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La noche oscura

con el sol arriba


Roberto Martínez Garcilazo

Penetra sin timón ni brújula,

en el vasto océano de la «luz inefable…

Poe

Leo, en la versión del padre Agustín Magaña, el salmo llamado Gloria:

Cantan los cielos la gloria de Dios,

pregona el firmamento las obras de sus

manos. Un día se lo cuenta al otro y una

noche lo narra a la siguiente. No se oyen

palabras ni discursos, no obstante su voz

resuena hasta el fin del mundo (19).

Es una conjetura improbable, por ello la formulo: Colin O’Brady caminó

durante cincuenta y cuatro días para cruzar el continente austral

conocido como la Antártida (el fondo, el abismo, el infierno


endotérmico) murmurando esos versos sagrados. Este hombre tiene

treinta y tres años de edad. Fueron mil cuatrocientos 0chenta y dos

kilómetros de tormentas de nieve, hielo pétreo, nula visibilidad y una

temperatura inimaginable de menos cincuenta grados centígrados. El

periodo temporal de su caminata, que va del tres de noviembre al

reciente veintiséis de diciembre (veintisiete kilómetros por día), es parte

del verano austral cuya característica principal es el perturbador hecho

astronómico de que el sol brilla durante las veinticuatro horas del día.

En su Diario de la Caminata, O’Brady asentó lo que sigue refiriéndose al

día cuarenta y siete:

“…tuve mi peor día, luché contra mis

demonios. Mi ansiedad creció anoche

después de escuchar una formidable

tormenta de viento aullar, afuera de mi

tienda, como un lobo hambriento (“Aúlla

en la nieve el lobo de Dios”). No pude

dormir paralizado como estaba por el

miedo. El pánico surgió con el paso de las

horas sabiendo que tenía que salir. La

locura me abrazó brutalmente. El lobo


aullando, la temperatura inhumana y la

visibilidad cero. Acababa de ingresar a

una parte de la ruta conocida como

“Parque Nacional Sastrugui”. Era el peor

lugar, porque no es posible ver hacia

dónde se camina. Es el tramo donde

ningún avión puede aterrizar. Me

encontraba en una situación sin esperanza

de salvación. En caso de una emergencia

¿qué pasará si me rompo un hueso? ...

Cerré los ojos y recé, repitiendo, como un

mantra, la oración “Esto debe pasar…

(Nada te turbe, nada te espante, Todo se

pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo

alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta:

sólo Dios basta.)”

La tranquilad me nimbó y me atrevía a

salir de mi tienda, a luchar contra el lobo

y a continuar mi camino.
Páginas adelante, O’Brady escribe que despertó la mañana del día de la

Navidad y lo invadió una extraña y cálida sensación, que se sintió

enfocado —concentrado— y pudo caminar las últimas treinta y dos horas

en un estado de inmersión profunda y hermosa.

Recordemos ahora que “Colin” proviene de “Nicolás” y “Nicodemo” y

que estos dos últimos sustantivos propios significan la Victoria del

pueblo o la Victoria del hombre común: del hombre que no es ni héroe

ni patricio ni senador ni César. También traigamos a la memoria que una

de las posibles explicaciones de “Brady” es “el hombre que tiene los ojos

bien abiertos”.

No tengo duda. Colin O’Brady es la representación del hombre del

pueblo que, debajo de un sol paradójico, cruza el infierno de la soledad,

la desesperanza y el miedo hasta encontrase a sí mismo, por medio de la

oración en lo más profundo del abismo. Emerger y regresar. Porque sólo

se está en casa viajando, es decir, sólo caminando se está quieto; sólo

está en casa el caminante solitario que atraviesa el continente helado.

El hombre se enfrenta a lo sublime, a lo inconmensurable, a lo que no

tiene medida. Lo que no tiene medida es el hombre. El mundo es el

espejo del hombre. Pero también es la materialización de Dios. El

camino exterior es el camino interior. Lo externo es lo interno. La


Antártida es exterior y es interior. El lugar donde desaparece la rosa de

los vientos es el abismo.

La vía mística de Colin O´Brady está inserta en la tradición de los monjes

budistas caminantes de la Escuela Tiantai, del monte sagrado Hiei, de

Japón, que consiguen la iluminación experimentando el límite de su

resistencia física caminando, corriendo, ayunando y manteniéndose en

vigilia. En la etapa más álgida de su ascesis el monje recorre 46,500

kilómetros en 1,000 días (cuarenta y seis kilómetros y medio por día).

Ese monte sagrado alberga el monasterio de los monjes guerreros, Sohei.

El lado oscuro de la práctica ascética de la caminata es el suicidio

producido por el intolerable “desorden de los sentidos”, por el aullido

del lobo de Dios. Como en la vida misma, no se trascienden las

Columnas de Hércules (Non terrae plus ultra) sin laudar a Dios o sufrir

su castigo.

En Mégara es conocida la historia del Pseudo Heracles que pudo

resistirse a la locura infundida en su corazón —ardiente ponzoña— por

una diosa vengativa; la leyenda de aquel que con la espada en alto y a

punto de matar a sus hijos, en un rapto de luz se recobró a sí mismo y

corrió hacia un puente y se arrojó al vacío para darse muerte y salvar a

su progenie.
Colin O’Brady en la Antártida se encuentra a sí mismo bajo la luz

implacable de su Noche oscura:

¿Hasta cuándo Señor? ¿Me vas a olvidar

del todo? ¿Hasta cuándo seguirás

ocultándome tu rostro? Mírame, óyeme,

alumbra mis ojos para no dormir en la

muerte, para que no diga mi enemigo: ¡Lo

vencí! (13). ¿Por qué me abandonaste? Te

grito en el día y no me oyes, te grito en la

noche y no me atiendes. No soy un hombre,

soy un gusano miserable, soy oprobio del

pueblo, soy basura (22). Me has entregado

como oveja para el degüello. Despierta

Señor no me abandones para siempre en el

frío. Soy un hombre derribado y temeroso:

levántame, ayúdame, libértame con tu

amor (44).

El alma dice las Canciones de la unión divina estando ya en la perfección

de la comunión y habiendo ya pasado por los estrechos trabajos y arduos

esfuerzos mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la vida


eterna. Lo anterior lo declara san Juan de la Cruz en la explanación de

las Canciones de la Noche Oscura. Algunos de sus versos son estos:

“En una noche oscura, con ansias, en

amores inflamada, a oscuras y segura, por

la secreta escala… En la noche dichosa, en

secreto, que nadie me veía, ni yo miraba

cosa, sin otra luz y guía sino la que en el

corazón ardía. Aquésta me guiaba más

cierto que la luz de mediodía… ¡Oh noche

que guiaste! ¡Oh noche amable más que el

alborada!... y el ventalle de cedros aire

daba… Quedéme y olvidéme, el rostro

recliné sobre el Amado, y cesó todo y yo

dejéme…”

Este salir de sí y de todas las cosas es la llamada Noche Oscura, que aquí

—en los versos del carmelita— se entiende como contemplación

purgativa que causa en el alma la negación de sí misma y la de todas las

cosas del mundo.

El primer verso —“En una noche oscura”— es descifrado así:


En esta noche oscura comienzan a entrar

las almas cuando Dios las va sacando del

estado de principiantes, que es de los que

meditan en el camino espiritual, y las

comienza a poner en el de los

aprovechantes, que es ya el de los

contemplativos, para que, pasando por

aquí, lleguen al estado de los perfectos, que

es el de la divina unión del alma con Dios.

Pero terminemos ya con esto, con estas líneas:

“¿Ves la gloria del mundo?” —te pregunta santa Teresa de Jesús. Y ella

mima responde: “Es gloria vana; Nada tiene de estable, Todo se pasa”.

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