta morada
Apréstate, y aliña T u esposo te desvía,
T u casto pecho á la virtud constante, Traslado de tu padre, idolatrad^
Y á la dulce modestia tu semblante. Prenda del alma mía!
— ! 3° —
¡Dulcísimo embeleso á mi memoria! Siempre el recato brille.
¡Imagen lisonjera! Cuando á la calle salgas, no revuelvas
¡Tú fuiste mi contento, tú mi gloria L a vista, erguida y vana,
E n tu niñez primera! Ni el manto que te adorna desenvuelvas
Y a no tu madre al escuchar tu llanto Con actitud liviana.
Sobresaltada vela, Nunca el afeite tu semblante altere
Ni te arrulla en la noche con su canto Con sus colores vivos:
¡Paloma pequeñuela! Ni lúbrica canción, que el alma hiere,
Ni cuando en la alba, al declinar la luna, Penetre en tus oídos.
E l genio malo acecha A m a á tu esposo con amor sincero,
A l tierno infante en solitaria cuna, A l desvalido auxilia,
A l corazón te estrecha. Enseña la virtud, dando primero
Ya no tu huella entre las nuevas flores Ejemplo á tu familia.
Por vez primera guía, Lleva á tus ojos por la firme senda
N i te cubre en el campo á los ardores Que al bien nos encamina,
Del sol del mediodía. Y á tus postreros nietos encomienda
Ni escucha de tus labios balbucientes Esta misma doctrina.
Dulce voz que la llama, Es nuestra vida tránsito doblado
Ni mira en tus ojuelos refulgentes Entre abismo y abismo ;
Brillar celeste llama. E l hombre que lo pasa descuidado
Pero te mira, joven floreciente, Perece por sí mismo.
E n retirada estancia, ¡Ay, no te arrastre su letal encanto!
Como ignorada rosa, que el ambiente ¡Cuánto mi amor recela!
Inunda de fragancia. Váste y me dejas anegada en llanto
Modesta y pura, sin hacer alarde ¡Paloma pequeñuela!
De tus hechizos, bella,
Eres como en las sombras de la tarde
L a retirada estrella.
Hora que, herida de dolor, me toca INVOCACIÓN A L DIOS DE L A GUERRA.
Llorar tu ausencia fiera,
Escucha los consejos que mi boca
T e da la voz postrera. ¡Invisible poder de cielo y tierra,
Del númen poderoso de los cielos Señor omnipotente de la guerra,
Guarda las leyes santas; Invicto lidiador:
Las sendas de virtud de tus abuelos T u pueblo ante tus aras se presenta,
Pisen siempre tus plantas. Y al rudo asalto y á la lid sangrienta
Nunca amor extraviado y delincuente Se apresta con valor!
T u corazón mancille: La muerte, á tu mandato se levanta:
E n tus humildes'ojos y tu frente Tiembla el suelo oprimido de tu planta :
Huye el numen de paz:
Con término fatal.
Y abre y dilata sus profundos senos,
De eterna noche y de silencio llenos, A l que muera en la lucha sanguinosa
E l sepulcro voraz. Traslada ¡oh Dios! con mano poderosa
Á la etérea mansión:
¡Cuánta sangre vertida por la espada
Ciñe su frente con diadema de oro,
Descenderá al abismo, consagrada
Y vístelo de pompa y de decoro
A l infernal furor!
Con vivido esplendor.
¡Cuántos cuerpos truncados, insepultos,
Abre la helada mano de la muerte
E n montes asperísimos, incultos,
Gloriosas puertas al guerrero fuerte
Serán ofrenda al sol!
Que expira en dura lid ;
Sus víctimas señala airado el cielo,
Aposéntalo el sol en sus palacios,
Y lágrimas sin término y sin duelo
De cristal fabricados, y topacios
Á la tierra infeliz:
E n campos de zafir.
Ignora de su amor la dulce esposa,
Allí, en jardines llenos de verdura,
Y del hijo la madre cariñosa
Do florecen con plácida frescura
¡ A y ! el próximo fin.
E l cedro y el laurel;
Hermosa imagen de su padre, el hijo
Cabe tanques y fuentes bulliciosas,
Derrama en su morada el regocijo
Gusta del lirio y encendidas rosas
Con infantil candor!
L a perfumada miel.
Crece, robusto joven, y en un punto,
Concede ¡oh Dios! un ánimo valiente,
Cayendo inmóvil en la lid, difunto,
Invicto brazo y corazón ardiente,
Causa inmenso dolor.
A l bravo lidiador:
Breves son los instantes del contento,
Haz su espada triunfar en las batallas,
Larguísimas las horas del tormento,
Postra á sus pies ciudades y murallas,
Prolijo el padecer:
Míralo con favor.
Tal es la suerte que á los hombres cupo :
Así con sabio porvenir lo supo
E l cielo disponer.
Que si nos dió, con término y medida, P L E G A R I A A L DIOS DEL A G U A .
Beber las dulces auras de la vida
Y ver su clara luz;
Hace también, sin que crueldad implique, Potente Dios del agua,
Que la guerra nos postre y sacrifique Que allá en región oculta
Con fúnebre segur. Resides en jardines
Del sepulcro voraz somos tributo: De célica hermosura;
Somos al reino de pavor y luto Á quien halagan siempre
Ofrenda funeral: Las auras que susurran,
Inevitables víctimas nacemos ; Las ramas que se mecen,
Y en sacrificio a l t i e l o nos debemos Las fuentes que mufmuran:
«

— 134 — — 11=; —
A quien puros inciensos Que la mudanza anuncian.
Rodean y perfuman; E l hijo pequeñuelo
Á quien canoras aves E l seco pecho estruja
Dulcísimas adulan. De la madre, que al seno
Los genios, á quien mandas L o estrecha con angustia.
Que tus decretos cumplan, Á tus altares corre
Nos privan de los dones La desolada turba
Que en tu morada abundan. Con pálidos semblantes
Los frescos manantiales Y desceñidas túnicas.
Cerraron en sus urnas, Mira al pequeño infante
Y niegan á los campos Que en desvalida cuna
T u s bienhechoras lluvias. Por el sustento clama
^ Lleváronse á su hermana, Y refrigerio busca.
A la deidad augusta ¡ A y ! atiende á sus ruegos,
Que nos daba las mieses Sus clamores escucha,
Solícita y fecunda; Y á nuestros campos vuelve
Las mieses, más preciosas La pompa y hermosura.
Que las riquezas sumas Abre las fuentes claras,
Y que las perlas raras Nuestros valles inunda,
Que da la mar cerúlea. Restituye á sus diques
Resquiébrase abrasada La plácida laguna.
L a triste tierra inculta, Mas no de lo alto lances
Trocando en polvo estéril E l rayo que relumbra :
Sus galas y verdura. No sufren nuestros ojos
Sobre el pesado fango La luz que los ofusca:
De la muerta laguna, E l espantoso trueno
Ni el cisne se pasea, Que horrísono retumba,
Ni la barquilla cruza. Postra al anciano débil
Pide en su pena al cielo Y al tierno niño asusta.
E l labrador ayuda, Alguna vez del orbe
Y el sol, con rayo ardiente, Vendrá á noche profunda,
Tuesta su faz adusta. Herida de tus rayos,
Cuando la triste aurora L a excelsa arquitectura.
En el Oriente alumbra Ahora nos liberta
No el coro de las aves De presenciar la lucha
Festivo la saluda. Con que la tierra y cielo
En el abismo se hundan.
Cuando de noche reina
La soñolienta luna,
Nubes no la coronan
Hirió su luz fulgente
ENHORABUENA Imperios espaciosos:
Nunca mantuvo ociosos
EN LA CORONACIÓN DE UN PRÍNCIPE. 50 el manto soberano
Su planta firme y su esforzada mano;
Amado pueblo mío, Reprimió la malicia,
N o más llanto doliente, Y colocó en el trono la justicia.
Y suspende el plañir de la amargura:
Recobra esfuerzo y brío: ¡Oh, cuán irreparable
Ciñan flores tu frente Su pérdida nos fuera,
Y vístete de gala y hermosura. 51 no encontrara en ti sucesor diño!
Benevolencia pura Por manera admirable
T e muestra el alto cielo T u exaltación sincera
Dándote por consuelo E l hado dichosísimo previno:
U n príncipe preciado, E l próspero destino
Guerrero en los combates esforzado, Trazó con firme dedo
Solaz al afligido, Rumbo á tus plantas nuevo:
Padre del miserable y desvalido. A l porvenir obscuro
Sucedió clara luz con rayo puro:
Partió de aqueste mundo T u nombre quedó inscrito
E l rey que te regía, Entre el número de astros infinito.
Bajando de la muerte á la morada:
Siguió gemir profundo E l rey del claro día
A l canto de alegría, Que tierra y mar profundo
Y endechas á tu música acordada. Rige, de los alcázares del cielo,
T u luz quedó apagada, Determinado había
T u hermosa flor marchita, Que fueras en el mundo
Rota tu margarita, Hijo de rey, de reyes el modelo.
Sin brillo tus pendones, Como en fecundo suelo
Pasados de dolor los corazones, De su semilla, hermoso
Tus confines con susto, Crece el árbol frondoso,
Y de sombras cercado el solio augusto. De pompa coronado,
Sobre los bosques y el florido prado;
Así con fuerzas nuevas
Intrépido guerrero,
T u estirpe gloriosísima renuevas.
Fué de tu pueblo escudo,
Grande en el mando, y en obrar ardiente
Con pecho y brazo entero Desde tu trono atiende
A l contrario sañudo A fáciles consejos
Hizo en el polvo sepultar la frente. Que al labio dicta el corazón sencillo;
; -^SiSKgí® - - «a***

- 139 -
Á la verdad defiende, Que suele el cielo justo
Desterrando á lo lejos Sobre soberbio imperio
De torpe adulación el falso brillo. Centellas fulminar con brazo airado,
E l valor, tu caudillo; Trueca con ceño adusto
T u norma, la prudencia; Su mando en cautiverio,
T u madre, la experiencia Y en oprobio su nombre celebrado.
Serán, y porque aciertes, Ejército esforzado
Mantén la dulce paz con leyes fuertes Cubre, de gentes fieras,
Uniendo en blando lazo Sus montes y riberas:
A l pacífico pueblo en tu regazo. La vengadora llama
Por templos y ciudades se derrama:
Cuida con tierno empeño E n sus campos incultos
Y en su seno alimenta Yacen ¡ay! sus guerreros insepultos.
A l hijuelo, la madre cariñosa:
Vela su dulce sueño:
Ó bien de los nublados
Sólo para él alienta:
Lanza lluvia copiosa
No descansa en un punto, no reposa.
A l brillar de relámpagos ardientes;
No menos oficiosa
Arrastran los sembrados
T u mano excelsa y firme
Con furia procelosa
Á tu pueblo confirme;
Hinchados y sonoros los torrentes:
E n perdurable vela
Otras veces dolientes
Sírvele de defensa y centinela; Los campos, á porfía
Y tenlo á ti estrechado Luchan con la sequía;
De contento y de bienes abastado. Ó bien el austral viento,
Empañando los astros con su aliento,
Escucha ¡oh rey! mi aviso; Hiere con soplo fiero,
Jamás flaco y cobarde Ministro de la muerte, á un pueblo entero.
T e entregues con molicie al abandono
E l Dios supremo quiso
Que el fuego que en él arde Por eso resignado
Incólume mantengas en el trono. Á Dios, y ante él rendido,
V i v e libre de encono; Escucha sus palabras sacrosantas.
Sé firme en justa guerra: No pongas descuidado
Los placeres destierra: Sus leyes en olvido;
T u s consejos preside: Y pues por él al solio te levantas,
C o n trabajo y labor el hambre impide Humíllate á sus plantas.
Y sufre con paciencia, Será entonces con gloria
E n unión de tu grey, la pestilencia. T u hermana la victoria:
Serán tus pueblos fieles:

tomo i.
Coronarás tus sienes de laureles;
N o llegar á su fin, nadie lo espere;
Y al fin, dejando el suelo,
L a más alegre y dilatada vida
V i v i r á s con los astros en el cielo.
E n yerto polvo convertida muere.
¿Ves la tierra tan ancha y extendida?
Pues no es más que sepulcro dilatado
CANTOS DE NETZAHUALCOYOTL. Que oculta cuanto fué, cuanto ha pasado.

Pasan los claros ríos, pasan las fuentes,


Y pasan los arroyos bullidores:
V A N I D A D DE L A GLORIA HUMANA.
Nunca á su origen vuelven las corrientes,
Do entre guijas nacieron y entre flores;
Con incesante afán y con presura
Son del mundo las glorias y la fama Buscan allá en el mar su sepultura.
Como los verdes sauces de los ríos,
A quienes quema repentina llama,
La hora que ya pasó rauda se aleja
O los despojan los inviernos fríos:
Para nunca volver, cual sombra vana;
La hacha del leñador los precipita
Y la que hora gozamos nada deja
O la vejez caduca los marchita.
De su impalpable ser para mañana.
Llena los cementerios polvo inmundo
Del monarca la púrpura preciosa De reyes que mandaron en el mundo.
Las injurias del tiempo no resiste;
E s en su duración como la rosa
Y su centro de horror también encierra
Alegre al alba y á la noche triste:
Sabios en el consejo, ya olvidados
A m b a s tienen en horas diferentes
Héroes famosos, hijos de la guerra,
Las mismas propiedades y accidentes.
Grandes conquistadores esforzados,
Que dictando su ley á las naciones
P e r o , ¿qué digo yo? Graciosas flores Se hicieron tributar adoraciones.
H a y , que la aurora baña de rocío,
Muertas con los primeros resplandores Mas su poder quedó desvanecido,
Que el sol derrama por el aire umbrío: Como el humo que espira la garganta
Pasa en nn punto su belleza vana, De este volcán de México encendido,
Y así pasa también la pompa humana. Cuando al cielo sus llamas adelanta.
No queda más recuerdo á tanta gloria
¡Cuán breve y fugitivo es el reinado Que una confusa página en la historia.
Que las flores ejercen cuando imperan!
¡No es menos el honor alto y preciado ¿Dónde está el poderoso, dónde el fuerte?
Que en sí los hombres perpetuar esperan? ¿Do la doncella púdica y gallarda?
Cada blasón que adquieren se convierte E l césped que los cubre nos advierte
E n sus manos en símbolo de muerte. L a condición que á todos nos aguarda.
Murieron nuestros padres; moriremos:
Para nacer del sol á los fulgores,
L a muerte á nuestros hijos legaremos.
Y su tiniebla, lóbrega, importuna,
Brillo para los astros superiores.
Volvamos ya la vista á esos panteones,
E n polvo la criatura convertida,
Morada de pavor, lugar sombrío:
Goza con las estrellas nueva vida.
¿Dónde están los clarísimos varones
Que extendieron su inmenso señorío
No hay poder que trastorne de esa esfera
Por la vasta extensión de este hemisferio,
Los muros y los quicios diamantinos;
Con leyes justas y sagrado imperio?
A l l í el Criador su imagen reverbera:
E n ellos imprimió nuestros destinos;
¿Dónde yace el guerrero poderoso Y en ellos el mortal mira seguro
Que los tultecas gobernó el primero? Con ojos penetrantes lo futuro.
¿Dónde Necax, adorador piadoso
De las deidades, con amor sincero?
¿Dónde la reina Xiul, bella y amada?
¿Do el postrer rey de Tula desdichada? A L Á N G E L DE L A GUARDA DE ELISA.

Nada bajo los cielos hay estable.


ELEGÍA.
¿En qué sitio los restos se reservan
De Xolotl, tronco nuestro venerable?
¿Do los de tantos reyes se conservan? Si ya la luz que causa mi alegría,
Su resplandor aparta de mis ojos,
De mi padre la vivida ceniza ¿Para qué quiero ver la luz del día?
¿Qué lugar la distingue y eterniza? Herrera.

E n vano busco yo, caros amigos, Espíritu divino que en el cielo


Los restos de mis claros ascendientes; Gozas de Dios la vista cara á cara,
De mi inútil afán me sois testigos: No apartada de ti con mortal velo:
Á mis preguntas tristes y dolientes T ú que antes que la tierra se fundara
Sólo me respondéis: nada sabemos, Y en el éter ardiesen las estrellas,
Mas que en polvo también nos tornaremos. Y el sol sus esplendores derramara;
Entre la multitud de escuadras bellas
¿Quién es el que esto advierte y no suspira De las más encumbradas jerarquías
Por gozar de otra vida allá en la altura, Siendo en esfuerzo tú primero entre ellas,
Donde sin corrupción libre respira Con blandas inspiradas melodías
Y en eterna quietud el alma dura? A l resonante cántico de hosanna
Desprendida del cuerpo, tiende el vuelo A l Hacedor Supremo bendecías:
Y vive con los astros en el cielo. ¿Por qué en la tierra, entre la especie humana,
Abandonando la morada eterna.
Es el sepulcro helado nueva c u n a Ocultabas tu esencia soberana?
— 144 — - '45 —

Aquella inteligencia que gobierna No más galana en el verjel ameno


Desde el cielo hasta el báratro profundo, Su pompa ostenta rosa purpurina,
Con ley sabia y medida sempiterna, O blanco lirio de fragancia lleno.
Hízote el cerco abandonar, rotundo, Brillaba en ella la razón divina,
Do con alas de fuego arrebatabas Como en oro purísimo engastada
E l sol, y descender al bajo mundo; Joya resplandeciente y peregrina.
Y á esa diestra con que antes contrastabas De humildad y pudor acompañada,
L a rebelión del cielo, y la alta frente Revelaba su claro entendimiento
Del serafín soberbio quebrantabas, En su angélica voz y en su mirada.
Encomendó el cuidado, diligente, Dar pudiera á las flores con su aliento
De aquella ingenua, singular criatura, Aroma, al campo ¿on sus ojos vida,
Que reina en mi memoria eternamente. Calma á la mar, serenidad al viento;
N o alegra el cielo apetecida y pura Y al alma, en hondas sombras abatida,
Con tantos brillos la modesta aurora, Levantar, entre rayos de esperanza,
Coronada de gloria y hermosura, Á la patria en que fuera producida.
Como Elisa con v o z consoladora Ella tan sólo á comprender no alcanza
Á la tierra infeliz, cuando vestida De su encumbrado mérito la alteza,
De inocencia y de gracia seductora, Digna de eterna fama y alabanza;
Rompió la antigua noche ennegrecida, Menos la deslumhrara su belleza,
Siendo á mis ojos luminar brillante Que absorta en pensamientos inmortales
E n las obscuras sendas de la vida. Preciaba otro valor, otra grandeza.
No muestra tanto gozo el navegante Era en el suelo alivio de los males,
Cuando en el polo v e segura estrella, Espíritu de paz y de alegría,
Como y o si mirara su semblante. Robado á las esferas celestiales.
Jamás desfalleció su lumbre bella, No era ésta la mansión que merecía,
Ni de sus años en el curso claro Y si alguno la amó cuanto pudiera,
Se le atrevió la sombra, indigna de ella. Ninguno la estimó cuanto debía.
¡Oh, con cuánto placer su nombre caro El cielo en ella presentar quisiera
Repito, y en mi pecho su figura U n ejemplar, al mundo degradado,
Guardo, sin que la borre el tiempo avaro I De la inocencia Cándida primera.
^ Juntando en uno gracia y apostura, Cuando el hombre tranquilo y bienhadad
Á la elegancia de la forma erguida Del polvo de la tierra producido,
Enlazaba recato y compostura. Por el soplo de Dios vivificado,
Salió de gracia y de candor vestido,
E r a su boca de coral, partida,
Partiendo con su dulce compañera
Rica la cabellera de oro ondosa,
E l imperio del mundo bendecido;
E n tembladores rizos desprendida:
Cuando en no interrumpida primavera,
A n i m a b a su faz risa amorosa,
Las siempre nuevas flores salpicaba
E r a suave su mirar sereno,
Entre guijas el agua placentera;
Dulce el acento de su voz graciosa.
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Y en la espesura el ruiseñor cantaba, Á Cinosura, entre la sombra fría
Y al impulso del viento, que suspira, Del Norte helado, y en el polo opuesto
El bosque dulcemente resonaba. La Cruz, del Austro en la región vacía.
Ahora, Elisa sublimada mira Y llegando ante Dios con vuelo presto,
Campos nuevos de amor, sitios mejores La frente inclina, y de su mar. o toma
Donde el aura inmortal su labio aspira: A l t o premio, á sus méritos dispuesto.
Do brilla con más dotes y fulgores No más segura, cuando el sol asoma,
Que del Edén en los jardines Eva En muro protector forma su nido,
Brillara al despertar entre las flores. Bañada en resplandores, la paloma;
En no turbada vida se renueva, Que ella en el monte pingüe y florecido
Y desnudando su belleza antigua, Monte santo de D'os, mora y recibe
Viste con nueva luz belleza nueva-. Fulgor, que no es al mundo conocido.
E n su Cándida sien no se a m o r t i g u a Vida inmortal en las alturas vive,
E l vencedor laurel, que la corona, Y su ínclita memoria y sus blasones
Y sus triunfos y glorias atestigua. L a eternidad sobre diamante escribe.
Deja á sus plantas la abrasada zona, ¡Oh tú, custodio fiel! que sus acciones
Las alas tiende y al empíreo vuela, Encaminaste á Dios, y así la hiciste
Donde sus hechos la virtud pregona. Objeto de sus dulces bendiciones;
A sus ojos atónitos revela Si la dicha inmortal la mereciste,
E l Ángel que la guarda, los espacios Permite que conserve en su memoria
Que el delito primero al hombre vela; Viva la imagen de su amante triste.
Y pone ante sus ojos los palacios Y , pues, partió su suerte transitoria
E n que á sus obras el Criador preside En la tierra con él, haz que en la altura
En trono de zafiros y topacios. Parta también su perdurable gloria.
Con vuelo infatigable pasa y mide Y o sé que de su amor y su ternura
De la alba luna el círculo brillante, L a llama, sobre el cielo levantada,
Y el centro donde el sol siempre reside. A l l í se avivará con luz más pura.
Vuelve de allí la vista penetrante Y alguna vez del llanto lastimada,
A l hondo abismo, y en su horror descubre Que á él arranca su ausencia dolorosa,
Las_ rojas llamas del cometa errante. Abreviara su vida fatigada,
A un lado observa que Saturno cubre Que alguna vez la muerte fué piadosa.
Su disco en medio de su anillo de oro,
Y á Urano, que su luz al suelo encubre.
De aquí, pasando al estrellado coro JERUSALÉN.
Que llena la extensión del firmamento
Y derrama de luz rico tesoro, (FRAGMENTOS.)

„ Toca de Sirio al inflamado asiento,


Con lágrimas amargas contemplaba
A Arturo v e , que traza hqgve vía
Aquel funesto estrago y el suspiro
En círculo menor, con paso lento;
M i lastimado pecho trabajaba:
Cuando vuelto de un éxtasis me miro,
En esto se agolparon mil nublados,
A l resplandor de un fósforo distante,
Y cercaron mis ojos de repente,
Colocado en un árido retiro.
Dejándolos en sombras sepultados.
E l Espíritu Eterno en un instante
E n nueva turbación cayó mi mente,
A l l í me trasladó; su diestra fuerte
Y en hondos pensamientos sumergida,
Me elevó cual relámpago brillante.
Vagaba en lo pasado y lo presente.
¡Espantoso lugar, do se convierte
Una lumbre de lo alto procedida
E n polvo la creación y se dilata
Por la tercera vez brilló á mis ojos,
E l pavoroso reino de la muerte!
Y una seña de paz esclarecida
U n a serie de rocas ciñe y ata
Disipó de mi pecho los enojos:
De una partfe sus lindes; el Mar Muerto
U n arcángel en medio despedía
Baña por otra aquella tierra ingrata.
Resplandores clarísimos y rojos.
A l extender la vista en el destierro,
El firmamento eterno comprimía
De secos esqueletos descarnados
A l asentar sus plantas, y eclipsaba
E l infecundo suelo vi cubierto,
Con su luz la diadema que ceñía.
Y de cráneos y huesos separados, Con paso varonil se adelantaba,
De sus primeros troncos divididos,
Y el profundo cristal del mar undoso
E n confuso desorden hacinados.
Sus luces y sus fuegos reflejaba.
Nunca experimentaron mis sentidos U n viejo venerable y respetuoso,
Sensación más intensa de amargura, Vestido de una túnica de lino
Ni á compasión mayor fueron movidos.
Y en la mano un bastón de oro precioso,
Entonces se apagó la llama pura Reverente á encontrar al ángel vino,
Que brillaba serena y esplendente, Y arrodillado en tierra alzó el semblante,
Y sus alas tendió la noche obscura. Todo arrobado en éxtasis divino.
Poseído de horror bajé la frente Mudo permanecía en tal instante:
Y al suelo la incliné con triste lloro: L a barba sobre el pecho le bajaba,
Después, volviendo el rostro hacia el Oriente, Cruzados ambos brazos por delante.
Mientras á Dios en mi aflicción imploro E l cielo de esplendores le bañaba,
Miro escrito entre luces en el cielo Y en posición inmóvil su figura
E l nombre de Jchováh con letras de oro. Su sombra sobre el suelo proyectaba.
«¡Oh t ú , fuente de vida y de consuelo! E l ángel, descendiendo de la altura,
Dije con voz rendida y fervorosa, Con una ascua vivísima de fuego
¿Por qué destruyes tu obra en este suelo? Á sus labios tocó con mano pura.
»¿Al seno de la nada tenebrosa El semblante inclinó radioso luego,
Entregarás ¡oh Padre! tus hechuras, Y en su seno inspiró con sacro aliento
Trasuntos de tu ciencia portentosa? U n alto y divinal desasosiego.
»Muévante á compasión las penas duras Sobre las alas rápidas del viento
A que nacen tus hijos condenados: Alzó otra vez el vuelo presuroso,
N o les niegues del todo tus dulzuras.» Y allá en las nubes colocó su asiento.
1 1 —
MHH9B

E l anciano salió de su reposo,


Jerusalén, Jerusalén, decía
Y de santo fervor su seno henchido
L a turba innumerable, y sus acentos
Y lleno de entusiasmo glorioso,
L a bóveda del cielo repetía.
Puesto en pie gravemente, revestido
Entonces resonaron en los vientos
De excelsa majestad, la voz alzando,
M i l himnos de alabanza y de victoria,
Y el cetro de oro al cielo dirigido:
Á que unieron alegres sus concentos
Del poder recibido firme usando;
Los espíritus puros de la gloria.
«Volved de nuevo ¡oh, muertos! á la vida:
E n nombre del Eterno y o lo mando.»
Dijo, y al punto, una aura, que impelida
Bajaba de los montes al desierto, S A L M O L.
Por un poder incógnito movida;
E l suelo resquebrado, seco, yerto, EL PECADOR ARREPENTIDO.

De fiorecillas frescas y olorosas


Con su soplo vital dejó cubierto. Apiádate, Dios mío,
Y viéranse en el punto presurosas De esta ánima mezquina,
Las reliquias humanas reunirse, Conforme á la grandeza
Renovando su enlace, artificiosas: De tus misericordias infinitas.
Con nervios y cartílagos unirse, Y según la abundancia
De carnes, miembros y vigor llenarse, De tu piedad antigua,
De fresca piel en torno revestirse: Borra, Señor, piadoso
U n pueblo entero poderoso alzarse, De mi crimen la sombra denegrida.
Y entre cantos de Hosanna, con presteza La mancha vergonzosa
E n tribus diferentes congregarse. De mis delitos, limpia,
Colocado el profeta á su cabeza. Y la asquerosa llaga
Con poderoso esfuerzo lo regía, De mis iniquidades purifica.
Lleno de majestad y de grandeza. Conozco mi pecado,
E l ángel desde lo alto dirigía Miro la culpa altiva,
Su marcha, y le indicaba su destino: Que alzada ante mis ojos
La tierra se aplanaba y abatía: Mis maldades inmensas atestigua.
Los montes no estorbaban el camino: Pequé contra ti solo,
Saltaban de contento los collados: Hice el mal á tu vista:
Brillaba en lo alto el cielo cristalino: Si acaso me condenas
Ninguno dudará de tu justicia.
Claras fuentes y lagos sosegados,
Verjeles, huertos, frescas alamedas Pues mira que engendrado
Hallaba á su descanso preparados, Fui de una raza inicua,
Y frutos en las verdes arboledas: Y fué mi carne fácil
L a mano del Eterno le cubría, E n error y pecado concebida.
Dando sombra á sus sendas y veredas. Pues la verdad ingenua
Pones en alta estima.
T u s íntimos arcanos Y o las ofrecería;
Manifiesta á mi m e n t e obscurecida. Mas sé que no te place
Lávame con hisopo La sangre en tus altares esparcida.
Y mi alma será limpia ; E l sacrificio quieres
Báñame y al momento Del ánima contrita,
Quedaré blanco cual la nieve misma. Del corazón mudado,
Si escuchar me dejares Y de una voluntad simple y sumisa.
Tus palabras divinas, Desciendan tus palabras
Mis huesos humillados H o y sobre Sión propicias,
Se llenarán de gozo y alegría. Y se alzarán al punto
L a serie de mis culpas Los derrocados muros de Solima.
Aparta de tu vista, Aceptarás entonces
Y borra por tu mano Ofrendas de justicia,
E l proceso espantoso de mi vida. Oblación, holocaustos,
U n corazón ingenuo Y en tus aras la sangre de la víctima.
Dentro mi pecho cría:
Infunde en mis entrañas
Soplo de rectitud, que vivifica.
No apartes de tu rostro SALMO LXVII.
Mi súplica sumisa,
TRANSLACIÓN SOLEMNE DEL ARCA Y TRIUNFOS DEL PUEBLO DE ISRAEL.
Ni me quites airado
Las luces de tu espíritu divinas.
E l gozo de tu gracia Fulminando amenazas y castigos
H o y á mi pecho inspira: Se levantó el Señor: sus enemigos
Con superior aliento Confusos, asombrados,
Mis nacientes propósitos confirma. Como cera en el fuego consumida,
Enseñaré tus sendas Como arena á los vientos esparcida,
Á las almas perdidas: Huyeron derrotados.
Los ímpios humillados
T u ley aceptarán con fe sencilla. ¡Justos, que presenciasteis la victoria,
Líbrame de esa sangre Entonad vuestros himnos en memoria
Que por venganza grita, De tan plausible día!
Y tus altas piedades ¡Alabad al Señor, santas criaturas,
Ensalzará mi lengua agradecida. Levantando su nombre á las alturas
Abre, Señor, mis labios, Con voces de alegría!
Haz que la boca mía
Prorrumpa en alabanzas, E n tempestuosa nube va y camina,
Y en acciones de gracias sin medida. Y cielo y tierra y mares ilumina
Si ofrendas exigieras El que Jehováh se nombra:
— 154 — 1
55 —
A los justos alegra su presencia.
Cuando venció á los bárbaros caudillos,
Mientras con su terrible omnipotencia
Manifestó el Señor con tales brillos
A los ímpios asombra. Su faz resplandeciente,
Que se ofuscó el Selmón; su cumbre helada
Fijó en este santuario su morada, Mostró con menos rayos coronada
Do al huérfano y la viuda desolada La nieve de su frente.
Entre sus brazos cierra:
Salva de la cadena al prisionero, Esta santa montaña es la que quiere
Propaga las familias, y severo Dios para su morada, y la prefiere
A l rebelde destierra. Á otros montes vistosos:
En vano envidiaréis tanta ventura,
¿Quién cantará, Señor, cuando salías Montes, engalanados de verdura
A l frente de tu pueblo, y lo regías Y de bosques frondosos.
Por medio del desierto?
Las nubes á tu voz se liquidaron, Rodeado de huestes, en su carro
Los encumbrados montes retemblaron, Sube á este monte el vencedor bizarro:
E l Sínai quedó yerto. Los contrarios altivos,
Postrados ya, lo adoran soberano,
Salvaste en las llanuras abrasadas Y sus dones reparte por su mano
Con lluvias bienhechoras y templadas Á libres y cautivos.
T u heredad afligida:
E n medio del ardor y la sequía, Bendito seas, Señor, que poderoso
T u grey, que con la sed desfallecía, Rompes nuestras prisiones: bondadoso,
Tornó de nuevo á vida. Nos libras de la muerte;
Tus bienes con largueza nos prodigas,
Y las duras cervices enemigas
Venciste al enemigo, y las doncellas
Quiebras con brazo fuerte.
Referían, animosas cuanto bellas,
Lo que vieron sus ojos:
Del enemigo de Bazán astuto
Atónitos los Reyes se escondieron,
Triunfarás; los abismos á pie enjuto
Y las mujeres débiles vinieron
Vadearás sin recelo;
Á partir los despojos.
Romperás del contrario la coyunda,
Tus perros lamerán su sangre inmunda,
Aquel que en los bagajes escondido Dijo el Señor del cielo.
El combate evitara, ya salido,
También su parte toma, Dijo, y su triunfo y su solemne entrada
Haciendo alarde de vistosas galas, Los enemigos en su Real morada
Semejantes al cuello y á las alas Atónitos miraban:
De la hermosa paloma. Salieron los cantores los primeros,

tomo i.
Las vírgenes tocando sus panderos Bendecid en idiomas diferentes
Seguían, y así cantaban: Su nombre sin segundo:
Ved que sobre los astros se levanta
Lleno de luces, y sus glorias canta
«Gloria al Dominador, siempre triunfante,
L a redondez del mundo.
Oue esas turbas con r a y o devorante
Dejó ya traspasadas.
¿Oís cual retumbó su voz sonora?
Celebrad su poder, tribus dichosas,
Bendigamos su mano protectora,
Que fuisteis por sus manos poderosas
Su poder y su alteza:
Del polvo levantadas.»
E l es roca y presidio de afligidos,
Pidámosle, y dará á sus escogidos
L a pompa prosiguió: ledos y ufanos
Virtud y fortaleza.
Del pueblo de Judá los más ancianos
Caminaban delante;
Los de Néphtali y Zabulón seguían,
Y los de Benjamín después venían LA REVELACIÓN.
Con rostro jubilante.
CANTO CUARTO.
Haz, Señor, de tus obras larga muestra,
Confirma las hazañas de tu diestra,
Episodio de Aglaya.
Establece tus leyes;
Poseídos de horror, llenos de espanto,
XLV.
Llevarán dones á tu templo santo
Los príncipes y reyes. Atada á un tronco la ligera barca,
Descanso un prado nos brindó y asilo,
De aquel pueblo falaz, que desde el Nilo Q u e extenso valladar ciñe y abarca
Nos acecha cual fiero cocodrilo, De obscura madreselva y verde tilo:
Reprime los clamores; A n t e una ermita que su centro marca,
Y de éstos, que nos buscan coligados, De mujeres hallé coro tranquilo,
Furiosos como toros encelados, Mostrando entre sus velos ojos bellos
Enfrena los furores. Y negras trenzas por los albos cuellos.

Enfrénalos, Señor, y verás luego


XLVI.
Pedir la paz interponiendo el ruego
A l Egipto insolente: De odoríferas flores componían
E l orbe callará bajo tu espada, U n altar á sus ritos consagrado;
Y hasta la Etiopia bárbara y tostada Mas cuando al resplandor del sol veían
Se postrará obediente. M i cuerpo, de la sombra proyectado,
Y por esta señal reconocían
Alabad al Señor pueblos y gentes,
Que del peso mortal iba cargado;
Suspenden su labor, tiemblan, se espantan, L.
Y en un punto asombradas se levantan.

»Mi madre, bella flor, muerta temprano,


XLVII. Dándome á luz, bajó á la sepultura,
Y yo quedéme á ser de un padre anciano
Objeto de carísima ternura:
Y huyen de aquel lugar con alarido
Debí blandas caricias á su mano,
A l valladar vecino, al soto ameno,
Á su boca palabras de dulzura;
Cual palomas al súbito estampido
Eran mi vista y cariñoso acento
De horrísono arcabuz ó ronco trueno;
Luz á sus ojos, y á su labio aliento.
Mas una á quien la fimbria del vestido
U n zarzal enredó, de espinas lleno,
Por mí se vió alcanzada y detenida, LI.
Para decir la causa de su huida.
»Figurábase ver en mis facciones
De mi madre la imagen lisonjera,
XLVIII. Y joven mis soñadas perfecciones
Divulgaba la fama vocinglera.
Cercada de amorosas pretensiones,
Mis palabras su fuga suspendieron, Mostré la voluntad rebelde y fiera,
Y algún tanto del susto recobrada, No queriendo turbar las alegrías
Declaróme el espanto con que vieron Del autor adorado de mis días.
Todas á un vivo entrar por su morada.
A l fin mis blandos ruegos consiguieron
LII.
Dejar su timidez tranquilizada,
Y pregunté de nuevo me dijera: »Vivía así feliz y respetada,
¿Qué lugar era aquél, y ella quién era? Inexorable del amor al ruego,
E n una bella quinta retirada,
Que bañaba el Cefiso con sosiego.
XLIX.
U n a tarde, en que sola y divagada
De sus ondas miraba el blando juego,
Díjome:—«Este lugar se ha prevenido Me encontré de repente entre sus flores
Para aquellos que purgan con dolores Circundada de aceros brilladores.
Los restos de la culpa, que han tenido
Por error cometido en sus amores.
LUI.
Oye la historia de mi bien perdido,
Para ejemplo de tristes amadores: »Eran de unos piratas, que de Egina
Nací de Grecia en la aromosa playa; E l golfo con sus robos infestaban,
Mi patria Atenas fué, mi nombre A g l a y a . Y á Estambul y la costa convecina

o
— 16o — — 161 —

Esclavos y riquezas trasladaban:


LVII.
Profundo abatimiento me domina
Cuando v i que á sus naves me arrastraban
Sordos á mis lamentos y mi lloro, »Pasados de este modo algunos días.
Desnudos de piedad, sedientos de oro. U n a mañana vi, ¡nunca la viera!
De Estambul y sus ricas cercanías
L a odiosa para mí, mortal ribera,
LIV.
Do entre celos brutales y entre espías
L a mujer desfallece en cárcel fiera,
»A mi padre infeliz rabiosos matan,
Amenazada siempre de suplicios,
Y llenos de furor roban la quinta:
No incentivo al amor sino á los vicios.
E n sangre de los criados que maltratan
Queda la arena de sus calles tinta:
E l botín presurosos arrebatan; LV1II.
Y á la luz del crepúsculo indistinta,
Recogen sus dispersas centinelas, »No en público mercado fui vendida
Y al turbulento mar tienden las velas. Con el común de esclavas desdichadas,
Sino al serrallo infame conducida,
Cerrándose tras mí puertas ferradas.
LV.
Á gemir condenada de por vida
E n sus hondas estancias dilatadas,
»¿Cómo podrá mi labio referiros
E n todos tiempos y ocasiones era
Del pecho atormentado los dolores,
L a tristeza mortal mi compañera.
Sin que fuesen capaces mis suspiros
De ablandar á mis duros opresores?
Las ondas de la mar en anchos giros LIX.
Levantaban los vientos bramadores:
»Bajaba alguna vez á los jardines,
Y o á su impulso, indefensa, caminaba
Por divertir allí mis penas graves,
De un odioso señor á ser esclava.
Mirando con envidia, en los confines
Del ancho y libre mar correr las naves:
LVI. U n a tarde que, oculta entre jazmines,
Escuchaba los trinos de las aves,
U n mozo audaz, ajeno de temores,
»La aurora aparecía en el Oriente Lleno de amor me requirió de amores.
Coronada la sien de blancos lirios,
Y de mi amargo llanto la corriente
LX.
No calmaba el dolor de mis martirios:
Subía el sol al cénit resplandeciente, »Oye, cristiana bella, me decía,
Y obscuridad miraba en mis delirios: Las quejas de un amante que te quiere,
De la noche las negras horas largas Que en tus ojos miró la luz del día,
Aumentaban mis lágrimas amargas.
Y morirá feliz si por ti muere:
¡Inocente paloma! ¡Gloria mía! LXIV.
¿Qué profundo pesar tu pecho hiere?
Dime, mi dulce bien, ¿qué mano fiera »Si admites que este siervo, que te adora,
T e puso en estos muros prisionera? De tu cuello desate las cadenas,
Y de un alma te dignas ser señora,
A quien de gloria y entusiasmo llenas,
LXI. Aguárdame mañana en aquesta hora,
En que la incierta luz se mira apenas:
»Mira, yo soy un joven que, nacido Aquí estaré presente, y yo te juro
En el remoto suelo mexicano, Que salva te pondré en lugar seguro.
Por casos de fortuna aquí he venido
A ser esclavo del sultán tirano. LXV.
Es mi nombre Costanzo: á tí rendido
Y abrasado en tu fuego soberano, »Y en nave con recato prevenida
Si vinieres conmigo, te prometo Á Grecia volverás por rumbo cierto,
Guardar á tu beldad todo respeto. Y desde allí á mi patria transferida,
En ella pisarás seguro puerto
No siguió, que una seña convenida
LXII.
(Impidiendo que fuese descubierto)
»Te llevaré á mi patria venturosa, Le obligó á retirar, dejando en tanto
Do hallarás limpia fe, cortés llaneza, A l pecho dudas, y á los ojos llanto.
Y venerando título de esposa,
E l esclavo seré de tu belleza: LXVI.
Libre, feliz, encantadora, hermosa,
Disfrutarás de módica riqueza, »El sitio, la ocasión, el lance extraño
Pasando en mi heredad tranquilos días, Produjeron en mi alma, que delira,
Ajenos de zozobras y porfías. Ya sombrío temor de nuevo daño,
Ya esperanza del bien porque suspira.
¿Tan ardiente pasión será un engaño?
LXIIT.
¿Tan encendido amor será mentira?
»Verás allí, en eterna primavera, Así mi pensamiento vacilaba,
Los campos de mil flores esmaltados, Y amor mi voluntad avasallaba.
Asombrada de bosques la ribera,
Y los montes de nieve coronados: LXVII.
Verás á la ciudad, que reverbera
En el centro de lagos dilatados, »¡Oh, cómo triunfa un alma generosa
Y en sus contornos, al placer abiertos, De un pecho tiernamente agradecido!
Flotando los jardines y los huertos. ¿Podrás, yo me decía, ser rigurosa
Con un amante, ante tus pies rendido,
Que te enajena de prisión odiosa,
LXXI.
Y que, á todos los riesgos prevenido,
L a cara libertad estima en nada
»En tales pensamientos se ocupaba
Si á tu dicha y amor no va enlazada ?
Llena de nueva vida el alma mía,
Y la que antes en dudas se abismaba,
LXVIII. Y a intrépida á los riesgos se exponía:
A l fin cuando en su ocaso se ocultaba
»¿Negarás á tu amante hacer pedazos
El postrer rayo del siguiente día
L a negra puerta á la mansión del duelo,
Y brillaba en las sombras el lucero,
Las cadenas trocando en blandos lazos
A mi libertador con ansia espero.
Y las tinieblas en la luz del cielo?
¿Te esquivarás á ver entre sus brazos
Por la postrera vez tu patrio suelo, LXXII.
Y de tus padres el sepulcro santo
»Y ved, que de repente sorprendida,
Piadosa humedecer con dulce llanto?
Y en sus brazos robustos levantada,
Por oculto lugar soy conducida
LXIX. Á una puerta remota y excusada;
Cuya guarda, del oro seducida,
A mis pasos la deja franqueada:
»¡Cuánta serenidad allí te espera!
L a ciudad prontamente atravesamos,
Desde el cielo sus almas venerables
Y en una pobre casa nos entramos.
T e aclamarán la dicha verdadera,
A m o r y bendiciones perdurables.
¡Patria, donde miré la luz primera, LXXIII.
Adiós, por siempre adiós! Si á las instables
»En ella un sacerdote anciano, griego,
Ondas vuelvo otra vez, tú estás de asiento
E n ignorada soledad vivía,
Siempre en mi corazón y pensamiento.
Y , prevenido con secreto ruego,
Oculta habitación nos disponía;
LXX. De sacras ropas revestido luego
Nuestra unión confirmaba y bendecía,
»Viva en la dicha ó viva en desventura, Trocando los de amor blandos abrazos
Jamás te olvidaré, ¡ patria adorada! De santa unión en perdurables lazos.
Y allá en el Nuevo Mundo con ternura
Repetiré tu nombre enamorada:
LXXIV.
Cuando A m o r me colmare de ventura,
De rosas y de mirtos coronada, »Si amaste alguna vez, y has conocido
E n medio de mi encanto y de mi gloria, E l valor sin igual de un bien seguro,
T ú siempre vivirás en mi memoria. Y lleno de esperanzas has unido
- 166 — - 167 -

Á la dicha presente el bien futuro;


Si por favor del cielo has conseguido LXXVIII.
Enlazar la virtud al amor puro,
Y ofreció una pasión correspondida »Por derecho y por ley yo soy tu dueño:
Encanto al corazón, al alma vida: Por ley y obligación eres mi esclavo:
¿Cómo quisiste, pues, con torpe empeño,
Causar á mi grandeza menoscabo?
LXXV.
De cruel y sanguinario me desdeño,
»Ya podrás comprender la dicha mía. Pero de justiciero, sí, me alabo;
E l amor dilataba sus contentos, E inflexible descargo en la malicia
Mientras llegaba el suspirado día E l hierro vibrador de la justicia.—
De entregarme á las ondas y á los vientos
Aguardábalo llena de alegría, LXXIX.
Cuando de hombres feroces y violentos
Acometido vi con furia insana »Con modesto ademán y acento firme
Nuestro indefenso albergue una mañana. Le responde Constanzo de esta suerte:
— E n tu poder estoy, puedes herirme,
Y puedes, gran señor, darme la muerte:
LXXVI.
Mas, de la cara prenda á dividirme
»Reos de lesa majestad, nos vimos Á que el cielo me unió con lazo fuerte,
Á inexorables jueces entregados, No basta tu poder, ni yo pudiera
E n cuyo tribunal bárbaro fuimos Si tamaño imposible pretendiera.
A l suplicio de fuego condenados:
E n recurso postrer comparecimos LXXX.
Del Sultán poderoso en los estrados,
E l cual con ademán y faz severa »En la remota México felice
A Costanzo increpó desta manera: Nací, donde los Cándidos amores
E l cielo dichosísimo bendice,
Con cadenas ligándolos de flores:
LXXVII. Donde no la mujer gime infelice
Oprimida de celos y temores:
Del hombre compañera cariñosa,
—»Dime, mancebo infiel, ¿cómo pudiste
Vive con él enamorada esposa.
Robar á mi jardín su flor más bella,
A mi trono la luz de que se viste,
Á mi cielo de amor su clara estrella ? LXXXI.
Puede el cuervo mendaz en hora triste
A l ave seducir que se querella; »En mi primera edad me vi lanzado
Pero su dueño si venganza toma, Del patrio suelo, con el padre mío,
A l cuervo matará y á la paloma. El que, siendo español, fué condenado
Á tanta pena por decreto impío:
Así destruye la razón de Estado LXXXV.
El ingénito amor de un pueblo pío.
Triste y errante, al expirar mi infancia,
»Si por tu dicha no tomase en cuenta,
Me recibió cortés la culta Francia. (El monarca repuso), tu ignorancia,
Pronto tu pena borraría mi afrenta,
LXXXII. Castigando cual debo tu arrogancia:
Mas quiero que obre la justicia lenta,
»Joven después, en años floreciente, Precediendo la blanda tolerancia:
Dado al comercio, me entregué á los mares, Llámaste libre, mis acciones culpas,
Asistiendo en los puertos del Oriente Y fundas en mi oprobio tus disculpas.
A los ricos mercados y bazares:
Ya proyectaba el ánimo impaciente
LXXXVI.
Volver la prora á los antiguos lares,
Por haber levantado en sus regiones »Y es que, sin duda, como infiel, ignoras
L a hermosa Paz sus blancos pabellones: Mi alto poder, mi autoridad completa,
Y que el mundo á mis armas vencedoras
LXXXIII. Sujetó con sus leyes el Profeta.
Si á la única deidad por dicha adoras,
»Cuando caza me da nave pirata Sabe que soy la luz que la interpreta:
E n las instables ondas del mar fiero, Sometidas á mí todas las gentes,
Y cargado de hierros me arrebata Soy padre universal de los creyentes.
A tus altos palacios prisionero.
Ahora bien, gran señor, ¿qué suerte ingrata, LXXXVII.
Qué poder, qué razón, qué ley, qué fuero,
Condena al que nació inocente y libre »Mas, porque entiendas que á mi excelso trono
A que en su cuello tu cuchilla vibre? Asiste la piedad y soy clemente,
T u crimen execrable yo perdono
Y esa joven te doy •perpetuamente,
LXXXIV. Con tal que humilde implores en tu abono
Del Profeta la ley, como creyente;
»Si 110 te habían mis ojos conocido, Y colmaré tu diestra con largueza
Ni mis manos pudieran ofenderte, De poder, de placeres y riqueza.—
¿Por qué á la esclavitud me has reducido?
¿Y por qué me amenazas con la muerte? LXXXVIII.
Si á A g l a y a por esposa he pretendido
Y conmigo se unió, señor, advierte »Esta proposición pudiera, indigna,
Que la oprimiste con poder tirano, Haber puesto en peligro mi constancia,
Siendo libre y señora de su mano.— Ante el suplicio cruel que le designa
Del tirano la bárbara arrogancia,
Si de Constanzo la firmeza, digna XCI1.
De quien guarda la fe con vigilancia,
No triunfara, diciendo en aquella hora »Entonces el Tirano enfurecido
Con ademán sereno y voz sonora.— Ejecuta e n Constanzo la sentencia,
Haciendo que las llamas consumido
LXXXIX. Lo manifiesten ¡ay! á mi presencia.
1
Nunca el hombre de gracias prevenido
^ »Agradezco, señor, que hayas prestado Mostrara más heroica resistencia:
Á esta mi débil voz atento oído, Allí recojo su último suspiro,
Y al cielo gracias doy, que se ha dignado Y su postrer mirada á lo alto miro.
Hacerme de la luz hijo querido,
Para que nunca ciego y extraviado
Abandone la fe con que he vivido:
xcni.
Antes que de Jesús el nombre niegue, »Yo vi, y o oí su espíritu glorioso
Muerta mi lengua al paladar se pegue. Sereno levantarse al cielo santo,
Dejándole á mi pecho congojoso
XC. Aguda pena, inextinguible llanto.
Aterrada del caso doloroso,
»¿Quieres que el crimen y el error pregone, Y oprimida de angustia y de quebranto,
E insensible de Dios á la doctrina, A l ardor de violenta calentura
Sus preceptos olvide, y abandone Camino á la funesta sepultura.
L a senda que á la vida me encamina?
¿Qué importa que tu mano me corone
XCIV.
De gloria mundanal, si me destina,
Por medio del placer y falso encanto, »Una noche terrible, en que la vida
A l a mansión de sempiterno llanto? Con equívocas señas se mostraba,
Y á mi lecho , de sombras revestida,
La muerte pavorosa se acercaba ;
XCI. Se me ofrece la imagen tan querida
De Constanzo, que luces derramaba,
»Y tú, querida esposa, en quien adoro Y me dice con labio placentero:
De un depurado amor las gracias bellas, Es el cielo tu patria, en él te espero.
Los temores olvida, deja el lloro,
Y levanta la vista á las estrellas. X C V.
Allí, enlazados al celeste coro,
Ajenos de inquietudes y querellas, »El alma, de los miembros desligada,
Nuestra dichosa unión afirmaremos, Ante su juez divino comparece
Y en piélagos de luz nos perderemos.— Y , hasta quedar cual oro acrisolada,

tomo 1.
E n aqueste lugar gime y padece.
V i v i r del fin eterno separada
Y sufrir el dolor, bien lo merece
Quien pudo vacilar por un instante,
Entre el amor, de Dios y el de su amante.

XCVI.

»De su bondad sin límites espero


Acorte á mi penar los largos plazos,
Y me eleve á su gozo duradero,
Exenta ya de peligrosos lazos;
Donde le ofreceré mi amor sincero,
Y de Constanzo entre los dulces brazos,
Disfrutaré purísimas caricias,
Eternidad de gloria y de delicias.»

XCVII.
D. MANUEL CARPIO.
Dijo y en largo llanto se desata,
Semejante á las gotas de rocío,
Que de su trono de cristal y plata
Vierte la luna sobre el bosque umbrío
Cuando la noche plácida dilata
Por el orbe su extenso señorío ;
Y ofrecen al mortal para consuelo
Quietud la tierra y esperanza el cielo.
D. M A N U E L CARPIO.

CASTIGO DE F A R A Ó N .

Sentado el monarca glorioso de Egipto


E n trono de nácar y de oro luciente,
Augusta diadema le ciñe la frente,
Y adórnale el pecho radiante joyel.
Y lleva una zona bordada de estrellas,
S u túnica es blanca de seda sonante,
Y el manto soberbio de grana brillante,
E n ondas le baja cubriéndole el pie.

E l trono rodean soldados adustos,


De barba poblada, de rostro salvaje,
De yelmo terrible, con negro plumaje,
Coturnos vellosos de piel de león.
Su cota de acero bruñido relumbra;
L a espada en la cinta, la pica en la mano,
Esperan la seña del duro tirano,
Y reina el silencio por todo el salón.

Moisés el profeta, varón venerable,


De serio semblante, de undoso cabello,
Terribles los ojos, indómito el cuello,
L a túnica parda, de trueno la voz,
Preséntase, y pide que al pueblo judío
•a? m

— 176 —

S e deje el camino seguro y abierto, De Oriente al Ocaso, del Sur al mar Grande,
Y hacer sacrificios allá en el desierto Errantes las sombras cubrieron el cielo,
E n rústicas aras al grande Criador. Relámpagos rojos cruzaban el suelo,
Los truenos hacían la tierra temblar.
«Seis plagas has visto que toda la gente E l Nilo bramaba, bramaban los mares,
Sufrió por tu culpa, le dijo el anciano ; Bramaban sus costas, silbaban los vientos:
A l Dios de mis padres resistes en vano ; De Tebas y Tanis los hondos cimientos
E l quiere librarnos y es fuerza partir. Del rayo temblaban al duro estallar.
Humíllate débil al fuerte Adonai:
E l hizo los montes, los campos y mares; Rasgadas las nubes, la lluvia ruidosa
Y allá en esos cielos, él puso á millares Inunda los campos, rebosan las fuentes,
Las altas estrellas que miras lucir.» Y bajan las aguas en turbios torrentes
Y arrastran las olas ganado y pastor.
E l R e y entretanto, cambiando colores, Mezclados andaban granizos y rayos,
Se inunda su pecho de cólera amarga: L a hierba del campo y el árbol hirieron;
Y a coge la espada, ya coge la adarga, El toro robusto y el hombre murieron,
Y a baja del solio, ya vuelve á subir. Y el reino cubrióse de luto y horror.
Temblaban los guardias al ver el enojo
Que agita al monarca cual tigre en la reja; El bárbaro río sus márgenes cubre,
Revuelve los ojos, enarca la ceja, Arranca los cedros de Menfis altiva,
Y en tono tremendo comienza á decir : Y en gran remolino sus palmas derriba
Y arroja los troncos al férvido mar.
«¿Cómo es que un hebreo, cómo es que un esclavo E n tanto el ganado del pueblo judío
Armado tan sólo de mágica vara E n campos floridos pastaba contento,
M e pida insolente, y así, cara á cara, Y allí no sintieron granizo ni viento,
Librar á sus tribus? Así no será. Y sólo de lejos oyeron tronar.
Primero los mares, abriendo su seno,
Á mí y á mis tropas y carros cubrieran, Pasada la negra ruidosa borrasca,
Que gentes tan viles de Egipto salieran; Que salgan las tribus el Rey no consiente ;
Serán aquí siervos, aquí morirán.» Mas alza el caudillo la vara potente,
Y hambrientas langostas obliga á venir.
Oyendo el profeta palabras tan duras, Y luego tinieblas espesas derrama,
«Mañana, le dijo, verás tempestades, Y á Egipto sus luces el cielo le niega ;
Habrá granizadas, habrá mortandades, Tan sólo el hebreo contento se entrega
Verás maravillas que Egipto no vió.» A juegos campestres y alegre festín.
Y dando la vuelta salió del palacio;
Las sombras cubrían la tierra otra noche,
Y cuando cercano mostrábase el día,
E l pueblo en su sueño posaba tranquilo,
A l cielo terrible la mano tendía,
Y manso corría magnífico el Nilo;
Y negro nublado los aires cubrió.
Callaba la tierra, callaba la mar.
Sus lágrimas ruedan, y da un alarido
Pacíficas duermen las Cándidas garzas
Que en todo el alcázar, en todo se oyó.
Allá entre las cañas, orillas del río ,
Las bestias feroces en campo sombrío
Lloraba la Reina, sus manos torcía,
Y en húmedas cuevas dormidas están.
Con ayes dolientes á su hijo llamando,
Y suelto el cabello, y el velo arrastrando,
Los áulicos altos, los nobles magnates
Toda ella temblaba de espanto y dolor.
Descansan en lechos de púrpura rica:
Gritaban las madres por calles y plazas,
Mas ¡ay! sobre sedas el Rey se abanica,
Alzaban los ojos llorosos al cielo,
E inquieto en su cama no puede dormir.
O bien de rodillas besaban el suelo,
Repasa en la mente las plagas horribles,
Haciendo plegarias á Osiris y Amón.
Que al reino trajeron inmensa amargura,
Le eriza el cabello su suerte futura;
Tremendo castigo de un pueblo orgulloso,
Sudando y convulso se siente morir.
Idólatra ciego, que á un pueblo su hermano,
Oprime sin tregua con bárbara mano,
Un ángel en tanto voló como un rayo, Y apenas le deja del sueño gozar.
De Siene hasta el Delta temblando de enojo ; Empero esa noche soñando en su viaje,
Con la ala derecha tocaba el Mar Rojo, L a s tribus d o r m í a n e n rústicos l e c h o s ;
L a izquierda tocaba el Libio arenal. Terror no agitaba los Cándidos pechos
Volaba cubierto de espesa tiniebla, De aquellos mortales, amor de Jehováh.
Llevaba en la mano su acero sangriento,
Sus negros cabellos vagaban al viento,
E l ángel en tanto se para en la cumbre
Sus ojos brillaban con luz funeral.
De la alta pirámide, y da una mirada
Á todo el Egipto, y envaina la espada,
Cual suele en los campos un gran torbellino Y quédase un rato pensando entre sí.
Quebrar las cañuelas de verdes espigas, De nuevo desplega sus rápidas alas,
Dejando burladas así las fatigas Y parte, y resuena su espada en el vuelo;
Y dulce esperanza de algún labrador; Divide las nubes y encúmbrase al cielo,
Así pasó el ángel airado matando Y dice, postrado: «Señor, ya cumplí.»
A cuantos varones nacieron primero:
Murió desde el hijo del pobre leñero, Así en ese tiempo y en esas regiones
Hasta el del monarca de Egipto señor. Quebranta Adonai la fuerte cadena
Del pueblo escogido, y humilla y enfrena
Un grito de muerte se oyó á media noche A l bárbaro egipcio, y al gran Faraón.
E n todo el Imperio; llevaba la gente Libró á los judíos con brazo robusto,
Pavor en el alma, sudor en la frente; Y á tantos prodigios tembló el Filisteo,
De todos los ojos el llanto corrió. E l fuerte Moabita, y el fuerte Idumeo,
E l Rey se levanta del lecho de grana, Y el rico Fenicio temblaba en Sidón.
Los vastos salones recorre aturdido,
A u n hay obeliscos y templos y tumbas Y el duro suelo escarban y golpean,
De Tebas y Menfis allá entre las ruinas, Y están inquietos por salvar los fosos.
Que vieron al ángel en densas neblinas Sus cascos hollarán en Babilonia
Cual águila negra volando cruzar; Las estatuas de dioses incensados,
Allí Bonaparte á orillas del Nilo, Hollarán á los nobles y soldados,
A l dar á los turcos batalla tremenda,
Y yelmos y viseras y corazas,
Es fama que dijo, «aquí va la senda
Y en gran tropel levantarán el polvo
Que ha visto de un ángel la sombra pasar.»
De las soberbias y desiertas plazas.
Del palacio en los patios á cuchillo
Con su Rey morirán tantos vasallos,
Que en esta noche la caliente sangre
L A C E N A DE B A L T A S A R .
A los frenos dará de los caballos.

Era de noche, y la redonda luna, Mientras que Ciro con ardor se apresta
Desde la inmensa bóveda del cielo, A dar por fin el formidable asalto,
Alumbraba los sauces del Eufrates L a ciudad, cual ramera deshonesta,
Y á la gran Babilonia en sus festines, Entrégase al placer sin sobresalto,
Fortalezas, alcázares, jardines, Y á regocijos que el honor detesta
Y los templos magníficos de Belo. Se abriga el padre y á la par la esposa,
E l libertino y el anciano triste,
E l intrépido ejército de Ciro El agorero y la doncella hermosa.
Está sobre las armas impaciente Entre bailes y cantos de alegría
Por tomar la ciudad: la infantería Resuena la algazara de las gentes
Se conmueve y agita sordamente, Que por las calles van como dementes
Cual negra tempestad que allá á lo lejos Entre la confusión y gritería.
Brama y rebrama en la montaña umbría. También de Baltasar el gran palacio
Y a se aprestan de Persia los jinetes, Se agita alegre con festín ruidoso:
Sus fuertes armaduras centellean, E l Rey, y sus mujeres y magnates,
Y encima de los cóncavos almetes Todos ocupan un salón fastoso
Altos plumajes con el aire ondean. Que tiene vista al caudaloso Eufrates.
Y a se escucha el crujir de los broqueles, E l soberbio salón es un portento:
De la trompeta el bélico sonido, Las paredes de estuco están doradas
Y el bufar de los férvidos corceles, Y forman el grandioso pavimento
Y la grita de jóvenes bizarros, Variadas losas de lucientes jaspes
Y del sonante látigo el chasquido, Cubiertos con asiáticas alfombras
Y el rodar de las ruedas de los carros. De los remotos climas del Hydaspes.
Y a los caballos con su blanca espuma Cien columnas blanquísimas de mármol
Humedecen sus pechos espaciosos; Sostienen la magnífica techumbre;
A l ruido de las armas se recrean, Lámparas de oro de labores bellas
A u n hay obeliscos y templos y t u m b a s
Y el duro suelo escarban y golpean,
De Tebas y Menfis allá entre las ruinas,
Y están inquietos por salvar los fosos.
Que vieron al ángel en densas neblinas
Sus cascos hollarán en Babilonia
Cual águila negra volando cruzar;
Las estatuas de dioses incensados,
Allí Bonaparte á orillas del Nilo,
Hollarán á los nobles y soldados,
A l dar á los turcos batalla tremenda,
Es fama que dijo, «aquí va la senda Y yelmos y viseras y corazas,
Que ha visto de un ángel la sombra pasar.» Y en gran tropel levantarán el polvo
De las soberbias y desiertas plazas.
Del palacio en los patios á cuchillo
Con su Rey morirán tantos vasallos,
L A C E N A DE BALTASAR. Que en esta noche la caliente sangre
A los frenos dará de los caballos.

Era de noche, y la redonda luna,


Mientras que Ciro con ardor se apresta
Desde la inmensa bóveda del cielo, A dar por fin el formidable asalto,
Alumbraba los sauces del Eufrates L a ciudad, cual ramera deshonesta,
Y á la gran Babilonia en sus festines, Entrégase al placer sin sobresalto,
Fortalezas, alcázares, jardines, Y á regocijos que el honor detesta
Y los templos magníficos de Belo. Se abriga el padre y á la par la esposa,
E l libertino y el anciano triste,
E l intrépido ejército de Ciro El agorero y la doncella hermosa.
Está sobre las armas impaciente Entre bailes y cantos de alegría
Por tomar la ciudad: la infantería Resuena la algazara de las gentes
Se conmueve y agita sordamente, Que por las calles van como dementes
Cual negra tempestad que allá á lo lejos Entre la confusión y gritería.
Brama y rebrama en la montaña u m b r í a . También de Baltasar el gran palacio
Y a se aprestan de Persia los jinetes, Se agita alegre con festín ruidoso:
Sus fuertes armaduras centellean, E l Rey, y sus mujeres y magnates,
Y encima de los cóncavos almetes Todos ocupan un salón fastoso
Altos plumajes con el aire ondean. Que tiene vista al caudaloso Eufrates.
Y a se escucha el crujir de los broqueles, El soberbio salón es un portento:
De la trompeta el bélico sonido, Las paredes de estuco están doradas
Y el bufar de los férvidos corceles, Y forman el grandioso pavimento
Y la grita de jóvenes bizarros, Variadas losas de lucientes jaspes
Y del sonante látigo el chasquido, Cubiertos con asiáticas alfombras
Y el rodar de las ruedas de los carros. De los remotos climas del Hydaspes.
Ya los caballos con su blanca espuma Cien columnas blanquísimas de márjnol
Humedecen sus pechos espaciosos; Sostienen la magnífica techumbre;
A l ruido de las armas se recrean, Lámparas de oro de labores bellas
Todo lo animan con su viva lumbre: Y con mitras asirías las cabezas.
Ocupan las estatuas de los dioses E l ropaje del Rey vale un tesoro;
Hermosos y brillantes pedestales, Lleva en los hombros un soberbio manto
Y arden enfrente en braserillos ricos De púrpura sidonia, y de amaranto
Exquisitos aromas orientales. Bordadas flores y granadas de oro.
Entre las nubes de flotante incienso Ajusta su cintura roja zona
Que perfuma la sala reluciente, Esmaltada de hermosa pedrería,
Se ostenta el R e y entre el cortejo inmenso Y en la alba frente espléndida corona
Con regia pompa y con augusta calma, Que por la última vez allí lucía.
Como entre humildes y modestas flores Rica brillaba la purpúrea tinta
Descuella al aire la soberbia palma. E n sus coturnos altos y elegantes
Cenaban recostados en tapices Bordados con asiáticos diamantes,
Tejidos por doncellas babilonias, Y ancho puñal obsérvase en la cinta.
Tapices de las grandes ceremonias ¡ A y ! que en medio de lágrimas y duelos,
E n tiempos más tranquilos y felices. Esta noche los bárbaros soldados
Hollarán con sus pies ensangrentados
Corona y mantos, ínfulas y velos!
L a turba de los grandes insensata
Reina la calma en el salón hermoso,
Hace alarde de pérsicos brocados,
Sírvense en el festín ricos manjares
Túnicas blancas de sonante seda
Hechos venir de tierras muy lejanas,
Y m a g n í f i c o s m a n t o s de e s c a r l a t a :
E n los Cándidos p i e s l l e v a n calzados Y de las islas y remotos mares.
C o n b l a n c a s p e r l a s y l u c i e n t e plata, Mas por instantes crece la alegría,
E l vino hierve en copas anchurosas,
Y ciñen sus cabellos perfumados
Beben los cortesanos á porfía,
Infulas que les bajan por los lados.
Á la derecha están las concubinas Bebe el Monarca y beben sus esposas,
Y mujeres del R e y , blancas y bellas, Y empieza la confusa vocería.
Con túnicas de seda, recamadas Los grandes vasos de licor ardiente
De concubina en concubina pasan:
De flores y de espléndidas estrellas.
Á veces ruedan sin pudor los ojos,
Mantos de un bello azul como los cielos
Ojos que en fuego criminal se abrasan;
Más brillantez les dan y más decoro:
Juegan las risas en los labios rojos,
Airosas llevan transparentes velos,
Se tornan las mejillas más hermosas,
Ricos joyeles y sandalias de oro:
Hierve la sangre en las ardientes venas.
Para más cautivar á los donceles
¡Ay de esas gentes frivolas y obscenas!
Sin atender al femenil recato,
E n las cáligas llevan por ornato
Diamantes y ruidosos cascabeles. Entonces los escénicos cantores,
Adornaron, en fin, estas bellezas, A l compás de la cítara sonora,
Sus blancas manos y sus blancos cuellos Entonaron con voz encantadora
Con esmeraldas y zafiros bellos, Coros dignos de aquellos impostores.
Y seguido de bravos guerreros
Domarás con tus grandes falanges
Desde el mar de Occidente hasta el Ganges,
¿Quién volvió de la tumba temida Desde el Persa el Escita feroz.
A decir lo que está más allá?
Disfrutemos por hoy de la vida; CORO DE MUJERES.
¿Quién el sol de mañana verá?
¡Qué veloces transcurren los años!
Pasan ¡ay! como nube en el viento,
CORO D E HOMBRES.
Como el pájaro pasa violento,
Como pasan las olas del mar.
Gloria ¡oh R e y ! á los dioses sublimes
Que te dieran el trono caldeo: Goza, pues, de abundantes delicias;
Tus cadenas arrastra el hebreo, Grato vino tus penas ahuyente:
El asirio y el árabe audaz. Ciñe presto de rosas tu frente:
No se vayan primero á secar.
Cuando escuchan tu nombre glorioso,
Se estremecen las grandes naciones, CORO.

Y al moverse tus fuertes legiones,


Se conturba del mundo la faz. ¿Quién volvió de la tumba temida
A decir lo que está más allá?
CORO D E MUJERES. Disfrutemos por hoy de la vida;
¿Quién el sol de mañana verá?
T e prodiga el Oriente sus perlas,
El incienso y la seda y diamantes; «Que traigan, dijo el Rey, los bellos vasos
Embajadas de pueblos distantes De plata y oro, de valor inmenso,
T e presentan el oro y marfil. Que en el templo sirvieron de Solima;
Aquí también recibirán incienso,
Las doncellas hermosas del Asia Y en nuestras manos superior estima.»
T e perfuman con suaves olores, E l sacrilego Rey los vasos toma
Y á tus plantas esparcen las flores Llenos del vino hirviente de Judea,
Que en tu obsequio derrama el Abril. Haciéndolos girar entre las gentes,
Y en los semblantes la impiedad se asoma
CORO D E HOMBRES.
E n medio de risadas insolentes.
Tocan los vasos manos desdeñosas,
Manos impuras, para el mal resueltas,
Sobre miles de muertos y heridos
Bocas de concubinas desenvueltas,
Pase ¡oh Rey tu volante carroza,
Bocas falaces y á la par hermosas.
Y con ella quebranta y destroza
Alzóse Baltasar, y sus magnates
A l que osare irritar tu furor.
Alzáronse también y sus esposas, Descuidando sus túnicas de seda,
Y elevando las copas venerandas, Huyen despavoridas y llorosas,
Hicieron libaciones execrandas Y abrazan á los dioses y á las diosas.
Á los dioses asirios y á las diosas. Y a alzan las manos lánguidas al cielo,
Y a trémulas se postran sollozando,
Densas nubes cubrieron entretanto Ó bien estampan con afecto blando
El espacioso cielo, y ya transpuesta Sus delicados labios en el suelo.
La luna en Occidente, negra noche
Cubrió la tierra con obscuro manto. A l mandato del Rey entra en la sala
Tres veces el relámpago te alumbra, E l anciano Daniel, grave profeta,
Orgullosa ciudad de los impuros, De blanca barba y de cabello blanco,
Y estalla el rayo fúlgido tres veces, Y con un cinto su sayal sujeta.
Y tres al estallido te estremeces «Tú que eres un varón prudente y sabio
Con palacios, con torres y con muros. Y el hondo abismo ves de lo futuro,
A esta sazón los dedos de una mano Por los dioses, explíqueme tu labio
Escriben misteriosos caracteres Los caracteres que presenta el muro.
E n la pared de aquel salón profano. Saldrás de la humildad de tu retiro,
¡ A y del Rey, de los grandes y mujeres! Y libre quedarás del cautiverio;
Como el viajero en bárbaro desierto Y o te daré un collar de oro luciente,
Cuando ya va á pisar una serpiente, T e vestiré de púrpura de Tiro
A l ver sus ojos como llama ardiente, Y príncipe serás en el Imperio.»
Grita, da un paso atrás y queda yerto: Echando entonces fuego de sus ojos
E l Rey así, con femenil quebranto E l severo Daniel, de enojo lleno,
A l mirar la estupenda maravilla, Responde á Baltasar con voz de trueno:
Temblaba todo atónito de espanto «Delante de tus dioses impotentes
Doblas ¡ay! la sacrilega rodilla:
Y se daba rodilla con rodilla.
Horrible palidez cubre su cara, L a sangre de tus víctimas humea
Cubre el sudor su delicado cuello, E n los altares donde el oro brilla
El manto de los hombros abandona, Y en los templos de Bel tu incienso ondea.
Con el terror se eriza su cabello, Y para colmo de impiedad y orgullo,
Con esta corte sin pudor y obscena
Y rueda por el suelo su corona.
Has profanado los sagrados vasos
Los áulicos y grandes espantados
E n esta horrible y execranda cena.
Van y vienen y vagan aturdidos;
Mas oye ¡oh Baltasar! las profecías
E n el vasto salón dan alaridos,
Que oculta esa escritura formidable:
Y arrastran en la alfombra los brocados.
De tu reino Jehováh contó los días,
Cual las tímidas aves en bandadas
Y término le puso inevitable.
Huyen á refugiarse en la arboleda
Pesó tu corazón en su balanza,
Cuando del huracán van azotadas,
Y al encontrarlo de virtud vacío,
Así las concubinas angustiadas
TOBO I .
Tronó su indignación, como en estío
Buscando ansioso al hijo más querido,
Truena la nube cuando el rayo lanza.
Y al verlo prisionero, da un gemido,
Babilonia y tu imperio floreciente
S e le saltan las lágrimas y muere.
Serán presa de manos extranjeras,
Y mañana entre sangre y entre hogueras
Dando alaridos vagará tu gente: HIMNO.
¡ A y ciudad infeliz de las rameras!
Derrotados tus grandes batallones ¿Quién es ésta que sube gloriosa
E n medio del furor de los combates, Del ardiente arenal del desierto
Se llevarán las olas del Eufrates De esplendores su cuerpo cubierto,
Hombres, caballos, armas y morriones.
Y la luna creciente á sus pies?
¡Espada contra el pueblo y los tiranos,
Espada contra magos y hechiceras,
De gacela gentil son sus ojos,
Fuego voraz contra tus dioses vanos,
E s su túnica rica y brillante,
Contra templos y torres y trincheras!
Su faja es de zafir y diamante,
¡ A y ciudad infeliz de las rameras!
Y su manto es undoso y azul.
Luto se vestirán tus concubinas,
Luto también tus sátrapas altivos,
Son hermosas las zonas del iris
Y llorarán tus príncipes cautivos D e oro y verde, violeta y de grana;
De Babilonia en las soberbias ruinas. Pero tú eres más bella y galana,
De esta sala y palacio tan brillantes E s más suave y serena tu luz.
Quedarán los escombros y cimientos,
Y en sus despedazados pavimentos Como lirio purpúreo del valle
Se arrastrarán las víboras errantes. Sobresale entre duras espinas,
Aquí, entre espinas y entre musgos pardos, A s í tú descollando caminas
Cantará triste el pájaro nocturno, Entre todas las hijas de Abrán.
Y bramarán los tigres y leopardos;
Y crecerán los solitarios cardos Eres más agraciada y más pura
Donde apoyas tu espléndido coturno.» Que el botón de amapola encarnada,
Y es más tierna tu amable mirada
Dijo Daniel y el príncipe altanero Q u e el mirar de paloma torcaz.
L e cumplió la magnífica promesa:
Mas esa misma noche le atraviesa Los espíritus grandes y fuertes
El regio pecho vengador acero. De la hermosa milicia del cielo
Acabaron del R e y las alegrías; Besarán humillados el suelo
E n sangre está su túnica empapada, Donde pise la Madre de Dios.
Túnica rica que su madre amada
Bordó contenta en más felices días. Del Centauro las grandes estrellas
Cayó el Monarca y levantarse quiere Y las grandes estrellas del Carro,
Comparadas contigo son barro,
A ese pecho tiernísimo inflama,
Y son polvo la luna y el sol.
Y en el mísero mundo derrama

T u s inmensos tesoros de amor.
Bellas hijas de Sión, os conjuro
Por las cabras y ciervos campestres, Antes puede el Orontes soberbio
P o r las blancas palomas silvestres, Arrojar en el Rhin sus raudales,
N o hagáis ruido: dejadla dormir. Antes puede en las tierras glaciales
Derramarse el revuelto Jordán,
Sosegada ella duerme á la sombra
De la verde y altísima palma; Que tal vez los mortales se olviden
P e r o está muy despierta aquella alma: De tu gracia y modesta hermosura,
N o hagáis ruido, dejémosla así. De ese pecho que es todo ternura
Y rebosa en amable bondad.
Como en fresca y alegre mañana
Á la orilla frondosa del río Llevarán á tus ricos altares
Las adelfas empapa el rocío Canastillos colmados de flores,
E n el campo feraz de Basán; Que darán mil fragantes olores,
Y á tus pies el incienso arderá.
A s í Dios te ha cubierto de gracias
Que embellecen esa alma inocente, D e rodillas los Cándidos n i ñ o s
Y ha bañado esa Cándida frente, H a c i a t i v o l v e r á n sus miradas,
D e recato y pudor virginal. Y sus madres, las manos alzadas,
D e ternura pondránse á llorar.
Bondadoso y humilde es tu pecho,
Cual de tórtola blanda y sencilla Entre el humo y clamor del combate,
Q u e se pone á gemir á la orilla A l brillar y crujir el acero,
Del obscuro torrente Cedrón. Hacia ti volveráse el guerrero,
Implorando infeliz tu favor.
M u y amada serás en la tierra,
Desde el Sena al Hyd aspes hirviente, A l cruzar el relámpago inmenso,
Del Tañáis hasta el Níger caliente, A l bramar en el piélago el noto,
Desde Arauco al helado Oregón. Hacia tí volveráse el piloto
Con humilde y ardiente oración.
E s tu fe tan robusta, que puede
D e su asiento arrancar las montañas;. Mas la Virgen ya tiende sus alas,
T ú no esperas en débiles cañas, Y ya vuela en el ámbito inmenso
S i n o sólo en el brazo de Dios. Hacia el monte feraz del incienso
O en la falda del Líbano azul.
Caridad poderosa y ardiente
¡Qué sereno es tu rápido vuelo! Has de oir resonar por el viento
De nosotros gloriosa te alejas, Del Altísimo el hondo gemido,
Y en la playa arenosa nos dejas. Y la risa y terrible alarido
¿Quién nos puede encantar como tú? Del soldado romano después.

Baja, hermosa, del Líbano excelso Mas pasada tan negra borrasca,
Con guirnalda de lirios y nardos; Subirás con un vuelo seguro
Ven del monte de fuertes leopardos, Más allá del magnífico Arturo,
Baja ya del florido Sannir. Del magnífico Orion más allá.

E l Esposo te aguarda impaciente Y en un solio muy próximo al trono


E n un trono de inmensa riqueza, De tu Padre, tu Esposo y tu Hijo,
Para allí coronar tu cabeza Con inmenso eternal regocijo
Con diadema de oro de Ofir. En la vasta creación reinarás.

Mas primero que el orbe te rinda


De cariño y honor el tributo,
Cubriráse tu frente de luto, b
LA ANUNCIACIÓN.
Beberás el ajenjo y la hiél.

¡ A y de ti! ¡Cuántas penas amargas Está sentado sobre el cielo inmenso


Sentirás en el pecho inocente! Dios en su trono de oro y de diamantes;
¡Cuánta lágrima pura y ardiente Miles y miles de ángeles radiantes
Correrá de tus ojos también! Le adoran entre el humo del incienso.

Llorarás en la senda de Egipto, A los pies del Señor, de cuando en cuando,


Llorarás en el templo sagrado, E l relámpago rojo culebrea,
Y en presencia del crudo soldado, E l rayo reprimido centellea
Y en la casa del duro pretor. Y el inquieto huracán se está agitando.

Llorarás en las lóbregas calles í¿ E l príncipe Gabriel se halla presente,


Que conducen al Gólgota umbrío, Angel gallardo de gentil decoro,
Y entre oleadas de grande gentío Con alas blancas y reflejos de oro,
Gemirás con inmenso dolor. Rubios cabellos y apacible frente.
3
Mojarán el sudor y la sangre «Vuela, le dijo el Hacedor del mundo,
E l augusto semblante del Verbo, Y baja á Nazaret de Galilea,
Y en tormento tan rudo y acerbo Y á la Hija de Joaquín, Virgen hebrea,
Temblarás de la frente á los pies. 1
U n arcano revélale profundo.

í
»Dile que dentro el corazón me duele
Entonces se apresura, y semejante
De ver al hombre en su angustiosa pena,
A l rayo del Señor, se precipita,
Que me duele el crujir de su cadena,
Las blancas alas más y más agita,
Y que sudando por romperla anhele. Y en Nazaret preséntase triunfante.

»Dile que mi Hijo encarnará en su seno, 1 e


Que entrambos hollarán á la serpiente, A l l í una tierna y Cándida doncella
Que seré con los hombres indulgente, Lejos del ruido mundanal vivía;
Muy indulgente, porque soy muy bueno.» Era pobre, y llamábase María,
Joven modesta y á la par muy bella.
Habló Jehováh, y el Príncipe sublime, De rodillas hincada en su aposento,
A l escuchar la voluntad suprema, Piensa á sus solas con mortal congoja
Se quita de las sienes la diadema E n la raza de Adán, y el suelo moja
Y en el pie del Señor el labio imprime. Con lágrimas que vierte ciento y ciento.

Se levanta, y bajando la cabeza Triste contempla desde aquel retiro


Ante el trono de Dios, las alas tiende,
L a suerte de los hombres sus hermanos,
Y el vasto espacio vagaroso hiende Y tuerce en su dolor las blancas manos
Y á las águilas vence en ligereza. Y exhala á ratos lánguidos suspiros.

Baja volando, y en su inmenso vuelo Dos veces levantó su rostro al cielo,


Deja atrás mil altísimas estrellas, S u bello rostro que inundaba el llanto,
Y otras alcanza, y sin pararse en ellas,
Y otras dos veces con mortal quebranto
Va pasando de un cielo al otro cielo.
Enjugóse los ojos con el velo.

A l grande Orion á la derecha deja


«Cumple ¡oh Dios!—exclamó con tono b l a n d o , —
Y por la izquierda á las boreales Osas;
Del Salvador la espléndida promesa»;
Pasa junto á las Pléyades lluviosas, Y al exclamar así, la tierra besa,
Y del Empíreo más y más se aleja. Y en amargo pesar sigue llorando.

Cuando pasa cercano á los luceros, «¡ A y , Señor! no te olvides de Solima—


Desaparecen como sombra vaga, Gritó más alto;—acuérdate del hombre;
Y al pasar junto al Sol, el Sol se apaga T e lo suplico por tu santo nombre,
De Gabriel á los grandes reverberos. Por ese nombre de infinita estima.

Desde la inmensa altura en que venía »Anda el mortal sobre ásperos abrojos
L a tierra triste apenas se miraba, Por desiertos sin agua y sin camino,
Y sus ojos en ella el Ángel clava, Rasgado el corazón, perdido el tino,
Los negros ojos, llenos de alegría. Y están hinchados de llorar sus ojos.
»Y no quiere aplacarse el Dios clemente »Pasarán esta tierra y estos mares,
Cuando en las aras el incienso humea; Podrá venirse abajo el firmamento,
L a sangre, en vano, del altar chorrea, Pero ese rey en su inmutable asiento
Y en vano empapa el suelo delincuente. Verá pasar los siglos á millares.

»Del mundo ingrato el crimen infinito —»¿Cómo ser madre—díjole María—
Con la sangre de toros no se expía, Si me conservo en virginal pureza ?
N i con humo tampoco : ¿ qué valdría Gabriel entonces con gentil viveza
E l humo y sangre para tal delito? Á la hermosa Israelita le decía:

» ¡ A y , Señor! no te olvides de Solima, —»Nada es difícil al Poder Divino;


Y compasivo acuérdate del hombre; Del Altísimo el brazo Omnipotente
T e lo suplico por tu santo nombre, Pone barreras á la mar hirviente,
Por ese nombre de infinita estima.» Y lanza el rayo, y suelta el torbellino.

Gabriel se acerca en tanto á la doncella »Á una leve señal de su semblante


Y las alas cerrando reverente, Naturaleza dócil obedece,
Baja hasta el suelo su gloriosa frente, Desde la flor que en el desierto crece
Suelo dichoso que la Virgen huella. Hasta ese sol magnífico y brillante.»

«Dios te guarde—la dijo—alta Criatura: Los ojos baja á esta sazón la Hebrea,
Eres más linda que la luna llena Los grandes ojos que en el suelo clava,
Cuando se eleva' de la mar serena Y «he aquí—exclamó—de mi Señor la esclava:
Después que huyó la tempestad obscura. E n mí cumplida tu palabra sea.»

»La gracia del Señor en ti rebosa, Oyóla el Angel, y admirado ante ella
Y antes que el aquilón se desatara, Quédase un rato, inmóvil como roca;
Y antes también que el piélago bramara Después, con humildad pone la boca
Jehováh te destinó para su esposa. E n el polvo que pisa la Doncella.

»Te acompaña tu D i o s ; y cuando fueres Dejando el Verbo entonces junto al Padre


L a blanda Madre del Ungido Eterno, Su rayo, su relámpago y su trueno,
Han de llamarte con afecto tierno Baja y encarna en el modesto seno
L a Bendita entre todas las mujeres. De aquella Virgen que escogió por Madre.

»Tu Hijo el Criador ha de ocupar un solio, Ángeles mil y mil pasmados se hallan
Y regirá su cetro á las naciones, E n el cielo con tantas maravillas,
Y flotarán triunfantes sus pendones Cierran las alas, doblan las rodillas,
Encima del soberbio Capitolio. Bajan los ojos y postrados callan.
— 198 —
De altivos Faraones, de griegos Tolomeos,
DESPEDIDA DE HÉCTOR. De bárbaros Califas, y piensa en los trofeos
Que bravos los cruzados lograron alcanzar.
SONETO.
Absorto en pensamientos gloriosos y sublimes
A l l á de Troya en el inmenso foro Camina por la playa del mar adormecido,
Héctor ostenta su luciente cota, Del mar que en otro tiempo con hórrido bramido
Lanza y morrión y cándida garzota, Caballo y caballero y carros se tragó.
Y altos coturnos recamados de oro. L a noche se adelanta cubriendo de tinieblas
Su esposa se le acerca, y blando lloro E l bárbaro desierto y el piélago callado ;
Amargamente de sus ojos brota, Apenas se distingue soldado de soldado,
Y bajo el velo que en el aire flota Apenas se distingue camello de bridón.
Le lleva el hijo, de los des tesoro.
Quiere cogerlo en brazos el troyano, Del mar en la ribera tan sólo se escuchaban
Y el niño desconócele y se espanta, De pájaros marinos los gritos lamentables,
Grita y se esconde en el materno seno. Pisadas de caballos y estrépito de sables,
Héctor entonces con robusta mano De tropas que seguían al ínclito adalid.
Se quita el casco, al niño se adelanta, E n esta negra noche, en medio á tal escena
Lo besa, y parte de congoja lleno. Que pasa en el desierto; ¿quién ¡ a y ! pensado habría
Que Europa la orgullosa vencida en algún día
Delante de aquel joven rindiera la cerviz ?

N A P O L E Ó N EN E L M A R ROJO. E n tanto sopla el viento y crece la marea,


Levántanse las olas y braman y rebraman,
Y en playas solitarias se estrellan y derraman,
E l sol estaba oculto detrás de las montañas Y alcanzan al caballo del bravo general.
Que forman la cadena de Libia la arenosa; L a noche es espantosa y pálpanse las sombras,
Debajo de su tienda el árabe reposa, Incógnita es la tierra, perdido está el camino;
Reposa el dromedario y el rápido corcel. Y crece la tormenta, y crece el torbellino;
Se pierden en la sombra de pavorosa noche Jinetes y corceles no saben donde están.
De Tebas y de Menfis las ruinas estupendas ;
Profundo es el silencio que reina allá en las sendas E l férvido caballo del grande Bonaparte
Que van para las Palmas y Fuentes de Moisés. E n medio del peligro salir del agua emprende,
É indómito su pecho las anchas olas hiende,
E n tanto Bonaparte camina silencioso Y abiertas las narices relucha con el mar.
E n un caballo blanco, por tristes soledades E n tanto el jefe altivo descansa en su fortuna;
Vecinas al Mar R o j o , pensando en las edades Egipto está en su mente, Albión y toda Europa
Antiguas que pasaron, y nunca volverán. E l trono de Capeto y la aguerrida tropa
Repasa en la memoria batallas y conquistas Que lunas y turbantes impávida hollará.
Si alguna de las olas lo hubiera arrebatado
A l fondo peñascoso del piélago profundo,
¡ Qué llantos y suspiros ahorráranse en el mundo!
¡ Qué incendios y matanzas ahorráranse también!
Mas Dios, que allá á sus solas miraba los imperios
Y mil y mil designios altísimos tenía,
Sacó de entre las aguas al hombre que debía
Á pueblos y monarcas poner bajo su pie.

Sacólo de las ondas á fin de que su espada


De Europa castigase los crímenes sin cuento,
Los crímenes de un siglo soberbio y turbulento
Que á todas las naciones de escándalo llenó.
Á Francia lo condujo, y á Italia floreciente,
Á Iberia belicosa, á la ilustrada Prusia,
A l Austria formidable y á la potente Rusia;
Y luego á Santa E l e n a , y ¡ adiós Emperador!

D. ALEJANDRO ARANGO Y ESCANDÓN.


D. A L E J A N D R O A R A N G O Y E S C A N D Ó N .

I.

EN L A INMACULADA CONCEPCIÓN D E N U E S T R A SEÑORA.

Abre, oh Señor, mi labio: á mí descienda


T u Espíritu, y encienda
Mi alma en tu amor. Agradecido suene,
No indigno de tu aliento,
E n himno humilde á tu bondad mi acento;
Y cruce el mar y el universo llene.

Doquiera anuncie el regocijo puro,


De que el mortal seguro
Gozó por fin tras larga noche umbría;
Y la feliz aurora
Recuerde, en que tu mano bienhechora,
Amparo de Israel, nos dió á María.

¡Oh dulce instante y ipemorable y santo!


Calmó del orbe el llanto
Y el hondo afán de su natal la nueva;
De tu amor infinito
Diste, al formar su corazón bendito,
A l linaje de Adán excelsa prueba.

¡ A h ! De la noche el estrellado velo,


E l siempre rico suelo,

tomo i.
El sol brillando en la mitad del día, ¡Ah! que por siempre en soledad se vea,
Menos el pecho inflaman, Que negado le sea
Menos la fuerza de ese amor proclaman El sol, y gima sin hallar consuelo,
Que el alma santa de la Madre mía. El pecho descreído
i Que tu gracia no admire agradecido
Escogida por ti, de gracia llena, E n la Reina hermosísima del cielo.
L a bárbara cadena
:m81 ¡ U n punto no arrastró del enemigo: Y o te adoro, Señor: ferviente el labio
T ú alzaste el brazo airado, T e aclama bueno y sabio.
Y no llegó ni sombra de pecado A l levantar tu mano sacrosanta
A l blando seno que iba á darte abrigo. A esa Doncella pura,
También, Señor, á singular altura
T e debías á ti tan alta gloria: A la mujer de que nací, levanta.
Por tu insigne victoria,
Necesaria, Señor, á tu grandeza,
Pudo modesta y pía II.
Sola á tus ojos ofrecer María,
No indigna de la tuya, su pureza. INVOCACIÓN Á L A BONDAD DIVINA.

»
El grande privilegio verdadero «Da quod jubes, et jnbe quod vis.»
Confiese el orbe entero: (San Agustín.)
E n ningún corazón la duda habite.
¿Quién, Padre soberano, No amargo desconsuelo
Contó las maravillas de tu mano? Permitas que de mi alma se apodere,
¿Quién hay, Señor, que tu poder limite? Señor; ni el bien que el cielo
L a ofrece, considere
¿Retroceder no hiciste la corriente Costoso, y de alcanzarle desespere.
Del Jordán á su fuente?
¿ A l pueblo de Israel no dió camino T u generosa mano
Seco el mar á tu acento? Mantenga sobre el agua mi barquilla,
¿Y en la piedra de Oreb no halló sediento Siquiera el Noto insano
Fresco raudal y puro y cristalino? L a contrastada quilla
Bramando aleje de la dulce orilla.
¿No cantan las angélicas legiones,
No cantan las naciones Es yugo más süave
E n esa joya de inmortal valía El de tu ley; es carga más ligera:
Inclinada la frente, Con peso harto más grave
U n prodigio, Señor, más excelente? Y angustia verdadera
1 Aflige el vicio, si en el mal impera
¿No es Madre y virgen la feliz María?

111
9

i
¿Á quién, Señor, la vía
No complace risueña y deleitosa,
Que á tu morada guía, III.
Si en ella siempre hermosa
Entre nardo y clavel crece la rosa? A MI PRIMO Y A M I G O D. JOSÉ JOAQUÌN PESADO.

¿Si cuanto amena es llana,


«Domine, ut scuto bonee volunUtis tua
Y el pie seguro y sin dolor la huella? coronasti nos.»
¿Si de tu frente emana,
Consoladora y bella,
L a luz que alumbra al caminante en ella? Señor, cuando me vieron
Los impíos seguir tu huella santa,
Fuente, que eterna dura, Mil lazos me tendieron;
Pusiste al fin de la jornada breve; Y con soberbia planta
Quien de su linfa pura Oprimir intentaron mi garganta.
L a copa al labio lleve,
Vivir sin sed y para siempre debe.
Y porque no pendía
Alfanje de mis hombros pavoroso,
De su raudal amado, Ni el pecho defendía
Lo espero, ha de gustar el labio mío: Escudo poderoso,
Que á tu querer sagrado Desarmado creyeron mi reposo.
Sujeto mi albedrío,
Y en tu bondad inextinguible fío, Mas tú que del impío
Observas los caminos siempre atento,
Y en la lucha me acojo, Luego en auxilio mío
Padre, á la sombra de tu diestra amiga; Viniste, y á tu aliento
Y no el escudo arrojo, Fueron ceniza derramada al viento.
Rendido á vil fatiga,
Ni el yelmo, que me diste, y la loriga. Á mis hijos la historia
Conté del mal y el escarmiento duro;
¡ A y ! si injusto recelo Y encuentra en su memoria
Perturba un día mi quietud serena, Más que tras fuerte muro
Disipa tú mi duelo, Sabrosa paz su corazón seguro.
De gracia mi alma llena,
Y luego, ¡oh Dios! lo que te plegue ordena. Sentada mi cabaña
Á la margen está de hirviente río:
De juncos es y caña:
Crecido en el estío,
Ni una flor arrancó del huerto mío.
Desolados están nuestros hogares,
Por tanto bien, si nace
Y el gemido de víctimas sin cuento
E l nuevo, nunca merecido día;
Los propios cruza y los extraños mares.
Y cuando envuelto yace
El mundo en niebla fría
Y el morador de Londres opulento,
E n el silencio de la noche umbría;
Y los que á orillas del Danubio habitan
O á la margen del Sena turbulento,
Y a muestre en viva lumbre
Su faz bañada el sol puro y sereno,
Y a ruja en la alta cumbre Llenos de horror , al escucharle, gritan:
Del monte el ronco trueno, «Amor, respeto el Universo niega
Á quienes ira y menosprecio excitan.»
Y rompa el rayo de la nube el seno;

Un pueblo en tanto á quien el odio ciega,


Inclinada la frente,
Y se dice ese pueblo nuestro hermano,
Señor, tu fuerza y tu bondad adoro,
Y en himno reverente Con fácil triunfo á castigarnos llega.
Mi voz uno al sonoro
Dulce patria infeliz, la excelsa mano
Himno incesante del celeste coro.
T e ampare del Señor Omnipotente,
Y aparte de tu cuello el yugo insano.

E P Í S T O L A A L D R . D. J O S É B E R N A R D O C O U T O ¿ L o ves, oh amigo? Con rubor, doliente


Los ojos baja, y con amargo lloro
CON MOTIVO D E SU «DISCURSO S O B R E L A CONSTITUCIÓN D E L A I G L E S I A » . Mira seco el laurel que ornó su frente.

¡Ay! que las gracias y el gentil decoro


¿ Será, Bernardo, que de angustia y duelo
Perdidos juzga, y la riqueza y gala
Escenas sólo contemplar doquiera
Y el antes respetado cetro de oro;
Debamos ¡ a y ! al indignado cielo ?

Y triste queja de su pecho exhala,


¿ Será que el rostro la virtud severa
A l ver que roto sobre el roto muro
Por siempre vele, y de su voz augusta
Da sombra escasa el pabellón de Iguala.
P o r siempre el eco entre nosotros muera?

¿Y nadie calma su dolor? ¿Y el duro


Cuál gime ves; y la maldad robusta
Hierro siguen blandiendo nuestras manos,
A l son prosigue del aplauso impío
De infames turbas su carrera injusta. Y el plazo abrevian de su fin seguro?

¡Oh incomprensible ceguedad! ¡Oh vanos


D e sangre corre caudaloso río:
Consuelos, con que el alma quiso un día
Devora el fuego los paternos lares:
La muerte ver y el deshonor lejano !
Falta en los buenos esperanza y brío.
¡ A y ! la terrible tempestad sombría Y ruge en vano el huracán violento;
Las flores deshojó del huerto ameno S í , que apagar con su feroz rugido
Del. Señor y del huésped alegría. No puede, no, tu generoso acento.

¿Y habrá quien al rugir del ronco trueno, E l se escucha doquier : el oprimido


Ponga, con esperanza de otras flores, Pueblo por él á respirar alcanza,
Nueva semilla en el preciado seno ? Y el bien divisa que estimó perdido.

Augusta religión de mis mayores ¡Oh de ingenio y virtud noble alianza!


Á quien mi patria mísera debiera ¡ Oh empresa digna y sacrosanta y bella!
E n edad más feliz hijos mejores, ¡ Oh fuente de dulcísima esperanza!

Tan sólo en ti mi corazón espera: ¡ A y ! si se mueven á seguir tu huella


Que dulce alivio en infortunio tanto Otros, ¡ oh amigo! de la patria el duelo
De otra mano esperar inútil fuera. Tendrá fin y la trémula querella.

Y en estas horas de mortal quebranto No es antigua la lid de nuestro suelo;


Las palmas vuelvo y el mirar doliente Ni alzaron sus primeros pabellones
Del Tepeyac al simulacro santo. E n él los que hacen cruda guerra al cielo.

Centro y lazo de amor, ante él la gente Blasfemaban monarcas y naciones,


Se postra y quema incienso todavía Y al mundo en tanto México ofrecía
De California á Yucatán ardiente. L a cruz del Redentor en sus pendones.

¿Y el noble pueblo, que adoptó María, Y no menos odió la tiranía


Cercado se verá de niebla obscura, Que la impiedad sacrilega su hermana:
Mal guardada la fe, que al cielo guía ? ¡ Oh glorias santas de la patria mía!

Tú, mi Bernardo, que su antorcha pura, Si hoy el sacro depósito se afana


Don excelso de Dios, sumiso adoras, También por conservar ileso y puro
Cifrando en su custodia su ventura, Cual de su vida en la feliz mañana;

T ú de mi madre la clemencia imploras ; Si h o y , cual entonces, el antiguo muro


Y ¡ay! tú también con angustiosa pena Alzado en torno del altar, defiende
Por esta tierra, en que nacimos, lloras. Con noble aliento y corazón seguro ;

Mas tu ejemplo magnánimo condena Paz logrará. Con nueva furia enciende
E l bárbaro egoísmo, el desaliento , L a discordia civil su horrible tea,
El miedo v i l , que de baldón nos llena. Y la llama voraz crece y se extiende.
Que el templo, empero, respetado sea;
Y que al Sumo Pastor el pueblo unido,
U n dogma y una ley tan sólo crea.

Y el Señor nos dará compadecido


La mano, y templará nuestros enojos ;
Y á nuestro ruego inclinará su oído,
Y el llanto enjugará de nuestros ojos.

Á GERMÁNICO.

Infaustipopuli romani amores.

E n vano de la antigua disciplina,


Porque impere el vigor en las legiones,
E l hijo tierno á dura muerte expones
Dormido en el regazo de Agripina.
E n vano al Rhin la majestad latina
Enseñas á acatar en tus pendones;
Y en vano, sojuzgadas cien naciones,
Tiberio sin rival por ti domina.
Ciñe verde laurel tu frente en vano;
Y de que ilustre la virtud primera
E l solio, en vano la esperanza asoma.
Tus glorias turban al feroz tirano ;
Mas ¡ a y ! vivieras, si verdad no fuera
Que infausto amor es el amor de Roma.
D. F E R M Í N D E L A P U E N T E Y A P E Z E C H E A .

LA MAGDALENA.

Llega la hermosa amante pecadora


A l convite del vano Fariseo,
Las plantas del divino Galileo
A regar con las lágrimas que llora.
Sécalos con las trenzas que atesora
Una vez y otra vez ¡digno trofeo!
Y el frasco rompe con mejor empleo,
Del nardo delicado escanciadora.
Alabastro es también el pecho humano:
Rómpase el mío de dolor y empiece
Por los pies á adorar al que he ofendido
Llenó el olor la casa soberana;
Mi amor también, si entre dolores crece,
E n este corazón pondrá su nido.

L A CORONA DE FLORA.

Hijas del sol, que en el regazo hermoso


Nacéis de la risueña primavera,
Y de Favonio al soplo cariñoso
E l beso dais, amor de la pradera;
E n cuyo cerco puro, luminoso,
La luz en mil colores reverbera:
Bellas, modestas, divinales flores,
E n mi lira escuchad vuestros loores.

Otras el lauro de la gloria viste,


Que del tiempo voraz vence la ira;
Nada á la magia de su voz resiste, Amo, y el dulce bálsamo que exhalas;
Que á dar al héroe eternidad aspira; Mas si el oro á tu seno se confía,
O bien de funeral ébano triste ¿Qué fuego anima tu belleza fría?
Se oyen gemir en humeante pira;
Y la verdad que devoró la llama Yo en tu cáliz purísimo le miro,
Vuelven eterna al eco de la fama. Clavel ardiente, que en el prado ameno
Vences la rica púrpura de Tiro,
No tan alto vigor llena la mía; La roja aurora en el azul sereno:
Vosotras la ceñís, divinas flores; Ó ya la nieve con gracioso giro
L a voz del corazón su acento guía, Manche el color de tu rizado seno,
Su numen la terneza y los amores. Alzas en el jardín tu frente hermosa,
Aura de celestial melancolía, Rival de la azucena y de la rosa.
De juventud templando los ardores,
Dar del reino de Flora la corona
Mas ya que no á tu flor, tu airosa rama
Á modesta beldad sólo ambiciona.
Ni balsámico olor tu gloria fíes,
Sabes el noble fuego que te inflama,
Ya vuela á ti mi indagadora vista, Y de su gloria y tu poder te engríes.
Hija de Mayo, pompa de Citeres; Del genio ostentan la brillante llama
¿Qué corazón habrá que te resista, Tus encendidas hojas carmesíes;
Rosa gentil, oh flor de los placeres? Mas ¡ay! mintiendo adulación traidora,
Adonde quiera que el amor exista, L a afrenta tu altivez aja y desdora.
Emblema dulce de sus triunfos eres;
Tiñe tu cerco sangre de una diosa,
Ni vosotras ¡oh lilas! que la frente
Y del céfiro reinas dulce esposa.
Ceñís al tronco maternal altivas,
Pomposo en hoja, en ramas floreciente,
Mas ¿qué á mí que el rubor tiña t u frente, Hoy vuestro triunfo aplaudiréis festivas:
Si el soplo de las auras licencioso A m o aspirar el perfumado ambiente,
Murmura entre tus hojas blandamente, Cuando bañáis sus alas fugitivas;
Y un beso al fin te arranca victorioso? Mas sois en cuna altísima nacidas,
Punzante espina de amador ardiente No sombra á recibir, á dar nacidas.
Defiende en vano el vástago precioso;
Ó con breve dolor, ó sin herida,
¿Qué á mí la varia flor con que tu cima,
Cede al fin t u beldad envanecida.
Amor al teso (1), altiva se engalana,

Y t ú t a m b i é n , ¡oh Cándida a z u c e n a !
Tiendes de nieve las brillantes alas, ( 1 ) Con este nombre es conocido en A n d a l u c í a uno de los más hermosos árboles
Y de fragancia y granos de oro llena que engalanan sus deliciosos verjeles. S u flor blanca, al desprenderse del botón, se
Desplegas noble tus altivas galas: tiñe á pocos días con una mancha de color de rosa; y sucesivamente se dividen am-
bos colores la gloria de hermosearla con caprichosa variedad, hasta que predomina
Y o la inocencia de tu faz serena
un rosa vivísimo, que conserva hasta su muerte.
Si la inconstancia tu color anima, Como la rosa altiva y desenvuelta:
Rival ó de la nieve, ó de la grana? Bella, débil, modesta, halagadora,
Si hay quien vuestra beldad eterna estima, ¿Quién es el que te mira y no te adora?
Que la ley del amor resiste ufana,
¡Oh siemprevivas! Circundad su frente; Crece, ¡oh tímida flor! doquiera veas
¡Nada pidáis á un corazón ardiente! Latir de amor un corazón sensible,
Emblema dulce de su fuego seas;
T ú le hablas j a y ! admiración de Flora, Su amada como tú, bella, apacible;
i Oh milagrosa, oh dulce sensitiva! Y, pues de Flora el reino enseñoreas,
Toma en ti la modestia encantadora Y yo canté tu triunfo bonancible,
Virgíneo velo que el amor aviva: E l aura que tu bálsamo respira
Mas si á la noche, al aura silbadora, Hiera también las cuerdas de mi lira.
Niegas prudente tu hermosura esquiva,
E l beso, tan sabroso diferido,
¿Por qué no premia al amador rendido?

¿Eres, di, por ventura más modesta


Que la violeta pálida, amorosa,
Cuya beldad oculta en la floresta
Revela sólo el aura bulliciosa?
Salve ¡ oh divina flor; tu encanto presta
A l arpa que decir tus glorias osa,
Y tu virtud y tu beldad proclama,
Y noble reina del jardín te llama.

Yo te miro nacer donde resbala


Sonante arroyo entre guijuelas de oro:
Brotas humilde entre la verde gala,
Creces oculta, espléndido tesoro.
El aroma dulcísimo que exhala
T u cáliz, lleva el céfiro sonoro,
Y entre la rosa y el clavel ardiente
H a y quien tu aroma delicado siente.

Y si bajo las hojas maternales


T e hallan en sabia obscuridad envuelta,
Mira la luz tus gracias virginales,
De tu tallo sutil la gracia esbelta;
No á fascinar los corazones sa'.es
D. RAMÓN ISAAC ALCARÁZ.
D. R A M Ó N I S A A C A L C A R A Z .

E L OTOÑO.

Tras las nocturnas lluvias


Risueña se levanta la mañana,
De mil espigas rubias
Coronando galana
Del otoño la frente soberana.

Los huertos deliciosos


Doblan sus verdes ramas bajo el peso
De frutos abundosos,
Y al regalado beso
Del aura, mueven su follaje espeso.

Y las gotas brillantes


Trémulas penden de hojas y de flores,
Cual límpidos diamantes,
Del sol á los fulgores
Reflejando del Iris los colores.

Veloz se precipita
De la alta sierra el bramador torrente,
Como corcel que irrita
La espuela; é impaciente
Arrastra cuanto estorba su corriente.

Las verdinegras cañas


Del crecido maíz cubren los prados
Y ocultan las cabanas, Así , Teresa mía, < • ; :..'
Y sus frutos granados Vemos humprimér-o los ámorest' " l

Los labradores ven alborozados. Y viene luego el día


E n que vemos sus flores
La hacendosa aldeana, Caer de la-pasión á los ardores.
Que en su campestre hogar no envidia el oro
Si) vaca ordeña ufana, Pero tras ellos vienen
Y suélta al buey y al toro, Los-dnlces frutos, que de amor los lazos
Del pobre labrador rico tesoro; Unidos siempre tienen,
Los hijos, que en los brazos
Y al campo con presteza Estrechamos, del alma cual pedazos.
Baja y teje, del lago á las orillas,
Corona á su cabeza Esposa idolatrada,
Y al cuello gargantillas Contempla á nuestros hijos inocentes.- .
De alba ninfea y rojas maravillas ¿La vida duplicada
E n tu interior no sientes,
Sentémonos, Teresa, A l besar con amor sus puras frentes?
Bajo el dosel que forman los manzanos,
De la arameda fresa ¿No palpita tu pecho
Junto á los rojos granos, A l mirar su candor y su inocencia?
Que codician los pájaros galanos. ¿No te parece estrecho
E l mundo á su existencia,
Flores vimos primero A l verlos sonreír en tu presencia?
Olorosas y frescas en los prados,
Cuando, tras cierzo fiero, Lámpara siempre viva
Los céfiros alados Son los hijos, que el fuego sacrosanto
Vagaron por lós bosques perfumados. Del casto amor aviva;
Del alma son encanto
A l calor del Estío, Cuando la agobia matador quebranto
Y de las puras lluvias fecundantes • '

A l plácido rocío, Venid, hijos queridos; •


Cayeron las brillantes De vuestra madre en el regazo amante
Flores, dejando frutos abundantes: Que os vea reunidos:
Mirar vuestro semblante
Los frutos sazonados Siempre risueño,:es mi anhelar constante:
Que orgullosa la tierra hoy nos presenta
Maduros y dorados, Que nunca adversa suerte
Cual madre que contenta Hinque en el pecho vuestro el diente agudo-; •
E l dulce fruto de su amor ostenta Que en el combate fuerte
De la vida, sañudo
Nunca el destino os dé su golpe rudo:

Que la ignorada senda


Sigáis de la virtud; que cuantas veces-
Alcéis, cual pura ofrenda,
A l cielo vuestras preces,
El buen Dios vuestro amor pague con creces.

Y tú, mi dulce esposa,


T ú que formas sus tiernos corazones
Y alumbras cuidadosa
Sus débiles razones,
Y diriges sus tiernas sensaciones,

Muéstrales siempre el cielo,


Y diles que hay un Dios que galardona
De la virtud el celo,
Que la bondad corona, D. FRANCISCO DE P. GUZMÁN.
Y en medio del dolor no la abandona.

Repíteles que hermanos


Somos los hombres, y que á todos amen;
Y diles que sus manos
E l bien siempre derramen,
Y que su pecho en caridad inflamen

¡Oh si me fuera dado


Crecer mirarlos, como aqueste tilo
Crecer hemos mirado!
Entonces y a tranquilo
Y o descansara en mi postrer asilo

Ven, mi esposa querida;


Venid, mis tiernos hijos, que no otros
Placeres en Ja vida
Tenemos y a nosotros :
La mies de nuestro otoño sois vosotros.
D. F R A N C I S C O D E P. G U Z M A N .

A L S A G R A D O C O R A Z Ó N D E JESUS.

ODA.

Rica fuente de amores,


Manantial de consuelo y esperanza,
De finos amadores
Cumplida bienandanza,
Del pecador aliento y confianza :

T ú de la sangre fuiste
Del Cordero de Dios urna sagrada,
Y bullir la sentiste
E n tu seno inflamada
Por verse en mi rescate derramada.

De su piedad la alteza
E l Padre puso en ti con larga mano,
Y toda la riqueza
De su amor soberano,
Gloria y delicia del linaje humano.

, L a caudalosa vena
De su virtud benéfica y fecunda
Desciende á ti serena,
Y tus senos inunda,
Y en mil prodigios de bondad redunda.
f

Sola una vez probaste Grita el Omnipotente;


Para el castigo tu poder robusto, Y Lázaro á sus pies vuela obediente;
Y severo arrojaste
Con el azote justo Pero ¡cuán extremada
A l torpe mercader del templo augusto. Se ostenta la virtud irresistible
De tu alma enamorada
En curar la invisible,
Mas ¿quién, Señor, podría
Torpe gangrena del pecado horrible!
Numerar los magníficos portentos
Con que tu amor solía
Encadenar los vientos Por ella, de Zaqueo
Y serenar turbados elementos; E l ruin afán de lucro miserable
Y a convertido veo
E n codicia envidiable
Sustento generoso
De la sola riqueza inagotable.
Dar á míseras turbas condolido,
A l ciego y al leproso
Su remedio cumplido, Canta, Samaritana;
Y de Satán al triste poseído? Celebra en himno eterno tu ventura:
A su voz soberana
¡Qué de amargos dolores, Rendida el alma impura,
Qué de miserias á tu voz huyeron! Sed tuviste de amor que siempre dura.
Torrentes de favores
E n Israel corrieron, De asquerosos amores
Y al envidioso abismo entristecieron. Vil morada tu pecho, Magdalena,
Á tus fieros señores
Marta doliente, dinos; Atada en vil cadena,
Refiérenos, María generosa, Rodando vas á inacabable pena:
Los suspiros divinos,
L a angustia dolorosa Mas no, que en tu camino
Del Señor de la vida ante esa fosa. Jesús te encontrará. Sus castos ojos
Con amor peregrino
Lázaro descansaba, T e miran, y de hinojos
Presa y a corrompida de la muerte; Á sus plantas caiste, por despojos
Pero Jesús le amaba
Y el Hijo del Dios Fuerte Trayendo á su victoria
Lágrimas tiernas por su amigo vierte; T u grande corazón, despedazado
Por la amarga memoria
Y con voz que la esfera De tu Dios ultrajado,
U n día enlutará del sol luciente, Y en ansias de ser suyo dilatado.
«Lázaro, ven afuera»,
Del celestial rocío T u gloria siempre entera,
Que baña tus entrañas abundoso, Para brillar mi rendimiento espera?
Devuelves largo río,
Que refresca amoroso Venciste, dulce hermano;
Los pies del.q.ue aun se digna ser tu esposo Del fondo del abismo me sacaste,
Y con tu propia mano
E l tus lágrimas paga Mis heridas curaste,
Dándote que acompañes á María, Y de tus ricas galas me adornaste.
Cuando terrible daga,
Cantada en profecía, Luego, á tu mesa puesto,
Implacable taladre su alma pía; Como tus fieles hijo regalado,
Por tus manos dispuesto
Y logres en el huerto, Gusté rico bocado,
Cuando vayas solícita á buscarle E n que te das á mi alma recatado.
Junto al sepulcro abierto,
No cadáver honrarle, Morada de sosiego,
Mas anegado en: gloria contemplarle. Trono de santidad, fuente de vida,
E n amoroso fuego
¿Y así, mi Dios, regalas Haz que mi alma encendida
A quien cifró su dicha en ofenderte? Respire sin cesar contigo unida.
¿Y de esposa en las galas,
U n gemido convierte
Del corazón, los paños de la muerte?

Y o también olvidado
Largos años de ti, y á tu enemigo
Con toda el alma dado,
Tus riquezas prodigo,
Y á tormentos, sin término me obligo.

Y mientras yo, durmiendo


Sueño de muerte, á perdición rodaba,
T u corazón gimiendo,
E n mi guarda velaba, ' -
Y por salvarme á mi pesar, luchaba.
•V

¿Qué te va á ti, Rey. mío,


E n que este desgraciado viva ó muera?
T u inmenso poderío,
D. I G N A C I O R A M Í R E Z .

Cuando en brazos de Abril sale la aurora


E l ahuehuet canoso reverdece,
L a hierbezuela tímida florece
Y su partida Lucifer demora.
Y al contemplarte joven, seductora,
La sonrisa en los labios aparece,
E l amor en los ojos resplandece;
¿Qué corazón temblando no te adora?
Dichosa juventud, que puede osada
Sorprenderte, bajarte de tu altura,
Y con rosas llevarte encadenada.
Acepta esta efusión ardiente y pura;
Me detengo á las puertas de la nada
Por celebrar, amiga, tu hermosura.

AL AMOR.

¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado,


De mí te burlas? Llévate esa hermosa
Doncella, tan ardiente, tan graciosa,
Que por mi obscuro asilo has asomado.
En tiempo más feliz, yo supe osado
Extender mi palabra artificiosa
Como una red, y en ella, temblorosa,
Más de una de tus aves he cazado.
Hoy de mí mis rivales hacen juego, ¿Quién ha postrado su soberbia frente?
Cobardes atacándome en gavilla; ^ Ni quién resiste su mirada fiera ?
Y libre yo, mi presa al aire entrego. E l contrario estandarte, omnipotente
A l inerme león el asno humilla;
Vuélveme, Amor, mi juventud, y luego Allá en la Europa, para allá volviera;
Tú mismo á mis rivales acaudilla. Y.desde el Golfo contempló en el cielo,
Manto del sol, brillar nuestra bandera.

POR L O S D E S G R A C I A D O S . ¿Y seremos nosotros el modelo


De los humanos débiles? Un día
TERCER B A N Q U E T E F R A T E R N A L D E L A SOCIEDAD G R E G O R I A N A . 1868. Nos dispersamos con incierto, vuelo

Indigno es de sufrir el navegante Tras los caprichos de la suerte impía,


Que tiembla cuando ruge la tormenta Desde aqueste edificio venerable
Y se esconde del rayo resonante: Que de nido amoroso nos servía.

Indigno es de la lid quien se amedrenta Este se abrió un camino con el sable;


Cuando en el campo se desata el fuego A q u é l halló en la musa eterna fama;
Que de los más audaces se alimenta. O t r o se envuelve en manto miserable,

Mi madre es la desgracia; pero niego Y pide al hospital la última cama;


Mi parentesco con aquel cobarde Alguno el oro busca por los mares;
Que agota, si padece, lloro y ruego. O t r o su herencia en el festín derrama;

Tenemos de morir temprano ó tarde, Quién consagra su vida á los altares;


Y entretanto es placer, es una gloria, Y quién la ciencia que aprendió, cultiva
De un alma desdeñosa hacer a'arde. S i n alejarse de los patrios lares.

Por eso el pueblo es digno de la historia. Y de todos nosotros, ¿quién, cautiva,


Yo lo he visto sangriento y derrotado Ha logrado arrastrar á la fortuna ?
Entregarse al festín de la victoria. ,¿Q uién su existencia de dolores priva?

En vano el invasor lo ha encadenado; Si es un astro la dicha, es cual la luna


La muerte en vano per su frente gira; Un momento no más entera luce,
No descubre un caudillo ni un soldado: Y á la sombra su luz sirve de cuna.

En obscura prisión tal vez se mira; ¡ Á cuántos desengaños nos conduce


Se extingue de la tumba en el ambiente* Cuando ebrio de placer se halla el deseo!
Y allí lo alumbran su esperanza y su ira. - ^Cuánta ilusión costosa nos seduce!
¡Dichoso quien su loco devaneo
Alcanza á prolongar! Con sus dolores
Luchar eternamente á muchos veo.

Para ellos siempre espinas, nunca flores


Produce el mundo. ¿Van tras la hermosura?
¡En sierpes se convierten sus amores!

Con fatiga se acercan á una altura


Do su ambición pavonearse espera,
Y oyen crujir la escala mal segura.

U n tesoro su rica sementera


Les promete; y desátanse los ríos,
Y la cosecha al mar corre ligera.

¿Quién es estoico ante hados tan impíos?'


Y o no me atrevo á contemplar sus males
Por temor de llorar también los míos.
D. JUAN VALLE.
A destinos más nobles é inmortales
Nos puede conducir una atroz pena,
Á los héroes haciéndonos iguales.

Hijos del infortunio, la serena


Frente elevemos, como el risco osado
Cuando la tempestad se inflama y truena.

No es el hombre feliz; el desgraciado


Es quien eclipsa, al fin, la turba necia
Que en las garras del mal sólo ha llorado.

¡Fortuna y gloria al hombre que se precia


De respeto infundir hasta á la muerte!
Dios, por invulnerable, la desprecia;
Y , por su dignidad, el varón fuerte.
D. JUAN VALLE.

L A G U E R R A CIVIL.

Vuela del Septentrión.al Mediodía,


Y vuela del Poniente hasta el Levante
E l torvo genio de la guerra impía:

Lleva en su diestra espada centellante,


Sus víctimas escoge y, descargando
E l golpe asolador, sigue adelante.

Van la peste y el hambre caminando


Tras él como sus dignas cortesanas,
Tumbas y tumbas tras de sí dejando.

Hecatombes de víctimas humanas


Los ojos ven, y el corazón se aterra
A l fúnebre clamor de las campanas.

Llega á faltar para sepulcros tierra;


Que ni á niños ni á vírgenes ni á ancianos
Perdona el torvo genio de la guerra.

Como á José sus bárbaros hermanos,


Á sus hermanos los guerreros tratan,
Y en sangre fraternal manchan sus manos.
Las furias del infierno se desatan • ' E l vencedor de ayer es hoy vencido, ;
Y de todos murmuran al oído:
Y el que vencido es hoy vence mañana:
«Matad y venceréis»; y todos matan.
De la patria es la voz largo gemido.

Gratitud y amistad dan al olvido E n medio, á veces, de la lucha insana


Los combatientes, y en delirio ciego Se encuentra con su padre algún guerrero,
Hieren hasta al amigo ayer querido. Y su espada traspásale inhumana.
*

Arrasan con furor á sangre y fuego


L o reconoce tarde en su ¡ayl postrero"
Las pobladas y espléndidas ciudades, •
Y al ver que el crimen su castigo tiene,
Que en desiertos trocadas quedan luego.
Desgarra el propio pecho con su acero.

Y todavía aquellas soledades Cesad, cesad: sobre vosotros viene


E l vencedor, en su triunfal carroza, Á v i d a ya la peste asoladora,
Cruza cual las siniestras tempestades. Y su marcha triunfal nada detiene.
* -r
En su carrera sin piedad destroza, Será la verdadera vencedora,
Pasando sobre el surco, los sembrados, Y asistida del hambre, su aliada,
Y al paso incendia del pastor la choza. Será, por fin, de México señora.

Saliendo de las llamas espantados, A l más fuerte le hará soltar la espada,. ;r


Medio desnudos van los moradores Si no de caridad el sentimiento,
Entre las fieras turbas de soldados; Sí del hambre la mano descarnada.

Los que olvidando un punto sus furores Cuando el recién nacido llore hambriento.
Convierten á la esposa ante el esposo E l pecho exhausto le dará la madre,
En víctima de lúbricos amores. Y sangre beberá por alimento.

Más y. más crece el fuego pavoroso, Por mal que á la virtud proscrita cuadre,
Y el soldado el doméstico santuario Por quitarle su pan, fiero el hermano
Tras el botín asalta codicioso. A l hermano herirá, y el hijo al padre.

Las llamas despreciando, el temerario ¿Los ejemplos de amor serán en vano


Recorre audaz la habitación ardiendo, Que os da naturaleza en armonía,
Y devora el incendio al incendiario. Desde al águila audaz al ruin gusano?

De los que van su patria, destruyendo. ¿Vuestros ojos de buitre todavía


E s agradable música al oído No se cansan de ver sangre corriendo, .
Del techo desplomándose el estruendo. Ni vuestros brazos de la atroz porfía?
m

¡ A h ! sí: ya estoy en mi alma presintiendo


Que mi patria por fin será dichosa,
Las fratricidas armas deponiendo.

L a paz, como una madre cariñosa,


Sus benéficas alas con ternura
Sobre ella, al fin, extenderá amorosa.

Y movido por fin de su tristura,


AQUEL que convirtiera el agua en vino
Convertirá su acíbar en dulzura.

Le dará bondadoso luz y tino


Quien la luz á los ciegos devolvía,
Y seguirá mi patria el buen camino;

L a hará resucitar á la alegría


Quien de la tumba á Lázaro sacara
De nuevo al aire y á la luz del día. ROSAS Y
A Q U E L que, paternal, multiplicara
Los cinco panes, perdurables años
De paz y de abundancia le prepara.

Tras tanta humillación y tantos daños,


Mi pueblo se verá grande y temido,
Envidiando su gloria los extraños.

Y el mismo que á su pueblo protegido


Por en medio del mar camino abriendo
E n él deja al egipcio sumergido,

Potente los obstáculos venciendo,


Por la difícil senda interrumpida
1
Nos irá de la mano conduciendo.

Y cual llegó á la tierra prometida


E l escogido pueblo tras la guerra,
Llegaremos tras lucha fratricida
De paz y unión á la anhelada tierra.
D. J O S É R O S A S Y MORENO.

EL ZENTZONTLE.

¡Cuán dulce es la armonía


De tus cantos de amor! ¡Cuánta ternura,
Cuánta melancolía,
Qué extraño sentimiento
H a y en tu triste acento,
Bardo alado de Anáhuac, bardo errante,
Morador de sus bosques silenciosos,
Trovador de sus lagos rumorosos!

Cuando su luz brillante


Vierte la primavera en los jardines,
Tiendes al viento tú las pardas alas,
Cruzas el valle umbrío,
Y alegres himnos amoroso exhalas,
Entre los sauces del tranquilo río.

E n el ardiente Estío,
Cuando el sol en el cielo apenas arde,
E l himno de la tarde
Cantas en las praderas
A l rumor de las brisas lisonjeras.

Y en la noche callada,
Cuando la luna pálida fulgura,
Como virgen que vela enamorada,
Y la naturaleza desmayada
En grata, inmóvil languidez reposa, Cuando altiva otro tiempo y vencedora
Y la nocturna diosa La reina de Occidente,
Ornada en jaspes de vistosas plumas
Vierte doquier su plácido beleño,
Alzaba al cielo la serena frente,
En el sereno ambiente
Y Axayacatl valiente,
Suspiras tiernamente
Humillando á sus pies á las naciones,
L a tímida canción de un dulce sueño.
Sus gloriosas conquistas extendía,
Y doquier la victoria sonreía
En esas tristes horas
Á la sombra feliz de sus pendones,
T u cadenciosa voz llega al oído,
E n la risueña margen de los lagos,
El silencio turbando,
Los sinsontes con notas celestiales
Como el eco fugaz de un bien perdido;
Del guerrero imitaban la querella,
Como el vago gemido
E l discorde vibrar de los timbales,
De un alma ardiente, que en ardiente anhelo
La enamorada voz de la doncella
La tierra va cruzando,
Y el clamor de los himnos nacionales.
Solitaria y doliente suspirando,
Otras veces, volando en la espesura,
Sin cesar suspirando por el cielo.
De la fuente imitaban los rumores;
El lamento del mirlo entre las flores;
A l levantarse un día
L a querellosa voz de la paloma,
Entre las olas de la mar hirvientes
L a adorada y hermosa patria mía, De hondos suspiros llena;
Quiso amoroso Dios que independientes Del tardo buey el trémulo bramido,
Los sinsontes su atmósfera cruzaran Y el hórrido silbido
A la luz de sus astros refulgentes; Del reptil que se arrastra entre la arena.
Que allí su dulce amor tiernos buscaran,
Y , orgullosos volando en las alturas, Así cual del Anáhuac contemplando
Su juventud espléndida cantaran La majestad divina,
E n la selva, en el monte, en las llanuras. Que un sol de fuego espléndido ilumina,
Mustia y triste la Europa nos parece,
Y su antigua hermosura palidece;
Tus hermanos, de entonce, en raudo vuelo
Así cuando el sinsonte enamorado
Cruzan su hermoso suelo,
Feliz se oculta en el risueño prado
Sus soberbias montañas, sus veijeles,
Y canta entre las palmas y las flores,
Sus floridos y extensos limonares,
Deben enmudecer los ruiseñores.
Sus magníficos bosques de laureles;
Y suspiran dulcísimos cantares,
T ú , inimitable artista,
Impregnados de amor y sentimiento,
E n mil revueltos giros
Y el ambiente respiran de sus mares,
Volando caprichoso,
Y orgullosos se mecen en el viento,
Imitas cadencioso
Que sacude sus anchos platanares.
Ecos, cantos, murmullos y suspiros.

Toa o 1.
Siempre hallas una voz y una armonía ¡Cuánto gozo escuchando embelesado
Para expresar tu duelo, Ese tímido acento apasionado
Y traduces en tierna melodía Que en mi niñez oí!
Del amor el dulcísimo consuelo A l ver de lejos la arboleda umbrosa,
¡Cuál recuerdo, en la tarde silenciosa,
Y el ardiente placer de la alegría.
L a dicha que perdí!
Tienes siempre al mecerte por el viento
Para todos los goces un acento;
Aquí al son de las aguas bullidoras,
Á todo prestas inefable encanto,
De mi dulce niñez las dulces horas
Y ora el dolor te agite, ora el contento,
Dichoso vi pasar,
No hay dicha, no hay afán, no hay sentimiento
Y aquí mil veces, al morir el día,
Que tú no expreses con tu tierno canto.
Vine amante después en mi alegría
¡Cuál conmueve tu voz el alma mía!
Dulces sueños de amor á recordar.
¡Bendita la armonía
De tu suspiro amante,
Ese sauce, esa fuente, esa enramada,
Bardo alado de Anáhuac, bardo errante,
De una efímera gloria ya eclipsada
Morador de sus bosques silenciosos,
Trovador de sus lagos rumorosos! Mudos testigos son:
¡Plegue al piadoso cielo Cada árbol, cada flor, guarda una historia
De amores y placer, cuya memoria
Que en estrecha prisión nunca suspires
Entristece y halaga el corazón.
Triste canción de duelo;
Que en orgulloso vuelo
Aquí está la montaña, allí está el río;
Cruzando las inmensas cordilleras,
A mi vista se extiende el bosque umbrío
Á nuestra patria mires
Donde mi dicha fué.
Bendita por la historia;
¡Cuántas veces aquí con mis pesares
Y que repitas siempre en tus cantares
V i n e á exhalar de amor tristes cantares!
E l himno de su gloria,
¡Cuánto de amor lloré!
A l gemir de sus anchos platanares
Y al rumor de las olas de sus mares!
Acá la calle solitaria; en ella
De mi paso en los céspedes la huella
E l tiempo ya borró.
LA VUELTA Á LA ALDEA. A l l á la casa donde entrar solía
De mi padre en la dulce compañía
¡Y hoy entro en su recinto solo y o !
Ya el sol oculta su radiosa frente;
Melancólico brilla en Occidente
Desde esa fuente, por la vez primera,
Su tímido esplendor;
Una hermosa mañana, la ribera
Y a en las selvas la noche inquieta vaga,
Á Laura vi cruzar,
Y entre las brisas, lánguido se apaga
Y de aquella arboleda la espesura.
El último cantar del ruiseñor.
Una tarde de Mayo, con ternura, Cual pasa la ilusión;
Una pálida flor me dió al pasar. Cantaba el labrador en su cabaña,
Y el eco repetía en la montaña
Todo era entonces para mí risueño; L a misteriosa voz de la oración.
Mas la dicha en la vida es sólo un sueño,
Y un sueño fué mi amor. Aquí está la montaña, allí está el río
Cual eclipsa una nube al rey del día, ¿Mas dónde está mi fe? ¿Dónde, Dios mío,
L a desgracia eclipsó la dicha mía Dónde mi amor está?
En su primer fulgor. Volvieron al verjel brisas y flores,
Volvieron otra vez los ruiseñores
Desatóse estruendoso el torbellino, Mi amor no volverá.
Y al fin airado me arrojó el destino
De mi natal ciudad. ¿De qué me sirven, en mi amargo duelo,
Así cuando es feliz entre las flores, De los bosques los lirios, y del cielo
¡ A y ! del nido en que canta sus amores E l mágico arrebol,
Arroja al ruiseñor la tempestad. El rumor de los céfiros suaves
Y el armonioso canto de las aves,
Errante y sin amor siempre he vivido; Si ha muerto ya de mi esperanza el sol?
Siempre errante en las sombras del olvido...
¡Cuán desgraciado soy! Del arroyo en las márgenes umbrías,
Mas la suerte conmigo es ya piadosa; No miro ahora, como en otros días,
Ha escuchado mi queja, cariñosa, A Laura sonreír.
Y aquí otra vez estoy. ¡ A y ! E n vano la busco, en vano lloro;
Ardiente en vano su piedad imploro;
Ni sé, ni espero, ni ambiciono nada;
¡Jamás ha de venir!....
Triste suspira el alma destrozada
Sus ilusiones ya;
Mañana alumbrará la selva umbría
La luz del nuevo sol, y la alegría
E L V A L L E D E MI INFANCIA.
¡Jamás al corazón alumbrará!

Cual hoy, la tarde en que partí doliente,


Salud, ¡oh valle hermoso!
Triste el sol derramaba en Occidente
Albergue del placer, donde dichoso,
Su moribunda luz:
Entre sueños espléndidos de amores,
Suspiraba la brisa en la laguna,
V i deslizarse un día,
Y alumbraban los rayos de la luna
Cual se desliza el agua entre las flores,
L a solitaria cruz.
Los dulces años de la infancia mía.
Tranquilo el río reflejaba el cielo, Valle umbroso, salud: hoy el viajero
Y una nube pasaba en blando vuelo, T u abrigo lisonjero
Cantar tus fuentes y mirar tu cielo:
Busca ansioso con ávida mirada.
Una tarde las aves se alejaban,
Bendice la quietud de tus verjeles,
Y al ver cómo volaban,
Y reclina su frente ensangrentada
Á la sombra feliz de tus laureles. Sentí el alma agitarse en ansias locas,
Y quise, como el águila atrevida,
Aquí está la montaña, allí está el río;
Cruzar las selvas, dominar las rocas,
A l l á del bosque umbrío
Y aspirar otro ambiente y otra vida:
L a silenciosa majestad se admira;
Y al huracán seguí; y al ver el mundo
A l l í el lago retrata el firmamento;
Sentí en el corazón horror profundo;
L a fuente, más allá, lenta suspira,
Anhelé las tranquilas soledades
Y agitando los sauces gime el viento.
Donde feliz reía,
A l l í la cruz está donde inspirado,
Y sentí que mi espíritu oprimía
E l bien del desgraciado
L a atmósfera letal de las ciudades.
Imploraba con místico cariño,
Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
Elevando á los cielos mis plegarias,
Y sólo hallé amargura,
Y estas agrestes rocas solitarias
Inquietudes y afán, tedio y congojas;
Las mismas son que amé cuando era niño.
Del viento del dolor al soplo ardiente,
Pero es otro el rocío, otra la brisa
Cual de tus bellos árboles las hojas,
Que hoy el Abril te da con su sonrisa;
Se secó la guirnalda de mi frente.
Otras las rosas son de encanto llenas
E n vano allí busqué la dulce calma
Que brillan entre el césped de tu alfombra,
Y el casto amor del alma:
Y otras, y otras también las azucenas
Sólo en la multitud con mis pesares
Que crecen á tu sombra.
Me confundí gimiendo,
Cual las olas que pasan suspirando
Y apagóse perdido entre el estruendo
Los años van pasando;
E l tímido rumor de mis cantares.
U n instante con flores se embellecen,
Esquivando el furor de la tormenta.
U n punto brilla su fulgor mentido,
Cual ave voy que el huracán ahuyenta,
Y al fin se desvanecen
Y ansioso busco ahora
E n las obscuras sombras del olvido.
En tu silencio plácido y tranquilo,
¿Adonde están ahora aquellas rosas
E l apacible asilo
T a n puras, tan hermosas?
Donde al menos en paz el alma llora.
Están, ¡oh valle! donde está la calma
También, ¡oh valle! á marchitar tus galas
De aquellos bellos días tan risueños;
La airada tempestad tiende sus alas;
E n donde está mi amor, gloria del alma,
Tus flores huella y con furor se agita
Y en donde están también mis dulces sueños.
Marchitando sus vividos colores
Y o era feliz aquí; yo me adormía
¡Dichosas esas flores
E n plácida alegría.
Que el huracán marchita!
Por la dulce inocencia acariciado,
Lejos contemplo ya la infancia mía,
Sin más amor que tú, sin otro anhelo
Y muy lejos la tumba todavía;
Que amar tus flores y cruzar tu prado,
Oculto afán me mata, ¡Quién sabe en donde moriré ignorado!
Mi destino en la tierra es muy incierto, Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
Y lúgubre á mi vista se dilata Donde existe tranquilo,
Inmenso el porvenir como un desierto. Plácido albergue de mi amor primero.
Sin oir una voz dulce y querida, Ya va el sol ocultando sus fulgores,
Solo estoy en el valle de la vida, Y adiós te dice el infeliz viajero
Cual el ciprés doliente Empapando en sus lágrimas tus flores.
Que en eterno abandono se consume,
Sin guirnaldas de hiedras en su frente,
Sin que le dé una flor grato perfume.
Nadie piensa en mi amor, nadie me mira
Nadie por mí suspira;
Tan sólo la tristeza
Con mis dolores gime,
Y entre sus brazos trémula me oprime
Y reclina en su seno mi cabeza.
El alma ardiente que en mi afán seguía,
Dulce hermana inmortal del alma mía,
Me niega su ternura,
Y sin oir mi queja,
Insensible á mi amarga desventura,
Sin enjugar mis lágrimas se aleja.
Ya que en vano la llamo cariñoso
Para cruzar con ella el bosque umbroso;
Para contarle amante mi querella
Y dividir con ella mi alegría;
Para soñar con ella
Esta sombra de amor que dura un día;
A lo menos gozar el alma quiere
En el sueño ideal que nunca muere,
Del infinito anhelo
En que Dios le revela su destino,
La esperanza feliz del bien divino
Con que existen las almas en el cielo.
Aquí morir quisiera
A l rumor de tu brisa lisonjera;
Pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana,
Y el soplo sigo del destino airado
¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
D. M A N U E L D E A C U Ñ A .

A N T E UN CADÁVER.

¡Y bien! aquí estás ya sobre la plancha


Donde el gran horizonte de la ciencia
La extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia


Viene á dictar las leyes superiores
Á que está sometida la existencia.

A q u í donde derrama sus fulgores


Ese astro á cuya luz desaparece
L a distinción de esclavos y señores.

A q u í donde la fábula enmudece


Y la voz de los hechos se levanta
Y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta


Á leer la solución de ese problema
Cuyo solo enunciado nos espanta:

Ella, que tiene la razón por lema,


Y que en tus labios escuchar ansia
L a augusta voz de la verdad suprema.
Aquí estás ya tras de la lucha impía
Y al ascender de la raíz al grano,
E n que romper al cabo conseguiste
Irás del vegetal á ser testigo
La cárcel que al dolor te retenía.
E n el laboratorio soberano.

L a luz de tus pupilas ya no existe,


Tal vez para volver cambiado en trigo
T u máquina vital déscansa inerte A l triste hogar donde la triste esposa
Y á cumplir con su objeto se resiste. Sin encontrar un pan sueña contigo.

¡Miseria y nada más! dirán al verte


E n tanto que las grietas de tu fosa
Los que creen que el imperio de la vida Verán alzarse de su fondo abierto
Acaba donde empieza el de la muerte. L a larva convertida en mariposa,

Y suponiendo tu misión cumplida,


Que en los ensayos de su vuelo incierto,
Se acercarán á ti, y en su mirada Irá al lecho infeliz de tus amores
Te mandarán la eterna despedida. A llevarle tus ósculos de muerto.

Pero, ¡no! tu misión no está acabada; Y en medio de esos cambios interiores


Que ni es la nada el punto en que nacemos, T u cráneo, lleno de una nueva vida,
Ni el punto en que morímos es la nada. E n vez de pensamientos dará flores:

Círculo es la existencia, y mal hacemos E n cuyo cáliz brillará escondida


Cuando al querer medirla le asignamos L a lágrima, tal vez, con que tu amada
La cuna y el sepulcro por extremos. Acompañó el adiós de tu partida.

La madre es sólo el molde en que tomamos L a tumba es el final de la jornada,


Nuestra forma, la forma pasajera Porque en la tumba es donde queda muerta
Con que la ingrata vida atravesamos. L a llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero ni es esa forma la primera Pero en esa mansión, á cuya puerta


Que nuestro ser reviste, ni tampoco Se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
Será su última forma cuando muera. Que de nuevo á la vida nos despierta.

Tú, sin aliento y a , dentro de poco A l l í acaba la fuerza y el talento,


Volverás á la tierra y á su seno, Allí acaban los goces y los males,
Que es de la vida universal el foco. A l l í acaban la fe y el sentimiento:

Y allí, á la vida en apariencia ajeno, A l l í acaban los lazos terrenales,


El poder de la lluvia y del verano Y mezclados el sabio y el idiota,
Fecundará de gérmenes tu cieno. Se hunden en la región de los iguales.
Pero allí donde el ánimo se agota
Que ya no puedo tanto,
Y perece la máquina, allí mismo
Y al grito que te imploro
E l ser que muere es otro ser que brota.
T e imploro y te hablo en nombre
De mi última ilusión.
E l poderoso y fecundante abismo
Del antiguo organismo se apodera,
II.
Y forma y hace de él otro organismo.
Yo quiero que tú sepas
Abandona á la historia justiciera Que ya hace muchos días
U n nombre sin cuidarse, indiferente, Estoy enfermo y pálido
De que ese nombre se eternice ó muera. De tanto no dormir;
Que ya se han muerto todas
Él recoge la masa únicamente, Las esperanzas mías:
Y cambiando las formas y el objeto, Que están mis noches negras,
Se encarga de que viva eternamente. Tan negras y sombrías,
Que ya no sé ni dónde
L a tumba sólo guarda un esqueleto; Se alzaba el porvenir.
Mas la vida en su bóveda mortuoria
Prosigue alimentándose en secreto.
III.
Que al fin de esta existencia transitoria,
De noche, cuando pongo
A la que tanto nuestro afán se adhiere,
Mis sienes en la almohada
L a materia, inmortal como la gloria,
Y hacia otro mundo quiero
Cambia de formas, pero nunca muere.
Mi espíritu volver,
Camino mucho, mucho,
Y al fin de la jornada
Las formas de mi madre
NOCTURNO.
Se pierden en la nada,
Y tú de nuevo vuelves
Á ROSARIO. En mi alma á aparcccr.

I. IV.

¡Pues bien! yo necesito VI


Comprendo que tus besos
Decirte que te adoro,
Jamás han de ser míos;
Decirte que te quiero
Comprendo que en tus ojos
Con todo el corazón;
No me he de ver jamás;
Que es mucho lo que sufro,
Y te amo, y en mis locos
Que es mucho lo que lloro,
Y ardientes desvarios
- - 2t>9 —

Bendigo tus desdenes,


Los dos una sola alma,
Adoro tus desvíos,
Los dos un solo pecho,
Y en vez de amarte menos, •
Y en medio de nosotros
T e quiero mucho más.
Mi madre como un Dios!
fii j g V.
VIII.
lililí?
> •
Á veces pienso en darte
Mi eterna despedida,
Borrarte en mis recuerdos ¡Figúrate qué hermosas
Las horas de esta vida!
Y hundirte en mi pasión;
¡Qué dulce y bello el viaje
Mas si es en vano todo
Por una tierra así! 11
Y el alma no te olvida,
Y y o soñaba en eso,
¡Qué quieres tú que yo haga,
Mi santa prometida.
Pedazo de mi vida ;
Y al delirar en eso
Qué quieres tú que yo haga
C o n la alma estremecida,
Con este corazón!
Pensaba yo en ser bueno
Por ti, no más por ti.
VI.
í
Y luego que ya estaba IX.
Concluido tu santuario,
T u lámpara encendida,
Bien sabe Dios que ese era
T u velo en el altar,
Mi más hermoso sueño,
E l sol de la mañana
Mi afán y mi esperanza,
Detrás del campanario,
Mi dicha y mi placer;
Chispeando las antorchas,
¡Bien sabe Dios que en nada
Humeando el incensario,
Cifraba yo mi empeño,
Y abierta allá á lo lejos
Sino en amarte mucho
L a puerta del hogar
Bajo el hogar risueño
Que me envolvió en sus besos
VII. Cuando me vio nacer!

¡Qué hermoso hubiera sido


Vivir bajo aquel techo, X.
Los dos unidos siempre
Y amándonos los dos;
Esa era mi esperanza
T ú siempre enamorada,
Mas ya que á sus fulgores
Y o siempre satisfecho,
Se opone el hondo abismo

b
Que existe entre los dos,
¡Adióspor la vez última,
A m o r de mis amores;
L a luz de mis tinieblas,
L a esencia de mis flores;
Mi lira de poeta,
Mi juventud, adiós!
D. M A N U E L M A R I A FLORES.

PASIÓN.

¡Háblarae! Que tu voz, eco del cielo,


Sobre la tierra por doquier me siga
Con tal de oir tu voz nada me importa
Que el desdén de tu labio me maldiga.
¡Mírame! Tus miradas me quemaron,
fi' Y tengo sed de ese mirar eterno
Por ver tus ojos, que se abrase mi alma
De esa mirada en el celeste infierno.
¡Ámame! Nada soy pero tu diestra
Sobre mi frente pálida un instante,
Puede hacer del esclavo arrodillado
E l hombre rey de corazón gigante.

T ú pasas y la tierra voluptuosa


Se estremece de amor bajo tus huellas,
Se entibia el aire, se perfuma el prado
Y se inclinan á verte las estrellas.
Quisiera ser la sombra de la noche
Para verte dormir sola y tranquila,
Y luego ser la aurora y despertarte
Con un beso de luz en la pupila.
Soy tuyo, me posees un solo átomo
No hay en mi ser que para ti no sea:
Dentro mi corazón eres latido,
Y dentro mi cerebro eres idea.
¡Oh! por mirar tu frente pensativa ¡Quién me diera posar casto y süave
Y pálido de amores tu semblante; Mi cariñoso labio en tus cabellos,
Por sentir el aliento de tu boca Y que sintieras sollozar mi alma
Mi labio acariciar un solo instante; E n cada beso que dejara en ellos!
Por estrechar tus manos virginales
¡Quién me diera robar un solo rayo
Sobre mi corazón, yo de rodillas,
De aquella luz de tu mirar en calma,
Y devorar con mis tremendos besos
Para tener al separarnos luego
Lágrimas de pasión en tus mejillas;
Con que alumbrar la soledad del alma!
Yo te diera no sé ¡no tengo nada!....
— E l poeta es mendigo de la tierra.— ¡Oh, quién me diera ser tu misma sombra,
¡Toda la sangre que en mis venas arde! E l mismo ambiente que tu rostro baña,
¡Todo lo grande que mi mente encierra! Y , por besar tus ojos celestiales,
La lágrima que tiembla en tu pestaña!
Mas no soy para ti ¡Si entre tus brazos
La suerte loca me arrojara un día, ¡Y ser un corazón todo alegría,
A l terrible contacto de tus labios Nido de luz y de divinas flores,
Tal vez mi corazón se rompería! En que durmiese tu alma de paloma
Nunca será Para mi negra vida El sueño virginal de tus amores!
La inmensa dicha del amor no existe
Sólo nací para llevar en mi alma Pero en su triste soledad el alma
Todo lo que hay de tempestuoso y triste. Es sombra y nada más, sombra y enojos
Y quisiera morir ¡pero en tus brazos, ¿Cuándo esta noche de la negra ausencia
Con la embriaguez de la pasión más loca, Disipará la aurora de tus ojos?
Y que mi ardiente vida se apagara
A l soplo de los besos de tu boca!
ADORACIÓN.

Como al ara de Dios llega el creyente


AUSENCIA.
Trémulo el labio al exhalar el ruego,
Turbado el corazón, baja la frente,
¡Quién me diera tomar tus manos blancas Así, mujer, á tu presencia llego.
Para apretarme el corazón con ellas, ¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Y besarlas besarlas, escuchando Pálida está mi frente de dolores;
De tu amor las dulcísimas querellas! ¿Para qué castigar con tus enojos
A l que es tan infeliz con tus amores?
¡Quién me diera sentir sobre mi pecho Soy un esclavo que á tus pies se humilla
Reclinada tu lánguida cabeza, Y suplicante tu piedad reclama;
Y escuchar, como enantes, tus suspiros, Que con las manos juntas se arrodilla
Tus suspiros de amor y de tristeza! Para decir con miedo que ¡te ama!
¡Te ama! Y el alma que el amor bendice Para mirarte me pondré de hinojos?
Tiembla al sentirle, como débil hoja; ¿Que por sentir en mi dichosa frente
¡Te ama! y el corazón cuando lo dice T u dulce labio con pasión impreso,
E n y o no sé qué lágrimas se moja. T e diera yo, con mi vivir presente,
Perdóname este amor, llama sagrada, Toda mi eternidad por sólo un beso?
Luz de los cielos que bebí en tus ojos,
Sonrisa de los ángeles bañada Pero si tanto amor, delirio tanto,
En la dulzura de tus labios rojos. Tanta ternura ante tus pies traída,
¡Perdóname este amor! Á mí ha venido Empapada con gotas de mi llanto,
Como la luz á la pupila abierta; Formada con la esencia de mi vida;
Como viene la música al oído; Si este grito de amor, íntimo, ardiente,
Como la vida á la esperanza muerta. No llega á ti si mi pasión es loca,
Fué una chispa de tu alma, desprendida Perdona los delirios de mi mente,
En el beso de luz de tu mirada, Perdona las palabras de mi boca.
Que al abrasar mi corazón en vida Y ya no más mi ruego sollozante
Dejó mi alma á la tuya desposada. Irá á turbar tu indiferente calma
Y este amor es el aire que respiro, Pero mi amor hasta el postrer instante
Ilusión imposible que atesoro, T e daré con las lágrimas del alma.
Inefable palabra que suspiro
Y dulcísima lágrima que lloro.
Es el ángel espléndido y risueño EVA.
Que con sus alas en mi frente toca;
Y que deja—perdóname ¡es un sueño! — Era la sexta aurora. Todavía
E l beso de los cielos en mi boca. E l ámbito profundo
¡Mujer, mujer! mi corazón de fuego Del éter, el Fiat lux estremecía;
De amor no sabe la palabra santa, Era el sereno despertar del mundo
Pero palpita en el supremo ruego Del tiempo en la niñez.
Que vengo á sollozar ante tu planta.
¿No sabes que por sólo las delicias Amanecía,
De oir el canto que tu voz encierra, Y del Criador la mano soberana
Cambiara yo, dichoso, las caricias Ceñía con gasas de topacio y rosa,
De todas los mujeres de la tierra? Como la casta frente de una esposa,
¿Que por seguir tu sombra, mi María, La frente virginal de la mañana.
Sellando el labio á la importuna queja, Rodaban en la atmósfera ligera
De lágrimas y besos cubriría Las olas de oro de la luz primera,
La leve huella que tu planta deja? Y , levantando púdica su velo,
¿Que por oir en cariñoso acento Primavera gentil, rica de galas,
Mi pobre nombre entre tus labios rojos, Iba en los campos vírgenes del suelo
Para escucharte detendré mi aliento, Regando flores al batir sus alas.
E l monte azul su cumbre de granito Que al rumor de sus alas ensayaban
Dejando acariciar por los celajes Un concierto de besos y suspiros;
Dispersos en el éter infinito, Y cuantas aves de canoro acento
E n campos desplegaba de esmeralda Se pierden en las diáfanas regiones,
Inundaban de músicas el viento
L a exuberante falda
Desatando el raudal de sus canciones.
De sus bosques tranquilos y salvajes;
Y cortinas de móviles follajes,
Cascadas de verdura ¡Era la hora nupcial! Naturaleza
De salir del caos aun deslumbrada,
Cayendo en los barrancos,
Ebria de juventud y de belleza,
Daban sombra y frescura
Virginal y sagrada,
Á grutas que fragantes tapizaban
Velándose en misterio y poesía,
Rosas purpúreas y jazmines blancos.
Sobre el tálamo en rosas de la tierra
A l Hombre se ofrecía.
E l denso bosque presintiendo el día
Poblaba su arboleda de rumores;
E l agua alegre y juguetona huía ¡El Hombre! A l l á en el fondo
Entre cañas y juncos tembladores; Más secreto del bosque, do la sombra
E l ángel de la niebla sacudía Era más tibia del gentil palmero,
Las gotas de sus alas en las flores, Y más mullida de musgosa alfombra
Y más rico y fragante el limonero;
Y flotaba la Aurora en el espacio
Donde más lindas se tupían las flores
E n v u e l t a en sus cendales de topacio.
Y llevaba la brisa más aromas,
L a fuente más rumores,
¡Era la hora nupcial! Dormía la tierra
Y trinaban mejor los ruiseñores,
Como una virgen bajo el casto velo.
Y lloraban más dulces las palomas;
Y el regio sol al sorprenderla amante
Do más bellos tendía
Para besarla, iluminaba el cielo.
Sus velos el crepúsculo indeciso,
Allí ql Hombre dormía,
¡Era la hora nupcial! Todas las olas
Aquel era su hogar, el Paraíso.
De los ríos, las fuentes y los mares
E n un coro inefable preludiaban
E l mundo inmaculado
U n ritmo del Cantar de los Cantares.
Se mostraba al nacer grande y sereno;
E l incienso sagrado del perfume
Dios miraba lo criado
Exhalado de todas las corolas,
Flotaba derramado en los céfiros (1) Y veía que era bueno.
Bañado en esplendor, lleno de aurora,
De aquel instante en la sagrada calma,
A la sombra dormido de la palma,
( 1 ) Este verso no consta si se lee como es debido; pero es evidente que e l poeta
pronunció céfiro, así como más adelante caos: licencias de acentuación poco reco-
Y del césped florido en el regazo
mendables. Estaba Adán, la varonil cabeza
E n el robusto brazo; Que bañó con su lumbre
Y esparcida á la brisa juguetona La mañana primer de las mañanas,
L a melena gentil; pero la altiva ¿Viste luego en la vasta muchedumbre
Frente predestinada á la corona, De las hijas humanas
L a noble faz augusta de belleza Alguna más gentil, más hechicera,
E n medio de su sueño, revelaban Más ideal que la mujer primera?
Serena y melancólica tristeza.
E l aura matinal en blando giro La misma mano que vistió la tierra
Su frente acariciaba, y suavemente De azules horizontes,
S u pecho respiraba. Los campos de esmeralda,
Pero algo como el soplo de un suspiro Y de nieve la cumbre de los montes
P o r su labio entreabierto resbalaba. Y de verde obscurísimo su falda;
¿Sufría? En aquel retiro L a que en las olas de la mar sombría
Sólo el Criador con él dormido estaba. Alza penachos de brillante espuma,
Y corona de arco iris y de bruma
E r a el hombre primer, era el momento L a catarata rápida y bravia;
Primero de su vida, y ya su labio L a que tiñe con mágicos colores
Bosquejaba la voz del sufrimiento. Las plumas de las aves y las flores;
L a inmensa vida palpitaba en torno, La que tan bellos pinta esos celajes
Pero él estaba solo. E l aislamiento De oro y ópalo y púrpura, que forman
Transformaba en proscrito al soberano Del cielo de la tarde los paisajes;
Entonces el Criador tendió su mano L a que cuelga en el éter cristalino
Y el costado de Adán tocó un instante. E l globo opaco de la luna fría,
Y en el cénit espléndido levanta
L a corona de sol que lanza el día;
S u a v e , indecisa, sideral, flotante, L a que al tender el transparente velo
C o m o el leve vapor de las espumas, Del ancho firmamento, como rastros
Cual blanco rayo de la luna, errante De sus dedos de luz dejó en el cielo
E n un jirón de tenebrosas brumas; E l polvo fulgoroso de los astros;
Emanación castísima y serena L a mano que en la gran naturaleza
Del cáliz virginal de la azucena: Pródiga vierte perennal hechizo,
Perla viviente de la aurora hermosa, L a del Eterno Dios de la belleza,
A m b o de luz del venidero día ¡Oh primera mujer esa te hizo!
Condensado en la forma voluptuosa
De un nuevo ser que vida recibía, L a dulce palidez de la azucena
U n a blanca figura luminosa Que se abre con la aurora
Alzóse junto á Adán Adán dormía. Y el casto rayo de la luna llena,
Dejaron en su faz encantadora
¡La primera mujer! Fúlgido cielo, La pureza y la luz. Los frescos labios,
Su frente majestuosa acariciaba
Como la rosa purpurina, rojos,
E l ala de la brisa que pasaba,
Esa mirada en que fulgura el alma
Y su labio entreabierto sonreía.
En los rasgados y brillantes ojos,
Y por el albo cuello,
E v a le contemplaba
Voluptuoso crespón de sus hechizos,
Sobre el inquieto corazón las manos,
L a opulenta cascada del cabello
Húmedos y cargados de ternura
Cayendo en olas de flotantes rizos.
Los ya lánguidos ojos soberanos;
Y poco á poco, trémula, agitada,
Su casta desnudez iluminaba,
Sintiendo dentro el seno, comprimido
Su labio sonreía,
Del corazón el férvido latido,
Su aliento perfumaba,
Sintiendo que potente, irresistible,
Y el mirar de sus ojos encendía
Algo inefable que en su ser había,
Una inefable luz, que se mezclaba
Sobre los labios del gentil dormido
Del albor al crepúsculo indeciso
Los suyos atraía;
E v a era el alma en flor del Paraíso.
Inclinóse sobre él y de improviso
Se oyó el ruido de un beso palpitante;
Y de ella en derredor, rica la vida
Se estremeció de amor el Paraíso
Se agitaba dichosa;
¡Y alzó su frente el sol en ese instante!
Naturaleza toda palpitante,
Como á la virgen trémula el amante
L a envolvía cariñosa.
Las brisas y las hojas le cantaban
BAJO L A S PALMAS.
La canción del susurro melodioso
A l compás de las fuentes que rodaban
Su raudal cristalino y sonoroso;
En tQrno cefirillos voladores Morena por el sol del Mediodía,
Su cabello empapaban con aromas, Que en llama de oro fúlgido la baña,
Suspiraban pasando los rumores, Es la agreste beldad del alma mía,
La rosa tropical de la montaña.
Y trinaban mejor los ruiseñores,
Dióle la selva su belleza ardiente;
Y lloraban más dulce las palomas;
Dióle la palma su gallardo talle;
E n tanto que las rosas extasiadas,
En su pasión hay algo del torrente
Húmedas ya con el celeste riego,
Que se despeña desbordado al valle.
Temblando de cariño á su presencia
Su pie bañaban de fragante esencia Sus miradas son luz, noche sus ojos;
La pasión en su rostro centellea,
Y se inclinaban á besarle luego.
Y late el beso entre sus labios rojos
Cuando desmaya su pupila hebrea.
Iba á salir el sol, amanecía,
Y á la plácida sombra del palmero Me tiembla el corazón cuando la nombro
Tranquilo Adán dormía; Cuando sueño con ella, me embeleso;

tomo i.
Y en cada flor con que su senda alfombro
Pusiera un alma como pongo un beso.
A l l á en la soledad, entre las flores,
Nos amamos sin fin á cielo abierto,
Y tienen nuestros férvidos amores
L a inmensidad soberbia del desierto.
E l l a , la regia, la beldad altiva,
Soñadora de castos embelesos,
Se doblega cual tierna sensitiva
A l aura ardiente de mis locos besos.
Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
Profundos y selvosos laberintos,
Y grutas perfumadas, con alfombra
De eneldos y tapices de jacintos.
Y palmas de soberbios abanicos
Mecidos por los vientos sonorosos,
A v e s salvajes de canoros picos
Y lejanos torrentes caudalosos.
Los naranjos en flor que nos guarecen
Perfuman el ambiente, y en su alfombra
AMÉRICA CENTRAL.
U n tálamo los musgos nos ofrecen
De las gallardas palmas á la sombra.
Por pabellón tenemos la techumbre
Del azul de los cielos soberano,
Y por antorcha de himeneo la lumbre
Del espléndido sol americano.
Y se oyen tronadores los torrentes
Y las aves salvajes en concierto,
E n tanto celebramos indolentes
Nuestros libres amores del desierto.
Los labios de los dos, con fuego impresos,
Se dicen el secreto de las almas;
Después desmayan lánguidos los besos
Y á la sombra quedamos de las palmas.
I

P. RAFAEL LANDÍVAR.

h
P. R A F A E L LANDÍVAR.

LOS L A G O S DE MÉXICO.

LIBRO PRIMERO DEL POEMA L A T I N O I N T I T U L A D O « R U S T I C A T I O

M E X I C A N A » , DEL P . R A F A E L L A N D Í V A R , S. I.

Versión parafrástica de D. Joaquín Are adió Pagaza.

O b t e g a t arcanis alius sua sensa figuris,


Abstrusas quarum nemo penetrare latebras
Ausit, et ingrato mentem torquere labore.

Disfrace con retóricas figuras


E l otro su palabra y pensamiento;
Porque ninguno intente
Penetrar en latebras tan obscuras,
Y á su mente confusa dar tormento;
Ora conceda raciocinio al bruto,
Ora suave acento;
Ya de armas nos presente el campo hirsuto;
Ya debelada la extendida tierra
Por el furor de asoladora guerra.
A mí me agrada, sólo, del nativo
Suelo ferace recorrer los prados
A l impulso de vivo
Patrio amor, y los lagos azulados
De México; y de Flora á los serenos
Huertecillos flotantes Del Pindó subiré, y al rubio Apolo,
De amapolas, y lirio y rosa llenos Caudillo de las Ninfas y ventura,
Ir en canoas leves y sonantes. Invocaré tan sólo.
Ya la cumbre negruzca del Jorullo, ¡Alguna vez apártase del suelo
En donde impera el sículo Vulcano; El alma herida por buscar consuelo!
Ya los arroyos, que con blando arrullo,
¡Tú, docto Cintio, que con mano amiga
Del monte bajan á regar el llano,
E l plectro mueves y á las musas sacras
He de cantar, y la preciosa grana,
Enseñas á entonar dulce cantiga,
Y el añil que reviste al campo ameno, Tú, á mí, que narro cosas verdaderas,
Del castor los palacios, y las minas Que alguien, por raras, juzgará quimeras,
Que esconde Anáhuac en su virgen seno; Sé propicio; y llamado,
Y las Cándidas mieles T u acento dame suave y regalado!
Que del azúcar la jugosa caña Existe una ciudad al Occidente,
De México produce en los verjeles, Lejos de aquí, del mundo conocida
Y" que ávido el colono Con el nombre de México; esplendente
Se apresta diestro á condensar con maña Es su cielo, muy amplia y concurrida,
De rojo barro en quebradizo cono. Famosa por sus ínclitas proezas,
Y he de cantar los tímidos rebaños Por sus hijos, su clima y sus riquezas.
Que en este suelo pastan esparcidos; E n otro tiempo domeñó orgullosa
Y los murmurios de la clara fuente Sin sombra de litigio
Siguiendo su corriente; A la casta del indio recelosa,
Las costumbres de tiempos fenecidos; De fe, entusiasmo y de valor prodigio.
Y" las variadas aves, El español ahora
Los sacrificios y los juegos graves. A las razas y pueblos subyugando
Debía, lo confieso, E n guerra pertinaz y asoladora,
Antes vestirme con luctoso manto, E l cetro empuña del supremo mando.
Verter amargo y silencioso llanto, Á esta ciudad limpísimas rodean
Y sucumbir de mi dolor al peso; De dos lagunas las cerúleas aguas,
Que, mientras nazcan flores Donde á impulso del remo culebrean
De las colinas en las rampas bellas Las ligeras y gráciles piraguas.
Y emitan luz radiosa las estrellas, No intento en mis cantares
He de llevar conmigo mis dolores. Hablar de todos los pequeños mares
Mas ¡ay! que aun me obliga Que distan de la corte; pues no todos
De la bárbara suerte la enemiga Acogen en su seno tantos ríos;
Y cruda mano que sus rudos tiros Ni pueblan sus orillas y recodos
Á mí dirige, en el llagado pecho Peces sin cuento de luciente escama;
A reprimir el duelo y los suspiros. Ni flotan en su tersa superficie
¿A qué fin exhalar tristes querellas? Tantos jardines de luciente grama
Antes mejor á la serena altura Y de flores innúmeras vestidos;
Ni el aleteo escuchan y graznidos
Que desconfianza infunden y recelos
De ánades mil que pazcan á su margen;
A l valle con sus ímpetus bravios.
Sino de aquellos lagos que colora
A l l í no imperan el sañudo Bóreas
De púrpura la Aurora,
Y el Austro nebuloso;
Y el claro Febo al asomar la frente
Ni el Céfiro feliz y Euro rabioso
Sobre los montes del risueño Oriente,
Se retan en aquellas soledades
Con rayos de oro próvido ilumina
Líquidas, á la lucha, desatando
guando al venir el aterido Invierno
Las sombrías y roncas tempestades.
A l austral polo lánguido se inclina:
Sólo se escucha allí murmurio blando;
Y aquel canal que viene serpeando Los vientos de reinar sin esperanza,
Sin cesar, y al comercio favorece, Se encierran en sus antros; mientra impera
Sus márgenes de espuma salpicando Sobre las linfas plácida bonanza.
Y que resbala blando Y aun cuando el valle truécase de Chalco
Delicia de los dulces moradores En líquida llanura, dulce fuente
Y a que la orilla se corona en flores. Brota en el centro en medio de las olas
A, ellos vecinas, cabe la ribera Callada y transparente;
Levántanse dos pueblos que renombre Y á la cual no colora de la orilla
Á estas lagunas dieron; Aquella indócil y bermeja arcilla,
E l uno es Chalco, llámase Tezcuco Ni de campos vecinos y lodosos
E l otro, porque entrambos recibieron Le afean aluviones cenagosos;
De la lengua vernácula su nombre. Sino que es incolora, pura, clara,
De un lago, más que de otro, preferidas
Y tanto que las guijas de su seno
Las aguas son, que míranse adormidas
Puede mirar cualquiera, y ¡cosa rara!
Acoger á las cóncavas chalupas,
A u n numerarlas. El arroyo ameno
Y á la ciudad envuelta en gasa leve A l brotar del abismo con gran fuerza
Circunvalar en forma de muralla; Gélida el agua arroja
Porque aquellas de Chalco son más puras, Y las aguas del lago desaloja
Más dulces, y á los mansos habitantes En círculos que míranse menores
De México ella nutre
Y se alejan haciéndose mayores.
Con las mieses y cármenes flotantes Como en tiempos remotos el Alfeo
Que en sus riberas cría; Argivo, que en sus áridas riberas
Y es primer gloria de inmortal valía Después de hundirse, por el antro obscuro
Y ornamento del campo cultivado. Con rápido y eterno culebreo
E n su álveo extenso las amenas aguas Resbala bien seguro
Encierra y dulces; porque allí atesora Y ansioso en medio de las sombras fieras,
La que le entra por cauces escondidos Muy debajo del piélago bravio,
Linfa tranquila ó turbia y bullidora. Y de las olas vanas
Y" otros sin nombre limpios arroyuelos; Sin escuchar el rebramar impío,
Y cien undosos ríos Hasta no ver las tierras sicilianas
Y salir, ¡oh Aretusa! por tu boca A quienes ocultó la recelosa
Y revestirte de argentada toca; Madre Naturaleza
No de otro modo viene aquella fuente De sus arcanos la eternal grandeza,
Con lánguida corriente De sus obras la serie portentosa;
Por debajo las tierras socavadas Pues ni á nosotros reveló clemente
Hasta aspirar las auras deseadas. E l origen excelso de esta fuente.
Pero, de donde fluya y tome origen Porque, aunque el llano, de las crespas olas
Aqueste manantial, por qué se elevan Divide las montañas y collado,
A l nacer, y entre sí rabiosas bregan Ninguno se levanta resguardado
E n grato desconcierto Y de grama vestido y frescas violas.
Las claras linfas, es del todo incierto. No á muy larga distancia
¿Ni quién negar ó defender podría Dos montes llevan la orgullosa frente
Que el aire en las secretas cavidades Hasta llegar al cielo refulgente
Se satura de aquellas humedades Y con denuedo é insólita arrogancia
Y en varias gotas, luego que se enfría, Amenazarle. E n la brumosa cumbre
Se condensa, y las frondas Nieve y hielos entrambos atesoran,
Que en el espacio el aquilón coagula
Salpica de la grama; rueda al suelo;
Allí se embebe, y en cerúleas ondas Y en muchas millas pródigo acumula.
Abajo nace en forma de arroyuelo? Estas nieves y hielos, á la lumbre
¿O que las linfas de la mar salobre Del claro sol liquídanse, y del viento
Se recalan tal vez en las cavernas A l raudo soplo, buscan el asiento
Tenebrosas internas, Del monte, y gota á gota en las cavernas
Se infiltran; abren brecha por un lado
Y luego suben su nivel buscando
De aquellas ígneas y trementes fraguas;
Por angostas y fáciles rendijas,
Y salen en ejército formado
El sabor amarguísimo dejando
A debelar á las palustres aguas.
Entre la arena, pedernal y guijas,
H a y otra maravilla
Hasta fluir encima la llanura
Insigne, insueta, de ínclito renombre,
Haciendo rebosar lagos y fuentes,
A l heno humilde y árboles ingentes Y que entre todos los prodigios brilla:
Dando incremento, júbilo y verdura? Una alta cruz de niveo y duro mármol,
¿Ó que tal vez de los excelsos montes Del artista labrada por la diestra
Donde se apoya el cristalino cielo, Y que pulida y diáfana se muestra,
Vistiendo los azules horizontes De aqueste manantial en lo más hondo,
Tan bien plantada en el cerúleo fondo,
De húmidas nubes y albicante hielo,
Oue no hay fuerza á arrancarla suficiente.
Tomen origen las lagunas vastas,
Mas, qué indiquen aquestos monumentos,
El manantial y plácido arroyuelo?
Y cuál sea su origen venerable,
Y aquesta es la sentencia
Nada dicen, y en niebla impenetrable
Que confirman acordes la experiencia Se envuelven los antiguos documentos.
^ el razonado parecer de aquellos
A l ver este prodigio el cirreo Apolo E l centro de esta grande monarquía.
Deje en silencio á la Castalia fuente; Mas ¡ay! con tal empeño, con tal fausto
De Aretusa feliz las castas linfas Los templos de sus dioses erigieron,
Que al pie resbalan de palustres frondas, Y palacios y alcázares subieron,
Y las líbicas ondas Y alminares al éter zafirino;
Desdeñe altivo Júpiter potente: Tanto, y en breve, la industriosa gente,
Enmudezcan los númenes sombríos Sufrida, humilde, dócil y valiente,
De los espúmeos y sonoros ríos; Más que otras razas, á aumentarse vino,
Y la fama en sus himnos inmortales Que al Rey de Azcapotzalco, á quien pagaban
Celebre de continuo El tributo, recelos inspiraban.
De México los límpidos raudales Este monarca bárbaro nutría
Y el claro nombre que le dió el destino. Un fuego que aumentaba por instantes
Apresuraos ahora, A l ver multiplicar los habitantes
Y a que el cielo benigno nos concede De Tenochtitlan que á la par crecía;
Mares que el Noto alborotar no puede Y por eso resuelve la manera
É invitan á la turba bullidora De aniquilarlos, y un nuevo tributo
De flotantes y angostos barquichuelos; Les impone, que era
Yo, más osado, mi veloz barquilla Sobre sus fuerzas ¡hórrida quimera!
Quiero amarrar de la verdosa orilla, Les manda que le lleven sin demora
Por ver de Flora los nadantes huertos Sobre las linfas odorantes huertos,
Á que los indios hábiles y expertos Sembrados con los frutos que atesora
Han llamado Chinampas. Tú, entretanto, El Anáhuac, y de árboles cubiertos;
¡Oh de Favonio peregrina esposa, Y que, si rehusaban
Que ceñida de juncos, mirto y rosas, Obedecerle, ¡situación horrible!
A l desplegar la orla de tu manto, Porque tal vez creyeran imposible
Á la mustia pradera Sus órdenes cumplir, arrasaría
Das con las flores júbilo y encanto!; Á la ciudad, llevando sus furores
Dime, te ruego : ¿quién sobre las aguas,. A l grado de amagar con muerte impía
E n prados flotadores, Á los inermes tristes moradores.
Sembró hortalizas, árboles y flores? A los cielos alzaron sus gemidos
¿Quién ha trocado en fértiles praderas Todos ellos confusos y afligidos,
Estos tranquilos y pequeños mares, E hicieron resonar con sus lamentos,
Cuando vistes de fruta los pomares? Mesando la erizada cabellera,
Los antiguos primeros mexicanos, Los templos de sus númenes sangrientos.
E n medio de la frígida laguna, Mas tantos males evitó prudente
L a gran ciudad establecer ufanos La rara habilidad de aquella gente.
Quisieron, con tan próspera fortuna, Fiados en su ingenio y en la fuerza
Con tal habilidad, que, andando el tiempo, De sus robustos varoniles pechos,
Fué, por su bizarría, Á la obra se dedican;
Dejan sus ondas y pajizos techos;
E n los breñales hórridos se implican, Encima de los frescos lauredales,
Buscando en los senderos tortuosos Sin temer lluvias, vientos y calores,
Flexible esparto y árboles frondosos. Libando el néctar de las tiernas flores
A cada cual con admirable tino A l henchir los enjambres sonorosos
Su labor le enseñaban, ofreciendo Sus nuevos y dulcísimos panales.
Por recompensa premio no mezquino. Con el césped recargan las canoas,
Unos desprenden las torcidas ramas Y ágiles vuelven las hundidas proas.
De tiernos mimbres; otros las barquillas Y sobre las esteras sin tardanza
Llenan con ellas y con rubias gramas; Las glebas tienden, que el fecundo arado
No sintieron y que eran su esperanza.
Y éstos, á remo, las crujientes quillas
Y arrojan luego la húmeda semilla
Conducen á las plácidas orillas.
Sobre la rica preparada arcilla;
Hierve el gentío, «e fatiga y suda;
Siembran acá sobre flotante prado
Y el entusiasmo noble
Blando maíz, que es dádiva de Ceres;
Á ver concluida la labor ayuda.
A l l á hortalizas; ni por esto faltan
Después que el pueblo con maduro examen
Hermosos y amenísimos jardines,
Formó el acervo de madera y mimbre,
De juncos, lirios, trébol y jazmines,
Unidos todos con delgadas hojas,
Que Roma antigua consagró á Citeres;
Y con tenaz esparto en vez de urdimbre,
Y el terso lago esmaltan,
Á costa de fatigas y congojas,
Y son el reino donde Flora impera,
Largas alfombras ávidos tejieron
Y asilo de la dulce primavera.
A oblonga estera en todo semejantes;
Flotar apenas asombrosos vieron
Muy cerca de los muros las abrieron;
E n medio de las olas
Y aquí y allá dejando vastas sendas,
Los campos de hortaliza y tenues violas,
Sobre el lago salobre las tendieron.
De su labor ufanos más se unieron;
Y porque no los vientos procelosos
Y la rienda soltaron á porfía
Esparzan, y se lleven las turgentes
Á la expansión, contento y alegría;
Bravas olas los cármenes nacientes,
Y á remo, encima de las linfas claras,
Ponen debajo de nudosos robles
Los jardines llevaron,
Vigas ingentes, y atan las esteras
Y el difícil tributo al R e y pagaron;
A l grande peso que las tiene inmobles.
Prudentes reservándose otros huertos
Apenas los felices mexicanos Que de Flora á las gemas añadieran
Vieron la obra terminar ufanos, Los gratos dones de la madre Ceres,
Encaminaron las agudas proras
Y de su industria monumentos ciertos,
A la florida virginal ribera,
A l guardar de aquel hecho la memoria,
Y desprenden los céspedes gramosos,
Y de su ingenio, en las edades fueran.
Que podían trocarse en sementera.
; Y si un ladrón el huertecillo daña,
Y no de otra manera
O el cruel viento al madurado fruto
Discurren por los campos aromosos, Derriba acaso con temible saña,

tomo i.
E l indígena astuto Del Viejo Mundo, y que la voz remeda
Sobre las aguas el flotante prado Del hombre, de las aves, y el ladrido
Conduce á otro lugar más abrigado, Del mastín y las blandas inflexiones
Y aquellos males precavido evita. Del que entona motetes y canciones.
Guarda cada uno con tenaz empeño Tañendo el arpa con dorado plectro,
Su pequeña heredad, que flota leve, Ahora forma musical escala,
E n aquel lago fértil y risueño. Ahora chilla cual rapaz milano,
L a tierra firme de la verde orilla, Y a maya como gato y abre el ala
De estos campos flotantes la riqueza Y el son remeda de clarín insano,
Tan singular, conoce que le humilla Y ya ladra festivo, gime ó pi'a
Y los ve con un aire de tristeza. Trémulo y débil cual implume cría.
Mas yergue la cabeza, Encerrado en la jaula se consuela
E n olmos y cerezos coronada, Y alegre en torno de la cárcel vuela
E n peros encorvados por el fruto, Dulcísimo cantando noche y día.
En cedros y laurel y pino hirsuto, No tanto la llorosa Filomela
E n cajiga sombrosa y levantada, De Teseo los crímenes deplora
Y en púnico manzano; , Bajo la sombra de álamo tardío,
Y siempre, en competencia con los huertos, Llenando el bosque con su voz sonora,
Se viste con las galas del verano. Como el cenzontle cabe fresco río
En ese bosque moran tantas aves Regocija, cantando, la ribera
Á la sombra tenaz de la arboleda, Y los arbustos de feraz plantío.
Que siempre el aura fugitiva y leda A l asomar la dulce Primavera,
Se complace en llevar los ecos suaves. Cuando los leves prados nadadores
Allí la turba alada Se coronan en flores
Y de vivos colores matizada Y los campos se visten de esmeralda
E l aire hiende con dorada pluma: Y frescas rosas de carmín y gualda,
Ora se ciernen en el hondo espacio; Frecuentan estas plácidas orillas
Ora en la orilla de brillante espuma Y estas ondas los nobles mexicanos
Bañada, sueltan el sabroso trino. En pequeñas y frágiles barquillas.
Allí el gorrión divino Entran por grupos en los barcos leves,
De roja cresta embelesado canta, Con doble remo, el ánimo espaciando
Y al cual las plumas del erguido cuello Con el acorde blando
Por ser sanguíneas tórnanle más bello. De la ronca dulcísona guitarra,
Allí revuela del excelso coro A la cual flébil Eco
De pájaros el rey, insigne y claro De los antros obscuros do se esconde
Por las voces innúmeras que avaro Con voz débil y opaca le responde;
Encierra en la dulcísima garganta, Y la ardua selva por el canto herida
Pues que en verdad no hay otro más canoro De los amantes las palabras suaves
E l cenzontle, que fué desconocido Resuena embebecida.
Del fondo obscuro; tornan y superan
Y se retan ya entonces á la justa;
La clara linfa donde alegres bullen;
Á quien remó mejor, y más ligero
Conduzca las levísimas piraguas; Y van y vienen por igual camino,
A l estruendo de aplauso lisonjero Hasta que al fin se rinden á su sino
Parten rizando las cerúleas aguas Y en el cebo engañoso y atrayente
Y se alejan, llevados de la gloria Clavan ¡incautos! el pequeño diente.
Por el deseo, á sitios m u y distantes, Levanta el pescador á la aura pura
Hasta que al fin de aquellos contrincantes L a caña sin demora,
Alguno alcanza el lauro de victoria. Y le ciñe la turba bullidora
Y van en derredor de las chinampas De socios que á aplaudirle se apresura.
Ufano el vencedor y los vencidos Azota el pececillo moribundo
Siguiendo alegres las torcidas calles Con aletas y cola la barquilla,
Entre pequeños flotadores valles, Mientras con otras férulas delgadas,
Con el cebo mortífero aparadas,
O en sus barcos resbalan embebidos
Vaguean otros por la verde orilla;
Cerca de las riberas sinuosas
Salpicadas de flores olorosas. Y vese á medio hundirse la canoa,
Como el cretense y prófugo Teseo Bajo aquel peso; júzganse dichosos
Logró dejar los senos horrorosos Los pescadores; y llevando ufanos
Buscando los umbrales engañosos L a hermosa pesca, buscan sus hogares
Del laberinto con falaz rodeo, (Cuando la estrella entre arreboles arde)
Así las calles por hallar se afana, Envueltos en las sombras de la tarde.
Errante por los huertos nadadores, Mas, luego que se aplaca
La juventud de México galana. Aquel tumulto y entra vocinglera
No escasean algunos que se gozan L a turba en la ciudad, y con su opaca
Bajo aquel limpio y refulgente cielo Veste ruidosa el Ábrego acelera
E n prender á los peces que allí nadan La fuga de la virgen Primavera,
Con el combado y formidable anzuelo, Agrada recorrer aqueste ameno
Ya que dejan los huertos y la orilla Campo abierto de espléndida hermosura
Y á donde más se explaya la laguna Á los que alienta el corazón sereno,
Con grácil remo llevan su barquilla. Á los que abate fúnebre amargura,
Muy cautamente prenden en el hamo Y á los que inquieren del saber amantes
El fatal cebo; pende de una caña De Minerva las plácidas labores.
E l hilo que sumergen en un tramo Estas risueñas y húmedas orillas
Entre ninféis, juncos y espadaña; Sembradas de laurel y manzanillas
Le arrojan á los peces, y en silencio Acogen á menudo á los poetas,
Esperan. Pronto los volubles peces Que al bastecer sus mágicas paletas
En derredor del cebo se aglomeran Dejan oir sus cantos seductores.
Sin osar engullirle; se zabullen Aquí lloraba en versos armoniosos
Y ocultan en los líquidos dobleces De Cristo las heridas y afrentosos
Rudos tormentos y tremenda muerte, De guijas y peñascos erizada,
Llevado del más noble y verdadero Y en la laguna arrójase salada;
A m o r etéreo y fuerte, Semejante al Jordán, que su agua infunde
E l piadoso y melifluo Juan Carnero. Dulce y pura en el seno del mar Muerto
A q u í con estro sacro Y en la asfáltica linfa se confunde.
E l gran Abad mil himnos de alabanza Pues aunque en las llanuras de Tezcuco
Cantó al Señor. Con voces de matanza Limpios arroyos brotan por doquiera,
Asordaba estos campos y riberas Y se nutre la pérfida laguna
E l docto Alegre, el hado de Peleo De aguas dulces, famélica aglomera
A l lamentar y las batallas fieras, T a l cantidad de sales en su seno
De Apolo con el arte y el de Orfeo. Que las linfas corrompe, y las orillas
Por esta orilla de los pardos troncos Torna infecundas su letal veneno.
Carcomidos y broncos, Míranse allí las hierbas, amarillas
Zapata y Reina, y Alarcón, famado Y siempre enfermas; árboles y arbustos,
Por su coturno, los gloriosos nombres Nunca descuellan verdes y robustos;
Grabaron en la rígida corteza Sus frutos no produce naturales
- A l menear el plectro delicado L a tierra blanquecina; y los rebaños
Y desparcir su bárbara tristeza. N o á la sombra de vides y castaños
Mas al tañer la célica sor Juana Tronzan la flor de plácidos gramales.
Su ebúrnea lira, el estruendoso río Quema la sal los campos anchurosos
Paró su curso, y en el bosque umbrío Y aleja el agua que se azota impura
De aves canoras la caterva ufana Con su fetor, tibieza y amargura
Los trinos melodiosos suspendieron, A l cardumen de peces bulliciosos.
Y las rocas ingentes se movieron. Si alguno de ellos atrevido y ciego
Y porque no á las Musas negra envidia L a laguna de Chalco tal vez deja
Atormentara, y por mayor decoro Y un solo instante placentero nada
Fué incorporada al aganípeo coro. En la linfa salada,
Jamás el cisne de plumón nevado E l mal olor fatígale y aqueja;
Embargó con tan blandas melodías Quiere huir, exhala leve queja,
A l deleitoso y floreciente prado, Sube y aspira el aura, y luego muere.
Ni, moribundo en los undosos giros Y es cautelosa: engaña esta laguna
Del Caistro, tan blandas armonías A las leves barquillas y canoas
Supo unir con tan lánguidos suspiros. Que se confían. A l mostrar la frente
Mas ya se encauza y fluye impetuoso, E l padre Febo sobre el mar de Oriente
Y en río ingente, el apacible lago Haciendo huir á la llorosa luna
Encierra toda el agua que fecunda Y á las estrellas, de color de lila
Los dulces campos; y huye perezoso Sus ondas son y muéstrase tranquila;
Cortando la ciudad, y sinuoso Pero no bien envuelve en negra sombra
Su curso sigue, y la ribera inunda E l sol la falda del occiduo monte
Y cansado se inclina al horizonte, Con que los indios en lo más profundo
Cuando rabioso el Austro se alborota, Del lago apresan entre junco y caña
La agita, y sus espumas en la playa Las falanges de patos graznadoras,
Salobre y muda enfurecido azota. Que antes cruzaban la región etérea
Y a se abre abajo de la barca leve, Sin peligro, y las ondas bullidoras
Y a se infla rauda y sube á las estrellas, De los lados de México; las armas
Y la piragua herida É insidias de los indios no temían,
Por la negra laguna embravecida Y lentamente, sin temor ni alarmas,
Se desata en gemidos y querellas, Por las verdes riberas discurrían,
A la par con los nautas previsores Y algunas veces gárrulos y osados
Que se esfuerzan y gritan asustados Burlaban á los indios desarmados,
Y fatigan á Dios con sus clamores. Hasta que al fin el natural talento
Y si el timón, solícito el piloto De aquella raza en la apariencia ruda,
No dirigiera á la segura orilla, Reprimió tan inicuo atrevimiento.
Sumergirían los adversos hados Crece en los bosques sin cultivo alguno,
Nautas y barcos en sepulcro ignoto. Pendiente de las ramas y adherida
Aqueste lago encubre su falacia Á los troncos, ingente calabaza
Con cierto aire de gracia: Sin meollo en verdad ; y que es muy útil
El, de Chalco la límpida laguna Para cruzar sin riesgo de la vida
Se bebe á más beber, por el ameno Los anchos ríos, y al salir de caza
Ancho canal, y de incontables fuentes Para llevar el confortante vino
Que fluyen á él, las linfas transparentes Y atenuar las fatigas del camino.
Guarda ambicioso en el avaro seno, Suele escoger de entre éstas las mayores
Sin permitir jamás que gota alguna Astuto el indio; luego las arroja
Se derrame en los campos. No se llena Encima de las ondas cristalinas,
Con tantas aguas; nunca satisfecho Y donde más los patos nadadores
Se siente y ni se mira que rebose Exentos de congoja
Dejando un punto el cenagoso lecho; Desparecen y quiebran las verdinas
Muy semejante al túmido Océano, Palustres hierbas. Treme, horrorizado,
Que islas encierra y vastos .continentes E l ánade infeliz; de aquellos monstruos,
Con sus olas, y llama de doquiera Con graznido lloroso y prolongado,
Grandes ríos que laman su ribera Huye al punto, y la turba lastimera
Y se los bebe gárrulo, insaciable, Asorda con sus gritos la ribera.
Sin que amenacen las hinchadas linfas
Pero al mirar que flotan y vaguean
A l continente, sin que sólo un río
Sin causar ningún daño,
Se escape de él arrebatado y frío,
Deponen el pavor y se recrean
Y sin que abra al comercio nuevos mares. E n el común y delitoso daño.
Nada admirable ofrece el Nuevo Mundo, Van de los patos una y otra mole
Más admirable que la astucia y maña E n derredor, mas ellos no las temen,
Y en medio nadan de su tierna prole.
E l indio astuto, entonces con presteza
Adapta á su cabeza
A l g u n a calabaza igual en todo
A las que vense con impulso blando
Encima de las aguas ir nadando ;
E n t r a en el lago y húndese hasta el cuello,
Y envuelto con las olas se adelanta
Sin alejarse de la orilla amena,
Y hollando el suelo con aleve planta.
L a falange de patos ve serena
Llegar aquel estorbo; entonce el indio
A l a r g a allí la codiciosa mano,
Y de los pies afianzándolos ufano,
Los sumerge en el agua adormecida
Sin distinción; sin que la obscura fraude
A d i v i n e n , los priva de la vida.
¡ Tanta es la habilidad de aquella gente,
Que estúpida reputan é indolente! FR. MATIAS DE CÓRDOBA.
FR. M A T Í A S D E C Ó R D O B A .

LA T E N T A T I V A DEL LEÓN
Ó EL É X I T O D E SU EMPRESA.

Fábula moral.

L a tentativa de abatir al hombre.


Que por su ingenio y su virtud se eleva,
Cantar deseo, Musa, si propicia,
De tal conformidad mi voz alientas,
Que sugiera instrucciones saludables
A l mismo tiempo que la risa mueva.
Había en los desiertos africanos,
Entre un grupo de rocas, una cueva,
Donde parió una leona su cachorro
Y le ocultó con suma diligencia.
Después que con su leche le ha nutrido,
De carnes elegidas le alimenta,
Y da, con excelentes instrucciones,
L a última mano á su piedad materna.
Le refiere sus nobles ascendientes,
No para que sus glorias le envanezcan,
Sino para que imite sus virtudes,
Cuyos modelos tiene tan de cerca.
— i Qué gloria tener—dice—un padre ilustre!
¡ Qué confusión el no seguir sus huellas!
¿Hablarás del honor de una familia
Que en t i produzca su mayor afrenta ? — L a ardiente juventud te precipita—
Debes ser compasivo y generoso, Le replica la madre; —no es prudencia
Por lo mismo que nadie tiene fuerza Buscarse por sí mismo la desgracia,
Para dañarte, y exceptuando el hombre, Aunque es valor sufrirla cuando llega.
Todo á t u imperio fuerte se sujeta.— Entonces el león d i c e : — ¿ H a r é alarde
E l León orgulloso aquí se enoja, ¡ Pese á mí! de rendir la mansa oveja,
Sus ojos encarnados centellean, Que no pudiendo obscurecer mi gloria,
L a piel movible de su frente agita, De mis garras es víctima indefensa?
Y sacude erizada la melena. Estoy determinado : no te canses
—¿Quién es—pregunta—quién ese viviente E n oponer á mi pasión violenta
Que resistir á mi pujanza pueda, De la razón los débiles estorbos;
Cuya sola mención ha acibarado Ó me veas triunfante ó no me veas.—
Las palabras más dulces y halagüeñas ? Dice, y al punto presuroso parte
Con sólo — E n este instante da un bramido Cuando la noche á descorrer empieza
E l manto obscuro que hace majestuoso
Que estremece la gruta, el bosque atruena,
El pálido esplendor de las estrellas.
Y el eco que repiten las montañas
Sin rumbo fijo, sin torcer el paso,
Por todo el horizonte se dispersa.
Por el tupido bosque se abre senda,
— E l hombre—dice la prudente madre—
Insensible á las puntas de las zarzas,
E s animal de una mediana fuerza,
Que le hacen obstinada resistencia.
Que la suele aumentar el ejercicio,
Sale, por fin, al anchuroso campo,
Sin que á la tuya compararse pueda;
Y en él un animal se le presenta,
Mas con sagacidad, industria y maña,
Que á los plateados visos de la luna
Todo lo rinde, todo lo sujeta:
Con atención, mas sin temor observa.
Oprime el mar, se sirve de los vientos,
—Robusta es la cerviz—dice—en la frente
Arranca las entrañas de la tierra,
Tiene con sus adornos la defensa.
Y , lo que me horroriza al referirlo,
¡ Qué nerviosos los pies! ¡ Q u é forcejudas
E l rayo ardiente á voluntad maneja.
Deben ser esas manos corpulentas !
Y así evita encontrarlo; huye, hijo mío; ¡Con cuánta impavidez, qué satisfecho
Acelerado corre á tu caverna: Yace, creyendo que ninguno pueda
E s el hombre feroz con sus hermanos, Tener atrevimiento de inquietarle,
¡ Cómo no lo será con una fiera! Disputando con él la preeminencia !—
— ¿Que y o me esconda?—dice.—He de buscarle, Entretanto, distraído, tremolaba
Y en singular batalla aquel que venza L a grande cola que en las hojas secas,
Tendrá la primacía, no fundada Arrojadas de árboles vecinos,
E n la opinión, fundada en la experiencia : Formaba extraño ruido, que amedrenta
Sé que temeridad y cobardía A l fatigado buey, que descansaba,
Son dos extremos que el valor detesta; Para tomar de nuevo su tarea.
Mas se deben probar todos los medios Perezoso se apoya en una mano;
De conseguir una gloriosa empresa.
L a otra después, con lentitud asienta, Después de maniatarme, á sangre fría
E impeliéndose al punto se levanta, Me da el golpe fatal: no le penetran
Dejando ver cuál es su corpulencia. Los gritos y clamores repetidos,
Retirarse el león es cobardía ; Que mis útiles obras le recuerdan:
Hacerle frente, peligrosa empresa ; Mira sin conmoción correr la sangre;
Cualquier extremo tiene precipicio; Y se sirven mis carnes en su mesa,
Mas, después de un momento, delibera Sin horror, como vianda delicada.
ue es preferible una gloriosa muerte Y pues esto del hombre te da idea,
una vida comprada con bajezas. Toma este rumbo y apresura el paso,
Así determinado se adelanta, Que yo debo tomar la parte opuesta;
Excusando camino al que sospecha Por que si tú deseas encontrarlo,
Ser el hombre, á quien busca furibundo, Y o apetezco y procuro no me vea.—
Y horrible y denodado se presenta. L a fiera rencorosa estas palabras
— ¿ T ú eres—le dice—el hombre que presume Escuchó con asombro, y no sospecha
Que acaso el buey será uno de los criados
Ser solo soberano de la tierra,
Que hablan mal de sus amos, y exageran
Creyendo que su rango y primacía
L o bien que sirven, y lo poco ó nada
Todo animal, temblando, reverencia?
Que por ser fieles y oficiosos medran.
—No—responde;—¡ay de mí! no soy el hombre
E s su enemigo el hombre, y esto basta
Soy de los infelices que sujeta;
Para creer las calumnias más groseras,
Á quien por los más útiles servicios
Pues así le parece justifica
Da la más dura y vil correspondencia.
E l odio que en su pecho reconcentra;
A l punto que nací, mandó á mi madre
Mas el taimado señaló aquel rumbo,
Que mi alimento natural partiera
Deseoso de acabar la conferencia,
Entre él y yo, y sólo á ciertas horas
Tomaba hambriento la ordeñada teta. Y así le hizo vagar toda la noche
Después impuso á mi cerviz el yugo, Sin hallar cosa que á hombre se parezca.
A u n antes de cumplir tres primaveras, L a aurora, en cuyos labios como rosas
Para hacerme arrastrar enorme carga; U n a sonrisa tímida se expresa,
Y si el peso y el sol me desalientan, Escucha las pintadas avecillas
E n lugar de apiadarse, enfurecido, Que con dulces gorjeos la celebran.
Con su aguijón me hiere sin clemencia. E n tanto el león descubre otro viviente
Si en las sutiles cañas las espigas, Que el buey en la estatura se asemeja;
Agitadas del aura balancean, Á él dirige su marcha acelerada
Y o he preparado el delicioso cuadro, Y con tono insultante así que llega,
Abriendo surcos en la dura tierra, — E h ¿tú eres el vil hombre?—le pregunta.—
Que con tanta abundancia le produce Pero aquel animal que airoso, muestra
E l grano cuyas pajas me presenta. Gallarda petulancia, noble orgullo,
¡Ay, cuando me envejezco en su servicio, No le da tan de pronto la respuesta.
De qué suerte corona mi carrera! Primero atentamente le examina:

tomo i. 20
E n los pies se recarga; ambas orejas De unos frondosos árboles que mira;
Hacia él dirige, y luego le responde: Mas pierde la esperanza cuando llega
— D e l hombre á quien se rinde mi soberbia A l sitio majestuoso consagrado
Un criado soy. que con placer le sirvo, A l genio reflexivo. Las napeas,
Tomando como mías sus empresas. Con el dedo en los labios, á los Faunos
E n sus largas jornadas lo conduzco Que avanzan por mirarlas más de cerca,
Puesto sobre mi lomo: con la espuela Silencio imponen, y las blandas alas
Me bate los ijares, y yo entonces Céfiro con sorpresa mueve apenas.
Corriendo más veloz que una centella, Duerme la ninfa de una clara fuente
Alcanzo á los rebeldes fugitivos Que deja ver su reluciente arena:
Que no quieren estar á su obediencia. Después copia los sauces de la orilla,
Si es demasiado mi fogoso empeño, Y más en lo profundo representa
Con el freno al instante lo modera, L a perspectiva augusta de los cielos,
Y con el mismo freno me prescribe, Por la parte oriental que Febo incendia.
E l paso en que he de andar y por qué senda. ¡Qué hermoso carmesí! ¡Qué franjas de oro!
¡Qué peligros arrostro por servirle! L a avenida de luz por allá deja
Cuando el clarín ó los timbales suenan, Sobre un hermoso fondo azul celeste
Erizada la crin, hiriendo el suelo, U n jaspeado color de madreperla.
Como sensible á la gloriosa empresa, — A l león este cuadro nada importa,
Lejos de amedrentarme los horrores, Siendo su celestial magnificencia
Á mi señor advierto la impaciencia Para aquel corazón bueno y sensible
Con que deseo entrar con él en parte Que odio, envidia, venganza no envenena.
De los riesgos y afanes de la guerra — Trepa ligero al sauce más antiguo;
Suena entonces de lejos un relincho, Mira por todas partes y no encuentra
Y el caballo al oirlo:—Aunque quisiera— Por ninguna el objeto de sus iras;
Dijo—seguir hablando, me precisa Pero siendo oportuno á sus ideas
Ir adonde me llaman con urgencia.— Aquel sitio, en el brazo más robusto
Luego, volviendo las torneadas ancas, Que hay en la rama principal, se sienta.
Con tal ímpetu emprende la carrera, V e desde allí venir hacia la fuente
Que á la fiera en los ojos encendidos U n animal de poca corpulencia
Con las patas arroja las arenas. Aunque muy bien formado, que clamando
A l león, no el dolor, sino el insulto Con voz aguda su dolor expresa.
Le es insufrible: de la acción violenta Cuando llegó á distancia que podía
Jura vengarse, y para hacerlo pronto.
El león escucharle ¡qué sorpresa!
Frota los ojos con las manos vueltas;
¡Qué accesos de furor! Habla del hombre,
Mas después que los abre, el veloz potro
Á quien, como si oyéndole estuviera,
Y a no parece en la llanura inmensa.
Con el dulce entusiasmo del cariño
Sigue, no obstante, por el mismo rumbo,
Le dirige la voz de esta manera:
Creyendo que se oculta en las hileras
—¿Dónde, señor, estás que no me escuchas?
¿De mi lealtad acaso no te acuerdas? Que excediendo á la suya en otro tanto
¿Quién como yo te advierte los peligros Tendría su rival doble grandeza.
O se expone á morir en tu defensa? E n traje de prudencia disfrazado
Ningún criado te da más testimonios El pálido temor, temblando llega,
De amor, de sumisión y de obediencia; Y á tomar la espesura le persuade
Pues si las leves faltas me castigas Con el semblante, la actitud y señas.
No opongo á tu furor más que la queja. Mas luego la opinión inexorable
Lamiéndote la mano que me hiere, Que tiraniza el globo de la tierra,
Y postrado á tus pies, pido me vuelvas Con ojos torvos ¡qué dirán! le grita.
A tu amistad, y una mirada tuya, No dice más, ni aguarda la respuesta.
Golpes, desprecios, todo lo compensa. — V e n i d acá, censores inflexibles,
Si me mandas seguir alguna caza, No aguardéis á que el éxito se vea
¡Con qué empeño, qué celo, qué presteza Para fallar en tono decisivo:
L a persigo, la alcanzo, y de ella triunfo! E l león vuestro sabio juicio espera,
Mas sobrio, te la entrego, sin que pueda Cuando ya no le sirva, si es vencido,
Mi integridad faltar, aun en el caso Será locura perseguir la empresa,
De que el hambre furiosa me acometa. Como si vence, debe ser cordura
Cuando duermes, y o velo cuidadoso: No abandonar una victoria cierta.
Rondo la casa porque no sorprenda — E l león fatigado, que no sabe
A l g ú n extraño tan preciosa vida: A dónde caminarse, ó qué hacer deba,
Muestro, además, mi celo en la defensa U n matorral espeso le convida
De animales á quienes dañaría, Y en él dudoso á descansar se interna,
Si el placer que te causan no advirtiera..... Notando que allí puede, sin ser visto,
Mas por aquí el olfato ciertamente Observar cuanto pasa por de fuera.
Sí, por aquí pasó, según la huella — El sueño le acomete; él se resiste
—Decía el perro, oliendo las pisadas Y le rechaza, en fin, cuando ve cerca
Que vió estampadas en la blanda tierra. U n animal bien hecho, cuya mole
Sigue el rastro, creyendo que ninguno Sólo sobre sus pies mantiene recta.
Nada de lo que dijo oir pudiera, — N o arman sus manos—dice—corvas uñas
Y el enemigo lo escuchaba todo. E s adorno su pelo, no cubierta;
¡Esas facilidades de la lengua! Calma y bondad anuncia su semblante;
— E l león confundido no percibe Todo es blandura, gracias, inocencia.
Qué magia, qué virtud el hombre tenga, E n tu favor previenes, ¡ser amable!
Pues que los animales más valientes ¿Serás, dulce viviente, serás presa,
De grado se le rinden ó por fuerza. Que esclavice y degrade el feroz hombre?
Baja, no obstante, y se encamina al sitio ¡No hará tal, que yo salgo á tu defensa!
E n que el perro observó la humana huella: Se levanta, se estira, se sacude,
A l llegar cuidadoso la examina, Y se dirige al que auxiliar intenta,
Y viendo su tamaño, considera Mas como ve su turbación, le dice:
El hombre es á quien busco, nada temas. Ven á ayudarme á dividir el tronco.—
— P u e s bien, yo soy el hombre; ¿qué buscabas? E l León, que reñir á punto lleva,
¿Qué se ofrece?—le dijo con confianza. —¿Cómo quieres—pregunta—que te ayude?—
— ¿ E r e s tú?—le pregunta;—¿eresel mismo? Y el hombre contestó:—De esta manera.
— S i n duda, soy el mismo—le contesta. Y atrás doblando un pie, sobre sí tira
— ¡ Cómo!—exclama el León — ¡tantas maldades E l extremo del mástil con gran fuerza:
Ocultas con tan bellas apariencias! E l un lado de la hacha fué el apoyo,
—Dejemos—dijo el hombre—los insultos Con el otro venció la resistencia
Que irritan, aunque propios de una bestia; Del tronco, haciendo en él una abertura:
Y así para evitar contestaciones, Y pujando le dice:—Con presteza,
Puedes volver al bosque y yo á la aldea. Agarra la hendidura que me canso
—¡No—responde el León—no nos iremos; Tira luego por esa parte opuesta
H o y mismo quiero ver por experiencia, Con valor ahora fuerte.—Y el incauto
Si acaso eres conmigo tan valiente Mete las manos hasta las muñecas,
Como tirano con las otras bestias!— Para abrir más el tronco; pero el hombre,
Pone el hombre en tortura su discurso Soltando la palanca, preso deja
Porque le suministre alguna treta; A su rival, que brama de coraje
Mas la presencia de ánimo no pierde, Y de dolor que le hace ver estrellas.
Que es lo que en tales casos aprovecha. Entonces con irónica risita
— M i r a — d i j o al León—siempre la fama Le decía:—Verás por experiencia
Y a se ve, es imposible que uno pueda Si acaso soy contigo tan valiente
Á todos contentar mas no me opongo: Como tirano con las otras bestias.
Estoy conforme con lo que tú quieras; ¡Rebelde! á palos domaré tu orgullo,
Pero antes que riñamos, es preciso Y amarrado después, con fuerte cuerda,
Hacer para mi casa un haz de leña, T e llevaré arrastrando por las calles
Porque si tú me vences, ya eso menos Para que en la horca deshonrado mueras. —
Tendrá que hacer mi débil compañera; Tanto el tormento de la mordedura
Cuando no, quedaré debilitado, Como lo doloroso de la afrenta,
Porque no hay enemigo que no ofenda. Angustian al León: pierde el sentido,
El León no advertía que en un tronco Se desmaya, inclinando la cabeza
Cuyas profundas raíces lo sustentan, Contra el pérfido tronco; mas volviendo
Y que tenía cerca su enemigo, En sí, otra vez le dice: —¡Hombre! respeta
Una hacha muy pesada estaba puesta. Los decretos del cielo en la desgracia,
Tomóla, pues, el hombre, y allí mismo Que hacer mayor pretendes con la afrenta.
L a clavó con tal ímpetu y violencia, Si acaso te es tan dulce la venganza,
Que bien se percibió crujir el tronco, Tienes tu mano armada, y yo cabeza:
Vibrar el aire, retemblar la tierra. Hiere al que ingenuamente reconoce
Después con tono impávido le dice: Que á todo es superior tu inteligencia,'
— S i apeteces cuanto antes la contienda, — N o — d i j o el hombre entonces—vive honrado.
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Y al mismo tiempo fácilmente suelta >jh\ • • l-*!/:*' ofraim


A l vencido León, y sigue hablando:
—¡Mucha gloria es vencerte, noble fiera;
Mas sin comparación es más glorioso 'JgQ&t ' s
El triunfo celestial de la clemencia!

D. JOSÉ BATRES Y MONTUFAR.


I D. J O S É B A T R E S Y MONTUFAR.

E L RELOJ.

PRIMERA PARTE.

Toda mujer que mucho otea ó es risueña


Dil' sin miedo tus coilas, non te embargue verguéfia,

Si la primera onda de la mar airada


Espantase al marinero cuando viene turbada,
Nunca en la mar entraría con su cave ferrada.
Non te espante la dueña la primera vegada.

e l arcipreste juan ruiz.

Aunque el aconsejar á las señoras


Lo juzgo necedad y es uso añejo,
Hace tiempo, bellísimas lectoras,
Que estoy pensando en daros un consejo,
Y es el de que robéis algunas horas
A la ventana, al piano y al espejo,
Y os dediquéis un tanto á la lectura,
Por prevención para la edad madura.

Hermosas sois desde los pies al pelo,


Frescas, bellas, lozanas como rosas,
Vuestro color es el carmín del cielo,
Talles tenéis de ninfas y de diosas,
Etcétera: y bastante me recelo
Que, siendo tan modestas como hermosas, A las crónicas soy aficionado,
Más me valiera el no deciros nada, A las de Guatemala sobre todo,
Pues sé que la lisonja os desagrada. Y he grande copia de ellas registrado
Del frontispicio al último recodo.
Sin embargo, cual íbamos diciendo, Ni sólo el Juarros leo con agrado:
Aunque tan bellas sois, vuestra hermosura Que también me deleitan á su modo
Nada puede perder, á lo que entiendo, Ximénez, Vázquez, Remesal, Castillo,
Por un poco de estudio y de lectura; Fuentes, y algunos más, cuando los pillo.
Mas cuando la lectura recomiendo,
No me limito á la literatura, Yo quiero demostraros que no miento
Pues novelas y dramas ya sospecho Cuando digo que es una maravilla
Que bastantes leéis: y con provecho. Lo que estos libros cuentan, y al intento,
Os voy á hacer la narración sencilla
Es un gusto aprender en los autores Del lance acontecido á un avariento
Que tratan de las ciencias naturales, Por el primer reloj de campanilla
Por qué de las semillas nacen flores, Que vino á Guatemala.—De contado
Cómo hacen para andar los animales, Fué reloj muy famoso, muy sonado.
Para qué fin hay rayos y temblores,
O de qué se componen los metales: Digo que fué sonado; pero ruego
Cosas que cada día estoy leyendo, Que no por la campana se presuma
Que siempre admiro y que jamás entiendo. Que yo de intento con las voces juego,
Sino, que al paso se me fué la pluma.
Y en los libros que tratan del Gobierno, Un juego de palabras desde luego
Del Código ateniense, del romano, Se sufre en un Congreso; mas en suma,
Del régimen antiguo, del moderno, Hace muy poco honor á cualesquiera
Monárquico, feudal, republicano: Que tenga alguna sal en la mollera.
Cuándo debe un Congreso ser eterno,
Cómo se erige en déspota un tirano, Toda andaba Ja gente alborotada
Qué se entiende por Ley de garantías, Por ver aquella alhaja prodigiosa:
Y por qué se ha de hollar todos los días. Unos decían «¡obra delicada!»
Decían otros «¡máquina curiosa!»
Mas aquellos que tratan de la historia Otros en baja voz «no vale nada»,
A cualquiera lectura los prefiero, Como sucede con cualquiera cosa:
Sólo por ir grabando en mi memoria Y su dueño con mucha cortesía,
Tanto nombre de rey, tanto guerrero, «Está á la orden de ustedes», les decía.
Tanta revolución, tanta victoria,
Tanto ministro en busca de dinero, Don Alejo Veraguas era el dueño,
Tantas fechas, en fin, amontonadas Que aunque había nacido en Comayagua,
Por calendas, hegiras, olimpiadas. Se decía Asturiano ó Extremeño
Porque su tío don Martín Veragua, Una frasquera de cristal completa,
Á Portugal se lo llevó pequeño, U n busto de Nerón y una escopeta.
Y después á Gijón—á lengua de a g u a —
Y allí se estuvo hasta que muerto el tío Don Alejo inflexible se mostraba
Por la Habana se vino en un navio. Sin admitir contrato ni propuesta:
A l del caballo overo contestaba
Por lo cual á pesar de ser guanaco, «Tengo caballo». A l otro por respuesta
En su modo de hablar era europeo, Decía «Tengo espejo», y acababa
Y además, tan galán, tan currutaco, Por decirles á todos, «más me cuesta:
Que nadie le igualaba en un paseo: Trescientos pesos me costó sin sellos
A la verdad, era un poquillo flaco, Y después un anillo di por ellos.»
Y visto de perfil era algo feo,
Y algo pecoso, y le faltaba un diente; Pero después de tanto defenderlo
Mas era muy buen mozo: muy decente. De cambios y de rifas, ¿quién dijera
De qué manera al fin vino á perderlo?
Tanto que en aquel tiempo las señoras, E n igual caso yo, si mío fuera,
Máxime las viudas y solteras, No queriendo trocarlo ni venderlo,
Se morían por él, y á todas horas Con muchísimo gusto lo perdiera:
Andábanse por verle á las carreras: Tor salvar el honor de mi querida,
No harían otro tanto mis lectoras, No digo mi reloj : diera la vida.
Que ni curiosas son ni noveleras;
Mas era entonces diferente todo Don Alejo era mozo muy amable,
Y así las cosas iban de otro modo. De buena educación, de buenos modos,
Mas tenía un defecto bien notable
Cuál su garbo elogiaba y su despejo, Que con razón le criticaban todos.
Cuál su buen gusto y su vestir prolijo, Por la menor cuestión sacaba el sable,
V a Don Alejo y torna don Alejo, Y siempre se metía hasta los codos
Don Alejo hizo, don Alejo dijo: E n negocios de intrigas y de amores,
¿Había algún convite, algún festejo? De los cuales contaban mil horrores.
Con él antes contaban; era fijo :
Y los hombres tomándolo á sonrojo Decíase que á un cierto Timoteo,
Comenzaron á verle de reojo. Marido de una linda tocoyana,
Halló medio de enviarle de correo
Mas le hacían propuestas cada día Por pasarse con ella la semana.
Por el reloj, ya en cambio, ya en dinero: E l lance ¡vive Dios! estuvo feo,
Este doscientos pesos le ofrecía, Y después de conducta tan villana
Aquel diez onzas y un caballo overo, Siempre que se acordaba del asunto
Quien una rifa en tercio proponía, E n carcajadas prorrumpía al punto.
Quien un catre, un tremol de cuerpo entero,
De cada nuevo amor, cada conquista, Que siendo una mujer de ingenio raro,
Cada beldad que á su pasión rendía Joven, alegre, antojadiza, hermosa
Iba apuntando el nombre en una lista Y con mil cualidades, era olaro
Que debiera llamarse letanía. Que hacía de Cabral cuanto quería,
Era muy socarrón, gran pirronista Y hasta la bolsa, á su pesar, le abría.
Y á todas las mujeres las tenía
E n concepto de falsas, caprichosas Doña Clara, además de su hermosura
Y de que sé yo cuántas otras cosas. (Porque este era sii nombre: doña Clara),
Que en verdad parecía una pintura,
Se ve que era un insigne libertino Tenía un cierto no sé qué en la cara
Que siempre del amor había hablado Y una cierta expresión en'la figura,
Como de una botella de buen vino, Que el más hábil pintor no la pintara,
De un plato de perdiz ó de pescado. Y un mirar, y un reir con un salero
A l cabo castigóle su destino; Capaz de volver loco al mundo entero.
Y aquel soberbio corazón osado,
Que jamás doblegaba la cabeza, Sobre su pie brevísimo y pulido
Cayó redondo al pie de una belleza. Que apenas al andar dejaba huellas,
A l ondular las faldas del vestido
Era por aquel tiempo alférez real Podíanse entrever sus formas bellas:
De la Noble Ciudad de Goatkemala, L a encarnadura, el torno, el colorido
Don Cornelio Peleznez del Cabral, Que adivinaba el pensamiento en ellas
Bajo cuyo apellido le señala Contrastaban lo fino, lo gracioso,
Un viejo cronicón municipal; De su talle flexible y voluptuoso.
Mas él dejó el Peleznez por la mala
Pronunciación, que daba muchas veces Además al tocar el forte piano
Ocasión á llamarle Pelanueces. Si no igualaba á Adán en la destreza,
Le excedía en lo lindo de la mano
Por tanto conservó el apelativo Y en llevar el compás con la cabeza;
De Cabral, sin Peleznez, liso y llano: Su voz era un dulcísimo soprano:
Era chico de cuerpo, de ojo vivo, Ni diré que cantara con limpieza,
De carácter tal cual: algo liviano, Mas si algún desentono cometía,
Un poco tonto, un poco vengativo, Su buena dentadura lo suplía.
Un poco sinvergüenza, un poco vano,
Un poco falso, adulador completo, Aunque de fierro, aunque de mármol fuera,
Por lo demás, bellísimo sujeto, ¿Dónde encontrar un corazón tan frío
Que á tantas cualidades resistiera?
Sólo sí le tachaban una cosa Seguro está de que no sería el mío,
Que era el ser muy judío, muy avaro, Y si tan arrogante alguno hubiera
Excepto, sin embargo, con su esposa Que quisiese aceptar el desafío,
tomo :.
E n mirando bailar á doña Clara Pasaba don Alejo y revolvía
Las orejas apuesto á que la amara. Y volvía á pasar y la miraba,
Y ella ni aun advertirlo parecía
Don Alejo la vió y un cierto fuego Sino cuando al pasar la saludaba.
De nueva calidad sintió en el alma, Entonces al saludo respondía;
Desazón, inquietud, desasosiego, Mas nada en sus maneras demostraba
Que le robaban su primera calma: Que le diese importancia á tal cortejo,
Bien habría querido desde luego De que se daba al diablo don Alejo.
Añadir á las otras esa palma,
Grabar en su blasón esa conquista, E n esta situación, en este empeño
Ese nombre agregar á aquella lista. E l tiempo se pasaba, y el amante
Iba perdiendo el apetito, el sueño
Mas no era fácil semejante empresa Y la antigua alegría del semblante. m
Con mujer tan preciada y orgullosa, A la luz de los ojos de su dueño
Que se tenía en más que una princesa Ardía el infeliz solicitante
Y tenía más humos que una diosa: Rondando en torno de la bella dama
Mujer que su virtud guardaba ilesa Cual mariposa en torno de la llama.
Por vanidad y no por otra cosa ;
Ni este orgullo salíale á la cara; ¿De cuándo acá tan tímido y cobarde?
Que antes era un almíbar doña Clara. Se decía á sí mismo con despecho:
¿Por qué ocultar las llamas en que arde
Por eso don Alejo el atrevido, Callado el corazón dentro del pecho?
E l audaz don Alejo vacilaba, Tengo de hablar, y si he de hacerlo tarde
Que nunca había cosa tal sentido Mejor será temprano: dicho y hecho:
Como la que esta bella le inspiraba. Y la primera vez que la vió sola,
Por más planes que hubiese concebido, Acercóse á la reja y saludóla.
Así que en su presencia se encontraba, m
Todo el plan se cambiaba en un enredo, Don Alejo en sus mientes cavilando
En duda, amor, placer, valor y miedo. Lindas frases había prevenido
Para decir su amor en tono blando,
Si doña Clara al punto echó de ver Patético, elocuente y comedido
Esta pasión, no lo sabré decir; Cual convenía al caso; pero cuando
Pues nada sé de astucias de mujer, Vió faz á faz al dueño apetecido,
Ni aventuro sobre ellas mi sentir. Sin poder proferir un solo acento
v:
Mucho menos alcanzo á comprender Perdió el color y le faltó el aliento.
E n qué diablos podía consistir
Oue se viesen á tarde Jy á mañana Como aquel que al saltar un ancho foso
El en su calle y ella en su ventana. Midiendo la distancia se prepara,
Y toma espacio y lánzase animoso,

: f
Y corre al borde, y súbito se para Se puso á pasear como demente,
Arredrado del salto peligroso: Pronunciando el monólogo siguiente:
Del mismo modo al ver á doña Clara
Arrugar el hermoso sobrecejo. «Lengua de Barrabás, que en los pasados
Se quedó como estatua don Alejo. Tiempos, para mentir falsos amores,
Veloz, en gabinetes y en estrados,
Y ella viendo pintado su desmayo Parecías redoble de tambores,
E n la cara angustiada que tenía, A manera de ciertos diputados
Que herido parecía estar del rayo, Que quisieran pasar por oradores:
T o m ó un aire de trisca y de ironía, ¿Cómo diablos ¡ oh lengua! enmudeciste
Hoy que decir una verdad quisiste?»
Y su rostro inclinando de soslayo,
Le dijo con maligna cortesía
Y risa entre burlona y desdeñosa: Hizo una breve pausa y levantando
«¿Iba usted á decirme alguna c o s a ? » La voz, como cantor en un crescendo
Que comienza en acento sordo y blando
«Mal la mujer conoce quien presume, Y progresivamente va subiendo,
Á fuerza de suspiros obligarla ; Apostrofó á su ingrata, declamando
E n vano se desvive y se consume Versos de Shakespeare; mas traduciendo
E n su necia pasión sin explicarla. Con la fidelidad con que interpreta
Valor, audacia: en esto se resume Cierta arenga de un belga la gaceta.
L a ciencia del amor y el resto es charla.»
Mas no penséis que esta sentencia es mía: «A woman sometimes scorns what best contents»
L a digo porque Byron la decía. Fué el texto que tomó: texto que quiere
Decir que algunas veces la mujer
Cuando alzó don Alejo la cabeza Hace burla de aquello que prefiere:
Para reconvenir á la inhumana Y que lo que más finge aborrecer
Por su feo desdén y su crudeza, E s lo mismo tal vez por que se muere;
Mano á mano se halló con la ventana. Ni de su burla hay que asustarse tanto,
Atónito, corrido, en su fiereza Que lo que empieza en risa acaba en llanto.
Clamaba á Lucifer con furia i n s a n a ,
Todo esto no lo dice sólo el texto,
Y al marcharse tirándose del pelo
Ni hay idioma en el mundo tan lacónico
Oyó una carcajada: ¡qué consuelo!
Que pueda en un renglón decir todo esto,
Inclusos el romano y el teutónico.
N o bien llegó á su casa el desdichado,
Mas los últimos versos son del resto
De infanda saña el corazón h e n c h i d o ,
De un discurso satírico y sardónico
Que se echó en su sillón desesperado,
Que dice, no me acuerdo qué persona
Descompuesto el cabello y el v e s t i d o :
Del drama Los Hidalgos de Verona.
Y luego levantóse endemoniado,
Y exhalando un sordísimo g e m i d o ,
Y prosiguió: «¡Mujer, yo te aborrezco! U n simple antojo, una ilusión fingida.
¡Mujer falaz, artificiosa, ingrata! ¿Qué es el amor? Es un delirio insano
A l escuchar tu nombre me enfurezco Que roe una existencia maldecida.
Porque es tu nombre tósigo que mata! No hay del amor definición correcta
Y o no quiero tu amor: yo no apetezco Y la da cada cual según su secta.
T u corrompido corazón de plata
Que sólo vibra al retintín del oro! Preguntad á Platón : en su sistema
Mujer ¡maldita seas! yo te adoro Es el amor un sentimiento puro,
Una llama invisible que no quema
»Yo te adoro es decir, á pesar mío: Y qué sé yo. — L a escuela de Epicuro
T e aborrezco y te adoro juntamente, Niega la esencia de esta unión suprema
Como se juntan el calor y el frío Y nos pinta el amor carnal, impuro;
E n el sudor glacial que arde mi frente: Aunque no fué Epicuro tan sensual,
Y o perdonara tu desdén impío; Mas Aristipo lo entendió muy mal.
¡Mas antes me arrojara en un torrente
Que perdonarte tu sangrienta mofa!» De unos y otros siguiendo la doctrina,
(Es algo metafísica esta estrofa.) Funda Rouseau la suya en la pureza
Del amor de Platón, al cual se inclina,
Dijo luégo entre dientes otras cosas Y cree que por exceso de flaqueza
De manera que apenas se entendían Tenemos que ceder á la rutina
Sino algunas palabras injuriosas De nuestra material naturaleza;
Que acaso sin querer se le salían: Mas que, aplacado un tanto este incentivo,
Como necias coquetas veleidosas Vuela el alma al amor contemplativo.
Y otras que bien presumo cuál serían;
Y a se v e , don Alejo estaba loco; Entre tantas escuelas y secciones
Pero se fué calmando poco á poco. Sobre esta gran cuestión de Erolojia
E n que están divididos los campeones
¡ O h amor (este episodio es excelente, De la moral y la filosofía,
E l verso es suelto, fácil, bien hilado Y entre este laberinto de opiniones,
Y corre como el agua de una fuente). La que prefiero á todas es la mía;
¡Oh amor (y buen trabajo me ha costado) Y pues viene de perlas, os haré
¡ O h amor inconcebible, inconsecuente, Una sincera profesión de fe.
¿Qué nombre te daré (poned cuidado)
Si á veces, más que amor, pareces odio? Y o creo en el amor sentimental,
(Arrogante principio de episodio!) Y creo en la amistad del corazón,
Y en el gusto, también, condicional
¿Qué es el amor? Es un sublime arcano, De Rouseau, de Voltaire, de Richardsón
Símbolo del misterio de la vida. (Con acento en la sílaba final):
¿Qué es el amor? Es un capricho vano, Creo en la simpatía, en la atracción
De la filosofía de Rousel, Duerman en paz; en paz mi cuento sigo
Y si otro amor hubiere, creo en él. Apenas despertó de su letargo,
h • OOq Btí U n poco sosegado nuestro amigo
Creo también (lo digo con verdad) De su gran pesadumbre, sin embargo
En el desinterés de la mujer, De no estarlo del todo, como digo,
En su fina y constante lealtad, Viéndose en el escaño largo á largo,
E n su modo sublime de querer: Tendió los brazos y estiró el pescuezo,
La mujer es un ángel de bondad, Exhalando un suspiro y un bostezo.
Incapaz de engañar ó de ofender:
Ni tiene gracia que lo diga yo, También yo bostezara si tuviera
Ellas mismas dirán si es cierto ó no. De seguirle en su historia paso á paso,
Sin omitir ninguna friolera:
Y o conozco sus prendas; pero al cabo No la habría emprendido en ese caso:
Vale más el callar, porque no gusto U n buen pintor que pinta una pradera,
De que puedan pensar que las alabo Dibuja al sol cayendo en el ocaso
Por mi propio interés: lo justo, justo: Y al ganado paciendo en la verdura;
Ni acostumbro adular con menoscabo Mas no llena su cuadro con basura.
De la verdad, ni empleo el tono adusto
O el estilo dogmático de un viejo Baste, pues, el decir «que recobrado
Entretanto ¿qué hacía don Alejo? Y del primer terror convalecido»,
Tornó á su galanteo acostumbrado,
Lo que entretanto don Alejo hacía Olvidando el desaire recibido.
Era estar recostado en un escaño, (Esto se llama estar enamorado.)
Rendido á su dolor ¡quizá dormía! Ni desistió jamás de este partido
¿Vosotras lo extrañáis? Yo no lo extraño. Aunque vió ser su diligencia vana,
Si una pena durase todo un día Pues siempre hallaba sola la ventana.
Tan cruda como empieza, haría un año
Que no saliera un verso pareado Por abreviar mi tarda narración
De mi cráneo Vacío y horadado. V o y á cortarla aquí: como el congreso
Que teniendo la ley en discusión,
Dejémosle dormir enhorabuena, Para darla más presto entra en receso.
Que el sueño, si no cura al desgraciado, Cumple así cada cual su obligación,
Alíviale, á lo menos, de su pena, A l público aliviando de un gran peso:
A lo menos da tregua á su cuidado. El diputado el de su inútil dieta,
Duerme el cautivo atado á su cadena, Y el de algunas estrofas el poeta.
Duerme junto á sus armas el soldado,
Duerme el piloto al pie del gobernalle, Pero no puedo menos que copiar
Y duermen los serenos en la calle. Una carta que guardo para muestra
Del femenil estilo epistolar
E n época tan varia de la nuestra. »tu amiga que desea verdete,
Se hace en ella mención particular (Así el original) Clara Róblete
Del lance acaecido en la fenestra;
(Fenestra significa la ventana), •»de Cabrales. — P. D. Y a ves como
Y dice: «Jueves, diez —Querida Juana: »don Alejo llegó por la ventana
»con ánimo de hablarme y empezó mo-
»No puedes figurarte con la pena »liéndome con que soy una tirana,
»que me tiene tu viaje pues á cada »pues estaba mas pálido que el plomo
»rato estoy preguntando como un ena- »y se puso á decir cuanto la gana
»morado cuando vuelves, pero nada »le dió, que era muy linda como un cielo
»importa lo demás como estes buena »pero ni la mitad es esto de lo
»que es lo que y o deseo y muy hallada
»y engordes mucho con los baños en »que me decía; qué dirá la gente
»unión de don Gerónimo con quien »de haberlo visto allí con su tontera
»por más que yo le dije que era un ente
»estoy muy enojada, pero mucho, »muy insignificante, y que se fuera:
»pues yo ninguna tulla he recibido, »pues si vieras, es hombre muy corriente
»y dime si ha salido bueno tu cho- >y que tiene la sangre muy ligera;
»colate para enviarte, no me ha sido »mas á mi no me gusta por osado,
»posible conseguir que el avechucho »pues amantes como él se encuentran á
»de don Blas mi cuñado haya querido
»llevarme á verte; es tanto lo que extraño »docenas. Pero al fin se fué llorando
»tu falta que ya pienso que hace un año »así que me quité, ve qué locura,
»y andaba por allí Cornelio cuando
»pues tengo mucho que contarte ya sa- »esto pasó, y cayó con calentura
»brías el casamiento de la Coso »don Alejo, y ha estado delirando,
»con don Juan Catarino, y que se casa >mas ¡por mí! que se muera, ya me apura
»á disgusto de todos pero yo so- »el portador. Jesús, qué priesa de hombre,
»lamente por la pobre NicolaSa »saluda á don Jerónimo en mi nombre.»
»lo ciento porque dicen que es celoso
...(un borrón hay aquí sobre lo escrito)... Así escribían antes las señoras.
»pues no me gusta el novio ni tantito. ¡Cómo los tiempos mudan! hoy en día,
E n que todo es progresos y mejoras,
»Y no me alargo mas por estar suma- Da gusto lo que escriben, á fe mía;
m e n t e indispuesta con dolor de cara Y entre ellas sobresalen mis lectoras.
»y escribiendo muy mal de modo que huma- ¡Qué estilo! ¡qué dicción! ¡qué ortografía!
»namente no podras leer mis gara- ¡Qué delicada construcción de frases,
»vatos, y por estar fatal la pluma. Sin mentiras, sin pueses y sin mases!
»No dejes de escribir dos letras para
¿Pudiera ser acaso de otro modo? Se alegraron las calles con festones,
Sin que nos extendamos más sobre esto. Armáronse pendencias, tremolinas,
Con decir quiénes son, se dijo todo. Corrillos, carcajadas, estrujones,
Alguno juzgará que me he propuesto Pañuelos y sortijas se perdieron,
Ser su panegirista, y que acomodo Y muchachas también pero volvieron
Una lisonja con cualquier pretexto:
No es mi carácter ese; si supiera A l son de chirimías y atabales,
Alguna cosa en contra, lo dijera. Los de Tlaxcala claros descendientes,
Llevando á cuestas arcos triunfales,
Pero vuelvo á mi historia, y os convido La marcha precedían diligentes;
A dar conmigo un salto ¿qué, os espanta? Bellas plumas de pavos y quezales
No es el salto de Léucades temido, Coronaban los arcos relucientes,
Ni el que con un dogal en la garganta Y otros indios vestidos de soldados
Dió Judas de su infamia arrepentido. Los custodiaban de arcabuz armados.
Ni el salto que Solís tanto decanta
De A l varado con todos sus arneses: Á caballo seguía la nobleza
Es simplemente un salto de dos meses. E n unión del ilustre Ayuntamiento,
Ostentando su brillo y gentileza
E l de Noviembre es clásico en la historia En selecto y lucido regimiento.
Del reino de Utatlan (hoy Guatemala) Cada corcel llevaba en la cabeza
Por la recordación de una victoria U n penacho ó florón: el paramento
Que en unión de los indios de Tlaxcala Era de plata y oro, y enrizadas
Aquel héroe ganó; y en su memoria La cola y crin con cintas enlazadas.
Se hacía en este mes con pompa y gala
Un militar paseo, en la vigilia Cerraba la brillante cabalgata
Del día veinte y dos — Santa Cecilia. L a Audiencia y la real Chancillería,
También bordado el traje de oro y plata
Llegado, pues, aquel famoso día Más vistoso que el sol á mediodía.
En el año que vamos refiriendo, Vestido el Presidente de escarlata,
Comenzó la función como solía Con más ostentación que un rey venía,
A l son de las campanas y al estruendo Trayendo á la derecha en su bridón
De dos piezas ó tres de artillería A l Alférez real con el pendón.
O fuese de arcabuces: no pretendo
Que se me preste fe sobre este punto, Por último, venía paso á paso
Mas las salvas importan á mi asunto. El cuerpo provincial de los dragones,
De disciplina y de valor escaso,
De gentes se cuajaron las esquinas, E n caballos muy flacos y trotones,
De damas se adornaron los balcones, A l son de un mal tambor, sin hacer caso
Colgáronse los muros de cortinas, De guardar formación, por pelotones,
:' " 'y-

Con mucha gravedad y muy despacio A éstos seguía don Julián Moneada,
Venía encaminándose á Palacio, Teniente coronel, mayor de plaza;
Mayordomo mayor de la Cruzada
Cuyo balcón estaba rebosando Y Tercero del Carmen, dando traza
De damas y señores de gran cuenta, De alcanzar á don Cosme de Vainada,
El egregio paseo contemplando, Que montaba un bridón de buena raza,
Junto con la señora Presidenta. Y á don Justo Pastilla que en su potro
A l ir los caballeros desfilando Con un estribo va más largo que otro.
L a excelsa multitud estaba atenta
(La llamo excelsa porque estaba en alto) No quiero fastidiar con los demás,
Viendo cada corveta Jy cada salto. Como los Garrafuerte, los Gallín,
Los Peladas, los Moscas, los Reiyas,
Pasó el primei o don Martín Lamprea, Los Trampeas, en número sin fin:
M u y estirado en una yegua baya; Todos con sus lacayos por detrás,
Tras él don Juan Gonorreitigorrea, Puesta la mano en la anca del rocín;
Natural de Pasajes, en Vizcaya; Mas ¿quién son esas damas que los miran
Seguíanles don Sancho Bocafea, Desde el balcón, y viéndolos suspiran?
Don Luis Tenaza, don Andrés Malhaya,
Don Blas Cabral y don Manuel Cornada, La Presidenta doña Petra Almonda
Hombre de una nariz desaforada. Era la principal, y su sobrina
Doña Lucía, natural de Ronda,
Venía don Crisóstomo Zamporda Muy salada gitana y muy ladina.
E n un caballo negro salpicado: Doña Isabel Sinnóes, linda y blonda,
Don Bruno Rueda en una yegua torda Doña Inés Tresamantes de Pesquina
L e seguía torciéndose de lado. Y doña Cruz Malpara del Pezado,
Cerca de él don Gregorio Panzagorda Les hacían la corte á cada lado.
Hundía el lomo de un rocín melado,
Y el de un overo don José Portilla, Prendida la mantilla con hilvanes,
Agarrado del pico de la silla. Muy mirlada en su silla le seguía
Doña Coronación de Cienfustanes;
En un zaino de trote furibundo Después doña Tomasa de Maldía,
Don Tonino Lenguaza atrás venía: Guiñando el ojo á todos los galanes;
E l hombre más chismoso de este mundo Luego doña Joaquina Cararpía,
Y el más cobarde que en el reino había. Con el rostro muy seco y afligido
Don Julio Mier iba á su lado, oriundo Por la muerte del séptimo marido.
De Carmona, ciudad de Andalucía,
Y con ellos don Marcos Bahamonde, Estaba allí doña Rosita Alfaca,
Corregidor que fué de no sé dónde. Cuñada de un oidor de campanillas,
Y doña Dorotea Tomaidaca
Que cantaba muy bien las seguidillas.
Va á repetir en su último reflejo:
También doña A n a Espín, señora flaca,
¡A... quel es..., allá viene... don Alejo!
Empeñada en cubrir las pantorrillas
De doña Engracia Ordez, señora gorda
E n esto despuntaba por la plaza
Que á la solicitud se hacía la sorda.
Más que Orlando gallardo el caballero,
No cubierto de casco ni coraza,
Doña Clara Róblete, por supuesto,
Sino de una casaca y un sombrero.
A todas excedía en hermosura,
Ni llevaba montante, lanza ó maza,
E n tez, en cara, en talle y en el resto,
Ni pulido broquel de fino acero,
Y en el traje también, cuya pintura Mas un estoque armado en pedrería
Haría si pudiera; mas sobre esto Que del dorado cinturón pendía.
Nada sé, ni de frases de costura;
¿Qué entiendo yo de nesgas, lazos, golas,
Eran de raso blanco los calzones
Bebederos, jaretas ni escarolas?
Llegándole no más que á las rodillas,
Cubiertas las costuras con galones
Estas y otras bellezas sobrehumanas,
Y sujetos al cuerpo con hebillas.
El mirador magnífico cubriendo,
No diré que alcanzase á los talones
Parecían huríes y sultanas
La casaca, mas sí á las pantorrillas,
Que un bazar estuviesen presidiendo.
De seda de Milán color de perla
Gordas y flacas, jóvenes y ancianas
E n silencio ¡oh prodigio! estaban viendo Y bordada, que daba gusto verla.
Pasar los caballeros, como digo,
¡Cual si fuese el ejército enemigo! La larga chupa al muslo descendía
De igual color y de las mismas telas,
Y una y otra cartera guarnecía
De repente un clamor estrepitoso
U n hermoso alamar de lentejuelas.
Se oyó rodar entre las damas bellas,
Por su brillo tal vez se juzgaría
Y un volver las cabezas, y un ansioso
Que llevaba en los muslos escarcelas;
Mirar al mismo lado todas ellas.
Era el ropaje, en fin, de los más ricos,
Así al ver algún cuerpo luminoso
Así como el sombrero de tres picos.
E l campo atravesar de las estrellas
Todos para mirarlo se voltean,
Tenía el alazán la frente blanca,
Y ála vez dicen todos «¡vean, vean!»
Ancha nariz, cabeza breve y cuello,
Largo y delgado ijar, redonda el anca,
¡Allá viene! ¡allá viene! ¡Qué galán,
Robusto el pecho, liberal resuello,
Don Alejo es aquel que se adelanta!
Rasgado el ojo, la mirada franca,
¡Allá viene montado en su alazán,
El brazo negro, levantado, bello,
Qué planta de animal, qué hermosa planta!
Que en tierra estampa el casco desdeñoso
Estas palabras circulando van
Como quien pisa el cráneo de un chismoso.
Y el eco del rumor que se levanta

tomo i. 22
En el aire flotando su copete No pudiendo sufrir los empellones,
Iba el corcel erguido como un gallo; Soltó las riendas y alargó los brazos;
Y su dueño estirado del jarrete Y mostrando el revés de sus calzones
Parecía sultán en su serrallo. Cayó, haciendo á la noble concurrencia
Las mujeres miraban al jinete Una inversa y profunda reverencia.
Y los hombres miraban al caballo;
A l par iba el rocín que el dueño ufano, Muy lejos de burlar al caballero
Con fundamento igual para ser vano. Por aquella ridicula aventura,
Decían: ¡qué valiente, qué ligero!
A l dar frente al balcón, con algazara ¡Con qué gracia se cae, qué soltura!
Saludóle aquel círculo festivo, El aura popular con un guerrero
Y en medio del bullicio, doña Clara Hace siempre lo mismo y transfigura
Haciendo un ademán no poco esquivo, Cualquier ardid que le sugiere el miedo
Decirles parecía con la cara E n estrategia, en táctica, en denuedo.
«Ese sultán que veis es mi cautivo»;
Señal de que sentía allá en su pecho ¡Don Alejo cayó! De su caída
Cierto placer de orgullo satisfecho. Alzóse con más gloria, más preciado;
Las mujeres temblaron por su vida,
El desdeñado amante, con deseos Su reloj á los hombres dió cuidado.
De ostentar más y más su gallardía, La misma doña Clara conmovida,
Caracoles haciendo y escarceos, Juzgándole en las piedras estrellado,
Delante de las damas se lucía. Tan pálida se puso, que cualquiera,
Estando en estos saltos y paseos Viéndola así, su novia la creyera.
Su salva disparó la artillería
(Por eso hablé de salvas; mas ahora, De suerte que las damas lo notaron,
Si queréis, suprimidlas en buen hora.) Y afectando interés y simpatía
L a causa del pavor le preguntaron;
A l estallido los caballos fieros Mas ella ¡mi marido! les decía:
Parecían demonios desatados, Hacia Cabral entonces se tornaron,
Arrojando de sí á los caballeros Y viendo que el caballo le ccrnía
Sobre los circunstantes apiñados; Exclamó á carcajadas la asamblea:
Volaron espadines y sombreros ¡Vean cuál Pelanueces bambolea!
Y volaron también por todos lados
Unas cuantas polvíferas pelucas Juzga así el mundo etcétera (con esta
Dando á luz los secretos de las nucas. Dos etcéteras van). L a blanca lumbre
De la luna bañaba la alta cresta
Aunque se hacía el alazán pedazos Del monte, y la aureola de su cumbre
Guardaba don Alejo los arzones, Se empezaba á teñir, cuando la fiesta
Hasta que al repetir los cañonazos, Dió fin con el refresco de costumbre
Y de Asturias, ¿qué escriben? ¿será cierto
E n casa del alférez, donde os ruego
Que se va don Alejo en el verano?
Me permitáis llevaros desde luego,
— D i c e n que sí: le llama don Roberto
A recibir las minas del hermano
^ Por no cansar no pasaré revista
Oyendo doña Clara aquel aserto,
A los helados, vinos y licores.
Dejó caer el vaso de la mano,
Ni haré la larga y dilatada lista
El cual, dando al más viejo en las rodillas,
De los variados dulces y las flores
Eué rodando á sus pies á hacerse astillas.
Que el olfato halagaban y la vista
Con su grato perfume y sus colores;
¡El vaso! el va clamó Cabral ansioso;
Ni de cuanta invención el arte engendra
Como las ricas tártaras de almendra. Mas viendo el ceño á su mujer al paso,
Concluyó con un gesto lastimoso,
Sin acabar de repetir «el vaso»;
Cubiertas de brillantes perendengues,
Por enmendar el yerro de su esposo;
Cien beldades (es número hiperbólico)
Y corrida la dama del fracaso,
Digerían lisonjas y merengues
Díjole, dominando su sorpresa:
Con aire indiferente y melancólico.
«Conduce á estos señores á la mesa.»
No harían más melindres y más dengues
A l tomar el brebaje más diabólico
No andaba don Alejo tan remoto
Que los que á vista del sorbete hacían;
De la escena del cuádruplo congreso,
Pero ¿cómo ha de ser? se lo bebían.
Que no viese muy bien el vaso roto,
Y el cómo y el por qué de aquel suceso:
Cerca de doña Clara colocados,
Y vió la necedad y el alboroto
Hartos de limonada y de rosquillas,
Que metió don Cornelio, y que por eso
Dos señores estaban reclinados
A refrescar, le dijo doña Clara,
Contra los espaldares de sus sillas:
Que á entrambos caballeros se llevara.
Hablando de cosechas, de ganados,
Del precio del cacao en las Antillas,
De las noticias últimas de España Acercósele entonces el amante,
Y del conflicto con la Gran Bretaña. Con el valor que le faltó primero,
Leyendo su ventura en el semblante,
Ora tan blando y antes tan severo.
E l más mozo decía: «Estoy seguro,
Y en voz, le dijo tierna y suplicante:
Porque á mí me lo escriben de Valencia,
«No sabe usted lo mucho que la quiero;
De que estalló la guerra.»—El más maduro
Por Dios, no esconda tan hermosa cara,
Preguntóle: «¿Y qué dice su Excelencia?
¡Clara! ¡mi dulce, mi querida Clara!»
E s regular que en semejante apuro
Dictará alguna seria providencia
Ella, más colorada que un celaje,
— ¡ T o m a ! dispuso ya las necesarias,
Encendidos y lánguidos los ojos,
Como son rogativas y plegarias.»
Respondióle en suavísimo lenguaje
N o sé qué de peligros y de arrojos, Por hacer reverencias sempiternas
Del susto del caballo y del viaje: Con la espada enredada entre las piernas.
T o d o entre mil sonrisas y sonrojos,
Con abandono tal y tal gracejo, Las señoras en pie para marcharse,
Que se quedaba absorto don Alejo. Con abrazos sin fin se despedían
Todas hablando juntas, sin curarse
E s t a manera de decir su amor De lo que mutuamente se decían.
Parecerá trivial, pero no importa: Grato rumor que puede compararse
Y o digo como César: la mejor A l que presumo yo que formarían,
E s la menos pensada y la más corta: Por sonoras, por fuertes y por largas
N i es posible otra cosa en el ardor De Waterloo las últimas descargas.
De una declaración que el alma aborta
E n vértigo febril, que en su agonía Mas, en fin, una á una iban saliendo
E l corazón al corazón envía. Llevando cada cual su cucurucho
De los mejores dulces, y comiendo,
P o r lo demás, es esta mi manera, Y sobre todo, platicando mucho.
Y acaso dos ó tres de mis lectoras Los caballeros íbanles siguiendo
Podrían recordarla si no fuera Como sigue á la garza el aguilucho;
Porque piensan en otras á estas horas. Y en los jacos montaban los lacayos
El éxito (compruébelo el que quiera) Que partían veloces como rayos.
Excede al de las frases más sonoras,
Que anticipado el ánimo prepara: Fuerza fué, pues, á nuestros dos amantes
Díganlo don Alejo y doña Clara. Dejar sus dulces diálogos pendientes,
Resueltos á seguirlos cuanto antes
Dulce, como resbala de la fuente Y diciendo ternezas entre dientes.
E l cristal entre márgenes de flores, Por equivocación trocaron guantes
E l tiempo resbalaba su corriente (Acaso no serían diferentes),
Sobre nuestros ternísimos actores. Y al protector estruendo de los coches,
No quiero ya decir que enteramente Se dieron las postreras buenas noches.
Tuviesen ajustados sus amores:
¿Dónde está la mujer tan sin orgullo, ¡Á dormir! ¡á dormir! que estoy cansado
Que dé los brazos al primer arrullo? L e dijo á doña Clara su marido
Cuando quedaron solos:—¿Qué hora ha dado?
E n confuso rumor los caballeros — L a s nueve.—¡Con razón! Tremenda ha sido
Andaban ya buscando por las sillas L a jornada y el gasto demasiado,
Látigos, abanicos y sombreros, Y mañana el almuerzo ¡estoy lucido!
Y las damas prendiendo sus mantillas, ¿No vienes á acostarte? ¿Qué horas son
Y los criados llamando á los cocheros, Por el reloj?—Las nueve.—¡Con razón!
Y don Cornelio dando zancadillas
Diez minutos después Cabral dormía, Y placentera tu frente:
Y , al lado suyo, su mujer velaba; Ríe tú mientras yo muero
Así dió fin la fiesta de aquel día, Ríete; ¡oh cara!
Que tanto en la ciudad se celebraba; Por tu sonrisa trocara
E l día veintidós se repetía E l mundo entero.»
L a misma operación, y se almorzaba
En casa del alférez, y acabado, Esta canción cantaba don Alexo,
Volvía todo á su normal estado. (Don Alejo con X se firmaba,
Pero no con acento circunflejo)
Cabral dormía, digo, sin cautela, Y doña Clara en vela le escuchaba:
A pierna suelta, de su esposa al lado: «Duerme tú, duerme tú, mientras me quejo»;
Á su lado la esposa estaba en vela, Esta canción, repito que cantaba:
Y en la calle el amante desvelado, «Duerme tú; duerme tú , mi dulce dueño.»
Cantaba al blando son de su vihuela ¡Bonito modo de llamar el sueño!
Una canción en tono bemolado
De do menor: con el compás consueto Velaba doña Clara, y su marido
De seis por ocho, en aire de larguetto. Á cada copla del cantor nocturno
Con un trinado y áspero ronquido
«Duerme ¡oh bella! en paz y en calma A l compás respondíale por turno,
Sobre tu dorado lecho, O profería frases sin sentido
Sin pesares en el alma Entre sueños mohíno y taciturno,
Ni temores en el pecho. Como «Clara no saltes ¡ay! detente
Duerme tú, mientras yo canto Soy de cristal me rompes ¡cuánta gente!....»
Lánguida trova,
Sin que te turbe en tu alcoba Así sueña el gobierno con la bula,
Mi quebranto. El obispo y el fuero: mientras tanto
Que canta el enemigo en Tapachula
»Sueña mágicos jardines Y en los Altos resuena el ronco canto,
Con fuentes, grutas y flores: ¡Oh patria! ¡cara patria! Disimula
Sueña espléndidos festines Si tus llagas no baño con mi llanto;
Con danzas y con amores. Mas ya mis ojos cóncavos y huecos
Sueña t ú , mientras y o velo, Á fuerza de llorar quedaron secos.
¡Idolo mío!
Y al aire el acento envío Y o quisiera saber en qué consiste
De mi duelo. Que en el curso de un día está mi mente
Unas veces alegre y otras triste;
»Duerme, hermosa, y en el sueño Como mujer fantástica y demente,
Séate blando el ambiente. Que de luto y de púrpura se viste
Esté tu rostro risueño Mudando de color continuamente.
No llego á conocer mi fantasía, Habláronse en la reja muchas veces
Y las ajenas menos que la mía. E l amante y la dama sin recelo,
E n tanto que soñaba Pelanueces
Propongo este dilema: ¿es un entero Que se venía del caballo al suelo.
Nuestra imaginación? ¿Es un quebrado, Oculto don Alejo en los dobleces
(Entiéndame quien pueda) ó es un cero? De la capa, calado su chapelo
Cero no puede ser por decontado: Y bajo el brazo la ancha toledana,
N i se vaya á pensar que me refiero Como un Cid asediaba la ventana.
A la tesorería del Estado
Cuando de ceros hablo: ni se crea Ya podéis suponer que pocos días
Que aludo á lo que hizo la Asamblea. Pasaron sin que todas las vecinas
Comenzasen á armar habladurías
Prosigamos.—Aquella serenata Acerca de estas citas clandestinas.
Significaba «ven á la ventana», E l que dice vecinas dice espías :
Y aunque no aquella noche, en la inmediata Lleve el diablo sus lenguas viperinas!
L a súplica del bardo no fué vana: Odiosa, inútil y maldita raza
Envuelta doña Clara en una bata, Que sólo sirve de espantar la caza.
Hasta más de las dos de la mañana,
E n gran coloquio estuvo con su amigo, A l soplo de la brisa más ligera
A l través de una reja y un postigo. L a llama débil ríndese y se apaga,
Mientras que al huracán la inmensa hoguera
Y no obstante el estar enamorada Arde con más violencia y se propaga.
Hizo la resistencia más lucida, Muere un débil amor de igual manera
Cual valerosa guarnición sitiada, A l primer contratiempo que le amaga;
Antes de dar la plaza por vencida: Mas á la par que el contratiempo crece,
E l «no puedo, el «no debo», el «soy casada», El amor verdadero se enardece.
Á su tiempo vinieron: en seguida
Un silencio obstinado, un aire inquieto; Así Clara y Alejo (los tuteo
Por último el encargo del secreto. Harto de tanto don y tanto doña )
No cedieron al necio cacareo
Sk
Guardar secreto es condición forzosa Que levantó la vecinal ponzoña.
Que impone la mujer con el objeto Antes bien se encendieron en deseo
De mostrar que si cede es pesarosa: De quitarse á la vez aquella roña
«Te quiero, pero guárdame el secreto.» Y de poderse ver con más franquicia
Y el hombre, por jurar alguna cosa, Siempre que fuese la ocasión propicia.
Le jura con mil cruces ser discreto:
¡Ambos juran callar! y á sus amigos Cerca de la ciudad y al mediodía
Del juramento ponen por testigos. Hay una fértilísima campaña
Que en su tortuosa y rauda travesía
E l Guacalate con sus aguas baña.
Iluminando apenas el estrado
En ella don Cornelio poseía
E n que los dos se hallaban lado á lado.
Una soberbia plantación de caña ,
Cual consta del viejísimo expediente
De un litis que en la corte está pendiente. É l reclinado sobre el hombro de ella
Posaba el brazo en su redondo cuello,
Entiéndase la Corte de justicia, Y ella, lánguida y tierna al par que bella,
Supremo tribunal por excelencia Blandamente rizábale el cabello.
I11 quo dolus non est: Corte propicia Era cada mirada una centella
Al fus, al suum cuique, á la i n o c e n c i a :
Alternando en recíproco destello,
Tribunal que no quema ni ajusticia, De esas miradas húmedas y ardientes
Por no firmar con sangre una sentencia: Que el corazón inundan á torrentes.
Tribunal el más claro; porque, en fin,
No se habla allí ni griego ni latín. De esas miradas con que el alma quiere
E n otra alma verterse y sepultarse,
Último acento de la voz que muere
Y no por ignorancia: desde luego
Sintiendo el imposible de explicarse:
En Guatemala hay más de un abogado
Dulce lenguaje que el amor prefiere
Que sepa traducir latín y griego
A l más dulce que puede imaginarse,
Y español, á pesar de ser letrado.
Que el amante locuaz al encontrarlo
Bien que en estas materias soy un lego
Deja al punto de hablar por imitarlo.
Y acaso en lo que digo voy errado;
Siendo así, de lo dicho me desdigo
Y mi sencilla narración prosigo. Y nuestros dos actores no contentos
Con lanzarse miradas peregrinas,
Se decían primores y portentos,
Peleznez con frecuencia á su plantío
Aunque entrambos sus voces con sordinas
Iba á ver el progreso de un trabajo
Sonaban menos ya que sus alientos,
Cuyo objeto era hacer subir el río
Que parecían fraguas damasquinas;
Que del cañaveral corría abajo.
Á fin de establecer el regadío Y hacían repetidos calderones
Hizo de arena un dique y de cascajo E n suspiros envueltas las razones.
Pues aquí hasta las ciencias las estancan
Porque suban, y el paso les atrancan. Suspiros que el amante acompañaba
De un silbido levísimo y ligero
Que la falta del diente ocasionaba,
Ello es que á pocas noches doña Clara
Semejante al trinado del jilguero.
Hallándose en la hacienda su marido,
Apenas otra voz se pronunciaba
Á solas en su alcoba y cara á cara
Oue «vete»—«no me quieres»—«sí te quiero»
T u v o ocasión de hablar con su querido.
«Nadie nos oye»—«cállate» - y el resto
Con aldaba tenían la mampara
Que bien sabéis vosotras por supuesto.
Y cubierto el velón , aunque encendido,
Mas ¡ay! que entre el silencio interrumpido Como el rayo de luz que el sol envía
Por el trino larguísimo de un beso, A l través de una bóveda sombría
Entre el hondo y patético gemido A l roto mármol de una sepultura.
Del labio ardiente entre los labios preso, Callado, inerte, en estupor profundo,
La sorda voz y hueca del marido Mi corazón se embarga y se enajena,
Dejóse oir llamando en el ingreso, Y allá en su centro vibra moribundo
Como la voz en la tragedia suena Cuando entre el vano estrépito del mundo
De un espectro feral que entra en la escena. L a melodía de tu nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento,
¿Qué hacer? ¿Por dónde huir? ¿Por qué camino Sin agitarme en ciego frenesí,
Evitar el encuentro del tirano? Sin proferir un solo, un leve acento,
¿Cómo parar el golpe del destino? Las largas horas de la noche cuento
Cualquier arbitrio les parece vano. ¡Y pienso e n ti!
La dama por instinto femenino
Mostró al galán la cama con la mano,
Mas no para brindar la mitad de ella;
¡ A y , que no era tan próspera su estrella!

Mientras fué doña Clara á abrir la puerta,


Don Alejo más presto que una llama,
Alzando el rodapié de la cubierta,
A gatas se metió bajo la cama.
Quiero dejarle allí que se divierta
Oyendo los coloquios de madama
Con su marido, sin perder vocablo:
¡Imaginad qué posición del diablo!

¡YO P I E N S O E N TI!

Yo pienso en ti, tú vives en mi mente:


Sola, fija, sin tregua, á toda hora;
Aunque tal vez el rostro indiferente
No deje reflejar sobre mi frente
La llama que en silencio me devora.
E n mi lóbrega y yerta fantasía
Brilla tu imagen apacible y pura,
D. A N T O N I O J O S É D E I R I S A R R I .

SÁTIRA.

EL BOCHINCHE.

¿Qué cosa es el bochinche?—Un alboroto,


E l buen Salvá responde.—Mas, no es esto;
E s cosa muy distinta. ¿Salvá, acaso
Voto pudo tener en la materia,
Sin ser autoridad? ¿En dónde ha visto
E l filólogo aquél lo que define?

¡Alboroto! ¡asonada! ¡Qué locura!


E l bochinche en tal caso no sería
Digno de nombre nuevo. ¿Qué motivo
Hubiera habido entonces para darnos
Una palabra más sin nueva idea?

Alboroto es tumulto pasajero:


Pasajera también es la asonada;
Mas el bochinche es cosa permanente;
E s el orden constante del desorden;
E l estado normal en que se vive
E n confusión y en inquietud eternas.
E s un cierto sistema de política;
Es una forma de gobierno raro,
Que tienen con aqueste sus negocios;
Que mejor se llamara desgobierno, Porque es preciso que el desorden dañe
A pesar de que en él hay despotismo, Doquier que alcance su perverso influjo.
Y la fuerza á la ley se sobrepone. ¿Qué alboroto, por Dios, ni qué asonada
Se puede equivocar con el bochinche?
Invención de Colombia es el bochinche, Aquél y aquélla vienen de una parte
Y el nombre es colombiano: estos son hechos. Del pueblo amotinado, que resiste
Mas pasemos á ver cuál es su esencia A l poder, á la ley ó al magistrado,
Y cómo se embochinchan los Estados, Y pasa cual chubasco: dura un día,
Y cómo se hace bochinchero el hombre. Ó más ó menos, pero pronto acaba.
E n el bochinche, no; nadie está exento
Nace el bochinche de la absurda idea De ser actor de un modo, ó de otro modo,
De haber dispuesto Dios que la ignorancia
Y dura como el aire, una vez recio,
Los negocios del mundo desarregle.
Otra vez moderado, y otras veces
Enseñóse á los hombres que en cien necios
E n huracán terrible convertido.
Debe haber más razón que en un sensato,
Como el aire también, se extiende y lleva
Y que habiendo más necios en el mundo E l miasma pestilente á las regiones
Deben aquestos ser los gobernantes. Más apartadas del maligno foco.
Bastaba ya con esto para vernos ¿No vemos cómo cruzan nuestros mares
E n perpetuo bochinche. Mas prosigo Las gálicas escuadras y españolas,
Los principios sentando del sistema Britanas y holandesas, atraídas
Del eterno desorden. Enseñóse Por las mil injusticias que se han hecho
Que cualquiera facción poder tenía Á todas las naciones en el año
Para urdir la diablura más horrible, Del bochinche mayor que ha visto el mundo?
Haciéndose llamar la soberana; ¿Y no vemos en esto que el bochinche,
Y no hubo ya gobierno; no hubo jueces, No sólo es causa de interior desorden,
Ni congresos tampoco, que no fueran Sino de muchos exteriores males
Juguete y burla de facciosos pillos. Que los Estados extranjeros sienten?
Sin política alguna los mandones Sirva, pues, á Salvá de norte y guía
Jamás consultan la razón de Estado Aqueste aviso para hacer la enmienda
Ni saben que en el mundo haya tal cosa; Oue tanto ha menester su diccionario;
Ni los jueces se arreglan á las leye s ,
Y dé al bochinche poderoso imperio:
Porque las leyes nadie las respeta;
E l poder colosal y permanente
Ni en los Congresos reinan los principios,
Que nunca tuvo efímero alboroto,
Si no son los principios bochincheros.
Ni ridicula y mísera asonada.
Haga justicia el español al grande
Este bochinche, como bien se alcanza, Continental bochinche americano,
No sólo perjudica á los que moran Que sólo un necio confundir pudiera
E n el suelo que se haya embochinchado, Con los tristes tumultos españoles,
Sino á todos los pueblos y naciones
• h h b i

Que la pena no valen de escribirse, -aró


Y puras bagatelas me parecen.

Cese mi indignación, pues he cumplido •333-'


Con vindicar el nombre de bochinche, i'7 CC'D
E l nombre dado al hijo de Bolívar, uO:¡ 13
O sea al nieto, si se quiere. Dejo,
¡Colombiano bochinche! vindicado oc on.cidrí(oIoD¡
T u ilustre excelso nombre, por desgracia
De chinche y de berrinche consonante, :L.- 'i dñouiás éQ
Una cosa que apesta, otra que hostiga. TS ¿ :p 3802 f.'l 'J
¡Soberano bochinche omnipotente, ¡fa y' -ocoSl
Regulador supremo de Colombia! jt'f. "ÍO JS ^¿rt
Y a sabes que yo soy tu muy adicto
Y grande admirador de tus portentos. y" Sfrkfsig"1/
V i v e tú lo que puedas, y yo viva
Para escribir tu funeral elogio.

D. JUAN DIÉGUEZ.
D. J U A N DIÉGUEZ.

LA GARZA.

¡Oh tú de la onda inmaculado lirio,


Melancólica reina del estanque,
Tan silenciosa, tan inmoble y límpida,
Cual si te hubiesen cincelado en jaspe!

E l destino á tus playas solitarias


Condújome tal vez porque te cante,
Y mustio como t ú , cual tú infelice,
Y o de cantarte he mísero vate:

Ora te mire en la serena orilla,


De mansedumbre y de dolor imagen,
Plegado al pecho el serpentino cuello,
Y el pico entre los límpidos cristales;

Ora remando en compasado vuelo,


Cual blanca navecilla de los aires,
A l céfiro agitando con tus alas,
Como á la onda los remos de la nave;

Ora en las ramas del ciprés obscuro


Á la Hada entre las sombras semejante,
Vengas á oir en soledad sombría
Los últimos murmullos de la tarde.
Sí: y o te canto, límpida garzota,
Asesino traidor de sutil planta,
Espléndida azucena- de las aves,
Oculto se te acerca entre los sauces
Más bella que la espuma del torrente
¡ A y de ti! ¡Ya te apunta ya la muerte
Que del peñasco borbollando cae;
Miro en tu pecho Cándido cebarse!

Rival de la paloma sin mancilla,


Brilla entre el humo pálida la llama,
Más pura que la nieve deslumbrante,
Las ondas salpicando el plomo cae,
Émula silenciosa de los cisnes,
Vuelas tú, yo respiro, y el estruendo
¡Salve garza gentil, mil veces salve!
A u n se prolonga por el ancho valle.

Avara y caprichosa la armonía L a muerte apenas con sus alas roza


Te cerró tus nectáreos manantiales, Tus blancas plumas que en el aura esparce,
Que sacian á sus tiernos ruiseñores Que un breve instante en el espacio giran
Y cisnes canos de argentinas fauces; Y van cayendo y en el agua yacen.

Mas te infundió naturaleza artista


Oyera el cielo con piedad mis votos:
En tu propia mudez bello lenguaje:
Óigalos siempre así, siempre te guarde;
De dolor te formó viviente estatua, Pero ¡ay! mi dulce amiga, ¡quién dijera
Como á esculpirla no alcanzara el arte. Cuál de los dos primero de aquí falte!

E l dolor te inspiró más dulce y manso


Víctima del instinto carnicero
Su elegiaca expresión tan penetrante;
De feroz cazador, tal vez más tarde
T u actitud modeló melancolía,
Serás ¡ay Dios! y tu nevada pluma
Inocencia te dió tu albo ropaje.
Enrojecida en tu inocente sangre!

¿Qué haces allí, oh nítida azucena, Y yo, leve juguete del destino
Como sembrada en la anchurosa margen? Cual la hoja de sañudos huracanes,
¿Nuevo Narciso en el cristal contemplas, Yo, cuyo sueño la tormenta arrulla,
Por ventura, el albor de tu plumaje? Yo. pobre alción en agitados mares,

¿O en dolorosa soledad el duelo Yo, de tu lago vagabundo huésped


Haces, tal vez, de tu perdido amante? He de faltar también, tal vez más antes;
¿O de la tierna devorada prole L a última sea acaso que mi planta
Que en el robado nido ya no hallaste? Huelle la florecilla de esas márgenes.
I

¿Comprendes tú mis vivas simpatías, T a l vez mañana por lejanos climas


Cuando enhiestas el cuello por mirarme? Huyendo vaya de la ley del sable,
¿Comprendiste mis votos y mis ansias, Si estas montañas de la paz asilo,
Viéndote ayer en tan terrible trance? También atruena la civil barbarie.
¿Y quién preguntará, lirio de la onda
Dónde la suerte nos echó inconstante? Con su apacible y cristalino lago,
¿Qué fué de la garzota inmaculada; Donde se pinta encantador paisaje,
Qué de su errante y solitario vate, E n bella confusión, el llano, el monte,
Las blancas nubes, y el rebaño errante.
Que por la orilla del risueño lago
Vagaba un tiempo al declinar la tarde; Aquí el nenúfar de rollizos tallos
Que en las someras raíces se asentaba Su blanca flor sobre las ondas abre,
De este frondoso y corpulento amate; Allí las algas el cristal matizan,
Y allí rebullen los silvestres ánades.
O en lo más alto de las altas cumbres
Por la ancha brecha que los montes parte, En esta orilla la cañuela humilde,
A l l á en el horizonte delineados, Abovedando sus flexibles haces,
Gustaba contemplar sus patrios Andes? Risueñas grutas de verdor ameno
Labra en el aire al cefirillo amante.
¿Tú y él qué fueron sino arenas leves
Que la onda trajo y que los vientos barren? De entre la selva, por amor de la onda,
T ú y él borrados de la leda estancia, Medrosos ciervos á la orilla salen,
Ella por siempre quedará inmutable: Y en la frescura de las claras linfas
La sed apagan sus ardientes fauces.
Con sus florestas de agradables sombras,
Sus auras puras, su fragancia suave, Entre el follaje deliciosas pasan
Sus armonías, sus murmullos vagos L a estiva siesta las charleras aves;
Su dulce paz, su soledad amable: Y algún gemido solamente se oye
Que la paloma solitaria exhale.
Con su torrente que espumantes masas
Bramando arroja por los vagos aires, Allá su barca el pescador desliza,
A la profunda y peñascosa sima, La faz rizando del sereno estanque,
Donde las aguas con fragor se parten: Y al caer la tarde, á la ribera vuelve,
Donde la amarra con seguro cable,
Con sus inmensas calcinadas rocas,
Unas sobre otras, amagando al valle, Bajo el abrigo del sabino añoso,
Hórridas, por allá, desnudas y áridas, Que con sus ramas los cristales barre,
Del alma impía desolada imagen: Custodio eterno de las linfas puras,
En donde baña las desnudas ráices.
Aquí de vida y de verdor cubiertas,
Con bosquecillos que en sus grietas nacen, ¿Por qué medrosa la barquilla pasa
Aprisionados en floridos lazos Muy lejos siempre del peñón gigante,
Que hacia el abismo suspendidos caen: Que las nubes del trueno y del granizo,
Con ambas frentes audacioso parte?
Allí una cruz, como á cincel grabada L a vaga olilla que al peñasco azota,
V e el viajador desde la opuesta margen, L a mansa res cuando la hierba pace,
Y aquellos mustios solitarios sitios Ó el monótono golpe del torrente
«Las playas de la cruz» oye nombrarles. Que alguna vez los céfiros me traen:

A l l í verdosa y remansada la onda Vagos rumores de la triste noche,


Las negras peñas en silencio lame, Que en la dormida soledad se esparcen,
Bajo la triste sombra de una selva Encanto de las almas melancólicas,
De impenetrable y lóbrego follaje. De los misterios de la noche amantes:

Es tradición en la comarca crédula Eso no más oí, ni apariciones


Que allí una joven infelice madre, Jamás he visto por ninguna parte,
Soltó por caso á su adorado niño, Si no eres tú, que cual benigno genio
Y al hondo abismo se arrojó al instante. Del lago, siempre te encontré en sus márgenes.

Cuentan que allí la desastrada peña Allí, oh amiga, bondadoso el hado


A u n manchas guarda de indeleble sangre; Largo vivir sin inquietud te guarde
Que en el silencio de la noche se oyen Y un fin tranquilo entre tu nido de algas,
Herir el viento lastimeros ayes; Y á mí en los brazos de mi dulce madre.

Que de la bella el gemebundo espíritu,


Cual blanca niebla sobre la onda errante,
Suele á la luz de las estrellas verse Á MI G A L L O .
Cruzar la faz del solitario estanque.

Y o en esas horas de silencio y calma, ¡ O h , canta! canta al fúlgido lucero,


Cuando á salir convida el aura suave, Joya del alba y de la noche orgullo;
E n las cálidas noches del estío, T ú , de mi humilde hogar canoro huésped,
A l l í á la luna contemplar me place; De la mañana y del lucero nuncio!

Y oigo no más que las ardientes quejas ¡ O h , canta, sí! que en mi febril desvelo
Que al astro envían las nocturnas aves; Escucho con placer tu acento agudo,
E l melancólico incansable grillo, Y o , que cual triste y moribunda lámpara,
Que al bosque aduerme con rumor constante; E n mísera dolencia me consumo.

El manso viento que en las altas cumbres E l mustio sueño, de la muerte imagen,
Murmullo blando entre los pinos hace, Reina entre sombras de espantoso luto,
Como corrientes de lejanas aguas Y apenas alentar la vida siéntese
. Que se oyen ir por ignorado cauce; Entre vagos y débiles murmullos;

/
Y son entonces tus sonoros ecos En que á la ruina pavorosa y lóbrega
Prenda de vida para el triste mundo; Va á sepultarse el agorero buho,
Voz de consuelo, y de esperanza cántico Y en mi febril cerebro el sueño apaga
E n el silencio pavoroso y mustio. Este abrasante delirar nocturno:

Tal vez á esta hora en la vecina sierra, ¡ O h , ave del alba, mi canoro huésped;
Bajo glacial escarcha, vagabundo, Y o con flébiles versos te saludo!
Oyó el viajero tu lejano canto, ¡ Salve, oh cantor amigo, que diviertes
Y aliento cobra y esperanza y júbilo; Mi eterna noche y mi dolor adusto!

Que así te escucha, como vió el piloto Canta, y el aura tus acentos lleve
E n borrascoso mar el faro lúcido, Del ancho valle á los confines últimos,
Porque tu voz, albergue hospitalario, Y ella me traiga los lejanos cantos
Revélale del valle en lo profundo. Que á tu acento responden de uno en uno,

Antes que en los abismos de la noche Cual centinelas de sitiado campo


Perciba en lontananza un leve punto, Que vigilando el reforzado muro,
Que brilla y palidece por instantes, Con ronca voz en el espacio enlazan
Y es de la choza el fuego moribundo; De trecho en trecho sus alertas rudos.

Muy antes que ladrando se despierte, ¡ O h , canta, canta! y de placeres llena,


De sus pisadas al rumor confuso, T u vida corra sin pavor ni susto,
E l mastín que, tendido en los umbrales, Gentil, galante, enamorado y fino,
Guárdales fiel de forzador injusto; Señor de tus serrallos absoluto;

T u acento en la alta noche redoblando, L a frente de adalid erguiendo altivo,


Porfiado evocas de su caos profundo Armada en guerra con crestón purpúreo;
Á la tardía perezosa estrella Á placer desplegando la ancha gola,
Que duerme aún bajo el Oriente turbio. De caballero paladín al uso;

¡ O h , yo en mi lecho desvelado enfermo, Luciendo ufano, con marcial donaire,


Con qué placer tus cánticos escucho, E l tornasol plumaje verde obscuro
Cuando me anuncian á la amable aurora, De la profusa cauda en que campean
Viniendo en pos de su lucero fúlgido! Las corbas plumas como alfanjes turcos;

Y á la hora en que los astros desvanécense Que por caso feliz hubiste dueño
Á la mitad de su brillante curso, E n cuya alma jamás albergue tuvo
En que bullir la rumorosa vida E l bajo y vil y sanguinario instinto
De nuevo empieza sobre la haz del mundo; Que abrigan de tu raza los verdugos;

tomo
- 381 -

No temas, no, que en duro cautiverio


Te encadene jamás á poste rudo, LAS TARDES DE ABRIL.
Ni que infamante hierro te degrade
De soberbio sultán á vil eunuco;
¡Oh, qué dicha es vagar por las campiñas,
Apagado el hirviente pensamiento,
Ni que armas preste á tu índole guerrera
E n dulce libertad al fresco viento,
Para sangrienta lid contra los tuyos;
Cuando toda la tierra es un pensil;
Ni que el circo teñir tu sangre mire,
Y alegre el inocente conejillo
Entre algazara soez, villano vulgo.
Con los truenos y lluvias tempraneras,
Gusta salir del soto á las praderas
¡Oh, canta, canta, entre la amiga copa
E n las tardes bellísimas de Abril!
Del ancho amate ó del pirú vetusto,
Que en dulce unión sus ramas entrelazan,
Tardes de encanto y de inefable dicha,
Y sombra dan á nuestro albergue rústico!
De verdor, de armonías y de llores,
En que velan del sol los resplandores
Canta feliz la majestuosa noche
Las nubes con suntuoso pabellón;
E n su estrellado pabellón cerúleo;
E n que retumba en lontananza el trueno,
Su lactea vía de menudo aljófar,
Cual voz doliente que exhaló Natura,
Del carro de Jehová celeste surco;
Que se escucha con plácida tristura,
Que trae algún recuerdo al corazón ;
Su triste luna, descendiendo lánguida
Detrás del mundo silencioso y mustio,
Tardes en que, cual lágrimas de amores,
Apagando entre sombras melancólicas
Ricas gotas despréndense del cielo,
E l macilento rayo moribundo;
Que refrigeran el sediento suelo,
Que al lozano verdor dan brillantez:
Como en las sombras de la muerte apaga
Tardes ricas de vida y de belleza,
De la belleza los reflejos últimos,
De reclamos y trinos de las aves,
Virgen que en flor desfalleciendo inclina
De frescas auras y de olores suaves,
La frente pálida y los ojos turbios.
Tardes de amor y muelle languidez;

¡ O h , canta, canta á la tardía estrella,


Tardes de lluvia y sol, de luz y sombras,
Joya del alba y de la noche orgullo,
De diáfanos vapores y nublados,
Y en más sonoros y argentinos cánticos,
De negros nubarrones perfilados
Saluda luego al matinal crepúsculo;
De oro y azul y espléndido arrebol;
En que trasciende la regada tierra,
Y canta, en fin, á la jovial mañana,
De las rozas el humo al cielo sube,
Cuando renazca en el Oriente rubio,
Y se ve sobre el fondo de la nube
Y el céfiro liviano al cielo eleve
Caer la lluvia dorada por el sol.
El hosanna magnífico del mundo!
Cuájanse los cafetos de jazmines, El melifluo silvestre suquinay;
De escarlata el granado se salpica, Y el colibrí de lindos tornasoles
L a pasionaria de verdor tan rica De flor en flor revuela susurrando,
Tiende á Flora fresquísimo dosel; Y en torno de ellas con rumor más blando
Y la columna del esbelto dátil Mil abejillas vagarosas hay.
Tapiza la pitahaya trepadora:
Con lujosos florones la decora, Apíñanse en las ramas los insectos
Pendientes del crinado capitel. Que de la tierra humedecida brotan:
Caen, vagan, se agitan, se alborotan
Tiende el prado su alfombra de azucenas, En mil revuelos, con susurros mil;
Las auras enriquécense de aromas, Y con rudos conciertos los reptiles
De tierno césped la llanura y lomas, Aturden incansables los pantanos,
La verde chilca de amarilla flor: La fresca lluvia saludando ufanos,
La madre tierra al fecundante arado Festejando el regreso del Abril.
Sus campos cede ya, los más floridos,
Con sus lirios, de púrpura vestidos, Seguido de su lúbrico serrallo,
Que á Ceres sacrifica el labrador. Con marcial arrogancia y donosura,
Trota el joven sultán de la llanura,
En las rociadas copas de los árboles El alazán de belicoso ardor:
Soñolientas las auras se adormecen: L a grey balando por la verde falda
Á los pimpollos lánguidos remecen Baja en tropel al son del caramillo,
De cuando en cuando y á compás igual: Y el estropeado tierno corderillo,
Y si el nublado sol sus velos rasga, Bala también en brazos del pastor.
Los campos dora, la arboleda brilla, .
Y una luz temblorosa es cada hojilla, El ganado matiza el verde césped,
Destilando su gota de cristal. Los montes atronando brama el toro:
Su voz los ecos, cual clarín sonoro,
Y el plátano sus lábaros tremola, De monte en monte repitiendo van;
Sus anchos abanicos la palmera, Y enarbolando las pintadas colas
Y sacude la verde cabellera Saltan los becerrillos por los prados,
E l desmayado lánguido saüz: Á otros balar se escuchan encerrados,
Se ostentan las pomposas floripundias, Y á las madres mugir con tierno afán.
Que cual ebúrneas campanillas penden,
De albura ricas y de olor trascienden, Hincha el viento la orquesta de los tordos,
Y el trébol y las flores de la cruz. Silva la codorniz, canta el triguero,
Y á las nubes saluda el clarijiero,
Y en balsámicas ráfagas envía Esponjando el plumaje de turquí-,
Blanda esencia más suave que la rosa ¡Con qué ternura los cenzontles trinan!
Como la rubia miel blanca y sabrosa, ¡Cuán blandos se querellan y se duelen!
Y a en la arboleda lamentarse suelen,
Y a brincan por el suelo aquí y allí.

Con no menor dulzura están cantando


Que esos tiernos alados trovadores,
Las silvestres palomas sus amores,
Repitiendo: mi amor solo eres tú;
Y con inquieto afán y amable anhelo,
Perdidas en lejanas soledades,
POSTDATA.
Responden las ternísimas mitades:
Mi amor sólo eres tú, sólo eres tú.

Himno de amor, divino epitalamio


Del pomposo himeneo de Natura La Real Academia Española se sirvió confiarme el
E s el Abril, de rica galanura,
encargo de formar esta colección y escribir las intro-
Fiesta nupcial de la inmortal Creación :
Lira de Dios, modelo de belleza, ducciones de ella, en la última sesión ordinaria cele-
Que admira el. vate y remedar no sabe, brada antes de las vacaciones de Julio del año pasado
Porque en su lira no hay la voz del ave, de 1892. En Septiembre di por terminados los trabajos
Ni es aura del verjel su inspiración.
relativos á Méjico, Guatemala y Cuba (1), valiéndome
¡Oh, qué dicha es vagar por las campiñas
exclusivamente de mis propios libros y de los de algún
En dulce libertad al fresco viento, amigo, puesto que la circunstancia de haber tenido yo
Y apagado el hirviente pensamiento, que trasladarme á Santander al día siguiente de haber
Tanta fiesta gozar! ¡sólo gozar! suspendido sus tareas la Academia, me impidió examinar
¡Oh cuán ledo á su choza el pastorcillo
por entonces los materiales que ya habían comenzado
Por lluvia del Abril vuelve bañado!
Pensando lo que piensa su ganado, á remitir á su Secretaría las Academias Correspon-
¡Oh qué dicha, qué dicha es no pensar! dientes Americanas, y otras corporaciones y personas,
á quienes oportunamente se había invitado para este
objeto.
Formada ya mi colección y redactado el prólogo,
volví á Madrid, y, con objeto de completar mi trabajo
antes de la impresión, comencé á examinar la intere-
sante colección de datos recibida de América. La Aca-
Y a en la arboleda lamentarse suelen,
Y a brincan por el suelo aquí y allí.

Con no menor dulzura están cantando


Que esos tiernos alados trovadores,
Las silvestres palomas sus amores,
Repitiendo: mi amor solo eres tú;
Y con inquieto afán y amable anhelo,
Perdidas en lejanas soledades, POSTDATA.
Responden las ternísimas mitades:
Mi amor sólo eres tú, sólo eres tú.

Himno de amor, divino epitalamio


Del pomposo himeneo de Natura La Real Academia Española se sirvió confiarme el
E s el Abril, de rica galauura,
encargo de formar esta colección y escribir las intro-
Fiesta nupcial de la inmortal Creación :
Lira de Dios, modelo de belleza, ducciones de ella, en la última sesión ordinaria cele-
Que admira el. vate y remedar no sabe, brada antes de las vacaciones de Julio del año pasado
Porque en su lira no hay la voz del ave, de 1892. En Septiembre di por terminados los trabajos
Ni es aura del verjel su inspiración.
relativos á Méjico, Guatemala y Cuba (1), valiéndome
¡Oh, qué dicha es vagar por las campiñas
exclusivamente de mis propios libros y de los de algún
En dulce libertad al fresco viento, amigo, puesto que la circunstancia de haber tenido yo
Y apagado el hirviente pensamiento, que trasladarme á Santander al día siguiente de haber
Tanta fiesta gozar! ¡sólo gozar! suspendido sus tareas la Academia, me impidió examinar
¡Oh cuán ledo á su choza el pastorcillo
por entonces los materiales que ya habían comenzado
Por lluvia del Abril vuelve bañado!
Pensando lo que piensa su ganado, á remitir á su Secretaría las Academias Correspon-
¡Oh qué dicha, qué dicha es no pensar! dientes Americanas, y otras corporaciones y personas,
á quienes oportunamente se había invitado para este
objeto.
Formada ya mi colección y redactado el prólogo,
volví á Madrid, y, con objeto de completar mi trabajo
antes de la impresión, comencé á examinar la intere-
sante colección de datos recibida de América. La Aca-
demia Mexicana, Correspondiente de la Real Española, lie—José Rosas Moreno.—Manuel M. Flores.—Manuel
había llevado su exquisita cortesía hasta el punto de im- Acuña—Agustín F. Cuenca.
primir, para mayor comodidad de la nuestra, una An- Vivos: Ignacio M. Altamirano. — José M. Busti-
•tología de poetas de aquella República, "en tirada de llos.—Antonio Cisneros Cámara.—José T. de Cuéllar —
solos seis ejemplares (según mis noticias). Y para que Rafael Delgado.—Manuel Díaz Mirón—Salvador Díaz
quede memoria de esta rareza bibliográfica, me parece Mirón.—Ricardo Domínguez.—Adalberto A . E s t e v a -
oportuno dar aquí noticia del contenido de tan extraor- José M. Esteva.—Enrique Fernández Granados.—Ra-
dinario libro, empezando por advertir que no tiene fael Gómez.—Ernesto González—Justo P. G o n z á l e z -
portada ni pie de imprenta (á lo menos por ahora), y Manuel M.González.—Manuel GutiérrezNájera— Juan
que consta de 470 páginas, en 4.0, no foliadas, sino nu- B. Híjar y Haro.—Ipandro Acaico (limo. Sr. D. Ig-
meradas con lápiz. Ocupa las 52 primeras una discreta nacio Montes de Oca, Obispo de San Luis de Potosí).—
y elegante introducción histórica firmada por el egregio Francisco López Carvajal.—José López Portillo y Ro-
humanista D. José María Vigil, bien conocido entre jas.—Vicente Daniel Llórente.—Laura Méndez de
nosotros por su magistral versión y comentario de las Cuenca.—Luis G. Ort'iz.—Manuel José Othon,—Joaquín
Sátiras de Persio. Arcadio Pagaza.—Porfirio Parra.—José Peón Contre-
La Antología se divide en dos grupos: uno de poetas ras—José Peón del Valle—Josefina Pérez de García
muertos (hasta la pág. 199), y otro de poetas vivos, por Torres.—Ignacio Pérez Salazar—Isabel Pesado.—Juan
este orden: de Dios Peza.—Guillermo Prieto—Manuel Puga y
Muertos: Anónimo del siglo x v i (fragmentos de la A c a l — A m b r o s i o Ramírez—Vicente Riva Palacio.—
pieza dramática Triunfo de los Santos, representada Justo Sierra.—Francisco Sosa.—Esther Tapia de Cas-
en 1578)—Francisco de Terrazas—Fernán González tellanos.—Luis G. Urbina.—Jesús E. Valenzuela.—
de Eslava.—Sor Juana Inés de la C r u z — Fr. Manuel Eduardo del Valle.—Ramón V a l l e — A n t o n i o Zarago-
Navarrete.—Francisco Manuel Sánchez de T a g l e . — za—Rafael de Zayas Enríquez.—Ovidio Zorrilla.
Andrés Quintana Roo.—Manuel Eduardo de Goros- La necesidad de encerrar tantos poetas en el pequeño
tiza—Manuel Carpió.—Francisco Ortega.—José Gómez espacio de 400 páginas, ha obligado á los colectores me-
de la Cortina—José Joaquín Pesado.—José María He- xicanos á no incluir generalmente más que una ó dos
redia.—Wenceslao Alpuche.—Fernando Calderón.— composiciones de cada uno de ellos, á n o ser tratándose
José de Jesús Díaz.—Ignacio Rodríguez G a l v á n — M i - de sonetos ú otras piezas muy breves. Gran parte de la
guel Jerónimo Martínez.—José Sebastián S e g u r a — I g - colección se la llevan, además, con estricta justicia, los
nacio Ramírez. — Ramón Isaac Alcaraz. — A l e j a n d r o poetas vivos, entre los cuales hay algunos excelentes.
Arango y Escandón—Francisco de P . Guzmán.—Ma- Como mi plan era diverso, he podido lograr mayor es-
nuel Peredo.—Isabel Prieto de Landázuri.—Juan Va- pacio para los muertos, dándolos á conocer en mayor
número de composiciones y géneros. Algunas veces he Don José Gómez de la Cortina, Conde de la Cortina
coincidido en la elección con la Academia Mexicana (y (1799-1860), hermano mayor del conocido bibliófilo
esta es señal casi infalible de acierto): otras no, por pre- Marqués de Morante, hizo versos humorísticos en sus
ferencias de gusto individual ó de doctrina literaria, á ratos de ocio, pero no creemos que deba ser calificado
que no puede ni debe renunciar el critico, si ha de ser de poeta. Fué principalmente erudito, gramático y filó-
sincero. logo, y su influencia literaria en México puede compa-
De la Antología Mexicana he tomado á última hora, rarse en algún modo á la de D. Domingo del Monte en
para añadirlas á la mía, composiciones de dos poetas: Cuba, ó á la de Baralt, dentro y fuera de Venezuela.
D . Ramón Isaac Alcaraz, cuya muerte no había llegado Inexorable con los pecados contra la integridad y pu-
á mi noticia, y D. Juan Valle, á quien yo conocía por reza de la lengua castellana, ejerció la crítica menuda
su fama, pero no por sus obras. Una sola composición con más desenfado que elevación y aticismo, y contri-
de cada cual de ellos no es dato bastante para juzgarlos. buyó á mantener la parte exterior de las tradiciones clá-
Alcaraz, correspondiente de nuestra Academia, falleció sicas en pleno desbordamiento romántico. Sus trabajos
en 8 de Abril de 1886. Á juzgar por su pulcra y delicada de gramática y de historia fueron numerosísimos; mu-
oda Al Estío, era poeta de gusto clásico, cuyo puesto chos de ellos permanecen inéditos, y de todos se en-
está naturalmente marcado en el grupo en que figuran cuentra detallada y curiosísima noticia en las Biografías
Pesado, Arango y Guzmán. Valle, cuyos viriles tercetos del Sr. Sosa, pero en España apenas se le conoce más
á la Guerra Civil recuerdan en algún modo las béli- que por la traducción muy ampliada de la Literatura
cas elegías de Tirteo, nació en Guanajuato el 4 de Julio Española, de Buterweck, que comenzó á publicar en
de 1838, y murió en Enero de 1865. De él dice el señor sus años juveniles (1829), y por su Diccionario de Sinó-
Vigil, que «fué el cantor más enérgico de la revolución nimos Castellanos (1845), que es de los más completos
reformista, siendo dignas de notarse la exactitud y ori- que tenemos. Pero en México es todavía más célebre
ginalidad de sus descripciones, no obstante haber per- su periódico literario El Zurriago (1839). Fué Cortina
dido la vista desde los primeros años.» hombre de carácter munífico y espléndido, y empleó
De los demás poetas admitidos en la Antología Me- gran parte de su inmenso caudal en el fomento y protec-
xicana, no figuran en la nuestra Hernán González de ción de las letras y de las artes. Aunque nació y residió
Eslava ni Isabel Prieto de Landázuri, por haber nacido y ocupó altos puestos en México, era al morir ciudadano
en España; Heredia, por cubano; Alpuche, Sánchez de español. Con su nombre va unido, por cierta comunidad
Tagle y Fernando Calderón, por la inferioridad de su de estudios y aficiones, no menos que por la copia de
mérito lírico, de que ya se dice algo en el prólogo; José doctrina clásica y el temple cáustico del estilo (en que
de Jesús Díaz, por no haber tenido á mano sus roman- uno y otro recordaban la áspera manera de Puigblanch
ces y leyendas^que son lo mejor que hizo. y de Gallardo), el nombre de otro humanista ya difunto,
el español U. José María Bassoco, Conde de Bassoco, que la de Hartzenbusch, pero mucho menos poética.
que fué primer Presidente de la Academia Mexicana En sus composiciones originales, y aun en la elección
Correspondiente de la Española, y dejó, aunque pocos, de muchos de los modelos que tradujo, domina la in-
excelentes ensayos sobre cuestiones gramaticales, que
fluencia de Pesado, que era su maestro, á la vez que su
pueden leerse en las Memorias de aquella docta Cor-
deudo. En su juventud compuso bastantes versos amo-
poración.
rosos; los de su edad madura son casi todos de inspira-
El médico D. Manuel Peredo (1830-1890), corres- ción religiosa, y suelen versar sobre temas bíblicos.
pondiente también de nuestra Academia, ha dejado más Segura es un versificador excesivamente fácil, pero algo
fama como prosista y crítico de teatros que como poeta. incoloro, y á nuestro entender dista mucho del mérito
Fué, sin embargo, «notable por la gracia y donaire de de Arango, Martínez y Guzmán, insignes poetas mís-
su musa juguetona»; según declara el Sr. Vigil, y no lo ticos del Parnaso mexicano. Como muestra de su estilo,
desmiente en sus versos de Fin de año que en la Anto- bastará el siguiente soneto, que tenemos por uno de los
logía Mexicana se insertan, aunque la versificación no mejores que compuso:
sea intachable.
CONFIANZA EN DIOS.
Finalmente, al cerrar nuestra Antología, ignorábamos
que otro académico mexicano y fecundo poeta, D. José C u b i e r t o está mi corazón de abrojos
C o m o terreno estéril y baldío;
Sebastián Segura, cuñado y discípulo de Pesado, había
Y desmayado está el ánimo mío
desaparecido del mundo de los vivos desde 1889. Fué C o m o las cuerdas de los arcos flojos.
en su juventud Ingeniero de Minas, y en sus últimos Si compasivo á mí v u e l v e s los ojos,
T e m p l a d o me v e r é de n u e v o brío;
días abrazó el estado eclesiástico, dando esta postrera
L a cizaña arderá como en estío
expansión á los afectos místicos de su alma, que ya se Se abrasan de los campos los despojos.
manifestaban en el gran número de versos de devoción Y en mi alma sembrarás semilla buena,
C o m o lo hacen los diestros labradores,
que hay en el tomo de sus Poesías, impreso en 1872. Se- Q u e con tu gracia en frutos se alce llena.
gura sabía varias lenguas, y brillaba más como traduc- Y admirados verán los pecadores,
tor que como poeta original. Puso en verso castellano Q u e poderoso la infecunda arena
Tornaste en huerto de fragantes flores.
algunos Salmos y trozos de las Profecías, los prime-
ros cantos de la Divina Comedia, algunas odas de La Academia Correspondiente de Guatemala remitió
Horacio y églogas de Virgilio, los cantos de Tirteo manuscrita la Antología de sus poetas, muchos de los
y de Calino, y muchas poesías italianas, francesas, y cuales viven, por lo cual apenas he podido utilizar esta
especialmente alemanas (baladas de Schiller, parábo- colección más que para añadir una poesía de Diéguez á
las de Krummacher, etc.). Su traducción de El Canto las que ya tenía recogidas. Antecede á las copias de los
de la Campana es más literal y menos parafrástica versos una Reseña histórico-crítica de la literatura
Guatemalteca, curioso y erudito trabajo del académico
Secretario, D. Agustín Gómez Carrillo.
La Academia Española se complace en hacer pú-
blico su agradecimiento al noble esfuerzo de sus her-
manas las Academias de América, y por mi parte sólo
deploro que tan ricos materiales hayan caído en manos
tan poco hábiles como las mías para sacar de ellos todo ÍNDICE.
el fruto apetecible.
Enero de 1893.
Páginas.

M . MENÉNDEZ Y P E L A Y O . INTRODUCCIÓN.

I . — A d v e r t e n c i a s generales \
II.—Méxic o
I I I . — A m é r i c a Central CLIX

MÉXICO.

Sor Juana. Inés de la Cruz.

S o n e t o . — A un retrato 5

Soneto *"•
S o n e t o . — E n s e ñ a c ó m o un solo e m p l e o en a m a r , es razón y
conveniencia 6
S o n e t o . — M u e s t r a se debe escoger antes el morir que exponerse
á los ultrajes de la v e j e z .
S o n e t o . — E n g r a n d e c e el h e c h o de L u c r e c i a 7
S o n e t o — Á Julia ^
Soneto.—Á Porcia R

Soneto.—Pyramo y Tysbe ••
S o n e t o . — E f e c t o s m u y penosos de a m o r , y q u e no por grandes
igualan con las prendas de quien le causa
Décimas *' * \V-
R o m a n c e . — N o habiendo logrado una tarde v e r al señor V i r r e y ,
M a r q u é s de L a g u n a , q u e asistió en las vísperas del c o n v e n t o ,
le escribió este romance
L i r a s . — E x p r e s a el sentimiento que padece una m u j e r amante
de su marido muerto
_ 16
Romance
R e d o n d i l l a s . — A r g u y e de inconsecuente el g u s t o y la censura de
los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan
Guatemalteca, curioso y erudito trabajo del académico
Secretario, D. Agustín Gómez Carrillo.
La Academia Española se complace en hacer pú-
blico su agradecimiento al noble esfuerzo de sus her-
manas las Academias de América, y por mi parte sólo
deploro que tan ricos materiales hayan caído en manos
tan poco hábiles como las mías para sacar de ellos todo ÍNDICE.
el fruto apetecible.
Enero de 1893.
Páginas.

M . MENÉNDEZ Y P E L A Y O . INTRODUCCIÓN.

I . — A d v e r t e n c i a s generales \
II.—Méxic o
I I I . — A m é r i c a Central CLIX

MÉXICO.

Sor Juana. Inés de la Cruz.

S o n e t o . — A un retrato 5

Soneto *"•
Soneto.—Enseña c ó m o u n solo e m p l e o en a m a r , es r a z ó n y
conveniencia 6
S o n e t o . — M u e s t r a se d e b e e s c o g e r antes el m o r i r q u e e x p o n e r s e
á los u l t r a j e s de la v e j e z .
S o n e t o — E n g r a n d e c e el h e c h o de L u c r e c i a 7
S o n e t o — Á Julia ^
Soneto.—Á Porcia R

Soneto.—Pyramo y Tysbe ••
S o n e t o . — E f e c t o s m u y p e n o s o s de a m o r , y q u e no p o r g r a n d e s
i g u a l a n con las p r e n d a s de q u i e n le causa
Décimas *' * \V-
R o m a n c e . — N o h a b i e n d o l o g r a d o u n a t a r d e v e r al s e ñ o r V i r r e y ,
M a r q u é s de L a g u n a , q u e asistió e n las v í s p e r a s del c o n v e n t o ,
le escribió este romance
L i r a s . — E x p r e s a el s e n t i m i e n t o q u e p a d e c e u n a m u j e r a m a n t e
de su m a r i d o m u e r t o
_ 16
Romance
R e d o n d i l l a s . — A r g u y e de i n c o n s e c u e n t e el g u s t o y la c e n s u r a de
los h o m b r e s , q u e e n las m u j e r e s acusan lo q u e c a u s a n
Páginas. Páginas.

E n d e c h a s . — P r o s i g u e en r e s p e c t o a m o r o s o , d a n d o e n h o r a b u e n a s D. y,osé Joaquín de Pesado.


de c u m p l i r años la s e ñ o r a V i r r e i n a 22
Décimas 23 M i amada en l a misa de alba 109
Villancico 26 E s c e n a s del C a m p o y de la aldea en M é x i c o " 4
F r a g m e n t o s del a u t o s a c r a m e n t a l del d i v i n o N a r c i s o 27 Sitios y e s c e n a s de O r i z a b a y C ó r d o b a 123
S o n e t o — E n q u e s e d a m o r a l c e n s u r a á u n a rosa y en e l l a á sus Las Aztecas.—Respuesta de u n P r i n c i p e azteca á un Emba-
semejantes 35 jador I25

S o n e t o — E n q u e s e satisface un r e c e l o c o n la r e t ó r i c a del llanto. 36 — C o n s e j o s de u n p a d r e á su h i j a 126


Soneto 36 — C o n s e j o s de u n a m a d r e á su hija al t i e m p o de casarla 129
L i r a s q u e dan e n c a r e c i d a satisfacción á u n o s c e l o s 39 — I n v o c a c i ó n al D i o s de la g u e r r a 131
E n q u e se describen r a c i o n a l m e n t e los e f e c t o s irracionales del — P l e g a r i a al D i o s del a g u a J33

amor 4o — E n h o r a b u e n a en la c o r o n a c i ó n de un P r í n c i p e 136
Redondillas 43 — C a n t o s de N e t z a h u a l c ó y o t l . — V a n i d a d de la g l o r i a h u m a n a . . 140
Romance 45 E l e g í a . - A l Á n g e l de l a G u a r d a de E l i s a M7
Romance - 49 Jerusalén (fragmentos) x47

E n d e c h a s , q u e p r o r r u m p e n en las v o c e s del d o l o r al d e s p e d i r s e Salmo L . — E l pecador arrepentido T5i

p a r a una a u s e n c i a 52 S a l m o L X V I I — T r a s l a c i ó n s o l e m n e del arca y t r i u n f o s del p u e -


E n d e c h a s q u e d i s c u r r e n fantasías tristes d e u n a u s e n t e 53 b l o de Israel *53
R o m a n c e , en q u e e x p r e s a los e f e c t o s del a m o r d i v i n o , y p r o - L a revelación (fragmento) J 57

p o n e m o r i r a m a n t e á pesar de t o d o r i e s g o 55
R o m a n c e al m i s m o i n t e n t o 57 D. Manuel Carpió.
R o m a n c e . — A C r i s t o s a c r a m e n t a d o , día de C o m u n i ó n 58
C a s t i g o de F a r a ó n
Fr. Manuel de Navarrete. L a cena d e Baltasar 180

Himno i8 9
S o n e t o . — D e la h e r m o s u r a 63 La Anunciación *93
S o n e t o — D e s p e d i d a de H é c t o r *98
Poema eucarístico.—La Divina Providencia 63 N a p o l e ó n en el mar R o j o *9 8

D. Andrés Quintana Roo. 1). Alejandro A rango y Esc andón.

D i e z y seis d e Steptiembre 75 E n la I n m a c u l a d a C o n c e p c i ó n d e N u e s t r a S e ñ o r a 203


I n v o c a c i ó n á la B o n d a d D i v i n a 205
D. Francisco Ortega. Á mi p r i m o y a m i g o D . José J o a q u í n P e s a d o 207
E p í s t o l a al Dr. D. José Bernardo C o u t o , con m o t i v o de un
Á I t ú r b i d e , en su c o r o n a c i ó n 83 « D i s c u r s o sobre la C o n s t i t u c i ó n de l a Iglesia» 208
A Germánico (soneto) 2 1 2

D. Manuel Eduardo de Gorostiza.


D. Fermín de la Puente y Apecechea.
R o m a n c e morisco 89
D. Ignacio Rodríguez Galvan. L a Magdalena (soneto) 2I 5
P r o f e c í a de G u a t i m o c 93 L a c o r o n a de F l o r a 2I 5
tomo 25
Páginas.

D. Ramón Isaac Alearaz. Fr. Matías de Córdoba.

E l otoño 223 L a tentativa del león y el é x i t o d e su e m p r e s a 311

D. Francisco de P. Guzmàn. D. José Batres y Montüfar.

O d a . — A l s a g r a d o c o r a z ó n de Jesús 229 E l r e l o j (primera parte) 325

D. Ignacio Ramírez. ¡ Y o pienso en ti! 360

Á 237 D. Antonio José de Irisarri.


A l amor 237
E l b o c h i n c h e (sátira) 365
P o r los d e s g r a c i a d o s 238
D. Juan Diéguez.
D. Juan Valle.
L a garza 371
Á mi gallo 377
L a guerra civil .... 243 L a s tardes de A b r i l 381

D. José Rosas y Moreno. POSTDATA 385

E l Zentzontle 249
L a v u e l t a á la a l d e a 252

E l valle de mi i n f a n c i a 255

D. Manuel Acuña.

A n t e un c a d á v e r 263

Nocturno.—A Rosario 266

D. Manuel Maria Flores.

Pasión 273
Ausencia 274
Adoración 275
Eva 277
B a j o las palmas 283

AMÉRICA CENTRAL.

P. Rafael Landivar.

L o s lagos de M é x i c o 289

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