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NO ESTOY SEGURA DEL EPÍGRAFE, ASÍ QUE LO DEJO A TU ELECCIÓN (OBVIO QUE VAYA EN

SENTIDO CON EL ENSAYO XD)


Porque mi viaje ha barajado, para mí, las nociones de pretérito, presente, futuro.
No puede ser presente esto que será ayer antes de que el hombre haya podido vivirlo y
contemplarlo; no puede ser presente esta fría geométrica sin estilo, donde todo se cansa y
envejece a las pocas horas de haber nacido. Sólo creo ya en el presente de lo intacto; en el
futuro de lo que se crea de cara a las luminarias del Génesis. No acepto ya la condición de
Hombre-Avispa, de Hombre-Ninguno, ni admito que el ritmo de mi existencia sea marcado
por el mazo de un cómitre.
Carpentier

¿Y si decido perderme, si decido salir corriendo en búsqueda de la sublimidad, si


decido lanzarme al vacío atemporal sintiendo el miedo hasta los huesos? ¿Y si decido viajar
en el tiempo y zafarme de la normalidad que se impone? Sucede que me encontraré, que
dejaré mi condición de animal y trascenderé. Sucede que no regresaré.

La pretensión de este ensayo es una propuesta para escapar. Escapar de la normalidad que
se nos ha impuesto y que hemos aceptado, con el fatal resultado del desconocimiento
propio. Esta propuesta se basa en la historia y las ideas que nos deja Alejo Carpentier en
su libro los pasos perdidos, libro que disfruté leyendo, sintiendo intensamente cada
momento álgido, sufriendo cada caída y viviendo cada detalle del paisaje que de manera
sublime narra el escritor, a través de esa técnica a la que nos tiene tan acostumbrados,
técnica que le da un plus a los novelistas del boom, los guía para partir por nombrar las
cosas para poderlas incluir en el mundo entero. A través de este estilo, Carpentier nos
brinda una visión más rica sobre el origen de lo barroco americano -movimiento artístico
europeo que surgió en el siglo XVI. El barroco vino al continente americano por medio de
los españoles, por lo que hizo que este alcanzara su expresión durante el siglo XVIII, al
mezclarse con los diversos aportes indígenas-.

Los pasos perdidos es escrito cuando occidente acababa de sufrir una enorme guerra y el
mundo entero empezaba a ser parte del capitalismo globalizador, momento en el que ya se
veía en el horizonte la futura posmodernidad del sujeto de hoy día, totalmente alienado y
condicionado por la manipulación del tiempo. Tiempo que va muriendo rápidamente,
tiempo que se sufre sirviendo al burgués, tiempo que se desliza tras el reflejo de un espejo
negro que sugiere cómo invertir el tiempo en nimiedades. Tiempo que se va en
lamentaciones por la pérdida del mismo. El escritor crea en el relato un alter-ego, ya que
tuvo la experiencia de vivir en Nueva York, ciudad que definió en su artículo presencia de
la naturaleza, publicado en 1952 en Caracas -o más bien a sus habitantes- como: “(…) se
produce un tipo de hombre, hijo de los tiempos modernos, que me inspira una lástima
infinita. Es aquél que pasa once meses al año sin tener contacto alguno con la naturaleza”.
Posteriormente viaja a Venezuela, lugar en el que escribe este libro y en el que emprende
un viaje por el río Orinoco, Río que es protagonista de esta travesía.

En el capítulo VI inicia el viaje del protagonista de los pasos perdidos. Tras cruzar el
umbral el personaje pasa por una serie de pruebas, al acercarse a la entrada de la ciudad
situada en lo más hondo de aquel mundo lleno de maravillas que lo espera, la situación
pone a prueba su valor y sus deseos de llegar al lugar deseado, en el camino lleno de
aventuras el protagonista comienza a experimentar sensaciones nuevas y a veces
aterradoras. Por lo menos, el protagonista ha superado unas pruebas físicas: las
experiencias horribles de las revoluciones, un temor tremendo a la naturaleza desconocida,
una tormenta en el río, y por último la prueba definitiva de vencerse a sí mismo:

Perdida toda la razón, incapaz de sobreponerme al miedo, me abrazo a Rosario, buscando el


calor de su cuerpo, no ya con gesto de amante sino de niño que se cuelga del cuello de su
madre, y me dejo yacer en el piso de la curiara, metiendo el rostro en su cabellera, para no ver
lo que ocurre y escapar de ella, al furor que nos circunda (pp.172)

Son pruebas difíciles que ha de soportar el protagonista a lo largo de su viaje, a su retorno


al pasado y de búsqueda interior, él mismo reconoce: “cuando fue la luz otra vez,
comprendí que había pasado la primera prueba. Las sombras se habían llevado lo temores
de la víspera” (pp.166). Pasar las pruebas implica un periodo de adaptación y se ha iniciado
el viaje para empezar las conquistas y traspasar barreras.

La posición que toma Carpentier será la de situarnos en la experiencia de otro escenario,


donde la extrañeza frente a una realidad, que en un principio solo nos intuye lo más visible
en el transcurso, lo interesante se genera en el momento en que los desplazamientos van
generando tensiones internas en el protagonista donde un modo de liberarse de ellas es el
registro, el diario se presenta como estrategia memorística ante la inevitabilidad del olvido,
diario donde la palabra es liberación de las imágenes presentes en la visión sedimentada
por un artista, cuyo nombrar sostiene la interioridad de un viaje real-imaginario.
Así, frente al cambio multiplicado de lo geográfico y el mareo del narrador en la pérdida
de los límites (el arriba y el abajo sintetizados en los reflejos fluviales), los rasgos del
tiempo y del espacio se anulan, el protagonista se siente perdido en un mismo espacio, el
entorno solo se reproduce en su memoria que quiere mantener, contrastando con su propio
olvido de varios sucesos personales, comprimida en el desorden de un mundo que le
permite definir el sentido de lo perdido.
El tiempo como lo conocemos, es una clasificación que se ha desarrollado paulatinamente,
el reloj de doce horas es finalmente conjeturado por los romanos, quienes se basaron en
modelos ya propuestos por las primeras civilizaciones. Esta clasificación fue buscada y
propuesta para el entendimiento de los periodos climáticos y la organización de las
siembras, -posteriormente para el entendimiento del funcionamiento del universo en
general-. Sin embargo, el hombre común restaba importancia a estas categorías de horas,
minutos y segundos, porque apenas era necesario saber en qué parte del día se estaba. Es
hasta la edad media -momento en el que América y Europa se encuentran- que estas
categorías toman sentido en la vida diaria y los hombres empiezan a preocuparse por cada
fracción de tiempo exacto para orar, trabajar y servir al señor feudo. En el renacimiento se
da supuestamente una abolición de la esclavitud -solamente para los blancos, ya que en la
conquista ese papel de esclavos lo empiezan a protagonizar los pueblos colonizados-. Sin
embargo, hasta nuestros días, la esclavitud realmente no ha terminado, se disfraza. Acorde
a esto Bukowski escribe:

La esclavitud nunca fue abolida, sólo se amplió para incluir todos los colores. (…)
A los esclavos nunca se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo
necesario para que sobrevivan y regresen a trabajar. (Carta para John Martin, 12
de Agosto de 1986)
Los seres que habitan las ciudades, que madrugan cada día a la misma hora, que van
inhalando la espesura de nubes grises, tragando el ruido del tráfico y volviéndolo nodo
muscular para llegar a un lugar que odian pero que necesitan para “vivir”, son esclavos del
tiempo como se le conoce; las horas encerradas en un círculo infinito de repeticiones, tal
como la condena de Sísifo. Cuando el horario esté en los quince grados y el segundero en
los cero grados será la hora de almorzar, y así será cada veinticuatro horas, cada día, cada
nuevo inicio del ciclo eterno de este encierro circular. Sin derecho a creer que hay una
veinticincoava o veintiseisava hora, sin derecho a cuestionar esa categoría “hora”, porque
la multinacional en la que trabaja el sujeto no le permite otro momento para alimentarse.
Tal como describe Carpentier al habitante de la ciudad protagonista del relato:

(…) De los caminos de ese cemento salen, extenuados, hombres y mujeres que vendieron un
día más de su tiempo a las empresas nutricias. Vivieron un día más sin vivirlo, y repondrán
fuerzas, ahora, para vivir mañana un día que tampoco será vivido, a menos de que se fuguen
—como lo hacía yo antes, a esta hora— hacia el estrépito de las danzas y el aturdimiento del
licor, para hallarse más desamparados aún, más tristes, más fatigados, en el próximo sol.
(pp.255)

Pareciera que ya no hay tiempo para la construcción del pensamiento crítico, para la
búsqueda de sí mismo, porque todo el tiempo se está yendo en la construcción y la
reproducción del sistema que impera y que alinea. Ahora bien, aunque lamentablemente es
imposible salirse totalmente de ese sistema, es posible vivir en el tiempo que se quiera,
regresar al siglo de las luces, iniciar una revolución propia cuestionando el funcionamiento
‘normal’ del mundo, como admite el protagonista finalizando su travesía, después de
haberse perdido, encontrado y nuevamente extraviado:

(…) mienten quienes dicen que el hombre no puede escapar a su época. La Edad de Piedra,
tanto como la Edad Media, se nos ofrecen todavía en el día que transcurre. Aún están abiertas
las mansiones umbrosas del Romanticismo, con sus amores difíciles. (pp.278)

Perderse tomando otro camino, moviéndose más rápido, más lento, a contracorriente.
Sintiendo miedo, el miedo a lo sublime. Aceptando las pruebas que el camino va trayendo.
Viajando a lugares remotos, reales e imaginarios, lejanos e idílicos; utópicos. Perderse
para encontrarse, tomar la mochila, un lápiz y un cuaderno, y salir a caminar sin rumbo,
sin reloj, sin pensamientos. Encontrarse a sí mismo en pasos perdidos.

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