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POBLADORES
Después de 600 generaciones, unos 18.000 años más tarde (hacia el 10.000 antes
de Cristo), alcanzaron el extremo sur del continente, la actual Tierra del Fuego, a
unos 17.600 kilómetros del punto de penetración original en el Nuevo Mundo.
Durante esta lenta expansión, de unos 29 kilómetros por generación, sus
características hereditarias sufrieron, probablemente, considerables
alteraciones.
A éstas se sumaron los aportes de nuevos elementos llegados por vía marítima a la
costa del Pacífico. Estos primitivos habitantes, o amerindios, tenían
características mongoloides, propias de un tipo especial de una población que,
durante algún tiempo, fue común a Asia y Europa. De dicha población restan
descendientes en zonas marginales del Viejo Mundo, así como entre los
aborígenes australianos y entre los aínas del Japón septentrional.
Así, el probable “homo tipo indoamericano” era de piel cobriza, más que amarilla y
quizás fuera producto de un cruce entre amurios y mongoloides. Resultado de
sucesivos cruces y aportes inmigratorios fueron las tribus que habitaban el suelo
argentino, a la llegada de los españoles, en los primeros años del siglo XVI. Estas
tribus y grupos indígenas no lograron alcanzar el gran desarrollo y la civilización
que sí habían alcanzado los mayas, aztecas e incas, en otras zonas del continente.
Pueblos sedentarios:
Eran muy buenos alfareros. Sus piezas estaban decoradas con motivos guerreros
o de felinos, de características similares a las de los incas.
Trabajaban los metales, como el bronce, que usaban para hacer las puntas de sus
lanzas.
Sus viviendas eran de piedra, con pisos de lajas y techos de ramas. Algunas,
construidas en las zonas altas, parecían fortalezas, ya que estaban rodeadas por
murallas. Estas construcciones recibían el nombre de pucará.
Los que se ubicaban cerca de las lagunas de Guanacache (entre las provincias de
Mendoza, San Luis y San Juan) se alimentaban principalmente de la caza y de la
pesca.
A su vez, los que se localizaban cerca de las llanuras eran cazadores de liebres,
ñandúes, guanacos y vizcachas. Sus viviendas eran toldos hechos con pieles de
guanacos cosidas y sostenidas con palos. Eran nómadas y se trasladaban en
busca de buenas zonas de caza.
Pueblos nómadas
Practicaban las cacerías arrinconando a los animales por medio del ruido o del
humo.
Los matacos se llamaban a sí mismos wichí, que quiere decir “nosotros mismos”.
Agrupaban sus aldeas formando círculos; las chozas eran cilíndricas
Los charrúas vivían en Entre Ríos y extendían sus dominios hasta el actual
Uruguay.
Construían casas grandes de troncos, barro y paja para varias familias. ‘Si bien la
pesca constituía su actividad más importante, eran muy buenos agricultores:
cultivaban en zonas boscosas y selváticas, empleando el sistema de rozado.
Cultivaban mandioca, batata, maíz, zapallo, poroto, maní, yerba mate y algodón y
también hacían cerámicas decoradas de distintas formas.
Sus casas eran simples para vientos hechos con palos y cueros. A veces usaban
las cuevas como refugios.
Para cazar utilizaban el arco, la flecha y las boleadoras. Esta era una tarea
exclusiva del hombre, como también lo eran la construcción de las viviendas y más
tarde lo sería la doma de caballos.
Las mujeres curtían los cueros, hacían las vestimentas, recolectaban frutos y
raíces , y cuidaban a sus hijos.
Se vestían con un chiripá de cuero y un quillango o manta hecha con piel de zorro
o guanaco.
Consumían la carne de los animales que cazaban asándola en las brasas o como
charqui, es decir, secada en finas tiras al sol, y así se podía conservar durante
todo el año.
Las manos, como las escenas realistas, están pintadas en varias tonalidades de
amarillo, ocre, rojo claro, violeta y negro, logrados con carbón, hematita (óxido de
hierro), yeso, arcilla y otros elementos aglutinados con grasa y sangre de
animales. Estos primitivos artistas eran cazadores recolectores del Paleolítico
americano, que conocían el manejo de herramientas y utilizaban instrumentos de
hueso tallado y decorado.
Una segunda etapa corresponde al período intermedio, centrado hacia los 2 500
años antes del presente. Hay falta de dinamismo y agilidad en los trazos y aparece
un nuevo color, el blanco, que pone una nota predominante en el conjunto. Los
grupos de manos se tornan más numerosos y abigarrados y hay figuras zoomorfas
como el Matuasto, un lagarto muy común en la meseta patagónica.
La tercera etapa se identifica fácilmente por el empleo del color rojo muy intenso y
ciertos motivos geométricos, muy parecidos a los empleados en los ponchos
araucanos. Este período finalizó unos 500 años antes de la conquista de América.
Después, la cueva permaneció deshabitada durante siglos.