Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Analizamos la evolución del mapa de España a lo largo de los siglos, desde los tiempos
prerromanos, cuando no existía España como entidad, hasta la actualidad. Aún cuando la
integridad territorial de España es discutida continuamente por el nacionalismo
periférico (nacionalismo catalán, vasco o gallego) lo cierto es que España como territorio tiene
una historia común que le ha llevado a organizarse de diferentes formas a lo largo del tiempo.
Siempre ha convivido una tendencia centralizadora, especialmente acusada con los primeros
borbones y una visión más regionalista, que empieza a tomar fuerza a partir del siglo XIX con la
aparición de los citados nacionalismos, un fenómeno decimonónico común a muchas otras
zonas de Europa.
Profundizamos en la construcción del mapa de España a través de los siglos. Buscamos aclarar
y poner luz, en la medida de lo posible, a las raíces históricas que hay tras nuestras “fronteras”
interiores.
No se trataba por tanto de una organización territorial, sino de una serie de pueblos asentados
en diferentes territorios, sin una organización del territorio específica ni diferencial.
Por ello, siendo rigurosos, debe utilizarse el nombre de “pueblos ibéricos” y no de “pueblo
ibérico”, ya que nunca constituyeron una unidad política o una entidad socialmente
organizada.
Pueblos prerromanos de la Península Ibérica
El mapa anterior muestra la distribución del territorio peninsular entre los principales pueblos
y grupos de pueblos citados en las fuentes clásicas. A grandes rasgos, sigue un criterio étnico-
lingüístico.
En naranja, los pueblos “preindoeuropeos-iberos”, a los que hay que añadir, en azul claro, la
zona turdetana. Estos dos pueblos son los que mayor contacto tendrían con los pueblos
colonizadores.
La zona centro, oeste y sur aparece diferenciada entre los pueblos “indoeuropeos-celtas” (en
color claro), los pueblos “indoeuropeos-preceltas” (en color rosado) y los pueblos “aquitanos o
protovascos”, que son lingüísicamente preindoeuropeos, como los iberos, mientras que
culturalmente son más similares a los de la zona septentrional.
Tartessos fue un reino del suroeste peninsular surgido de la síntesis de las culturas autóctonas
y la de los colonizadores mediterráneos (griegos y fenicios). Su riqueza estaba en el control de
los yacimientos minerales y su auge se produjo en el S. VII y parte del VI a.C., hasta que los
cartagineses arrasaron los asentamientos urbanos de Tartessos.
Desde el S. III a.c. aparecen ya en la Península Ibérica los grandes poblados u “oppida” con
cierto grado de desarrollo urbanístico. Son evidentes ya signos de intercambio o fusión entre
las culturas ibérica y celta, hasta el punto de que el mundo grecolatino acuñó el término
“celtíbero”.
El mapa de España en tiempo de los romanos
Los romanos realizaron diversas divisiones de la península Ibérica a lo largo de la historia de su
Imperio. La primera organización político-administrativa del territorio peninsular se remonta a
los comienzos del siglo II a.C.
La subdivisión en conventus
Las provincias estaban subdivididas en ‘conventus’, algo que podría equipararse a nuestras
modernas provincias. En la época republicana los conventos no habían tenido estrictamente
una acepción territorial.
Con la llegada del Imperio la reorganización territorial augústea cada convento estaba dotado
de una capital conventual. En la capital de cada uno de los conventus se centralizaba
normalmente la administración de justicia, la recaudación de impuestos y el culto imperial. A
través de los conventos se elaboraba también el censo.
Gracias a la Historia Natural de Plinio el Viejo, redactada a mediados del siglo I d.C.,
disponemos de una detallada relación de todos los conventos peninsulares.
División conventual de España en el Alto Imperio Romano. Fuente: Pablo Ozcáriz Gil, Los
conventus de la Hispania citerior.
Cartaginense y Gallaecia
Ya a finales del siglo III, cuando el imperio estaba en caída libre, el empreador Diocleciano lo
divide en dos entidades independientes, una en Occidente y otra en Oriente.
Del mismo modo, propone en 298 d.C. una nueva división administrativa para todo el imperio.
Afecta a Hispania en la creación de dos nuevas provincias: la provincia Cartaginense y la
provincia de Gallaecia.
Hispania romana dividida en 5 provincias.
Otra de las notas definitorias del reino visigodo es la estrecha relación entre los poderes civil y
religioso, lo que suponía que las diócesis cobraban importancia más allá de las cuestiones
religiosas.
Al frente se colocaba a un dux (nombrado de entre los grandes magnates). Tenía atribuciones
militares y de administración de justicia, con varios condes (comes) bajo su autoridad.
Sedes episcopales visigóticas. Agustín UBIETO, Génesis y desarrollo de España, II. Diapositivas,
Instituto de Ciencias de la Educación, Zaragoza, 1984 (Colección Materiales para la clase, nº 3,
vol. 2)
Por otro lado estaban las provincias del tipo “condados” procedentes de los territoria o
terrenos circundantes a las ciudades. Integraban varias fincas rústicas que con el tiempo se
independizan de las mismas.
Al frente estaba un ‘comes territorii’ o ‘comes civitatis’. Eran por tanto territorios dentro de las
provincias-ducados, compuestos por latifundios de la Corona o los particulares.
Son el yund ubicado en Ilbira (Granada), el de Ixbilia (Sevilla), el de Yayyan (Jaén), el de Rayya
(Málaga), el de Siduna (Medina Sidonia) y el de Tudmir (Murcia) y el Algarve.
Su término geográfico podía coincidir con las antiguas diócesis o condados visigodos. Cada
kura podía fragmentarse en aqalim (distritos), centralizados en los husûn, que se subdividían
en ayza (partidos).
Las coras de Al-Andalus en el siglo X.
Al frente de las taifas se colocaba a un jefe militar. Gozaba de poder e independencia, lo que
supuso en algunas ocasiones que estos gobernadores llegasen a oponer resistencia al gobierno
central. Incluso en llegaron a declararse independientes.
Los reinos de taifas
Con la disolución del Califato de Córdoba en 1031, el territorio se dividió en los primeros reinos
de taifas, período al que sucedió la efímera etapa de los almorávides, los segundos reinos de
taifas, la etapa de los almohades y los terceros reinos de taifas.
Más tarde, según el poder del Emirato de Córdoba iba decayendo, las coras se independizaron,
creándose los reinos de taifas.
Reinos de Taifas hacia 1080.
Con los almohades, se trasladó la capital a Sevilla y, según el geógrafo Ibn Said al-Maghribi, se
dividió el territorio en los reinos de Córdoba, Sevilla, Málaga, Jaén, Granada y Almería.
También reordenaron y fortificaron el territorio para defenderse de la amenaza cristiana.
Mapa del reino de Granada
Por último, según Ibn al-Jatib, el reino nazarí de Granada ocupó los territorios de las antiguas
Kuwar de Elvira (Granada), Rayya (Málaga) y Pechina (Almería). Se estructuró en 33 aqalim
centralizados en algún núcleo de población relevante.
Pero durante todo este tiempo no siempre hubo enfrentamientos de manera continua.
Sumados todos los años en que hubo guerras no fueron ni cien. Menos aún si tenemos en
cuenta que únicamente se luchaba durante el buen tiempo (primavera-verano).
Mapa detallado de la Reconquista (en inglés).
Durante este periodo, más allá de las batallas, tiene lugar la repoblación y la organización del
territorio reconquistado. Mediante ellas se irán configurando las bases de los reinos
peninsulares.
Organización en condados
Hasta el S. XII el territorio de la “España” (entendida como una unidad para simplificar)
cristiana se ordenó de manera general mediante condados (comitatus) de extensión variable,
con diversas particularidades.
Castilla fue en origen un condado al sur del reino astur-leonés, con numerosas fortalezas, y
que arrancó su historia como reino en el siglo XI.
Condados de Castilla 930-970
En los núcleos del Pirineo oriental, la influencia del Imperio Carolingio y sus esquemas
feudales explican la temprana organización del territorio en condados. Allí los condes tenían
delegados (vicarios y bayles) pero no se delimitaron claramente distritos en cada condado.
Condados pirenaicos en torno al siglo X, en tiempo del Califato.
De este modo, el territorio del reino de Navarra queda dividido en cuatro merindades más la
tierra de Ultrapuertos que no se configuró como tal. A su vez el Valle era una confederación de
aldeas y villas bajo la autoridad de uno o varios bayles menores a las órdenes del Merino.
Merindades de Navarra en el siglo XIII.
En el lado castellano, también en el siglo XIII, durante el reinado de Fernando III, se instituyó la
figura del merino mayor. Los territorios comprendidos por los reinos de León, Castilla y Galicia
(unidos por la corona), al que posteriormente se añadió Murcia, quedaron ordenados en
cuatro grandes circunscripciones territoriales o distritos. Al frente de cada uno se encontraba
un merino mayor.
A partir de 1230 ya hay merinos mayores en los reinos de León y Castilla, a los que Femando III
añade otro en Galicia y Alfonso X otro más en Murcia, en 1252, a la par que crea, al año
siguiente, el Adelantamiento Mayor de la Frontera o Andalucía.
Desde 1258, los merinos mayores son sustituidos por adelantados mayores en Castilla, León y
Murcia. Mientras que en Murcia y Andalucía se consolidaron los adelantamientos mayores, en
Castilla, León y Galicia se observa durante los siguientes decenios una alternancia algo confusa
entre adelantados mayores y merinos mayores.
Enrique II concluyó con aquella situación, al establecer que Castilla, León, Galicia, Andalucía y
Murcia tendrían adelantados mayores. Se puede suponer que el ámbito teórico de acción de
los Adelantados de León y Castilla comprendería también las respectivas zonas en la
submeseta Sur y en las extremaduras.
Alcaldes y corregidores
Esta organización territorial se alteró pronto al ser sustituidos los adelantados por los alcaldes
mayores y por los corregidores. La nueva organización, que comenzó a ser implantada desde el
siglo XIV, tuvo carácter político.
Así, en la Baja Edad Media las circunscripciones territoriales eran las Honores, las
Gobernaciones, las Universidades (municipios) y las Merindades (circunscripciones fiscales).
Además los municipios se asociaron para defender el orden público constituyendo juntas con
jurisdicción sobre el territorio global de los confederados. Hubo también merinos con
funciones análogas a las que en Cataluña tenían los bayles.
Expansión peninsular del reino de Aragón.
Tras la emancipación del imperio carolingio en el S. XII, en lo que hoy es Cataluña aparecen
como nuevas demarcaciones territoriales las Baylías. Ostentaban una acumulación de
competencias locales, acumulando funciones de policía, paz pública, jefatura de tropas,
represión de crímenes y recaudación de tributos.
Por encima de los Bayles estaba el Bayle general. La función administrativa propiamente dicha
corresponde a las vegerías desde el siglo XII y a sus titulares, los vegueres.
Cataluña, Valencia y Mallorca ya formaban en la Baja Edad Media tres Baylías a cuyo frente se
encontraban, en cada una, un bayle general que, como administrador del monarca y alto
magistrado territorial, recibía de él por delegación toda clase de poderes.
Tal y como explica Juan Carlos Rodríguez Mateos, “el dinamismo y transformación progresiva
de las demarcaciones en instituciones territoriales castellanas contrastará con el inmovilismo
en las aragonesas y con su resistencia frente a la construcción de una monarquía autoritaria
centralizada”.
La heterogeneidad de Aragón y Castilla
A grandes rasgos, la corona de Castilla se se dividía en 13 provincias con derecho a
representación en Cortes además de 5 reinos: Toledo, Cuenca, Sevilla, Córdoba, Jaén y
Granada.
La corona de Aragón se componía de 4 reinos: Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, cada uno
de ellos con diferentes entidades territoriales más pequeñas.
Los Reyes tendieron a gobernar sus territorios desde Castilla y eligieron virreyes o
lugartenientes en cada uno de esos territorios.
Unión de los reinos que conformaron España con los Reyes Católicos
Así las cosas, lo Reyes Católicos llevaron a cabo ciertas transformaciones territoriales en el lado
castellano como la supresión de la autonomía municipal y de los adelantamientos. También la
extensión de la figura de los corregidores reales para administrar las ciudades y los distritos o
corregimientos.
Chancillerías y virreyes
En Castilla se configurará una nueva organización político-judicial superior al corregimiento.
Estaba basada en chancillerías (con sede en Valladolid y Granada; ambas chancillerías
separadas por la línea del Tajo) y en audiencias.
Aragón no llegó a aplicar nunca un programa político similar. Sólo se crearon ciertas
instituciones como los virreyes (representantes del poder real en cada uno de los territorios de
la Corona de Aragón).
También el Consejo de Aragón que, con sede en Castilla, servía de nexo con esos territorios.
Las demarcaciones territoriales aragonesas permanecieron igual que a fines de la Edad Media.
Hijo de Juana I de Castilla y Felipe I el Hermoso, fue nieto por vía paterna de Maximiliano I de
Habsburgo y María de Borgoña. De ellos heredó los patrimonios borgoñones, los territorios
austriacos y el derecho al trono imperial. Por vía materna era nieto de los Reyes Católicos, de
quienes heredó Castilla, Navarra, las Indias, Nápoles, Sicilia y Aragón.
Castilla contaba con unas Cortes, mientras que Navarra y el reino de Aragón tenían las suyas
por separado.
Así, en esta época, que un reino estuviera unido significaba que tenía un heredero común, por
lo que la monarquía se erigía como un elemento aglutinador. Los reyes debían respetar las
leyes vigentes en cada lugar. No obstante y en virtud del carácter autoritario de los reyes de la
Edad Moderna, progresivamente se irá unificando la legislación y las diferencias disminuirán.
De este modo, el soberano español actuaba como rey según la constitución política de cada
reino y su poder variaba de un territorio a otro. No obstante, reinaba como monarca de forma
unitaria sobre todos sus territorios.
A pesar del respeto y autonomía jurisdiccional, existía una política o directriz común que había
que obedecerse. Estaba encarnada por la diplomacia y la defensa. La Corona de Castilla
ocupaba la posición central y preeminente sobre los demás.
La Monarquía incluía las coronas de Castilla (ya con el reino de Navarra y los territorios de
Ultramar) y Aragón (con Sicilia, Nápoles, Cerdeña y el Estado de los Presidios). También
Portugal entre 1580 y 1640, los territorios del Círculo de Borgoña, el ducado de Milán y el
marquesado de Finale.
De este modo, la península en su conjunto estaba unificada bajo una sola corona. La unión sólo
durará sesenta años, hasta 1640, cuando Felipe IV pierde Portugal y mantiene una guerra con
Cataluña.
Bajo este sistema, Castilla se lleva la mejor parte de los beneficios de la conquista de América,
pero también los mayores gastos. Cuando caen los beneficios y comienzan las guerras
europeas, la Corona, a través del conde-duque de Olivares, tratará de repartir las cargas entre
todos los reinos.
Al final, triunfa el foralismo, impidiendo hacer de España una monarquía eficaz con un
gobierno y una administración más “racional” (al estilo francés).
En el siglo XVII se va fragmentando la estructura territorial. Esto provoca que aparezcan toda
una serie de enclaves o varíe la estructura de los reinos.
La organización territorial en la España borbónica del XVIII
El sistema de ordenación del territorio de los Austrias se revelaba como demasiado complejo y
poco eficaz para un Estado moderno del siglo XVIII. La España borbónica tendría que hacer
frente a este desafío de la organización territorial.
En 1701, tras la muerte sin descendencia de Carlos II “El Hechizado”, Felipe V, un Borbón,
accedió al trono. Con su llegada se desató la llamada Guerra de Sucesión (1701-1713).
Los Borbones, que salieron victoriosos tras 12 años de conflicto, eran más centralistas que los
Austrias y trataron de hacer de su monarquía un Estado absolutista. Para ello necesitaban una
ordenación del territorio diferente, más racional. Más francesa.
Y prosigue: “siendo mi voluntad que éstos se reduzcan a las leyes de Castilla, y al uso, práctica
y forma de gobierno que se tiene y ha tenido en ella y en sus tribunales sin diferencia alguna
en nada”.
El Nomenclátor de Floridablanca
Durante el siglo XVIII la necesidad perentoria de la organización territorial de España se
convierte en un tema central. Está muy relacionado con el de la “decadencia” del Imperio. La
fuente documental que marca la división territorial española del S XVIII es el Nomenclátor de
Floridablanca 1789.
Elaborado ya bajo el reinado de Carlos IV, en él se realiza un inventario de todas las entidades
locales, con el propósito ilustrado de mejorar la administración.
Hay provincias enormes como son las de la Corona de Aragón, Cuenca, La Mancha, Toledo,
Burgos, León, Galicia, Extremadura, Sevilla, Granada y Murcia en un extremo. Enfrente estaban
las pequeñas provincias Vascongadas, las de Nuevas Poblaciones y las provincias castellanas de
Madrid, Palencia, Toro y Zamora.
A pesar del esfuerzo uniformador, no se pudo reintegrar a todos los señoríos, para dotarlos de
una nueva organización. De este modo, se mantuvieron muchas peculiaridades.
A finales del siglo XVIII la España peninsular cuenta con cuatro territorios forales, 21 provincias
correspondientes al resto de la Corona de Castilla y 3 reinos en la Corona de Aragón. Esto
suma, en total, 28 provincias.
La función de éstas en la Corona de Aragón era sinónima a los reinos. En la Corona de Castilla
tenían una función fiscal y representativa de Cortes, pero no política o judicial, pues de ello se
encargaba el corregidor.
Así, Soler creó las provincias marítimas de Alicante (separada de Valencia), Asturias (de León),
Cádiz (de Sevilla), Málaga (de Granada) y Santander (de Burgos), que perduran en la
actualidad.
También creó la provincia de Cartagena (segregada de Murcia), que quedó en el olvido, salvo
para algunos cartageneros que aún la reclaman.
Pero hacia febrero de 1808, los auténticos planes de Napoleón comenzaron a desvelarse y
comenzaron los primeros brotes de rebeldía en varias partes del país, como Zaragoza. Esta
oposición se agudizaría en toda España y sería especialmente beligerante en Madrid, con el
levantamiento del 2 de mayo.
Mapa de la Guerra de la Independencia
Con este panorama, José Bonaparte fue proclamado Rey de España el 6 de junio, una vez
Carlos IV y su hijo Fernando VII se encontraban ya fuera del país.
Era la llegada de la España napoleónica, el territorio español dominado por las autoridades
napoleónicas en el transcurso de la guerra de la Independencia Española (1808-1813). Fue
establecido como un Estado satélite del Primer Imperio francés, para descontento de los
españoles.
Francia marcaba sus reglas. La extensión del modelo de departamentos era una práctica
habitual en todos aquellos territorios bajo la administración napoleónica.
El Estatuto de Bayona (original aquí) de 1808 fija implícitamente las directrices que ha de
seguir la reorganización territorial. Establecía que la representación española -colonias aparte-
en Cortes era de 40 diputados. Uno por Baleares, otro por canarias y 38 diputados para la
península. Los diputados se elegían con un umbral de unos 300.000 habitantes.
Por lo tanto, la división más lógica sería la que dividiera la península en 38 departamentos con
similar cifra de población. Esto hacía necesario una profunda separación con el modelo
territorial anterior. Un modelo que estaba caracterizado por las distintas cifras poblacionales:
Galicia pasaba del millón de habitantes, Álava no superaba los 70.000.
También cambia la capital de Cádiz a Jerez y unifica las tres provincias vascas en una sola con
capital en Vitoria. De las antiguas provincias más extensas, divide Galicia en Santiago, Lugo,
Orense y Tuy; Extremadura en Badajoz y Plasencia. Además crea el departamento de La Rioja.
Elige nuevas capitales en la Corona de Aragón: Huesca, Segorbe, Solsona y Tortosa.
También se prefiere Teruel en vez de Segorbe. Por otro lado, se llevó a cabo un cambio de
capitales en Extremadura: Cáceres por Plasencia y Mérida por Badajoz. Se suprimen los
departamentos de Logroño, Segovia y Zamora y se crean los de Ciudad Rodrigo, Guadalajara y
Palencia.
Prefecturas Napoleónicas.
Al mismo tiempo, el de unir o no las tres provincias vascas fue todo un debate en medio del
proceso provincializador. Si bien algunos límites son poco coherentes, hay algunas provincias
cuya delimitación sigue siendo la misma.
Por su carácter pionero, el sistema francés fue un revulsivo para la anticuada estructura
provincial, ya que los nuevos mapas de prefecturas traían la imagen de modernidad y
racionalidad, sin enclaves, ni límites irregulares, con el uso de líneas rectas, de accidentes
naturales.
Además, alertó a las élites de las ciudades para que lucharan por las capitalidades provinciales,
ya que se veía como un proyecto que mejoraría los servicios, daría una mayor área de
influencia y una dinamización económica. Por todo ello, la división provincial alcanzó el rango
de precepto constitucional.
En el lado español, los políticos de cualquier tendencia también estaban de acuerdo: había que
organizar el modelo para una racionalización del Estado. Los nuevos aires del liberalismo
flotaban en el ambiente y bajo este influjo, una organización del Estado se hacía
absolutamente necesaria.
Esta división pone de manifiesto que centralismo y división provincial no eran lo mismo. Estos
autores eran partidarios de reducir el margen de actuaciones de las diputaciones.
Esta división despierta críticas, en especial de los diputados de las provincias que se extinguen.
Las “provincias de segunda” serían Asturias, Santander, Navarra, Soria, Cuenca, Murcia, Jaén,
Málaga, Cádiz, Córdoba, La Mancha, Salamanca, Valladolid, Burgos, Segovia, Islas Baleares e
Islas Canarias. Las provincias “de tercera” o subalternas serían dependientes de las de primera.
El mapa de España quedaba formado por 21 provincias en total.
Para la elaboración de su propuesta, Bauzá emplea las cifras de población de 1797, corregidas
por el tiempo pasado. La media de población era de 250.000 habitantes, con poca diferencia
entre unas provincias y otras.
No obstante, la metodología deja algo que desear, pues en muchos casos se basa en simples
reglas de proporcionalidad, sin corregir por las densidades demográficas.
Límites provinciales que existían en un 60%
En comparación con el proyecto de Lanz, el de Bauzá más conservador en la delimitación, pues
los límites propuestos existían con anterioridad en un 60%.
Hay muchas gobernaciones cuyos límites apenas cambian, como es el caso de Álava, Jaén,
Murcia, Soria o Santander, y otros en los que se respetan en su totalidad, como Aragón,
Asturias, Córdoba, Galicia, Navarra y Sevilla.
El proyecto fue remitido a las Cortes para su examen a últimos de abril de 1814. Pero apenas
habría tiempo para revisarlo, ya que diez días después, Fernando VII derogaba la Constitución
de Cádiz y disolvía las Cortes.
Las tropas de Riego fueron avanzando por Andalucía sin decidirse a emprender una marcha
clara en dirección a Madrid. Encontraron poco apoyo y la intentona parecía que iba a terminar
con el mismo fracaso que sus predecesoras.
Revolución de 1820 en España
A comienzos de marzo, mientras se iban dispersando las tropas de Riego, estalló una
insurrección liberal en Galicia. Se expandió por todo el país en lo que se convirtió en una
verdadera revolución. Una muchedumbre rodeó el Palacio Real de Madrid el día 7 de marzo.
Fernando VII, viéndose acorralado, esa misma noche firmó un decreto por el que se sometía a
la voluntad general del pueblo. Tres días más tarde juró finalmente la Constitución de Cádiz.
Allí incluyó la famosa frase: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda
constitucional”. Poco tardaría en arrepentirse.
En marzo de 1821 se anuncia en las Cortes la presentación del proyecto de división provincial,
que constaba de 47 provincias más Canarias. Todas las provincias tenían igualdad jurídica, es
decir, eran independientes entre sí. También se acompañaba una división judicial y militar.
El proyecto de Bauzá y Larramendi de 1821 poco tiene que ver con el proyecto del mismo
Bauzá de 1812. Cambia el número de provincias, su organización jerárquica, los límites y es
mucho más preciso en su descripción, con las capitales y el cálculo de la población.
Propuesta de Bauzá-Larramendi de 1821
Sobre la denominación, se propusieron nombres genéricos para las demarcaciones, que si bien
era correcto para algunas (Asturias, La Rioja, Mancha Alta, Extremadura Alta, Navarra),
resultaba equívoco en otras (Cataluña se aplicaba sólo a la provincia de Barcelona, Castilla a
Burgos, Aragón a Zaragoza, y Guipúzcoa a la provincia con capital en Vitoria.
Las Cortes aprueban el proyecto
En enero de 1822 las Cortes aprueban el Decreto. Un primer problema fue la correcta
delimitación de las provincias, la interpretación de los límites señalados en el decreto.
Todavía se seguía usando la ya por entonces anticuada cartografía de Tomás López, que
adolecía de una localización errónea de muchas localidades, ausencia de otras, a lo que se
unían contradicciones y errores por la sucesiva reelaboración de los límites. Esto obligó a
pactar los deslindes entre Diputaciones.
Pese a ello, el mapa de España de Bauzá y Larramendi marcará notablemente los proyectos
posteriores de organización territorial de España. Sin duda, supondrá un antes y un después.
El nacimiento de las provincias españolas actuales
No fue hasta el segundo tercio del siglo XIX cuando el proyecto de división provincial de España
al fin tomó forma. El gobierno formado en octubre de 1832 conservó la intención de continuar
en el proyecto de división provincial y abandonar definitivamente la estructura de
intendencias.
El Rey Fernando VII fallece en septiembre de 1833 y la Reina Regente decide continuar con las
reformas administrativas. A tal efecto, en octubre de ese año, nombra ministro de Fomento a
Javier de Burgos, que sería el máximo responsable de llevar a cabo la ansiada división
provincial.
Para De Burgos, el proyecto contaba con más provincias de las que deseaba (40) y la mayoría
de ellas no alcanzaban los 300.000 habitantes que creía idóneos. También había criticado
algunas capitalidades y a su juicio los límites eran poco ajustados a la naturaleza y demasiado a
la historia. También echaba de menos los distritos o “subprefecturas”.
El Consejo de Gobierno no puso ninguna objeción al plan en sí. No obstante, apoyó a instancias
del Ayuntamiento de Huesca, la capitalidad de esta ciudad en detrimento de Barbastro. Esto
sucedía cuatro días antes de la promulgación del célebre Decreto de 30 de noviembre de
1833, por la que se divide España administrativamente en 49 provincias.
División en partidos judiciales
Tras la división administrativa, llegó el turno de la judicial, que se ajustaba a este esquema
provincial. En enero de 1834 se publicó la nueva división de de audiencias y en abril de ese
mismo año quedó aprobada la división en partidos judiciales de todas las provincias, salvo las
forales, que inmersas en las guerras carlistas retrasaron su implantación hasta 1841.
El único aspecto que no se llevó a cabo fue la completa reforma del mapa municipal. Este
punto, mucho más pegado a la tradición, suscitaba la frontal oposición de muchos territorios y
las consecuencias de la supresión generalizada de ayuntamientos en una época políticamente
delicada.
No hubo una oposición generalizada a este proyecto provincial. En las elecciones de mayo de
1834 ya se usan las nuevas provincias como circunscripción electoral, según las disposiciones
del Estatuto Real.
Ya en 1835 se instauran de manera efectiva las diputaciones provinciales. En pocos meses, la
provincia pasó a ser un símbolo del régimen liberal.
La mancomunación era voluntaria, pero por una parte, se vio insuficiente por los grupos
catalanistas, y por otra parte, era vista como una imposición catalana al resto del Estado.
Así las cosas, la posibilidad de formar mancomunidades fue bloqueada en las Cortes hasta que
se aprobó en diciembre de 1913, por el gobierno de Eduardo Dato. La de Cataluña fue la única
mancomunidad que se estableció, en 1914.
Oscilaron desde las posiciones más unitarias, hasta las federales, pasando por las
autonomistas. Muchos regionalistas lo eran sólo por el hecho de la insatisfacción que
generaban las provincias.
La Constitución de 1931 no implantaba una estructura regionalizada, pero posibilitaba la
formación de regiones autónomas, como una vía intermedia entre el Estado federal y el
unitario. Esto vendría a ser un precedente de las Comunidades Autónomas actuales.
Cada una elaboraría su propio estatuto. Incorporaba las regiones expresamente por temor a
incongruencias geográficas en un posible mapa político regional. Esta enmienda fue rechazada.
Desde 1933, el estatuto para Andalucía estaba en discusión y en mayo de 1936, se elaboró un
estatuto para Aragón. Estos Estatutos preveían una organización territorial alternativa a la
provincia.
Por ello podemos hablar de unas regiones “inexistentes”. De las actuales Comunidades, las
únicas que tenían en los mapas del colegio su configuración anterior y denominación fueron
Galicia, Asturias, Extremadura, Andalucía, Canarias, Baleares, Navarra, Cataluña y Aragón.
También hay casos en los que se mantiene la configuración pero no su denominación, como es
el caso de Valencia (ahora Comunidad Valenciana) y Vascongadas (hoy Euskadi o País Vasco).
En el resto de España cambian las denominaciones y la distribución de provincias.
De este modo, donde hoy situamos Castilla y León, en el Franquismo se distinguía entre
Castilla la Vieja y León, con la exclusión de Santander (hoy comunidad autónoma de Cantabria)
y Logroño (hoy La Rioja).
Así las cosas, se corrían dos peligros. Por un lado, la proliferación de Comunidades Autónomas
uniprovinciales (7 de las 17 lo son). También el que algunas provincias con personalidad más
ambigua quedasen descolgadas de las autonomías vecinas.
La constitución de 1978 quiso cerrar capítulo, con la creación del “Estado de las Autonomías”.
Se trataba de un modelo inédito, no federal, pero que otorgaba a las regiones unas
competencias que a la postre se han visto superiores a las de muchos estados federados del
planeta.
Pero ese capítulo, esa pugna, nunca está zanjada en España. La constante redefinición del
modelo territorial es parte constituyente de nuestro país.
Artículo anteriorEl nacionalismo a través de los mapas
Gonzalo Prieto
http://gonzaloprieto.es
Editor y creador de Geografía Infinita. Apasionado por la geografía y los viajes. Periodista
especializado en comunicación corporativa.