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Raul Virtic Derecho Penal II Fermin Morales Prats
En España la tesis objetivo formal goza de cierta aceptación, pues se la quiere ver consagrada precisamente
en la declaración legal de que son autores todos los que “realizan el hecho conjuntamente” (art. 28 párr. 1º
CP)
B. CONCEPTO OBJETIVO-FORMAL
Al igual que la anterior, busca la separación entre partícipes y autores en función de aportaciones objetivas.
Pero en lugar de acudir al criterio de la aportación ejecutiva “típica”, sostiene que autor es el que aporta la
contribución más importante, en cierto modo en la línea de la llamada causalidad eficiente. Los defectos de
esta tesis es que deja fuera del ámbito de la autoría al autor mediato; la “importancia de la aportación no se
dice en qué modo ha de entenderse. Si la importancia se mide de acuerdo con la intensidad del peligro para
el bien jurídico o del dominio sobre la decisión, o el control de los acontecimientos, encontraremos criterios
seguramente más válidos, pero nos alejaremos de la concepción objetivo material en la manera que la
concibieron los que la formularon.
La doctrina española ha apreciado en la regla del art. 28, b) CP (castigo a cómplices necesarios), una muestra
de la tesis objetivo-material, en la medida en que aplica la pena propia del autor por hecho de haber
aportado una condición imprescindible para el resultado, circunstancia que separa a éstos de los meros
cómplices no necesarios a los que se refiere el art. 29 CP.
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que, de no existir tal regla, los que “solamente” toman parte no podrían ser castigados, como no podrían
serlo los inductores y los cómplices.
Además, la tesis que se defiende parece que ha recibido el respaldo del Código Penal, cuyo art. 28 comienza
declarando que “son autores quienes realizan le hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de otro del
que se sirven como instrumento”. De este modo se traza una neta distinción entre la autoría, entendida como
conducta que puede ser subsumida directamente en el tipo, tanto objetiva como subjetivamente, sin
necesidad de acudir a reglas, y la participación, en las que se engloban los inductores y los cómplices,
necesarios o no necesarios.
Sólo puede ser autor quien ha actuado de manera que el hecho típico le pueda ser imputado objetiva y
normativamente (actuación conscientemente dirigida contra el fin de la norma).
La coejecución
La posibilidad de que más de una persona pueda intervenir a la vez en la ejecución inmediata del hecho se
describe como realización conjunta, que no es sino la presencia de varios autores inmediatos del mismo
hecho, y así lo recoge y declara el primer párrafo del art. 28 CP.
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Lo único relevante es decidir cuándo cabe apreciar que alguien “ha intervenido en la ejecución conjunta del
hecho”. En relación con este tema la jurisprudencia y la doctrina española han oscilado entre criterios
objetivos y subjetivos. Puede haber aportaciones que hayan sido causales y que no por eso permiten
entender que el que las hace es un coejecutor.
La coejecución implica tomar parte “material”, y por eso, no puede bastar un mero concurso de voluntades,
sino que se requiere una intervención “objetiva” aunque “parcial” en la realización del tipo.
Entre los diferentes “autores conjuntos” ya no pueden plantearse cuestiones de accesoriedad, puesto que
se supone que la conducta de todos y cada uno se subsume directamente en el hecho.
La autoría mediata
Al igual que la autoría inmediata, la autoría mediata es también una forma de autoría principal. Es autor
mediato de un delito quien realiza el correspondiente tipo legal utilizando como instrumento a otra persona
que actúa inconsciente de la transcendencia penal de lo que hace.
En la doctrina se distinguen distintas posibilidades: el autor mediato se vale de un sujeto que es víctima de
un error; el autor mediato obliga al inmediato ejercitando sobre él una presión psicológica; y finalmente, el
autor mediato usa a un inimputable para la realización del hecho. El uso de un inimputable puede
posiblemente incluirse en la autoría mediata, si éste actúa inconscientemente. Pero si el inimputable actúa
conscientemente, aunque sea inimputable por voluntad de la ley, deberá tratarse el hecho mejor como
supuesto de inducción.
En el caso del sometimiento de la voluntad del instrumento por miedo (psicológica), la situación es similar,
pues el sujeto dominado por el miedo actuará de modo inculpable, pero eso no impide que actúe consciente
y dolosamente. Por consiguiente, la autoría mediata debe contraerse a los casos de utilización de un sujeto
que actúa inconsciente de la plena significación fáctica o jurídica de lo que hacer.
En el planteamiento finalista se ha podido hablar de una subespecie de autoría mediata en aquellos casos
en los que el sujeto actúa dolosamente, pero sin estar su conducta orientada en el sentido de un elemento
subjetivo del injusto que el tipo exige.
La construcción de la autoría mediata es designada como “autoría mediata con utilización de instrumento
dolosos”.
LA PARTICIPACIÓN
La participación es una de las otras formas de responsabilidad criminal por intervención en el delito. Esas
formas deben su autonomía (relativa) a la distinción operada entre autores y partícipes. En segundo lugar,
su castigo es posible en la medida en que la ley lo establezca con reglas determinadas, pues la participación
no puede castigarse por el camino de la subsunción en el tipo, por la sencilla razón de que el partícipe no
realiza el tipo. Su punición es fruto de una extensión del ámbito de personas responsables. Es inconcebible
la existencia de partícipes si no hay autores. La incriminación de la participación depende siempre de la
entidad de su relación con el autor o autores.
La participación en delito es un comportamiento delictivo; pero lo que hace el partícipe carece de autonomía
como infracción, ya que depende del hecho principal. Ello no obsta para que haya una “tipicidad” de la
participación que se forma relacionando reglas generales con el tipo concreto, y que esa tipicidad sea
sometida a los principios interpretativos comunes.
La accesoriedad de la participación
Por “accesoriedad” se designa la dependencia que la conducta del partícipe tiene respecto de la conducta del
autor. El autor, a su vez, puede no haber obrado dolosamente, o tener exculpada o justificada su conducta.
De estas posibilidades se derivan tres posibles principios reguladores de la accesoriedad, que según ellos
puede ser entendida como máxima, media o mínima.
A. ACCESORIEDAD MÁXIMA
La participación sólo es punible si el autor obró típica, antijurídica y culpablemente, es decir, con
responsabilidad criminal plena salo el supuesto de concurrencia de una excusa absolutoria. En la opinión
mayoritaria en nuestra doctrina, la exigencia de que el autor haya obrado de ese modo es excesiva, ya que
una causa de exclusión de la culpabilidad, de naturaleza formalmente personal, no tiene por qué diluir la
realidad de un acto típico e injusto en el que el partícipe ha colaborado sin que le alcancen las razones de
exculpación que afectan al autor.
B. ACCESORIEDAD MÍNIMA
Según ésta la participación es punible simplemente con que el autor principal haya actuado típicamente; se
sostiene la punibilidad incluso si la conducta del autor está amparada por una causa de justificación. Tal
consecuencia no es admisible, pues no parece adecuado derivar punición para quien ha colaborado en un
acto de esa naturaleza.
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C. ACCESORIEDAD MEDIA
Ésta es la fórmula de mayor aceptación en la doctrina y jurisprudencia españolas. Según ella, para que la
participación sea punible es preciso que el autor haya obrado típica y antijurídicamente. La eventual
concurrencia de una causa de exclusión de la culpabilidad no afecta en nada a la punición de aquellos sujetos
en quienes dicha causa no concurra.
La participación culposa
El partícipe puede prestar su ayuda o realizar su intervención con plena conciencia de su aportación a la
relación del delito principal (participación dolosa) o bien puede plantearse si cabe hablar de participación
imprudente en delito dolosa en aquellos casos en los que el partícipe ha contribuido al hecho infringiendo el
cuidado que le era exigible. A esta posibilidad se opone la doctrina dominante con razón. La accesoriedad de
la participación obliga a reconocer que el tipo de partícipe se forma combinando la regla general
incriminadora de la participación con un tipo doloso, y no sólo con la parte objetiva del mismo.
O el partícipe tiene voluntad de colaborar y propiciar la lesión de un bien jurídico o no actuará en el sentido
de la norma incriminadora de la participación, por lo cual no será viable formular la imputación de su
actuación, imputación que sólo es hacedera si el partícipe ha conocido el tipo que se propone realizar el
autor. La jurisprudencia mantiene en ese punto un criterio similar: “en el caso presente, si bien existió una
cooperación del recurrente que objetivamente pudiera considerarse relevante, y, en tal concepto, apta para
integrar la complicidad del art. 16 CP anterior, es lo cierto que faltó el dolo que, como elementos subjetivo,
ha de concurrir en toda clase de participación delictiva, tanto en la necesaria como en la no necesaria.”
Ello no obsta a la posibilidad de que el partícipe, “con independencia de lo que haga el autor”, pueda en
algún caso cometer un delito de imprudencia si el resultado final del hecho es relacionable con la infracción
de la norma de cuidado que hubiera infringido.
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Participación culposa en delito culposo
En los delitos imprudentes no es posible diferenciar entre autoría y participación. Si varias personas, cada
uno desde su posición, infringe el cuidado general y especial que les corresponde tener y realizan una acción
que por sí misma entraña mayor o menor peligro de resultado, habrá realizado una imprudencia, que a lo
sumo se podrá diferenciar entre grave y leve en función de la entidad de la infracción de la norma y de la
cantidad de peligro creado
La inducción es por naturaleza un concepto doloso. La coautoría, si es también principal no plantea problema
alguno, pues cada uno de los autores es autor en sentido estricto.
En cuanto a la coejecución que quiera diferenciar entre autor imprudente principal y coautor material de la
imprudencia, conducta que a partir del vigente CP difícilmente se puede considerar de participación,
tampoco sería posible sostenerla si no concurriera una infracción personal del cuidado debido por parte del
coejecutor material.
La inducción
Consiste ésta en determinar consciente e intencionadamente a otra persona a cometer un delito, pero sin
participar en su ejecución. Su regulación legal se encuentra en el art. 28, párr. 2º, a) CP. El inductor es
castigado con la misma pena que el autor. La regla de igualdad de la pena se fundamenta en que con ella se
quiere castigar tanto la conducta del que hacer nacer en otro la decisión de delinquir mediante la persuasión
como la de quien renuncia a persuadir con la palabra y pasa directamente a la amenaza física o moral.
La inducción en sentido estricto, tiene una serie de requisitos elaborados por doctrina y jurisprudencia y
sobre los que existe acuerdo generalizado:
a. La inducción ha de ser concreta y específicamente orientada a un hecho delictivo específico. Además,
la inducción ha de ser realizada sobre persona concreta.
b. La inducción ha de ser eficaz, lo que significa que su punibilidad depende de que el inducido dé
comienzo, al menos, a la comisión del delito, de manera que ese comienzo opera respecto al inductor
como una condición objetiva de punibilidad. El art. 18.2 CP advierte que si a la provocación le siguiera
la comisión de un delito, el hecho sería castigado como inducción.
c. La inducción ha de ser determinante, de manera que no puede apreciarse si el supuesto tuviera ya
decidido realizar el delito. Esa decisión ha de nacer, precisamente, a consecuencia de la actuación
del inductor.
d. La inducción, como modo de creación de una decisión en la voluntad de otro, y como otra forma de
participación, ha de ser dolosa. El dolo debe ir orientado a conseguir que el inducido realice un
determinado tipo de delito. El inductor no puede responder más que por aquello que dolosamente
hubiera deseado, y nada más que por eso. Si el inducido realiza menos que lo deseado por el inductor,
la limitación impuesta por la accesoriedad reducirá la pena de éste.
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La complicidad: complicidad necesaria y no necesaria
La complicidad puede definirse como aquella contribución o auxilio al hecho, anterior o simultánea, que ha
sido útil para la ejecución del plan del autor. Se apoya en los principios de accesoriedad y requiere un
comportamiento doloso para poder darse complicidad punible.
Si se quieren trazar los límites de la complicidad, pueden fijarse los siguientes:
a. No puede llegar al punto de incluir al acto ejecutivo “típico”, pues tal caso constituiría un supuesto de
coejecución (art. 28, párr. 1º). Los actos contributivos no típicos son aquellos que, suponiendo una
actividad material del que los hace, no pueden subsumirse en parte de los elementos de un tipo
delictivo.
b. La aportación ha de ser de alguna utilidad para el plan del autor, pues si es irrelevante no puede
tenerse como auxilio a la ejecución. Si la utilidad llega a tal punto que se presenta como necesaria
para la ejecución del plan del autor, aparece la más importante distinción y, con ella, el mayor
problema de la complicidad en derecho español: la necesariedad, pues de ella depende que el
cómplice sea castigado con la misma pena que el autor (por “complicidad necesaria”) o como mero
cómplice no necesario, con una sustancial diferencia punitiva. La complicidad “normal” queda como
concepto subsidiario.
Históricamente el llamado cómplice principal era equiparado al autor. Y se tenía por cómplice principal a
aquel sin el cual el delito no se hubiera realizado. Esa consecuencia, sigue estando claramente establecida
en el CP (art. 28, párr. 2º, b) y art. 29). Conclusiones:
a. Para un sector doctrinal, hoy reducido, es autor por vía de cooperación necesaria aquel que aportó
una condición sin la cual el resultado, en su desarrollo causal, no se hubiera producido. Tal tesis se
agrava en sus consecuencias al recurrir en los causal a la teoría de la equivalencia de condiciones. De
este modo, las aportaciones que han concurrido en la realización del hecho acaban siendo todas
necesarias, y sus responsables tenidos como autores. La doctrina española ha limitado tal
consecuencia claramente excesiva condicionándola a que el autor “no hubiera podido realizar el
hecho de otra manera”, y sólo entonces se declara necesaria la cooperación.
b. La necesariedad se intenta entonces precisar con otros dos planteamientos: el de la necesidad
relativa (concretada al modo preciso en que el autor desarrolló su plan), y el de la necesariedad
absoluta o abstracta (el plan desarrollado, con todos sus elementos causales, era el único
“imaginable”). Si se toma el primero de ellos resulta evidente que en el modo en que lo planteó el
autor todas las aportaciones al hecho eran necesarias, pues todas configuraban aquel plan, de
manera que todos los cómplices serían necesarios. Si se acude a la necesariedad abstracta, se produce
el efecto opuesto, ya que en abstracto casi todo delito es comisible de otro modo, con lo cual ninguna
aportación es absolutamente necesaria, y todas las conductas de los auxiliadores han de llevarse a la
complicidad simple.
c. Otro sector doctrinal se inclina en favor de resolver el problema a través de la teoría del dominio del
hecho, pues éste es de gran utilidad en casos como el de la autoría mediata. Cuando ese mismo
principio se traslada al problema de la cooperación necesaria no arroja mucha más luz ni ofrece más
útiles que las tradicionalmente ofrecidas por la doctrina española, ya que obliga a decidir que el
dominio del hecho lo tiene quien aporta una condición “en abstracto” o quien aporta una condición
“en concreto”, es decir una condición del resultado en el modo preciso en que éste se haya
producido, soluciones ambas a las que ya habían llegado las tesis objetivo-causales.
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d. La insatisfacción a que conducen estas soluciones, llevaron a GIMBERNAT a proponer la teoría de los
bienes escasos, según la cual lo esencial no es que el autor hubiera podido realizar el plan de una u
otra manera sino que lo determinante es que la aportación del cooperador sea “difícilmente
obtenible”. Si una aportación ha sido causalmente necesaria en abstracto o en concreto, pero
fácilmente sustituible, debe decaer su supuesta necesariedad. La teoría de los bienes escasos es de
carácter valorativo y político-criminal, no causal. Lo importante es valorar lo necesario que ha sido la
aportación para el autor en nuestra sociedad; y así se puede decir que obtener un soplete no es
importante, pues se puede comprar, y sí es importante obtener un arma o una llave falsa.
La teoría de los bienes escasos matizada, permite descartar reglas apriorísticas que en unos casos
coincidirán con lo materialmente justo y en otros no. Deberá ser el juez el que en cada momento
valore las circunstancias concurrentes para así decidir hasta qué punto aquella aportación al hecho
fue o no insustituible para el autor, prescindidendo de la eficacia causal concreta o abstracta como
criterios únicos y definitivos.
e. La necesariedad de la cooperación determina la imposición de la misma pena que el autor. Siendo
tan grave la consecuencia produce una constante inquietud el que dependa de algo aleatorio. Y todas
las soluciones expuestas tienen ese defecto.
El estudio de la complicidad necesaria para muchos se resuelve en buena parte el de la complicidad necesaria
(art. 29 CP). Esta figura, a causa de la propia descripción legal (“… son cómplices, los que hallándose
comprendidos en el artículo anterior…”) apenas recibe otras definición que la subsidiaria, de manera que se
incluyen en este precepto las conductas que no pueden definirse como cooperaciones necesarias.
La complicidad no necesaria tiene dos límites importantes: el cronológico y el sustancial:
a. En cuanto a lo cronológico el acto del cómplice ha de ser a lo sumo simultáneo al del autor, nunca
posterior. La simultaneidad dependerá de que el delito todavía no se haya consumado, circunstancia
que a su vez varía de acuerdo con cada estructura típica.
b. En el terreno de lo sustancial es preciso requerir la ayuda del cómplice aun cuando no sea necesaria
en el sentido que se le quiera dar al art. 28 párrafo 2º, b) CP, si sea útil al plan de ejecución, que
favorezca o facilite la ejecución de modo significativo. Lo mismo puede decirse de las conductas
omisivas, pues no se reconoce una “ayuda por no impedir”, sino que esa omisión, en su caso, podrá
ser constitutiva de un delito de omisión del deber de impedir determinados delitos (art. 450 CP).
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Un tipo penal no protege un bien jurídico en cuya salvaguardia estén interesados unos cuantos sujetos, sino
la comunidad toda, y actuar contra ese bien jurídico será materialmente injusto tanto si lo hace un sujeto no
cualificado como si, eventualmente, puede hacerlo un sujeto cualificado. No hay pues una destinación
especial de la norma, sino general, de donde derivará la antijuricidad de la conducta del partícipe.
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La posibilidad de esa figura del instrumento doloso en la autoría mediata es sólo defendible desde una
concepción subjetivista de la autoría. Es innegable que pueden producirse situaciones en las que un
cualificado utiliza a un no cualificado para cometer un delito especial propio, y parece claro que hay que
evitar la impunidad de uno y otro. La figura del instrumento doloso es rechazable en todos los casos, el sujeto
que actúa consciente y voluntariamente no es ya un instrumento; su conducta es una acción jurídicamente
valorable, y si es atípica a la solución no se puede buscar forzando los conceptos, sino introduciendo las
necesarias modificaciones en la parte especial, si se estima necesario.
Nada impide que un cualificado utilice a un no cualificado inconsciente para realizar un delito especial, sea
propio o impropio, con las solas limitaciones de toda autoría mediata, esto es, que el tipo no exija una
actuación personal directa.
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Actualmente puede afirmarse sin temor que las reglas especiales para los delitos cometidos a través de o
por medios de difusión dan lugar a una reducción del ámbito de posibles responsables criminales de los
mismos. Esto significa que, de no existir este artículo, el número de responsables como autores y cómplices
podría ser mayor.
El art. 30 CP establece un orden de responsables, pero simultáneamente limita el número de responsables
posibles, amén de excluir de entrada a los cómplices.
Responsables sucesivos
Los números 2, 3 y 4 del art. 30 C, enumeran a “directores de la publicación o programa”, “directores de la
empresa editora, emisora o difusora”, y los “directores de la empresa grabadora, reproductora o impresora”.
Esos directores tienen que haber sido autores de la parte del hecho que les corresponda y por lo tanto la
regla puede interpretarse conforme al principio de control efectivo del hecho o combinarse incluso con la
descrita en el art. 31 CP relativa a la actuación de administradores y representantes de otro.
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en las leyes procesales de normas que permiten a todos los ciudadanos ejercitar la acción penal sean
o no perjudicados por el delito.
b. De un mismo bien jurídico, además, pueden nacer una pluralidad de intereses que convierten a sus
titulares en sujetos pasivos del mismo delito.
c. El problema político-criminal más importante en relación con lo que ahora nos ocupa concierne a la
imprescindible revisión del concepto de sujeto pasivo y de perjudicado en relación con los delitos
contra bienes o derechos sociales. En estos casos nuestra regulación procesal de la persecución
permite la acción popular, que por definición se basa en la ausencia de interés directo, cuando en
una correcta interpretación de la relación que hay entre la ciudadanía y los bienes colectivos habría
de llegarse a la convicción de que los conceptos civiles de titularidad del bien no son siempre
transportables a la vida colectiva, en la cual se reconoce una esfera de intereses entre el Estado y los
individuos aisaldos, que son los de carácter social o colectivo.
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