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Maestría en Estudios Sociales Latinoamericanos | UBA Universidad de Buenos Aires

Materia: Revoluciones sociales latinoamericanas


Prof.: Martín Ribadero
Alumna: Beatriz Hernández Pino
Noviembre 2018

INFORME DE LECTURA

El movimiento zapatista en Chiapas: su lucha


por la autonomía indígena
Por Gemma van der Haar1

Con la idea de hacer un balance del neozapatismo surgido en los 90, la autora recorre los
acontecimientos, conclusiones, logros y fracasos más importantes del movimiento. Desde la primera
aparición pública el 1 de enero de 1994 hasta las últimas decepciones de los 2000. Desde la
presentación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) como movimiento
revolucionario campesino pidiendo reformas agrarias hasta la bandera actual de la autonomía de los
pueblos indígenas y la lucha contra el neoliberalismo creando alternativas políticas en México con
conceptos e ideas propias. La autora, además, propone estudiar el movimiento zapatista “menos en
términos de un proyecto acabado” y más como un proceso en curso para no caer en conclusiones
prematuras.

Nunca abandonaron legalmente la vía armada y la mantienen como último recurso, sus principales
armas durante los últimos diez años han sido “la palabra, su calidad moral, su capacidad de
organización y su poder de convocatoria”. Bajo su término “autonomía sin permiso” o el lema que
ya ha dado la vuelta al mundo “mandar obedeciendo”, los zapatistas defienden que la autonomía se
construye desde abajo y no depende de autorización oficial para su legitimación o viabilidad
práctica; y que se pueden desarrollar formas de participación y retroalimentación alternativas
efectivas.
De este modo, el movimiento zapatista se ha posicionado “a la vanguardia de la lucha por el
reconocimiento de derechos y cultura indígena en México” convirtiendo las denuncias de las

1 Investigadora de los Países Bajos especializada en “gobernancia” y procesos de reorganización étnica.


Gobiernos locales en contextos de conflicto étnico y tenencia de la tierra. Principalmente en Guatemala y México.
condiciones de marginación, humillación y discriminación de los indígenas en su “capital
simbólico”.
Los planteamientos zapatistas han cuestionado la “vieja política” y “el mal gobierno” en México
que comparten tanto indígenas y no-indígenas. Así como también han “indianizado” la
administración municipal en la región —a pesar de no participar en las elecciones— y han
generalizado sus conceptos entre los políticos locales como “buen gobierno” o “participación”.

“Trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia
y paz” eran las demandas de los zapatistas enmascarados —indígenas en su mayoría — en ese
primer acto público del EZLN en seis ciudades de Chiapas que ejército mexicano sofocó
rápidamente. El 12 de enero de 1994 el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó el cese al fuego
inducido por movilizaciones nacionales e internacionales— unos 60.000 militares ocuparon la zona,
miles de desplazados y denuncias de los zapatistas de violaciones de los Derechos Humanos. Desde
entonces en Chiapas sucede lo que muchos investigadores, y la autora subscribe, una guerra de
baja intensidad. También se formaron grupos paramilitares, quienes protagonizaron la masacre de
Acteal en 1997 asesinando —prácticamente ante los ojos de las fuerzas policiales, señala van der
Haar— a 45 personas: hombres, mujeres y niños.

LOS ACUERDOS DE SAN ANDRÉS: UNA OPORTUNIDAD HISTÓRICA PERDIDA


En la primavera de ese mismo año 1994, tuvo lugar el fallido “Diálogo de la Catedral” entre el
EZLN y el Gobierno mexicano. Se reanudó un año más tarde con la comisión mediadora COCOPA
(Comisión por la Concordia y la Pacificación) lo que daría lugar a la firma de los Acuerdos de San
Andrés en febrero de 1996. Estos acuerdos estaban “basados en el respeto por la diversidad étnica y
cultural” a los que el gobierno esperaba inofensivos y limitados a Chiapas sin trastocar intereses
sustanciales. Convocaron a centenares de asesores, académicos e indígenas para tratar temas como
democracia, justicia, bienestar, desarrollo y derechos de la mujer. Se reconocieron las comunidades
indígenas como entidades de derecho público, la educación pluricultural, la promoción de lenguas
indígenas, la participación de indígenas en la política pública y el concepto de autonomía entendido
como el “derecho a la libre determinación”.

Sin embargo, el concepto de autonomía tenía muchos matices que no habían sido perfilados: se
limitaba a niveles comunales, lo que excluye el reconocimiento territorial y el pluralismo jurídico.
Los Acuerdos de San Andrés fueron considerados como un “primer paso” pero, su espíritu real —
para los zapatistas— era una reforma constitucional que el Gobierno mexicano se negó a aceptar y
sumió al proceso de paz en una profunda crisis. Las siguientes actuaciones del Gobierno fueron de
contención del conflicto más que políticas para avanzar hacia un proceso de paz. Entre dichas
actuaciones estaba la reducción de autonomía de las comunidades —dejar de considerarlas como
entidades de derecho público—, sus derechos territoriales y el reconocimiento de formas colectivas
de tenencia de la tierra. Ante esta situación los zapatistas se retiraron de las negociaciones en 1997
argumentando que no volverían a la mesa de negociación hasta que no se cumpliera lo firmado en
los Acuerdos de San Andrés entre otras peticiones.

En 2001 el Congreso mexicano aprobó una Ley Indígena que no contenía ninguno de los puntos
esenciales de la propuesta zapatista ante una multitudinaria movilización en la capital con atención
en mediosinternacionales. La acción del Gobierno fue considerada por los zapatistas como “una
grave ofensa” que no respondía a las demandas de los pueblos indígenas.

El finalmente fallido proceso de los Acuerdos de San Andrés también tuvo aspectos positivos a
resaltar —sobre todo en el plano simbólico, porque el Gobierno mexicano pronto volvió con sus
políticas indigenistas. Entre los puntos más importantes está el posicionamiento de la autonomía
indígena en los debates públicos a nivel nacional, la revelación las condiciones en las que se
encontraban los indígenas subrayando de quien era la responsabilidad pública de solucionar dicha
situación. Sin contar que unió al movimiento indígena de México y creó simpatizantes en otros
sectores no-indígenas.

LA CONSTRUCCIÓN EN LA PRÁCTICA: AUTONOMÍA Y BUEN GOBIERNO


Conforme se iba agotando la lucha por el reconocimiento legal, los zapatistas se centraron en la
construcción de su autonomía y Buen Gobierno en la práctica. Consolidaron “municipios
autónomos” o “rebeldes” — más tarde conocidos como Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas
(MAREZ)— y después crearon las Juntas de Buen Gobierno (JBG). Estos son, en sí mismas,
estructuras de gobierno, esferas de control, y una forma de ejercer y administrar la autoridad.
Aunque difieren entre sí internamente cada uno se desarrolla a raíz de sus necesidades y
características —nombran sus propias autoridades, servidores públicos, sistema de educación, salud
pública y administración de la justicia. A pesar de dichos logros, los municipios zapatistas no han
podido desplazar por completo a los “oficiales” por lo que se da una especie de “paralelismo” que
desemboca en una rivalidad entre las ofertas de servicios públicos y la comparación de los logros
zapatistas con los del presidente municipal de turno.

Sobre los municipios autónomos el Gobierno lanzó varias ofensivas: la primera fue declararlos
inconstitucionales y la segunda “desarrollista”, por la invirtió en carreteras, escuelas y hospitales en
las zonas de conflicto y medios de comunicación mostraban imágenes de “desertores” entregando
sus armas y “regresando con el gobierno”. Esto provocó importantes bajas en las bases del EZLN
pero no logró acabar con los municipios. De hecho este fue el momento en el que comenzaron a
recibir ayuda solidaria internacional y algunas ciudades europeas se hermanaron con municipios
autónomos.

Los comunicados llamados “La Treceava Estela” —anunciados por el subcomandante Marcos en
medios a nivel nacional— presentaron en 2003 las JBG. Sus funciones serían la coordinación de los
municipios autónomos, mediación de conflictos, resolución de quejas, registro de bases civiles y la
vigilancia de sus gobiernos bajo los principios “responsabilidad” y “honestidad”. También las JBG
resolverían en estrecho entrelazado militar y civil del movimiento, dejando al EZLN únicamente
encargado de la defensa de la población, y ocupando su lugar en funciones de gobierno.

Las posiciones del Gobierno mexicano frente a las JBG fueron dispares: desde algunos políticos que
las consideraron como “inconstitucionales” hasta la del presidente Fox que la vieron dentro de la
Ley Indígena de 2001 porque era un “gobierno interno”. La postura del presidente ha sido analizada
como “una estrategia federal de desentenderse de lo que sucede en Chiapas”.

Este sistema autónomo se mantiene, básicamente, con recursos propios —las autoridades no reciben
compensación económica alguna— y de terceros, como ONG y otros grupos solidarios. Por eso, la
pregunta abierta es “hasta qué punto la alternativa zapatista llega a cubrir las necesidades de una
población”: mientras los no-zapatistas tienen ayudas del Gobierno los zapatistas tienen que
autosostenerse, por lo que la “resistencia” tiene mucho peso individual, sobre todo en los jóvenes, y
no permite superar las condiciones de pobreza.

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