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Raul Virtic Derecho Penal II Fermin Morales Prats

Tema XVI. El autor, los cómplices, la víctima


AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN
Autor del delito será quien realiza el tipo legal correspondiente. Es pues ese sujeto a quien se refiere cada
descripción legal con su locución impersonal inicial. La idea de autor lleva implícita la de responsabilidad
criminal por el hecho acaecido, mientras que el sujeto activo es solamente la persona que realiza el
comportamiento típico. En cuanto se da la presencia de varios intervinientes, de los cuales unos serán
considerados autores y otros partícipes.
El estudio de la autoría es a la vez el estudio de la participación criminal, expresión referida al conjunto de
personas que intervienen de uno u otro modo en la comisión del delito, y a la pena que les es aplicable en
función de esa intervención.
Las reglas que incriminan la participación criminal, haciendo punible la actuación de personas distintas de
los autores, operan como reglas de extensión de la responsabilidad criminal.

CONCEPTOS DOCTRINALES DE AUTOR Y DEFINICIONES LEGALES


Los códigos penales, no definen lo que es ser autor, al menos expresamente. De una parte describen en cada
tipo de delito la conducta del autor del mismo, a lo que añade, el Código Penal español, una serie de reglas
para “considerar” también autores a determinados sujetos cuya intervención en el hecho parece al legislador
tan importante penalmente como la del autor en sentido estricto.

Teorías de la autoría y doctrinas causales


La teoría de la equivalencia de condiciones será subsumible como conducta de autor la de todos aquellos que
hayan aportado una condición del resultado.
La teoría de la causalidad adecuada, en el plano subjetivo se pueden plantear distinciones, de acuerdo con
el ánimo del sujeto, si siente o no el hecho como propio con independencia de su aportación causal al mismo.
Se da una relación íntima entre las tesis causales, la valoración de lo subjetivo, y los conceptos doctrinales
de autor.

Conceptos doctrinales de autor


Los conceptos doctrinales de autor parten todos de una cuestión previa resuelta, cual es la identificación de
una acción penalmente atribuible a una persona como “propia”. La primera condición para poder ser autor
es haber realizado un acto consciente.

Concepto unitario de autor


De acuerdo con la teoría de la equivalencia de condiciones sostiene, simplemente, que autor de un delito es
todo aquel que ha contribuido de cualquier modo a su realización, sin importar la entidad material de su
intervención. Supone la práctica supresión de las distinciones entre autores y partícipes. Nuestro derecho
positivo hace imposible la aceptación de esta tesis, que en el plano político-criminal supone un incremento
desmedido de la represión, amén de una igualación del tratamiento jurídico de conductas diferentes entre
sí.
A veces los códigos penales, como sucede en el español, configuran un concepto de autor, que luego en
relación a determinadas infracciones abandonan.
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Concepciones que distinguen entre autores y partícipes
Los conceptos de autor diferentes del llamado “unitario” tienen como propósito decidir quién ha de ser
autor, para, por exclusión, relegar a los demás intervinientes a la condición de partícipes. Las diferencias
entre ambos sujetos no son sólo de conceptualización de su conducta, sino mucho más profundas: el autor
realiza un tipo de delito descrito en la ley expresamente, y el partícipe no; podrá haber autor sin partícipe,
pero no partícipe sin autor. La relación entre ellos se estudia según la teoría de la accesoriedad.
Las diferencias punitivas entre unos y otros sujetos requieren sumo cuidado en la configuración de un
concepto que, como es el de autor, no está formalmente definido por la ley.
Dentro de las doctrinas que distinguen entre autores y partícipes se distinguen, fundamentalmente, el
concepto subjetivo de autor y los diferentes conceptos objetivos.

Concepto subjetivo de autor


El concepto subjetivo de autor acude a lo subjetivo, de manera que lo importante es el “sentimiento” de ser
autor del hecho, de tenerlo como propio y no como colaboración en el hecho de otro. El animus auctoris
diferenciará a éstos de los partícipes, que actuarán con conciencia de intervenir en un hecho ajeno “animus
socii”.
Este planteamiento es ampliamente rechazado en España. Estas conceptualizaciones subjetivas de la
autoría, desprecian la realidad material de lo hecho por el sujeto.
La concepción subjetiva de la autoría acierta cuando proclama la actitud intelectual de un autor y la de un
partícipe no es igual, y que por lo tanto el componente subjetivo de sus respectivas conductas injustas es
diferente. También su idea de que no es lo objetivamente hecho, sino otros aspectos de los acontecimientos
delictivos, los que han de ser valorado. Pero olvida que lo injusto total de una conducta no se integra
solamente con la actitud mental de cada individuo, sino que requieren algo más, y por eso es rechazable el
concepto subjetivo de autor. Cualquiera que sea la actitud subjetiva de cada partícipe lo cierto es que no es
“indiferente” lo que objetivamente haya hecho cada uno, con lo que cada cual haya contribuido
materialmente a la lesión del bien jurídico.

Conceptos objetivos de autor


Los conceptos que llamamos objetivos en cuanto conceden carácter determinante a los aspectos externos
de la conducta, su entidad material.
A. CONCEPTO OBJETIVO-FORMAL
Parte este concepto de considerar que la distinción entre autor y partícipe ha de hallarse en el terreno de la
aportación objetiva de cada uno al hecho. De acuerdo con ello, será autor quien haya realizado un acto
ejecutivo “típico”, mientras que cualquier otra contribución material relegará al sujeto a la condición de
partícipe.
La crítica a esta solución aparece al dar por sentado que se puede, en todos los tipos, establecer cuáles son
los actos ejecutivos previstos. Y ello no es posible en muchos casos, como determinados tipos que sólo
declaran el resultado que se ha de producir, pero nada dicen de los actos o medios que pueden llevar a ese
resultado. Dejaría fuera del concepto de autor al autor mediato, pues éste, por definición, no se realiza actos
típicos, que son llevados a cabo por otro, el que se designa como “instrumento”.

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En España la tesis objetivo formal goza de cierta aceptación, pues se la quiere ver consagrada precisamente
en la declaración legal de que son autores todos los que “realizan el hecho conjuntamente” (art. 28 párr. 1º
CP)
B. CONCEPTO OBJETIVO-FORMAL
Al igual que la anterior, busca la separación entre partícipes y autores en función de aportaciones objetivas.
Pero en lugar de acudir al criterio de la aportación ejecutiva “típica”, sostiene que autor es el que aporta la
contribución más importante, en cierto modo en la línea de la llamada causalidad eficiente. Los defectos de
esta tesis es que deja fuera del ámbito de la autoría al autor mediato; la “importancia de la aportación no se
dice en qué modo ha de entenderse. Si la importancia se mide de acuerdo con la intensidad del peligro para
el bien jurídico o del dominio sobre la decisión, o el control de los acontecimientos, encontraremos criterios
seguramente más válidos, pero nos alejaremos de la concepción objetivo material en la manera que la
concibieron los que la formularon.
La doctrina española ha apreciado en la regla del art. 28, b) CP (castigo a cómplices necesarios), una muestra
de la tesis objetivo-material, en la medida en que aplica la pena propia del autor por hecho de haber
aportado una condición imprescindible para el resultado, circunstancia que separa a éstos de los meros
cómplices no necesarios a los que se refiere el art. 29 CP.

La teoría del dominio del hecho


Esta tesis sostiene que autor del delito es la persona que consciente y dolosamente controla el desarrollo del
hecho, que tiene el dominio o señorío sobre el curso del mismo, dominio que se manifiesta en lo subjetivo
porque lo orienta a la lesión de un bien jurídico, y en lo objetivo, porque goza del poder de interrumpir en
cuanto quiera el desarrollo del hecho.
La tesis del dominio del hecho se presenta como una solución que combina elementos objetivos y subjetivos.
Acoge sin esfuerzo la figura del autor mediato y es además, útil para establecer la imputación en supuestos
de delitos cometidos en el ámbito de la actividad de personas jurídicas.
El TS se manifiesta también en favor de la solución del “dominio del hecho”. La doctrina del dominio tiene
graves inconvenientes:
a. Es inadecuada para resolver la autoría en los delitos imprudentes, pues en éstos el sujeto “por
definición” no controla el curso causal conscientemente. Con ello, esta tesis se ve obligada a buscar
como mínimo dos conceptos de autor, uno para los delitos dolosos y otro para los delitos culposos.
b. El dominio del hecho entendido como capacidad para interrumpir el curso causal lo pueden tener
diferentes sujetos, sin que todos puedan ser considerados por igual autores.

EL CONCEPTO DE AUTOR EN EL DERECHO ESPAÑOL


Situación legal
Autor del delito es quien realiza el tipo legal correspondiente. Esta afirmación encierra un análisis bien preciso
del significado de los tipos penales y de la función que en el derecho español cumple el art. 28, párrafo según,
a) y b) CP.
La doctrina española señaló que para conocer quién era autor de un delito bastaba con acudir al respectivo
tipo penal, que era donde la doctrina a la sazón mayoritaria, veía la definición de la autoría,
equivocadamente, pues dicha regla contemplaba un supuesto de ejecución conjunta, impreciso, pues supone

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que, de no existir tal regla, los que “solamente” toman parte no podrían ser castigados, como no podrían
serlo los inductores y los cómplices.
Además, la tesis que se defiende parece que ha recibido el respaldo del Código Penal, cuyo art. 28 comienza
declarando que “son autores quienes realizan le hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de otro del
que se sirven como instrumento”. De este modo se traza una neta distinción entre la autoría, entendida como
conducta que puede ser subsumida directamente en el tipo, tanto objetiva como subjetivamente, sin
necesidad de acudir a reglas, y la participación, en las que se engloban los inductores y los cómplices,
necesarios o no necesarios.
Sólo puede ser autor quien ha actuado de manera que el hecho típico le pueda ser imputado objetiva y
normativamente (actuación conscientemente dirigida contra el fin de la norma).

La posición jurisprudencial. La teoría del “acuerdo previo”


La jurisprudencia española siguió criterios objetivistas al definir el concepto de autor, pasó a luego a
decantarse progresivamente en favor de una concepción subjetiva que cristalizó en la peculiar “doctrina del
acuerdo previo”. En virtud de ésta se deben tener como autores en sentido estricto a todos aquellos
partícipes que conjuntamente planearon la ejecución del delito. Para el TS, quien participaba en el acuerdo
previo toma parte en la ejecución.
La doctrina del acuerdo previo, además de tener que soportar las críticas a los conceptos subjetivos, afronta
otras:
i. ¿Qué es un acuerdo? ¿Cómo y cuándo surge? ¿Es expreso, tácito, positivo, omisivo?
ii. El choque con el principio de legalidad, al prescindir de la ley, en cierta manera.
Por otra parte, hay que reparar en algo que, por obvio, se desprecia: el legislador no parte de un supuesto
desconocimiento entre los partícipes, puesto que lo normal es que los copartícipes se conozcan antes del
delito, e incluso que prefiguren lo que va a hacer cada uno.
Las distintas formas de autoría en sentido propio (inmediata y mediata) y los comportamientos que en
nuestro derecho reciben la misma pena que el autor (inductor y cómplice necesario), ofrecen particulares
características.

FORMAS DE LA AUTORÍA PRINCIPAL: INMEDIATA, COEJECUTIVA Y MEDIATA


Autor principal
Autor en sentido estricto (autor principal) es aquel cuyo comportamiento puede ser directamente subsumido
en el tipo legal. Esa subsumibilidad directa se da en tres clases o formas de autoría, enumeradas en el art.
28 CP: inmediata y mediata, por una parte, y autoría conjunta, por otra.
El autor inmediato es aquel que realiza por sí mismo el delito.

La coejecución
La posibilidad de que más de una persona pueda intervenir a la vez en la ejecución inmediata del hecho se
describe como realización conjunta, que no es sino la presencia de varios autores inmediatos del mismo
hecho, y así lo recoge y declara el primer párrafo del art. 28 CP.

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Lo único relevante es decidir cuándo cabe apreciar que alguien “ha intervenido en la ejecución conjunta del
hecho”. En relación con este tema la jurisprudencia y la doctrina española han oscilado entre criterios
objetivos y subjetivos. Puede haber aportaciones que hayan sido causales y que no por eso permiten
entender que el que las hace es un coejecutor.
La coejecución implica tomar parte “material”, y por eso, no puede bastar un mero concurso de voluntades,
sino que se requiere una intervención “objetiva” aunque “parcial” en la realización del tipo.
Entre los diferentes “autores conjuntos” ya no pueden plantearse cuestiones de accesoriedad, puesto que
se supone que la conducta de todos y cada uno se subsume directamente en el hecho.

La autoría mediata
Al igual que la autoría inmediata, la autoría mediata es también una forma de autoría principal. Es autor
mediato de un delito quien realiza el correspondiente tipo legal utilizando como instrumento a otra persona
que actúa inconsciente de la transcendencia penal de lo que hace.
En la doctrina se distinguen distintas posibilidades: el autor mediato se vale de un sujeto que es víctima de
un error; el autor mediato obliga al inmediato ejercitando sobre él una presión psicológica; y finalmente, el
autor mediato usa a un inimputable para la realización del hecho. El uso de un inimputable puede
posiblemente incluirse en la autoría mediata, si éste actúa inconscientemente. Pero si el inimputable actúa
conscientemente, aunque sea inimputable por voluntad de la ley, deberá tratarse el hecho mejor como
supuesto de inducción.
En el caso del sometimiento de la voluntad del instrumento por miedo (psicológica), la situación es similar,
pues el sujeto dominado por el miedo actuará de modo inculpable, pero eso no impide que actúe consciente
y dolosamente. Por consiguiente, la autoría mediata debe contraerse a los casos de utilización de un sujeto
que actúa inconsciente de la plena significación fáctica o jurídica de lo que hacer.
En el planteamiento finalista se ha podido hablar de una subespecie de autoría mediata en aquellos casos
en los que el sujeto actúa dolosamente, pero sin estar su conducta orientada en el sentido de un elemento
subjetivo del injusto que el tipo exige.
La construcción de la autoría mediata es designada como “autoría mediata con utilización de instrumento
dolosos”.

La autoría mediata en el derecho positivo


En la doctrina española, en relación con la autoría mediata, la actual redacción del art. 28 párrafo primero
CP, la ha establecido expresamente como forma de la autoría.
La autoría mediata fue admitiéndose abiertamente en nuestra doctrina, porque el concepto de autor
mediato es necesario en un buen número de casos.

Autoría mediata e inducción


El que actúa inducido por otro sabe que está realizando un comportamiento delictivo, con independencia de
que el inducido bajo amenazas graves, se pueda ver exento de responsabilidad criminal por miedo.
El “hecho” que se realiza es precisamente el tipo, cuya proyección requerirá también del dolo entendido en
el modo indicado. Para que se pueda decir que el inducido actuó dolosamente, basta que lo haya hecho con
conocimiento y voluntad referidos al tipo. Bien es cierto que la coacción puede llegar a ser de tal intensidad
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que anule la voluntad. Esos casos deben ser excluidos del campo de la participación, pues se trata de
supuestos de ausencia de acción. El art. 28 CP alude exclusivamente a la inducción como forma de
participación, y prescinde de la equiparación que antaño se hacía entre ésta y la fuerza.
La relación entre inducción y autoría mediata, resulta evidente trazar una clara frontera entre los casos en
que se actúa sin la voluntad propia del dolo y aquellos otros en los que el sujeto actúa con una voluntad que
no es libre en sus mecanismos de formación por haber sido manipulada. Estos últimos casos deben ubicarse
en el art. 28 párrafo segundo, a) CP; en cambio el primer grupo de supuestos no requieren de este precepto,
sino de la regla del párrafo primero del mismo artículo.
Como regla de diferenciación: no se puede hablar de autoría mediata si el supuesto instrumento ha actuado
dolosamente.

LA PARTICIPACIÓN
La participación es una de las otras formas de responsabilidad criminal por intervención en el delito. Esas
formas deben su autonomía (relativa) a la distinción operada entre autores y partícipes. En segundo lugar,
su castigo es posible en la medida en que la ley lo establezca con reglas determinadas, pues la participación
no puede castigarse por el camino de la subsunción en el tipo, por la sencilla razón de que el partícipe no
realiza el tipo. Su punición es fruto de una extensión del ámbito de personas responsables. Es inconcebible
la existencia de partícipes si no hay autores. La incriminación de la participación depende siempre de la
entidad de su relación con el autor o autores.
La participación en delito es un comportamiento delictivo; pero lo que hace el partícipe carece de autonomía
como infracción, ya que depende del hecho principal. Ello no obsta para que haya una “tipicidad” de la
participación que se forma relacionando reglas generales con el tipo concreto, y que esa tipicidad sea
sometida a los principios interpretativos comunes.

La accesoriedad de la participación
Por “accesoriedad” se designa la dependencia que la conducta del partícipe tiene respecto de la conducta del
autor. El autor, a su vez, puede no haber obrado dolosamente, o tener exculpada o justificada su conducta.
De estas posibilidades se derivan tres posibles principios reguladores de la accesoriedad, que según ellos
puede ser entendida como máxima, media o mínima.
A. ACCESORIEDAD MÁXIMA
La participación sólo es punible si el autor obró típica, antijurídica y culpablemente, es decir, con
responsabilidad criminal plena salo el supuesto de concurrencia de una excusa absolutoria. En la opinión
mayoritaria en nuestra doctrina, la exigencia de que el autor haya obrado de ese modo es excesiva, ya que
una causa de exclusión de la culpabilidad, de naturaleza formalmente personal, no tiene por qué diluir la
realidad de un acto típico e injusto en el que el partícipe ha colaborado sin que le alcancen las razones de
exculpación que afectan al autor.
B. ACCESORIEDAD MÍNIMA
Según ésta la participación es punible simplemente con que el autor principal haya actuado típicamente; se
sostiene la punibilidad incluso si la conducta del autor está amparada por una causa de justificación. Tal
consecuencia no es admisible, pues no parece adecuado derivar punición para quien ha colaborado en un
acto de esa naturaleza.

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C. ACCESORIEDAD MEDIA
Ésta es la fórmula de mayor aceptación en la doctrina y jurisprudencia españolas. Según ella, para que la
participación sea punible es preciso que el autor haya obrado típica y antijurídicamente. La eventual
concurrencia de una causa de exclusión de la culpabilidad no afecta en nada a la punición de aquellos sujetos
en quienes dicha causa no concurra.

EL TIPO Y EL DOLO DEL PARTÍCIPE


La participación tiene una tipicidad. Se trata de una tipicidad accesoria compuesta por la combinación de las
reglas generales de incriminación de la participación (arts. 27 y ss. Del CP) con la respectiva figura de delito.

La participación culposa
El partícipe puede prestar su ayuda o realizar su intervención con plena conciencia de su aportación a la
relación del delito principal (participación dolosa) o bien puede plantearse si cabe hablar de participación
imprudente en delito dolosa en aquellos casos en los que el partícipe ha contribuido al hecho infringiendo el
cuidado que le era exigible. A esta posibilidad se opone la doctrina dominante con razón. La accesoriedad de
la participación obliga a reconocer que el tipo de partícipe se forma combinando la regla general
incriminadora de la participación con un tipo doloso, y no sólo con la parte objetiva del mismo.
O el partícipe tiene voluntad de colaborar y propiciar la lesión de un bien jurídico o no actuará en el sentido
de la norma incriminadora de la participación, por lo cual no será viable formular la imputación de su
actuación, imputación que sólo es hacedera si el partícipe ha conocido el tipo que se propone realizar el
autor. La jurisprudencia mantiene en ese punto un criterio similar: “en el caso presente, si bien existió una
cooperación del recurrente que objetivamente pudiera considerarse relevante, y, en tal concepto, apta para
integrar la complicidad del art. 16 CP anterior, es lo cierto que faltó el dolo que, como elementos subjetivo,
ha de concurrir en toda clase de participación delictiva, tanto en la necesaria como en la no necesaria.”
Ello no obsta a la posibilidad de que el partícipe, “con independencia de lo que haga el autor”, pueda en
algún caso cometer un delito de imprudencia si el resultado final del hecho es relacionable con la infracción
de la norma de cuidado que hubiera infringido.

Participación dolosa en delito culposo


Esta posibilidad es también negada por la doctrina mayoritaria. En los delitos imprudentes, el resultado
únicamente se puede vincular con la infracción de la norma de cuidado realizada por el autor. La participación
requiere la conciencia de intervenir o ayudar a un hecho doloso. Una participación dolosa en hecho
imprudente sería incongruente con las consecuencias del principio de accesoriedad.
La jurisprudencia española, ha admitido en ocasiones la punición del inductor doloso a un hecho imprudente
e, incluso, la complicidad.
La inducción supone haber creado la decisión de que otro intencionalmente dañe un bien jurídico. La
inducción a un delito que queda en grado de tentativa es punible, y en cambio no es concebible el castigo
de la inducción a una conducta imprudente que por la razón que sea no ha provocado daño alguno. La
punibilidad de la inducción no puede quedar al albur de lo que finalmente ocurra, pues o es punible en todo
caso o no lo es nunca.

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Participación culposa en delito culposo
En los delitos imprudentes no es posible diferenciar entre autoría y participación. Si varias personas, cada
uno desde su posición, infringe el cuidado general y especial que les corresponde tener y realizan una acción
que por sí misma entraña mayor o menor peligro de resultado, habrá realizado una imprudencia, que a lo
sumo se podrá diferenciar entre grave y leve en función de la entidad de la infracción de la norma y de la
cantidad de peligro creado
La inducción es por naturaleza un concepto doloso. La coautoría, si es también principal no plantea problema
alguno, pues cada uno de los autores es autor en sentido estricto.
En cuanto a la coejecución que quiera diferenciar entre autor imprudente principal y coautor material de la
imprudencia, conducta que a partir del vigente CP difícilmente se puede considerar de participación,
tampoco sería posible sostenerla si no concurriera una infracción personal del cuidado debido por parte del
coejecutor material.

CLASES DE PARTICIPACIÓN EN DERECHO ESPAÑOL


Estando la autoría principal descrita en el correspondiente tipo de delito, resulta evidente que las demás
conductas descritas en los artículos 28, párrafo segundo, a) y b), y 29 CP son de “participación.
En derecho español las formas de participación son: la inducción, la complicidad necesaria y la complicidad
no necesaria.

La inducción
Consiste ésta en determinar consciente e intencionadamente a otra persona a cometer un delito, pero sin
participar en su ejecución. Su regulación legal se encuentra en el art. 28, párr. 2º, a) CP. El inductor es
castigado con la misma pena que el autor. La regla de igualdad de la pena se fundamenta en que con ella se
quiere castigar tanto la conducta del que hacer nacer en otro la decisión de delinquir mediante la persuasión
como la de quien renuncia a persuadir con la palabra y pasa directamente a la amenaza física o moral.
La inducción en sentido estricto, tiene una serie de requisitos elaborados por doctrina y jurisprudencia y
sobre los que existe acuerdo generalizado:
a. La inducción ha de ser concreta y específicamente orientada a un hecho delictivo específico. Además,
la inducción ha de ser realizada sobre persona concreta.
b. La inducción ha de ser eficaz, lo que significa que su punibilidad depende de que el inducido dé
comienzo, al menos, a la comisión del delito, de manera que ese comienzo opera respecto al inductor
como una condición objetiva de punibilidad. El art. 18.2 CP advierte que si a la provocación le siguiera
la comisión de un delito, el hecho sería castigado como inducción.
c. La inducción ha de ser determinante, de manera que no puede apreciarse si el supuesto tuviera ya
decidido realizar el delito. Esa decisión ha de nacer, precisamente, a consecuencia de la actuación
del inductor.
d. La inducción, como modo de creación de una decisión en la voluntad de otro, y como otra forma de
participación, ha de ser dolosa. El dolo debe ir orientado a conseguir que el inducido realice un
determinado tipo de delito. El inductor no puede responder más que por aquello que dolosamente
hubiera deseado, y nada más que por eso. Si el inducido realiza menos que lo deseado por el inductor,
la limitación impuesta por la accesoriedad reducirá la pena de éste.

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La complicidad: complicidad necesaria y no necesaria
La complicidad puede definirse como aquella contribución o auxilio al hecho, anterior o simultánea, que ha
sido útil para la ejecución del plan del autor. Se apoya en los principios de accesoriedad y requiere un
comportamiento doloso para poder darse complicidad punible.
Si se quieren trazar los límites de la complicidad, pueden fijarse los siguientes:
a. No puede llegar al punto de incluir al acto ejecutivo “típico”, pues tal caso constituiría un supuesto de
coejecución (art. 28, párr. 1º). Los actos contributivos no típicos son aquellos que, suponiendo una
actividad material del que los hace, no pueden subsumirse en parte de los elementos de un tipo
delictivo.
b. La aportación ha de ser de alguna utilidad para el plan del autor, pues si es irrelevante no puede
tenerse como auxilio a la ejecución. Si la utilidad llega a tal punto que se presenta como necesaria
para la ejecución del plan del autor, aparece la más importante distinción y, con ella, el mayor
problema de la complicidad en derecho español: la necesariedad, pues de ella depende que el
cómplice sea castigado con la misma pena que el autor (por “complicidad necesaria”) o como mero
cómplice no necesario, con una sustancial diferencia punitiva. La complicidad “normal” queda como
concepto subsidiario.
Históricamente el llamado cómplice principal era equiparado al autor. Y se tenía por cómplice principal a
aquel sin el cual el delito no se hubiera realizado. Esa consecuencia, sigue estando claramente establecida
en el CP (art. 28, párr. 2º, b) y art. 29). Conclusiones:
a. Para un sector doctrinal, hoy reducido, es autor por vía de cooperación necesaria aquel que aportó
una condición sin la cual el resultado, en su desarrollo causal, no se hubiera producido. Tal tesis se
agrava en sus consecuencias al recurrir en los causal a la teoría de la equivalencia de condiciones. De
este modo, las aportaciones que han concurrido en la realización del hecho acaban siendo todas
necesarias, y sus responsables tenidos como autores. La doctrina española ha limitado tal
consecuencia claramente excesiva condicionándola a que el autor “no hubiera podido realizar el
hecho de otra manera”, y sólo entonces se declara necesaria la cooperación.
b. La necesariedad se intenta entonces precisar con otros dos planteamientos: el de la necesidad
relativa (concretada al modo preciso en que el autor desarrolló su plan), y el de la necesariedad
absoluta o abstracta (el plan desarrollado, con todos sus elementos causales, era el único
“imaginable”). Si se toma el primero de ellos resulta evidente que en el modo en que lo planteó el
autor todas las aportaciones al hecho eran necesarias, pues todas configuraban aquel plan, de
manera que todos los cómplices serían necesarios. Si se acude a la necesariedad abstracta, se produce
el efecto opuesto, ya que en abstracto casi todo delito es comisible de otro modo, con lo cual ninguna
aportación es absolutamente necesaria, y todas las conductas de los auxiliadores han de llevarse a la
complicidad simple.
c. Otro sector doctrinal se inclina en favor de resolver el problema a través de la teoría del dominio del
hecho, pues éste es de gran utilidad en casos como el de la autoría mediata. Cuando ese mismo
principio se traslada al problema de la cooperación necesaria no arroja mucha más luz ni ofrece más
útiles que las tradicionalmente ofrecidas por la doctrina española, ya que obliga a decidir que el
dominio del hecho lo tiene quien aporta una condición “en abstracto” o quien aporta una condición
“en concreto”, es decir una condición del resultado en el modo preciso en que éste se haya
producido, soluciones ambas a las que ya habían llegado las tesis objetivo-causales.

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d. La insatisfacción a que conducen estas soluciones, llevaron a GIMBERNAT a proponer la teoría de los
bienes escasos, según la cual lo esencial no es que el autor hubiera podido realizar el plan de una u
otra manera sino que lo determinante es que la aportación del cooperador sea “difícilmente
obtenible”. Si una aportación ha sido causalmente necesaria en abstracto o en concreto, pero
fácilmente sustituible, debe decaer su supuesta necesariedad. La teoría de los bienes escasos es de
carácter valorativo y político-criminal, no causal. Lo importante es valorar lo necesario que ha sido la
aportación para el autor en nuestra sociedad; y así se puede decir que obtener un soplete no es
importante, pues se puede comprar, y sí es importante obtener un arma o una llave falsa.
La teoría de los bienes escasos matizada, permite descartar reglas apriorísticas que en unos casos
coincidirán con lo materialmente justo y en otros no. Deberá ser el juez el que en cada momento
valore las circunstancias concurrentes para así decidir hasta qué punto aquella aportación al hecho
fue o no insustituible para el autor, prescindidendo de la eficacia causal concreta o abstracta como
criterios únicos y definitivos.
e. La necesariedad de la cooperación determina la imposición de la misma pena que el autor. Siendo
tan grave la consecuencia produce una constante inquietud el que dependa de algo aleatorio. Y todas
las soluciones expuestas tienen ese defecto.
El estudio de la complicidad necesaria para muchos se resuelve en buena parte el de la complicidad necesaria
(art. 29 CP). Esta figura, a causa de la propia descripción legal (“… son cómplices, los que hallándose
comprendidos en el artículo anterior…”) apenas recibe otras definición que la subsidiaria, de manera que se
incluyen en este precepto las conductas que no pueden definirse como cooperaciones necesarias.
La complicidad no necesaria tiene dos límites importantes: el cronológico y el sustancial:
a. En cuanto a lo cronológico el acto del cómplice ha de ser a lo sumo simultáneo al del autor, nunca
posterior. La simultaneidad dependerá de que el delito todavía no se haya consumado, circunstancia
que a su vez varía de acuerdo con cada estructura típica.
b. En el terreno de lo sustancial es preciso requerir la ayuda del cómplice aun cuando no sea necesaria
en el sentido que se le quiera dar al art. 28 párrafo 2º, b) CP, si sea útil al plan de ejecución, que
favorezca o facilite la ejecución de modo significativo. Lo mismo puede decirse de las conductas
omisivas, pues no se reconoce una “ayuda por no impedir”, sino que esa omisión, en su caso, podrá
ser constitutiva de un delito de omisión del deber de impedir determinados delitos (art. 450 CP).

La llamada complicidad por omisión


Para un sector doctrinal es posible la complicidad por omisión, bajo ciertas condiciones, entre las cuales
destaca la exigencia de que el supuesto cómplice ocupe una posición de garante, criterio que también acoge
a veces la jurisprudencia. Para otros es preciso que, además, la pasividad de una persona se traduzca en algo
equiparable a la actividad y por lo tanto debe dejar una impronta en el hecho.
El TS resume su postura en la STS de 13 de octubre de 1999:
“… la participación omisiva en un delito de resultado ha sido generalmente admitida por la doctrina. La
Jurisprudencia también ha admitido respecto a aquellas personas que teniendo un deber normativo, un deber
jurídico, de actuar y con posibilidad de hacerlo, nada hacen para impedir un delito que se va a cometer o para
impedir o limitar sus consecuencias.” “… La participación omisiva encuadrable en la complicidad parte de
unos presupuestos: a) favorecimiento de la ejecución, que se integra como presupuesto objetivo; b) un
presupuesto subjetivo consistente en la voluntad de facilitar la ejecución; y c) un presupuesto normativo,
consistente en la infracción del deber jurídico de impedir la comisión de un delito o posición de garante…”
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Tanto el art. 28, b) como el art. 29 CP (complicidad necesaria y no necesaria) declaran que ésta se produce
con actos. Cuando la ley penal lo juzga necesario alude a acciones u omisiones, por lo tanto las diferencia.
La exigencia de que el cómplice ocupe una posición de garante, que parece derivada de la regla contenida
en el art. 11 CP nacida, en principio, para la autoría y no para la complicidad no tiene otro sentido que el de
suministrar un fundamento jurídico que permita la transformación de una mera omisión que sería atípico,
en favorecimiento, expresión que hace desaparecer el carácter meramente pasivo.
En derecho español contamos además con los delitos de omisión del deber de socorro y de omisión del deber
de impedir determinados delitos que por su parte ofrecen respuesta penal para muchos casos en los que el
mal producido no se ha visto obstaculizado por la intervención de quién veía lo que sucedía y podía actuar.

LA AUTORÍA Y LA PARTICIPACIÓN EN DELITO ESPECIALES


Reciben el nombre de delitos especiales o de delitos propios aquellos que solamente pueden ser cometidos
por una determinada categoría de personas que el tipo indica. En tales casos se produce una determinada
categoría de personas que el tipo indica. En tales casos se produce una limitación de la esfera de autores. Tal
limitación es a veces explícita y otras veces implícita. Sólo pueden ser autores de esos delitos, en sentido
estricto, las personas que reúnen las condiciones exigidas por el tipo, y esto alcanza tanto a la autoría
inmediata como a la autoría mediata. En los delitos especiales no es posible la autoría mediata, pues el
comportamiento típico no puede ser realizado por el sujeto que actúa como instrumento, ya que carece de
las condiciones que el tipo exige para poder ejecutar el comportamiento que describe.
En principio no hay obstáculo, parece, en admitir que un sujeto cualificado según el tipo pueda utilizar como
instrumento a otro que no tiene tal cualificación. Se exceptúan aquellos delitos en los que además es
necesaria una actuación personal del autor, de tal modo que es inconcebible el uso del instrumento alguno.
Esta clase de delitos se denominan “delitos de propia mano”.
Si una persona no puede cometer el delito por faltarle la cualificación exigida al autor, tampoco puede
cometerlo valiéndose de un instrumento “cualificado”, pues ese delito o habrá sido cometido dolosa o
culposamente por el supuesto instrumento cosa difícil o no existirá.

Delitos especiales propios e impropios


Se habla de delitos especiales propios cuando la calidad especial del sujeto es determinante para la existencia
del delito, de tal forma que facultando la misma el hecho será atípico.
En los delitos especiales impropios la calidad especial posee únicamente la virtud de atenuar o agravar la
pena de su autor, pero existe una correspondencia fáctica con un delito común, que sería comisible por
cualquier persona que no tuviera aquella especial calidad.
El problema de la participación en los delitos especiales se ha diversificado en doctrina según se trate de
impropios o propios delitos especiales. Las dificultades mayores se aprecian en la admisión de la
participación en los llamados propios, aunque la solución que a veces se ofrece para la intervención en delito
especial impropio no es satisfactoria.

Alcance de las posiciones especiales


Históricamente se ha sostenido que en los delitos especiales se produce una limitación de la esfera de
destinatarios de la norma. Los sujetos no incluidos en esa esfera no tenían que ser castigados, por falta de
relación de subordinación.

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Un tipo penal no protege un bien jurídico en cuya salvaguardia estén interesados unos cuantos sujetos, sino
la comunidad toda, y actuar contra ese bien jurídico será materialmente injusto tanto si lo hace un sujeto no
cualificado como si, eventualmente, puede hacerlo un sujeto cualificado. No hay pues una destinación
especial de la norma, sino general, de donde derivará la antijuricidad de la conducta del partícipe.

Fundamento de la punibilidad del partícipe


La tipicidad de los comportamientos realizados por los demás partícipes se construye a partir del hecho típico
que realiza el autor principal. La única diferencia real, es que el partícipe no cualificado nunca hubiera podido
ser autor principal, pero no por eso varía el fundamento del castigo.
Las reglas que incriminan la participación no contienen excepciones, sino que amplían el número de posibles
responsables: otras personas son conminadas con pena a que no colaboren en la lesión de un bien jurídico,
sea cual sea la especie del delito.

La solución del problema en el derecho español


Nada impide que los partícipes en delitos especiales propios o impropios respondan penalmente de acuerdo
con el tipo realizado por el autor principal, sea cual sea ese tipo. El partícipe no puede ser autor principal,
pero eso no tiene nada que ver; el título de imputación es el mismo para todos.
La pena imponible al sujeto no cualficado, según el TS, el cual entendió que se podía apreciar al partícipe no
cualificado una circunstancia atenuante inspirada en que su conducta tenía “menos ilicitud” que la del sujeto
cualificado.
Para la doctrina esa solución tenía un objetivo aceptable (reducir la pena al partícipe no cualificado) pero la
vía elegida, que era la apreciación de una “atenuante análoga” resultaba excesivamente forzada. Por esa
razón el legislador decidió, a través de la Reforma del CP por LO 15/2003 de 25 de noviembre añadir un
párrafo más al art. 65 CP por el que se autorizaba expresamente la posibilidad de reducir la pena, e imponer
la inferior en grado, a los inductores o cooperadores necesarios “cuando no concurran las condiciones,
cualidades o relaciones personales que fundamentan la culpabilidad del autor”.
El art. 65.3 no ofrece un tratamiento legal comprensible para la punición de los partícipes no cualificados.
En cualquier caso, se puede relativizar la importancia del precepto, pues se trata solamente de una
posibilidad que se deja al criterio de los Tribunales.

La autoría mediata en delitos especiales e intencionales


Por declaración del art. 28 CP, la autoría mediata es una forma de autoría principal y como tal, en los delitos
especiales, sólo puede ser autor mediato quien pueda ser autor inmediato, esto es, el sujeto cualificado.
Ciertos sectores de la doctrina alemana ha construido la teoría del “instrumento doloso” para justificar la
autoría mediata en determinados casos: a) delitos cuyo tipo es portador de la necesidad de que el autor
tenga una determinada intención: se defiende por algunos la posibilidad de que en estos casos el
instrumento obre dolosamente pero sin la intención exigida por el tipo (instrumento doloso no intencional),
mientras que tal intención sí la tendría la persona que actúa desde atrás, la que lo utiliza y que por eso sería
considerable como autor mediato. b) el segundo grupo de casos afecta a los delitos especiales, y se refiere
a los supuestos en los que un sujeto que tiene la cualificación exigida por el tipo (“intraneus”), utiliza a otro
que no la tienes (“extraneus”), pero que actúa dolosamente (instrumento doloso no cualificado), de manera
que el “intraneus” puede ser considerado como autor mediato.

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La posibilidad de esa figura del instrumento doloso en la autoría mediata es sólo defendible desde una
concepción subjetivista de la autoría. Es innegable que pueden producirse situaciones en las que un
cualificado utiliza a un no cualificado para cometer un delito especial propio, y parece claro que hay que
evitar la impunidad de uno y otro. La figura del instrumento doloso es rechazable en todos los casos, el sujeto
que actúa consciente y voluntariamente no es ya un instrumento; su conducta es una acción jurídicamente
valorable, y si es atípica a la solución no se puede buscar forzando los conceptos, sino introduciendo las
necesarias modificaciones en la parte especial, si se estima necesario.
Nada impide que un cualificado utilice a un no cualificado inconsciente para realizar un delito especial, sea
propio o impropio, con las solas limitaciones de toda autoría mediata, esto es, que el tipo no exija una
actuación personal directa.

LA AUTORÍA Y LA PARTICIPACIÓN EN DELITOS OMISIVOS


Los delitos de omisión ofrecen una estructura propia que los diferencian de los delitos dolosos de acción.
Característica común a la omisión es su naturaleza personalísima. En virtud de ello no ha de extrañar que
respecto a esas clases de infracciones se sostenga generalmente que sólo hacen concebibles la autoría,
siendo imposible la participación.
En los delitos de omisión el autor se encuentra en una especial posición de deber en comparación con el
resto de los ciudadanos. Tan sólo son relevantes jurídico-penalmente las omisiones de aquellos que se
encuentran en una situación que fundamenta un deber de garantía respecto a la no verificación del
resultado. La existencia de ese deber es el criterio principal para seleccionar a los potenciales autores de
estos delitos.
El autor de un delito omisivo está en una concreta situación de deber, aunque no sólo eso le transformará
en autor cuando se trata de delitos impropios de omisión, ya que la llamada posición de garante muestra
como insuficiente para fundamentar la imputación del resultado.
En los delitos especiales la cualificación viene marcada en el tipo de acuerdo con condiciones permanentes
(funcionario, hombre, Juez, etc.). El que en los delitos de omisión solamente sean relevantes las conductas
de las personas que tienen el deber de actuar, constituye un dato de aproximación a aquéllos, pero no es
más que una lógica consecuencia de la estructura del delito omisivo.
Los delitos de omisión “comunes” tanto si se trata de omisiones puras o impropias, tienen unas características
que hacen difícil la participación.

Delitos de omisión pura


Todos los sujetos que en un momento dado tengan deber de actuar, cometen “por igual” el delito de omisión
del deber de socorro (arts. 195 y ss. CP). Todos, pues, son autores. Únicamente en caso de que la posibilidad
de obrar afectara sólo a unos sujetos y a otros no, descartando la complicidad podría plantearse la cabida
de la inducción, ya que la complicidad entendida como aportación no se imagina en una omisión pura.

Delitos de omisión impropia


En estos delitos aparece con carácter determinante la necesidad del que concurran los requisitos exigidos
en el art. 11 CP. Si el supuesto partícipe también ocupa una posición de deber jurídico será igualmente autor.
En la mayoría de los casos imaginables el sujeto no ocupa una posición de deber jurídico de obrar (o de
garante) cometerá simplemente, y en su caso, el delito descrito en el art. 450 CP (omisión del deber de impedir
determinados delitos) o bien en el art. 195 CP (omisión del deber de socorro).
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LA RESPONSABILIDAD PENAL POR ACTUAR EN NOMBRE DE OTRO
La actuación en nombre de otro
El régimen de la actuación en nombre de otro está destinado a resolver la posibilidad de la autoría de sujetos
que han cometido delitos especiales, sin prejuicio de que, a la vez, hayan transferido responsabilidad penal
a una persona jurídica o física. El problema de las infracciones penales cometidas en nombre o
representación de otro no es sólo un problema de determinación de la autoría, sino también de
subsumibilidad típica.
Existe una clara diferencia entre la actuación en nombre de una persona jurídica y la actuación en nombre
de una persona física, y es que en este segundo caso la responsabilidad del representante no excluye la
posible responsabilidad del representado, que puede haber sido inductor.
La actuación en nombre e interés de una persona jurídica puede en algunos casos dar paso a la
responsabilidad penal de ésta. Puede haber distintas situaciones:
a. Puede haber actuación en nombre de otro y ese otro ser una persona física o persona jurídica
b. Podemos estar ante una supuesto de responsabilidad propia de la persona física y de responsabilidad
simultánea de la persona jurídica
c. Puede haber actuación punible en nombre de otro en delitos para los que no está legalmente prevista
la responsabilidad penal de personas jurídicas, que, está sometida al sistema de numerus clausus.
d. Puede haber responsabilidad por actuación en nombre de otro sin que haya a la vez responsabilidad
penal de ese representado, sea persona física o jurídica, ni propia ni por inducción.
La incriminación del actuar en nombre de otro no es imaginable en toda especie de infracción.
En la práctica el problema surge fácilmente en las infracciones en las que lo importante es la producción de
un resultado previsible, controlable por unos y ejecutable por otros, que serán normalmente delitos
patrimoniales, económicos, ecológicos, urbanísticos. En todos estos casos es fácil ver cómo se puede
presentar el problema penal:
a. El mero ejecutor de la voluntad social o de otro es un inducido que simplemente ha hecho lo que le
mandaron o lo que creyó que convenía a la persona jurídica o a su representado
b. El sujeto actuante es dueño simultáneamente de la voluntad social, por ser ésta una mera ficción
c. El sujeto actuante se atribuye y dispone de la voluntad y la personalidad social, con o sin el
conocimiento de ésta aprovechándose de una circunstancia que se lo permite; el sujeto actuante
actúa como si fuera el propio representado sin que éste lo sepa, en beneficio o en prejuicio suyo.

La determinación de la responsabilidad criminal en estos casos


El único modo de evitar esa posible impunidad es que la Ley expresamente regule esas situaciones, con una
regla específica para todos los casos en quien alguien actúe como autor sin reunir las condiciones legales
para serlo, ésa es la regla contenida en el art. 31 CP, que dispone: “el que actúe como administrador de hecho
o de derecho de una persona jurídica, o en nombre o representación legal o voluntaria de otro, responderá
personalmente aunque no concurran en él las condiciones, cualidades o relaciones que la correspondiente
figura de delito requiera para poder ser sujeto activo del mismo, si tales circunstancias se dan en la entidad
o persona en cuyo nombre o representación obre”.
En muchos caso la imputación del hecho delictivo a una persona física determinada podrá hacerse sin
necesidad de acudir a ese artículo 31 CP; se trata de infracciones que pueden cometerse desde la actividad
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de una persona jurídica, pero que podrían encontrar respuesta penal a través de las reglas de determinación
de la autoría, inmediata o mediata, de personas concretas que respondan de ellas, y eso es así porque desde
el ámbito de la persona jurídica, o actuando en nombre de otras persona física, se pueden cometer delitos
cuya realización típica es posible para cualquier persona, al margen de las relaciones de dependencia u
obediencia, que tendrán que se tratadas de acuerdo con los preceptos que permiten reducir o excluir la
pena, y con independencia, también, de que en algunos casos surja la responsabilidad penal de la persona
jurídica.

La vigencia de las condiciones generales de la autor ía en estos casos


La regla del art. 31 CP no pretende, otra cosa que obviar los inconvenientes derivados de la posible limitación
de la esfera de autores en determinados delitos. Para que el art. 31 CP pueda entrar en juego es preciso que
el sujeto a quien se le quiera aplicar haya actuado como autor, en el sentido del párrafo primero del art. 28
CP, faltándole tan sólo la concreta condición (dueño, deudor, acreedor, etc.) exigida por el correspondiente
tipo, pero por lo demás habrá de concurrir dolo, dominio del hecho, actuación contra el fin de la norma y
todo aquello que, dependiendo de cada concepción de la autoría, determine ese título de imputación.
El art. 31 CP se concibe como complementario al art. 28, para facilitar su aplicación, y no como sustitutivo.
El art. 31 CP presupone que el sujeto actuante ha realizado conscientemente la totalidad de la conducta.
En suma:
a. El sujeto (“el que actúe”) a quien se refiere el art. 31 CP presupone que el sujeto actuante ha
realizado íntegramente el tipo, y es, por lo tanto, autor en sentido físico-causal
b. Solamente puede aplicarse el art. 31 CP a quien en lo material sea “autor”; siendo así, es fácil
comprender que este artículo no tiende a “extender” la responsabilidad criminal sino a superar la
eventual limitación de la esfera de autores.

RESPONSABILIDAD CRIMINAL EN DELITOS COMETIDOS POR MEDIO DE


IMPRENTA U OTROS MEDIOS DE DIFUSIÓN MECÁNICOS
El art. 30 del CP establece una excepción al régimen de responsabilidad criminal que se deriva de los arts.
27, 28 y 29, al disponer que:
1. En los delitos que se cometan utilizando medios o soportes de difusión mecánicos no responderán
criminalmente ni los cómplices ni quienes los hubieran favorecido personal o realmente.
2. Los autores a los que se refiere el art. 28 responderán de forma escalonada, excluyente y subsidiaria
de acuerdo con el siguiente orden:
1. Los que realmente hayan redactado el texto o producido el signo de que se trate y quienes
les hayan inducido a realizarlo
2. Los directores de la publicación o programa en que se difunda
3. Los directores de la empresa editora, emisora o difusora
4. Los directores de la empresa grabadora, reproductora o impresora
3. Cuando por cualquier motivo distinto de la extinción de la responsabilidad penal, incluso la
declaración de rebeldía o la residencia fuera de España, no pueda perseguirse a ninguna de las
personas comprendidas en alguno de los números del apartado anterior, se dirigirá el procedimiento
contras las mencionadas en el número inmediatamente posterior

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Actualmente puede afirmarse sin temor que las reglas especiales para los delitos cometidos a través de o
por medios de difusión dan lugar a una reducción del ámbito de posibles responsables criminales de los
mismos. Esto significa que, de no existir este artículo, el número de responsables como autores y cómplices
podría ser mayor.
El art. 30 CP establece un orden de responsables, pero simultáneamente limita el número de responsables
posibles, amén de excluir de entrada a los cómplices.

Delitos comprendidos en el régimen especial


Ante todo el número 1 del art. 30 CP obliga a delimitar cuáles son esos delitos comisibles a través de medios
de difusión mecánicos. Existe una inercia interpretativa que conduce a sostener que los delitos sometidos a
un régimen especial de responsabilidad criminal son solamente los clásicos de prensa, entendidos como
delitos contra el honor y la dignidad personal y familiar, la intimidad y el buen nombre. Estos serían los
enumerados en el Título XI del Libro II (delitos contra el honor) más los delitos contra la intimidad (Cap. I,
Tít. X)
No obstante, la ley no autoriza a semejante restricción por lo que el intérprete debe buscar la respuesta a
través del sentido del precepto. Este sentido se fundamenta en la idea de “difusión”, en mayor medida que
en la utilización de un medio mecánico. Estos es: la norma contempla infracciones suyo pleno sentido como
injusto, solamente se capta en virtud de la extensión del conocimiento generalizado de lo que alguien dice o
escribe.
Partiendo de esa idea, podemos concebir delitos que se cometen usando medios de difusión, pero cuyo
injusto esencial no depende de eso. En cambio, otros delitos, precisamente aquellos que inicialmente
pueden ser reconducidos a la idea de difusión de las ideas, que es la misma que como derecho reconoce el
art. 20 CE, encuentran su ofensividad precisamente en esa difusión. ¿Hay alguna razón para limitar el alcance
de lo establecido en el art. 30 CP a la injuria y a la calumnia? Entendemos que no, puesto que también
pertenecen, por razones análogas, a ese campo delitos amenazas, delitos contra la intimidad o la imagen que
incluso tienen incorporada en la propia ley penal el elemento de difusión como parte fundamentadora o
cualificadora del injusto.
También merecen ser tenidos en cuenta delitos como diferentes formas de provocación punibles (rebelión,
sedición, delito de asociación ilícita, atentados) o apología. Unas y otras infracciones, en su caso, pueden
someterse también al régimen de responsabilidad escalonada o sucesiva que se establece en este art. 30 CP.

Personas incluidas y excluidas en el régimen especial


El CP declara expresamente la exclusión de los cómplices, que hubiese podido derivarse sin mayor problema
de la inclusión de los autores, y de los que les hayan favorecido real o personalmente (a los autores).
El legislador ha entendido que era más prudente advertir expresamente que la exclusión de responsabilidad
criminal alcanza también a los autores de éstos, que ahora son delitos contra la Administración de Justicia.

El orden de responsabilidad criminal


La característica sobresaliente del régimen especial de responsabilidad en estos delitos viene dada por lo
que se conoce como responsabilidad en cascada o escalonada. En cuanto que existe uno de los sujetos
indicados en el número 1 del art. 30 CP, queda excluida la responsabilidad de los que cita el siguiente
número, que, en cambio, deberán responder faltando las anteriores, y así sucesivamente. Responden, según
la letra ley, de forma escalonada, subsidiaria y excluyente.
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Conforme al último párrafo del art. 30 CP, la rebeldía o la residencia fuera de España permiten pasar a las
personas mencionadas en el número posterior. En cambio, si el responsable ha extinguido se responsabilidad
criminal (art. 130 CP) no es posible dirigirse contra el siguiente.
Si se trata de situaciones de irresponsabilidad criminal en lugar de extinciones de responsabilidad, puede
plantearse alguna duda, como en casos de locura coetánea o sobrevenida. Tal circunstancia no impediría en
modo alguno la subsistencia formal de su responsabilidad criminal, con independencia de que un su caso
hubiera de ser impuesta una medida de seguridad en lugar de una pena.

La supervivencia de la condición de autor y la aplicación del ámbito de


responsables
Conforme a una reclamación doctrinal unánime, junto a los autores materiales del texto o signo delictivos se
incluyen los que hayan sido inductores, por supuesto en el sentido derivado del art. 28 CP. Eso supone acabar
con un largo período durante el cual los auténticos dominadores de los medios de información quedaban
sistemáticamente exentos de responsabilidad con tal de que se pudiera señalar un autor “real” de la
correspondiente información.
Se suprime la idea de “reputar como autor”, que entrañaba un desprecio a la comprobación de que
efectivamente lo fueran. Se acoge a una tesis, antes minoritaria, según la cual los sucesivos responsables, en
orden a la acción penal se puede dirigir contra ellos, deben ser autores en sentido jurídico penal. El régimen
de responsabilidad en cascada, lo único que significa en la práctica es que no se puede dirigir el
procedimiento contra todos los autores y partícipes en el delito como sería la regla sino sólo y sucesivamente
contra parte de ellos, sin prejuicio de las garantías penales.
En algunos casos no importará la exclusión de la responsabilidad por complicidad necesaria puesto que podrá
darse un título propio y separado de responsabilidad penal.

Responsables sucesivos
Los números 2, 3 y 4 del art. 30 C, enumeran a “directores de la publicación o programa”, “directores de la
empresa editora, emisora o difusora”, y los “directores de la empresa grabadora, reproductora o impresora”.
Esos directores tienen que haber sido autores de la parte del hecho que les corresponda y por lo tanto la
regla puede interpretarse conforme al principio de control efectivo del hecho o combinarse incluso con la
descrita en el art. 31 CP relativa a la actuación de administradores y representantes de otro.

EL SUJETO PASIVO DEL DELITO


Sujeto pasivo es la persona titular del bien jurídico ofendido. Perjudicado es quien sufre económica o
moralmente las consecuencias del delito.
Siendo la titularidad del bien jurídico el criterio decisivo para decidir la condición de sujeto pasivo, se
producen algunas consecuencias a destacar:
a. La condición de sujeto pasivo comporta en lo procesal el derecho al ejercicio de las pretensiones
punitivas y de resarcimiento. En sintonía con la idea de que el Estado y la sociedad también tienen
un interés “mediato”, en el bien jurídico ofendido, aunque “inmediatamente” lo puede tener un
particular, aparece de una parte el Derecho Penal como Derecho público, y el Ministerio Fiscal
ejercitando de oficio la acción y la pretensión punitiva. El interés social se manifiesta en la presencia

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en las leyes procesales de normas que permiten a todos los ciudadanos ejercitar la acción penal sean
o no perjudicados por el delito.
b. De un mismo bien jurídico, además, pueden nacer una pluralidad de intereses que convierten a sus
titulares en sujetos pasivos del mismo delito.
c. El problema político-criminal más importante en relación con lo que ahora nos ocupa concierne a la
imprescindible revisión del concepto de sujeto pasivo y de perjudicado en relación con los delitos
contra bienes o derechos sociales. En estos casos nuestra regulación procesal de la persecución
permite la acción popular, que por definición se basa en la ausencia de interés directo, cuando en
una correcta interpretación de la relación que hay entre la ciudadanía y los bienes colectivos habría
de llegarse a la convicción de que los conceptos civiles de titularidad del bien no son siempre
transportables a la vida colectiva, en la cual se reconoce una esfera de intereses entre el Estado y los
individuos aisaldos, que son los de carácter social o colectivo.

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