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Investigo las profundidades del mar munido de luces poderosas.

Aquel día de verano recibí la invitación de explorar algo desconocido, las profundidades del mar,
en una nave moderna y de alta tecnología que nos llevaría a descubrir un mundo desconocido. A
medida que descendíamos nos fuimos encontrando con un paraíso de inmensidades dantescas,
que jamás hubiera imaginado. Nos recibieron como dándonos la bienvenida a la aventura cinco
delfines amistosos y juguetones que acompañaron nuestro recorrido como escoltas solemnes que
parecían querer mostrarnos todos los seres que allí vivían. Pudimos observar peces payaso con
vivos colores naranja y blanco que brillaban como faros guiando a los navegantes en la oscuridad
de una noche tormentosa, en un parpadeo se nos cruzan caballitos de mar que por la delicadeza
de sus movimientos parecían ángeles volando en un cielo diáfano, los calamares y medusas eran
tan cristalinos que al ser alumbrados por nuestras potentes luces parecían dejar translucir sus
movimientos internos al desplazarse. Era todo maravillo, podíamos ver allí una gama de colores
tan grande cual arcoíris desplegado en el horizonte un día de lluvia en el que el sol se atreve a
asomar sus rayos. Mientras continuábamos deslumbrados por la belleza de un mundo que vive a
oscuras, aparece un cardumen de paces cirujano vestidos con traje de terciopelo azul noche y con
una hermosa corbata amarilla, que con el contornear de sus cuerpo al nadar parecían doradas,
ellos disfrutaban de la paz de aquel lugar, su lugar y nosotros lentamente nos fuimos despidiendo
y retirándonos, tratando de pasar desapercibidos para no interferir con la vida de aquel
maravilloso mundo submarino.

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