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zas políticas gobernantes, no hayan existido alteraciones durante el decenio del ’90.
Sin embargo, aun con esa pérdida de peso, el inventario anterior muestra que la
economía chilena no es una economía sin Estado. Este conserva una presencia en
todas las áreas propias de los Estados modernos e imprime límites a la realización
del neoliberalismo doctrinal. En todas esas áreas de intervención se constituye un
debate acerca de las orientaciones posibles que se expresara como falta o exceso de
Estado, o como orientaciones alternativas, en las que se expresaran intereses y en-
foques. Ello suele manifestarse con particularidad en coyunturas significativas para
el conjunto de la economía, o para sectores significativos de ella. En esos debates
surgen planteamientos que se ubican en zonas grises en términos de su reproduc-
ción o violación del ‘Estado neoliberal’.
Las reflexiones de la sección anterior pueden prolongarse en una vista más históri-
ca y conducir a la pregunta de si el nuevo orden económico resolvió los problemas
seculares enunciados como bloqueos al desarrollo nacional, hasta principios de los
70. Si la supresión brutal del espacio político y el duro proceso de modernización y
acumulación económica a través de una estrategia que combina empresariado,
mercado y apertura al exterior han sido a la larga ‘exitosos’. Si su puesta en ejecu-
ción y haciendo abstracción de sus requisitos políticos – que desde ya la descalifi-
can como estrategia ejemplar – ha generado una respuesta a los problemas secula-
res que también desde la visión de otras corrientes presentaba el modelo de la in-
dustrialización nacional.
De partida, esa evaluación debe considerar la existencia de un primer decenio
de la instalación de la estrategia (1974-84) en que lo destructivo parece más signi-
ficativo que la consolidación de un nuevo orden.4 Es posteriormente que el éxito
parece mostrarse de manera evidente a través de varios signos que modifican ca-
racterísticas históricas de la economía chilena. Las altas y sostenidas tasas de cre-
cimiento del producto y del ingreso históricamente de ciclos más cortos; el creci-
miento a lo largo del periodo de las tasas de ahorro e inversión, históricamente
bajas; la expansión en el volumen y en la variedad de las exportaciones, histórica-
mente insuficientes y dependientes de un solo producto; la constitución de un em-
presariado que desarrolla una alta capacidad de acumulación económica y rompe
su dependencia del Estado; la dinamización del sector agrícola que había sido obje-
to de central de preocupación en los 60 por su estancamiento y justificando la re-
forma agraria; la generación de condiciones de desarrollo económico en una geo-
grafía más amplia de país, antes fuertemente centralizado en Santiago. Todo ello
contribuye a la existencia de afirmaciones de que estamos frente a un estilo de cre-
cimiento cualitativamente superior a lo ensayado en décadas anteriores, y que, en
concreto, ha resuelto sus limitaciones.
Sin embargo, los problemas presentan, al menos, una importancia tan alta como
las virtudes señaladas, y son en buena medida el otro lado de la moneda de estas
últimas. Así, el patrón de desarrollo económico nos muestra una acentuación de la
heterogeneidad productiva y tecnológica en el tejido empresarial que hace difíciles
o asimétricas sus articulaciones. Esto reproduce y acentúa una clásica problemática
que ha fundado interpretaciones dualistas, de marginalidad, de heterogeneidad, o
de informalidad de la economía, en que el elemento común, más allá de la validez
de las interpretaciones o conceptualizaciones, son las enormes discontinuidades en
su tejido productivo. Ello tiene especial implicancia para la mayor parte de la
enorme cantidad de pequeñas y microempresas, en las que se agrupan, si agrega-
mos los trabajadores independientes, alrededor del 70 por ciento de la fuerza de
trabajo nacional. Ello va a la par de las distancias en las oportunidades laborales
que se ofrecen y que se fundan en una estructura económica muy desigual, con una
generación insuficiente de buenos empleos y expansión de situaciones contractua-
les que acentúan la desprotección e inseguridad social de sectores de trabajadores,
y que se van imponiendo como ‘modus operandi’ de la economía. Asimismo se va
reproduciendo una gran desigualdad económica en cuanto a la posesión de activos
económicos, debido a la falta de elementos institucionales equilibradores.
Igualmente, se distancian los accesos a los servicios sociales en lo que se ex-
presa que el importante proceso de acumulación económica no va sirviendo para
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generar la base de una sociedad que crea bienestar social extendido que haga frente
al vacío dejado por la crisis y el desmantelamiento del Estado de bienestar. Las
diferenciaciones productivas y sociales se expresan también como diferenciaciones
territoriales, en que las condiciones de vida y las oportunidades se van segregando en
el espacio y van ayudando a reproducirlas, a falta de dinámicas que las contrarresten.
El centralismo del país y las desigualdades regionales siguen siendo fuertes y el
patrón de acumulación centrado en las grandes empresas genera dificultades para
proceso de mayor descentralización del sistema institucional. Esto limita las poten-
cialidades de desarrollo del país y distribuye de manera desigual las oportunidades
de mejoramiento. Ello por cuanto el comando de la economía, aun de los sectores
productivos exportadores con base en recursos naturales regionales, tiende a con-
centrarse en Santiago. Así los cuadros y niveles directivos de procesos extractivos
realizados en distintos puntos del sur y el norte del país son agentes ausentes de
dichos territorios desvinculando la economía de la política regional.
El conjunto de estos factores actúa en la generación, reproducción y acentua-
ción de fracturas y desintegraciones sociales. Estas, a su vez, no son ajenas sino
que constituyen el escenario dentro del cual despliegan múltiples situaciones vio-
lentas, destructivas e ilegales que, además, suelen representar costos para la socie-
dad económicos para la sociedad. Esto llevaría a una discusión más profunda acer-
ca de la cantidad de bienes y servicios, así como de la utilización de factores pro-
ductivos, incluyendo conocimiento y tecnología especializados, que deben ser usa-
dos para enfrentar problemas que el propio estilo de crecimiento crea y que se ex-
presan, por ejemplo, en gastos de seguridad o de salud mental y física, crecientes.
Es una parte del crecimiento en la disponibilidad de bienes y servicios que en tanto
buscan enfrentar los problemas que el crecimiento crea, no constituyen una adición
neta al bienestar (González 2002, 46-61).
Las enormes heterogeneidades y desigualdades han podido, en parte, ser en-
frentadas por el dinamismo que ha tenido la economía. Sin embargo, ello no puede
ser concebido como algo que se mantendrá de manera lineal. Las economías abier-
tas están expuestas a la importación de crisis externas a lo que hay que añadir que
la vulnerabilidad respecto del exterior, a pesar de la diversificación de las exporta-
ciones es potencialmente alta por la dependencia del mercado de los productos
primarios o semiprimarios, y del abastecimiento externo de los bienes intermedios
y de producción para las empresas nacionales. Todo esto apareció claramente en el
escenario contractivo de los últimos años.
En consideración de lo anterior resulta necesario plantearse las modificaciones
en el sistema de regulaciones que pudiesen hacer prevalecer orientaciones distintas
y, en algunos casos, inversas, a las que está en curso es en este marco de propósitos
que aparece otro componente del estilo de crecimiento que se hace parte de su pro-
pia discusión. Se trata de que el liderazgo del sector privado de la gran empresa, de
su centralidad para el desarrollo económico, limitan enormemente las posibilidades
de intervención en las economías desde políticas de desarrollo, en tanto ello pueda
significar expectativas negativas para dicho agente. Ello se expresa en relación a
políticas en los campos tributarios, de la seguridad social, de relaciones laborales,
de empresas públicas, u otras. Esto hace que la reproducción del nuevo orden eco-
nómico se base en fuertes desequilibrios de poder que cuando se intentan cambiar
o se modifican parcialmente producen efectos o subjetividades negativas en el em-
presariado.
De allí se deriva una conexión orgánica entre el modelo de crecimiento y de-
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mocracia de baja intensidad que se revela, así, como una característica más estruc-
tural y prolonga, de manera atenuada, el tipo de relación de poderes que se consti-
tuyo bajo el régimen militar. Este desequilibrio debe ser entendido como una debi-
lidad sustancial si entendemos que las fortalezas de un estilo de crecimiento esta
conectada con la integración económica de mediano plazo de todos los componen-
tes de una sociedad, cuestión que necesariamente deberá reflejarse en una comple-
jización de los dispositivos, mecanismos e instrumentos de regulación existentes,
los que suponen ‘contratos sociales’ mucho más inclusivos que los actuales, entre
los distintos segmentos de la sociedad.
***
Notas
1. Ella se originó en un sobreendeudamiento nacional – especialmente privado – promovido por la
enorme liquidez mundial, la actividad crediticia interna regulada por el puro mercado, y una políti-
ca de tipo de cambio fijo que fue usada para controlar la inflación y fue haciendo crecientemente
barata las importaciones. Cuando el flujo de crédito externo se detiene y los distintos acreedores de
la cadena crediticia empiezan a exigir sus dineros sobreviene la crisis de morosidades internas y ex-
ternas. El Estado, en un hecho reñido con su ideario liberal, intervino el sistema bancario, se hace
cargo de la cartera vencida de los bancos y juega el rol protagónico para la negociación con los
acreedores bancarios externos.
2. Sin embargo, algunas empresas quedan en manos estatales (hasta hoy) como las empresas del cobre
nacionalizadas bajo la U. Popular (CODELCO), la empresa nacional del Petróleo (ENAP), Correos de
Chile, y el Banco del Estado.
3. Esto es favorecido, en esos años, por políticas dirigidas de alza de tipo de cambio y reducción de
los salarios reales frente a la urgencia del pago de deuda externa, y que establecen las bases del éxi-
to exportador inicial. Esto explica que los salarios reales de 1970 se recuperan a principios de los
años 90, lo que da cuenta de un período de acumulación dura y de fuerte explotación, especialmente
durante los años 80.
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4. A fines de los años 80 la pobreza abarcaba al 45 por ciento de la población lo que disminuyó a
alrededor del 20 por ciento a fines de los años 90. La medición de la pobreza considera como tal a
la familia con un ingreso monetario per cápita menor al equivalente para consumir dos canastas
alimentarías básicas.
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