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DIRECTORES DE COLECCIÓN
Mirtha Lischetti
M. Rosa Neufeld
H. Hugo Trinchero
© 2000
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
Av. Rivadavia 1571/73-(1033)
Tel.: 4383-8025 Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar
ISBN 950-23-1066-7
Impreso en la Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
Presentación ........................................................................................ 9
Prólogo ............................................................................................. 11
Primera Parte
Capítulo I: Introducción
Etnografía, reflexividades, conceptualizaciones ...................................... 19
Segunda Parte
Héctor Vázquez
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1. Se utiliza la noción de “región” únicamente a modo indicativo en esta primera presentación. Más
adelante discutiremos críticamente el significado de la misma y su reemplazo por el concepto de
formación social de fronteras.
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profusa narrativa estigmatizante que tendió, en distintas etapas históricas (y lo hace aún), a
intentar justificar la necesariedad histórica del control político, e incluso militar, del territorio
y sus habitantes. Con el título elegido, Los dominios del demonio, pretendo indicar precisa-
mente ese carácter estigmatizante y autoritario de las formas de visibilización y dominación
compulsiva de los pueblos aborígenes y, al mismo tiempo, de los recursos regionales, como
parte constitutiva del proceso de inserción capitalista de la argentina “moderna”, iniciado
hacia mediados del siglo pasado.
Sostengo, a lo largo del texto, la importancia de ir definiendo este estudio como un contra-
punto entre las prácticas del trabajo, las expresiones políticas y representaciones simbólicas y los
procesos de relaciones interétnicas entre los actores sociales involucrados, cuyo campo de expresión
son las distintas configuraciones históricas de la formación social de fronteras Chaco central.
Entiendo aquí como proceso histórico contemporáneo no necesariamente a la delimitación
temporal del tratamiento del tema, sino a la recreación y enfatización de aquellas dinámicas
configurativas de la formación social de fronteras que tienen particular influencia a lo largo del
proceso de construcción de la nación y de la estatalidad en nuestro medio hasta nuestros días.
Corresponde entonces aclarar que, si bien comienzo analizando la dinámica histórica que
caracterizaría los vínculos entre los primeros momentos del denominado proceso de formación
del estado-nación, en el que fueron delimitándose fronteras económicas, políticas y culturales,
dicho análisis constituye, principalmente, una referencia histórica contextualizadora respecto a
procesos posteriores –es decir, actuales–, que son objeto específico del trabajo.
Sin embargo, esta referencia resulta significativa puesto que he partido de un criterio
histórico crítico para el desarrollo de este proyecto antropológico. En tal sentido, se
intentará deconstruir la referencialidad ahistórica con la que se indaga, en muchas oca-
siones, a las poblaciones aborígenes en nuestro país y en particular aquellas conocidas
como “típicamente chaquenses”.
Ciertamente, la referencia etnográfica reiterada hacia los pueblos aborígenes actuales
del Chaco central –en términos de determinados atributos esenciales, tanto en sus
prácticas “económicas” (recolectores-cazadores) como en sus “concepciones del mundo”
(horizonte mítico)– ha tendido a soslayar el análisis de las modalidades históricas espe-
cíficas de inserción/exclusión de dichos pueblos, ya sea en las relaciones de producción
dominantes como en los procesos de construcción de la dominación política y en la
producción de identidades sociales.
Es que al identificar a las poblaciones aborígenes con aquellos atributos esenciales –es
decir, en tanto marcadores de diferenciaciones étnicas absolutas–, los estudios etnográficos y
antropológicos sobre esta formación social de fronteras han tendido, en su mayoría (salvo
reconocidas excepciones), no sólo a ignorar la historicidad de las prácticas de estos pueblos y
las resignificaciones de las identidades sociales a que dieron lugar, sino incluso también a
promover una falta de atención antropológica hacia las formas de resistencia y producción de
reivindicaciones sociales políticas y culturales, cuyos sentidos se encuentran directamente
asociados a aquellas experiencias histórico-concretas.
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Es por ello que, al analizar esta formación social de fronteras en el contexto de la forma-
ción de los dispositivos de la estatalidad y la construcción de la nación en Argentina, mi
aproximación intenta con especial preocupación interconectar las fronteras políticas con las
fronteras económicas y culturales, dando lugar a lo que aquí hemos designado como “forma-
ción social de fronteras”. Sin detenerme aún en este concepto, puede decirse que el mismo
permite mostrar la conformación del territorio nacional, o una porción del mismo (general-
mente atribuida a la noción de región), como un ámbito en el cual se expresan intereses por
su control y dominio hegemónico, dando lugar a interrelaciones específicas entre aquellos
distintos niveles de construcción de “fronteras”.
Esta cuestión implica incorporar al análisis algunas formulaciones provenientes del campo de
la geografía política. Es que desde la perspectiva con la que pretende abordarse este estudio
encuentro que existe también una constante y reiterada mirada “fenomenológica” del territorio
delimitado como Chaco central. Dicha mirada implica su calificación en tanto “región marginal”,
descuidándose en muchos casos las distintas construcciones histórico-sociales concretas que han
configurado su fisonomía, en tanto arena de disputa de intereses diversos por su control.
La historiografía parece también haber relegado a una cierta “marginalidad” estas fronte-
ras, sea por la gran dispersión y falta de sistematización documental existente o por motivos
sobre los cuales habría que reflexionar en particular. Lo concreto es que existen, comparativa-
mente a otras regiones, muy pocos estudios historiográficos y análisis históricos de importan-
cia sobre esta formación social de fronteras. Con la salvedad, claro está, de aquellas narrativas
producidas por misioneros, militares, escribas de campaña, viajeros y etnógrafos que, desde
intereses variopintos, han contribuido en distintos momentos al prolífico, pero absurdamen-
te fragmentario y estigmatizante, imaginario del Chaco.
Espacio “geográficamente marginal”, habitado por pueblos “primitivos” desconectados
de la historia: he allí la representación genérica y tradicional que se construye en la actualidad
sobre el Chaco central y que parece permear, incluso, los esfuerzos académicos. Cuestión que
permite aún hoy fomentar discursos y prácticas grandilocuentes de corte geopolítico y eco-
nómico, tales como los referidos a procesos de integración del “mercosur”, paralelos a modelos
de control militar del territorio y de exclusión social de los pobladores, sin que semejante
paradoja parezca llamar la atención a nadie.
Se trata también de un ámbito que ha dado lugar recientemente a un renovado interés
etnográfico. Así, el Chaco central ha sido, durante la última dictadura militar, el referente
privilegiado por la autodenominada “etnología fenomenológica argentina”. Un proyecto que
ha reforzado e incluso inflacionado el imaginario exotizante de los pueblos aborígenes aportan-
do a la construcción cultural de la frontera. Antropología que ha profundizado con sus particu-
laridades el discurso de la extinción lamentada pero ineluctable (esa “dulce” extinción civilizante
proclamada hasta por el mismo J. Ingenieros). No por casualidad el Chaco central ha sido
utilizado como monumento histórico durante la más reciente dictadura militar argentina al
considerárselo el último “bastión de la resistencia del enemigo indio” y, en consonancia con ello,
la vindicación de las campañas militares forjadoras de la patria “civilizada”.
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Introducción
Etnografía, reflexividades, conceptualizaciones
Etnografía y reflexividades
Sostengo aquí que, para comprender el significado de un trabajo de cierto aliento como
el que intento exponer, resulta en cierta medida esclarecedor dar cuenta del proceso mediante
el cual fue seleccionada una serie discreta de instrumentos de análisis, fueron priorizadas
ciertas temáticas respecto de otras y fueron elegidos los tiempos de enunciación de nociones
y conceptos en relación al grado de conocimiento de los sujetos involucrados. Significa, en
definitiva, exponer los procesos de gestación de niveles de compromiso y distanciamiento en
la práctica investigativa (Elías, 1990) o, dicho en forma más casera, dar cuenta de la cocina de
la propia práctica etnográfica para que el tema que se intenta exponer adquiera la consistencia
y el sabor adecuados para ser servido en la mesa.
Es que mostrar (al menos en parte) la cocina, y no la cazuela ya lista para ser digerida, implica,
a mi entender, un principio de primer orden metodológico, al menos desde una antropología
crítica y reflexiva. Puesto que la mostración, ya no únicamente de los resultados de aquello que se
hizo, sino del cómo se lo hizo, invita a despejar dudas en cuanto a la higiene de un producto que
será consumido por personas respetables para el autor, sean tales personas los lectores en general,
integrantes de un jurado o aquellas cuyos saberes y prácticas han sido puestos en la olla.
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La lectura de esta narrativa etnográfica a la cual voy a referirme en algunos tramos del
presente libro, aunque sólo en forma sintética, produjo una marca lo suficientemente pro-
funda como para que se constituyera en el punto de arranque de mis investigaciones en el
país. El rescate de aquellos textos de la denominada escuela fenomenológica de la antropolo-
gía argentina (tal la autoadscripción de sus propios actores) en aquella época, si bien acrecen-
tó mi interés antropológico, lo hizo en un sentido totalmente opuesto a lo que se pudiera
inferir como un aporte actualizado hacia el análisis etnográfico de los pueblos originarios del
Chaco central. Podría decirse que mi contacto con la misma ejerció las veces de aquello que los
antropólogos denominamos “extrañamiento” (es decir, cierta reflexividad que se produce en
una persona a partir del contacto con un objeto extraño que se resiste a ser comprendido-
analizado desde las categorías incorporadas a sus prácticas y habitus intelectuales). Me expli-
co, lo que me llamaba la atención en aquellos momentos eran centralmente dos cuestiones:
una, vinculada al hecho de que la gran cantidad de trabajos publicados entre 1976 y 1982
se referían a narrativas que según sus propios autores pertenecían al orden del pensamiento
mítico de los pueblos aborígenes del Chaco; y otra, concerniente al tema de que semejante
intento de recuperación de tales narrativas estaba planteado como una pretensión de aproxi-
mación “fenomenológica” hacia la subjetividad de dichos pueblos.
Lo anterior no hubiera constituido sorpresa alguna si a la par de interesarme por estos
planteos no hubiera sido consciente del hecho de que estos antropólogos habían producido
etnografía en pleno auge de la dictadura militar y ocupando espacios de producción “cientí-
fica” luego de que no pocos “otros” antropólogos fueran desplazados de dichos espacios,
engrosando, incluso, la enorme lista de personas perseguidas y desaparecidas y que la memo-
ria colectiva insiste en homenajear todos los días.
La reflexividad que semejante reconocimiento producía en mi proyecto podía expresarse
en una pregunta: ¿De qué manera estas producciones, que autoadscribían a las corrientes
fenomenológicas clásicas de la filosofía y la antropología, formulando un acercamiento a las
formaciones narrativas aborígenes y, por lo tanto, expresando un interés por la subjetividad
de pueblos relegados al olvido por la narrativa histórica oficial y el sentido común, podían
darse lugar en momentos de semejante terrorismo de estado? Ciertamente esta pregunta me
resultaba en extremo inquietante, a punto tal que me condujo, en los últimos meses de mi
exilio, a “devorar” tales producciones y a releer con avidez a clásicos como Husserl, Gadamer
y otros autores pertenecientes al campo de la hermenéutica fenomenológica, a pesar de mis
reparos y previas reflexiones críticas respecto a dichos posicionamientos filosófico-
antropológicos. Mi objetivo era, en ese entonces, realizar algunos contrapuntos entre la
fenomenología de M. Bórmida, sus discípulos en Argentina y aquellos clásicos, de manera tal
de poder encontrar indicios que aportaran algún nivel de respuesta.
Semejante contrastación me llevó a profundizar las inquietudes iniciales, y, si bien no voy
a desarrollar aquí el conjunto de respuestas que surgieron de tal contrastación –ya que he
dejado para una sección del anteúltimo capítulo del libro un intento de síntesis al respecto–,
quiero indicar que me resultaba muy llamativo el énfasis puesto por Bórmida en destacar los
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principios esencialistas que pretende recuperar toda fenomenología de los “hechos cultura-
les” y, al mismo tiempo, el carácter irracional de los comportamientos y vivencias de los
pueblos originarios del Chaco. Allí empecé a encontrar cierta inteligibilidad sobre el hecho
de que toda la etnografía de esta corriente estuvo dedicada prácticamente en forma exclusiva
a la recolección de narrativas míticas, pues pretendían metodológicamente que allí, en esos
relatos, residiese la esencia misma de la subjetividad aborigen. Una subjetividad que se
mostraba tan distante y ajena al “pensamiento occidental” que requería de un esfuerzo
hermenéutico para su comprensión cabal y, entonces, nada más apropiado que una propues-
ta de antropología fenomenológica para su mostración.
Aún sin tener la más mínima referencia vivencial y etnográfica, esta discursividad, puesta
aún en nociones de orden aparentemente metodológico, me producía cierto escalofrío: re-
ducción, eliminación, asociados a la noción husserliana de epojé, remitían necesariamente a
posicionamientos irracionalistas que la antropología de posguerra había intentado discutir
con relativo éxito y seriedad. Me refiero aquí al estructuralismo lévistraussiano que ya para
esos tiempos había dado cuenta, en su recorrido por las narrativas americanas, de ciertas
estructuras lógicas que organizan las mitologías, intentando desterrar las nociones de “pensa-
miento pre-lógico” asociado a una “mentalidad primitiva” (Lévi-Bruhl, 1947).
Lo que en ese tiempo se me prefiguraba como un cierto nivel explicativo respecto a la
emergencia de estas propuestas metodológicas de la antropología vernácula en la época de la
dictadura militar es que parecían resultar coherentes con una formación discursiva irracionalista
típica de dicho contexto social y político, máxime cuando iban a contrapelo de las principales
tendencias teóricas y metodológicas en el campo académico-antropológico mundial. Pude
descubrir más tarde que había mucho más que eso...
Regresé al país en 1986 y a los pocos meses, comienzos de 1987, estaba realizando mi
primer trabajo de campo en comunidades del oeste formoseño, gracias a una beca otorgada
por el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas), dis-
puesto a saciar mi avidez de observar en el terreno la verosimilitud de la narrativa mítica
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recopilada por la etnografía referida. Un primer dato peculiar de esta primera aproximación
al campo fue que mi contacto para realizarla no provino de colegas de la disciplina, sino de un
investigador de las ciencias biológicas que desde hacía tiempo estaba realizando trabajos de
etnobotánica y a quien conocí en oportunidad de encontrarme dictando clases en la carrera
de Antropología en la Universidad de Buenos Aires.
Esta cuestión si bien puede parecer carente de interés sostengo que no lo fue. El hecho es
que mis colegas connacionales del campo antropológico tenían, y así lo manifestaban, cierto
rechazo a orientar investigaciones hacia las poblaciones originarias y más aún hacia sus pro-
ducciones narrativas, saturados, como era entendible, tanto por la hegemonía que había
adquirido el discurso de la fenomenología antropológica argentina en momentos en que ellos
eran alumnos de la carrera, como por la práctica académica ejercida por tales autores (la cual
consistió, en gran medida, en relatar los contenidos de las narraciones mitológicas que graba-
ban en sus incursiones etnográficas). Así, la exaltación de un discurso único y al mismo
tiempo descontextualizado de los debates centrales que se producían en el campo de la
antropología a nivel mundial produjo, una vez iniciado el período democrático, un interés
en nuevos temas y nuevas orientaciones. Una especie de “aggiornamento” –por cierto muy
saludable para el campo antropológico nacional– de lo que se consideraba un objeto
antropológico tradicional y en manos de “la antropología de derecha”, pero que por contra-
partida tenía el efecto de desinteresarse respecto a cualquier propuesta de trabajo que se
referenciara en comunidades aborígenes.2
El dispositivo de aquel primer trabajo etnográfico, el viaje de campo, me produjo tam-
bién otro nivel de extrañamiento. Ciertamente, los preparativos a que dio lugar, en el marco
de las recomendaciones de mi colega experimentado en excursiones al Chaco, también
resultaban de alguna manera inquietantes. El detallismo de los preparativos para el trabajo de
campo, incluyendo previsiones sanitarias de todo tipo (suero antiofídico, mosquiteros
antivinchucas, botiquín de primeros auxilios) mochilas, alimentos, linternas y utensilios
diversos, configuraban un modelo de viaje típico de las expediciones antropológicas clásicas:
un viaje hacia el otro que se constituía, desde un comienzo, en un viaje hacia lo exótico. Por
mi parte estaba acostumbrado a trabajar en comunidades indias en México, lo cual implicaba
una práctica etnográfica sin grandes preparativos. Ello podría explicarse, en principio, por el
hecho de que dichas comunidades se encontraban a escasas dos horas de mi unidad académica
y, también, porque muchos estudiantes de la carrera de antropología en Puebla provenían de
ellas. Ambas situaciones hacían del “trabajo de campo” una práctica cotidiana y menos distante
y exótica. También, debo decirlo, las críticas etnográficas contemporáneas de semejantes dise-
ños clásicos de trabajo de campo eran constitutivas del debate de la antropología mexicana en
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3. De hecho, gran parte de las provistas en medicamentos, sueros, etc., fueron necesarios, aunque no para los
fines para los que fueron dispuestos, es decir como instrumentos preventivos para un uso personal. Todo el
suero antiofídico se utilizó para familiares de los aborígenes que nos acompañaron, quienes en ocasión de salir
a campear eran picados ocasionalmente por algunas víboras y los puestos sanitarios, totalmente desprovistos,
no podían atenderlos. El botiquín de primeros auxilios fue a parar también a algún puesto sanitario y gran
parte de nuestras vituallas se repartieron entre las amistades que hacíamos durante nuestro trabajo.
4. Lo expresado aquí no implica desconocer que la realidad de las situaciones de extrema pobreza, deterioro
ambiental y condiciones de vida no produzcan un impacto fuerte en el visitante de las comunidades del
Chaco, incluso viniendo de experiencias similares en América Latina. Se trata de indicar que hay distancias
producidas. Y esto con relativa independencia de la distancia que intenta promover, casi como un manifiesto,
la cotidianidad de la vida en la ciudad de Buenos Aires, con sus dispositivos culturales, siempre
obsesivamente más europeos/norteamericanos (según el tiempo histórico) que latinoamericanos.
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costado del fuego de su hogar y entre mate y mate comenzó a relatarme algunos de aquellos
“mitos” que yo ya había conocido (palabras más, palabras menos) de los textos de autores
como M. Califano (1973), Idoyaga Molina (1976), C. Mashnshneck (1977), A. Tomasini
(1978), entre otros, y que fueron publicados en el país en la revista Scripta Ethnológica,
órgano que expresaba la producción de la escuela fenomenológica argentina.
Recuerdo que al anochecer de aquel primer día, cuando el silencio invade el espacio
comunitario y las increíblemente diáfanas estrellas cubren como un manto protector el
monte chaqueño, sentados nuevamente alrededor del fuego con mi colega, conversando de
estas complejas sensaciones que experimentábamos en ese momento, mis pensamientos, no
obstante, giraban obstinadamente sobre aquella experiencia inicial, que por otro lado se
repitió prácticamente durante aquellos primeros quince días que residimos allí.
Por un lado, podía sentirme tal vez reconfortado por el hecho de que la experiencia del
“primer contacto” había sido fructífera, en el sentido que los propios integrantes de la comu-
nidad habían dado muestras de un interés por el tema que me interesaba y en tal sentido
desdibujado en parte las fronteras de mis recaudos etnográficos.5 Sin embargo, intuía ya
ciertos límites y una pregunta comenzó a obsesionarme día tras día: ¿cuál era el sentido de
estas narrativas que se repetían en su contenido una tras otra en contextos dialógicos etnógrafo-
informante? Aquello que inicialmente se configuró como una intuición fue paulatinamente
adquiriendo el lugar de tenue certeza: estos “pahlalis” descontextualizados de otras situacio-
nes narrativas y entextualizados frente al grabador recuperaban una práctica muy conocida,
asumida como tal y producida específicamente para un actor también re-conocido: el antro-
pólogo, representado en esta oportunidad por mi persona.
Hecho, éste, confirmado reiteradamente día tras día, al enfrentarme a situaciones semejan-
tes a las que debe agregarse un escenario adicional: la práctica constante de esperar una retribu-
ción por cada relato; lo cual, al mismo tiempo, me hacía recordar (nuevamente) algunas expre-
siones del propio Bórmida, a las que, en los tiempos en que me dediqué a leerlas, no llegaba a
encontrarles mucho significado. Ciertamente este autor hace una gran cantidad de referencias
a cuestiones que atribuye a supuestos comportamientos económicos “exóticos” de los aboríge-
nes chaqueños; entre los más nombrados están aquellos vinculados al dinero. Por ejemplo:
“Entre los Ayoreo ofrecimos, para el relato de ciertos mitos puyák, compensaciones
que, en relación a su nivel de vida, podían considerarse excepcionalmente elevadas,
pero no conseguimos nuestro objeto con ningún informante” (Bórmida, 1987: 67).
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Pero... pensaba entonces, ¿dónde había quedado la tan mentada epojé? ¿Cómo es posible
sostener en un mismo texto y como un requisito metodológico fundamental el criterio de
despojarse de las categorías del “pensamiento occidental” (independientemente de su
factibilidad) y al mismo tiempo (y sin inmiscuirnos aún en cuestiones de mínima ética
profesional) ofrecer compensaciones “excepcionalmente elevadas” para obtener un relato
(que de antemano se formula que es “sagrado”)?
No sé si este comportamiento de Bórmida pudo resultar exótico para aquellos ayoreo,
quienes de todas maneras parecen haberle respondido que hay cosas que no se inscriben
meramente en pactos mercantiles (algo que la Antropología había descubierto hacía ya
mucho tiempo). Lo que por mi parte recuerdo es haber percibido la ambigüedad interna que
significó para mí su lectura. De todas maneras es posible pensar que dicha práctica, con el
tiempo (y la profusión de mitos obtenidos en el Chaco son tal vez su mostración empírica),
llevase a los “míticos” aborígenes a comprender el sentido profundo y la esencia de las
creencias bormideanas, y a iniciarse en el descubrimiento de algo desconocido: la posibilidad
de convertir relatos en objeto de intercambio. Claro que esto no es una especulación crítica:
no sólo lo experimenté en persona (tal lo expresado más arriba), sino que tuve, en esa y otras
visitas, la oportunidad de indagar lo suficiente para convencerme definitivamente de que tal
ha sido la práctica de esta escuela etnográfica, que entre otras secuelas había logrado producir
lo que nadie hasta ese momento: una inflación del mito.
Esta vivencia reiterada en mis primeras prácticas etnográficas fue lo suficientemente fuerte
como para no abandonarme hasta hoy, porque, como creo haberlo entendido paulatinamente,
semejante aproximación a la narrativa no dejaba de mostrar, aunque más no sea, las pezuñas de
ciertos monstruos de la razón. Ese “locus” esencial de la subjetividad aborigen (pocas dudas me
quedan), fue puesto, construido, consciente o inconscientemente, allí mediante el discurso del
método y el recurso del mito. Práctica mercantil en tanto expropiación ya no sólo de la capaci-
dad de trabajo (algo que sin dudas los aborígenes ya conocían), sino también de la capacidad de
narrar, de la subjetividad más íntima, mediante la violencia del dinero. Hecho que al mismo
tiempo tenía la virtud de inflacionar también el estigma exotizante con el cual, mediante el uso
de la noción de arcaísmo, el sentido común interpela aún hoy en nuestro país a las poblaciones
originarias: esa frontera cultural como marca y consuelo.
Me interesa comentar aquí, en forma breve, estas situaciones y vivencias, porque conside-
ro que son paradigmáticas. Recuerdo aquellos textos de Bórmida en torno a lo fastidioso que
le resultaba que los aborígenes lo persiguieran permanentemente reclamándole ropas, uten-
silios, etc. Codificando dicha práctica en términos que –intentando ser coherente, sin conse-
guirlo, con su misma postulación fenomenológica– lo llevaban a realizar inferencias en torno
al carácter poco laborioso de los indígenas, justificándolas por el lado de su desconocimiento
de las categorías “occidentales”, resultó una cuestión que quedó incorporada a las preocupa-
ciones posteriores de sus sucesores. Así, por ejemplo, un escrito de una discípula suya, quien
desde el mito llegó a demostrar la inexistencia, entre los aborígenes del Chaco, de la categoría
“trabajo” (y otros descubrimientos por el estilo) (Mashnshnek, 1977).
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Conceptualizaciones
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respecto al tema, con el objeto de señalar el significado que se propone otorgar aquí a las
categorías relaciones interétnicas y etnicidad.6
La búsqueda de rasgos diacríticos (lengua, raza, religión, etc.) como marcadores de etnicidad
remite a un debate que tiene dos dimensiones. Por un lado, aquella formulada en primera
instancia por E. Leach en 1954 y profundizada teórica y empíricamente por F. Barth en 1969, en
el sentido de que los grupos étnicos deben ser definidos como entidades “sociales” antes que
“culturales”, ya que su existencia es el resultado de su oposición estructural a otras entidades
sociales. La crítica, en este caso, remite a la noción de “unidades culturales” a la que adscribía, hasta
ese entonces, gran parte de la Antropología norteamericana, cuyos exponentes son conocidos
como los teóricos de la aculturación (v.g. M. Herskovitz, R. Benedict, A. Beals, entre otros). Por
otro lado, la investigación organizada con el objetivo de la búsqueda de aquellos rasgos que
definirían las supuestas esencias de la unidad cultural, identificadas como el “compartir una
cultura en común”, impedía el registro procesual en la construcción de identidades sociales
significativas: así, todo cambio en aquellos rasgos “originales” implicaba, sea por alusión u omisión,
una “pérdida” de dicha identidad, la cual resultaba necesariamente construida como una teleología.
Un principio de respuesta crítica a dichas aproximaciones opuestas de concebir las iden-
tidades puede encontrarse en las producciones de la sociología norteamericana conocida
como “interaccionismo simbólico”.7
Ciertamente, al hacer énfasis en “el intercambio social rutinario en medios
preestablecidos”, esta perspectiva ha colocado el proceso constitutivo de toda identidad en
un esquema relacional y al mismo tiempo procesual. Sin embargo, el esquema propuesto
parecería remitirse prácticamente con exclusividad a las interacciones o intercambios sim-
bólicos entre individuos y determinados contextos. Independientemente de la referencia
hacia los grupos en que se inscriben tales individuos, el objeto de análisis se construye en
referencia a estos últimos (cfr. Goffman, 1989).
Dos de los problemas que trae aparejados dicha perspectiva y que interesa subrayar aquí
son: a) la referencialidad metodológica hacia sujetos individuales y b) el hecho de que dichos
sujetos aparecen posicionados en situaciones de equidad en la estructura social y ésta es
concebida como algo dado, “preestablecido”.
La primera cuestión delimita el campo entre Antropología Social y Psicología Social.
Aquí, de modo sintético, interesa sostener el siguiente principio: los sujetos existen socialmen-
te en tanto configuraciones resultantes de una serie de determinaciones históricas, institucionales,
6. Para una profundización en torno a este debate pueden consultarse las siguientes obras, que, aunque
desde perspectivas diferentes, se ubican críticamente respecto a ambos paradigmas: F. Barth (1976); C.
Lévi-Strauss (1977); R. Holloman & S. Arutiunov (1978); B. Porshnev (1978) y D. Knowlton (1992).
7. El principal referente de esta escuela que analizamos aquí es E. Goffman, quien, independientemente de
las críticas que se realizan sobre sus proposiciones metodológicas, ha llamado la atención sobre la necesidad
de vincular el análisis de la identidad con los procesos de estigmatización. Su trabajo principal en este
sentido es: Estigma, la identidad deteriorada, op. cit.
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estructurales, cotidianas, que al incluirlos los instalan en la escena pública, los hacen visibles
socialmente. El objeto del conocimiento social se produce, a nuestro entender, en la inda-
gación de aquellas múltiples determinaciones que configuran categorías y clases de sujetos
sociales en cuyo campo se construyen y de-construyen formas de visibilidad. Es por ello que
los procesos de socialización que configuran a los sujetos individuales (analizables desde las
trayectorias de formación de identidades de una persona en tanto “individuación”) deben
ser diferenciados de aquellos procesos de socialización que configuran a los sujetos sociales
(analizables desde las trayectorias de formación de identidades de agrupamientos colectivos).
Es este último sentido el que consideramos relevante para la formulación de un campo
relativamente específico del conocimiento antropológico de los sujetos sociales.
M. Foucault alertaba, hace ya veinte años, que “en vez de preguntar a sujetos ideales qué es lo
que han podido ceder de sí mismos o de sus poderes para dejarse sojuzgar, se debe analizar de qué
modo las relaciones de sujeción pueden fabricar sujetos” (Foucault, 1992). Es que más allá del
modelo voluntarista de la economía política del sujeto o bien sobre su fondo ideológico (agente
decisional en el mercado de bienes o en la disputa política) la investigación social crítica
debería –a nuestro entender– proponerse, al menos, procedimientos por los cuales se haga
posible detectar modalidades de estructuración de dispositivos productivos de los sujetos sociales.
Es decir, se debería tratar de responder a la pregunta: ¿De qué manera y mediante cuáles procedi-
mientos los sujetos sociales se hacen visibles socialmente, son producidos por formas del poder?
Aún más, la indagación en torno a la producción de los sujetos sociales debería intentar
dar cuenta también de la dialéctica sujeción/subjetividad a partir de un doble movimiento
de interrogación, preguntándose, por un lado, ¿cuál es el campo de límites y posibilidades
de los dispositivos de poder en la producción y reproducción de modalidades de
visibilización de los sujetos sociales? y, por otro lado, ¿cuál es el campo de límites y posibi-
lidades de las prácticas y discursos de los sujetos en la construcción de identificaciones que
no sean meras internalizaciones de modalidades de visibilización? Sin detenernos aquí en
detalle sobre estos procedimientos, diremos únicamente que tales formulaciones respon-
den a la consideración de una premisa: la historicidad de determinada estructuración de la
dominación. O bien, parafraseando a Giddens, la necesidad de focalizar sobre los procesos
de estructuración de lo social (1995).
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Sin embargo, puede decirse que los significados asociados a la categoría de relaciones
interétnicas son variados. En este sentido, pueden distinguirse dos tipos de abordaje. Por un
lado, dicha categoría puede ser referida a la interacción entre unidades o “grupos étnicos” en el
sentido sugerido por R. Barth. Una segunda indicaría interacciones entre grupos étnicos en un
sistema social determinado (C. De Oliveira, 1971; Díaz Polanco, 1981; Bechis, 1992).
En el marco de este estudio, se considera a las situaciones de contacto interétnico como
constituyentes y constituidas por prácticas que van mucho más allá que aquellas inscriptas en
un intercambio “diádico” entre unidades relativamente discretas y homogéneas. Por lo tanto,
interesa el análisis de las etnicidades como resultado de las relaciones interétnicas al interior del
proceso de constitución de las relaciones de clase y de la forma estado-nación que expresa dichas
relaciones. De manera tal que cuando se hable de relaciones interétnicas se tendrá en cuenta
exclusivamente la segunda acepción. Esto es de suma importancia, ya que inscribir las relacio-
nes interétnicas al interior del proceso de formación de la nación y la estatalidad (y de las
relaciones de producción que en el interior de sus fronteras se van desplegando), implica
considerarlas, principalmente, incluyendo la mediación del poder –es decir, tanto la ubicación
de cada “grupo” en la estructura social como así también las adscripciones e identificaciones
políticas e ideológicas productivas cuyo objeto es la reproducción de dicha estructura social.
Es en consideración de esta problemática en ocasiones obviada que, para autores como
Abner Cohen, “Sólo es cuando, dentro del marco de referencia formal de un estado
nacional, o de cualquier otro tipo de organización formal, un grupo étnico se organiza
‘informalmente’ con fines políticos, que podemos decir que estamos en presencia de un
proceso de etnicidad” (citado en M. Bechis, 1992: 99).
Pero también es necesario llamar la atención sobre algunas aproximaciones que anali-
zan el vínculo entre grupos étnicos y estado, replicando, aunque en otro nivel de análisis,
la dicotomía criticada anteriormente, restringiendo las situaciones de contacto interétnico
en el marco de las relaciones entre una “agencia de contacto” y una “aldea” o un “grupo
étnico” y la “sociedad nacional”. Es que las situaciones de contacto que se inscriben en las
relaciones interétnicas son mucho más complejas que las asumidas por aquel tipo de
reduccionismo. Implican actores, intereses y proyectos heterogéneos: “es un hecho consti-
tutivo que preside a la propia organización interna y al establecimiento de la identidad de
un grupo étnico” (Pacheco O. Filho, 1988: 54).
Lo anterior tiene importancia por dos motivos: el primero, porque remite a las contradic-
ciones de los estados-naciones modernos en cuanto a la “resolución” de la cuestión de las
etnicidades, sin perder de vista que dichas etnicidades han sido el producto histórico de
específicas relaciones interétnicas configuradas en esta forma de organización jurídico-políti-
ca; el segundo, porque alerta en torno a ciertas aproximaciones que tienden a cosificar, al igual
que a los “grupos étnicos”, a los estados-naciones como entidades portadoras de una etnicidad-
identidad con contenidos claramente definidos, esenciales, de manera tal que se asume
implícita o explícitamente y en forma invariable la idea de una etnicidad dominante que
definiría los contenidos concretos de una “identidad nacional”.
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de la burguesía porteña y las burguesías provinciales, mientras que los espacios territoriales
nacionales (el otro cincuenta por ciento del territorio) eran el significante de un proyecto a
construir y, por ende, a imaginar.
Un dato interesante (producto tal vez de aquella paradoja aludida) es que los habitan-
tes de aquellas jurisdicciones no tenían derechos políticos, al contrario del resto de los
habitantes del país; es decir, no eran considerados ciudadanos de pleno derecho a pesar de
estar integrados a un proceso de estatalidad construido sobre las doctrinas del estado-
nación modernas. Cuestión, ésta, que tendrá significaciones profundas hasta nuestros días
y especialmente sobre los actuales reclamos territoriales de los pobladores del Chaco cen-
tral, objeto de análisis de este trabajo.
Sin embargo, si bien aquellos principios fueron muy fuertes e involucran especial-
mente a los contenidos del presente libro, no serían los únicos. En ocasiones se apeló
también a la construcción imaginaria de una tradición encarnada en el “gaucho”, como
símbolo de “lo nacional”, cuando la construcción del enemigo necesitaba ser desplazada
hacia los contingentes de inmigrantes proletarizados al negárseles en su gran mayoría y
en la práctica su condición de sujetos de “colonización” (siendo que en otras ocasiones
previas como principio negativo se tendió a señalar al gaucho como enemigo, fomentan-
do su eliminación en tanto expresión de etnicidad). Así, la población inmigrante, por
momentos idealizada en sus cualidades “civilizatorias”, producidos como “colonos” –legitiman-
do de esa manera la ocupación de los territorios conquistados al indio–, fue en otros
momentos estigmatizada como “extranjeros sin patria”, producidos como enemigos cuando
la explotación de su fuerza de trabajo les llevaba a la huelga o cualquier acción
reivindicativa.
Estos cambios de sentido se nutren ideológicamente, en principio, de aquellos postu-
lados “racionalizadores”, pero se anclan en la dialéctica negativa generada por los proyectos
e intereses de las fracciones hegemónicas de la burguesía al enfrentarse, en distintos mo-
mentos históricos, a la capacidad constitutiva de la clase trabajadora en tanto “otro”. Un
otro, entonces, “etnicizado” por el poder de fragmentar precisamente la capacidad del
trabajo de constituirse como sujeto colectivo. De allí que se hará especial énfasis en el
análisis de dichos momentos históricos de correspondencia entre las relaciones de produc-
ción capitalistas y las relaciones interétnicas en el territorio nacional, y especialmente en la
formación social de fronteras.
Es que el análisis de las relaciones interétnicas en una formación social de fronteras como
el Chaco central, según se viene planteando, debe situarse tanto en las mediaciones que
produce en los actores sociales el proceso de construcción del estado-nación como así tam-
bién en las relaciones de producción que se despliegan en ese proceso de formación.
La particularidad de estas relaciones radica en su anclaje en la “frontera con el indio”, una
frontera que –como se ha expresado– debe ser analizada en sus configuraciones políticas,
económicas y culturales. Desde esta perspectiva, resulta entonces de interés una caracteriza-
ción de la categoría “formación social de fronteras”.
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Abordar el proceso de estructuración del Chaco central como una formación social de
fronteras y la producción de sujetos sociales en la misma implica, tal como se lo viene
formulando, dar cuenta de una serie de elementos conceptuales y metodológicos que permi-
tan desarrollar su análisis con cierta sistematicidad.
En términos aún generales puede decirse que las formas sociales que se expresan en la
configuración de los espacios territoriales resultan de transformaciones históricas que guar-
dan especificidades regionales concretas. El proceso histórico que ha dado origen a la confi-
guración del modo de producción capitalista ha hecho que tales formas sociales transcurran
a lo largo y ancho del planeta, aunque con ritmos y características particulares, por las
modalidades mercantiles hoy universalmente dominantes.
Desde la tierra como “cuerpo inorgánico” de las “sociedades primitivas” –como decía
Marx en las Formen– hasta la tierra como localizador de ganancias extraordinarias, hay un
trayecto cuya forma depende de la dinámica concreta que tome la expansión del capital en el
proceso de ir sometiendo a su propia reproducción a la capacidad de trabajo que encuentre
en el espacio de su extensión.
Desde el Tajni (monte) “almacén primitivo de víveres” de los Mataco-wichí, hasta la renta
del suelo, pasando por el monte como propia condición de reproducción del campesino
criollo, el Chaco central ha sido y está siendo en la actualidad escenario de ese proceso de
transición, lo que ha ido configurando aquello que se intenta denominar como una específica
formación social de fronteras.
¿Cuál es el sentido que, en el marco del presente trabajo, puede adquirir la noción de fronteras?
Para una caracterización sociológica de las dinámicas de fronteras, una referencia ya
clásica es el trabajo de J. F. Turner en relación a la expansión de la frontera en el oeste
americano. Por un lado, este autor rescata el valor analítico de los procesos fronterizos como
procesos sociales en formación que permiten dar cuenta de los modos particulares de cons-
trucción de las estructuras económicas y sociales. Los distintos y constantes ciclos del
poblamiento que se suceden en estos ámbitos, señala el mismo autor, permiten rastrear
también los mecanismos de diferenciación social en el conjunto de la sociedad, llegando a
afirmar que: “la colonización es a la ciencia económica lo que las montañas a la geología, pues
deja a la luz las primitivas estratificaciones” (Turner, 1968: 51).
No obstante, es importante señalar que detrás de aproximaciones de este tipo se escon-
den muchas veces interpretaciones voluntaristas respecto a las posibilidades de estos ámbitos.
Se supone que dada la disponibilidad relativa de tierras, la frontera expansiva ofrece inmejo-
rables oportunidades para la radicación de explotaciones familiares, induciendo procesos de
ascenso social y “contribuyendo” a la formación de una sociedad democrática. En tal sentido,
la alta movilidad social que se presenta en algunos casos tiende a ser considerada como el
signo característico de la frontera.
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unidades económicas allí instaladas (cfr. Velho, 1979), mientras que, en otros, se niega
toda posible interpretación en tal sentido (cfr. Palmeyra, 1977).
Al polarizarse de esta manera el debate, tienden a entremezclarse situaciones y procesos
muy diferenciales, sólo detectables desde un análisis pormenorizado de las trayectorias socia-
les de los actores involucrados y del conjunto de límites y posibilidades que configuran las
condiciones en que se desenvuelven históricamente tales trayectorias. La misma noción de
“pionero” o “colono”, para definir al sujeto social típico de las zonas de expansión fronteriza,
tiende a esconder, en ocasiones, la complejidad de actores sociales involucrados.
En ciertas formulaciones, resulta clara la distinción entre los conceptos de frontera enten-
dida como un límite político o una demarcación territorial, y de frontera concebida como
una franja extrema de una región bajo poblamiento que se expande progresivamente hacia
una zona despoblada u ocupada por poblaciones aborígenes, cuyos territorios se considera-
ban adscriptos a los intereses del estado que patrocinaba o legitimaba el avance de la “coloni-
zación” de los mismos (Caviedes, 1987).
Sin embargo, como señala el mismo autor, “los conceptos de frontera como límites
políticos entre los estados, la frontera de colonización como la resultante de procesos de
ocupación territorial y las fronteras percibidas a través de ciertas doctrinas geopolíticas, se
encuentran en una estrecha interrelación en los países del cono sur y explican con mucha
pertinencia las animosidades existentes entre dichos estados” (Caviedes, 1987: 58).
Es posible sostener, siguiendo a G. Sandner, que “en América Latina, el proceso formati-
vo de estados se produjo en una base territorial definida por divisiones administrativas
coloniales y esto significa orientados no en la consistencia y contigüidad de territorios, sino en
relaciones de poder y control basadas en centros” (Sandner, s/f: 4).
El principio del “uti possidetis” aplicado en la formación de los estados nuevos, es
decir, el uso de los límites administrativos intercoloniales al fin de la colonia, como referen-
tes para la delimitación política de las fronteras de los estados independientes, resultó
bastante conflictivo, por dos razones.
Primero: las delimitaciones administrativas no tenían mucha precisión, porque en las
vastas áreas “vacías” y fuera del control efectivo, no había necesidad de límites lineales y de
orientación territorial a nivel local. Además, persistían contradicciones en las últimas órdenes
reales, cambios más recientes de adjudicación de áreas de ésta o aquella audiencia, y conflictos
sin solucionar al finalizar la organización Colonial. Por esto, una definición del último status
para las diferentes unidades administrativas fue una cuestión bastante difícil de resolver, aún
más porque los diferentes países/estados nacientes tenían diferentes “años cero”.
Segundo: los nuevos estados otorgaron un excesivo peso al concepto de soberanía y a la
doctrina de integridad territorial como elemento constitutivo del estado. Por tales razones, la
demarcación de fronteras obtuvo un peso excesivo como fundamento de una nacionalidad
definida, según se ha formulado, más geográficamente que en las bases socioculturales de la
población. Así, la recuperación de “territorios perdidos” en el período poscolonial se transfor-
mó en un tema central de “dignidad nacional” (cfr. Sandner, s/f).
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En tal sentido, una segunda hipótesis de trabajo que orienta a la presente Tesis es que
dicha situación de énfasis en los conflictos territoriales tendió a facilitar la institucionalización
del uso de la violencia armada para resolverlos y su legitimación como proyecto político “nacional”.
Este planteo se refuerza para el caso argentino, en dos cuestiones vinculadas: a) el modelo
“educador” de las instituciones que configuraron el proyecto de estatalidad y b) el rol central
que en dicho proceso pretendió jugar (y lo hizo) el nuevo ejército “nacional”. Ciertamente la
metáfora de un “desierto” distante y alejado del “centro” del poder, asociado a la ocupación
aborigen, dio lugar a que el movimiento de racionalización fuera ante todo de
“disciplinamiento” (en el mejor de los casos) y también un viaje (o su expresión concreta en
campañas) militarizado.10
Las características antes señaladas en torno a la problemática de los límites territoriales de
los nuevos estados-naciones independientes se entremezclaron paulatinamente con objeti-
vos de colonización y desarrollo económico, por lo cual no resulta extraño encontrar, en los
mismos discursos de estrategia militar, objetivos de colonización y “civilización”.
Las concepciones tradicionales y dominantes en torno a la noción de frontera, al
menos en nuestro país, parecen haberse construido, ante todo, como el reflejo de un
espacio vacío entre los convencionales límites heredados de la colonia y las intenciones
de expansión de los intereses de las fracciones hegemónicas de la burguesía triunfante
productora de las reglas del juego del pacto constituyente. Así, los discursos políticos
hegemónicos en el período llamado de “formación” del estado nacional tendían a legiti-
mar las acciones de conquista militar de los territorios aborígenes (campañas militares “al
desierto”), que acompañaron tanto a la expansión de la frontera agropecuaria hacia fines
del siglo pasado, como al disciplinamiento de la fuerza de trabajo en el espacio conquis-
tado (Oszlak, 1989; Iñigo Carreras, 1983).
A partir de lo expresado, la perspectiva que sigue la presente Tesis en relación a la noción de
“frontera”, en tanto ámbito de expansión de determinadas relaciones de producción, es que la
misma constituye más que un límite (entre nación/desierto, productivo/improductivo o tradicio-
nal/moderno), un proceso de conexión (valorización) entre espacios caracterizados por dinámicas
productivas y reproductivas heterogéneas (Becker, 1986; Cafferata, 1988; Reboratti, 1989).
El eje principal de dicho proceso conectivo pasa, en este análisis, por las formas y
procesos de relacionamiento entre capital y trabajo, es decir, por las relaciones sociales de
producción que pretenden garantizar una específica hegemonía del capital sobre los
procesos de trabajo y reproducción de la vida “preexistentes”, intentando refuncionalizarlos
parcialmente (aunque generando permanentemente renovadas contradicciones) hacia
10. Para la noción de “viaje” con relación a la construcción de imaginarios sociales, véase la obra de V.
Turner (1974) Dramas, Fields and Metaphors in Human Societies. Cornell University Press. Ithaca. Su
utilización resulta muy interesante en cuanto a la construcción de las naciones como “comunidades
imaginadas”, en la obra de B. Anderson (op. cit.).
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Formular un lugar con cierta especificidad para la Antropología Social, en el marco de los
objetivos de este trabajo, implica, en primer lugar, asumir la “ruptura” que viene produciendo
en esta disciplina respecto a aquel sentido de “aislado” y “primitivo” con el que permanentemen-
te se ha interpelado, no sólo como estigma, sino principalmente como supuesto rincón inex-
pugnable de la construcción de conocimientos en la disciplina, a los “pueblos primitivos”.
Programa antropológico que ha derivado hacia distintas direcciones, en ocasiones justifi-
cado por una pretendida “pérdida del objeto”, dadas las rápidas y profundas transformacio-
nes que produce el sistema capitalista a escala planetaria sobre las sociedades tradicionalmente
estudiadas por los etnógrafos.
Sin embargo, esa noción de pérdida (tal vez en buena hora ocurrida), que derivó en la
creación de nuevos objetos y campos de estudio para la antropología contemporánea, se
miraba especularmente en la propia designación de un campo supuestamente dado por la
existencia fáctica de tales “sociedades”, sin asumir que dicha existencia fáctica respondía a una
construcción no únicamente teórica, sino principalmente histórica y social, tal como lo ha
señalado E. Wolf, hace ya un tiempo:
Estas premisas, que han estado presentes en los planteamientos realizados en páginas anterio-
res sobre la cuestión de la etnicidad, la nacionalidad y la formación de fronteras, no interpelan
únicamente a las antropologías del “aislado sociocultural”, sino también a ciertas antropologías
“comparativistas” que, mediante una construcción idealista de su objeto, “aíslan” rasgos, institucio-
nes y prácticas sociales reorganizándolas en función de categorías, sea para formular una “teoría
general del desarrollo civilizatorio” –como el caso de los evolucionistas clásicos–, o bien, en una
perspectiva más contemporánea, para “recomponer” aquellos datos etnográficos aislados de su
significación específica, con la pretensión de construir una teoría universal del comportamiento
humano. Precisamente, la antropología económica surge como disciplina sistemática en el campo
de las ciencias antropológicas alternándose entre ambos posicionamientos metodológicos.11
En el marco de las formulaciones del pensamiento materialista-histórico, la mayoría de los
antropólogos orientados en esa perspectiva van a aceptar como significativos los conceptos de
11. Para un desarrollo elaborado en forma más sistemática en torno a la conformación de la Antropología
Económica como especialidad, puede consultarse H. H. Trinchero, 1998, op. cit.
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Para ello, siguiendo a este autor, es necesario identificar el número y naturaleza de los
modos de producción que se encuentran combinados, diferenciando los elementos estructu-
rales y superestructurales de cada uno de ellos. Otro paso necesario sería definir los términos
en que se produce la articulación, tanto entre las instancias como entre los modos de produc-
ción. Por último, habría que definir las funciones que cumple cada elemento y cómo se
subsume a la lógica general del sistema social (1974: 176-77).
Nos encontramos aquí frente a formulaciones, en cuanto a los conceptos de modo de
producción y formación económica y social, que en este nivel de generalización resultan, en
parte, útiles a nuestros objetivos. Sin embargo, es importante aclarar, tal como fue sugerido
anteriormente, que dichas generalizaciones adquirieron significaciones específicas en la práctica
etnográfica y en la orientación teórica de la denominada antropología marxista de la época.
¿Cuáles serían las orientaciones teóricas y la práctica etnográfica de la década de los ’70
resultante de estas influencias?
Un principio de respuesta es la propuesta de E. Terray, quien señalaba:
“La tarea actual de los investigadores marxistas consiste en anexar el terreno hasta
ahora reservado de la Antropología social al ámbito del materialismo histórico, para
demostrar la validez universal de los conceptos y de los métodos por él elaborados.
Con esto confirmarán que la Antropología Social se ha convertido en una sección
particular del materialismo histórico, consagrada a las formaciones económico-sociales
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en las que el modo de producción capitalista está ausente, sección en la que colabo-
rarán historiadores y etnólogos” (Terray, 1974: 105).
Esta cita contiene los presupuestos que orientaron muchas investigaciones etnográficas,
intentando, a través de aquellas formulaciones teórico-metodológicas, validar al materialismo
histórico como una teoría general de los modos de producción.12 Sin embargo, e indepen-
dientemente de la validez y significación epistemológica y política de dicha propuesta de
teoría general para la historia, resulta de interés centrar la atención sobre el rol de la antropo-
logía social, dadas sus fuertes implicaciones.
La asignación a la antropología social (sea económica, política o simbólica) del rol de
sección particular del materialismo histórico que debería “consagrarse a las formaciones eco-
nómico-sociales en las que el modo de producción capitalista está ausente” tendía a conducir
a la antropología “marxista” (independientemente de sus críticas respecto a las nociones de
economía, de política y de cultura de las antropologías clásicas) a los mismos terrenos que la
antropología tradicional, es decir, el estudio de aquellos “pueblos primitivos” de existencia
contemporánea a los que se seguía considerando como “supervivencias” de un pasado arcaico
o de algún estadio de la “evolución” social. En tal sentido, la perspectiva positivista es sinto-
mática: la lectura de estas “sociedades” en tanto laboratorios que permitirían desentrañar
prácticas, creencias, o bien “modos de producción” precapitalistas.
Independientemente de la mayor o menor rigurosidad teórica a la que se intente adscri-
bir, semejante perspectiva tiende a negar el hecho histórico concreto, señalado por no pocos
antropólogos, de las profundas transformaciones que dichas “sociedades primitivas” han
sufrido a partir de los procesos de enfrentamiento sistemáticos y a la vez particulares con
distintas fracciones del capital, en la estructuración del modo de producción capitalista (cfr.
Kaplan y R. Manners, 1972; Llobera, 1980; Bestard y Contreras, 1987; Wolf, 1982).
Se deriva, de la presunción anterior, la consideración de que estos “pueblos” o “formacio-
nes sociales” son relativamente aislables y, por lo tanto, analizables como totalidades sociales,
herencia ésta cara al funcionalismo.13 Al desinteresarse por tales estructuraciones históricas y
al reiterarse la noción de “aislado” social para referirse a los pueblos etnográficos, se priva a la
12. Lo expresado no implica postular la idea de una homogeneidad de perspectivas en los autores
nombrados. Se trata de señalar únicamente que, independientemente de las discusiones conceptuales
sostenidas entre ellos, existía un reconocimiento relativamente consensuado hacia aquel lugar signado a la
antropología social y en particular la Antropología Económica, sobre todo en los primeros escritos.
Variaciones importantes en sus concepciones fueron sucediendo a medida que avanzaron las investigaciones;
sin embargo, ello no fue así en los aspectos centrales que se señalan aquí.
13. El funcionalismo, en su crítica a las derivaciones teleológicas de los esquemas generales del evolucionismo,
había formulado, en parte correctamente, la necesidad de superar la noción de “supervivencias” para dar
cuenta de determinadas prácticas e instituciones sociales existentes en las sociedades primitivas
contemporáneas, ya que dicha noción implicaba el soslayamiento de la pregunta por su función actual en
la totalidad social, y esta función es la que en principio garantizaría y explicaría su presencia. Entonces,
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antropología social de una aproximación sistemática sobre los vínculos (de funcionalidad y
contradicción) entre las prácticas económicas, políticas y simbólicas, presentes en la organiza-
ción social, y la dinámica de las mismas en el marco de los procesos de reproducción del modo
de producción capitalista.
Godelier había, no obstante, realizado en aquella época una consideración interesante,
expresando que la antropología no debía reducir su campo a sociedades específicas, aunque
señalaba que la insistencia antropológica en el estudio de estas “sociedades primitivas” res-
pondería a “razones prácticas más que teóricas” (1976: 291).
Sin embargo, las razones prácticas tienen inevitablemente consecuencias teóricas y meto-
dológicas significativas en la construcción del objeto y del campo en antropología.
Ciertamente, si se acepta que las denominadas “sociedades etnográficas” o “primitivas”,
constituidas como campo de indagación de los antropólogos, se insertan en procesos de
transformación que producen sentidos, sea en la cotidianidad vívida o en las instituciones de
la organización social, económica, política y simbólica de las mismas, y al mismo tiempo se
intenta capturar el sentido histórico de dichas transformaciones (proyecto ineludiblemente
asociado a toda perspectiva histórico-materialista), entonces el objeto de investigación nece-
sariamente debería ser construido precisamente allí; es decir, en el haz de relaciones que
configuran las formas particulares de estructuración del modo de producción capitalista (y
no concebir a éste ni a las sociedades primitivas como entidades cosificadas, fetichizadas).
Es que aquel rol asignado a la antropología “marxista” implicaba insertarse en el debate
antropológico tradicional aceptando como dado su campo de incumbencias disciplinarias:
esto es, aquellas sociedades tradicionales. La cuestión planteada como relevante era que
aquellas antropologías, a partir de concepciones funcionalistas o bien desde el idealismo
“evolucionista”, no podían dar cuenta de las contradicciones de aquellas sociedades, y, por lo
tanto, resultaban incapaces de capturar los procesos por los cuales se transformaron en el
devenir histórico en sociedades de clases, es decir, en “modos de producción históricos”.
En tal sentido, se va a sostener aquí que no es “añadiendo” una serie de conceptualizacio-
nes más o menos sistemáticas, desde el punto de vista de su ordenamiento lógico (por
ejemplo, los conceptos de modo de producción y formación social), al objeto de estudio
tradicional de la antropología cómo podrá avanzarse en el conocimiento crítico respecto a
una caracterización de aquellas “sociedades”.
antes que orientar el eje de la crítica hacia esa vaga noción de función, hubiera sido tal vez más interesante
plantear el debate en torno a los contenidos de la noción de totalidad social a los que remitían el análisis de
aquellas funciones. Por ejemplo, en el caso de M. Godelier, plantearse como problemática de investigación
la cuestión de la explicación del por qué los sistemas de parentesco “dominan” en las “sociedades primitivas”,
más que un problema teórico entre el concepto de función y el de “causalidad estructural” significaba dejar
de cuestionar el mismo concepto de totalidad social y la noción de “aislado” que promovía el programa de
la Antropología Social funcionalista. Esto es, la consideración de que las “sociedades tribales” contemporáneas
son “sociedades” susceptibles de reproducirse a sí mismas (cuestión de especial interés para determinadas
fracciones del capital agrario).
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Si, tal como se viene sugiriendo, se acepta que en aquel haz de relaciones que configuran
las transformaciones sociales de las sociedades etnográficas se incluyen determinadas relacio-
nes económicas (principalmente relaciones de producción), no será la “economía primitiva”
o el “modo de producción primitivo” el que dé cuenta de ellas. En tal sentido, sería más
adecuado seguir a Marx en la perspectiva de que:
“No se trata del lugar que las relaciones económicas ocupen históricamente en la
sucesión de las diferentes formas de la sociedad (...). Se trata de su conexión orgánica
en el interior de la sociedad burguesa moderna” (1978: 278).
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En este sentido, los alcances del concepto se limitan en este caso a señalar configuraciones
específicas del modo de producción capitalista expresadas en la conjunción de situaciones de
construcción de fronteras políticas, frentes de expansión económica y producción de fronte-
ras culturales, y cuya capacidad heurística resulta restringida, por el momento, a algunos
aspectos presentes en la formación de los estados-nación en América Latina.
b) Otra distancia responde a la noción de “articulación de modos de producción” a que
dio lugar el significado del concepto de formación social.
El sentido del concepto de modo de producción es construir un “concreto de pensamien-
to” capaz de dar contenido a la noción de totalidad social y significar, entonces, los elementos
centrales que componen “una estructura capaz de reproducirse” (Cfr. Godelier, 1976). Dicha
totalidad social no puede ser hoy otra cosa que el modo de producción capitalista. Desde la
perspectiva seguida aquí, la noción de “articulación entre modos de producción” expresaría de
forma inadecuada los “componentes” que definen a una formación social.
Esto es así ya que el modo de producción capitalista (como cualquier modo de produc-
ción histórico) es, al mismo tiempo, un modo de dominación frente a la capacidad consti-
tutiva del trabajo. El modo de producción capitalista domina mediante la extracción del
valor por la apropiación de los medios de producción y reproducción del trabajador
directo. Al extraer valor, el capital, en tanto relación social, se apropia de las capacidades de
trabajo y reproducción de “otros” modos de producción que se le enfrentan históricamen-
te, intentando transformarlos para adecuarlos al proceso de valorización (tal y como lo
indica la experiencia histórica del proceso permanente de expansión del modo de produc-
ción capitalista a escala mundial).14
No es la intención de estas consideraciones obviar el conjunto de implicancias y debates
teórico-metodológicos, como tampoco los distintos usos de la noción de “articulación de
modos de producción” que han hecho distintos autores, y menos aún desconocer sus impor-
tantes aportes sobre las formas de reproducción del proceso de dominación del modo de
producción capitalista, principalmente en las estructuras rurales latinoamericanas (Bartra,
1982; Phillipe Rey, 1971; Amin,1975; Palerm, 1980; entre otros).
Pero si se acepta que, en la dinámica de su expansión, el modo de producción capitalista
“transforma” los demás “modos de producción” y les “arrebata su funcionalidad para some-
terla a la suya” (Amin, 1975: 16), debería asumirse también que aquellos ya no pueden ser
concebidos como “modos de producción articulados al modo de producción capitalista que
14. Es que la noción de articulación remite a un criterio de funcionalidad y/o de contradicción entre
totalidades sociales que, si bien tuvo en su momento la intención de deconstruir ciertas posiciones “dogmáticas”
del materialismo histórico (promovidos por el marxismo “oficial” stalinista), al partir de la concepción de que
una formación social es una combinación articulada de estructuras, terminó dando lugar a una construcción
teleológica. En acuerdo, en este caso, con otros autores: “La teoría general de los modos de producción cuyo
proyecto aparece en Para leer el capital sólo se puede constituir mediante la reproducción de estructuras
esenciales de la filosofía idealista de la historia” (Hindess y Hirst, 1979: 11). Para una lectura crítica
sistemática de aquel proyecto del materialismo histórico, remitirse a la obra de estos autores.
46
Aquellas “formas de vida distintas”, de las que hablaba Marx, no configuran componen-
tes de modos de producción “pre-capitalistas” articulados bajo el dominio del modo capita-
lista de producción. Si bien es posible observar que a nivel de los procesos y condiciones de
trabajo que organizan una parte importante en la reproducción de la vida se presentan a la
mirada del observador como respondiendo a pautas “tradicionales”, esas pautas están lejos de
ser significantes de modos de producción anteriores. Dichos procesos y condiciones de
trabajo existen porque actúan en el marco de las configuraciones particulares que asume el
15. Para un análisis en particular sobre esta cuestión puede consultarse el trabajo de G. Gordillo (1992).
16. El insistir críticamente sobre algunas formulaciones realizadas en el campo de los análisis “marxistas”
es, ante todo, para aclarar la forma específica que adquieren las caracterizaciones sobre el problema que
estamos abordando; ello no implica dejar de reconocer el importantísimo aporte que tales aproximaciones
han realizado al respecto y menos aún desconocer la herencia que las posturas aquí presentadas recibieron
respecto al mismo. En particular con los análisis de Antropología Económica que constituyen la
impresionante obra de M. Godelier. Al respecto, un importante viraje de aquellas posiciones se encuentra
en su compilación de trabajos denominada El análisis de los procesos de transición (op. cit.).
47
“La primera, bajo la forma de lo que se llamó el éxodo rural, la segunda, más contem-
poránea, mediante la organización de las migraciones temporarias (...). Estos enormes
movimientos de población que marcan el desarrollo del capitalismo industrial, estas
17. Resulta innegable que las poblaciones indígenas y campesinas en general se insertan en procesos de
trabajo domésticos en los que prevalecen procesos técnicos “tradicionales”; sin embargo como dijera
Marx, las técnicas no son sólo un indicador del cómo se trabaja sino también de las condiciones en que
se trabaja. Condiciones éstas que están determinadas por los procesos de valorización a las que son
sometidas. La pesca indígena que se practica hoy en el Chaco, por ejemplo, independientemente del uso
de técnicas semejantes a las que describen algunos etnógrafos (o bien según las observaciones propias)
parecen asemejarse a las antiguas técnicas, lo son sólo en su forma fenoménica. Así, según se observará
en el capítulo correspondiente (cfr. infra Cap. 7), al estar hoy parcialmente sancionados por la
mercantilización (por el capital comercial) dichos procesos de trabajo tienen una significación etnográfica
y antropológicamente distinta.
48
18. En palabras de Meillasoux: “mediante este proceso, en esencia contradictorio, el modo de producción
doméstico es simultáneamente preservado y destruido; preservado como modo de organización social
productor de valor en beneficio del imperialismo; destruido, pues se lo priva a plazo fijo, mediante
la explotación que padece, de los medios para su reproducción. En tales circunstancias el modo de
producción doméstico es y no es” (op. cit.: 140).
49
producto de las formas que va adquiriendo históricamente su propia expansión (el proceso
de acumulación). Lejos de configurar estructuras sociales y procesos históricos homogéneos,
la reproducción simple y ampliada del capital produce y re-produce estructuras sociales y
movimientos históricos de una gran heterogeneidad que configuran el mapa etnográfico del
“sistema mundial” actual (Wallerstein, 1987; Robertson y Lechner, 1985; Lechner, 1984).
La expresión de dicho movimiento contradictorio de acumulación, en el caso analiza-
do, involucra a actores sociales distintos insertos en relaciones de producción y relaciones
interétnicas con una historicidad concreta. Relaciones que fueron vinculando
conflictivamente espacios territoriales y movimientos poblacionales diferentes, confor-
mando una formación social de fronteras específica.
Entonces, cuando en este trabajo se hace referencia empírica a los actuales procesos de identi-
ficación étnica y a las reivindicaciones territoriales de las poblaciones aborígenes y criollas del
Chaco central, se tiene en cuenta que el campo de límites y posibilidades de dichas identificaciones
estará conformado por su particular inserción en aquella formación social de fronteras y la expe-
riencia histórica; es decir, las trayectorias sociales que dichos colectivos recorrieron al integrarse
conflictivamente en el proceso de expansión capitalista particular en semejante contexto.
El análisis de las particulares relaciones de producción que se fueron configurando histó-
ricamente en la formación social de fronteras Chaco central ha de brindar algunas claves en
dos direcciones significativas.
Por un lado, intentando señalar los niveles de correspondencia entre la expansión de
determinadas fracciones del capital agrario y los procesos configurativos de la estatalidad en
la conformación de relaciones de producción específicas. Por otro lado, permitirá al mismo
tiempo dar cuenta de la emergencia de ciertos procesos de estigmatización en la construcción
de las etnicidades inscritas en las prácticas de los pobladores.
Ciertamente, desde esta perspectiva, los procesos de etnicidad, que tienen una expresión
muy concreta en las reivindicaciones territoriales actuales de los pobladores, lejos de configu-
rarse a partir de categorías emergentes de “cada cultura en particular” responden tanto al
conjunto de relaciones interétnicas concretas (en el sentido previamente señalado), como a la
producción de sujetos colectivos que resultan de sus anclajes en las contradicciones emergen-
tes de aquellas relaciones de producción específicas.
Al poner en crisis permanente las capacidades reproductivas propias de las “econo-
mías domésticas” de los pobladores, las distintas fracciones hegemónicas del capital
requieren de la configuración de un proyecto de intervención (estatal y/o privado)
disciplinador de la fuerza de trabajo y de sus condiciones de reproducción, que excede
las capacidades de sujeción del propio proceso productivo. Esta situación, que tal vez
resulta extensible al movimiento global de las relaciones entre acumulación del capital y
formación de la estatalidad y la nacionalidad, propias del proceso de generalización de
las relaciones de producción capitalista a escala planetaria, adquiere en estructuras rura-
les como la formación social de fronteras de América Latina, y en particular del Chaco
central, connotaciones específicas.
50
En tal sentido, una tercera hipótesis de trabajo en torno a los objetivos de esta Tesis puede
formularse de la siguiente manera: la permanencia y en ocasiones profundización de las contra-
dicciones emergentes de las relaciones de producción históricamente presentes en la formación social
de fronteras Chaco central ha generado una reiteración de mecanismos de coerción política y en
ocasiones militarizados como garantía del proceso de valorización.
Esta hipótesis de trabajo profundiza sobre lo expresado en la segunda hipótesis de
trabajo, respecto a la institucionalización del uso de la fuerza armada para resolver los conflic-
tos limítrofes, extendiéndose, con las particularidades del caso, hacia los conflictos por el
dominio del capital sobre la capacidad de trabajo constituida en dichos territorios.
De allí la importancia asignada al análisis antropológico-económico de las formas espe-
cíficas que adquieren las contradicciones entre la reproducción del capital y la reproduc-
ción de la vida en nuestro campo de estudio, ya que permite dar cuenta de este proceso de
deslizamiento hacia actores sociales “exteriores” a los involucrados directamente en los
dispositivos concebidos idealmente como “típicos” de las relaciones capital/trabajo para
garantizar el proceso de valorización.
Actores sociales múltiples y heterogéneos han dado lugar al establecimiento de las
modalidades diversas de construcción de hegemonías tanto económicas como políticas y
culturales. Desde campañas militares de exterminio y disciplinamiento hasta formas polí-
ticas e ideológicas de ejercicio de la coerción, pasando por modalidades de clientelización
política y religiosa, configuran el “mapa” de la dominación en esta formación social de
fronteras, asumiendo a veces algunas de ellas la forma principal, a veces dándose
imbricaciones particulares de una y otra.
Un mapa de la dominación que expresa también relaciones de correspondencia y contra-
dicción entre los actores sociales y cuyas expresiones se sustentan mediante modalidades
específicas de formas internalizadas en las prácticas de los pobladores. Esta internalización de
las contradicciones en el ejercicio de la dominación es el que al mismo tiempo moldea el
campo de límites y posibilidades de las etnicidades y territorialidades reivindicadas. De allí
que otro aspecto del cual dar cuenta en el proceso investigativo se refiere a procesos de
estigmatización que el poder configura sobre las etnicidades, cuando éstas operan como
reivindicaciones o bien, en general, cuando se inscriben en las “prácticas” del trabajo para
garantizar la reproducción de la vida.19
19. Se utiliza aquí el concepto de prácticas en el sentido que le ha dado Bourdieu. Es decir, en términos
de estrategias implementadas por los agentes sociales (cuyas expresiones pueden ser conscientes o no) en
defensa de intereses ligados a la posición que ocupan en un campo determinado. Noción, ésta, que está
íntimamente ligada a la de “hábitus”, es decir, la serie de disposiciones a actuar ligadas a la experiencia
vivida de “lo posible” y “lo no posible”, entre otras. Para un análisis en detalle de este concepto puede
consultarse principalmente su obra Le sens practique, Ed. Minuit, París, 1984; o bien la obra citada de
este autor y L. J. D. Wacquant (1995).
51
Las formas de subsunción del trabajo y las economías domésticas por el capital en
la formación social de fronteras
Una categoría que interesa rescatar aquí en forma crítica es la de subsunción del trabajo
por el capital, desarrollado por Marx en El Capital y profundizado en el denominado
Capítulo VI “inédito” (Marx, 1983).
Al analizar el proceso de producción capitalista, Marx intentó dar cuenta de las transfor-
maciones históricas concretas imbricadas en el proceso de expansión del capital, extrayendo
de allí algunas formulaciones teóricas en cuanto a las transiciones sociales propias de dicha
expansión. En principio, Marx va a señalar dos momentos históricos diferenciales de confor-
mación de las relaciones de la producción capitalista.
El primero, caracterizado por la forma general de todo proceso capitalista de producción
y que estaría en la génesis misma del capital en tanto relación social: la separación del produc-
tor directo de sus medios de producción y la sanción mercantil al trabajo que dicho proceso
implica. Analiza, entonces, los procesos que dieron lugar a la expropiación de artesanos y
campesinos de sus medios de producción, aunque esta apropiación no significaría, en una
primera etapa histórica, la transformación técnica de los procesos de trabajo tradicionales
(período de la manufactura en Inglaterra). En estas condiciones, la forma predominante de
extracción de valor es la relación de producción entre capitalistas poseedores de los medios de
producción y trabajadores que únicamente poseen su fuerza de trabajo para vender a aque-
llos. La conformación de esta relación como relación social fundamental del modo de pro-
ducción capitalista es específicamente “económica”, según Marx, en el sentido de que ya no
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20. Llamó a esta primera fase del capital, a esta primera manifestación de las relaciones de producción
capitalistas, “subsunción formal del trabajo por el capital”, indicando con ello dos cuestiones. La primera,
ya señalada, es que en esta etapa no se realiza una modificación técnica sustantiva en los procesos de trabajo
preexistentes. La segunda es que en tales condiciones tecnológicas la forma que puede asumir la extracción
de plusvalor es mediante una prolongación de la jornada laboral. En este orden de razonamiento, llamó
“plusvalía absoluta” al proceso correspondiente de extracción de plusvalor.
53
también múltiples. De allí el requerimiento en profundizar sobre las categorías que pudie-
ran dar cuenta de tal movimiento.
Las categorías de subsunción formal y real aluden, en Marx, a la forma generalizada de la
producción capitalista, aunque dicha forma generalizada responda al proceso específico del
capitalismo en las condiciones históricas concretas estudiadas por aquel. Pero para que las
categorías no expresen una especie de teleología en términos de “necesariedad” histórica,
deben ser sistemáticamente puestas a prueba con el movimiento histórico objetivo del pro-
ceso de acumulación (expansión) en contextos específicos.
De allí que una serie de investigaciones concretas sobre dicho movimiento en contextos
particulares hayan señalado un interés teórico por profundizar en los contenidos de aquellos
conceptos. En principio, puede señalarse que tanto la subsunción formal como real expresan
formas “directas” de dominio del capital sobre el trabajo. Esto es, el control directo (para
algunos inmediato) de los procesos de trabajo como forma predominante. Sin embargo,
existen movimientos históricos concretos del capital en los cuales las formas de dominación
sobre el trabajo se manifiestan a través de modalidades “indirectas”.
La noción de subsunción indirecta ha sido utilizada por algunos autores interesados en
analizar las formas de dominación del trabajo por el capital en determinadas estructuras
rurales. Con ella se designa a las formas que adquiere la relación capital/trabajo en contextos
en los cuales una parte importante de la reproducción de la fuerza de trabajo es garantizada
por el sector doméstico y cuyo valor, por diversos mecanismos vinculados a la contratación
temporaria o a la especulación comercial, es apropiada por el capital.21
Sin desarrollar pormenorizadamente el conjunto de implicancias de aquella noción,
diremos que la misma indica formas específicas de ciertas ramas del capital de intentar
hegemonizar su dominio sobre el trabajo y que no responden a las formas directas (teóricas e
históricas) analizadas por Marx.22
21. El concepto de subsunción indirecta del trabajo al capital lo hemos tomado de los escritos de A. Bartra
(1982) en sus análisis sobre el proceso de transferencia de valor del trabajo y la producción de campesinos
en México. También Gutiérrez Pérez y Trápaga Delfín (1986) utilizan, con algunas particularidades,
dicho concepto. Para el caso que nos ocupa, es decir, las economías domésticas de los pobladores indígenas
del Chaco centro-occidental, pueden consultarse los trabajos de G. Gordillo (1992), H. H. Trinchero y
D. Piccinini (1992).
22. Es importante aclarar que para Marx ambas expresiones del proceso de subsunción (formal y real) son
constitutivas del Modo de producción capitalista y que dichos conceptos expresan, tanto teórica como
históricamente, el proceso de expansión capitalista analizado por él para dar cuenta, como se dijo, del
movimiento tendencial de la producción manufacturera a la gran industria. Sin embargo, de allí no
pueden extraerse conclusiones respecto a que este movimiento es un proceso lineal ni que implica formas
antagónicas de la dominación del trabajo sobre el capital. De hecho, el propio Marx ha analizado la
coexistencia de ambas formas de subsunción en sus estudios sobre el desarrollo de capitalismo. Sin
embargo, va a ser muy concreto en señalar que la forma clásica, a la que alude mediante las categorías de
subsunción formal y real, ocurre en Inglaterra: “En la historia del proceso de escisión hacen época, desde
el punto de vista histórico, los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas
humanas de sus medios de subsistencia y reproducción y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente
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libres, al mercado de trabajo. La expropiación que despoja de la tierra al trabajador constituye el fundamento
de todo el proceso. De ahí que debamos considerarla en primer término. La historia de esa expropiación
adopta diversas tonalidades en distintos países y recorre una sucesión diferente y en diversas épocas
históricas las diferentes fases. Sólo en Inglaterra, y es por eso que tomamos el ejemplo de este país, dicha
expropiación reviste su forma clásica” (destacado agregado) (K. Marx, 1980, Tomo I, vol. 3: 895).
55
56
la ineficiencia tecnológica a la que dicha modalidad mercantil simple quedó relegada ante el
avance de la producción ganadera de corte capitalista (al punto de poner en crisis la viabilidad
reproductiva de aquella modalidad de producción). Sin embargo, su ubicación en un contexto
fronterizo cercano a mercados regionales –en los cuales la ganadería pampeana, tecnológica-
mente en condiciones muy superiores para producir un artículo de mejor calidad pero orienta-
da a mercados externos–, le otorgaba condiciones especiales para su desarrollo. Esto, sumado a
un conjunto de situaciones políticas, le permitió tanto un proceso de relativo crecimiento de su
economía mercantil simple como también alimentar expectativas de una reproducción amplia-
da, aún en el marco de una tendencia involutiva de su modelo (cfr. capítulo seis).
En cambio, la población aborigen, desde la derrota militar y el despojo territorial, ha
estado sometida a un proceso de disciplinamiento e incorporación compulsiva al mercado de
trabajo. En tal sentido, su población puede ser caracterizada como trabajadores estacionales
que han sido incorporados al mercado de trabajo en función de la relativa capacidad de
reproducción de su fuerza de trabajo en tanto economía doméstica; es decir, por su capacidad
de transferir un plustrabajo al proceso de valorización de las fracciones de capital contratan-
tes, aunque también a riesgo de poner en crisis dichas capacidades.
Profundizando en lo expuesto, otra variable interviniente en el análisis de los procesos
de valorización es la capacidad de “retención” del “sector doméstico” de su fuerza de trabajo
en su interior respecto al asalariamiento, cuestión que remite necesariamente a los particu-
lares procesos de puja “política” por su apropiación por los que ha atravesado cada activi-
dad. Por ejemplo, la relativa pujanza de las actividades ganaderas hacia principios de siglo,
en contraste al despojo territorial hacia la población aborigen, constituyó un elemento
diferencial en la retención doméstica de cada grupo frente a la semiproletarización promo-
vida por los ingenios azucareros.
Hoy es posible encontrar que gran parte de las unidades domésticas aborígenes practican
parcialmente actividades de corte mercantil simple (parte de la pesca, las artesanías, etc.),
combinando estas actividades con la inserción temporal de parte de su fuerza de trabajo en
las explotaciones del poroto alubia en el llamado “umbral al Chaco”, generándose contradic-
ciones específicas entre ambas alternativas. Al mismo tiempo, contingentes importantes de
pobladores criollos han sido expulsados hacia las periferias urbanas en busca de asalariamiento.
Si hacia principios de siglo la “economía” mercantil simple del criollo observaba un
relativo dinamismo, en la medida en que usufructuaba un espacio sin renta con buena
productividad de forraje y mercados ganaderos regionales de relativa importancia, hoy, la
productividad media de las unidades domésticas criollas no alcanza siquiera para reproducir
en términos físicos a sus miembros, quienes deben complementar su ingreso asalariándose o
retirándose hacia otras actividades.
Tal vez a esta altura sea posible comprender mejor el sentido que se le otorga a los aportes
posibles de establecer desde la antropología económica para el análisis de una formación
social de fronteras. Precisamente, al profundizar el análisis de las formas particulares que
adquieren los procesos de valorización, mediante la categoría de subsunción indirecta y
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58
De acuerdo a lo que se ha venido formulando, puede decirse que las formas indirectas y
diferenciadas de subsunción del trabajo doméstico por el capital producen, al mismo tiempo,
trayectorias sociales particulares y prácticas en los sujetos sociales referidas a las formas de ocupación
y usufructo del territorio demandado. Al mismo tiempo, puede sostenerse que dichas trayectorias
y prácticas diferenciales constituyen algunos de los anclajes de las también diferenciales reivindi-
caciones políticas y étnicas, omnipresentes en los conflictos étnicos entre los pobladores.
Según se ha enunciado, uno de los objetivos específicos de este trabajo es dar cuenta del
campo de límites y posibilidades de las actuales demandas territoriales de los pobladores,
sujetos sociales, que actualmente ocupan el territorio fiscal fronterizo integrante de la forma-
ción social de fronteras analizada.
Desde 1986, el gobierno de la provincia de Salta viene generando una serie de instru-
mentos jurídicos con el objetivo de producir una “regularización dominial” de dicho territo-
rio, cuyos contenidos han ido replanteándose en el tiempo transcurrido. Sin embargo, por
una multiplicidad de factores que esta tesis intenta analizar, las modalidades de adjudicación
se restringen a formas estigmatizadas de concebir tanto al territorio como a la dinámica
productiva y reproductiva de las economías domésticas de los sujetos sociales involucrados.
Sin necesidad, por el momento, de una particularización en torno a las características de
los diseños de intervención política para la “regularización” dominial del territorio fiscal
ocupado actualmente por los pobladores y que han sido ensayados hasta el presente, puede
decirse que los mismos han variado en su formulación a la vez que el proceso ha ido tendien-
do a un desplazamiento en el tiempo de aplicación. Si en el diseño original el modelo
proponía fundamentalmente el reconocimiento del territorio hacia un grupo limitado de
unidades económicas criollas, previendo la relocalización de la denominada población exce-
dente de acuerdo al modelo (principalmente la población criolla más pauperizada y la casi
totalidad de la población india), posteriormente, movilizaciones indias mediante, el diseño
llegó a proponer un alternativa que supuestamente favorecería a la población aborigen con
una previsión de relocalización de la mayoría de la población criolla.
Sin embargo, tal como se ha observado, tanto uno como otro modelo descansan principal-
mente en construcciones estigmatizadas respecto a la racionalidad de la demanda sobre el
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territorio para uno u otro grupo de pobladores (la distinción reafirma la dicotomía indios/
criollos), modelos que en la práctica operan, en primera instancia, como construcciones
legitimadoras para un proceso de discriminación a la hora de la instrumentación de las
adjudicaciones y, en última instancia, dilatando la cuestión.
Respecto a esta cuestión, una quinta hipótesis de trabajo puede ser formulada en los siguientes
términos: estas formas estigmatizadas de concebir las distintas racionalidades productivas y reproductivas
de los pobladores se construyen a partir de una “naturalización” de las mismas, que soslaya tanto las
trayectorias sociales diferenciales de los pobladores como también la dinámica de los procesos de subsunción
de las modalidades de trabajo y reproducción de la vida por distintas fracciones del capital.
En el marco de los procesos recientes de reivindicación territorial en los que se expresan las
relaciones interétnicas en dicho territorio, se han ido produciendo identidades sociales que
tienden a “naturalizar” la dicotomía indios/criollos. De manera tal que, inscripta en los propios
modelos de regularización, esta dicotomía ha pasado al primer plano de las discursividades en
torno a la construcción de las etnicidades locales. En este contexto, tanto la dilación del proceso
de adjudicación como así también el reforzamiento de dichas identificaciones han tendido a
agudizar el conflicto entre “etnicidades”. Dicha agudización del conflicto retroalimenta, en
parte, la internalización de aquellas formas estigmatizadas de concebir “sus demandas” por los
propios sujetos sociales, posibilitando formas de legitimación política del propio proceso dilatorio.
Con el objetivo de analizar tales conflictos va a sostenerse una sexta y última hipótesis de
trabajo que, en definitiva, orienta el conjunto de este trabajo: el proceso dilatorio de “regularización
dominial” que encara el gobierno provincial, desde la emergencia de la democracia, tiende a construir
un escenario en el cual una serie de agentes económicos, externos a los ocupantes involucrados, apuntan
a consolidar posiciones para un nuevo movimiento de valorización del territorio y de la fuerza de
trabajo de los pobladores. Esta expectativa de valorización tiene como horizonte el acuerdo para la
construcción definitiva de la denominada ruta “transchaco” y la construcción, concluida en 1995,
del puente que une el territorio en disputa con Paraguay. Estos proyectos de infraestructura se
encuentran ligados a una estrategia de vinculación geoeconómica del Mercosur y atraviesan el
territorio en disputa por el medio, a la vez que han dado lugar para una movilización progresiva de
los pobladores con el objeto de “participar” en el diseño del plan de “regularización”.
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En las páginas anteriores se realizó un recorrido del universo temático en general, inten-
tando un contrapunto entre el análisis crítico de los conceptos significativos involucrados en
dicho universo y la descripción de ciertas configuraciones particulares que, a modo de ilustra-
ción, fueron sustentando una serie de interrogantes orientadores (problemáticas estructurantes)
de las hipótesis de trabajo propuestas.
El objetivo de este recorrido preliminar ha sido intentar capturar y dar cuenta del movi-
miento de doble determinación del objeto de estudio: síntesis, unidad de lo diverso, en tanto
construcción de un “concreto de pensamiento” en el sentido dado por Marx en el “prólogo
a contribución a la crítica de la economía política”.23
Construcción que necesariamente debió hacer referencia a lo que generalmente se deno-
mina como “estado del arte” del conocimiento producido sobre algunos niveles de aquel
objeto de análisis por determinadas intervenciones anteriores al presente proyecto, señalando
sus límites y posibilidades analíticas y fundamentando, a partir de nuevas unidades de
análisis sobre el movimiento de lo real, un proyecto de construcción del conocimiento con
pretensiones de mayor alcance heurístico.
Ahora bien, a lo largo del recorrido realizado hasta el momento sobre el tema, como de las
exposiciones argumentativas que se desarrollan en los capítulos siguientes, han sido relevan-
tes tanto la experiencia etnográfica obtenida en estos años de trabajos de campo, como así
también las orientaciones ideológicas, el campo intelectual en el que se inserta la producción
de este libro, las trayectorias individuales y sociales –que marcan los planteamientos sobre
determinadas problemáticas–, y la formulación de las hipótesis de trabajo. Sin embargo, ha
sido necesario recurrir no únicamente a dicha experiencia para arribar a los planteos realiza-
dos. Tal como se ha expresado, ha sido fundamental, paralelamente, construir argumentos
sustentables a partir de una exposición con intenciones de sistematicidad.
En el campo de la Antropología, la experiencia etnográfica ha constituido una pieza clave en
la inferencia de hipótesis más o menos plausibles respecto a las formas de la organización social,
económica y política de las “sociedades primitivas”. Sin embargo, como se ha observado, sus
limitaciones han estado dadas en parte por un lugar preasignado a dichas sociedades en determi-
nadas y supuestas teorías generales (producto de las analogías y experiencias políticas y académicas
de los etnógrafos y antropólogos). Al mismo tiempo, es necesario señalar que experiencia etnográfica
no quiere significar “autoridad etnográfica”, en el sentido que le ha dado al término la crítica
etnográfica contemporánea (sea como expoliación de un saber producido por otros o bien como
criterio de validación de un conocimiento) (Clifford, 1990; Rabinow, 1986).
Sobre esto, un breve comentario: la crítica a la “autoridad etnográfica” tiene cierto sentido
en aquellas formas clásicas de construcción del objeto antropológico, cuando el etnógrafo
23. Al respecto, planteó Marx que “lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones,
es decir unidad de lo diverso. Por eso lo concreto aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como
resultado y no como punto de partida y, por consiguiente, el punto de partida también de la percepción
y de la representación” (K. Marx, 1978: 269).
61
24. El realismo sugerido pareciera ser en muchos casos una mera atribución. Es más, el típico ejemplo que
suele esgrimirse (el reconocimiento del propio Malinowski respecto a que ningún trobriandés de los
consultados por él era capaz de reconstruir el circuito Kula) constituye una contradicción al respecto.
Ciertamente: ¿qué indicaría dicho autorreconocimiento? El hecho de que Malinowski valide su modelo sin
incorporar el denominado punto de vista del nativo no legitima la calificación de realista a su trabajo
etnográfico. Tal vez, lo apropiado sería indicar el límite de una aproximación “positivista” en la relación
sujeto/objeto. Lo anterior es válido incluso a pesar de los propios postulados malinowskianos en torno al
imperativo autoimpuesto de recuperar el “punto de vista del nativo”. En tal sentido es importante recuperar
aquella premisa de N. Elías en torno a la construcción de interfases entre distintos tipos de modelos de
acuerdo a niveles de complejidad de un problema (Elías, 1990).
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2) Que el objetivo de investigación social ha de ser las relaciones sociales que configuran el
campo de límites y posibilidades de existencia de dichos puntos de vista, un campo,
entonces, de intersubjetividades o bien, para expresarlo en términos recientes, de
interculturalidades.
3) Que aún siendo el del etnógrafo un punto de vista más, el mismo está sujeto tanto a
los determinantes sociales que construyen e interpelan al sentido común, como a una
serie de mecanismos de crítica disciplinar, por lo que sería un punto de vista construido
por reglas de producción necesariamente específicas. Y ello resulta independiente de que
el etnógrafo sea o no un miembro de los sujetos sociales que en determinado momento
llegaron a participar con sus puntos de vista en la construcción del objeto de conoci-
miento de la empresa etnográfica.
Una aclaración tal vez redundante: lo anterior no podría confundirse con un cues-
tionamiento respecto a la legitimidad social de “otros” modelos –por ejemplo, los que se
reconocen como existentes en las formulaciones de los actores sociales sujetos de inves-
tigación–. La autoridad del etnógrafo puede ser discutida en tanto pretensión (tal vez
latente en gran parte de sus producciones) de representación de discursos y prácticas del
“otro” y en la medida que tal pretensión exista, puesto que el etnógrafo en realidad sólo
se puede representar a sí mismo, tanto frente al campo intelectual del cual forma parte
como productor de un conocimiento que pretende su reconocimiento como, en el
mismo sentido, aunque bajo otras condiciones, frente a la comunidad de intereses de los
sujetos involucrados en el proceso investigativo, dependiendo esta vez de los niveles de
compromiso y distanciamiento que sea capaz de asumir en tanto intelectual respecto a
dicha comunidad de intereses.25
Una cuestión “técnica” se presenta cuando la práctica etnográfica desplegada en la cotidianidad
del trabajo de campo se encuentra demasiado cercana a las vivencias producidas por su praxis; las
significaciones que produce tienden a resultar excesivamente polivalentes. Para ser traducidas y
construir sentidos plausibles sobre ellas, en tanto modelos susceptibles de análisis y por ello
legítimos para la producción de conocimientos, se requiere la formulación de interfaces entre
vivencias y registros que suponen, en última instancia, un trabajo crítico sobre los niveles del
compromiso y el distanciamiento que involucran cada uno de esos procedimientos.
Retomando lo expresado, se sostiene aquí que tanto el lugar del etnógrafo como el de
la etnografía no se definen meramente como cuestiones técnicas en función de una bús-
queda de “representatividad” del otro (o los otros). Si este fuera el caso, se debería participar
de aquellos enunciados que, llevados hasta las últimas consecuencias, proponen la “desapari-
ción” de ambos (etnógrafo e informante). Esta crítica evidenciada en algunas posiciones
contemporáneas está referida a aquella praxis clásica que hacía del viaje a lo exótico su
25. Véase al respecto el artículo de Héctor Hugo Trinchero, “Compromiso y distanciamiento: configuraciones
de la crítica etnográfica contemporánea”. En Revista RUNA XXI, pp. 317-333. Facultad de Filosofía y
Letras. UBA, Buenos Aires, 1994.
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Por una cuestión expositiva, los capítulos que expresan dicho movimiento se ordenan de
acuerdo a cierto recorte cronológico, mientras que los capítulos seis y siete analizan las trayecto-
rias sociales de los propios pobladores (criollos y aborígenes) mediante el análisis de las econo-
mías domésticas y sus transformaciones a la luz de la dinámica del proceso de valorización.
Los capítulos ocho y nueve redefinen el proceso actual que delimita el conflicto específi-
co emergente de los proyectos de regularización territorial, el análisis de las prácticas y reivin-
dicaciones étnicas involucradas en las demandas territoriales, como también el campo de
límites y posibilidades de las mismas, en el marco de las relaciones interétnicas y relaciones de
producción que configuran la formación social de fronteras Chaco central. Finalmente, el
capítulo diez pretende cerrar provisionalmente el círculo iniciado en el capítulo dos, en torno
a la construcción de imaginarios estigmatizantes sobre el territorio y la población del Chaco
a partir de situaciones actuales. Hacia el final, capítulo once, se intenta, en forma muy
sintética, resaltar algunas de las conclusiones provisorias que se fueron construyendo a lo
largo del recorrido emprendido.
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El Chaco central
Descripciones y representaciones de una formación social de fronteras
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15/04/2010, 15:15
Fuente: elaboración propia.
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EL CHACO CENTRAL
HÉCTOR HUGO TRINCHERO
La mayoría del caudal hídrico producido por las precipitaciones se concentra en el mes de
enero, mientras que el resto del año prácticamente éstas no existen; ello implica que se
combinen fuertes inundaciones, por el desborde de los ríos, y agobiantes sequías durante el
resto del año. Precisamente, el acceso a los escasos recursos hídricos que se concentran en
madrejones naturales constituye uno de los factores que influyen en el patrón de asenta-
miento de los pobladores. Alrededor de los mismos se asientan la mayoría de los puestos
criollos para quienes el agua que se concentra en dichos madrejones es uno de los elementos
centrales para la cría del ganado. En ocasiones, se construyen pozos artificiales cuando no se
tiene acceso a los primeros, o bien se combina el uso de ambos tipos de recursos.
Fitogeográficamente, la región conforma un ámbito boscoso abierto, con cubierta bas-
tante densa de arbustos, aunque con intensidad dispar según zonas, que decrece de oriente
a occidente. Estas características de bosque abierto permiten la llegada de los rayos solares al
suelo, favoreciendo el crecimiento de hierbas y pastos. Estas hierbas a ras del suelo facilitan el
ramoneo de animales, ello posibilita que la ganadería vacuna y fundamentalmente caprina
continúe siendo, en la actualidad, la principal actividad de la población criolla.
Existen, allí, un conjunto de tierras fiscales que suman aproximadamente 1.455.000
has. Las mismas están actualmente ocupadas por criollos que, a partir de “puestos” dispersos
a lo largo y ancho del territorio, desarrollan una economía doméstica basada en el tipo de
manejo ganadero señalado, y distintos grupos y parcialidades étnicas aborígenes, cuya eco-
nomía doméstica está basada en modalidades propias de recolección, pesca y caza. Ambos
“grupos” compiten por el usufructo de los recursos del monte.
El Chaco central es un ámbito en el que coexisten grupos étnicos aborígenes con pautas
culturales heterogéneas y trayectorias históricas de relacionamientos interétnicos diferencia-
les. Precisamente, es en este ámbito donde se concentra una gran parte de la población rural
indígena del territorio argentino. Los datos demográficos sobre la población indígena, para
las distintas provincias del país como para el Chaco central en particular, varían entre distin-
tos autores y entre los distintos organismos que suministran la información.26
Se ha señalado ya que las clasificaciones y estimaciones que se presentan son a modo de
mera contextualización inicial, considerando las fuertes limitaciones de las mismas. Es que
cualquier criterio de clasificación responde desde un comienzo a principios arbitrarios, cuya
26. En 1965 se realizó el único Censo Nacional específicamente diseñado para la población Indígena del
país. De allí en adelante no se llevaron a cabo otros similares. En este Censo Indígena Nacional (CIN) se
precisaba que la población indígena total del país ascendía a 250.000 personas. En 1985, I. Hernández,
basada en datos de la Asociación Indígena de la República Argentina, estimaba en 342.445 los indígenas
que habitaban el territorio nacional. Anteriormente (1979), Mayer y Masferrer calculaban dicha cifra en
398.0000. Un conjunto de factores limitan la existencia de cifras confiables. Por un lado, el escaso interés
gubernamental demostrado hasta el momento por el desarrollo de políticas específicas hacia este sector de
la población, de allí que las cifras que se manejan en los ámbitos ministeriales varíen en cada caso y al
interior de las propias unidades provinciales, por lo que los cálculos, como señalara L. Slavsky se realizan
“a ojo de buen cubero”. Existen, al mismo tiempo, dificultades propias de los criterios para considerar
aquella población susceptible de distinguirse con el atributo “indígena” o bien “aborigen”.
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71
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Ello no significa que los territorios identificados sean controlados en la actualidad por
dichas poblaciones. El mapeamiento indica únicamente aquellos espacios territoriales ru-
rales en los cuales se ubican las distintas comunidades, aunque se excluye a la población
indígena habitante de espacios urbanos. Por lo anterior, el gráfico presentado debe consi-
derarse únicamente a modo de referencia genérica y de ninguna manera como referencia a
territorios indígenas.27
CUADRO A: Población aborigen en Argentina (aprox.)
27. La acotación realizada tiende a poner entre paréntesis este tipo de mapeamientos de la población
indígena del país, ya que incluso en estos espacios la población indígena es altamente discriminada y
excluida de toda reivindicación territorial, tal como se intentará discutir en el presente trabajo.
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Para una caracterización genérica sobre la diferenciación étnica de las poblaciones aborí-
genes del Chaco, se toma en la actualidad como rasgo diacrítico principal la estructura de las
distintas lenguas. En tal sentido, una clasificación también relativamente aceptada por la
mayoría de los investigadores es la que se expone en el siguiente cuadro:
Mataco-Mataguayo Mataco-wichí
Chorote
Chulupí
Tonocote
Matará
Malbalá
Guaycurú Toba
Pilagá
Mocoví
Avipón
Payaguá
Mbayá-Guaycurú
Cuatachi
Amazónicos Chiriguano (guaranítico)
Tapiete (guaranítico)
Chané (Arawak-chiriguanizado)
Lule-Vilela Lule-Vilela
75
algunos casos, están conformadas por una o varias parcialidades de un único grupo étnico y,
en otras ocasiones, por parcialidades pertenecientes a distintos grupos étnicos. La población
criolla, menor en número, se distribuye a lo ancho y largo del territorio, constituyendo
aproximadamente 300 “puestos”, que es la organización nuclear de la actividad ganadera
montaraz que practican como modalidad prevaleciente.
Una idea de la distribución de la población, distinguiendo entre población indígena y
población criolla, surge del siguiente Cuadro C:
Fuentes: Censo Ministerio de Bienestar Social (Salta) e Informe UNSa (1994: 37).
76
Proceso que fue configurando a este ámbito como zona de refugio, primero de la pobla-
ción indígena y luego de los pobladores criollos, frente a modalidades dominantes de expan-
sión en distintos momentos históricos.
Un aspecto de interés que se desarrollará a continuación, es precisamente el que se
refiere a las particulares formas de concebir tanto a la población como al territorio de lo que
se ha denominado aquí como formación social de fronteras Chaco central. Es decir, los
imaginarios étnicos y ambientales que conformaron parte de una historia cargada de
sentidos, omnipresentes hasta nuestros días.
77
militares de “conquista” y civilización, esa trayectoria verticalista hacia los interiores del Chaco,
apuntaron a destruir las relaciones establecidas en un plano horizontal preexistentes entre las
mismas parcialidades aborígenes y también los pactos y acuerdos entre éstas y algunas represen-
taciones provinciales. Se trata, entonces, de dar cuenta de la forma en que adquieren significado
aquellos significantes de atributos, producidos obviamente desde distintas miradas “externas”,
es decir desde los códigos de enunciantes que han construido representaciones en función de
los distintos intereses por el control tanto del territorio como de sus pobladores.
El tratamiento de esta cuestión en este capítulo no ha de ser exhaustivo, en la medida que
el mismo ha sido definido como contextualizador de análisis posteriores. Sin embargo, se
sostiene aquí que algunos elementos constitutivos de los contenidos de las representaciones
históricas sobre el Chaco realizadas en los períodos denominados Colonial-Independiente y
Formativo del estado-nación, brindan pistas más que interesantes para realizar los contra-
puntos analíticos con los procesos recientes que son objetivo central de este trabajo.
Es posible analizar la trayectoria de las representaciones del territorio y sus pobladores en
el marco del entramado de relaciones que configuran los distintos momentos de la formación
social de fronteras Chaco central. Así, de aquel territorio ignoto, indiferenciado e inhóspito
reflejado en las descripciones de los primeros misioneros y que se extendieron durante prác-
ticamente todo el período colonial, pasando por los imaginarios del “desierto” poblado por
los “malones” y posteriormente indios “pacificados”, susceptibles de incorporarse a las relacio-
nes de la producción capitalista, hasta la actualidad, las representaciones fueron variando en
relación directa con la producción de límites políticos, militares culturales y frentes de expan-
sión económica.
En este trayecto, el Gran Chaco se fue “achicando” en tanto espacio de lo desconocido, en sus
representaciones cartográficas, en los textos que describen el tamaño de su población y el número
de pueblos aborígenes. Pero también, y fundamentalmente, por la conformación de instituciones
y relaciones de producción que, a la par de construir el sometimiento de su población, producían
cada vez más un cercamiento de ésta y de los recursos existentes en los territorios que dominaban,
con el objeto de “abrirlos” a la expansión del capitalismo a escala mundial.
Podría decirse que lo que actualmente se conoce como Chaco central es prácticamente un
resto, un relicto de aquel proceso que lo configuró como tal. Un espacio territorial desbastado
desde el punto de vista ambiental y un conjunto de poblaciones aborígenes y criollas cerca-
das político-militar y económicamente. Sin embargo, un ámbito en el que se despliegan una
serie de conflictos e intereses que trascienden este virtual encierro.
Al internarse la investigación en las descripciones que aparecen en los documentos de los
primeros años de la conquista, en particular los referidos a la formación social de fronteras
Chaco central, resuenan los planteos de autores actuales como De Certau, pues en dichos
documentos “La escritura camina entre la blasfemia y la oscuridad, entre lo que elimina al
construirlo como pasado y lo que organiza del presente” (1993: 118). Ciertamente, las
descripciones sobre el Chaco, su entorno geográfico y su población, aparecen signados por
valoraciones que podrían parecer “exageradas” ante una mirada contemporánea.
78
28. Es importante destacar que estos “tipos” de narrativa no son los únicos que configuran la discursividad
estigmatizante sobre la población aborigen en América. Tal como lo ha subrayado E. Said, la propia
literatura clásica de occidente es una recurrente señalización negativa de la otredad indígena allende los
océanos (cfr. Said, op. cit., 1997). Un análisis en profundidad sobre la construcción de un imaginario
sobre “la barbarie” americana con particular referencia a un caso paradigmático como es Haití puede
consultarse también en la ya referida obra de L. Hurbon (op. cit., 1993).
79
29. Las descripciones más importantes sobre los territorios y las poblaciones indígenas del Gran Chaco
corresponden a los siguientes autores de la época. Ulrico Schmidel con sus obras Derrotero y viaje a España
y las Indias. Buenos Aires, 1947, y Viaje al Río de la Plata (1543-1555). En: Colección de obras y
documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provicias del Río de La Plata. Vol. III. Buenos
Aires, 1836. También en la misma colección de Pedro De Angelis, los documentos compilados en el
Tomo VIII, volúmenes A y B (1837), reeditados en Buenos Aires por Editorial Plus Ultra en 1972. Ruy
Díaz de Guzmán con: Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata (1612),
Asunción, 1980; y La Argentina. Historia de las provincias del Río de La Plata, Buenos Aires, 1974. Las
Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay (1637-1639), compiladas por E. J. A. Maeder, Buenos Aires,
1984. La obra del P. Lozano Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba (1736), reeditada por la
Universidad Nacional del Tucumán en 1989, que constituye la referencia etnográfica local más importante
de aquella época. La voluminosa obra de Alcides D’Orbigny Voyage dans l’Amerique Meridionale, 9 vols.
Paris (1835-1847). François Xavier Charlevoix: Histoire du Paraguay (1757), la Historia de los Abipones
de Martin Dobrizhoffer (1784).
80
Un mundo-otro dentro del otro mundo que se extendía a lo largo de “varias provincias
pobladas de naciones infieles, que se continúan y comunican unas tras otras, por centenares
de leguas en la banda del poniente y del Río de la Plata, entre las provincias del Paraguay, Río
de la Plata, Tucumán, Chichas, Charcas y Santa Cruz de la Sierra” (ídem: 17).30
Para la narrativa colonial, el espacio que se describía como Gran Chaco resultaba un
espacio casi inconmensurable, externo a los dominios efectivos. Es decir, más que un lugar
una especie de no-lugar, un resto más allá de lo conocido, un vacío.
¿La nada? Difícilmente podría plantearse así la cuestión. Ya para la época de los escritos
del P. Lozano, en el Gran Chaco Gualamba se habían fundado asentamientos coloniales de
distinto tipo: fortines, ciudades, misiones, que, si bien algunos de ellos duraban poco tiem-
po, sea por el escaso sostén brindado por las autoridades centrales, sea por los ataques indíge-
nas (los textos hacen hincapié en esto último), implicaban un cierto conocimiento sobre sus
interiores que no se condice con aquellas imágenes expresadas en los textos. Aún más, una
gran cantidad de expediciones, tanto de carácter punitivo como misional, habían sido el
sustento de un importante avance en el conocimiento de acuerdo a los intereses de la época.
Tanto las múltiples descripciones que resultaban de dichas campañas como la iconografía
detallista de la representación geográfica conforman la prueba documental de lo expresado
(cfr. por ejemplo el mapa del P. Lozano, que se adjunta en la edición citada de su obra).31
Según el Padre Pedro Lozano, en su Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba (op.
cit. –Orig. 1733–), un tal Padre Juan Pastor “varón religiosísimo y diligente escudriñador de todas
las cosas de estas tres provincias de Tucumán, Paraguay y Río de la Plata en la historia manuscrita
de esta provincia de la Compañía de Jesús del Paraguay”, relata en el libro 1, capítulo IV, una
narración que podría ser denominada como el mito de origen del poblamiento indígena del
Chaco. Es de sumo interés detenerse en este texto, ya que el mismo implica no sólo la “mirada”
particular, estigmatizante, que los primeros misioneros tenían de los pueblos del Chaco, sino
también los usos de otras construcciones presentes en la narrativa de los primeros años de la
30. Para el P. Lozano el Chaco conforma un espacio casi inaprensible: “La latitud de la provincia del Chaco
corre desde los confines del arzobispado de Chuquisaca o de la Plata hasta los de la diócesis del Paraguay
y su longitud desde los confines de la provincia de Santa Cruz de la Sierra, hasta los del obispado de
Buenos Aires o Río de la Plata” (Lozano, op. cit.: 17-19).
31. En el mapa del P. Lozano tienen especial relevancia dos indicaciones significativas. Una, la representación
de la “vayas Guaycurúes” en el frente misional y, otra, las cruces que señalan los intentos fallidos de algunos
misioneros por “convertir” (reducir) a los “salvajes”.
81
conquista de América, atribuidas siempre a los indígenas, respecto a los presagios sobre la llegada
de los conquistadores. Narrativa que en este caso particular inaugura la noción de un Chaco
poblado por indios endemoniados totalmente hostiles a la presencia del conquistador.
En dicho texto se relata que, diez años antes de la llegada de los españoles a la provincia
de Tucumán, precedieron a la misma señales notables, que atemorizaron mucho a la pobla-
ción aborigen del Tucumán, entre ellas grandes sequías, hambre y pestes que produjeron
estragos y diezmaron a gran cantidad de ella. Así, “Faltos de consejo en tamaña aflicción por
carecer del conocimiento del Dios verdadero, cuya protección habrían de implorar para su
remedio, acudieron a consultar sus magos y hechiceros (...). No les respondieron los hechi-
ceros atónitos también con los infortunios presentes; pero les aconsejaron que se convoca-
sen de todas partes a consultar a diferentes ídolos, a quienes adoraban, como lo hicieron
por tres continuos años con muchas ofrendas de las que solían y abominables sacrificios.
En todo este tiempo se les hizo sordo el demonio, sin querer darles respuesta alguna.
Instaron de nuevo los hechiceros con otros más sangrientos sacrificios en una junta general
que tuvieron, para obligarle a que les diese la respuesta que deseaban”. Continúa el relato
del jesuita haciendo referencia a la multiplicidad de “sacrificios”, “borracheras”, “bailes y
cánticos”, pero “ni aún así se dio por entendido el demonio” (Lozano, 1989: 57).
Al poco tiempo y luego de una última gran concentración de los distintos pueblos, según
relata P. Lozano haciendo referencia al manuscrito del padre Juan Pastor: “el demonio muy
triste y pesaroso (...) les hacía saber, que ‘presto entrarían en su tierra, una gente desconocida,
valiente, belicosa y enemiga capital de los indios, contra la cual habían estado batallando en
todas partes, sin fruto, aquellos cuatro años en que habían enmudecido sus oráculos; que
aquellas gentes conquistarían y se harían señores absolutos y despóticos dueños de su tierra,
de sus mujeres, de sus hijos y aún de su propia libertad, abusando de todo según su antojo,
y tratándolos a todos ellos como a esclavos suyos, y aún quizás peor, porque una vez que ellos
metan el pie en esta provincia, como sin duda lo meterán a su tiempo, por más que yo os
quiera ayudar, no les podréis resistir, pues no sé quién les ampara y favorece, que hallo flacas
y débiles mis poderosas fuerzas y las de todos mis secuaces para contrastarles, como lo he
experimentado con pérdida de mis soberanas adoraciones en otras provincias remotas donde
con todo mi poder les he hecho en vano cruda guerra, pues en todas me han despojado de
mis antiguos sacerdotes, me han derribado los adoratorios y templos más célebres, suntuosos
y frecuentados de devotos míos, que acudían a invocarme, me han ahuyentado con no sé qué
encantos, contra que no tengo modo de oponerme. Si esto han hecho conmigo, qué harán
con vosotros, flacos y miserables? Harán lo que han hecho de las partes de donde vengo
huyendo, que es lo que ya dejo insinuado’. Hizo aquí pausa el demonio, para ver los efectos
que obraban sus diabólicas razones encaminadas a que por huir de tamaños males, se retira-
sen a partes donde no pudiese penetrar el poder español, y por consiguiente, ni la luz
evangélica, que venían comunicando a todo este hemisferio...”.
“Hizo, como decía, pausa el demonio en su razonamiento y luego que cesó de hablar,
como tan infaustas nuevas habían atravesado de dolor sus corazones cobardes, prorrumpió el
82
32. Se recomienda una lectura directa de este extenso texto del que sólo se transcriben los párrafos principales.
Su estructura, como así también el rico simbolismo que contiene, constituye una verdadera perla de la
literatura fantástica creada por los misioneros formados en su mayoría en los monasterios de Salamanca.
33. En el año 1613 y luego de los fracasos de establecer misiones entre los Guaycurú, los jesuitas plantearon
en el Cabildo que era necesario combatir a éstos “con el fuego y la espada” (M. Mörner, 1986: 36). Lozano
va a reproducir aquel esquema de “guerra justa” indicado por los primeros misioneros, argumentando una
“piedad cristiana que no está reñida con las armas”. Justificando la misma “para sacar a los infieles de las
madrigueras de espesos bosques, donde a guisa de fieras se guarecen con sus familias” (1773: 216-19).
83
“El enemigo del género humano vio con desagrado que se le escaparon tantas vícti-
mas por el asiduo trabajo de nuestros Padres. Por lo cual estaba buscando nuevos
modos, de impresionar a los indios versátiles para que se aburriesen de los Padres.
Intentó el demonio por medio de sus fieles secuaces, los lusitanos, desterrar a los
jesuitas de estas regiones, donde ellos le habían hecho una guerra tan implacable”
(Cartas Annuas, 1984: 140) (orig. 1639).
Aquí, la “versatilidad” de los indios es aprovechada por el demonio, cuyos secuaces en este caso
serán los “bandeirantes” de San Pablo, quienes asolaban las misiones en la frontera de Asunción
con el objetivo de obtener mano de obra para las plantaciones (Mörner, 1986: 79-83).
Independientemente del estilo barroco y el sentido evangélico de aquellas primeras
narrativas, lo interesante es que son retomadas en las descripciones del P. Lozano un siglo
después; en una época en que la formación social de fronteras había dejado de ser, en parte,
aquel territorio absolutamente ignoto y por lo tanto susceptible de ser codificado en la
mitología fantástica de los primeros evangelizadores.
Resulta evidente que la reiteración de aquellas narrativas por parte del P. Lozano –
independientemente del tiempo transcurrido, los conocimientos, el control relativo de
algunos espacios territoriales y el desarrollo de una importante cantidad de misiones,
reducciones y fortines ya en el interior del Gran Chaco–, responde a los mismos códigos
narrativos religiosos de los primeros misioneros y, de la misma manera, estas narrativas se
muestran poco apegadas a una representación con pretensiones de objetividad. Pero tam-
bién existen diferencias interesantes. Diferencias que se expresan en el elevado nivel de
detallismo en la descripción de las poblaciones indígenas.
La obra de Pedro Lozano parece adquirir distintas densidades. Así, por un lado, el texto
reitera permanentemente una mirada absolutamente estigmatizante; por ejemplo:
“Todos son Caribes, comedores de carne humana, pérfidos por extremo sin poder-
se fiar de su palabra; muy dados a la guerra, que levantan entre sí fácilmente”
(Lozano, 1989: 83).
84
presión sobre sus territorios por parte de los conquistadores o por otras causas, habían acep-
tado integrarse a determinada misión o encomienda, y aquellos que resistían con distintas
modalidades la reducción vía misión o vía encomienda.
También puede decirse algo semejante respecto a la multiplicidad de grupos étnicos que
describe. Ciertamente, la insólita cantidad de grupos aborígenes de la que da cuenta Lozano
parece responder a la exposición de un conocimiento pormenorizado de los mismos.34
Es indudable que el P. Lozano mezcla en sus denominaciones categorías lingüísticas,
apelativos utilizados por los propios grupos para nombrar a una parcialidad distinta dentro
del mismo grupo lingüístico, o bien para nombrar a parcialidades de otros grupos lingüísti-
cos, toponimias utilizadas por los propios misioneros, diminutivos, apodos, etc.
Sin embargo, sus descripciones, al menos respecto a la ubicación espacial de estos
grupos, son bastante detalladas. Así, varias páginas de su obra están ocupadas por rese-
ñas del siguiente tenor: “Caminando desde el Yabebirí al sur, hacia el Pilcomayo, está la nación
de los Ivirayarás, que tenía más de seis mil indios. Aquí comienzan los Llanos de Manso, y a cuatro
leguas de los dichos está el pueblo de Turún (...) nueve leguas adelante el pueblo de los Marapanos,
que habitan más de quinientos indios” (ídem: 59-63). En similares términos va describiendo
sucesivamente el P. Lozano la ubicación de distintos grupos, designados, tal como se dijo, sin
criterio sistemático alguno.
Independientemente de una crítica a la verosimilitud de tales distinciones, interesa
señalar el despliegue de semejante narrativa que diferencia, según nuestros cálculos, un
total de ¡setenta y seis! grupos aborígenes, contabilizando una cifra cercana a los cien mil
individuos. En este sentido, el recuento del P. Lozano indica la profusión de contactos que
había alcanzado la conquista.
Un dato adicional, pero no por ello baladí, aparece cuando la descripción llega a la región
conocida actualmente como Chaco central. Allí agrega: “sobre el mismo río Pilcomayo,
apartados cuarenta leguas de la cordillera, están los Tobas y los Mataguayes (Mataguayos),
que serán entre las dos naciones unos cuatro mil indios comedores de carne humana”. Es en el
único caso de esta descripción toponímica y topográfica en que se hace referencia a la cuali-
dad antropófaga de los indios del Chaco (más allá de que en otros contextos discursivos se
haya referido a dicho atributo en forma genérica).
Es que el detallismo de estas descripciones tiene un carácter espacial e inversamente
progresivo. Es decir, a medida que la descripción avanza sobre territorios menos conocidos,
las generalizaciones son mayores. Si se observa en el mapa que el propio Lozano construyó,
como síntesis de sus observaciones, se verá con cierta facilidad esta característica de sus
34. Las poblaciones que nombra el P. Lozano se multiplican indefinidamente: Chiriguanás, Churumatas,
Mataguayos, Tobas, Mocovíes, Aguilotes, Malbalaes, Agoyas, Amulalaes, Palomos, Lules, Tonocotés,
Toquistineses, Tanuyes, Chunupíes, Bilelas, Yxistineses, Orystineses, Guamalcas, Zapitalaguas, Ojotaes,
Chichas, Orejones, Guaycurús, Callagaes, Calchaquíes, Abypones, Teutas, Palalis, Huarpas, Taños,
Mogosnas, Chorotíes, Naparus, Guanas, Abayás, Yapayes, Niguaraás, etc.
85
descripciones, a tal punto que el espacio comprendido entre los ríos Pilcomayo y Bermejo
resulta prácticamente vacío de referencias, es decir, el lugar de los “comedores de carne humana”.
Entonces, si hay una coherencia en el texto del P. Lozano respecto de las poblaciones
originarias, ésta reside en sus códigos morales, en una gradación que iría desde los “indios
amigos” (reducidos), “indios enemigos” (aún no reducidos) y el demonio no-humano resi-
dente en las entrañas mismas del Gran Chaco Gualamba.
En torno a esta parafernalia sobre el carácter endemoniado del indio, se montaron las sucesivas
campañas militares que recorren, según se analizará más adelante, el territorio chaqueño ya en la
segunda mitad del siglo XVIII (entre otras, las expediciones de Matorras, Soria y Cornejo).
Para estos hombres “activos, valientes y ambiciosos” (en la descripción de De Angelis), las
campañas militares implicaban réditos de prestigio y ascenso político posteriores. Esa valentía
del conquistador capaz de lograr el “vasallaje al monarca” se inflacionaba en el espejo de las
“tan temidas tribus chaqueñas”.
Sin embargo, resulta sintomático el hecho de que, en las descripciones realizadas en los
“diarios” de los jefes de dichas campañas, no se registra prácticamente enfrentamiento alguno. Al
decir, no sin cierta ironía, del P. De Angelis en su “Discurso preliminar al Diario del P. Morillo” del
año 1837: “Es prueba de la índole dócil de estos indígenas, la facilidad con que se prestaron a las
insinuaciones de Matorras, a los planes de Arias, al tránsito de todos los que han explorado el
Bermejo, mal escoltados y sin influjo en los gefes (sic) de estas tribus. Cornejo pasó con 32
individuos, Soria con 21, y el P. Morillo con 4, incluso su pagecillo” (De Angelis, 1972: 197)
(destacado del autor).
Es posible señalar, concluyendo este apartado, que las imágenes de un lugar impenetra-
ble, inhóspito e indómito parecen tener más que ver con las resistencias que, sobre todo en la
frontera de Asunción y la frontera del Tucumán (y más al norte la de Tarija), tuvieron los
jesuitas para instalar desde un comienzo un proceso sistemático de misionalización, funda-
mentalmente por las resistencias ejercidas a dichos intentos por parte de los grupos Guaycurú
(en la primera) y de los grupos Chiriguano (en la segunda). Un proceso que ofreció menores
niveles de conflictividad, por ejemplo, con los grupos Tupí-guaraní.
Ya hacia la segunda mitad del siglo XVIII, los contactos entre las distintas agencias del orden
colonial y las poblaciones aborígenes habían recorrido un proceso largo de conocimientos
mutuos que, sin desestimar el enfrentamiento, implicaba distintos tipos de estrategias de
relacionamiento interétnico; entre las cuales pueden nombrarse los sucesivos paces, tratados y
acuerdos varios que serán analizados específicamente en el próximo capítulo. Sin embargo, y a
contrapelo de esta situación, en los discursos del poder se hacían jugar aquellas imágenes
primeras con el objetivo de validar precisamente posicionamientos de poder en el orden social
colonial y también como mecanismos de enriquecimiento.
86
“Empieza así, para nuestro país y para esta parte de América, la segunda creación, es
decir, su posesión por la ciencia, su fecundización por la inteligencia humana” (Pró-
logo a Fontana, 1881: 39).
Pero también afianza esta imagen la creación de instituciones que tendían a fomentar una
mirada “científica” del espacio a dominar. Así, la fundación del Instituto Geográfico Argen-
tino por E. Zeballos contribuyó especialmente a la formación de lo que el propio Avellaneda
llamó “el espíritu científico”. Mayor relevancia tuvo la fundación en el mismo año del Insti-
tuto Geográfico Militar dedicado prácticamente con exclusividad a los territorios nacionales.
Chaco y Patagonia se definían como territorios de ocupación militar. “Había que estudiar
fronteras, cuestiones limítrofes, cartas, planos para las maniobras del ejército y estudios de
aplicación en la Escuela de guerra. Proyectos, inspección y dirección de construcciones
militares” (Rosenzvaig, 1995: 165).
Gran conocedor del Chaco, moderado en la forma de analizar los datos que elabora-
ba, Fontana despliega en su obra un cuidado especial a la hora de describir el territorio
y los pueblos indígenas. Discute las descripciones existentes en la época con datos
precisos, el número de grupos étnicos, la cantidad de población estimada, las costum-
bres, el ambiente natural, etc.
Al mismo tiempo, su crítica dejaba en claro la nueva moral que desde su percepción debía
distinguir a la naciente época:
87
35. En el capítulo siguiente se analizan con cierto detalle cada una de las campañas militares al Chaco y
sus objetivos.
36. Relata Fontana: “A un indio tomado prisionero en un encuentro de armas, se le ató al cuello un cordel
cuyo extremo opuesto fue asegurado a la cincha del caballo en que montaba el soldado que debía conducirle;
puesto éste en marcha, y cuando el cordel perdió su elasticidad, el indio cayó como un tronco, pues no dio
un solo paso, ni profirió la más ligera queja (...). Otro indio, llevado en 1873 a la colonia Rivadavia, con
el objeto de que prestase declaración, se negaba a responder; por esto el oficial que lo interrogaba le dijo ‘voy
a mandarte a quemar vivo’; el salvaje por toda contestación extendió una pierna, metiendo un pie en el
fogón” (op. cit.: 93).
88
“Se ha convenido en denominar Gran Chaco a una vastísima zona que partiendo
desde Chiquitos, en el departamento Boliviano de Santa Cruz de la Sierra, se desarro-
lla hacia el sud, costea las márgenes occidentales de los ríos Paraguay y Paraná, forma
sucesivamente las fronteras de Sucre, Tarija, Salta y Santiago del Estero y va a termi-
nar en la provincia de Santa Fe” (AGN. VII. Archivo Roca: 155).
En referencia a las aptitudes bélicas de los indios agrega con gran detallismo:
“Se hicieron temibles a los españoles por su encarnizamiento en los combates, y más
aún por las estratagemas que empleaban para sorprender a los conquistadores. Cuan-
do han emprendido pillar alguna habitación, nada hay que no tienten (intenten)
para inspirar confianza, y para alejar a los que pueden defenderla. Buscan durante el
año entero el momento oportuno de caer sobre ella, sin exponerse; continuamente
mantienen espías que sólo se mueven durante la noche, arrastrándose, si es necesario,
37. La guerra contra el indio tuvo al menos tres formas de constituirse como “negocio” para la corporación
militar naciente: En primer lugar, los costos que las mismas demandaban y que resultaban en altos
sueldos, ascensos rápidos y prebendas políticas. En segundo lugar, porque muchos militares lograron
concesiones de grandes superficies territoriales luego de las campañas. En tercer lugar, por los despojos de
las mismas tolderías que realizaban los soldados y militares de menor rango.
89
sobre los codos que tienen siempre cubiertos de callos; esto hizo creer a algunos
españoles que, a merced de mágicos secretos, tomaban la forma de algún animal. (...).
Sus armas no difieren gran cosa de las del resto de las tribus americanas; son el arco,
la flecha, la macana y una especie de lanza de quince palmos de largo y grueso
proporcionado de una madera muy dura (guayacán) y bien labrada que no obstante
su peso manejaban con gran fuerza y destreza. La punta de esta lanza es de cuerno de
ciervo (sic), con una lengüeta engarabitada que impide extraerla de la herida sin
agrandarla mucho; una cuerda adherida sirve para requerirla después del golpe; de
manera que para el herido el único partido es dejarse tomar o rasgarse las carnes para
desprenderla. Cuando estos salvajes toman prisioneros, les asierran el cuello con una
mandíbula de pescado; enseguida le desprenden la piel del cráneo que guardan
como un trofeo de victoria” (ídem).
Llama la atención que estas “observaciones” deambulen entre un pasado (los españoles)
y un presente (finales de la década del ’70 del siglo pasado). Un viaje por cronologías
imaginadas que se expresa en el propio documento en los usos indiscriminados de los tiem-
pos verbales. Pero la contradicción más interesante a señalar aquí es la que resulta en una
aseveración previa que dice:
“El Gran Chaco, nunca conquistado por los españoles y sus sucesores (sic), permane-
ció y aún permanece poco conocido para la generalidad de los mismos gobiernos que
pretenden extender hacia allá su jurisdicción” (ídem).
“(...) Tratándose de los indios chaqueños es opinión general que carecen de ella (la
inteligencia); y Robertson, entre otros autores europeos, lo afirma, asignándoles una
suma muy diminuta de facultad intelectual (...). Podemos afirmar, contra la opinión
de muchos, que los indios del Chaco son más inteligentes, más dispuestos y, sobre
todo, más observadores que los indios de La Pampa y Patagonia. El indio del sur es
90
indómito por naturaleza, de carácter voluntarioso, que vive en una región fría y que
pisa un terreno extenso sin obstáculos; que dispone del caballo, de ese elemento
poderoso que todo lo pone al alcance de sus bolas (boleadoras), de su lazo y de la
punta de su lanza; ese salvaje, decimos, belicoso y que hasta los elementos pretende
subyugar al conjuro de su voluntad, ese ser especial que cuando tiene hambre salta
rápido sobre el lomo de un potro tan fiero e indómito como él, y se lanza cual una
avalancha hasta saciar con sangre caliente y con carne palpitante su sed y hambre,
para después dormirse sin pena y sin gloria, pero satisfecho y nunca cansado de
correr, ese hombre, repetimos, no puede jamás ser tan inteligente y susceptible de
aprender como el indio chaqueño” (ídem: 135-137).
“(...) Un indio pampa o araucano, cuando llega a los doce años de edad, ya es un
hombre que sabe todo lo que debe saber para sustentar las primeras necesidades de la
existencia, y de un modo independiente y absoluto si fuere necesario. No sucede así
entre los indios del Chaco: un individuo de la misma edad se moriría bien pronto si
se encontrase solo porque a los doce años todavía le faltan los conocimientos que le
son indispensables, el aprendizaje es mucho más largo, más complicado, más penoso
que el de los indios del sur de la República. Estos salvajes aprenden a caminar muy
temprano, con esa prontitud con que da los primeros pasos todo niño entregado,
desde muy tierna edad, a sus propios esfuerzos; pero la irregularidad del enmarañado
terreno que pisan hace que, desde tan temprana edad, ya empiecen a ser observado-
res; puede decirse que desde entonces comienza a trabajar con actividad la mente del
indio del Chaco, esto es, mucho antes de lo que acontece entre hombres civilizados
(sic). (...) De este modo la vida del indio del Chaco, que sólo cuenta con el concurso
de sus propios esfuerzos, es una serie, un curso completo de observaciones y artificios
empleados a cada paso” (ídem: 138).
91
típicos de los sueños borgeanos que alguna descripción objetivista, aun para el pretendido
espíritu científico prevaleciente. Dicho apéndice comienza así: Vertebrados-Mamíferos-Bimanos,
definidos estos últimos como: “los hombres de este país, llamados indios se hallan divididos en
tribus nómades y salvajes, y disminuyen notablemente; antes de dos siglos habrán concluido”.
Sigue luego con “Cuadrumanos, Murciélagos, Carniceros, Roedores, etc. etc...”.
Pero, independientemente de estas elaboraciones sostenidas con argumentos escasamen-
te verosímiles, incluso para el denominado espíritu científico del momento, es importante
retener el interés de Fontana por establecer una diferenciación muy cara para la época, puesto
que todos los argumentos militares y paramilitares e incluso de la intelligentzia nacional,
apuntaban a validar la guerra con el indio chaqueño bajo el argumento de que poseían
similar belicosidad, fiereza, etc., que los indígenas de Pampa y Patagonia. Es por ello que,
sorprendido, el mismo Avellaneda en el prólogo a la primera edición de su libro, citará estas
notas y las calificará de “descubrimiento científico”.
Un descubrimiento científico que de todas maneras estaría muy lejos de ser parte
integrante de un modelo o un proyecto alternativo de relacionamiento entre las pobla-
ciones aborígenes y las instituciones de la estatalidad nacional. Al contrario, es precisa-
mente en los años posteriores a los escritos de Fontana cuando la guerra contra el indio
chaqueño se hace aún más sangrienta y, al mismo tiempo, más sintomática del modelo
de construcción de la nacionalidad.
Es bajo la presidencia de Avellaneda que J. Roca, en 1879, siendo Ministro de Guerra y
Marina, inicia la ofensiva militar más importante contra las poblaciones indígenas de Pampa
y Patagonia, conocida como “campaña al desierto”. En los años inmediatamente posteriores
a dicha campaña y en el marco del ciclo de expansión de los ingenios azucareros del norte
argentino, grandes contingentes de indios pampas sobrevivientes y tomados como prisione-
ros de guerra fueron enviados por el mismo Ministerio de Guerra a Tucumán a trabajar en
condiciones tales que para 1888 prácticamente todos ellos habían muerto o huido (Mases,
1987: 101; Iñigo Carreras, 1991: 32).
Este traslado fue el resultado de un pacto entre J. Roca y el Gobernador del Tucumán,
con la aprobación previa de los dueños de los principales ingenios azucareros tucumanos,
surgido de una iniciativa propia del Ministro de Guerra, quien en una nota a la autoridad
tucumana señalaba:
38. Fragmento de la carta de J. Roca dirigida a Martínez Muñecas, citada por N. Iñigo Carreras,
1991: 32, op. cit.
92
Resulta entonces que, para Fontana, los indios del Chaco son más inteligentes y capaces
que los del “sur”, y para Roca la situación parecía ser la contraria.
Llegado a este punto, es posible entonces poner en duda la supuesta ruptura, a partir de
la emergencia de las descripciones “positivistas” en la década de los ’80, de los imaginarios que
fueron construidos sobre el Chaco; al menos en los términos tan absolutos como se pretende.
¿Cómo se compatibilizan estas descripciones imaginarias del territorio y la población
aborigen, propias de las narrativas coloniales, con la preeminencia de las corrientes positivistas
en la llamada “generación de los ’80”?
Esta cuestión es de suma importancia ya que permite ir dando cuenta de algunas pistas
sobre las relaciones entre el modelo capitalista impulsado por el estado y la militarización de
la frontera. Se sostiene aquí que estos discursos no son meramente un producto de disputas
de sentido entre una intelectualidad civil y otra militar respondiendo a proyectos de cons-
trucción del relacionamiento interétnico diferenciales, sino discursos “situacionales”, en el
sentido de que el emisor intenta legitimar mediante un discurso supuestamente “científico”
sus expectativas de poder, tanto personal como del proyecto institucional que pretende
encarnar. De hecho, Fontana participó en la campaña de Roca en el Sur y luego fue gober-
nador de Formosa, y J. Roca pasa luego de su “exitosa” trayectoria militar, que culmina en la
“conquista del desierto”, a Ministro de Guerra y presidente de la Nación.
Precisamente, la reproducción infinita de referencias respecto a la belicosidad del indíge-
na y el carácter inhóspito y vasto del territorio, son los referentes sistemáticos de los informes
militares y los diarios de campo de los Jefes de campaña, con los cuales se convencía al poder
de la legitimidad y, fundamentalmente, de lo costoso de los proyectos diseñados para la
“pacificación” de las fronteras.39
Haciendo un análisis comparativo entre las últimas décadas del período colonial y la
primera mitad del siglo XIX, las descripciones resultan de una “exageración” tal que se
asemejan a los principios.
Ciertamente, si se revisan con cierta sistematicidad los escritos de De Angelis, en la
primera mitad del siglo XIX, las imágenes sobre los aborígenes del Chaco contrastan
notablemente. Aún más, es conocido “el espíritu indigenista” que permeaba los discursos
dominantes en los primeros años de la revolución de mayo. Así, por ejemplo, M. Belgrano
propuso en 1816 una forma de gobierno que tuviera en cuenta a los “herederos de los
Incas”, y en consonancia con la misma se decidió imprimir ejemplares del Acta de la
Independencia en Quichua y Aymará. Si bien los aborígenes del Chaco no son considera-
dos en estos planteos (sus territorios aún no eran objeto de preocupación central para las
39. Sin embargo, puede ya señalarse una diferencia de interés entre las campañas militares organizadas en
las postrimerías del período colonial y las llevadas adelante por el ejército nacional a partir de la década del
’80. Mientras que las primeras fueron financiadas en su mayoría por los propios agentes que las organizaban,
debiendo disponer de importantes fortunas para llevarlas a cabo, en el segundo caso, los altísimos costos
de las mismas serían financiados por el estado nacional ya unificado.
93
elites criollas emergentes), puede afirmarse que existió una especie de “impasse” que tendió
a deconstruir aquellos estigmas coloniales.
Cierta laxitud en cuanto al tratamiento de la cuestión indios en general y las escasas
referencias sobre las poblaciones del Chaco, responden tanto a la participación de distintas
parcialidades aborígenes del territorio nacional en los ejércitos provinciales, como a la falta de
interés hacia la región por parte de los caudillos de la época.
Sin embargo, esta situación daría un vuelco fundamental a partir de la consolidación de
los intereses hegemónicos de la burguesía bonaerense en alianza con algunos sectores de las
burguesías del interior (sobre todo del eje Buenos Aires-Santa Fe). Tal como se ha señalado,
la re-inflación del estigma sobre las peligrosidades del indio del Chaco y lo inhóspito de su
territorio, se encuentra en sintonía con los intereses emergentes de aquella alianza.
A diferencia de la imagen mítica del buen salvaje promotor de los modelos ideológicos de
la economía política y la juridicidad modernas, la modernidad, al menos en nuestro caso,
visibilizó los grupos étnicos de los territorios nacionales que de alguna manera u otra habían
sobrevivido, resistido, negociado, etc., con las estructuras del poder colonial e independentista,
como barbarie. Para comprender el sentido de esta mirada es importante retornar a Foucault,
quien se preguntaba: “¿de qué modo el bárbaro se opone al salvaje?”, para responder: “a
diferencia del salvaje, el bárbaro no se apoya en un fondo de naturaleza del cual forma parte.
El se recorta en un fondo de civilización, contra el cual choca” (op. cit., 1992).
Tal como se ha indicado en el primer capítulo, lo que interesa enfatizar aquí es el hecho
de que, en la configuración del proyecto nacional como guerra contra el bárbaro, la burguesía
triunfante de Caseros va a delegar en la corporación militar la construcción de las institucio-
nes de la estatalidad en la frontera, y esto no es poco.
Apaciguado el Leviatán rosista y pactados los territorios de la dominación de las distintas
fracciones burguesas, el modelo de intervención militar llevaría en sus entrañas la consigna del
exterminio del “enemigo indio”, el nuevo bárbaro nacional. Dicho modelo, en el Gran Chaco
(ese “desierto verde”), tendía a reproducir el mismo esquema que el desarrollado en el proceso de
ocupación de Pampa y Patagonia, a pesar que el discurso de los comandantes orientado a
legitimar la posición del ejército ante las autoridades gubernamentales, y en ocasiones por la
demanda de los propios empresarios de la región, insistía en la incorporación del indio al trabajo
productivo como modelo de “pacificación”.40
Sin embargo, el pretendido “control” de los territorios del Chaco a partir de la corporación
militar representada por el ejército unificado va a producir una serie de contradicciones en el
propio esquema de dominación (los manuales de guerra no tenían un capítulo dedicado al
disciplinamiento de fuerza de trabajo). Más allá de los discursos sobre la incorporación “pacífica”
del indio al trabajo productivo, la intervención militar generaba contradicciones en las posibilida-
des de un reclutamiento ordenado y funcional a la burguesía agroindustrial del norte argentino.
40. “En un lapso de 33 años (1862-1895) los principales caciques son aniquilados a través de tres vías:
la muerte en combate, la ejecución y la rendición o presentación” (Martínez Sarasola, op. cit.: 527).
94
En este sentido, es posible preguntarse hasta qué punto la imagen del indio guerrero y malonero
en el Chaco central responde a la necesidad de la corporación militar de hacer visible al indígena
en términos militares, como enemigo bárbaro que se enfrenta a la nación-civilización, en el marco
de su reproducción como institución constructora de la estatalidad-nacionalidad.
En el marco de estas configuraciones del poder (económico-político y militar, con sus
contradicciones internas) y de las resistencias por parte de la población aborigen y pactos que
la puja del poder tendía a desconocer, es que resultan inteligibles las campañas posteriores a
las de Victorica, a pesar de los declamados “éxitos” de la misma, y que se van a prolongar hasta
muy entrado el presente siglo.41
Entonces, el indio del Chaco vuelve a ser depositario de una belicosidad ilimitada
que requería de esfuerzos heroicos. Al mismo tiempo, resultaron números de una esta-
dística extravagante. Así, las poblaciones indígenas del Chaco, en los diarios y cartas de
los militares integrantes ya del ejército nacional unificado, sufrieron también una espe-
cie de inflación demográfica. El mismo Fontana va a decir, en aquella época, a pesar de
sus críticas a las especulaciones realizadas por los misioneros y viajeros, que “en nuestro
sentir, no bajan de cincuenta mil los indios que habitan el Gran Chaco” (Fontana,
1881: 95). El entonces Gobernador de los territorios del Chaco, General Uriburu, al
mismo tiempo calculaba la población en cien mil individuos. ¿De dónde provenían esas
cifras a granel considerando las afirmaciones de los propios autores en relación a las
dificultades para su cálculo?
En el caso del General Uriburu, pero también de otros funcionarios como A. Seelstrang,
resulta sorprendente la coincidencia con los cálculos de Lozano, realizados más de cien años
atrás. El primero habría calculado “a ojo de buen cubero” unos 20.000 indios no contabili-
zados en las referencias del religioso cuando señala a varias “tribus” de las cuales desconoce su
número. Mientras que el segundo reproduce fielmente la cifra resultante del conjunto de
referencias de Lozano, indicando, al mismo tiempo, el sentido de las cuentas expuestas:
41. En realidad todos los jefes militares de las distintas campañas al Chaco, luego de concluidas proclamaron
victoriosos la “pacificación” definitiva del indio y la incorporación de dichos territorios “a las fuerzas del
progreso”. Sin embargo, lo que lograban las mismas, concomitantemente a la masacre y el etnocidio, era
desarticular los mecanismos de “negociación” (o de conflictos sin resolución definitiva) que se producían
entre los fortines y las poblaciones indígenas. Recuérdese que, a pesar de los altísimos presupuestos
militares, la provisión de los fortines dependía de dichas negociaciones antes que de la provista oficial. No
obstante, sobre este tema sería importante realizar un trabajo investigativo específico.
42. Arturo Seelstrang fue miembro de una Comisión exploradora enviada al Chaco en el año 1876 con
el objetivo de determinar el lugar en el que debían fundarse asentamientos para el control de la región.
95
Es muy probable que hayan emitido semejante juicio luego de la lectura de Lozano, que era
citada en forma genérica por la mayoría de los jefes militares. En el caso de Fontana se trata, en
el contexto de su relato, de una mera relativización de los dichos de su Jefe, y con el objetivo de
evitar “un juicio aventurado, que más adelante pueda llevarnos al banco de la censura”.
Lo que resulta de alguna manera sorprendente es que el Primer Censo Nacional de Población,
realizado en 1869 durante la presidencia de Sarmiento, había arrojado un total de 45.291
indígenas en el Chaco. Sin embargo, ninguno de estos informes tenía en cuenta ese dato.
Resulta una tarea sin sentido tomar una cifra u otra para hacer alguna estimación signi-
ficativa. Es indudable que cada cifra representa intereses específicos. En ello hay lógicas que
parecen ser implacables: para algunos misioneros, primero, y militares, después, cuanto más
indios puedan demostrar que existen, más despliegue de intervención –es decir, recursos–,
resulta necesario. Para los exploradores que visitaban nuestro país, la narrativa sobre el exotis-
mo americano coronaba su prestigio de viajero informado en los círculos europeos. Para los
escribas de campamento como Fontana, los esfuerzos de moderación y relativización, en
medio de la maraña de adjetivos y números extravagantes, podrían otorgarle un lugar en los
áulicos círculos intelectuales del declamado positivismo argentino.
Respecto al número de “naciones” que habitan en el Chaco, Fontana reitera su consa-
gración a la “verdad” y, haciendo alarde de nacionalismo cuantas veces puede, va a repro-
bar las estimaciones de “historiadores y viajeros europeos, que escribieron de memoria, sin
más datos que aquellos que recogieron a su paso; todos dicen lo mismo al respecto, porque
se han seguido servilmente unos a otros y, por consiguiente, adelantando poco el conoci-
miento de los indios de esta parte de América” (1977: 95).
En esta ocasión va a ser rotundo: “Todos están errados, siendo un hecho incuestionable,
que nuestra larga residencia y nuestros viajes nos autorizan para afirmar, de hoy para siempre,
que los indios que habitan actualmente el Chaco se hallan divididos en seis naciones, hablando
seis lenguas también distintas entre sí, como llegaremos a demostrarlo de una manera convin-
cente, no obstante tener la creencia de que todas ellas proceden de una raíz común a las lenguas
americanas” (ídem: 96).
Dichas “naciones” son nombradas como “Indios Chiriguanos”, “indios Matacos”, “indios
Tobas”, “indios Chunupíes”, “indios Payaguás”, “indios Guanás” e “indios Mocovíes”.
Es interesante el uso de la palabra “naciones” para designar a cada grupo lingüístico
descripto, ya que (y sólo rastreable en la literatura colonial) de ninguna manera era la
utilizada por los militares en campaña ni por la intelectualidad argentina, quienes tal vez
eran más conscientes sobre las implicancias de un reconocimiento explícito en tal sentido
hacia los “indios”. No obstante y tal vez por ello es que inmediatamente aclara Fontana,
entre paréntesis y casi a modo de justificación: “No queremos decir razas, pues no cabe
duda que tienen un mismo origen, habitan una misma zona”. Parece no ser casualidad
tampoco que N. Avellaneda, en la extensa introducción a la primera edición y haciendo un
paréntesis a los reiterados elogios, deja en claro el carácter “incierto” de las calificaciones de
“naciones” o “tribus” para estas poblaciones, a pesar de que el mismo Avellaneda en dicho
96
texto no escribe más que “tribus” y “salvajes” para referirse permanentemente a los pueblos
aborígenes del Chaco (ídem: 36).
A cada grupo Fontana va a dedicar un capítulo especial. En cada uno de ellos se
describen principalmente y con especial atención aspectos físicos, y en oportunidades
referencias sobre el “carácter” que al autor le llamaban la atención: por ejemplo, el tamaño
de los pies o las manos, la forma del cráneo, la estatura, la boca, el cabello, la relación de las
mujeres con los niños, la personalidad de algún cacique indígena, etc. Estas descripciones
no contienen las adjetivaciones exotizantes que se encuentran en la narrativa misional o
bien militar contemporánea; sin embargo, producto de su interés por diferenciarse de
éstas, e intentando relativizar sus conclusiones, acumula una y otra vez impresiones como
la siguiente realizada sobre los Tobas:
“La boca del Toba es grande, ligeramente levantada en sus ángulos y de labios
gruesos, algo arremangados; esta es la boca de todos los indios del Chaco (...). La cara
no es achatada, la oreja es grande y carnuda y el color es con frecuencia más claro que
en los otros indios de la misma región, del mismo modo los pómulos son menos
salientes” (ídem: 112).
“El Sr. Fontana nos ha dado un libro lleno de altas reflexiones y munido de las más
severas noticias. Pero ¿cómo, a más de útil, habría sido bello, si dejándole por fondo
sus datos tan penosamente recogidos, sus observaciones pacientes, su mapa, que es el
mayor por su extensión y que será por mucho tiempo el más completo, hubiera dado
al mismo tiempo a sus páginas la animación de los relatos o el interés dramático de los
peligros corridos?” (ídem: 33).
97
98
“Difícil será ahora que las tribus se reorganicen bajo la impresión del escarmiento
sufrido y cuando la presencia de los acantonamientos sobre el Bermejo y el mismo
Salado los desmoraliza y amedrenta. Privados del recurso de la pesca por la ocupación
de los ríos, dificultada la caza de la forma en que la hacen que denuncia a la fuerza su
presencia, sus miembros dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las
autoridades, acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de
ellos disfrutando de los beneficios de la civilización” (Victorica, 1983: 15-23).
“Puede V.E. entretanto disponer desde ya de un territorio mayor que el que tienen
algunas naciones poderosas de Europa, a una y otra margen del Bermejo y en el
centro del Chaco Austral (...). Es un capital activo incorporado ya a la riqueza de la
Nación (...). Las fuerzas civilizatorias de la República han desalojado para siempre el
dominio de los salvajes de esas hermosas comarcas” (ibídem: 28).
Sin embargo, semejante proyecto producía contradicciones nuevas. Las poblaciones indí-
genas se “sometían” como forma de trocar su exterminio por las nuevas reglas del juego. Pero un
control constante que garantizase el disciplinamiento eficaz de la fuerza de trabajo indígena,
desde aquellos objetivos, implicaba dispositivos distintos de campañas militares triunfalistas y
la instalación de fortines mal aprovisionados. Cuando podían, los paisanos huían, retornaban
al monte, aunque cada vez más cercados. El cercamiento generaba, a su vez, la necesidad, para
ellos, de atacar el ganado y algunas poblaciones para abastecerse de los recursos que les habían
sido expropiados: un círculo conocido, que retroalimentaba “la violencia como potencia econó-
mica” en la sintética y clara expresión de N. Iñigo Carrera (1989).
La huida, por parte de los indígenas, en combinación con tácticas defensivas de los
territorios no ocupados por las fuerzas invasoras producían la ira de los Jefes militares, al
punto tal que semejante estrategia se transformaba en obsesión: si los recursos invertidos
en la organización de estas campañas no lograban redituar en la pacificación y la creación
99
“Será algo difícil inspirar esta confianza; el indio, desconfiado por temperamento, lo
está mucho más por los últimos encuentros tenidos con las tropas; pero difícil no quiere
decir imposible, ni que se dejen de poner en práctica todos los medios que conduzcan
a atraerlos o a que permanezcan quietos donde están” (Rostagno, 1969: 31-33).
43. En W. Mac Cann, Viaje a caballo por las provincias argentinas (1853) citado por Rosenzvaig, (op. cit.: 166).
100
lenguas y dialectos hablados entre las poblaciones indígenas del Chaco, lo siguiente: “Estos
dialectos son pobres e imperfectísimos, pues siendo pocas sus necesidades, y careciendo su
imaginación de ideales y con pocos sentimientos, no tienen palabras para expresar pensamien-
tos y objetos que son ajenos a sus costumbres y constante modo de pensar” (Ortiz, 1886: 38).
Necesidades limitadas y escasez de imaginación e ideales son relacionados con una con-
cepción reduccionista (biologicista) de la construcción del lenguaje; en tal sentido este escri-
ba de campaña va a señalar, a manera de explicación autorizada, que: “(...) Además, el origen
de un idioma es biológico y es efecto de la fatalidad de mostrar las necesidades en la familia
y nace con el individuo debiendo ser considerado como un instinto; de este primer escalón
va a su perfeccionamiento en la sociedad, perfeccionamiento que le adecua para las demostra-
ciones del conjunto, por cierto mayores que las de la familia , pero que está naturalmente en
relación con el grado de cultura de él (el conjunto) así vemos en los siete idiomas principales
Griego, Latín, Francés, Italiano, Español, Inglés y Alemán (sic), que podemos expresar y
describir cuanto vemos y sentimos porque los hablan pueblos avanzados en la civilización, en
ciudades populosas donde las sociedades han llegado a su apogeo, pero no sucede así en el
Chaco donde la sociedad es una especie de fuego fatuo que aparece y disuelve constante-
mente” (ídem: 39).
Tal como lo afirma Rosenzvaig (1995), se explicitaba que, para estas gentes, entender
una idea compleja era un misterio. Se valorizaba su capacidad corporal, la fortaleza y la
adaptación de su físico al medio natural, pero esa “cercanía” con la naturaleza era a su vez
significante de su “distancia”, prácticamente absoluta, con cualquier signo de “civilización”.
Aquellas imágenes sobre las necesidades limitadas y la rudeza física resultaban significan-
tes para un proyecto de control del indígena en tanto fuerza de trabajo. En tal sentido se
inferían modelos de comportamiento económico que legitimaban el carácter de su “conver-
sión” a las nuevas condiciones de existencia.
Ya desde 1850, viajeros y escribas extranjeros que habían visitado el Chaco sostenían, con
cierta pretensión de escritura autocrítica “humanista” pero construyendo los parámetros por
donde pasarían las fronteras culturales, lo siguiente: “Nos consideramos valiosos cuando la
utilidad gobierna nuestras costumbres, y el espíritu se expande mediante la adquisición de
conocimientos, en tanto que los salvajes nos desprecian por estas mismas razones. Les recomen-
damos que aumenten el número de sus necesidades, en tanto que la perfección de la virilidad
independiente, en su opinión, es la reducción de dichas necesidades” (W. Mac Cann –citado en
Rosenzvaig–, 1995).
Sin embargo esta mirada “humanista” reflejaba también la biopolítica del poder sobre el
cuerpo. En ella la sobreexplotación encontraba permanentemente una legitimación en tér-
minos “culturales”: un cuerpo apto para el trabajo rudo y una mentalidad opuesta a los
satisfactores económicos de la sociedad capitalista. He aquí la imagen moderna del “salvaje”
chaqueño. En todo caso, si el paisano se retobaba un poco en las plantaciones dicho compor-
tamiento podría ser achacado a la desaparición de los signos de vitalidad mental o, lo que en
aquellas formulaciones sería lo mismo, a la imposibilidad de controlar sus “instintos salvajes”.
101
La teoría del “bien limitado”, que Foster creyó inaugurar hacia la década de 1950 desde
la Antropología cultural norteamericana del campesinado mesoamericano, y no pocas cons-
trucciones actuales del idealismo antropológico, encuentran aquí parte de su prehistoria. Las
nuevas reglas del juego se explicitaban bajo fundamentos económicos y antropológicos: la
superexplotación era una condición que se manifestaba en el propio carácter de los “salvajes”.
De todas maneras, se juzgaba, había un destino inexorable:
“(...) no hace falta poseer un poder profético para predecir que llegará el día en que
cientos de razas, con sus millones de integrantes, que vivieron en el hemisferio que
ahora designamos con el nombre de Nuevo Mundo, habrán desaparecido para
siempre, y su nombre y su lenguaje quedarán olvidados. Las ilimitadas riquezas de la
tierra serán de ese modo desarrolladas y destinadas al beneficio de la gran familia
humana que ha surgido de las razas escandinava y celta” (ídem).
Precisamente, este destino inevitable dio lugar, ya, en el presente siglo, una vez avanzadas
las relaciones de producción capitalistas y el control por parte de las instituciones de la
estatalidad nacional, al desarrollo de una relativamente amplia narrativa etnográfica concen-
trada fundamentalmente en “rescatar” estas poblaciones supuestamente en “vías de extin-
ción”. Aquí, las representaciones generalizantes sobre el Gran Chaco comienzan a dar lugar a
descripciones más o menos pormenorizadas para cada grupo étnico.
Las poblaciones indígenas originarias eran negadas sistemáticamente en cuanto a su
capacidad de convertirse en “otros” sujetos de negociación para el nuevo pacto fundante de
la nacionalidad. Tal como señala un reciente trabajo pionero en este sentido, el discurso
parlamentario de la época no reconocía a la población indígena en términos de su pertenen-
cia étnica. Las categorías para su reconocimiento fueron construidas, al igual que en el
período colonial, en base a diferenciaciones tales como “salvajes/domesticados”, “enemigos/
amigos”, “no incorporados/incorporados”. Categorías de la dominación que, a la par de
establecer el modelo de códigos y dispositivos institucionales en los cuales los pueblos indí-
genas eran re-conocidos, permitían enfatizar el primer término a la hora de justificar militar-
mente la “necesariedad histórica del exterminio”.44
La etnografía contemporánea so bre el Chaco tallaba al indio muerto. A medida que el
territorio se controlaba, se organizaba, se valorizaba, también se museografiaba, la muerte de
sus pobladores. La representación museográfica del indio eran sus tumbas, “los entierros”
valorizados arqueológicamente para dar cuenta de pautas culturales. Sin embargo, había
tumbas negadas, aquellas fosas colectivas donde se enterraba a la población india masacrada.
Desde la Antropología había que producir el “rescate” de lo que se “extinguía” en ese destino
inexorable predicho por una literatura fantástica aunque anclada en el determinismo de la
44. Para un análisis detallado de los discursos parlamentarios de la época, puede consultarse el trabajo de
D. Lenton (op. cit., 1994).
102
modernidad que se avecindaba en el desierto verde. De todas maneras y tal como ha sido
anunciado precedentemente, el análisis de la producción etnográfica contemporánea sobre
las poblaciones indígenas del Chaco central será desarrollado más adelante.
Retomando lo expresado hasta el momento, puede considerarse que aquel mito origina-
rio, construido por la conquista misional del Chaco respecto a las poblaciones indígenas, ha
sido reproducido en tanto significante para configurar significados desde distintos lugares de
enunciación. Lugares que obviamente no son virtuales sino que constituyen modalidades
específicas de la dominación.
Origen del mito, entonces. Se percibe también la manera en que las descripciones sobre
el territorio y sus pobladores construyen un modelo de escritura para representar el comienzo
de una “historia” que, si bien con configuraciones particulares, se repetirá en la diacronía de
la formación social de fronteras Chaco central hasta nuestros días, significando las distintas
formas mediante las cuales el poder va tornando visible la “cuestión indígena”.
103
De la Colonia a la Nación
La militarización del desierto (el demonio armado)
105
“Durante los siglos XVI y XVII (y después de más de 100 años de guerra) los conquista-
dores españoles del Tucumán habían logrado someter a la población indígena. Los contin-
gentes indígenas que iban siendo derrotados y los que se entregaban fueron repartidos
como botín entre los conquistadores mediante el sistema de encomienda, debiendo pagar
a los encomenderos una renta en trabajo o en dinero. Las misiones religiosas fueron la otra
forma de organizar a los indígenas para someterlos y disciplinarlos, no sólo como trabaja-
dores sino como defensores del orden social y las fronteras” (Iñigo Carreras, 1984: 8).
Ambas formas de relatar la situación colonial, afirmadas por cierto con documentación
histórica exhaustiva, parecerían significar que las nociones de ocupación colonial y someti-
miento de la población indígena constituirían dos fenómenos distintos aunque no necesaria-
mente contrapuestos.47
45. Es importante reconocer desde un comienzo las limitaciones de este abordaje histórico, siempre
sesgado por el manejo de información documental escrita desde intereses específicos: “la historia escrita por
vencedores”. Un problema que comparte cualquier aproximación “etnohistórica”. Sin embargo, el intento
puede no resultar baladí si se considera el escaso tratamiento historiográfico existente para este período
sobre la región. Ello ha tendido a producir imágenes bastante simplificadoras sobre las relaciones fronterizas.
Los documentos a los que se puede acceder, por el contrario, muestran un mosaico de situaciones y
procesos muy complejos y contradictorios que, si bien no hablan desde “el mundo aborigen”, nos ofrecen
muy interesantes pistas para entender por qué dichos intereses no fueron únicos ya que tampoco los sujetos
e instituciones coloniales de frontera constituían un modelo unívoco y exento de intereses contrapuestos.
46. Respecto a las hostilidades del medio ambiente, eran muy comunes las referencias de la época realizadas
por militares, encomenderos y autoridades en general. Así se expresaba el gobernador del Tucumán, Juan de
Zamudio, en un informe sobre el mal estado de la provincia y la necesidad de armas de fuego: “Padece esta
provincia en los cientos y veinte leguas de su latitud por el lado oriente tierras de muchos pantanos y
montañas espesísimas... el padrastro del enemigo Mocoví”; citado en A. Gullón Abao (op. cit.: 34).
47. Por cierto puede sostenerse que ninguno de los autores nombrados, a quienes debemos excelentes
contribuciones históricas sobre el tema, suscribirían semejante formulación. Sin embargo, ello no constituye
un impedimento para indicar que tales usos discursivos tienden a generar una caracterización demasiado
unilateral y constituyen un límite a la instalación de preguntas sustantivas sobre dicho período. Lo que se
intenta, al señalar esta posible contradicción, es proponer un camino para una caracterización más sistemática
del complejo y contradictorio entramado de relaciones fronterizas.
106
Es que la presencia colonial no puede ser medida por un único patrón, sea éste el control
territorial para el usufructo de recursos, la conformación de espacios administrativos y ciuda-
des o bien el sometimiento y utilización productiva de la mano de obra indígena. Estos tres
niveles en que se expresó “el hecho colonial” están íntimamente relacionados. Ello no obsta
para considerar que alguno de ellos tenga cierta preponderancia sobre los otros en determina-
da región o período, dados determinados intereses u objetivos específicos existentes en la
heterogénea y compleja red de instituciones y actores sociales coloniales.
En tal sentido, el objetivo de esta primera parte del capítulo se orienta hacia las relaciones
entre lo que se denomina ocupación colonial y las características específicas del sometimiento
de la población indígena en un espacio como el Chaco que ha sido caracterizado como
“marginal” respecto al “centro” de la estructura jurídica, política y económica colonial.
Es que si se toman como referencia, a modo comparativo, las formas de la ocupación
colonial en los territorios de asentamiento principal de los virreinatos, o bien aquellos espacios
considerados prioritarios, desde el punto de vista económico, con estructuras de poder
relativamente consolidadas por parte de la Corona y, principalmente, considerando el con-
trol social, económico y político de la población indígena, la frontera con el Chaco resulta
ciertamente, aunque en apariencia, un ámbito “marginal”.
Al mismo tiempo, si se considera el despliegue de un conjunto de dispositivos institucio-
nales que incluyen las campañas de conquista y colonización, las misiones, las fundaciones de
ciudades, los fortines y las cárceles, se habla de un proceso complejo y contradictorio, en el
cual la ocupación colonial consolidó el control sobre algunos territorios y poblaciones y
fracasó en el logro de dicho objetivo en otras ocasiones.
Dichos dispositivos institucionales de frontera, respondían muchas veces a lógicas
reproductivas diferenciales, entre las cuales vale destacar aquellas existentes entre los organi-
zadores de campañas de conquista territorial y el sometimiento vía encomienda de indígenas,
y las compañías eclesiásticas organizadoras de misiones y reducciones, disputándose, en
ambos casos, el beneplácito de la Corona.
Si las campañas militares emprendidas por distintos agentes coloniales con el objetivo de
la creación de poblados y fortines fronterizos tendían hacia un movimiento centrífugo
respecto a los pueblos indios (es decir, de extensión territorial de la frontera vía expulsión de
los indígenas para la consolidación de la posición de los “colonos”), las misiones tendían a un
movimiento centrípeto (es decir, de atracción de la población indígena a un ámbito contro-
lado, para su conversión y disciplinamiento social).
La expresión de dichas lógicas reproductivas diferenciales residía en las luchas por el
poder económico y político, dando lugar a una permanente inestabilidad institucional que
marca la cronología de las transformaciones en las relaciones sociales en la frontera colonial.
No menos importantes, en este sentido, fueron las fuertes resistencias indígenas a la
ocupación de sus territorios, sobre todo aquellas vinculadas a las condiciones de trabajo que
les eran impuestas. Estas resistencias tuvieron un carácter prácticamente permanente a lo
largo de todo el período y adquirieron distintas modalidades así como también distintas
107
estrategias y prácticas por parte de los pueblos involucrados. De manera tal que el someti-
miento de las naciones indígenas no puede considerarse como un modelo acabado.
Tanto la noción de ocupación colonial, como la de sometimiento tienen como
referencialidad la población indígena. Pero entre los paradigmas de un territorio “controlado
por las naciones indígenas” y una población “sometida a los intereses coloniales”, se erige un
espacio de reflexión tendiente a relativizar ambos extremos interpretativos.
El proceso de ocupación colonial, estuvo caracterizado, desde sus inicios, por proyectos
políticos, económicos e incluso culturales distintos, que representaban a fracciones diferentes
del poder, en cierta medida peninsular, pero, en mayor medida “locales”, en su afán por
extender sus dominios o bien profundizar el control de las posiciones logradas.
Hacia mediados del siglo XVI, en el diseño de la política colonial en los territorios
limítrofes con el Gran Chaco “se enfrentaron dos corrientes, la chilena y la peruana; la
primera encabezada por Valdivia y Francisco de Aguirre, quienes pretendieron establecer
una línea de ciudades entre Chile y Buenos Aires, para evitar en la medida de lo posible la
ruta hacia Panamá y Portobelo; y la segunda representada por el Virrey Francisco de Toledo,
que pensaba que los intereses peruanos saldrían perjudicados si había una rápida expansión
hacia el sur buscando el Atlántico, favoreciendo la fundación de ciudades cercanas al Alto
Perú”. (Gullón Abao, 1993: 30)
Beneficiándose a la primera posición se crea, en 1536, la gobernación del Tucumán,
dependiente del virreinato del Perú. Pero también otros factores parecen incidir en la misma
dirección: tanto las guerras civiles en el Perú como la sublevación de Pizarro, generaron el
clima propicio para que las autoridades dieran relativas facilidades a la “numerosa gente de
guerra y soldados de fortuna” para iniciar nuevas incursiones allende las reducidas fronteras
del espacio andino (ídem: 29).
Sin embargo, la primera ocupación significativa atendiendo a los intereses coloniales se
concentró en la región oriental del Chaco, en las márgenes del río Paraguay, con epicentro en
la ciudad de Asunción.
Los conquistadores de lo que hoy es el Paraguay, habían llegado buscando la mítica “sierra
de la Plata” en procura de un enriquecimiento rápido en aquellas distantes tierras, de manera
tal que en los primeros momentos de colonización no hubo un especial interés por la asigna-
ción permanente de tierras ni el establecimiento de las encomiendas (Lynch, 1962: 166).
Pero esta situación no duraría muchos años. La guerra de conquista tiene en el actual territorio
del Paraguay su primera expresión trágica en 1545, cuando trescientos conquistadores se reparten
108
veinte mil indígenas (Creydt, 1963: 14). Luego, “En 1556 el gobernador Irala recibe orden de
la corona de repartir los indígenas de la vecindad de Asunción en encomienda. Será el sistema de
encomienda denominado mitaya. El primer reparto, el de las mujeres, se conocerá como enco-
mienda originaria. La hembra indígena será de hecho esclava del hombre blanco: alimento, ropa
y mal trato recibirá, ya que no salario alguno” (Pomer, 1987: 30).48
El “Chaco Gualamba”, aquella “inhóspita tierra de indios” fue uno de los puntos de mira
de las primeras expediciones de los españoles; la persecución de los mitos de “El Dorado”, de
“La ciudad de los Césares”, o la pretendida existencia de los Incas retirándose con sus tesoros
hacia recónditas regiones tras la caída del imperio, constituyeron las iniciales motivaciones de
funcionarios, militares y amplios sectores de la población del virreinato cautivados por la
promesa del enriquecimiento rápido.
Desde la frontera del Tucumán, la primera expedición importante fue la comandada por
Diego de Rojas, que logró recorrer el actual Noroeste argentino entre 1542 y 1546. A partir
de entonces comienza un proceso de relativo interés, por parte de las autoridades virreinales,
en establecer núcleos poblacionales estables en los nuevos territorios, como forma de contro-
lar el espacio en torno al camino real de Potosí y como eje de articulación de la Gobernación.
En poco tiempo se puso de manifiesto la inexistencia de tales grandes riquezas; y, de las
fantásticas quimeras tejidas sobre los mitos, se continuó con los proyectos de explotación del
territorio y de los indígenas que lo ocupaban. Para ello había que aprovechar las vías fluviales
que atravesaban todo el espacio chaqueño hacia el Atlántico, por donde se podría conducir
las grandes cantidades de mineral de plata extraídas del Cerro del Potosí por un camino
seguro y rápido; al mismo tiempo se propuso abrir un camino de enlace entre las provincias
de Paraguay, Tucumán, Buenos Aires y Perú, por donde circulara la producción de dichos
territorios, y ello habría de significar un relativo mayor involucramiento del poder colonial en
los proyectos de expansión.
Durante el siglo XVI, las corrientes colonizadoras del Paraguay y del Tucumán tenían
objetivos (al menos los explicitados) diferentes. La primera tendrá su máximo exponente en
la fundación de Concepción del Bermejo, ubicada unas treinta leguas arriba de la desembo-
cadura del río Bermejo, el 19 de abril de 1585 con el objeto de poner en comunicación la
ciudad de Asunción con el territorio del Tucumán. La segunda, que se expresa en la funda-
ción de Santiago de Gaudalcázar en la proximidades de la actual Orán (Salta), a partir de una
expedición por parte del Teniente Gobernador de Jujuy hacia el Chaco, tenía por objetivo
central la comunicación con Potosí (Gullón Abao, 1993: 35-6; Bidondo, 1988: 416).
48. Esta característica del sistema de reparto, afectando de manera particular a la población femenina indígena,
tuvo una importante repercusión en la estructura agraria colonial, y algunas de sus influencias más marcadas
se extenderán hasta nuestros días. Es que, en el contexto de la encomienda originaria a la que fue sometida, la
mujer indígena ocupó un lugar central en la organización de las unidades económicas típicas de dicha
estructura: “...dará hijos, lo futuros campesinos mestizos criados por sus madres en las chacras nativas y en
la lengua materna... Eran diez por conquistador, ya que ese número y no menos era necesario en la chacra para
sustentarse y lograr un cierto excedente para el cambio...” (Pomer, op. cit.: 30-31).
109
Sin embargo, en poco tiempo ambos asentamientos debieron ser abandonados. Las
causas de dichos abandonos, a pesar de varios intentos por repoblarlos, deben ser atri-
buidas a la doble presión ejercida por las resistencias indígenas al sometimiento que
implicaba las condiciones impuestas por los españoles en las encomiendas, como así
también por el aislamiento y la falta de apoyo sistemático por parte de las autoridades
coloniales, preocupadas más por los conflictos en las áreas cercanas y de mayor interés
económico, por ejemplo en los valles calchaquíes, que por el ejercicio de la típica “domi-
nación” colonial en el Chaco.49
Ciertamente, la ocupación territorial de los interiores del espacio chaqueño no fue, al
menos hasta bien entrado el siglo XVIII, un objetivo prioritario de la Corona. El objetivo
era, en cambio, la protección de los caminos virreinales, para lo cual se invertían importan-
tes cantidades de dinero en sostener escoltas (P. Lozano, op. cit.: 313). Y, en la frontera de
Asunción, el objetivo era repeler las ofensivas de bandeirantes en los territorios limítrofes
con las posesiones portuguesas.50
Es posible afirmar que a la corona española, más que defenderse de las distintas pobla-
ciones indígenas, le interesaba, por el lado de la frontera del Tucumán, resguardar los
caminos virreinales, y, por el lado de la frontera de Asunción, controlar la expansión del
poder lusitano sobre el espacio territorial bajo su dominio. Si existían intereses económicos
inmediatos sobre el espacio chaqueño, eran fundamentalmente los de aquellos que se
habían internado en los confines fronterizos para aprovechar el uso de las tierras con fines
principalmente ganaderos, o bien usufructuar en parte la mano de obra indígena. Sin
embargo, y esto fue causa de muchos conflictos, el principal poder económico en la
frontera con el Chaco estuvo representado por el modelo de las reducciones. Un poder
basado precisamente en el control que esta forma de organización logró tener sobre secto-
res importantes de la población indígena.
De allí se entiende también el hecho de que la propia Corona a través de sus repre-
sentantes realizara múltiples incursiones, que, si bien implicaban enfrentamientos y
resistencias por parte de los agrupamientos indígenas, generalmente se lograban acuer-
dos y reconocimientos territoriales, que incluían el tratamiento de “naciones” para las
distintas parcialidades étnicas que lo controlaban. Proceso contradictorio, puesto que los
49. En 1592 una primer revuelta indígena puso en jaque la viabilidad de Concepción del Bermejo. A
partir de la misma, los ataques se sucedieron sin cesar, hasta que en 1631 los vecinos asediados y sin apoyo
abandonaron la ciudad. En Guadalcázar sucedió algo similar, siendo la más importante revuelta de los
indígenas encomendados la registrada en 1630, marcando a fuego el destino de la ciudad, que fue
abandonada hacia 1633.
50. Así por ejemplo, en 1675 una bandeira de San Pablo ataca la recientemente creada ciudad de Villa Rica
al noroeste de Asunción, llevándose la totalidad de los 4.000 indios de la encomienda. Estos ataques
fueron reiterados en aquella frontera, conllevando a un proceso de militarización de las propias reducciones,
cuando éstas, por criterios defensivos, mediante un decreto de 1649 fueron declaradas guarniciones reales
(Mörner, 1968: 83).
110
“A fines de la década de los años cincuenta del siglo XVIII, fue cuando el gober-
nador del Tucumán Joaquín de Espinosa y Dávalos hizo la última gran expedi-
ción, entendida en la forma ‘clásica’ de conquista y castigo a los indígenas, si-
guiendo el plan que había establecido el gobernador de Buenos Aires Pedro de
Cevallos para el dominio del Chaco. Sabemos que constituyó un gran fracaso, ya
que las fuerzas milicianas que esperaban de las otras provincias aledañas al área
no aparecieron. Estas continuas entradas durante el siglo XVIII no dieron los
frutos esperados por los pobladores ni por las autoridades de la gobernación,
optando por afianzar la política de fuertes, reducciones y paces con los indíge-
nas, como las vías menos gravosas y más efectivas ante la posible amenaza de los
chaqueños.” (Gullón Abao, 1993: 96).
51. La cronología de las principales incursiones y creación de fortines es la siguiente: 1673: Peredo,
entonces gobernador de Salta, penetra hasta el río Bermejo y funda un fuerte, pero al regreso de su
expedición lo abandona. 1685: Antonio de Vera y Mugica realiza una incursión más avanzada aún y funda
el fuerte San Simón. 1690: Reconstrucción del fuerte de Cobos para incrementar la defensa de la ciudad,
ordenada por el gobernador Tomás Félix de Argadoña. 1699: La ciudad de Esteco es reconstruida como
fuerte en Metán. 1707: El gobernador Esteban de Urizar reúne 1.316 hombres y funda tres fuertes: San
Juan, San Ignacio y San Esteban de Valbuena. Aunque la expedición no llega a cumplir con sus iniciales
cometidos al no llegarle los refuerzos solicitados desde el Paraguay, Corrientes y Santa Fe. 1742: El
Gobernador Santiso fundó a orillas del Salado el Fuerte Ortega. 1750: El gobernador Victorino Martines
de Tieno efectúa una nueva expedición y funda los fuertes Río Negro y Tunillas en Jujuy, y San Lorenzo
de los Pitos y San Fernando del Río del Valle en el Chaco salteño.
111
Instituciones de frontera
Aquellas “entradas” que se multiplicaron durante todo el período colonial eran resis-
tidas de múltiples formas por las distintas poblaciones indígenas. Los dos grandes fren-
tes de resistencia eran por el lado de la frontera norte del Tucumán, los grupos
Chiriguanos, y por el lado de la frontera de Asunción y el sur, fundamentalmente los
grupos Guaycurú. La principal resistencia fue hacia el régimen de encomiendas, pero
también existieron formas de resistencia a las reducciones y misiones. En este último
caso, si bien hubo grupos y parcialidades que se sometían al régimen misional, lo hacían
luego de vencidos por alguna campaña, acordando su inserción a alguna misión. Sin
embargo, en estos casos las reducciones debían ser instaladas en las cercanías de los
fortines. La combinación de fortines y misiones resultaba ser en estos casos la fórmula
más eficaz para el control de la población indígena.
La escasez de mano de obra en las encomiendas del Tucumán, crónica durante todo el
siglo XVII, fue la causa de las masivas incursiones privadas hacia el Chaco. Las indios enco-
mendados del Tucumán habían disminuido drásticamente por las condiciones a las que
estaban sometidos, y los vecinos de las ciudades comenzaron, entonces, sus incursiones hacia
el Chaco en busca de nuevos contingentes de trabajadores.
Las presiones sobre el territorio mediante las avanzadas militares generaban, al mismo
tiempo, movimientos de las poblaciones indígenas al interior del Chaco. Así, “en el siglo
XVIII los Tobas y Mocovíes avanzaron hacia el sur, penetraron en el actual territorio del
Chaco y sometieron a los Matacos, Lules y Vilelas. Por la misma época, Los Tobas y Mocovíes
fueron obligados a retroceder. Grupos importantes de Lules, Vilelas y Matacos comenzaron
a ser asentados y encomendados. La guerra y el comercio fueron articulando a estas tribus no
sometidas con la sociedad colonial” (Gullón Abao, 1993: 8-9).
La parafernalia desplegada sobre la supuesta belicosidad indígena se construye en rela-
ción a las primeras resistencias a la encomienda y, en ocasiones, a la reducción, por parte de
Chiriguanos y Guaycurúes. Resistencia a ser trasladados hacia las ciudades. Las incursiones a
las ciudades por parte de algunas parcialidades se llevaron a cabo, generalmente, con el
objetivo de liberar a los considerados “prisioneros” en las encomiendas.
Paralelo al castigo y control de los indios, el discurso de los gobernadores que empren-
dían las expediciones sostenía permanentemente la intención de abrir una brecha desde
Tarija y Jujuy hacia el área del río Paraguay. Este argumento era utilizado como justifica-
ción hacia el poder central, aunque la búsqueda de mano de obra indígena fuese el motivo
de quienes las organizaron.
Al parecer, los “fracasos” respecto a lograr un “control” sobre la capacidad de resisten-
cia de la población indígena estaban asociados a la escasa preocupación económica para
solventar un mantenimiento sistemático de los fortines por parte de los cabildantes,
sobre todo, según afirmaban, luego de los costos que había implicado la guerra contra
112
los calchaquíes que duró cuarenta años. Así, con expediciones poco exitosas, desde el
punto de vista del control territorial, y fortines muy escasamente pertrechados, la fron-
tera del Tucumán con las poblaciones indígenas parece no variar substancialmente in-
cluso hasta bien entrado el siglo XIX.
Esta frontera de fortines y misiones intercalados “se inicia con el fuerte Ledesma, en
Jujuy, y continúa hacia el sudeste, en la siguiente forma: fuerte Río Negro, fuerte San
Bernardo, fuerte Santa Bárbara, fuerte San Felipe, fuerte del Valle, fuerte Valbuena, fuerte
Pitos, intercalando entre los fuertes del Valle y Valbuena a Miraflores, San Juan Bautista y
San Esteban, como reducciones, para terminar la línea, después de Pitos con Nuestra Señora
del Pilar y San José Vilelas” (Razori, 1954: 422).
Es posible afirmar, con A. Gullón Abao que “...el apoyo defensivo a la gobernación del
Tucumán por parte de la Corona fue prácticamente inexistente; fueron los pobladores
españoles de la provincia en conjunción con los ‘indios amigos’, quienes conquistaron y
sometieron a numerosas parcialidades de indígenas chaqueños, que en múltiples casos pasa-
ron a servir como ‘aliados’, aprovechando los españoles sus conocimientos del Chaco y su
rivalidad ancestral con otras naciones”. (1993: 59). Afirmación que puede ser extensible a la
frontera de Asunción.
Esta cuestión es de indudable importancia para comprender la característica central del
proceso de conquista y ocupación, al menos en la primera fase de la expansión colonial: las
campañas de conquista y colonización eran sostenidas económicamente prácticamente en su
totalidad por los propios organizadores, quienes por su posición económica, social y política
eran propietarios de medianas fortunas que les permitían encarar tales proyectos.52
El interés particular por tales campañas, que incluso ha llevado a algunos autores a denomi-
narla como “la conquista privada” (Assadourian et al., 1987: 28-37), se expresaba en los
52. Assadourian plantea, al respecto, que “la primera jornada al Tucumán (1543) conocida como ‘la
entrada de Rojas’ fue costeada por Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, cada uno de los
cuales aportó 30.000 pesos oro, suma muy considerable para la época. Parece ser que ninguna expedición
anterior a la de Jerónimo Luis de Cabrera costó menos de 30.000 pesos financiados en su totalidad con
fondos privados” (op. cit.: 29). La campaña que concluyó con la fundación de Concepción del Bermejo
fue financiada por el mismo Martín Ledesma Valderrama, luego de solicitar autorización en Lima. Los
gastos no eran menores para su concreción, si se tiene en cuenta que en la misma participaron “150
soldados cada uno con un caballo, mulas y todos ellos armados”, además de alimentos municiones y otros
pertrechos (cfr. Capitulaciones entre el virrey del Perú marqués de Gualcazar y Martín Ledesma Valderrama.
Lima 12-10-1623. AGI. Charcas, 254).
113
mismos acuerdos de cada expedicionario con las autoridades centrales de Lima, en los
cuales a cambio de su inversión tendría la posibilidad de apropiarse de las tierras y
repartirlas entre los primeros habitantes de la ciudad a fundar, establecer encomiendas
con los indios sometidos, entre otras prerrogativas, como la posibilidad de acceder a
algún cargo en el Cabildo. Incluso, dichas prerrogativas excedían a los propios partici-
pantes, incorporando a quienes contribuían con su propios bienes a solventar alguna
campaña, dando lugar a que aquellos que más aportaban, más beneficios obtenían
(Garavaglia, 1984: 28; Gullón Abao, 1993: 61).
Este modelo de enriquecimiento y ascenso social, tan típico de la sociedad colonial, tenía
en la frontera con el Chaco una expresión muy concreta, al ser estos territorios un espacio que
si bien fue constituyéndose paulatinamente en un área de gran interés político-económico
para la Corona, su distancia de los centros, como así también la amplitud del mismo, hacían
muy difícil su control territorial sistemático.
Tal como se ha expresado anteriormente, el espacio chaqueño durante todo el período,
aunque con intensidades diferenciales, fue fundamentalmente un ámbito tendiente a
descomprimir las tensiones en el centro del poder colonial. Fueron precisamente tanto esta
situación como la permanente resistencia indígena a ocupaciones no negociadas las que
convertían a aquellas empresas de campaña en “riesgosas”, tanto desde el punto de vista
económico como militar. Pero, como se ha observado en el capítulo precedente, el discurso de
los gobernantes y agentes que se comprometían en las campañas exageraba sistemáticamente
aquellos riesgos, reificando la imagen del indio indómito y guerrero, con el objetivo de
justificar, en algunos casos, erogaciones muchas veces extravagantes, y, en otros, el incremen-
to del prestigio y el ascenso social y político que devengaban.53
No son casuales, entonces, las evaluaciones que realizara ya hacia mediados del siglo XIX
el P. De Angelis, sobre las características de la conquista:
“La historia de la conquista del Chaco es una serie continua de desaciertos. Sus
primeros invasores lo sometieron al sistema de repartos, entregando los indígenas
a la inhumanidad de los encomenderos”. Respecto a las campañas militares rea-
lizadas desde la frontera del Tucumán, planteó: “Este ensayo tuvo los más funes-
tos resultados. Dispersó a los habitantes de la Concepción, los ahuyentó de
Guadalcázar, los diezmó en Esteco. Ningún pueblo del Chaco sobrevivió a su
fundador, sin que estos desastres hiciesen variar de rumbo para evitarlos. Los
mismos errores que cometió el Adelantado Vera cuando echó los cimientos de la
114
El objetivo más claro de las campañas militares era, principalmente, obtener mano de
obra, para emprendimientos privados principalmente agrícolas y ganaderos que se estable-
cían en las fronteras, de alguna manera protegidos por fortines, ciudades o bien reducciones.
Este interés por la mano de obra indígena se acrecentaba a medida que la misma resultaba
escasa para esta economía privada en virtud, como se dijo, de que en su mayoría estaba
controlada por las reducciones.
Tal como lo afirma De Angelis, el primer objetivo de Arias, por ejemplo, no fue el de
fundar reducciones, sino el de atraer a los indígenas a uno de los terrenos que el poseía en las
inmediaciones de Salta. “Los caciques, a quienes hizo este ofrecimiento, tuvieron un buen
sentido en recusarlo, aunque desearan alejarse del Bermejo. Este proyecto nada tenía de
extraño en aquel tiempo, en que eran frecuentes estas migraciones, y formaban el principal
objeto de las empresas reduccionales. A esta manía se debe la traslación de los Kilmes a
Buenos Aires, de los Calchaquís a Santa Fe, de los Abipones a Corrientes. Se transplantaba a
los indios con la esperanza de hacerlos más dóciles, y lo único que se conseguía era diezmarlos.
Aunque sin apego á sus guaridas, no podían olvidar sus costumbres, ni aclimatarse bajo otro
cielo” (1972: 369).
Estos transplantes, o bien migraciones forzadas de mano de obra, se realizaban combi-
nando objetivos económicos inmediatos con los de prestigio y ascenso social en las estructu-
ras de poder en las ciudades. Este prestigio se incrementaba a medida que se reafirmaba,
reproduciéndolo permanentemente, el imaginario de un Chaco indómito con indios salvajes
y poco proclives (tal el caso principalmente de Guaycurúes y Chiriguanos) a la misionalización,
a quienes se consideraba “el enemigo”.55
Con el tiempo comenzaron a emplearse otros sistemas para obtener dinero para la
defensa militar y, fundamentalmente, para el sostenimiento de las avanzadas de fronte-
ra. Uno de ellos era el llamado fondo de la “sisa”, una especie de tributo que debían pagar
los comerciantes que transitaban por la provincia, destinado a los fuertes y al
pertrechamiento de los hombres. También se crearon impuestos para distintas mercan-
cías locales, a partir de los cuales las ciudades intentaban sostener los pequeños fuertes
que las resguardaban de los ataques y algunos grupos de hombres encargados de contro-
lar las campañas linderas.
54. En De Angelis, “Discurso preliminar al diario de Arias”, en: Entradas al Chaco, op. cit.: 369.
55. De hecho, Arias pertenecía a una familia tradicional en Salta, con una larga experiencia en el tratamiento
de indios, gracias a los cuales habían adquirido una no despreciable fortuna.
115
Pactos y acuerdos
“1) Que se les han de mantener, sin enajenar a otros, lo fértiles campos en que se
hallan establecidos, con sus ríos aguadas y arboledas.
56. Véase: “Tratado de Paz entre el gobernador Juan de Santiso y Moscoso y los indios Tobas”, Salta, 12-
04-1742. AHT. Actas capitulares. Vol. VI.
57. Téngase presente que el total del contingente armado estaba compuesto por milicianos provenientes de
Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero sumando un total de 2.416 personas, sin contar las milicias
de Tarija y un cuerpo auxiliar de Chiriguanos, ni tampoco el número de milicianos provenientes de Santa
Fe y Corrientes que se encontraría con ellos una vez atravesada la frontera (Diario de Matorras, 1774: 127).
116
2) Que con ningún motivo ni pretexto han de ser tratados de los españoles con el
ignnomioso nombre de esclavos, ellos, sus hijos, ni sus sucesores, ni a servir en esta
clase, ni ser dados en encomiendas.
3) Que para ser instruidos en los misterios de nuestra Santa Fe Católica, la lengua española
y sus hijos a leer y escribir, se les ha de dar curas doctrineros, lenguaraces y maestros.
4) Que la nueva reducción, nombrada Santa Rosa de Lima, establecida en las
fronteras del Tucumán por el Sr. Gobernador D. Gerónimo Matorras, que tiene
ocupada varios indios de su parcialidad, han de tener libre facultad para pasar a ella
todos los que quieran egecutarlo (sic), proveyéndoles de crías de ganados mayores
y menores, herramientas, y semillas para sus sementeras, como se egecutó con los
demás que están en ellas.
5) Que si a más de dicha reducción pidieren otra, por no ser aquella suficiente para
todos ellos, se les ha de dar en el parage que eligiere el Sr. Gobernador.
6) Que además de los vestuarios con que se veía cubierta su desnudez, ganados,
caballos, y demás baraterías con que habían sido obsequiados, esperaban que se
continuase en adelante, hasta que ellos pudiesen adquirirlo con sus agencias...
7) Que por cuanto se hallaban en sangrientas guerras con el cacique Benavides, en la
jurisdicción de Santiago del Estero y de la de Santa Fe de la gobernación de Buenos
Aires, se había de interesar el señor Gobernador, a fin de que por medio de unas paces
fuesen desagraviados de los muchos perjuicios que habían recibido de dichos
Abipones, devolviéndoseles los caballos y yeguas que les tenían quitado...
8) Que debajo de los antecedentes siete capítulos, esperando que les serían guarda-
dos, se entregaban gustosos por vasallos del Católico Rey, Nuestro Señor de España
y de las Indias; prometiendo observar sus leyes y mandatos, los de todos sus ministros
y, como más inmediatos, los de los gobernadores de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán.
Que igualmente esperaban que fuesen cumplidos todos los estatutos, leyes y orde-
nanzas establecidas a favor de los naturales de estos reinos...
9) Que siempre que tuviesen alguna queja o agravio de los españoles, o de los indios
puestos en las reducciones, los representarían por medio de los respectivos protecto-
res para ser atendidos en justicia, sin que puedan de otro modo hostilizar ni hacer
guerra ofensiva ni defensiva...
10) Que será del cargo del señor Gobernador interponer su ruego con S.M., a fin de
que sean recibidos bajo su real patrocinio, recomendándolos también al Exmo. Señor
Virrey de Lima, y Real Audiencia de La Plata...
11) Que sin embargo de habérseles negado por el señor Gobernador armas de
pistolas, lanzas y machetes que le habían pedido para defenderse de sus enemi-
gos, quedaban ciertos a la promesa que les había hecho de atender a su preten-
sión cuando hubiesen dado pruebas de su fiel vasallaje al Rey de España, con la
buena amistad y buena correspondencia que profesarían con todos los españo-
les” (UNJu, 1989: 147).
117
Haciendas y reducciones
58. Según lo expresa H. Sánchez Quell, “los productores libres nada podían frente a esa poderosa empresa
organizada que poseía ricas estancias de ganado en Yarigua-á y otros puntos y que explotaba, sin gravamen
alguno, enormes cantidades de yerba mate, cuero, algodón, etc.” (1964: 105).
118
59. Hasta su expulsión definitiva, los jesuitas habían fundado y administrado las siguientes reducciones:
San José de Vilelas, Concepción de Abipones, San Juan Bautista, San Esteban de Miraflores, San Ignacio,
Nuestra Señora del Buen Consejo y Nuestra Señora del Pilar, siendo estas dos últimas las más recientes.
119
misionalización hacia uno y otro grupo tuvo recorridos muy distintos. Mientras que con la
población guaranítica los misioneros lograron conformar con el tiempo lo que se dio en
llamar un “estado jesuítico”, con los grupos guaycurú no tuvieron semejante suerte.
En 1610 se crea la primera misión a orillas del Paraná, llamada San Ignacio Guazú, y
al poco tiempo fundan dos misiones más sobre el río Paranapanema, al norte de la ciudad
de Villa Rica, una, y al norte de la ciudad Real, otra. En cambio, la única misión intentada
con grupos Guaycurú fracasa estrepitosamente por la resistencia puesta por éstos a los
intentos de los misioneros.
Se han formulado distintas especulaciones intentando encontrar los motivos que expli-
casen cierta aceptación de los guaraní y el rechazo de los guaycurú a la reducción por la vía
misional. Entre ellas, es muy fuerte la que se sostiene remarcando el carácter
preponderantemente agrícola de la economía tradicional de los primeros, frente al carácter
cazador recolector de los segundos (Mörner, 1986).
Si bien cierta, esta distinción es relativa, por lo que deben considerarse también otras
causas que intervienen en dicha situación: entre ellas puede señalarse el hecho de que el
objetivo central de las misiones era la reducción de las poblaciones guaraníticas que
residían en la frontera con Brasil (independientemente de cumplir con el programa de
evangelización, las misiones guaraníticas constituían, para la corona, una importante
frontera política con las posesiones portuguesas en el sur). También influyó el hecho de
que estos grupos estaban en parte ya sometidos al sistema de la encomienda, tal es así que
uno de los argumentos que usaron sistemáticamente los jesuitas para convencerlos (con
fuertes dádivas de por medio) era que las reducciones constituirían para ellos una libe-
ración de tal carga. En cambio, los grupos guaycurú no habían sido encomendados
hasta el momento; sus territorios comprendían desde la frontera hacia el interior del
Chaco, sumado a esto que al poseer cierta capacidad de desplazamiento por el uso del
caballo podían retirarse con mayor facilidad hacia el interior de dichos territorios, elu-
diendo las pretensiones de los misioneros.
El proceso de misionalización de los grupos chaquenses se realizó recién hacia el fin del
siglo XVII, principalmente desde la frontera de la gobernación del Tucumán y de Buenos
Aires. Aunque el número de indígenas reducidos era bastante menor que en las misiones de
la provincia jesuítica del Paraguay, no dejaba de ser significativo. Así, el número de indios
capaces de pagar tributo (entre los 14 y 50 años de edad), ascendía en esta última a 14.437,
mientras que el total de indígenas reducidos en la frontera del sur ascendía a 6.274 (ver
cuadros D y E, respectivamente).
120
121
Fuente: Elaborado en base al Informe del Comisario y Prefecto de Misiones Fray Antonio
Tomajuncosa al Gobernador de la Provincia de Tarija en 1799. En De Angelis, Entradas
al Chaco, op. cit.: 193-223.
Con semejante control del principal recurso de la región, la mano de obra, las misiones de
los jesuitas constituyeron un poderío económico de mucha significación. Tal como ha sido
señalado la principal fuente de sus ingresos era la cría y comercialización de ganado, a tal
punto que se calcula que hacia el momento de la expulsión, el stock ganadero de la orden de
los jesuitas llegó a superar las 400.000 cabezas de ganado vacuno (Beato, 1987: 173). Si se
compara dicha cifra con las 300.000 cabezas que calculan algunos autores como existentes
en la jurisdicción de Buenos Aires para esa época, se tendrá una idea aproximada del poten-
cial económico de la orden (Coni, 1956).
122
Es interesante detenerse aunque sea en forma muy sintética, en el impacto que produce
en la estructura agraria colonial el desmantelamiento de la organización económica de la
Compañía de Jesús.
El primer impacto a señalar es precisamente lo que relatan algunos informes de la época,
en torno al proceso de desmembramiento de semejante organización económica. Así, y a
modo de ejemplo puede tomarse el caso de San Esteban de Miraflores (1711-1813). Esta
reducción, asentada sobre la margen izquierda del río Salado y bajo la protección del fuerte
de Balbuena, pasa a manos de la orden de los dominicos en 1773 cuando la expulsión de los
jesuitas, y en 1781 a la orden de los franciscanos.
En su informe a las reducciones de Agustín de Zuviría en 1777, se dice de la misma:
“Tenia cuando la expatriación de los jesuitas, dieciséis mil cabezas de ganado vacuno y al
presente, sólo se hallan novecientos sesenta y cuatro... y faltan así mismo bienes muebles”; en
dicho informe se enuncian también las causas de dicho deterioro, acusándose a la administra-
ción de los doctrineros por “el desmembramiento de haciendas y el haber introducido en su
doctrina por agregación, por arrendamiento y contemplación en fomento de sus parientes, a
distintos vecinos españoles y otras castas, contra los sentimientos de las leyes 21, 22 y otras,
del libro 6 inciso 3 de las Indias, cuya inobservancia produce entre aquellos reducidos
consecuencias fatales”.60
No obstante, esta descripción acerca de las secuelas producidas por la “expatriación” soslaya un
segundo elemento de especial interés: el hecho de que ganaderos, soldados y distintos agentes
“fronterizos” coloniales aprovecharon aquella situación para apropiarse de los bienes de la Compa-
ñía e iniciar un proceso de acumulación de bienes impensable durante la presencia de ésta.
La expansión de la frontera colonial no escapa, entonces, a la lógica de haberse ofrecido
como un espacio de virtual enriquecimiento para importantes contingentes de pobladores
que no encontraban empleos relativamente sistemáticos en la economía virreinal. Si bien el
espacio “territorio” como tal continuaba relativamente en manos de la población indígena,
principalmente en los interiores del Chaco, el mismo fue objeto permanente de incursio-
nes para extraer mano de obra.
Fronteras de la independencia
A partir de la independencia de las “Provincias Unidas del Río de la Plata” una serie de
acontecimientos y movimientos políticos producen un proceso de desmembramiento en sus
espacios interiores, dando lugar a la conformación de los estados de Paraguay, Bolivia y
123
61. El contrato firmado por la Confederación Argentina y la Casa Smith Hnos. y Cía. para la navegación de
los ríos Salado y Dulce estipulaba un monopolio por quince años. Por diez años, los vapores de la compañía
podrían entrar importaciones con la mitad de los derechos de aduana. El gobierno entregaría a cada colono
cuarenta cuadras cuadradas de terreno en propiedad con derecho a la madera que hubiese en los mismos.
124
Este hecho indica que el gobierno no podía de ninguna manera considerar en los
mismos términos a colonos inmigrantes que a los “indios montaraces”. Menos aún conside-
rar algún proyecto de reconocimiento de la propiedad sobre tierras. Sin embargo, la bur-
guesía porteña justificaba dicha posición desde una “ética capitalista”, planteando que
aquel proyecto de navegabilidad y el hecho de “autorizarlos” a vender leña les daría “por lo
pronto una segura ganancia con qué vivir mientras principian a producirles sus semente-
ras” (Rosenzvaig, 1995: 156).
Es decir, cortar leña para una empresa inexistente, mientras aguardaban que crezcan las
sementeras en una tierra cuya aridez impedía en aquellas condiciones técnicas cualquier resultado
factible de alimentarlos, parecía convertirse respecto a los indios del Chaco más que en aquella
mentada ética, en una estética de lo siniestro. Al cabo de un año, fracasado el proyecto colonizador,
el comisionado Taboada solicitará la instalación en la zona de misioneros franciscanos.62
El acuerdo definitivo entre las distintas oligarquías regionales con la primacía porteña y
el proyecto de inserción en el capitalismo mundial va a consolidarse definitivamente con la
presidencia de Roca, dando lugar a la emergencia de un modelo de construcción del poder
estatal basado en una concepción de unidad nacional tendiente a “homogeneizar” tanto al
territorio como a su población. Es el modelo de la denominada generación del ’80.
A partir de tales transformaciones, la ganadería tradicional criolla queda prácticamente relega-
da a un segundo plano, desplazada a los confines de la “frontera”, y por lo tanto al margen de toda
posibilidad de acceso a otros mercados que el regional y limítrofe. Este hecho se va a expresar, como
otros tantos, en disputas sobre el control territorial, lo cual será analizado más adelante.63
Planteada la tarea de construir la Nación a partir de un modelo de Estado centralizado
que garantice la apropiación y dominación efectiva del territorio, se profundiza el interés
político sobre aquellas fronteras.
Un ejemplo de este interés queda reflejado en el discurso político a partir de un debate
aparentemente relacionado con el sueldo del gobernador del Chaco en la Cámara de Dipu-
tados en el año 1879, pero que alcanza connotaciones mucho más profundas, y del cual se
extraen algunos párrafos:
“Sr. Guastavino (diputado nacional por Corrientes): ¿Cuáles son las atribuciones del
gobernador del Chaco? Puedo decir que ninguna tiene. Allí no hay nada de impor-
tancia más que las colonias. Y ¿no tiene el jefe de las oficinas de colonias nacionales la
dirección de las que existen en el Chaco frente a Corrientes, frente a Goya? Los
62. Nota del General Taboada solicitando misioneros franciscanos para el Chaco, fechada el 7 de febrero
de 1857. En Taboada, op. cit.: 317.
63. El auge exportador de carnes a través de los frigoríficos –que en sus inicios fue eminentemente de
ovinos, para luego tomar la posta la ganadería bovina– hizo que las “vaquerías” tradicionales buscasen
mercados alternativos presionando sobre los sistemas de control. Esta situación queda evidenciada en el
hecho de que sólo para el año 1895 y para la frontera boliviana se introdujeron 17.000 cabezas de ganado
“contrabandeadas” desde las provincias argentinas limítrofes (Langer, 1984).
125
comisarios de estas colonias son más que suficientes para hacer su administración,
porque no hay en ellas sino una población reducidísima...
Sr. García: yo no participo de las ideas del señor diputado por Corrientes. Pienso que el
gobernador del Chaco no es simplemente un administrador de Villa Formosa, pienso que
sus funciones no dejan de tener alguna importancia. Puede decirse que el gobernador del
Chaco es el jefe de la frontera norte de la República en la parte del Chaco...
Sr. Villafañe: es para decir, señor presidente, que la existencia de una gobernación en el
Chaco no importa solamente el ejercicio de todas las funciones sometidas a los funciona-
rios encargados de ella. Importa algo más trascendental: importa la presencia de la autori-
dad nacional en puntos avanzados de la Nación Argentina...”. Cámara de Diputados,
Diario de Sesiones del 29 de agosto de 1879 (en Iñigo Carreras, 1983: 33-34).
Este debate indica, a modo de ejemplo, la puja de intereses por el control territorial entre
representantes de los intereses, en declive, de la burguesía correntina, y representantes del
nuevo modelo de construcción del estado-nación centralizado e interesado en la hegemonía
sobre un espacio territorial al que se lo consideraba virtualmente “vacío”.
Para la burguesía ganadera correntina el espacio chaqueño significaba un ámbito de
reproducción de su modalidad ganadera mercantil simple, sea por la ocupación de partes
del territorio para pasturas, o bien como frontera comercial de ganado con los grupos
guaykurú. En cambio, para la burguesía porteña en ascenso, el Chaco constituía un
ámbito a colonizar. Un modelo que no representaba intereses económicos formados desde
la demanda de una burguesía local, sino la apuesta a un proyecto que contemplaría la
ocupación de esos espacios (considerados vacíos) mediante la inmigración (de allí también
la referencia negativa del diputado correntino a las inversiones que comenzaba a realizar el
estado nacional en ese sentido).
Desde el discurso de los intelectuales de la generación del ’80, e incluso para determinada
historiografía reciente, se considera que hasta el período en que comienza a consolidarse el
poder del estado nacional mediante las campañas militares “al desierto”, las fronteras políticas,
económicas, militares y culturales con los pueblos indígenas parecen haber mantenido con
pocas modificaciones las características heredadas de la estructura colonial.
Aún más, se sostiene que durante el lapso que va desde la independencia hasta la década
de 1870, la región del Chaco pasa por un período de “retroceso” en términos de las expecta-
tivas de consolidación de las fronteras con el indio (Punzi, 1983: 46).
Sin embargo, estas aseveraciones deben ser relativizadas.64 En primer lugar, se ha
citado ya a manera de ejemplo la campaña de Taboada sobre las costas del Salado y los
64. O. M. Punzi realiza una periodización de lo que denomina “los ciclos cronológicos” del Chaco,
distinguiendo: 1) Siglo económico: que habría durado 100 años, desde la primera incursión de Alejo
García en 1521 hasta 1617, momento de separación de las gobernaciones del Guayrá (Paraguay) y de
Buenos Aires, la cual comprende la búsqueda de metales y la explotación de la tierra. 2) era decadente (110
126
años): desde 1617 hasta 1724 (creación del cuerpo de blandengues en Santa Fe), comprende: el
despoblamiento, la conquista espiritual, las rebeliones indígenas, la iniciación de los malones y las
primeras incursiones “defensivas”. 3) época del equilibrio (45 años): desde 1724 hasta 1767 (expulsión
de los jesuitas), comprende: las “entradas” de represión y las paces o pactos. 4) etapa de retroceso (100
años): desde 1767 hasta 1870 (iniciación de las campañas militares). 5) período ofensivo (50 años):
desde 1870 hasta 1919 (finalización de la conquista del Chaco). (Punzi, op. cit.: 1983).
65. Carta del Padre Riso al Gral. Don Antonio Taboada, fechada el 10 de febrero de 1857. En Taboada,
op. cit.: 322-23.
66. Diario El Nacional Argentino 15/08/1857, citado por Rosenzvaig, op. cit.: 157.
67. En J. Arenales, op. cit.: 87.
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nacional ya sea mediante su pasividad frente a los mismos, en algunos casos, o bien por
su apoyo explícito en otros.
En relación a este incremento del carácter belicista de la relación con los pueblos indios
ya entrado el siglo XIX, se señalarán a modo de ejemplo dos referencias de la época que
hablan en tal sentido:
“...la toldería atacada era una pequeña tribu de montaraces... (...) los tres muertos
eran el cacique, el padre de cacique y un indio joven. Hay que añadir un buen
número de heridos... Nosotros vimos distintamente a dos de ellos huir, ensan-
grentados, con las manos sobre las aberturas que en sus cuerpos habían hecho
nuestras balas. Por lo demás, lo importante no era el número de muertos sino el
terror que los supervivientes iban a llevar al desierto, después de haberse visto
perseguidos así en el seno de su quietud, como quien dice de su propia casa (...).
Era como el último término de una gradación sostenida que debía llevar al
espanto a su colmo. No hacía mucho que todo huía delante de ellos, poco
después se les hacía frente, luego se los perseguía, y por último se les iba a atacar
en sus mismas tolderías”.68
Ya en los prolegómenos del período de las campañas hacia el Chaco existen múltiples
referencias de acciones armadas realizadas por civiles contra indígenas. Un ejemplo es la
referencia que hace G. Magrassi al respecto: “...en el Archivo de Gobierno de Santa Fe se
encuentran informes sobre tres matanzas de indios elevados por sus propios autores al gober-
nador de la provincia en 1875. Desde 1864 Teófilo Romang, cabecilla de aquellas matanzas,
de nacionalidad suiza venía buscando tierras para traer colonos al norte de lo que hoy es la
provincia de Santa Fe” (1987: 105-6).
Puede decirse entonces que, independientemente de las escasas posibilidades efectivas
que los poderes estatales pudieron tener para avanzar en la “frontera con el indio”, existieron
incursiones motivadas por intereses privados que mantuvieron el carácter de enfrentamiento
armado y sangriento en las relaciones con los pueblos indígenas.
La actitud “complaciente” frente a tales incursiones por parte del gobierno nacional
desvirtuaba incluso intentos por realizar pactos con algunos caciques. Así, por ejemplo, el
suscrito por el cacique Napomari el 24 de febrero de 1864, por el cual los indígenas permi-
tieron la construcción de caminos a cambio del reconocimiento de sus territorios (Martínez
Sarasola, 1992: 296).
De manera tal que las ofensivas contra los pueblos indígenas no sólo no se detienen sino
que adquieren un nuevo matiz, produciéndose incursiones que agudizan el tenor bélico de
la confrontación “indios-blancos”. Ello en contraste con el período inmediato posterior a la
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69. En tal sentido, es interesante observar que frente a las críticas que, aunque en forma tenue, se realizaron
en la Cámara de Diputados a la Campaña del General Roca, en el intento de algunos legisladores de que
no se repita el exterminio como política de ocupación, los defensores de la campaña al Chaco argumentan
la ocupación militar en relación a la necesidad de realizar “un relevamiento topográfico, de estudiar la
factibilidad de apertura de la navegabilidad de los ríos Pilcomayo y Bermejo” (S. Minvielle y P. Zusman,
1996; Moraes, 1988).
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por las mismas provincias y relativamente controlada por poblaciones indígenas, que más allá
de derrotas parciales y procesos de misionalización de larga trayectoria habían desarrollado
importantes experiencias de negociación y tácticas defensivas, junto a los intereses por el
control de las fronteras “externas”, produjeron “la necesidad” de que el modelo de expansión
de la estatalidad quedara en manos de dicha corporación.
Se ha señalado ya que el modelo de conquista del Chaco tiende a replicar las campañas
al desierto pampeano-patagónico. La cronología de semejante intervención es,
sintéticamente, la siguiente:
1870. Campaña del teniente coronel Napoleón Uriburu desde Jujuy hasta Corrientes a
través del Chaco bordeando el río Bermejo.
1879. Campaña del coronel Manuel Obligado al Chaco Austral, haciendo un círculo
por el norte de la provincia de Santa Fe con el propósito explícito de reprimir a los
malones que habían realizado ataques en la provincia de Córdoba y Santiago del Estero.
1880. Campaña del mayor Luis Jorge Fontana atravesando el Chaco Austral desde
Resistencia hasta el actual Departamento de Rivadavia, en la provincia de Salta.
1881. Campaña del comandante Juan Solá desde el fuerte Dragones en Salta hasta Formosa.
1883. Campaña de R. Obligado. Dividida en tres columnas, realiza una operación tipo
“rastrillo” por todo el norte de la provincia de Santa Fe. Una de ellas comandada por el
teniente coronel J. M. Uriburu, comandante del regimiento de caballería Nº 12, parte
desde Chilcas con 150 hombres armados hacia el norte. Desde Fortín Inca sale en forma
simultánea el teniente coronel J. M. Ferreyra, hacia el río Salado. Por último, el mismo
Obligado, al mando de 100 hombres, parte de Reconquista hacia el norte con el objetivo
de unirse a las tropas de Bosch, pero no lo consigue, se desvía hacia el Oeste hacia el
llamado Fortín Encrucijada, para luego reunirse hacia el sur en Tacurá con Uriburu,
regresando luego de unos setenta días a la ciudad de Resistencia.
1883. Campaña de Bosch. Con una columna principal a sus órdenes directas y una
secundaria. Despliegan sus efectivos en coordinación con Obligado. Parte de Resistencia
con 320 hombres de combate, enfrentándose con las parcialidades del cacique Toba
apodado “El Inglés” en la localidad denominada Mala Mahue, a quienes persigue hasta
Napalpí, en donde produce una matanza generalizada. En Guayabí rechaza un intento
de resistencia de algunas parcialidades Toba. Regresa a la ciudad de Resistencia luego de
cubrir unas 200 leguas cuadradas.
1883. Al mismo tiempo y desde el otro extremo de la frontera con “el indio” parte la
expedición de Ibazeta. Con 150 hombres armados sale del fuerte Dragones hacia la
frontera con Bolivia. Hace un periplo circular produciendo grandes bajas entre las
parcialidades Mataco-Wichí, Toba y, principalmente, Chiriguano. Su campaña dura
aproximadamente 80 días.
Al margen de este despliegue militar sin precedentes en la frontera norte, las primeras campa-
ñas, que pretendían ser de carácter ofensivo –es decir, aumentar el control territorial por parte de
estado–, no lograban el anhelado objetivo. Luego de las mismas, los fortines, escasamente
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de la audacia de sus comandantes y tropa”, etc. Sin dejar de ser empíricamente válidas, estas
afirmaciones tienden a legitimar la necesariedad del modelo de guerra ofensiva que le sucedió
inmediatamente.70
Un modelo que pasa de una estrategia de control del territorio ya ocupado, “civiliza-
do”, defendido por una frontera de fortines dispersos, hacia una de tipo ofensivo. De una
guerra de posiciones mediante un sistema de fortines de fronteras militares, a un modelo
de expulsión sistemática, rápida, coordinada mediante un comando centralizado y en el
que las comunicaciones jugasen un papel central, concentrando fuerzas y no dispersándo-
las: el modelo prusiano (Rosenzvaig, op. cit.: 179).
El primer antecedente de este modelo que tendía a ser hegemónico, como estrategia del
ejército nacional unificado, comienza a expresarse en la frontera con el Chaco en las campa-
ñas emprendidas en 1883, y que tendrán su expresión más acabada en las comandadas por
el general Victorica un año después.
El objetivo militar formulado por el gobierno nacional y encarado por Victorica es el de
llevar la frontera con el indio hasta el río Bermejo, para lo cual organiza con más de 800
hombres los siguientes movimientos militares:
1) El 29 de setiembre desde Resistencia parten 145 hombres armados para ocupar el
fortín Bosch, sobre el río Bermejo, recorriendo unos 70 kilómetros.
2) La comandancia general, a los pocos días y con 110 hombres, sale de Puerto Bermejo,
pasa por Fortín Bosch, llega a Confluencia y luego a La Cangayé. Recorre 320 kilómetros.
3) El 9 de octubre el teniente coronel J. M. Uriburu inicia su campaña desde Cocherek
con 260 hombres, llega hasta La Cangayé batiendo distintas zonas entre el río Bermejo
y el río Salado, regresando a La Cangayé, luego de 40 días de campaña.
4) El 15 de octubre el coronel Ignacio Fotheringham parte de Formosa con 100 hom-
bres recorriendo la costa norte del río Bermejo. Llega hasta el río Teuco y se instala el 2 de
noviembre en las cercanías de La Cangayé, luego de recorrer 320 kilómetros.
5) El 26 de octubre parte, también desde Formosa, el teniente coronel Luis Jorge Fon-
tana bajo el mando superior de Fotheringham cubriendo las zonas próximas del Chaco
central, hasta sumarse a la columna central en el río Teuco.
6) El 30 de octubre el teniente coronel Rudecindo Ibazeta opera con dos columnas con
un total de 180 hombres desde el fuerte Victorica recorriendo ambas márgenes del río
Bermejo, llegando hasta La Cangayé.
7) A partir de semejante despliegue militar en el que caen gran cantidad de indígenas
bajo las armas y se “reducen” no menos de 5.000 indígenas de distintas parcialidades, el
mayor de marina Valentín Feilberg navega el río Pilcomayo hasta las cercanías de la
frontera con Bolivia. Al mismo tiempo, el coronel de Marina Ceferino Ramírez navega el
río Bermejo hasta La Cangayé.
70. Véase por ejemplo el libro de Félix Best, Historia de las guerras argentinas, Tomo II, 1960, Buenos Aires.
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Por lo general, los agrupamientos indígenas se replegaban hacia el monte ante la presen-
cia militar y sólo en ocasiones ofrecían cierta resistencia, las cuales eran tomadas por los
comandantes como grandes batallas.
A fines de julio, en un atisbo de resistencia por parte de un grupo Toba en La Cangayé,
J. L. Fontana cae herido por una lanza en un brazo. Debido a la tardanza en llegar a tiempo
al fortín para su debida atención, el brazo tuvo que ser amputado. Es así que, en reconoci-
miento, el entonces Ministro de Guerra y Marina, General Roca, lo asciende al grado de
Teniente Coronel. El texto de Roca es significativo:
71. Telegrama de Roca dirigido a J. Luis Fontana, luego de su campaña al Chaco de 1880. En Scunio,
op. cit.: 206.
137
“Cae el telón sobre la conquista del desierto chaqueño. La frontera internacional del norte
queda consolidada y el país ejerce su soberanía efectiva sobre un extenso y feraz territorio,
base material para un pujante desarrollo económico y geopolítico” (Punzi, 1983: 49).
“Antes los milicos siempre atacaban a los aborígenes. Entonces los aborígenes no
estaban tranquilos, siempre vivían con temores porque no había tranquilidad. Cada
vez que llegaban los milicos para atacar a los aborígenes, ellos llevaban a las mujeres en
un lugar muy cerrado en donde nadie puede entrar, en monte alto y tupido para
esconderlas y los milicos no las vean. Además tapaban las huellas con tierra, así no
podrán verlas. Esta cosa era muy triste porque las mujeres estaban en el monte solas;
ya no piensan en los bichos, por tener miedo a los milicos”.72
“En el año 1870 los aborígenes defendían sus tierras. Ellos no sabían hablar el
castellano, pero ellos tenían sus misterios que les hacía saber; se comunicaban con
138
ellos. Cuando vinieron personas hasta donde estaban ellos para matarlos y hacerlos
desaparecer, para quedarse como dueños de todas las cosas que tenían los aboríge-
nes, la tierra y los animales, los misterios de los aborígenes ya les anticipaban:
vienen gente, ejércitos, y dentro de cuarenta días van a llegar, entonces los aboríge-
nes empiezan a reunirse para ver qué pueden hacer cuando lleguen los milicos.
Una vez que se sienten atacados, entonces ellos hacen unir sus pensamientos y
estar preparados. Cuando deciden entre todos defenderse, ellos preparan las fle-
chas, el arco y las puntas de las lanzas; el filo se hacía de los huesos de los bichos, por
ejemplo del ñandú, del zorro o del yulo. También preparaban cosas para golpear
hechas del corazón de palo santo y del iscayante. En esos tiempos y años los
aborígenes no conocían lo que es el hierro o el metal; tampoco conocían ropas,
géneros y alimentos. Ellos vivían de la pesca y de las cazas de los animales del monte
y de las raíces de los árboles. Pero ellos se sentían fuertes y sanos. Sus vestimentas
hacían de cuero de los bichos y de las chaguar.”73
El sentido de epopeya que han tenido, y tienen aún, las campañas militares de con-
quista sobre los territorios indígenas, tiende a reiterar al menos dos premisas fuertemente
arraigadas en la época: por un lado, como se dijo, aquella que se sustentaba en el discurso
sobre la belicosidad indígena asociada a la inestabilidad de los fortines de frontera, y, por el
otro, aquella que se sustentaba en el discurso sobre la disponibilidad del territorio para su
ocupación y valorización, sea mediante la incorporación de la población indígena como
mano de obra, o bien de inmigrantes a modo de colonos.
Pero este esquema, independientemente de las intenciones efectivas de las autorida-
des gubernamentales, legitimaba el proyecto de guerra de conquista y la centralidad de
la corporación militar en la construcción del modelo de nación. Se han señalado ya
algunos de los elementos que intervinieron para configurar un modelo de “necesariedad”
de este rol protagónico por parte de las fuerzas militares en la conformación de la Nación
imaginada desde los intereses de la burguesía porteña. Sin embargo, se sostiene aquí,
aquellas, aunque necesarias, no llegaban a ser condiciones suficientes, sobre todo en lo
que a la frontera norte respecta.
Concretamente, no es posible sostener la emergencia de las llamadas campañas militares
al “desierto verde” sin hacer inteligible, por un lado, la dinámica de construcción del poder
de la propia corporación militar –que, hacia 1870, había alcanzado un nivel de desarrollo y
autonomía relativa importante respecto a los intereses de la propia burguesía ganadera por-
teña–, y, por otro, sus niveles de funcionalidad y contradicción con el proceso de acumula-
ción de las fracciones de capital agroindustrial en este espacio específico.
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Pero el proceso de expansión del poder de la corporación militar no estuvo basado únicamente
en el incremento del presupuesto destinado a su desarrollo y preponderancia como institución,
sino también en las expectativas de incremento patrimonial de sus integrantes. En este plano es de
destacar el lugar que ocupó la apropiación territorial como botín de guerra. Ciertamente la
experiencia previa en la campaña al desierto funcionó como modelo de enriquecimiento de la
propia corporación militar, ya que el estado había gratificado a los miembros del mismo con
concesiones territoriales de importancia y que implicaban al conjunto de la estructura de oficiales,
desde los jefes de frontera, comandantes de regimiento, hasta incluso los reservistas.
Así, por ejemplo, las asignaciones de tierras fueron estipuladas, con precisión y de acuer-
do al rango, de la siguiente manera: Jefe de frontera: 8.000 has; Jefe de regimiento: 5.000
has; Sargentos Mayores de Regimiento: 4.000 has; Capitanes y Ayudantes Mayores: 2.500
has; Tenientes primeros y segundos: 2.000 has; otros oficiales: 1.500 has. Esta manera de
utilización de las tierras (por otro lado, las más aptas y de mayor valor) constituía un aliciente
más que interesante para unificar y consolidar el interés por parte de los miembros del ejército
en la instrumentación de las campañas militares. Téngase en cuenta también que los títulos
sobre las tierras conquistadas se cotizaban en la bolsa de Londres al mismo momento de
conocerse la planificación de alguna campaña (Novick, 1992: 40-41).74
Lo anterior, combinado con los requerimientos infraestructurales del capital (líneas ferro-
viarias, caminos, etc.) para dirigir las producciones del interior hacia el puerto de Buenos
Aires (tanino, azúcar, algodón, etc.), que debían protegerse de la “belicosidad” indígena, y la
demanda masiva y a corto plazo de mano de obra de los capitales regionales, contribuyó
adicionalmente en el norte a la legitimación, aunque con distintos niveles de aceptación
desde el punto de vista de la clase política de aquella centralidad.
Una clase política y una intelectualidad orgánica susceptibles de asumir el discurso de la
belicosidad y de la imposibilidad cultural de un disciplinamiento “pacífico” de las poblacio-
nes indígenas en el modelo de orden y progreso propugnado.
Estas cuestiones son determinantes para dar cuenta de los aspectos sobresalientes que
indican las causas por las cuales el ejército nacional es el que asume un modelo de conquista
militar, sin que ello fuera un producto claramente resultante de un modelo de “control” territo-
rial desde los supuestos teóricos formulados por las autoridades gubernamentales. El desarrollo
de una estrategia de guerra coordinada superadora de la guerra de posiciones que implicaban
74. De todas maneras, esta política de recompensas no terminó conformando al conjunto de la oficialidad en
propietarios rentistas; por el contrario, la mayoría terminaba vendiendo sus títulos a precios irrisorios. En su
diario, un miembro del ejército conquistador se expresaba con cierta desazón respecto a lo obtenido por parte
de las autoridades: “Es verdad que nos pagaban el sueldo, no recuerdo si alcanzaba a seis pesos mensuales, y
que después nos dieron tierras, pero como transcurrían los años y no sabíamos dónde ni cuándo nos iban a
ubicar, los cansados de esperar vendieron sus acciones y derechos a 20 ctvs. la hectárea, yo preferí especular,
y esperé hasta que se valorizaran aquellas tierras, e hice mi agosto vendiendo a cincuenta centavos las 1600
hectáreas que la patria me donó; y cuando ya no quedaba ningún compañero sin vender entonces se entregó
a los compradores los campos medidos y amojonados”. Pechmann, 1980: 81.
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Es importante aclarar que un elemento clave para comprender el interés por la pro-
piedad de grandes extensiones del “desierto” radicaba en su uso como garantía hipoteca-
ria para obtener créditos, que luego no eran devengados. Esto generó una especulación
sobre la tierra de carácter insólito, legitimado por una innumerable cantidad de decretos
y reglamentaciones.76
La propuesta colonizadora sólo volverá a tener fuerza recién hacia 1917-1918, con
la política de promoción del Algodón impulsada por la suba de precios debido al con-
flicto bélico internacional, aunque bajo nuevas modalidades establecidas en la ley Nº
4167 de 1903.77
La frontera en Salta expandía el modelo de gran plantación que requería de grandes
contingentes de mano de obra. Aquí, el mismo ejército se propuso como la agencia
encargada de garantizar la provisión de la fuerza de trabajo necesaria.
Al respecto, la intervención militar en la frontera norte expresaba su compromiso con el
reclutamiento de mano de obra. En el marco de su campaña, Uriburu señalaría así este
75. Carta de un grupo de colonos enviada al Ministerio del Interior, citada por G. Miranda, op. cit.: 128.
76. Para un análisis de este mecanismo de enriquecimiento rentístico, véase H. H. Trinchero y R. Doro,
op. cit., 1992: 167-85.
77. Según el Censo Nacional de Población de 1914, había en ese año en el Chaco 804 propietarios de
tierras de nacionalidad argentina y 460 extranjeros. En 1920, esa relación es de 710 argentinos y 856
extranjeros (las cifras de 1920 corresponden al Censo de Territorios Nacionales de ese año). Eran
obligaciones de los concesionarios de tierras fiscales: “Construir la casa habitación con dependencias y
empleando materiales que reúnan condiciones de higiene y estabilidad; establecer residencia efectiva y
permanente en el lote, alambrar el perímetro de éste, plantar árboles y cultivar por lo menos el 50% de la
superficie concedida”.
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objetivo al gobierno nacional: “Mi objetivo es entrar en más íntimo contacto con los
indios que encuentre en setiembre y octubre en las márgenes de los ríos Bermejo,
Teuco, Yegua quemada y otros más que atraeré. Para ponerme en condición de dar
cumplimiento a esa tan delicada comisión, me he dirigido por una circular a todos los
propietarios que, en sus faenas rurales, ocupan indios, solicitando de ellos me hagan
conocer el número de brazos que precisan en sus labores para el tiempo de las cose-
chas”. E informando posteriormente de los resultados de su circular dice: “Son ya 1868
indios los solicitados por los agricultores de Salta y Jujuy”.78
Victorica, a su turno, declamaba el mismo objetivo:
“No dudo que estas tierras proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y
a los obrajes de madera como lo hacen algunas de ellas en las haciendas de Salta y
Jujuy, si bien considero indispensable también adoptar un sistema adecuado para
situarlos permanentemente en los puntos convenientes, limitándoles los terrenos
que deben ocupar con sus familias a efectos de ir poco a poco modificando sus
costumbres y civilizarlos”.79
Ya sea trasladando a los pobladores indígenas hacia las plantaciones, o bien dispo-
niendo para ellos “puntos convenientes”, el ejército asumía el rol de organizador del
“mercado de trabajo” de las agroindustrias en la frontera. Así, mientras las agroindustrias
en proceso de expansión en la frontera salto-jujeña requerían crecientemente de mano
de obra, la oferta de la misma parecía que sólo podría ser garantizada con el reclutamien-
to forzado de fuerza de trabajo de la población indígena, para lo cual la corporación
militar se proponía como mediadora.
Sin embargo, el manejo militar de la fuerza de trabajo no estaba contemplado en los
manuales de estrategia militar, lo cual generaba innumerables inconvenientes en el
disciplinamiento directo de la fuerza de trabajo que, como no podía ser de otra manera, eran
resueltos con la lógica de la disciplina que impone la propia corporación. Aún más, la cons-
trucción del indígena en tanto “ejército enemigo” permitía en la lógica militar prácticamente
el tratamiento de prisioneros de guerra.80
Ciertamente, controlar una frontera exterior o desplazar la frontera con el indio hacia el
norte no era analogizable con el dominio de la población, salvo en el particular modelo de
78. Nota del Gral. Uriburu al Gobierno Nacional. En: Fontana, op. cit.: 109.
79. Del diario del General Victorica, “Campaña al Chaco”. En: Iñigo Carreras, 1984: 38.
80. Son significativas en este sentido una serie de fotografías existentes en el Archivo General de la
Nación tomadas en ocasión de la campaña de Uriburu, en las que aparecen “indios en pie de guerra”.
Las mismas, obviamente tomadas en pose pues las técnicas de la época no permitirían otro tipo de
toma, resultan una parodia de lo que se está señalando: un grupo de indígenas posando con lanzas,
luego de ser “capturados”.
145
Este avance militar generó una crisis profunda en las relaciones entre las distintas parcialida-
des indígenas, las que debieron reagruparse en zonas exteriores a la nueva frontera desplazada
hacia el Bermejo. Por ejemplo, parcialidades Toba Pilagá fueron obligadas a migrar hacia el
noroeste, remontando el río Pilcomayo; en algunas circunstancias desplazando a parcialidades
Mataco-Wichí hacia el Oeste, tal es el caso de la ocupación Toba en la región comprendida entre
Buenavista y Palma Sola (Gordillo, 1992).
Algunas parcialidades Mataco-Wichí, si bien tradicionalmente ocupantes de la franja terri-
torial comprendida entre el Pilcomayo y el Bermejo, se vieron en la situación de disputar el
mismo espacio con otras parcialidades Wichí y otros grupos étnicos desplazados.
La apropiación de los territorios que constituían el “almacén primitivo de víveres”, para
los grupos étnicos del Chaco, produjo la conformación de una población india desposeída
de su principal objeto de trabajo: la tierra y los ríos. Los procesos de trabajo y las formas de
cooperación que requerían para su ejecución fueron transformados drásticamente, de mane-
ra tal que las actividades de recolección caza y pesca no lograban ya garantizar la reproducción
de los productores (Iñigo Carrera, 1984).
81. E. Rostagno, Informe de las fuerzas de operaciones. Chaco, 1911. Círculo Militar, 1969: 33.
146
147
formas particulares de valorización (reproducción del capital) de los procesos de trabajo que
llevaron adelante las distintas fracciones de capital, y que requerían que una parte de la reproduc-
ción de dicha fuerza de trabajo fuera garantizada por la dinámica de la “economía doméstica”, es
decir, por el usufructo del “almacén primitivo de víveres” que representaba el monte, a pesar de la
“crisis” ambiental que producía el propio modelo de valorización de dicho espacio.
Profundizando en una de las hipótesis de trabajo sugeridas en el primer capítulo, es
posible afirmar que el territorio imaginado como modelo de identidad nacional y su contracara,
el etnocidio, lejos estaban del “pacto” fundante de una nación “moderna” en el sentido
hobbesiano del término: las nociones “civilización y barbarie”, remedo del título original del
Facundo de Sarmiento, y que renacieron desde las cenizas más arcaicas del racismo de occi-
dente (cfr. Fernández Retamar, 1993), se hablaban mutuamente desde la conjunción
copulativa, y no disyuntiva –como pretendía el discurso en los espacios del poder conserva-
dor constituyente–. La mentada civilización puesta en práctica copulaba con su propia
barbarie. La “intelligentzia” observaba distante y soberbiamente el pasado colonial, pero
reproducía la lógica de un destino manifiesto. Reproducía el demonio y éste señalaba
con el índice al indio.
Entonces, la producción de un territorio en tanto teatro de operaciones de la
corporación militar, con sus efectos de desterritorialización de las poblaciones indí-
genas, y la reproducción estacional de la fuerza de trabajo, introducían y recreaban
en el espacio chaqueño contradicciones específicas. La emergencia histórica y concreta de
dichas contradicciones trascienden el mero análisis de la “funcionalidad” del programa
militar respecto a la misma valorización capitalista. Nuevamente, producir un desierto no
es lo mismo que producir fuerza de trabajo. En todo caso, el vector de sentido que va del
monte a la colonización agrícola, y que la intelectualidad orgánica nacional diseñó en sus
utopías de escritorio, al quedar su ejecución mediatizada (por delegación de funciones que
se transformaron en intereses específicos) por militares y latifundistas especuladores
rentísticos, desvió su rumbo hacia el desierto. La metáfora del desierto imaginado como
desterritorialización del salvaje, un desierto virtual que debería ser reocupado por las fuer-
zas del “progreso”, se transformó en desierto real (y depósito de los primeros cementerios
masivos y clandestinos del país).
148
Obrajes y quebrachales
149
paralelamente a ello, la estructura agraria del norte argentino al iniciar aquel proceso de
reorientación de su economía basada en la expansión productiva de obrajes, ingenios
azucareros y posteriormente la producción algodonera, va a requerir, al mismo tiempo, la
expansión de su “frontera laboral” mediante la incorporación y disciplinamiento de la
fuerza de trabajo indígena del Chaco.
Los territorios argentinos del Gran Chaco fueron resignificados en función de dicho
proceso de valorización, en el que se combinaron con rapidez inusitada la extracción de
recursos no renovables –como los extensísimos quebrachales que cubrían a lo largo y ancho
sus suelos– y la fuerza de trabajo indígena y campesina expropiadas sistemáticamente de sus
condiciones de existencia, con el desarrollo de infraestructuras que condujeran las produc-
ciones hacia los mercados mundiales.
Una geopolítica económica se configuraba a la par del proceso de conquista militar.
El Chaco santafesino, y por extensión el conjunto de lo que hoy es la provincia del
Chaco, se transformaba en el gran productor de tanino, dados los altísimos rindes de
dicho producto que ofrecían sus inmensos quebrachales. El Chaco santiagueño, cuyos
quebrachos rendían menos en ese sentido, se transformaba en el primer productor de
durmientes para los ferrocarriles, que en el desierto avanzaban a un ritmo sin preceden-
tes en el mundo. Los postes o “rollizos” de quebracho también se transformaron desde
1870 en un fuerte negocio a partir de la introducción del alambrado en los deslin-
des de los campos de la pampa húmeda.
El ciclo de expansión capitalista en el Gran Chaco tiene, entonces, como uno de
sus principales exponentes al quebracho colorado. La constatación del alto contenido
tánico de esta especie forestal que venía siendo probada en las curtiembres nacionales desde
principios de la década del ochenta comienza a seducir a distintos capitales del mundo.82
A partir de allí y alrededor de los extensos y espesos quebrachales que conformaban el
paisaje de la región, se configuran un conjunto de intereses por su explotación que van a
signar la trayectoria ya no virtual sino real del “desierto”. A partir de entonces, también, gran
parte del destino del Chaco austral va a estar unido al nombre de la mayor empresa capitalista
de la industria forestal nacional: La Forestal. La combinación de la propiedad latifundista
con la industria extractiva de recursos no renovables y la superexplotación del trabajo indio
y campesino va a ser en la práctica el modelo de “colonización” preponderante. A dicha
empresa, el gobierno santafesino concede en 1881 como pago por la deuda de un empréstito
la superficie de tierras más extensa entregada a un solo propietario conocida hasta el presente
(la firma Murrieta y Cía. de Londres): 1.804.563 has, más del 12% de la superficie total de
dicha provincia (Rosenzvaig, 1995: 212).
82. Las variedades de encinas utilizadas en los Estados Unidos contenían un máximo de 9% de tanino; el
quebracho colorado en cambio contenía un 27%. Al mismo tiempo, sólo se utilizaba de la encina su
corteza, mientras que del quebracho se aprovechaba prácticamente todo el árbol.
150
83. En Santa Fe se crearon 14 fábricas de tanino entre 1985 y 1931. En Chaco, 16 entre 1902 y 1939.
En Corrientes, 3 entre 1887 y 1915. En Santiago del Estero, 2 entre 1941 y 1942. En Formosa, 2
entre 1905 y 1931. En Jujuy, 1 en 1929. El frente de desmonte para la producción del tanino avanzó
desde la cuña boscosa santafesina hacia el Chaco en función de una estricta lógica de productividad.
Ciertamente, los rindes en tanino del quebracho colorado disminuían a medida que se avanzaba hacia
el norte (cfr. Ferreyra, 1994, op. cit.).
151
desertificación de características tal vez más profundas que las del norte de Santa Fe y
Chaco.84
Pero allí no concluía el proceso. El obraje tenía ritmos y tiempos propios, era
seminómade. Funcionaba en contrapunto con la devastación del monte y con él se
movían los hacheros, los cargadores, los bolicheros, los prostíbulos ad hoc, y tras ellos los
ferrocarriles. En el pueblo que quedaba atrás, semideshabitado, las compañias pro-
cedían recién a su loteo, el desierto se hacía cada vez más árido, ya que en los
pueblos construidos para extraerle el jugo al quebracho no había agua, había que traerla.
Aquellos que inmigraban de asentamientos tradicionales construidos más en la lógica del
valor de uso, de la reproducción de la vida, vieron que no sólo el quebracho y sus
cuerpos se convertían en mercancía. El metro cúbico de agua se pagaba al valor de un
durmiente y, cuando el obraje desaparecía junto con los durmientes, recién allí, en la
boca reseca se sentía el árido sabor de la nación.
La expansión capitalista construyó un paisaje propio que articulaba en el espacio
conquistado sus recursos con la lógica del valor: se producían durmientes para el ferro-
carril, que transportaba tanino del Chaco santafesino, y postes del Chaco santiagueño.
También se producía leña para los ferrocarriles y en grandes cantidades también para
los trapiches del azúcar de Tucumán, Salta y Jujuy que utilizaban mano de obra indíge-
na del Chaco central. Una geometría en apariencia perfecta porque se mostraba como
reproducción ampliada del teatro de operaciones imaginado desde el cuartel.
Sin embargo, es importante introducirse en algunas de sus contradicciones ya anuncia-
das. Para ello será un requisito delimitar el ámbito de indagación, mostrar más específicamente
152
aquellos vínculos que orientan en relación a los objetivos señalados desde un comienzo. Se
tomarán, entonces, aquellos procesos que tienen un impacto más directo sobre la formación
social de fronteras Chaco central, y el nuevo paisaje que introduce la dinámica de la expan-
sión del capital agroindustrial azucarero al articularse con el Chaco salto-formoseño.
85. Hasta la década de 1870 la fabricación del azúcar se realizaba utilizando trapiches de madera, movidos
por bueyes y mulas, las hormas para el vaciado de la miel eran de barro y para su solidificación de madera.
Toda la fuerza utilizada era humana o animal y solamente el proceso de blanqueo demandaba tres meses.
En cambio, hacia 1872, las fábricas ya contaban con trapiches de hierro, teniendo algunas, centrífugas de
vapor, aparatos de evaporación, generadores de vapor, filtros, etc. Al mismo tiempo que se habían
producido importantes innovaciones en los procesos productivos y de administración (cfr. E. Schleh, op.
cit., N. Iñigo Carreras, op. cit.).
153
CUADRO F: Principales ingenios azucareros asentados en la periferia del Chaco (se excluyen los
ingenios de Tucumán)
El proceso de desplazamiento de los ingenios tucumanos por parte de las agroindustrias azucareras
del ramal, si bien se consolida hacia principios del presente siglo, continúa en la década del ’20 y se
incrementará hacia la década del ’30 ante un nuevo ciclo de auge de la producción. Según datos de
Rutledge (op. cit.), entre 1930 y 1940 la producción azucarera argentina se elevó de 382.994 a
540.631 toneladas.86 Es decir que a pesar de la crisis y el estancamiento que caracterizaron a la economía
86. Hacia principios del siglo XIX, la estructura agraria del norte argentino se asentaba en la llamada
sociedad de hacienda de la Puna orientada al comercio con el Alto Perú. La paulatina decadencia de estas
haciendas comenzó con la independencia en 1810. A mediados del siglo XIX, la actividad más importante
se concentra en el valle de San Francisco a partir del cultivo y explotación de la caña de azúcar.
154
155
87. Hacia principios del año 1879 fueron trasladados hacia la provincia de Tucumán unos 500 indígenas,
luego de la ocupación militar en la Patagonia. Las declaraciones del General Roca sobre este tema muestran
también una clara intencionalidad respecto al compromiso del ejército ocupante respecto al modelo de
acumulación en gestación: “...Sometidos al trabajo que regenera la vida y ejemplos cotidianos de otras
costumbres, que modifican sensiblemente las propias, despojándoles hasta el lenguaje nativo como
instrumento inútil, se obtendría su transformación rápida y perpetua en elemento civilizado y fuerza
productiva...”. Carta del General Roca del 4 de noviembre de 1878 dirigida al entonces gobernador de
Tucumán adelantándole el proyecto de traslado (Citado en Mases, 1987: 100).
88. En 1823, el Cabildo de Tucumán dispone que “por medio de una partida zeladora se recojan todos
aquellos que se encuentren sin oficio ni veneficio por cuanto la agricultura de las quintas inmediatas y los
edificios que se fabrican absolutamente carecen de brazos obreros... de modo que reunidos en la cárcel se
distribuyan a los patrones que lo solicitan actualmente, como son los mismos que han reclamado ante el
procurador general donde igualmente se les deberá dar sus respectivas papeletas a fin de que el bago que
no manifestase la suya en cualesquiera parte donde fuera encontrado sea preso y entregado a un patrón que
se encargue de tenerlo acomodado con buena paga en su respectiva labor” (sic). Citado en Iñigo Carreras,
1988: 42.
89. El código de policía de 1856 exigía que los jornaleros se inscribieran en la policía e incluía normas
específicas tanto para empleadores como para empleados. El código de 1877 incluía nuevas disposiciones
para el trabajo forzado de “vagabundos”, “sirvientes”, e incluso “menores cuyos padres o tutores no fuesen
capaces de controlarles” (Iñigo Carreras, 1988: 44).
156
“Señor Jefe de la frontera del Chaco, don Juan N. Solá. Los subscriptos, propie-
tarios de los ingenios azucareros y plantaciones de caña de azúcar, a S.S. con
respeto exponen: que hace dos años vienen tocando con gravísimos inconve-
nientes para obtener los indios matacos necesarios para las labores de su indus-
tria, debido exclusivamente a la especulación que se ha despertado entre los
vecinos del departamento de rivadavia en connivencia con las autoridades pro-
vinciales y aún con los mismos Jefes de los Fortines que guarnecen la frontera;
especulación que ha convertido al indio en artículo de comercio, desde que sólo
se puede conseguir su servicio mediante el pago de cierta cantidad a los que han
adoptado este negocio, como honesto y lucrativo medio de hacer fortuna. S.S.
sabe que la industria azucarera que tantos brazos necesita para los múltiples traba-
jos que abarca, no cuenta con otros que los indios matacos, en esta provincia y la de
Jujuy, que vienen en la estación oportuna de la cosecha, trabajan seis meses y
regresan a sus tolderías llevando el fruto de su trabajo en artículos de vestidos,
herramientas de labranza, animales, etc. Como a S.S. le consta, este comercio de
relaciones entre el hombre civilizado y el salvaje, y el empleo provechoso que ha
hecho la industria y la agricultura de este elemento perjudicial y que servía de
constante amenaza en la Frontera ha traído por consecuencia la reducción de un
gran número de tribus, convirtiendo así al indio en brazo auxiliar del trabajo que
más tarde será la base fecunda de riqueza para nuestro país (...) En las facultades
de S.S. está evitar que estas irregularidades continúen siempre que se quisiera
adoptar el procedimiento que nos permitimos indicar: en el mes de enero de cada
año, los subscriptos elevaremos a la comandancia de frontera una solicitud ex-
presando el número de indios que precisamos para nuestros trabajos. S.S. pasaría
157
Esta nota enviada por los propietarios de los principales ingenios al Jefe de frontera es
sintomática del conflicto producido entre el modelo de control territorial basado en una
“colonización militarizada” del territorio y el imperativo de la valorización de la fuerza de
trabajo aborigen del Chaco central.
Al complejo entramado de intereses fronterizos, sin dudas de alta conflictividad interétnica,
que implicaba la instalación de fortines, haciendas y reducciones en la frontera con el indio,
se sumaba ahora el imperativo del reclutamiento para estos nuevos actores de la “moderni-
dad”: los ingenios.
Si bien resulta dificultoso dar cuenta con precisión de aquel entramado de intereses en la
frontera de fortines, en la medida en que los “documentos”, en tanto enunciados y prácticas,
poseen la carga de sentido general enunciada a manera de obliterar los intereses específicos
puestos en juego, pueden identificarse algunas pistas para, al menos, dar cuenta de su
complejidad y contradicciones emergentes. Por un lado, tal como se ha descrito, se observa la
impronta de la expansión militar sobre los territorios de recolección, caza y pesca, de la
población indígena que, mediante el uso de una superioridad militar táctica, avanzaba e
instalaba fortines. Pero, una vez producido el avance, estos fortines quedaban a merced de la
capacidad de los jefes para “negociar” con los caciques tanto el aprovisionamiento que no era
garantizado por la comandancia central como así también la compensación “territorial” para
detener los intentos de ataque que, ante una posible situación de mayor capacidad táctica,
podrían realizar –y, de hecho, lo hicieron cuando dichas circunstancias se dieron– las parcia-
lidades indígenas.
Ni las campañas ni los fortines, más allá de los discursos altisonantes de la co-
mandancia central, garantizaban la pretendida “pacificación” de la frontera, al
menos en lo concerniente a una situación de cierta estabilidad deseada desde los
intereses del capital, entre otras razones porque sencillamente producían efectos
contrapuestos: como se dijo, las campañas avanzaban sobre pactos territoriales y
de relaciones económicas interétnicas establecidos en la frontera de fortines y esto
conducía a la resistencia indígena y a la re-producción de la “guerra”.
90. Extracto de la nota enviada al Comandante Solá por prácticamente la totalidad de propietarios de
ingenios azucareros de Salta y Jujuy y reproducida en Schleh, op. cit.: 333-4.
158
“...Me he dirigido por una circular a todos los propietarios que, en sus faenas rurales,
ocupan indios, solicitando de ellos me hagan conocer el número de brazos que precisan
en sus labores para el tiempo de las cosechas, desde mayo a setiembre inclusive, y que
también remitan a la Comandancia, en oportunidad, los encargados que deban con-
ducir a los indios hasta los establecimientos del interior, que algunos se hallan situados
a distancia de ciento sesenta leguas de las tolderías. Allí se fijará el salario, raciones,
condición y todos los detalles necesarios para que el indio quede satisfecho y el agricul-
tor también, teniendo esos brazos seguros a un módico precio.”92
Este mismo discurso fue sostenido por Uriburu para con otras fracciones de la burguesía
que comenzaban a preocuparse también por la escasez de mano de obra indígena. De allí la
solicitud que la patronal de los principales ingenios envían a la Comandancia de Frontera y que
ésta eleva al mismo Uriburu reproducida al comienzo. En el mismo sentido se han señalado ya
en el capítulo anterior discursos semejantes por parte de las comandancias de frontera y los Jefes
de las campañas de conquista y, por lo tanto, se obvia aquí insistir con datos al respecto.
91. La gestación de algunos “malones”, como en este caso, tenía su origen en semejantes condiciones de
inestabilidad en la frontera, la superexplotación, los avances militares de acorralamiento y la resistencia a
perder definitivamente, por parte de los indígenas, el relativo control que aún mantenían sobre sus condiciones
de existencia en el monte. La ofensiva militar encarada hacia finales de 1860 como represalia por parte de la
Guardia Nacional y la comandancia de Salta implicó la aniquilación o huida de 3.000 familias indígenas de
las cuatro mil residentes sobre la costa de Bermejo, según un informe de N. Uriburu (en Fontana, op. cit.).
92. En Uriburu, Memorias de guerra. 1871. Buenos Aires, citado por Iñigo Carreras, 1988: 38.
159
“Me es satisfactorio acusar recibo a la solicitud que se han servido dirigirme con
fecha 5 del mes actual, relativa a la extracción de indios en la frontera de mi
mando, como trabajadores en los ingenios azucareros de vuestras propiedades.
Al aceptar las proposiciones que en la solicitud se notan, imparto en la fecha
orden al Jefe accidental proceda de conformidad a lo solicitado, y sólo me permi-
to añadir que sería conveniente que los mismos capataces que van a la frontera a
160
sacar indios deben conducirlos a la frontera una vez concluidos los trabajos, para
de esta manera evitar la dispersión de los indios y robos cometidos por ellos”.93
A medida que se expandían las agroindustrias del azúcar, se tornaba más imperiosa la
necesidad de garantizar la “extracción de indios” de la frontera, convirtiéndose en la proble-
mática tal vez más acuciante para la expansión del capital agrario. Sin embargo, no serán las
campañas militares las que garantizarán el reclutamiento necesario, sino, tal como ha sido
señalado, la misma patronal de los ingenios. Independientemente de ello, los jefes de campa-
ña insistían permanentemente en su rol de reclutadores y disciplinadores ante el gobierno
nacional, a pesar de que las mismas tendían a producir el efecto contrario. Tal como se
observó en el capítulo precedente el discurso militar de los jefes de campaña insistía en aquel
rol que le cabría por “necesidad” a su institución. Desde Victorica en 1884 hasta Rostagno en
1911, el énfasis en tal sentido resulta sintomático:
93. Nota de respuesta enviada por J. Solá “a los señores hacendados don Miguel Aráoz, don Ramón
Cornejo y otros más”, citada por Schleh, op. cit.: 333-4.
161
civiles, o mejor dicho con sistemas en que imperen los procedimientos de las misio-
nes, que se llegará a transformar al indio. A éste no es posible someterlo a un trabajo
regular, metódico, a horas fijas que marque la campana, corneta o silbato del capataz,
ni creer que el indígena trabaje contra las tentaciones que la naturaleza le ofrece en
épocas determinadas, dándole chañar, algarrobo para comer y hacer el alcohol que se
llama aloja, miel, caza y tantas otras cosas, que en estas zonas cálidas se producen con
abundancia. No se rompen tampoco hábitos de muchas generaciones de un día para
el otro y sobre todo cuando se crean antes necesidades que impongan trabajos para
ganar los medios que los sustenten” (Rostagno, 1969: 13-25).
162
En la perspectiva discursiva de los jefes militares, el enganche del indígena sólo sería eficaz si se
rompía definitivamente todo vínculo, por más débil que fuese, con la modalidad cazadora reco-
lectora de reproducción de la vida. Pero ello era contradictorio con el empleo estacional que
promovía el Ingenio. Si bien la zafra duraba un tiempo relativamente largo del año (de mayo a
octubre), el resto del año la población reclutada debía retornar al monte para procurar su sustento.
Detrás de los discursos en torno a la ineficacia de las reducciones, se esconde también el
interés corporativo del ejército por continuar siendo el centro del escenario institucional, al
insistir en la construcción de reducciones militarizadas a pesar de su “fracaso” en el proyecto de
disciplinamiento pretendido. Ejemplo de ello es, en el Chaco oriental, el caso de la conflictiva
experiencia de la reducción Napalpí (Cordeu y Siffredi, 1971; Iñigo Carreras, 1983, 1984).
Es que en el proyecto de dominación emergente, la construcción de la nación “imagina-
da” mediante la reproducción de una “guerra” hacia una población que nunca la había
declarado, había ya logrado posicionar de manera clave a la corporación militar. Ese lugar
constitutivo de la primacía militar en la organización política y económica de los territorios
nacionales, parecía responder a la configuración de una cierta autonomía relativa de dicha
corporación respecto a las fracciones dominantes del capital. De otra manera, no es posible
entender la recurrencia de la guerra de exterminio, los reiterados etnocidios que se reprodu-
cían en la frontera, más allá de los voluntaristas discursos de los comandantes.
Por ejemplo, en 1902, los vecinos de la localidad de Victorica en el departamento de
Rivadavia (Chaco salteño), informaron a las autoridades que un grupo de aborígenes
“merodeaban” alrededor del pueblo. El teniente Avalos, a cargo de un destacamento
de la zona, seguido por soldados y civiles en armas se encuentran con unos cien indíge-
nas que habían establecido un campamento en un paraje denominado El Churcal.
Mientras recogían algarroba fueron sorprendidos y baleados a mansalva; a los heridos
se los ató en grupos de 5 o 6, mujeres y niños incluidos, y luego fueron degollados. Sólo
seis lograron escapar.95
Algunas veces, lograban huir ante la presencia del ejército. La memoria de la infancia de
un inmigrante escocés residente a escasos kilómetros del Ingenio Las Palmas, recuerda un caso
ocurrido entre 1906 y 1907:
“...Venían estas tropas con la orden de no perdonar a ningún indio (solían venir con sus
mulos cargados con pertrechos, carros, caballos, los soldados con fusiles y equipos
completos, todos montados). Por papá, que trabajaba en Las Palmas, supimos que venía
un regimiento punitivo en viaje hacia fortín Roca. Entonces, mamá mandó avisar
rápidamente a los indios que vivían en las tolderías, cerca de casa. Trajo a casa a los indios
que estaban carpiendo caña y a veinte de ellos los encerró en el gallinero. Era un
gallinero todo cerrado, no se podía ver afuera lo que estaba adentro. Alrededor de una
95. Extraído del diario La Prensa del 1 y 2 de mayo de 1899, citado por L. Fuscaldo, op. cit.: 49.
163
hora después, aparecieron los primeros soldados. Para entonces, ya todos los indios de
las tolderías habían desaparecido, se habían metido en los montes (...) mamá en su
medio castellano (...) le dijo al sargento: –indio, indio muy bueno, pobrecito, indio
muy bueno, muy bueno. El sargento, retorciéndose los bigotes, le contestó: –mire,
señora, yo conozco solamente a un indio bueno y ese indio es un indio muerto”.96
Situaciones como las descriptas se reiteraban en toda la frontera con mayor o menor
frecuencia, produciendo –como se dijo– resistencias por parte de las parcialidades indígenas
cuando las condiciones así lo permitían, reflotándose el círculo de la violencia ejército-indios.
Y, nuevamente se diseñaba una campaña general (Rostagno) que tendía a expulsar a la
población aún más hacia el interior del monte; luego de lo cual se restablecían negociaciones
con algún cacique para incorporar a su gente a los trabajos de las haciendas...
Este esquema, hay que reiterarlo, parece tener poco que ver con las demandas coyuntu-
rales de mano de obra barata de los emprendimientos agroindustriales regionales. De hecho,
los indios que buscaba el sargento mencionado en el relato estaban trabajando en el mismo
ingenio hacia el cual sus superiores debían, según sus propios enunciados discursivos, desti-
nar a la población indígena. En el mismo sentido, aunque en otras circunstancias, los discur-
sos y prácticas de patrones y militares no apuntaban necesariamente en la misma dirección.
En un almuerzo realizado en el marco de la fundación de la colonia San Carlos, cercana al
ingenio Las Palmas, fue presentado ante los comensales, entre los que se encontraban los patrones
del ingenio, colonos inmigrantes que trabajaban en el mismo y miembros del ejército, el cacique
“Chacarero”, nominado como un ejemplo, un modelo de disciplinamiento. Interpelado a emitir
unas palabras, y consciente del significado simbólico del apodo impuesto y del ritual de su
presentación en la sociedad local, Chacarero expresaría: “nosotros ya no robando ni matando sino
trabajando”. Luego de los consecuentes aplausos generales, el general Vedia propone a los asisten-
tes la realización de una colecta “para regalarle una habitación”. Hardy, el inglés patrón del ingenio,
tal vez de convicciones más funcionalistas, sabiendo claramente lo que estaba en juego en ese acto,
de acuerdo a sus intereses específicos, dona al grupo de Chacarero 40 hectáreas de tierra “para que
se establezcan definitivamente entre la gente civilizada” (Carrasco, 1889).
En el modelo militar, el indio no es merecedor de tierras, no ha alcanzado aún el “estadio”
de la civilización (el imaginario de la revolución neolítica) o, tal vez, nunca lo alcance; su
única alternativa es la desterritorialización, su destino es el de integrarse al nuevo espacio de
la producción para “regenerarse” en la disciplina laboral; la tierra lo tienta demasiado, lo
conserva en su “salvajismo”: para la comandancia del ejército nacional la tierra es “su” patria,
porque de hecho se siente dueña después de la “guerra”. En el modelo del patrón, de códigos
estrictamente contables, la retención de su fuerza de trabajo y la reproducción de la misma a
los más bajos costos resultan su prioridad, su patria es el ingenio.
96. En G. Adamson y M. Pichon-Rivière, Indios e inmigrantes. Una historia de vida. Buenos Aires,
Galerna, 1978: 19-20.
164
Hacia la primera década del presente siglo, los 15.000 trabajadores que absorbían los
ingenios saltojujeños para la zafra provenían, en su mayoría, de la población india chaqueña
(Rutledge, 1987: 165).
El enganche de los trabajadores en el monte era posible, entonces, por dos razones
centrales: a) por las limitaciones de productividad cazadora-recolectora y pesquera de las
parcialidades indias para la reproducción de la vida, habida cuenta del acorralamiento en los
espacios de menor oferta ambiental, y b) por la ocupación territorial de los criollos ganaderos
fronterizos, que profundizó la crisis reproductiva de la población india, proceso –éste– que
por su especificidad será tratado en un capítulo aparte.
Los indios del Chaco que se desplazaban hacia la zafra eran reclutados hacia mediados de
marzo, coincidiendo con el inicio de la estación seca, es decir, de menores rindes de las
actividades de recolección caza y pesca. Esta situación constituiría un elemento de importan-
cia en el éxito de la patronal en lograr el reclutamiento de fuerza de trabajo: al llegar los
“contratistas” a las poblaciones indígenas, la escasez de alimentos para la subsistencia tendía a
propiciar el “enganche”.
El contratista llegaba con alimentos; en los primeros tiempos arreaba ganado en pie para
carnearlo durante el tiempo que demandaba recorrer los varios cientos de kilómetros hasta los
ingenios principales: San Isidro en Salta, y Ledesma, La Esperanza, San Pedro y Río Grande
en Jujuy. Ese recorrido debía realizarse a pie hasta el momento en que fue inaugurado el
ferrocarril Formosa-Embarcación en 1930 (Gráfico-Mapa 5).
Este “modelo” de reclutamiento organizado por la patronal de los ingenios usufructuaba la
mediación de estos contratistas (denominados “mayordomos”) que por lo general eran comer-
ciantes locales (bolicheros) que se establecían en los fortines o en las reducciones militares y
hacían “negocios” con las parcialidades indígenas. Dicho negocio consistía, entre otros, en
“adelantos” de mercancías, ganado, etc., que constituían un primer activador del interés indíge-
na por el enganche. Estos adelantos eran realizados a los caciques de las distintas parcialidades,
quienes se encargaban de organizar a los grupos que migrarían hacia los ingenios. Este mecanis-
mo es también un indicador de la relativa capacidad de retención que ejercía el monte sobre la
población india (cfr. Bialet Massé, 1973; Rutledge, 1987).
A pesar de aquella importante absorción de fuerza de trabajo estacional, el sistema de
enganche mediante el cual la patronal accedía a la mano de obra indígena no dejaba de
constituir una limitante a la disponibilidad sistemática de la misma en los momentos y
condiciones requeridas por el capital.
Uno de los elementos de dicha limitación relativa se expresaba en el hecho de que la subsunción
del trabajo por el capital estaba basada en la modalidad recolectora-cazadora de los procesos de
trabajo indígenas, que eran preexistentes a la intervención del propio capital. Ciertamente, aún
reducidos y acorralados en un espacio “marginal” (incluso desde las mismas actividades reproductivas
165
166
HÉCTOR HUGO TRINCHERO
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15/04/2010, 15:15
Fuente: elaboración propia.
OBRAJES, INGENIOS Y ALGODONALES
de la vida india), el monte, aquel almacén primitivo de víveres, aunque cada vez en forma más
limitada, continuaba siendo un espacio de retención relativa de la población.
Pero esta capacidad relativa de retención del monte era también, en otro aspecto, funcio-
nal al proceso de valorización: permitía la reproducción de los productores durante los meses
en que éstos no eran incorporados al proceso productivo del ingenio. Este trabajo de repro-
ducción no “pagado” por el salario horario, es decir, la reproducción física de los trabajadores
indígenas cuando éstos no se encontraban en el ingenio, de hecho era pagada por la econo-
mía doméstica basaba en la recolección, la pesca y la caza.
Sin embargo esta situación que podría denominarse de “relativo equilibrio inestable” (en las
condiciones de sometimiento descriptas) entre la reproducción de la vida en el monte y la
reproducción del capital en los ingenios, tendía a traducirse en situaciones de conflicto por
varias razones. Una de ellas y ya enunciada, era generada por la propia lógica de la expansión
militar que no sólo incrementaba el círculo de violencia, sino que expulsaba permanentemente
a la población indígena hacia los interiores del monte e incrementaba (paralelamente al extermi-
nio de importantes contingentes de población indígena) formas de resistencia y de organiza-
ción de las parcialidades de carácter defensivo. Este proceso tendía a producir escasez en la
disponibilidad de la fuerza de trabajo indígena, que debía dedicar parte de su tiempo a estas
acciones. Una segunda, y paralela a la anterior, era la generada por la expansión territorial de
colonos que apoyados por las fronteras de fortines y los avances militares apostaban a la expul-
sión de la población indígena de los territorios accesibles por los contratistas de los ingenios.
Ambas situaciones combinadas produjeron, además, transformaciones substanciales en la “oferta
ambiental” tradicional a partir de la cual basaba su reproducción la economía doméstica india
(el impacto mayor fue en un primer momento sobre la caza de animales de relativa talla que
fueron desplazados por la presencia vacuna; sin embargo, estas transformaciones, por su com-
plejidad e impacto, serán analizadas con mayor detalle más adelante). Una tercera, se relaciona
precisamente con el carácter territorial de la reproducción de la fuerza de trabajo, ya que daba
lugar al modelo de disciplinamiento del tipo de las misiones y reducciones que, como se ha
observado, por su propia dinámica tendían a una retención (más allá del “tiempo necesario”) de
la mano de obra indígena. Por último, estas configuraciones contradictorias tendían a
incrementarse con la expansión de otros frentes de valorización del capital agrario; tal es el caso
de la producción algodonera que comienza un período de auge hacia la década de 1920.
Esta contradicción entre reproducción de la vida y reproducción de distintas fraccio-
nes del capital agrario pretendía ser resuelta, como se ha planteado, mediante modelos
coercitivos de reclutamiento que fueron delegados por el propio estado “modernizador”
hacia la corporación militar, a pesar de que en la práctica la propia corporación militar, en
función de sus propios intereses, tendía a agudizar aquella contradicción que, considera-
ban, estaban destinados a resolver.
El proyecto de reclutamiento producido por la misma patronal de los principales
ingenios del ramal se inscribe en aquellas contradicciones. Así, la modalidad de enganche
significaba, al mismo tiempo, un costo adicional para el capital azucarero. Estos costos
167
tenían dos componentes principales: uno estaba representado por aquellos gastos directos
requeridos en personal, transporte, alimentos, etc., que resultaban de la puesta en marcha
de aquellos largos y penosos viajes al monte en búsqueda de indios (y cuando no, por las
“compensaciones” que debían dejar en los fortines de frontera). El otro estaba representa-
do por la inseguridad en llegar a reclutar el contingente demandado en el momento
oportuno, es decir, en el período de la zafra. Sin embargo, los relativamente altos costos de
reclutamiento a los que se enfrentó la patronal eran reingresados en la contabilidad del
ingenio mediante formas de retribución del trabajo que implicaban la retención coercitiva
del salario horario. Mecanismo a través del cual el trabajador quedaba en situación de
deudor permanente por los adelantos obtenidos en mercancías para hacer frente a su
“subsistencia” durante el período de contratación en el ingenio.
Aún más, las limitantes no sólo se expresaban para la patronal en los costos de recluta-
miento, sino también en la forma de reproducción de dicha fuerza de trabajo estacional, ya
que, como se dijo, el trabajo en los ingenios abarcaba un período muy amplio del año
(prácticamente siete meses, contando el tiempo que demandaban en un comienzo los largos
y penosos viajes del monte a los ingenios y viceversa), por lo que afectaba no sólo a las
actividades principales de recolección, sino también a la pesca, actividad específicamente
masculina y para la cual se requiere determinada aptitud física y destreza, por lo que la
migración de los jóvenes a la zafra significaba una limitación sustantiva a la capacidad reque-
rida en esta actividad como mecanismo reproductivo.
Desposeídos y presionados en el monte, los agrupamientos indios se sometieron al
reclutamiento, ya sea en los obrajes madereros o bien en aquellas fracciones más dinámicas del
capital agroindustrial representadas por los ingenios azucareros, como forma de limitar el
exterminio físico, o trocarlo por las nuevas relaciones de producción prevalecientes.
La relativa capacidad de retención del monte, en el contexto del proceso de proletarización,
se expresaba también en las resistencias producidas por la población india ante los ensayos de
disciplinamiento intentados al interior de los propios ingenios, en los que, esta vez, participa-
ban fuerzas policiales. Tal como recuerdan los mismos protagonistas.
168
97. Los “talleres de historia y memoria crítica” constituyen una herramienta metodológica construida en el
marco del proyecto de investigación “Memoria crítica y configuraciones de la identidad en el Chaco central
argentino”, de la programación UBACyT 1994-1997 y del programa de Extensión Universitaria “Nosotros
los Otros” (SEUBE-Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA).
169
II
“Yo estaba con esa gente, porque fui junto con los chorote cuando viajamos al
ingenio. Los milicos me agarraron y me metieron en el corral de las mulas, entonces
los milicos revisaron a la gente, los tocaban para ver si tenían cuchillos y otras armas.
Entonces, cuando los milicos nos agarraron, le dije a mi compañero: –hay que
guardar bien los cuchillos. Entre nosotros conversábamos sobre qué podíamos
hacer cuando estábamos en el corral de las mulas. Yo pensaba que los milicos nos
iban a meter tiros, pero ellos sólo nos quitaron las cosas... Eso era lo que hacían los
milicos. A veces yo me acuerdo de lo que pasaba antes. Nosotros les teníamos
mucho miedo a los milicos. Las mujeres tenían más miedo todavía. A ellas también
las metieron junto a los hombres en el corral de las mulas. Al rato llegó un hombre
que se llamaba Lucio Cornejo y al llegar dijo: –miren hijos, ustedes no van a tener
problemas–. Así era lo que dijo Lucio Cornejo. Entonces el problema con los
milicos pasó. El patrón dijo: –bueno ahora ustedes no tienen más problemas pero
se tienen que volver a sus casas–. Entonces ese hombre le pagó muy mal a la gente.
A algunos les dio cien pesos, a otros les dio cincuenta pesos. Al que había trabajado
más le dieron cien pesos. A pesar de que los ingenieros se enojaron mucho con la
gente, los llevaron con un transporte... Desde el día que la gente iba para el ingenio,
no se tenía noticias de ellos. Recién cuando la gente regresaba a las comunidades,
los que quedaban se enteraban que algunos habían fallecido, allí se enteraban
algunos que su hijo había muerto. Antes era muy difícil saber porque no teníamos
98. Relato de Juan Tioy. Chorote. Misión La Merced. Depto. Rivadavia Banda Norte, Chaco salteño,
citado en J. Ubertalli, 1987: 92.
170
radio. Cuando pasaba algún problema nadie se enteraba. Cuando el hijo de al-
guien iba al ingenio el padre no sabía si había fallecido. Recién al regreso conocía la
noticia. El ingeniero no daba medicamentos a la gente. El tenía pero no le quería
dar a la gente. Cuando alguien se enfermaba, lo dejaba ahí nomás. No tenía
ninguna atención hasta que se moría. Cuando se enteraba que alguien estaba
enfermo decía que no era enfermedad lo que tenía sino que había tomado mucha
caña y se burlaba de la gente. Esto también quiero decir, así eran los ingenieros...
Los ingenieros tenían otras costumbres. Llegaban temprano a hurgar en las casas,
cuando encontraba personas que estaban enfermas en una casa les decía: –levánte-
se y vaya a trabajar, vos no estás enfermo, te hace mal la caña que tomaste–. Esto era
lo que decía el ingeniero, no decía otra cosa. Así trataba a la gente. Pero igual cada
año nosotros íbamos al ingenio y cada año la gente iba contenta sin pensar en lo
que pasaba después. Era demasiado el trabajo y cuando uno empezaba a veces no
podía terminarlo, entonces no podía ganar el boleto y al otro día tenía que volver
a trabajar igual. Ellos usaban a la gente como esclavos. Pero al otro año cuando
llegaba el contratista igual la gente se enganchaba. Cuando regresábamos del inge-
nio a veces encontrábamos que había mucha sequía, moría mucha gente en el
camino. Cuando terminaba el trabajo y se cerraba la planilla, el ingeniero le daba
a la gente trabajos como changas. Cuando nosotros escuchábamos que se cerraba la
planilla nos alegrábamos mucho porque sabíamos que había terminado el trabajo.
Entonces hacíamos una fiesta de despedida a los compañeros. Seguíamos haciendo
changas. Entonces la gente cantaba. Todos estábamos muy apurados para volver a
las comunidades. Cuando cerraban la planilla el ingeniero avisaba que faltaban
diez días para irnos. Nosotros trabajamos medio día porque el patrón dijo que se
terminaba el trabajo y cuando lo escuchamos nos pusimos muy contentos, porque
sabemos que entonces vamos a regresar a nuestro pago. Entonces el patrón dijo,
entreguen todas las herramientas y déjenlas en el depósito. Yo no me acuerdo qué
año era cuando trabajábamos en el ingenio. Entonces cuando escuchamos la cam-
pana entregamos las herramientas al encargado del depósito y él hacía un control,
siempre había alguna persona a la que le faltaban herramientas cuando se las
entregaba, no siempre era porque las perdía sino que a veces el mismo paisano la
vendía. Pero siempre que faltaba alguna herramienta se la descontaban del jornal
por planilla. Después de haber entregado las herramientas el patrón nos decía que
alistemos nuestras cosas porque enseguida iba a venir el tren. Cuando el tren se iba
tocaba el silbato para despedirse y la gente se ponía muy contenta, siempre era así
cuando finalizaba el trabajo. El patrón trasladó a toda la gente hasta el ingenio San
Martín y ahí les pagaba el pago grande, ahí se juntaban todos los capitanes. Al otro
día cada capitán pagaba a su gente y así día tras día un capitán después de otro.
Cuando nosotros cobrábamos no sabíamos cuánto habíamos ganado, no sabíamos
cuánto nos tenían que pagar. El pagador abría una frazada y allí amontonaba
171
distintas cosas como camisas, cortes de tela y otras, él iba poniendo cosas hasta que
nos decía hasta aquí alcanza tu jornal. Así era antes nosotros trabajábamos en el
ingenio sin saber cuánto cobrábamos, ninguno de nosotros sabía cuánto le corres-
pondía ganar, ni el capitán sabía cuál era el trato que nosotros teníamos con el
patrón. Tampoco sabíamos cuánto nos descontaban del jornal, la gente sólo
había escuchado que nos hacían descuento, y decían que había descuento
por pérdida de herramientas pero no sabíamos cuánto era ese descuento. Así
es como nos trataba el patrón cuando trabajábamos en los ingenios, cuando
uno perdía las herramientas él nos descontaba casi la mitad del jornal de un
año, cuando pierde hacha, machete nos descontaba mucho del jornal y no
podíamos reclamar, ni el capitán podía reclamar. El patrón no nos hacía nin-
gún descuento para la jubilación o la pensión. Antes había personas que tra-
bajaban todo el año todos los años hasta que eran viejos, y cuando ya no po-
dían trabajar más el patrón no les reconocía nada. Después la gente se dio
cuenta que los descuentos que les hacía el patrón no eran para la jubilación, que
eran un engaño, que este descuento no iba a ninguna caja de jubilación o pensión,
nosotros no sabíamos a dónde iban los descuentos cada año. Y nosotros no podía-
mos reclamar ni el capitán podía porque él tampoco sabía nada... A veces sólo nos
alcanzaba para la ropa en el pago grande y se veía que engañaban a la gente.
Cuando nos dimos cuenta ya era tarde, ahora recordando esas épocas nosotros nos
quejamos... A pesar de todo nosotros trabajábamos en los ingenios porque necesi-
tábamos un poco de ropa, de comida, por eso es que nosotros trabajábamos en los
ingenios, para ganar comida. Por más que el patrón nos engañaba cada año volvía-
mos a trabajar al ingenio San Martín, para ganar la comida para nuestros hijos... Lo
que nosotros reclamamos es la verdad, ninguno sabía cuánto le correspondía ganar
por año, el patrón no me avisaba cuánto ganaba yo por año, ellos mismos decidían
cuánto me tenían que entregar. En aquellos tiempos sufríamos mucho por no
saber, ni siquiera sabíamos el precio de las mercaderías que nos entregaban como
pago. El mismo patrón controlaba sobre lo que me daba... Esta queja que nosotros
tenemos es la misma que tienen todas las personas que trabajaron en los ingenios,
cualquier persona se quejará de lo mismo que yo. En ese tiempo lo peor es que no
sabíamos nada ninguno de nosotros sabía controlar o hacer cuentas, no sabíamos
absolutamente nada, sólo alguno sabía escribir pero muy poquito... Cuando noso-
tros comprendimos lo que pasaba el patrón ya no quería ocupar más a la gente.
Desde aquellos tiempos a hoy hay chicos con instrucción que ya saben escribir,
pero ya pasó mucho tiempo desde que los patrones nos engañaron y ya es tarde.
Nosotros ya hicimos nuestro trabajo en las tierras de los ingenios y resulta que
ahora no nos quieren ocupar más, antes las máquinas no trabajaban en los ingenios
sino que trabajábamos nosotros, trabajaban las mujeres... Las mujeres también
trabajaban en el desmonte y sufrían mucho porque le tenían miedo a las víboras,
172
Para ambos relatos, narrados originalmente “en lengua” (el primero en chorote, el segundo
en wichí) se ha preferido respetar el orden sintagmático de los mismos, es decir no producir
cortes ni intercalados analíticos, ya que expresan un claro contrapunto de complementariedad
con el contexto analítico presentado, haciendo innecesario cualquier agregado.
99. F. Gauffín (q.e.p.d.). Relato tomado por L. S. en el marco de las actividades del Taller de Memoria.
173
100. Si se insiste aquí en no profundizar en torno a las cuestiones metodológicas inherentes al análisis de la
narrativa mitológica es porque ello conduciría el análisis hacia un derrotero distinto al formulado en los
objetivos de la presente Tesis. Sin embargo, es importante aclarar que hacer énfasis en la resignificación del
relato por parte de los sujetos sociales no implica incursionar en proposiciones subjetivistas. Al contrario, son
las prácticas materiales de los actores sociales las que producen el anclaje de inteligibilidad a los mundos
simbólicos que, por eso mismo, se convierten en otras prácticas. De allí que los mitos y los cuentos populares
en general no conformen un universo estático (tal vez en ello se transformen cuando quedan atrapados por los
estudiosos, como literatura o bien como “cultura”). Al hacer hablar a las narrativas, los sujetos sociales las
actualizan, las resignifican para insertarlas en el conjunto de sus prácticas sociales. Este aspecto de resignificación
es el que interesa resaltar aquí con el objetivo de ponderar la “eficacia simbólica” de un determinado relato.
174
los cuentos populares que asumen esta modalidad, el diablo tiende a suavizarse, no llega
a ser el “demonio maléfico” de la propia teología cristiana ya que se lo asume en forma
burlesca o satírica (valgan para el caso los ejemplos de personajes como Salamanca,
Zupay, Mandinga, etc.) antes que como ser terrible o pavoroso. Al igual que en los
cuentos populares europeos, el diablo muchas veces es vencido por la astucia del hom-
bre, de allí que en estos cuentos populares los pactos con el diablo posean un efecto de
moraleja: si se lo enfrenta es posible vencerlo, hay final feliz posible y salvación terrena.
Estudios antropológicos contemporáneos, inscriptos en el debate en torno a la noción de
ideología y vinculados a la tradición marxista sobre el tema, se han dedicado al análisis de la
emergencia de la figura del diablo (o el demonio) en las narrativas populares latinoamerica-
nas. En tal perspectiva, es interesante rescatar el trabajo de M. Taussig respecto al significado
que adquieren dichas narrativas en el contexto de la producción minera entre trabajadores de
Bolivia. La propuesta de este autor es que la imagen del diablo, morador de los socavones
representaría algo así como una respuesta simbólica de trabajadores provenientes de “econo-
mías” orientadas por el valor de uso a la desestructuración producida por el modo de produc-
ción capitalista. Es decir, el cambio que se produce al pasar de una economía organizada en
torno al valor de uso, y en la cual son las relaciones interpersonales las que se fetichizan, por
una economía del valor de cambio en que las relaciones sociales parecen adquirir el significa-
do de intercambio entre cosas: el fetichismo de la mercancía. En palabras del propio autor:
“The devil-beliefs that concern us in this book can be interpreted as the indigenous
reaction to the supplanting of this tradicional fetichism by the new. As undestood
within the old use-value system, the devil is the mediator of the clash between these
two very different systems of production and exchange. This is not only because the
devil is an apt symbol of the pain and havoc that the plantations and mines are
causing, but also because the victims of this expansion of the market economy view
that economy in personal and not in commodity terms and see in it the most
horrendous distortion of the principle of reciprocity, a principle that in all precapitalist
societies is supported by mistical sanctions and enforced by supernatural penalties”
(Taussig, 1980: 37).
Este tipo de análisis en torno a la emergencia tópica de la figura del diablo en las denomi-
nadas “precapitalist societies” remite, antes que a una construcción propia de dichas “socieda-
des”, a la conformación en primer lugar del hecho colonial, y en segunda instancia del
denominado “catolicismo popular” fuertemente arraigado en las tradiciones populares rura-
les latinoamericanas, tal como el mismo autor lo interpreta. Sin lugar a dudas, el análisis de
Taussig, ha realizado un sustantivo aporte a la inteligibilidad de los fenómenos simbólicos en
el marco de las aproximaciones marxistas al tema, al señalar el contraste entre modalidades
contrapuestas de fetichizar las relaciones sociales. De todas maneras, podrían hacerse dos
consideraciones sobre el tema.
175
“Siempre íbamos al ingenio y allí estaba el familiar..., el familiar, sí, ese tipo se
llevaba a la gente. Cada tanto el ingenio dejaba de funcionar, las máquinas se
apagaban, se apagaba la luz. Entonces aparecía... se veía una luz que iluminaba a la
gente que estaba en los lotes. El familiar venía con una luz en la cabeza buscando
a la gente que estaba trabajando. Entonces elegía uno y se lo llevaba. El prefería a
la gente indígena. Entonces las máquinas volvían a trabajar, porque las máquinas se
tragaban a la gente. El familiar era Patrón Costas. Los ingenieros venían por los
lotes y se llevaban a la gente que no trabajaba bien. Llevaba a la gente y así
alimentaba a las máquinas. Entonces comenzaban a andar otra vez. Si el familiar no
conseguía gente para llevar el ingenio no funciona, se apaga todo, se para... Eso
pasaba con el familiar en el ingenio”.101
Haciendo una breve exégesis comparativa con la versión y los mitemas posibles presen-
tados inicialmente es posible señalar lo siguiente:
101. Narración del familiar relatada por L. M. de Misión Pozo de Yacaré en febrero de 1990.
176
a) El demonio no es identificado con el “perro negro”, sino con una figura humana y en
particular con los dueños del ingenio o bien sus “representantes” en la finca “el ingeniero”.
b) Los destinatarios de la acción es “la gente indígena” o bien “la gente” (los wichí, que
puede traducirse precisamente como nosotros-la gente).
c) No aparece, en ningún caso, algún héroe salvador o vencedor del demonio ni tampoco
mencionados los instrumentos que se le oponen para vencerlo.
d) La presencia del familiar-demonio se da en los ingenios y también algunos otros
empleos estacionales en los que se insertan los trabajadores indígenas.
Es interesante indicar que en el relato aborigen sobre el familiar no hay indicio alguno de
pacto. En él no es tanto el pacto con el Diablo lo que se significa sino el Diablo mismo. Ahora bien,
¿es este el Diablo tal y como lo representaría la misma interpretación evangélica negativa hacia el
poder y la riqueza? En algunos relatos, sobre todo aquellos narrados por trabajadores de extracción
campesina del NOA parece existir esta correspondencia, de hecho Valentié la establece: la asocia-
ción con el perro negro o bien alguien vestido de negro remite a las oscuridades de lo infernal. El
negro “en el simbolismo cristiano es el color del príncipe de las tinieblas, en cuanto representa al
Demonio, la maldad, el pecado”. Pero en nuestro caso eso no ocurre: el familiar no es negro ni
demoníaco (en su sentido religioso), no representa el pecado que se produce por el pacto ni la
compensación del bien en la pureza de la ofrenda, el sacrificio. No parecen ser éstos los contextos
de significación del relato en la narrativa indígena, por ello el relato no reproduce esas imágenes, o,
en todo caso, las “olvida” para proponer una lectura que indudablemente es más profana.
El familiar es el patrón o el ingeniero (socio del patrón), no es un ser cargado de los
símbolos de lo maléfico en el esquema de la simbología cristiana: es el mal hecho capi-
tal. Lo monstruoso son las máquinas que devoran a la gente, y la disciplina no es la
oración o el sacrificio como formas de expiación, sino el trabajo sin pausa.
Es cierto que en sus formas más arcaicas, el relato remite a los símbolos cristianos y aún
más a ciertas formas de demonizar al “otro” en las prácticas inquisitoriales. Pero el relato al ser
reapropiado cobra nuevos sentidos: su contexto no es ya ése y, en este caso, ni siquiera el
catolicismo popular que los indígenas del Chaco nunca practicaron o construyeron (se ha
observado ya que las misiones católicas poco pudieron hacer para “dominar el demonio” que
suponían había morado en los cuerpos de los paisanos del Chaco).
Por otro lado, el relato del familiar –es importante agregar– fue conocido por los paisanos en los
ingenios, es decir, no proviene de los interiores del Chaco sino de su frontera, lo cual implica que su
contexto de significaciones se reduce a la experiencia histórica concreta como trabajadores del inge-
nio, aunque no sólo allí. Ciertamente, en los relatos de los paisanos el familiar aparece en dos lugares
concretos: los ingenios y los pozos petroleros, no así en otras experiencias laborales: en las plantaciones
hortícolas o bien en las plantaciones de poroto en el umbral al Chaco. Esto es así porque parece estar
vinculado directamente con “el trabajo muerto”, con la maquinaria y su funcionamiento: el sistema
agroindustrial funciona no sólo sujetando el cuerpo, sino que lo devora. Es la representación de la
articulación de los ritmos laborales a los ritmos de la mecanización y del disciplinamiento coercitivo
que garantizaba la regularidad del proceso de producción frente a cualquier intento de rebeldía.
177
Hay que señalar incluso que, según el relato de los trabajadores aborígenes del ingenio, la
misma patronal se encargaba de reproducir aquel sentido demoníaco de “el familiar” y tampoco
parece ser casual que los “devorados” por el demonio fuesen aquellos que, de una u otra manera,
se rebelaban contra las condiciones de explotación. Es significativo al mismo tiempo la manera en
que el relato adquirió significaciones más concretas aun durante la dictadura militar. Precisamente
la historia de la represión en el Ingenio Ledesma, por ejemplo, tiene un hito histórico en el
conocido “apagón de Ledesma”, acontecimiento en el que desaparecieron sindicalistas del ingenio
en manos de un operativo organizado por la patronal del ingenio y autoridades militares locales.
El relato de “el familiar”, re-producido por los aborígenes del Chaco central, tiende a
significar la lógica contradictoria de la explotación en el marco de la experiencia semiproletaria
a la que se han visto compelidos para la reproducción de la vida. Permitía y habilita aún hoy a
pensar y hablar sobre las condiciones de explotación mediatizándose en un relato que, encarna-
do en las “tradiciones” mismas del catolicismo regional, se tornaba propicio para ello. Su eficacia
simbólica descansa precisamente en su carácter ambiguo, que permite al mismo tiempo sus usos
por parte de la patronal y los trabajadores. En su capacidad para funcionar de instrumento para
hablar de aquello que no se podía hablar, por eso se narra hoy así: el familiar era Patrón
Costas, las máquinas imponían el ritmo en la zafra, no había héroes salvadores en el
ingenio. En todo caso el familiar habilita, también, pensar contra el demonio.
102. Hacia principios del siglo XIX, la estructura agraria del norte argentino se asentaba en la llamada
sociedad de hacienda de la Puna orientada al comercio con el Alto Perú. La paulatina decadencia de estas
haciendas comenzó con la independencia en 1810. A mediados del siglo XIX, la actividad más importante
se concentra en el valle de San Francisco a partir del cultivo y explotación de la caña de azúcar.
178
forma de valorización del capital, cuya expresión concreta resultó en el auge de la producción
algodonera en el oriente chaqueño.
Ciertamente, entre 1920 y 1937 (según los respectivos Censos Nacionales), la superficie
cultivada de algodón en la actual provincia del Chaco pasa de 34.690 a 466.078 hectáreas.
Ya desde tiempo atrás varios estudios que tenían como mira los resultados de las explotacio-
nes algodoneras en Estados Unidos de Norteamérica planteaban las posibilidades de dichos
cultivos en Argentina. Si bien el modelo de expansión del algodón tenía como objetivo produ-
cir un movimiento colonizador, y de hecho así fue, se analizaba también la factibilidad de
contar con la mano de obra disponible para su expansión, apareciendo nuevamente formulaciones
en torno al significado cultural y económico de la presencia regional de poblaciones indígenas:
“No hay duda de que el negro representa un factor importante para la producción
algodonera en los Estados Unidos: por su número, por sus exigencias reducidas, más
que por la sobriedad verdadera, por sus costumbres sencillas, puede producir algodón
a un precio que no admite competencia. Semejantes condiciones se hallan reproduci-
das en otras en otras regiones algodoneras, como en Egipto, por los pobres fellahs, en la
India, por los miserables indus (sic), en la China por los parias chinos, y esas modalida-
des constituyen un hecho no de pequeña influencia para la propagación de este culti-
vo. No es que sea imposible el cultivo con el obrero blanco, pero no hay duda de que
aquellos pobladores presentan ventajas para esta producción, sobre todo cuando
los precios del algodón son poco elevados.
Es reflexionando sobre estas condiciones que he hallado una mayor posibilidad de
propagar este cultivo en la región algodonera de la Argentina, por medio de la utiliza-
ción de los indios en mayor escala de lo que se hace actualmente” (Girola, 1910).
“...Al iniciarse la cosecha de algodón hicimos notar a comercio local casi segura falta
de brazos para que solicitaran ayuda poderes públicos y se evitara lo que venía
haciéndose actualmente en esta época, con los indios radicados en ésta zona que
eran reclutados por un comerciante de aquí para un ingenio de Salta y llevados a
esa provincia; esto porque la mano de obra del ingenio es caso irreemplazable para
la cosecha del algodón. Comercio prometió ocuparse; pero seguramente por con-
descendencia hacia los reclutadores y cometiendo un verdadero atentado al pro-
greso de la región, nada hizo y así nos encontramos con que ya empezó en gran
179
escala el embarque de indios. Cuando una plaga hácenos temer fracaso nuestros
esfuerzos, recurrimos demanda ayuda poderes públicos, hoy con la misma vehe-
mencia rogamos vuestra intervención ante amenaza desastre significa falta de bra-
zos. Deteniendo salida de indios y haciendo regresar a los que se van habrase
puesto un gran remedio a este mal, luego concediendo rebajas pasaje peones y
encauzando inmigrantes estas regiones habríase conjurado. Señor Ministro: esta-
mos apogeo cosecha y no podemos levantarla falta de brazos. Reclutamiento indios
sigue gran escala y no hay peones: urge pues vuestra inmediata intervención para
evitarnos desastre que sin exageraciones anunciamos. (Firman 50 colonos de Ro-
que Sáenz Peña)”.103
En respuesta a estos requerimientos, dos decretos, uno local, es decir del gobierno del
Territorio Nacional del Chaco (1924) y otro del gobierno nacional (1927), prohibieron la
contratación de los indígenas fuera del territorio donde se asentaban (Iñigo Carreras, 1983).
En este caso, la forma de coacción sobre la disponibilidad de la fuerza de trabajo indígena
adquiere una funcionalidad directa sobre una fracción de capital en particular. Esta forma de
intervención directa generó una vuelta de tuerca más en la dependencia del capital
agroindustrial azucarero de la fuerza de trabajo. En tal sentido, puede sostenerse que el
imperativo de un reclutamiento más eficaz y sistemático, como la reproducción de la
fuerza de trabajo estacional necesaria al proceso de valorización, es el contexto en el
que se inscribieron las acciones de la iglesia anglicana en la región.
Los vínculos entre los ingenios y el amplio y ambicioso programa de “sedentarización” y
organización de las comunidades que se planteó dicha iglesia, sugieren la idea de un proceso
organizado y no circunstancial.
103. Di Tella, Situación de la población aborigen... 1970. Citado en Iñigo Carreras, 1983: 80.
180
la mayoría de las que actualmente conocemos como “comunidades aborígenes del Chaco
centro-occidental”.104
La organización en comunidades y el esfuerzo por lograr establecer una agricultura de
subsistencia, mediante riego artificial en el semiárido chaqueño, expresarían los dos requeri-
mientos centrales de minimización de los costos de reclutamiento y reproducción ordenada de
la fuerza de trabajo en los que estaba interesada la patronal (cfr. Trinchero y Maranta, 1987).
El establecimiento de las misiones anglicanas ha sido paralelo a lo que podría denominar-
se como segunda gran expansión de los ingenios saltojujeños. Fue durante las décadas de
1920 y 1930 que éstos incrementaron su peso relativo en la producción de cultivos indus-
triales en el país. Mediante la introducción de San Martín del Tabacal, que sería uno de las
agroindustrias más importantes del país, y las políticas favorables hacia la producción azuca-
rera nacional, implementadas por el gobierno conservador que retomó el poder en 1930, se
produjo un nuevo y sustantivo incremento en la demanda de mano de obra estacional para
los procesos de corte y acarreo en dichos cultivos (Rutledge, 1987: 186).
El control del reclutamiento y la reproducción de los productores que estas fraccio-
nes del capital requerían para valorizar el trabajo indio se realizó, entonces, en forma
mediatizada, es decir, a través de instituciones como la iglesia anglicana. La relativa esca-
sez de fuerza de trabajo, producto de la también relativamente baja composición orgáni-
ca del capital que caracteriza a estas ramas de la producción, junto a las constricciones
específicas de localización y de la modalidad recolectora cazadora presente en la base de
las actividades económicas de la población india del Chaco, hicieron que el capital debie-
ra recurrir a dicha forma de mediación.
De hecho las misiones construían un modelo de concentración poblacional más acorde
a los requerimientos de esta agroindustria, pero, al mismo tiempo, cumplían otra función de
no menor interés: tendía a desterritorializar el conflicto emergente de la ocupación criolla en
la zona. Tal como se analizará más adelante en forma específica, a partir de la primera década
del presente siglo, un importante contingente de colonos criollos ganaderos, amparándose
en el cerco de fortines, penetran más allá de colonia Rivadavia y ocupan los territorios
lindantes con el Pilcomayo (en el actual límite entre Salta y Formosa). Este hecho produjo un
fuerte impacto en la dinámica recolectora, cazadora, de las poblaciones indígenas que se
habían reorganizado en ese espacio, ya que ante la falta de alimentos salían a cazar las vacas
criollas que habían desplazado a la fauna autóctona y, por consiguiente, se dio lugar al inicio
de una serie de conflictos interétnicos.
181
182
Hacia comienzos de la década de los años ’60 las agroindustrias azucareras inician un
nuevo ciclo de expansión, incentivados por el fuerte incremento de los precios internacio-
nales, producido a partir de 1962 (Centro Azucarero Argentino, 1985: 12). Al igual que
en el ciclo expansivo anterior, el incremento de la productividad necesario para aprovechar
la situación del mercado implicó un incremento en la composición orgánica del capital
agroindustrial azucarero. Es decir, se incorporaron nuevas tecnologías que, en esta ocasión,
a diferencia del proceso anterior que afectó la tecnología de los trapiches, va a repercutir
principalmente en los procesos de trabajo vinculados a las cosechas: el corte, la recolección
y el acarreo de la caña de azúcar. Este proceso afectó principalmente a los ingenios saltojujeños
y en particular a Ledesma, La Esperanza y San Martin del Tabacal (Rutledge, 1987;
Gordillo, 1991: 13).
La carga de la caña y el transporte desde las plantaciones hacia los ingenios fue el
primer escalón del proceso de mecanización. En La Esperanza, se introduce, en 1963, el
sistema combinado de corte manual con carga y transporte mecanizados. Se introduje-
ron máquinas que agrupaban la caña, elevadores a horquilla para la carga y grandes
camiones con capacidad de hasta 30 toneladas para el transporte de la caña hasta los
trapiches. Paralelamente, en este ingenio se dejó de utilizar el sistema de pelado manual
de la caña, tarea que requería mucha mano de obra y sustituirlo por la quema directa en
el campo (Rutledge, 1987: 254).
Este proceso de cambio tecnológico en la carga y transporte se fue imponiendo
rápidamente en todos los ingenios; en cambio, la mecanización del corte de caña fue
más lenta e incorporada únicamente en los ingenios más grandes, en particular por el
ingenio Ledesma (Centro Azucarero Argentino, 1980; Gordillo, 1991: 13)
El aumento de productividad que implica el incremento de la inversión en tecnología
respecto a la mano de obra –es decir, el incremento del capital constante con relación al
capital variable– para el corte de la caña parece notable. Según algunos cálculos, mientras
el rendimiento de un cosechero experto es de aproximadamente media tonelada de caña
por hora de trabajo, las máquinas cosechadoras pueden, según su modelo, cortar entre 15
y 60 toneladas.
El incremento del capital constante en la composición orgánica del capital agroindustrial
azucarero, tal como se expresó, no fue homogéneo, sino que afectó diferencialmente a los
establecimientos. Aquellos con mayor capacidad de inversión en estas tecnologías ahorradoras
de mano de obra en el corte fueron los que efectivamente la instrumentaron. Este aspecto es
vital a tener en consideración, ya que los procesos de trabajo implicados en la cosecha y
acarreo llegan a constituir hasta un 50% de los costos de producción de un ingenio (Faconnier-
Bassereau, 1975: 192).
183
De allí que los ingenios más grandes fueron los que se mecanizaron en forma más comple-
ja, es decir, abarcando mayores circuitos del proceso total de producción. Precisamente, serán
aquellos ingenios que ocupaban principalmente o en su totalidad mano de obra indígena
proveniente de las “misiones” del Chaco central (Salta y Formosa): Ledesma, La Esperanza y
San Martín del Tabacal. El impacto de la desincorporación de la fuerza de trabajo indígena
fue de tal magnitud que a partir de entonces los ingenios prácticamente dejaron de engan-
char trabajadores en estas comunidades. Así, por ejemplo, en el ingenio La Esperanza, mien-
tras en la década de 1950 se empleaban unos 5.000 trabajadores para la zafra, en 1966 sólo
emplearon 637 (Rutledge, 1987: 254)
De aquellos quince mil trabajadores aborígenes que anualmente eran enganchados para
la zafra, sólo unos pocos –y circunstancialmente– volverían a hacerlo. Hasta que en pocos
años, hacia la década del ’70 había concluido un proceso de más de setenta años de articula-
ción entre esta fracción del capital y las comunidades del Chaco central, dando una configu-
ración particular a la formación social de fronteras.
La demanda de fuerza de trabajo para los ingenios que no habían desarrollado aquellas
transformaciones en el proceso de producción tendieron a contratar, como lo venían
haciendo, al campesinado de la Puna boliviana y de la provincia de Jujuy y, en menor
medida, de Catamarca. Para estos sectores el impacto del incremento del capital fijo en la
composición orgánica del capital azucarero fue mucho menor, ya que la mayoría de los
ingenios seguía practicando el corte manual y sólo esporádicamente el mecánico. De todas
maneras, el impacto de la mecanización también los afectó, aunque de otra manera: la
patronal no escatimaba esfuerzos en señalar que ante cualquier reclamo podía traer las
cosechadoras y reemplazarlos.
Tal como lo han sostenido varios autores, estas transformaciones tecnológicas parecen
haber respondido a un doble interés específico del capital agroindustrial de los ingenios
azucareros: aumentar la productividad del trabajo y dar una respuesta a las crecientes (y
permanentes) dificultades para el control de la fuerza de trabajo (Karasik, 1987: 16;
Whiteford, 1981: 38).105
Lejos de las posiciones doctrinarias de ciertas aproximaciones economicistas, las decisiones y
opciones tecnológicas no serían, entonces, dadas por la simple aplicación de un modelo que
vincula únicamente variables como el nivel de la producción y los precios de los factores
(tecnologías y mano de obra), sino por un complejo y multivariado conjunto de situacio-
105. Un argumento que aparece permanentemente en los estudios técnicos sobre el proceso de trabajo en
las plantaciones es que las cosechadoras mecánicas, si bien más productivas, realizan un aprovechamiento
de la caña mucho menor que el que resulta del corte manual, cuando no la avería de las máquinas
interrumpe el proceso con sus consecuentes pérdidas, de allí que el corte manual sea técnicamente
preferible siempre y cuando los salarios y las condiciones de trabajo sean tales que la relación costo/
beneficio posibiliten esta opción. La tecnología se convierte, entonces, en un instrumento más de
disciplinamiento laboral.
184
nes que tienen que ver, además y muchas veces principalmente, con cuestiones tales como las
respuestas, niveles de organización y aceptación o no de las condiciones de trabajo, entre otras,
por parte de los trabajadores. Concretamente, las decisiones apuntan hacia lo político y lo
ideológico y la tecnología en manos de la patronal se transforma, también, en un medio de
coerción político-ideológica de los trabajadores a quienes se opone como “fondo de poder” del
capital.106
En estas condiciones, las parcialidades indígenas del Chaco central van a quedar nuevamente
“liberadas” en su ámbito tradicional de reproducción de la vida: el monte. Pero este monte, este
“Tajni” (en Wichí) había sufrido ya una serie de modificaciones y su “oferta ambiental” no podía
responder a los nuevos requerimientos. Si bien la ocupación del monte por los pobladores criollos
y el control de las comunidades por parte de la iglesia anglicana habían sido relativamente
funcionales al enganche en los ingenios, la contingencia de una presión más profunda por la
reproducción de la vida por parte de la población indígena comenzaría a jugar un rol distinto. El
paisaje de un monte cada vez más depredado, más controlado por agentes externos, pero del que
volvían a depender nuevamente, significó un impacto muy fuerte sobre los paisanos, tal vez por
ello y a pesar de las condiciones de explotación y hasta de muerte física que significaba el enganche,
la memoria indígena (constreñida a soñar entre los límites del “teatro de operaciones”) recuerda con
cierta nostalgia y contenidos ambivalentes la “época de los ingenios”.
106. Esta posición es reconocible en varios autores que se han dedicado al tema, entre otros Braverman,
Gorz, C. Scott. De este último autor, dedicado específicamente a la producción azucarera, es importante
rescatar algunos otros problemas o “paradojas” vinculados a la introducción de ciertas tecnologías que se
introducen con el objetivo de incrementar y dar respuesta a necesidades de control de mano de obra. En
tal sentido, expone que la tecnología puede incrementar la vulnerabilidad del proceso productivo al asignar
el poder de interrumpir el proceso de trabajo a un reducido número de trabajadores (C. Scott, 1984:
104). Puede decirse también que la incorporación de tecnologías cada vez más complejas supone trabajadores
capacitados para su control y manejo. En un plano extremo, por ejemplo, la robotización absoluta (que
constituyó la utopía de algunos sectores del capital a nivel mundial en la década de 1980), ha mostrado
parte de sus limitaciones, ya que el ahorro de mano de obra que produce en los primeros momentos, al
poco tiempo se traduce en altos costos de mantenimiento y capacitación permanente de los trabajadores
encargados de hacer funcionar el sistema de producción. En el próximo capítulo se analizará, con más
detenimiento, el manejo de la innovación tecnológica en la producción agrícola regional más actual.
185
107. Agradezco especialmente a Juan Martín Leguizamón por sus aportes para la elaboración de este
capítulo. De hecho, algunos de sus contenidos son parte de una versión preliminar del mismo publicado
conjuntamente, op. cit., 1995b.
187
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190
un proceso que hemos definido en los comienzos de este trabajo bajo la categoría de
análisis de subsunción indirecta de la fuerza de trabajo indígena a distintas fracciones
del capital agrario regional.
Ello no supone negar la existencia de formas específicas de socialización comunitaria
entre los pobladores indígenas del Chaco central, lo cual sería un absurdo. Se pretende
señalar únicamente que dichas formas no representan relictos de un pasado arcaico (en
vías de extinción, o mantenidos por mecanismos de orden político, religioso) al margen
de la dinámica de la reproducción simple y ampliada del capital, en este caso, agrario y
agroindustrial. Se configuran ante todo precisamente como vector organizacional de
relaciones particulares entre el capital y el trabajo, expresando la forma histórica en que
la población es reorganizada territorialmente en el marco de procesos de estructuración
de la dominación.
De acuerdo a lo señalado oportunamente en el primer capítulo, el análisis de la noción de
subsunción indirecta del trabajo al capital permite, en el presente caso, dar cuenta de las
formas específicas que adquieren ciertas ramas del capital de hegemonizar su hegemonía
sobre el trabajo y que no responden necesariamente a las formas directas (teóricas e históricas)
analizadas en particular por Marx. Ello implica, al mismo tiempo, la impronta de detenerse
en la configuración de formas históricas y alternativas de organización de la reproducción de
fuerza de trabajo.
Se sostendrá aquí que estos aspectos particulares de las formas de subsunción del trabajo
al capital, para el caso que nos ocupa, poseen grados de correlación significativos y constitu-
yen los ejes que permiten avanzar en nuevos niveles de análisis en torno a las especificidades
del proceso de expansión en la región.
Tal como se ha venido planteando en capítulos anteriores, la expansión de la fron-
tera agraria capitalista en el norte argentino ha producido un proceso sistemático (y no
exento de conflictos) de expulsión de las poblaciones indígenas hacia las tierras menos aptas,
desde el punto de vista de los requerimientos agronómicos del capital. Paralelamente y de
acuerdo a las dinámicas de distintas fracciones del capital agrario, se generaron políticas
(públicas y/o privadas) con el objetivo de la “contención” de la población en aquellos espacios
bajo distintas formas jurídicas. Retención de población desplazada (eufemísticamente
categorizada de excedentaria) en el denominado “árido y semiárido” argentino (neologismo
técnico del desierto), sujetándola en los momentos de expansión a “proyectos” de disci-
plinamiento y, en ocasiones, de reproducción material de la fuerza de trabajo.
Desde esta perspectiva, la expansión reciente de la frontera agrícola capitalista en el
propio umbral al Chaco en la provincia de Salta (ámbito al que se referirá en adelante este
capítulo) puede analizarse como un proceso reciente y gradual de “expulsión” de la pobla-
ción que lo ocupaba anteriormente y reenganche de otros sectores de población para su
valorización. En este caso se trató del desplazamiento de pequeños productores criollos, cuya
base de sustentación estaba constituida por la tradicional ganadería de monte y los obrajes,
vinculados a mercados regionales, y la incorporación de, en una primera etapa, trabajadores
191
rurales de Santiago del Estero y –más recientemente, al calor del proceso de expansión– de
trabajadores aborígenes del Chaco central.108
La región, tomada en su conjunto, fue y aún es un espacio de marcada heterogeneidad
socioeconómica y cultural. En ella, se dan procesos con una dinámica particular en el contex-
to de la expansión de la frontera agropecuaria, en la que intervienen elementos extrarregionales,
como lo son capitales europeos y de la pampa húmeda, o el reclutamiento de mano de obra
aborigen del Chaco centro-occidental y campesinos del noroeste de Santiago del Estero.
Esta diversidad se manifiesta además en las particulares características que adquiere el
desarrollo de las explotaciones poroteras para dos regiones diferenciadas. Una es la región
norte del umbral, en lo que corresponde al Departamento de San Martín, ámbito de la
actividad porotera más intensa de los últimos años. La otra es el área de Rosario de la Frontera,
centro del umbral y, cronológicamente, primer polo de desarrollo de la actividad en la zona
(Gráfico-Mapa 7).
Los requerimientos de fuerza de trabajo por parte del capital agrario fueron satisfe-
chos por pobladores asentados en otras zonas cercanas. Siendo que el primer proceso
de expansión de la producción de poroto y soja se desarrolló en la parte sur del umbral,
la mano de obra contratada provino de las familias criollas, cuya base de sustentación
era fundamentalmente la ganadería extensiva y montaraz.
Al desplazarse la expansión hacia el norte, dicha mano de obra es provista princi-
palmente por las denominadas “comunidades aborígenes” del Chaco salteño; agrupamientos
de pobladores identificados mediante distintas adscripciones étnicas: principalmente,
Matacos-Wichí, Chorotes, Chulupíes y Tobas.
Lejos, entonces, de una estructura rural caracterizada por dos “polos de desarrollo” (uno
tradicional y otro moderno), pertenecientes a estadios diferenciales de crecimiento económico
con dinámicas productivas, racionalidades económicas y modelos de desarrollo alternativos,
nos encontramos con situaciones de estrecha conectividad entre los procesos de trabajo y
reproducción de la vida “tradicionales” de los pobladores (indios y criollos) y los procesos de
trabajo y reproducción del capital agrario en el umbral al Chaco.
108. La actividad ganadera en el conjunto del umbral, según los datos que presenta C. Reboratti, tuvo su
punto máximo hacia mediados de la década del ’30 con un stock aproximado de 800.0000 cabezas de
ganado, para luego observar un lento pero sostenido declive, llegando a ser en 1974 de 100.000 cabezas
menos. Sin embargo, en la provincia de Salta este declive es menor que en otras regiones. La caída en el
mismo se produce cuando el proceso expansivo de la frontera agraria a través de las plantaciones de poroto
da un salto cuantitativo tal que de aproximadamente 70.000 has cultivadas en 1974 pasa a casi 170.000
en 1978. Un proceso similar de desplazamiento se produce con la actividad forestal (obrajes).
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LA “PAMPEANIZACIÓN”
15/04/2010, 15:15
DEL UMBRAL AL
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CHACO
El proceso reciente de expansión de la frontera capitalista, en el caso que nos ocupa, resulta
inteligible, entonces, a la luz de su inscripción en el análisis sobre las formas de relacionamiento
histórico de, al menos, tres espacios socioeconómicos relativamente diferenciados: el Chaco cen-
tro-occidental argentino, el noroeste de la provincia de Santiago del Estero y el propio umbral.
Se ha avanzado considerablemente con relación a los viejos discursos hegemónicos al
exponerse la complejidad social que implican tales procesos. Esto es así en la medida que se
habla de un “proceso de modernización tecnológica” y de valorización capitalista basado, más
que en el uso y apropiación del “factor tierra”, en la aplicación de diferentes combinaciones de
capital y trabajo, generando una profunda transformación en el sistema productivo y su
integración a un mercado capitalista (en este caso de carácter transnacional).
Como señala C. Reboratti, “La coexistencia de tierras baratas, tareas de desmonte sub-
vencionadas, mano de obra barata, paquetes tecnológicos ya probados (aunque no adapta-
dos), sistemas de comercialización eficientes, precios relativamente altos y sobre todo rendi-
mientos muy elevados durante los siete u ocho primeros años de producción dan al área del
umbral al Chaco un perfil de altísima productividad. Esta rentabilidad es tan alta como para
permitir, por ejemplo, que un productor cubra el costo inicial de la tierra y el desmonte con
el resultado de un par de años de buena cosecha para el caso del poroto” (1989: 41).
Ahora bien, si es válida la hipótesis de que la frontera en realidad es un ámbito en el que
se producen y reproducen determinadas relaciones de producción en virtud de un proceso
de valorización capitalista y si, como se ha sugerido anteriormente, la expansión de la frontera
agraria capitalista en los países de América Latina es un proceso cíclico, no lineal, que depende
de un conjunto de factores vinculados a las formas particulares que el capital agrario desarro-
lla para obtener ganancias extraordinarias, luego, la viabilidad y continuidad del proceso de
expansión estarán dadas por los límites y posibilidades, por parte de los capitalistas, de seguir
produciendo mecanismos de control sobre la fuerza de trabajo, tendientes a garantizar dichas
ganancias extraordinarias.109
194
Este planteo nos remite al hecho de que el proceso de expansión inicial, si bien implica una
compleja combinación de factores, como los señalados, en situaciones en las que se detecta una
cierta tendencia decreciente en los precios internacionales del producto –que en el entramado
de discursos patronales se presenta en la actualidad como una “crisis del sector”–, es la particular
relación capital/trabajo la que aparece como fundamental a tener en cuenta.
El auge y la expansión sostenida de la producción porotera y sojera en la región se desarrolla
hacia principios de la década del ’70. A partir de allí, el incremento de la producción porotera
fue sostenido tanto en términos absolutos para el umbral como respecto del total del país. La
evolución de las explotaciones poroteras en cuanto a la superficie en hectáreas sembradas a lo
largo de todo el umbral al Chaco, entre los años 1966 y 1980, y su relación con el resto del país
puede resumirse en el Cuadro G.
La evolución de la superficie cultivada para el caso de la provincia de Salta, es paralela a
la tendencia general del conjunto del umbral. Hacia mediados de la década del ’70 la misma
se extiende hacia el departamento de San Martín. Según datos que presenta Caferatta (1988),
en 1974/75 la superficie plantada con poroto en dicho departamento es de tan sólo 1.000
hectáreas, la que crecerá a 19.250 en 1979/80 y, según datos propios, en 1992 llegó a
alcanzar las 80.000 hectáreas, constituyéndose en la actualidad en el departamento con
mayor producción y superficie cultivada.
195
Este importante crecimiento tiene características particulares. Tal como viene sucediendo
desde hace algunos años, el umbral no presenta un desarrollo homogéneo respecto a la
producción de poroto alubia, sino que se concentra en los departamentos de San Martín y
Anta, incluso la tendencia expansiva de la frontera agraria la marcan estos departamentos. Es
más, los datos muestran que en el resto de los departamentos la tendencia es hacia una
disminución sustantiva en la superficie cultivada de este producto, reemplazándose paulati-
namente por la producción de soja.
Las tendencias en torno a la preponderancia de los departamentos citados se observan a
continuación en el Cuadro H.
CUADRO H: Umbral al Chaco evolución de la superficie cultivada de poroto en la provincia de
Salta por departamentos (sup. en has) (campañas 1988/1989 y 1989/1990)
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Censo Nacional Agropecuario 1988 y del
Servicio Nacional de Economía y Sociología Rural.
196
No obstante, más allá de estas cifras, habría que tener en cuenta que una estructura de
costos anual no significa lo mismo en la industria típica que en la plantación. En principio,
es posible observar que la mayor incidencia del precio de la mano de obra se produce en la
cosecha, que es cuando se contratan trabajadores temporarios (41.8%) (Cuadro I).
CUADRO I: Umbral al Chaco: costos de producción y comercialización (en u$a) por hectárea
(rendimiento 1ha=1ton.) e índice de incidencia del precio de la mano de obra (en%). 1993
Fuente: elaboración propia en base a datos del INTA (Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria) –Area Economía– Salta, 1993.
Nota: El rubro “otros” incluye gastos de combustible, agroquímicos, contratistas de máqui-
nas e insumos en general, mantenimiento y semillas.
197
Desde esta perspectiva, la relación específica que se establece entre aquella demanda puntual
señalada y la existencia de lo que se denomina “subremuneración” de los trabajadores ha sido
descuidada reiteradamente en parte de la bibliografía consultada. Así, para el Umbral al Chaco, la
subremuneración laboral es en oportunidades explicada a partir de la existencia de una sobreo-
ferta de fuerza de trabajo. Sobreoferta que estaría asentada en una sistemática expulsión de
miembros de la unidad campesina hacia el mercado de trabajo. Otro de los argumentos presenta-
dos como complementarios se asienta en la constatación de la existencia de otras ramas de baja
productividad que impulsarían “hacia abajo” el precio medio de la mano de obra en el mercado:
“Es evidente que, de acuerdo al análisis por productividad que hemos realizado, existen
economías no campesinas, desarrolladas en base a trabajo asalariado, que se desenvuel-
ven en condiciones de baja productividad, tal es el caso de la forestal; y otras, como la
agricultura empresarial, que presentan una alta productividad por persona ocupada.
(...) el mercado define un precio medio de la mano de obra asalariada, que deberá ser
pagada tanto por el sector agricultor moderno como por el forestal de menor produc-
tividad. (...) Como existe un precio de mercado de la mano de obra asalariada, definido
por el sector de menor productividad, el sector empresarial avanzado se favorece por la
existencia de costos menores” (Caferatta, 1988: 55-56).
198
Se considera aquí que estas cifras resultan más significativas que una serie continua
de índices salariales para una de las actividades, ya que las mismas permiten comparar los
distintos niveles del precio de la mano de obra para cada una de ellas. (Con la salvedad de que
sería más indicativa aún la comparación de la evolución de las series históricas de los índices
relativos por actividad, lo cual es prácticamente imposible de obtener.)
Lo interesante de los datos anteriores es, por un lado, el hecho de que la actividad en el
obraje “paga” más que las otras actividades y que el jornal en la cosecha de poroto a su vez es
mayor de lo que un pescador “medio” puede obtener de un día “normal” de pesca para los
camioneros (más adelante se analizará con detalle las particularidades de esta actividad). Esto
nos remite a una primera puesta en duda de la existencia de un precio de “mercado” de la
mano de obra. Ya que, incluso en el marco de remuneraciones que en ningún caso garantiza-
rían la reproducción de la fuerza de trabajo en forma sistemática, se aprecian diferencias
significativas que sólo pueden ser explicadas atendiendo a factores que van más allá de los
mecanismos de la oferta y la demanda, según se intentará demostrar.
En forma semejante a otros procesos de expansión capitalista analizados previamente, la
producción porotera en la región logró un sostenido dinamismo en la década pasada, gracias
a mecanismos promotores que facilitaron la obtención de tasas extraordinarias de ganancia.
En un primer momento el capital logró facilidades para obtener un acceso y un precio
199
“políticos” sobre la tierra, lo que le permitió reducir costos de producción y obtener ganancias
extraordinarias dados determinados niveles de precio del producto en el mercado mundial.
Hoy el “factor tierra” se presenta como un “recurso escaso”, dada la erosión de los suelos que
produce esta actividad y el hecho paralelo de que su precio se ha elevado considerablemente.
De todos los factores, es la tecnología la que más está sujeta a precios de mercado (prin-
cipalmente nacional), sin embargo, a pesar de su función teórica como ahorradora de salarios,
la patronal sigue optando por utilizar mano de obra en forma intensiva.
La evolución de los precios del poroto en la actualidad parecería mostrar una tendencia
negativa en los mismos. Dicha tendencia se corresponde con discursos patronales en torno a la
crisis del sector que se ha registrado en el campo hacia el año 1993. Sin embargo, resulta de interés
especial observar los datos emergentes del Cuadro K sobre las Tasas de ganancia en el sector.
CUADRO K: Umbral al Chaco: relación entre precios de mercado (p) y costos de producción (c) y
tasas de ganancia (tg) por año de cosecha
Fuente: Elaboración propia sobre la base de cifras de la Junta Nacional de Granos y datos de campo.
(*) TG calculadas s/precios y costos poscosecha según: (P-C) / C x 100.
200
201
Tecnologías aplicadas
Desde el momento en que se inició un acercamiento hacia los procesos productivos que
en la actualidad se desarrollan en el umbral al Chaco, se tuvo información acerca de la
realización de estudios en genética de las plantas que habrían logrado importantes desarrollos
en la obtención de un tipo de planta de poroto tipo alubia que fuese susceptible de ser
cosechada mediante maquinarias adecuadas. Así, de acuerdo a recientes resultados obtenidos
por especialistas en fitomejoramiento de legumbres secas en el INTA (Instituto Nacional de
Tecnología Agrícola), hace ya varios años que se han obtenido dos variedades de plantas que
tendrían la particularidad de ser, por un lado, resistentes a la plaga de la “mosca blanca” y, por
el otro, gracias a su porte menos rastrero que la planta tradicional, susceptible de ser cosecha-
da por trilla directa con maquinarias.110
Según discursos sostenidos por “administradores de fincas” en la región y registrados
en el marco de distintos trabajos de campo, la utilización de estos tipos de variedades de
plantas de poroto tendría algunas limitaciones. En particular y siempre según el propio
discurso gerencial, aquella limitación residiría en el hecho de que “estas variedades de
planta son menos productivas”, es decir, producirían menores cantidades de frutos por
planta que la tradicional. Cuestión a la que deberían añadirse “las pérdidas sufridas por la
cosecha mecanizada”. Ciertamente, parece ser un planteo muy extendido en la región
considerar que con el “corte” y el “acordonado” manual en la cosecha se pierde menos
producto que utilizando cosechadoras mecánicas (véase la descripción del proceso de
trabajo realizada más abajo).
Entonces, la decisión de realizar el corte y acordonado en forma mecánica tendrá que ver
con la posibilidad de seguir obteniendo o no un determinado precio por la mano de obra que
sea inferior al precio del producto que se perdería mediante el proceso mecánico y, como
tienden a sugerir los datos presentados anteriormente, un precio del salario que sea mayor a
lo que los trabajadores obtendrían en la pesca.
Resulta interesante constatar que (a pesar de que la mayoría de los analistas sobre la región
dan cuenta del carácter “intensivo en tecnología” de la producción) sea a través de ciertas
decisiones en torno a la fuerza de trabajo que la patronal logra sostener márgenes de rentabi-
lidad que le resulten atractivos para continuar invirtiendo en esta rama de la producción.
Concretamente, en el proceso de modernización rural de la región, el salario reaparece como
la más importante variable de ajuste.
110. Los tipos de variedad de plantas son conocidos en la zona como “paloma” y “perla”. La denominada
mosca blanca se aloja en el revés de la hoja de soja, pero el virus que transporta ataca con especial preferencia
los porotales, cuyas cosechas, cuando son atacadas, quedan prácticamente diezmadas. El virus que transporta
la mosca blanca produce dos efectos simultáneos en las plantas de poroto: achaparramiento de la propia
planta y el amarillamiento de sus hojas.
202
“Es muy interesante el uso que se hace de las reservas disponibles de mano de obra.
Al contrario de lo que pasaba en otras zonas del umbral del chaco, donde la mano de
obra escaseaba, y debía ser traída desde grandes distancias, aquí hay una fuente,
aparentemente inagotable, de trabajadores: las agrupaciones indígenas. No menos
de veinte establecimientos utilizan este tipo de mano de obra, usualmente combina-
da con santiagueños (la mano de obra ya clásica para la cosecha del poroto) y, en
menor medida, por bolivianos (sólo cuatro casos) y criollos (tres). Curiosamente,
como ya dijimos, la expansión agrícola de Tartagal está repitiendo lo que sucedió en
el caso de una expansión agrícola anterior y cercana, la de las plantaciones azucareras
del valle de San Francisco a principios de siglo” (C. Reboratti, 1989: 69).
Vamos a retener, en primer lugar, la cuestión de la reiteración del espacio chaqueño como
“reserva de mano de obra” en los procesos cíclicos de expansión de la frontera. La reserva se
explica en su funcionalidad respecto de los requerimientos del proceso de expansión, pero, a
nuestro entender, resulta de interés particular el análisis sobre el carácter diferencial de cada
“tipo” histórico de proceso de trabajo.
Tal como se viene sosteniendo, algunas de las características diferenciales entre los proce-
sos de trabajo en los ingenios y en las plantaciones actuales de poroto, pueden indicar
también vinculaciones específicas entre la dinámica de acumulación (expansión) y la diná-
mica de la reproducción de fuerza de trabajo.
A modo de ejemplo puede, en principio, señalarse el hecho de que el tiempo de
trabajo en los procesos de trabajo realizados en los ingenios era muy superior al de las
contrataciones actuales en las plantaciones del umbral, por lo tanto, los impactos del
reclutamiento sobre la capacidad de sustentación de las economías domésticas aboríge-
nes en ambas situaciones resultan diferentes. Además, y tal vez por ello, en el caso de los
ingenios hubo una política específica por parte de la patronal para garantizar la repro-
ducción de la fuerza de trabajo; tal es el caso de la creación de las “misiones”, encargadas
de la realización de esta tarea en forma más o menos sistemática; mientras que en la
203
111. Para una análisis en detalle véase el trabajo de H. H. Trinchero y D. Piccinini, 1992: 207-209.
204
AREA CT CV CM
SAN MARTIN 18,1 28,3 -10,2
RIVADAVIA 32,0 31,7 0,3
Según los estudios realizados por F. Forni y su equipo (1992: 27-30), la mayoría de los
trabajadores contratados para las cosechas en el sur salteño del umbral provienen de los
departamentos de Pellegrini y Jiménez, tradicionalmente expulsores de mano de obra rural.
De acuerdo a lo visto, una de las peculiares características de la producción agrícola del
poroto es la fuerte estacionalidad en la demanda de mano de obra por un breve período.
Durante el período que va desde aproximadamente mediados de mayo a mediados de julio,
las plantaciones requieren intensivamente de mano de obra.
La mayoría de los trabajadores estacionales “golondrinas” al sur de Salta son campesinos
ganaderos provenientes, por lo general, del norte de Santiago del Estero. Estos grupos
participan de un circuito en el que se combinan empleos en distintos procesos de trabajo
agrícolas que requieren mano de obra temporaria en diferentes épocas del año.
Por otro lado, en la zona del departamento de San Martín, al norte de la provin-
cia de Salta, se trata de trabajadores aborígenes provenientes del parque chaqueño,
la gran mayoría de las riberas del río Pilcomayo en Salta e incluso en algunos casos
del oeste de la provincia de Formosa.
Mientras que los trabajadores criollos del noroeste de Santiago del Estero migran por un
largo período hacia distintas cosechas, entre las cuales una es la del poroto, los trabajadores
aborígenes del Chaco salteño lo hacen sólo en la época de la cosecha del poroto para trabajar
exclusivamente allí.
Lo anterior es significativo ya que, retomando la cuestión del relativamente breve perío-
do del proceso de trabajo en las cosechas de poroto, tenemos que la mayor parte del peso de
la reproducción de los productores recaerá “fuera” de los mecanismos de remuneración allí
establecidos, por lo que la resolución de esta situación presenta distintas alternativas para
cada grupo en cuestión.
Estas alternativas están determinadas, entre otras cosas, por las diferentes “capacidades de
retención” de las economías domésticas de ambos grupos.
El análisis de estas capacidades nos permite profundizar en las características particulares
de la oferta de fuerza de trabajo.
205
Como parte de las características generales del empleo en las ramas agrarias del capital que
requieren mano de obra en forma estacional, la producción porotera se asienta en mecanis-
mos de explotación de la economía doméstica.
En su forma genérica, la explotación a la que se ven sometidos los trabajadores cosecheros
de poroto se realiza en un doble sentido:
a) El de un ahorro del costo de la reproducción de la mano de obra por parte de la
patronal, durante el período en que el proceso de trabajo en las plantaciones es casi en
forma absoluta intensivo en capital; reproducción que en parte se ve garantizada en la
unidad doméstica.
b) El de una sobreexplotación durante el período de duración del proceso de trabajo
intensivo en mano de obra por dos vías: 1) Pagando salarios que no garantizan ni “nece-
sitan” garantizar el costo de reposición de la mano de obra, 2) extendiendo la jornada
laboral con mecanismos como, por ejemplo, el pago a destajo.112
Sin embargo, este proceso no es meramente funcional, sino, como venimos observando,
complejo y contradictorio, ya que la explotación del trabajo doméstico tiene límites y posibi-
lidades específicas de acuerdo a una serie de relaciones que se analizan a continuación.
El comienzo de la “poroteada” coincide, para el caso del Chaco salteño, con el inicio
también de la pesca comercial; esta última es una de las principales actividades económicas a
través de la cual los trabajadores aborígenes obtienen mercaderías y dinero, y cuyo producto
además representa una parte importante en la dieta de los mismos.
En la zona del Pilcomayo, desde principios de junio hasta fines de agosto, la llegada de los
cardúmenes y las condiciones que presenta el río permiten una intensa captura de peces. Esta
es la época del año en que algunas comunidades toman contacto con compradores que,
112. Para un desarrollo teórico del rol de las “economías domésticas” en el proceso de transferencia de valor
a partir de su función de reproducción de los productores, puede consultarse el ya clásico texto de C.
Meillasoux, Mujeres Graneros y Capitales. Sin entrar a debatir el conjunto de implicancias y discusiones en
torno al problema de la transferencia de valor en las economías “campesinas” (cfr. M. Margulis, op. cit.,
1979), consideramos extensible a nuestro caso la siguiente síntesis de Torres Adrián respecto a la población
campesina de Honduras: “1) La reproducción de la fuerza de trabajo de la población campesina corre –en un
grado variable– a cuenta de la reproducción de la forma mercantil simple que asuma su economía; 2) como
parte de los productos necesarios para la reproducción de esta fuerza de trabajo no se adquieren en el mercado
(la familia los produce), el valor social de la fuerza de trabajo que se vende puede ser inferior al valor de la masa
de bienes necesarios para su reproducción (aunque algunos tengan un valor individual superior al social...),
lo cual facilita en términos relativos bajos niveles salariales (este fenómeno tiende a desaparecer en la medida
que se produce la proletarización, es decir, la dependencia total con respecto al salario para reproducir la fuerza
de trabajo); 3) los bajos niveles salariales facilitan la obtención de plusvalía. Así, parte de la llamada
funcionalidad de la economía campesina está en que permite la acumulación vía una mayor explotación de la
fuerza de trabajo, debido a que contribuye a la reproducción de ésta, reduciendo la porción de trabajo
necesario que debe ser retribuido por el salario” (Adrián Torres, op. cit.: 50).
206
provenientes de Tarija y otras localidades de Bolivia, recorren las comunidades con camiones
cargados de hielo en barra, llegando a obtener un promedio de 5.000 piezas por vehículo.
Además, del lado argentino, aunque en menor proporción, también se encuentran compra-
dores provenientes de la ciudad de Tartagal y hasta de la ciudad de Salta.
Se puede plantear, de acuerdo a los datos de campo obtenidos en la zona, que existe una
relación inversa entre la participación en la cosecha del poroto y en la pesca. Es decir que
cuanto más intensa es la actividad pesquera en las comunidades, menor es su aporte de
trabajadores a la cosecha del poroto.
Es importante tener en cuenta que existen capacidades diferenciales entre las distintas
comunidades indígenas de la zona. Algunos indicadores de la distinta capacidad de reten-
ción por parte de la actividad pesquera son los siguientes:
* La mayor o menor cercanía de los pobladores a las zonas ribereñas limítrofes con Bolivia
(que es hasta donde, por lo general, llegan los camiones). Son estas comunidades las más
involucrados en la pesca comercial, es por ello que el reclutamiento de cosecheros, en general,
aumenta a medida que la incidencia de la pesca comercial es menor. Es posible, al respecto,
plantear la existencia de una relación directa entre la distancia de las comunidades ribereñas
respecto a la frontera con Bolivia y la cantidad de personas que un contratista puede enganchar.
Entonces, las comunidades en las que se observan ambas situaciones son las que presen-
tan una “economía doméstica” con mayor posibilidad retentiva frente a la demanda del
sector porotero.
En este sentido, los pobladores indios de las comunidades de la zona se enfrentan al
imperativo de decidir entre “engancharse” para la poroteada o pescar para los camioneros. En
principio, la pesca es percibida como “preferible” a la poroteada, ya que, independientemen-
te de su carácter mercantil, constituye una parte sustantiva de la dieta alimentaria de las
unidades domésticas; sin embargo, y tal como lo señalamos, existen diferentes posibilidades
de llegar a alcanzar los rendimientos requeridos.
Existen también otros factores que se tienen en cuenta a la hora de la decisión: los
camiones a veces no llegan. Aquí el rol de las autoridades es sumamente importante ya que no
pocas veces aparecen mecanismos políticos de control de este vínculo comercial (por ejemplo,
negociaciones entre contratistas y gendarmería que, mediante el control de los puestos fron-
terizos, impide en ocasiones a los camiones llegar hasta las comunidades). La pesca a veces
207
fracasa, al menos en los niveles de captura exigidos por los camioneros, por lo que el ingreso
obtenido resulta bastante menor al que eventualmente pudiera accederse incluso a niveles de
bajísima productividad en las plantaciones.113
Esto resulta sumamente interesante cuando comprobamos que la pesca y la cosecha del
poroto son dos actividades que se superponen y que, por lo tanto, distintas fracciones del capital
procuran captar a un mismo tiempo la misma fuerza de trabajo. El reclutamiento de cosecheros
en general crece río abajo a medida que la incidencia de la pesca comercial es menor.
Teniendo en cuenta, esta vez, algunas de las características de la economía doméstica de
los trabajadores santiagueños que se incorporan a la producción del poroto, es posible realizar
algunas comparaciones significativas.
El carácter estructuralmente “expulsor” de dichas economías domésticas, tal como lo
observamos anteriormente, se reafirma por la inexistencia de procesos de trabajo que compi-
tan en el uso intensivo de su mano de obra en el período de la cosecha del poroto, tal como
es el caso de la pesca comercial para los camioneros en el Pilcomayo.
Otro dato de interés, según la investigación de F. Forni et al. (1992: 49-50), es que el
55% de estos trabajadores perciben un salario igual o menor que el que obtienen otros
trabajadores en la misma región de donde provienen.
Así el 29,4% de los ocupados, para los departamentos de Pellegrini y Jiménez, participa de
trabajos estacionales, siendo éste el índice más alto para toda la provincia de Santiago del Estero.
Situación, ésta, que, a diferencia de lo que sucede con la población india del Pilcomayo, lleva a
que los trabajadores se enfrenten a una situación de decidir migrar quizás más compulsiva y
cuya expresión más evidente es la enorme masa de trabajadores de estas zonas en las inmedia-
ciones de la estación de ómnibus de Rosario de la Frontera para la época de la cosecha.
A partir de lo anterior, resulta oportuno también colocar entre paréntesis la noción
“sobreoferta de fuerza de trabajo” como variable explicativa de la dinámica del “mercado de
trabajo” para el conjunto del umbral. En este sentido, será necesario profundizar sobre las
particulares formas de enganche de trabajadores que se establecen en las relaciones entre el
capital y el trabajo en cada región.
113. Por ejemplo, tenemos lo ocurrido durante la temporada de 1992, éste fue el primer año de emergencia
sanitaria por la propagación del cólera y, con ello, se prohibió toda actividad pesquera y el consumo del pescado
proveniente del área, llegándose a confiscar los productos de la pesca con el argumento de que el pescado era
transmisor del vibrión del cólera. Otro argumento que tendía a legitimar dichos procedimientos fue, tal como
apareció difundido en distintos medios periodísticos en dicho año, la enunciación de que “los indios comen el
pescado crudo”, una absoluta falacia etnográfica. Si bien el mayor efecto de esta política fue durante los primeros
meses del año luego de comprobarse que ni el río ni el pescado estaban contaminados, no se percibió una
decidida actitud por parte de las autoridades para levantar la prohibición, contribuyendo con esto a promover
las dudas que existían con respecto a la posibilidad de seguir con la actividad. Es más, pudo comprobarse la
actitud de personal de gendarmería continuando con la confiscación del producto de la pesca que obtenían los
pobladores, a pesar de conocerse lo ineficaz de la medida. Tal situación provocó, por lo menos durante algunos
meses, una disminución en la actividad de la pesca comercial, en coincidencia –ese año fue mucho mayor con
respecto a otros años–, la participación de comunidades pesqueras en la cosecha del poroto.
208
209
114. El imperativo de obtener alimentos en forma inmediata resulta, para los miembros de las unidades
domésticas aborígenes, más acuciante en términos relativos que para los criollos ganaderos de Santiago del Estero.
El hecho de que el “almacén primitivo de víveres” sea el monte y los ríos los somete a la estacionalidad de la oferta
de los recursos existentes. Esta situación no implica una caracterización de desventaja en sí de las economías
recolectoras cazadoras respecto a las campesinas o ganaderas, como sugeriría cierta antropología productivista. La
situación de apremio está ligada a la enorme transformación de la oferta ambiental que implicó una correlativa
disminución de la capacidad de usufructo del monte, lo cual reconoce como causas más importantes, entre otras,
la invasión ganadera en los territorios aborígenes, los cercamientos militares y más recientemente los límites que
imponen la ocupación y apropiación por otros pobladores, tal como lo hemos analizado en un trabajo anterior
210
Esta situación, constituye uno de los motivos por los cuales el proceso de negociación se
realiza en las propias comunidades, lo que ubica mucho más centralmente el lugar ocupado
por intermediarios que puedan llegar a las comunidades y reclutar la cantidad de trabajado-
res que requieren los productores. El éxito de tal gestión estará vinculado a numerosos
factores, según se ha venido observando.
En este caso, el contratista se convierte en el único detentador de las vacantes laborales, ya
que una vez “enganchados”, los trabajadores tienen dificultades materiales incluso mayores
que los trabajadores golondrinas de Santiago para, en caso de proponérselo, retornar a sus
comunidades, por ejemplo ante la eventualidad de no estar de acuerdo con los términos de
la contratación en la plantación.
Por lo general es el contratista quien se encarga de controlar a los trabajadores y al trabajo
realizado; de este modo, son el único vínculo del trabajador con la empresa. En realidad el
contratista se erige en una especie de empresa de servicios encargada de garantizar la parte
intensiva de mano de obra del proceso de producción.
Esta “mediación” entre la patronal de la plantación y la mano de obra permite a la primera
dificultad eludir responsabilidades propias del derecho laboral (éste es otro de los mecanis-
mos para el abaratamiento del costo de la fuerza de trabajo, pero que, para evaluar sus
implicancias, se requeriría de un estudio en particular).
En tanto empresa, el contratista obtiene parte de su ganancia mediante el cobro de
aproximadamente el 16% del total del pago de los salarios del conjunto de jornadas
trabajadas que él mismo contrató. La otra parte está constituida por la diferencia entre los
precios de compra y venta de las mercaderías que adelanta a los trabajadores para su
subsistencia durante el período de contratación; cuestión que agudiza la dependencia del
trabajador e indica, como se viene planteando, cierta disponibilidad de capital propio
(económico, político y simbólico).
El proceso de contratación comienza con un arreglo entre quien representa al produc-
tor, generalmente un administrador, y el contratista, quien es una persona que conoce y a
su vez es conocida en las comunidades. Incluso, se ha observado la existencia de contratis-
tas indígenas, que, a partir de su inserción en organismos provinciales vinculados a la
política indigenista, lograron cierta capacidad de “acumulación” (p.e. transporte propio) e
influencias con factores de poder local.
Hay que tener en cuenta que estos agentes son, en la mayoría de los casos, quienes
detentan un lugar de poder con ciertos privilegios; como se ha dicho, la mayoría de las veces
son los poseedores de toda la oferta laboral y los únicos contactos estables entre el productor
(H. H. Trinchero y A. Maranta: 1987). Es interesante, en tal sentido, que en el “calendario” de actividades de
usufructo del monte, según lo señalara oportunamente en una conversación personal A. Maranta, aparezca la
época de pesca categorizada por parte de los Mataco-Wichí como “época flaca”, siendo que hoy el pescado
constituye el alimento principal. Tal vez frente a la mayor riqueza de la recolección y la caza antiguas, lo esporádico
y aleatorio de la captura de peces produjera esta imagen aún presente.
211
212
Efectivamente, los contratistas más exitosos son aquellos que se ocupan especialmente
de que el trabajador se lleve algo de alimentos y ropa a su regreso, pues, según el
discurso registrado “esto es tomado por los demás aborígenes como muestra de lo
bien que le fue en la cosecha”. Sin embargo, este discurso soslaya la práctica genera-
lizada del endeudamiento. Siendo ésta prácticamente la única forma, por parte del
trabajador, de responder en parte a la “crisis alimentaria” que provoca su alejamiento
de la unidad doméstica, constituye también un eficaz mecanismo para que el contratista se
asegure de clientela para la próxima temporada.115
De todas maneras, el contratista “sabe” que otro componente de su éxito en el
enganche se debe a su posibilidad de “competir” con la pesca, que también produce,
aparte de alimentos, un mínimo ingreso sea en dinero o en objetos.
Estos contratistas son, entonces, personas que en general mantienen con los cosecheros
relaciones basadas en algún tipo de coerción directa que los mismos detentan en beneficio
propio, pero que, principalmente, son funcionales a los requerimientos de fuerza de trabajo
por parte del sector más dinámico del capital agrario regional.
Tal es el caso también de funcionarios de organismos oficiales vinculados a la “problemática
indígena”, o el de comerciantes que con sus clientes endeudados, en situaciones incluso ajenas a los
mecanismos propios de la contratación, se aseguran una dependencia personalizada para influir
en el enganche. C. Reboratti cita, asimismo, ejemplos de maestros dedicados a esta tarea. No han
faltado, según hemos visto, los casos de vínculos, por ejemplo, con autoridades de fronteras para
impedir el acceso de los camiones que intentaban contratar a pescadores aborígenes.
En definitiva, el contratista imprime características particulares al reclutamiento de trabaja-
dores que se basan en influencias, relaciones y competencias que cada uno aplica según las
circunstancias. Además, muchos se organizan de modo tal que con medios propios participan
en el traslado, instalación, mantenimiento y control de todos los trabajadores a su cargo.
115. De acuerdo al análisis de los informes recolectados por agentes sanitarios que trabajan en las
comunidades referidas, existiría una relación entre los índices de desnutrición de la población infantil y el
trabajo en las cosechas. Los registros muestran procesos cíclicos en que los niños menores de cinco años
(que son parte de algunos seguimientos y controles de atención primaria) entran y salen en “canales” que
expresan distintos niveles de desnutrición (de acuerdo a su distancia de una curva ideal de desarrollo).
Sería interesante un análisis exhaustivo de esta información, ya que permitiría validar la información oral
en torno a aquella relación. Ciertamente, en varias oportunidades se nos planteó que los contratistas
inducen, por lo general, a que los trabajadores dejen a sus niños en la comunidad. En estos casos, los niños
quedan al cuidado de parientes, por lo general abuelos, cuya capacidad de sustentación de los niños es
limitada. Así, el imperativo de retornar con alimentos es crucial para los que se enganchan. Es importante
notar el interés de uno de los contratistas que conocimos en el campo para que las escuelas de las
comunidades que más “aportaban” trabajadores continuaran en actividad (pese al receso invernal) durante
el período de cosecha, principalmente en lo que hace al comedor escolar. El discurso del contratista se
empeñaba en remarcar permanentemente que él estaba “preocupado por los hermanos aborígenes... que los
chicos no pierdan días de escuela”. Es importante señalar al respecto que una de las preocupaciones de los
trabajadores, a la hora de decidir por engancharse o no, tiene que ver con la forma en que podrá o no
garantizar el sustento de sus hijos durante el período de cosecha.
213
Tal como fue planteado al comienzo de este capítulo, el objetivo principal de nuestra
aproximación a las problemáticas de la expansión de la producción agraria en el umbral al
Chaco ha sido el de profundizar en las características recientes del mercado de trabajo rural en
la formación social de fronteras Chaco central.
Tal delimitación temática obedeció a la necesidad de enfatizar sobre ciertas especificidades en
las formas de relacionamiento entre el capital y el trabajo en dicho contexto. Estas especificidades
son el resultado de la forma particular que adquiere la vinculación entre el proceso de trabajo en las
plantaciones, cuyo objeto es la reproducción del capital en dicha rama de la producción agrícola,
y los procesos de trabajo en las economías mercantiles simples (campesinas e indias), vinculados a
la reproducción doméstica de la fuerza de trabajo que es incorporada en aquellas.
La presencia de economías domésticas, sobre las cuales el capital deposita el peso princi-
pal de la reproducción de los trabajadores, implica un proceso particular de transferencia de
valor. Esta transferencia se produce cuando dicha fuerza de trabajo es incorporada al proceso
de trabajo organizado para la producción capitalista, o sea su valorización.
La fuerza de trabajo que contrata el capital agrario está constreñida a reproducirse, duran-
te el período en el que no es contratada, principalmente, mediante el uso de su capacidad de
trabajo para la producción y el consumo de bienes producidos en procesos de trabajo domés-
ticos. Estos bienes tienen un valor, es decir, un trabajo socialmente necesario, mayor que los
bienes (“sustitutivos” de la reproducción) producidos en procesos capitalistas; sin embargo,
éstos tienen un precio de mercado y aquellos no. Por este mecanismo, cuando los trabajadores
son incorporados a la producción capitalista, el único piso del salario es aquel que se establece
por el precio de los productos que el trabajador consume durante el proceso de trabajo,
logrando la patronal un ahorro total de los costos de reproducción en el período restante.
Las economías domésticas de las comunidades indias y campesinas que garantizan la
reproducción doméstica de la fuerza de trabajo, si bien estructuralmente son funcionales en
términos de su posible aprovechamiento para la obtención de ganancias extraordinarias por
parte del capital, pueden llegar a presentar, en ciertos niveles, constricciones al proceso de
incorporación inherentes a la dinámica reproductiva a la que están sujetas.
Del análisis en torno a las especificidades de estas constricciones, para este caso, surge que
el uso del concepto de sobreoferta de mano de obra para caracterizar, en el marco de un
genérico mecanismo de funcionamiento del mercado, las características del trabajo y los
niveles del salario, soslaya tanto diferenciaciones relevantes en las dinámicas productivas y
reproductivas de las distintas economías domésticas de la estructura rural, como así también
el tipo de demanda específica que produce el proceso de producción en cuestión.
Se ha intentado mostrar cómo la noción de sobreoferta de mano de obra tiende a signi-
ficar ante todo una construcción patronal. Ciertamente, el rol del contratista vendría a ser
algo así como el agente que trabaja políticamente sobre las posibilidades marginales de
construcción de dicho excedente, al generar mecanismos que (dados ciertos límites y posibi-
lidades) “arrancan” a la población de cualquier proceso retentivo ligado a la reproducción
doméstica u otras formas de valorización del trabajo indígena.
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217
Fronteras de pioneros
La ocupación del Chaco central por el “criollo fronterizo”
Durante el siglo XIX, el territorio del Chaco fue objeto de un sistemático intento de
colonos ganaderos por expandir la ganadería extensiva tradicional a costa de los territorios
indios, constituyéndose esta actividad en la modalidad productiva predominante y configu-
rando una tendencia creciente hacia la instalación de grandes haciendas.
Sin embargo, este proceso de expansión, que inicialmente se veía incentivado, en gran
medida, por el alto consumo interno de carnes y los bajos costos de producción, va a enfren-
tarse paulatinamente con las limitaciones que imponen las transformaciones producidas en la
estructura agraria argentina. Dichas transformaciones afectaron principalmente a la produc-
ción ganadera que luego del gran auge de la explotación ovina, hacia mediados de siglo
pasado, inicia un proceso a comienzos del presente caracterizado por la preeminencia de la
1. Agradezco especialmente a Daniel Piccinini y Aristóbulo Maranta por sus importantes aportes a la
elaboración de este capítulo.
219
producción vacuna para los frigoríficos y las mejoras vía mestizaje en la calidad de dicha
producción en la pampa húmeda, con el objeto de insertarse en los mercados internacionales
(Giberti, 1985: 176-87).
Estas transformaciones en la estructura agraria hicieron que aquel proyecto de la burgue-
sía ganadera correntina, cuyo objetivo era extender su dominio sobre el Chaco implantando
la ganadería extensiva como actividad productiva principal hacia el otro lado del río Paraná,
se interrumpiera. Tal como se ha señalado, el desenlace de las guerras civiles hacia 1860
definió una correlación de fuerzas desfavorable para este sector de las burguesías provinciales
en favor de los intereses hegemónicos de la alianza entre la burguesía porteña y santafesina.
Ello se concretó tanto con las campañas militares como con los sucesivos ordenamientos
jurídicos y administrativos sobre los Territorios Nacionales, hacia el último cuarto de siglo.
El auge exportador de carne bovina posibilitado por los frigoríficos hizo que la ganadería
tradicional criolla quedase desplazada hacia los confines de la estructura agraria y fuera de
toda posibilidad de acceso a otros mercados que no fuesen el regional y limítrofe, presionan-
do sobre los sistemas de control fronterizos.
Un dato relevante que indica la tendencia señalada es el siguiente: sólo para el año 1895
y en la frontera con Bolivia en la región del Chaco central se introdujeron 17.000 cabezas de
ganado “contrabandeadas” desde las provincias argentinas limítrofes (Langer, 1984).
Sin embargo, e independientemente de las limitaciones señaladas, el impacto de la penetra-
ción ganadera en la región ha sido notable y marcó, con su impronta, ciertas peculiaridades del
proceso de ocupación y valorización del territorio que, aunque con importantes cambios, conti-
nuaron hasta la actualidad. No por casualidad es que dicho proceso de ocupación territorial haya
sido analizado como un método de conquista incluso más “eficaz” que el militar. Así, con relación
a los pueblos y territorios indígenas se ha llegado a plantear que: “lo que no habían podido lograr
los soldados, lo habían conseguido sus vacas” (Pifarré, 1989: 319; Giberti, 1985).2
Es importante señalar que el proceso de construcción de la frontera política y militar y
la expansión de la ganadería extensiva fueron complementarios. Puede afirmarse que
paralelamente al proceso de declinación de la ocupación del Chaco mediante grandes
explotaciones extensivas por parte de la burguesía agraria correntina hacia el interior de las
fronteras de fortines, un nuevo proceso de ocupación se inicia hacia comienzos del presen-
te siglo hacia el exterior de dichas fronteras.
2. Previamente a la incursión de la ganadería criolla, los distintos grupos étnicos del Chaco central habían
tenido escaso contacto con el ganado bovino. Fueron los grupos guaycurúes del Oriente y del Chaco
austral quienes, a partir de la incorporación del caballo sobre todo en el siglo XIX llegaron a comerciar
importantes cantidades de ganado con fracciones de la burguesía criolla en las fronteras. La presencia del
ganado cimarrón y el manejo mercantil del mismo por las naciones guaycurú, en relación al comercio con
ganaderos correntinos, ha sido tal vez escasamente ponderado. Si bien puede señalarse que el tamaño de las
vaquerías controladas por dichas parcialidades eran de magnitud relativamente escasa en relación a la
importante disponibilidad de territorio, este comercio constituyó gran parte de la base material en que se
sustentaron los pactos entre líderes aborígenes y ganaderos correntinos.
220
En el año 1902, una expedición dirigida por Domingo Astrada, compuesta por peque-
ños y medianos ganaderos de provincias limítrofes a la región, se internan allende las fronte-
ras de fortines establecidas sobre la costa del río Bermejo con el objetivo de establecerse allí.
Esta ocupación tendrá características especiales y su análisis permite comprender, por un
lado, una serie de contradicciones de intereses económicos que se perfilaban en torno al
“desierto”, y, al mismo tiempo, la dinámica que adquiere la producción ganadera criolla a
partir de ese momento.
Una serie de situaciones que se intersectan hacia finales del siglo pasado van a dar lugar
a un proceso de ocupación del Chaco central, por parte de pobladores campesinos ganaderos
provenientes principalmente de las provincias de Salta, Santiago del Estero y del mismo
Territorio Nacional de Formosa. Dicha colonización se produce hacia el año 1902, luego de
que Domingo Astrada (organizador de la expedición y posterior ocupación), obtuviese la
concesión por parte de las autoridades nacionales para llevar adelante la misma.
Antes de detenernos en las particularidades de esta ocupación del territorio, específico
objetivo del presente capítulo, que tendrá consecuencias perdurables hasta la actualidad, es
importante señalar algunos de los factores que motivaron la misma.
Un primer elemento a tener en cuenta es la situación por la que atravesaba hacia finales del
siglo pasado la economía ganadera extrapampeana y, en particular, la pequeña y mediana produc-
ción. Las transformaciones en la estructura agraria señaladas anteriormente impusieron restriccio-
nes muy fuertes al desarrollo de la ganadería criolla. Entre las más importantes, se encontraba el
paulatino desplazamiento de la misma de los mercados por las carnes de mejor calidad producidas
por la ganadería de la pampa húmeda. Este factor, unido los niveles diferenciales de productivi-
dad y al mismo tiempo a presiones tributarias “excesivas”, desde el punto de vista de los ingresos
de estas unidades de producción, conformaron una situación para la pequeña y mediana produc-
ción criolla que los propios actores no dudaban en calificar de insostenible.
En una carta enviada a D. Astrada por parte de uno de los interesados en la realiza-
ción de la expedición y que éste publicara en la obra citada, se expresaba lo siguiente:
“vamos de mal en peor. Los malos años y las autoridades nos van llevando todo; y
agregue usted el mal estado de los campos, perdidos ya que sólo ofrecen a la vista tierra
limpia y binal y de colmo, los arriendos de Cartavio y Aceña y los derechos con que nos
aprietan de Rivadavia, y las multas y los inventarios y las tutorías y persecuciones. Esto
es insoportable... Apure, pues, eso de la concesión de tierras en el Pilcomayo. Entre los
indios hemos de salvar” (Astrada, 1906: 5).
221
3. Véanse, al respecto, los trabajos clásicos de J. Morello y C. Saravia Toledo, “El bosque chaqueño I:
paisaje primitivo, paisaje natural y paisaje cultural del oriente de Salta”, y “El bosque chaqueño II: la
ganadería y el bosque oriental de Salta”, op. cit., 1959.
222
223
mostrarse más como una extensión del estado en la frontera que como un sujeto movido por
intereses meramente particulares. Esta especificidad, apenas esbozada aquí, va a tener conse-
cuencias de interés y que serán analizadas en su oportunidad en cuanto a la disputa por los
reclamos actuales de las tierras, en el sentido de sentirse interpelado por los discursos políticos
recientes referidos a lograr una “reparación histórica hacia los legítimos ocupantes” del territorio.
Una vez establecidos los contactos con una serie de pobladores dispuestos a colonizar el
Chaco centro-occidental, el 28 de julio de 1895 D. Astrada dirige una carta al Ministro del
Interior, en la cual solicita “Del Excmo. Gobierno, autorización para poblar con sesenta familias
o más en la región inexplorada del territorio de Formosa en la parte que limita con la provincia
de Salta, un área de tierra de cien leguas kilométricas o sea un total de dos mil quinientos
kilómetros cuadrados de superficie que comprenden los parajes denominados El Chorro,
Buena Ventura y El Río, veinticinco leguas más o menos al N.N.E del antiguo fuerte Belgrano.
El suscripto solicita, además, que esta autorización ha de ser por el término de siete años, libre de
derechos e impuestos fiscales, que finalizado dicho plazo, o antes si V.E. lo mirase conveniente,
se ha de ceder en venta a cada poblador la tierra que cultive y ampare...” (Astrada, 1906: 8).
Luego de una serie de dilaciones por parte del gobierno nacional y sucesivos reclamos y
justificaciones del propio Astrada, se conceden, mediante decreto del 24 de enero de 1902, veinte
leguas cuadradas para ser divididas y adjudicadas en lotes de 625 hectáreas. Con este primer
decreto dictado por las autoridades, D. Astrada conjuntamente con el grupo de colonos que lo
sigue comienzan a realizar los preparativos para la ocupación y fundación de Colonia Buena
Ventura, hecho que se concreta en el mes de agosto de 1902. Algunos datos sobre las características
demográficas de la población que funda la Colonia Buenaventura surgen del Cuadro M.
Una primera observación de interés que puede realizarse en este cuadro es el hecho de
que la abrumadora mayoría de los colonos provienen de las provincias circundantes a la
región (Salta con el 56%, el territorio Nacional de Formosa con el 25% y Santiago del Estero
con el 12%). Si bien las categorías censales no distinguen por departamentos, es posible
suponer que estos colonos provienen de aquellos más próximos a la región (teniendo en
cuenta también el origen de los primeros colonos, de los que sí existen datos acerca de su
procedencia específica en cada provincia), incluso los datos sobre procedencia boliviana
corresponden a individuos del sudoeste de la provincia de Tarija (5%).
Otro aspecto observable es el alto índice de masculinidad, el cual tiende a acrecentarse en
relación directa con la distancia de procedencia. Ello se explica porque, si bien dicho índice
disminuye substantivamente respecto a los primeros colonos, la colonia es aún un lugar al
cual en primera instancia migra el hombre y luego, una vez obtenida la parcela de tierra y
224
construido el puesto, recién migra el resto de los integrantes del hogar. En la misma dirección
puede señalarse la relación entre procedencia y cantidad de niños que surge del mismo
cuadro. Respecto al impacto de la ocupación ganadera en la región, los datos del censo citado
y volcados en el Cuadro N también resultan elocuentes.
Fuente: Elaboración propia sobre la base del Censo de 1905 realizado por D. Astrada.
Versión resumida y corregida por José Alsina, op. cit., 1995.
Fuente: Elaboración propia sobre la base del Censo de 1905 realizado por D. Astrada.
Versión resumida y corregida por José Alsina, op. cit., 1995.
225
El proceso de colonización llevado a cabo por estos pobladores criollos tuvo un impacto
de enorme significación en la región. Considérese al respecto que, en escasos dos años y siete
meses de la llegada del primer contingente de colonos (momento de realización del censo), la
población criolla ocupante pasa de 50 a 937 adultos y el número de animales de 3.000 a casi
40.000. Posteriormente al censo y en oportunidad de la publicación de su diario, hacia el
mismo mes del año 1906, es decir, apenas un año después, Astrada da cuenta de una
población de 2.007 adultos (Astrada, 1906).
A pesar de la falta de datos que en esa oportunidad brinda Astrada, respecto a la cantidad
de ganado que se introdujo en ese año, es posible pensar que la tendencia se mantuvo, ya que
la ocupación estuvo ligada a continuas concesiones de tierras. De manera tal que si al princi-
pio el gobierno nacional otorgó un total de “20 leguas cuadradas”, para la fundación de la
Colonia, en poco tiempo se concedieron ampliaciones significativas.
Luego de un decreto (cuyos objetivos finalmente no se concretaron) del 31-12-1902,
los pobladores, a través de Astrada, solicitaron una ampliación de la Colonia de 25.000 has,
que deberían subdividirse en 625 has por unidad familiar. Reiterado el reclamo, en setiem-
bre de 1904, el gobierno nacional concede 122.500 has. De ese total, 22.500 has serían
“reservadas” para los indígenas y el resto se subdividirían entre los colonos. Así se concedieron
75.000 has en lotes de 2.500 has y 25.000 en lotes de 650 has.
También en 1906 (por un decreto del 21 de mayo de ese año) se concedieron para un
nuevo ensanche de la colonia 173.750 has. Las que se subdividieron en 62 lotes de 2.500
has y 15 lotes de 1.250 has. El total de la superficie de la colonia hacia 1906 ascendía
entonces a 371.250 has.
Dado que hacia 1906 la superficie ocupada se incrementa prácticamente en un 100%,
podría estimarse que la cantidad de animales se hubiera incrementado otro tanto, por lo que
ascendería a un total aproximado de 80.000 cabezas entre los distintos tipos de ganado.
226
227
criolla de la Colonia y con ello reemplazar los impactos que sobre la caza, la recolección
y la pesca produjo la ocupación.4
Parece más probable que la relación “pacífica” con los aborígenes se sostuviera por otras
condiciones a las sugeridas por Astrada. Estas condiciones estarían asociadas, en primera
instancia, a las ofensivas militares que se habían realizado y continuaban en esa época sobre
las distintas parcialidades. Habían transcurrido apenas quince años desde que, precisamente
sobre esta zona, la campaña de Ibazeta causara gran cantidad de muertes y despojos, y quince
desde la conclusión de la campaña de Victorica, más violenta aún, sobre las costas del
Bermejo. La amenaza militar constante era el reaseguro de las relaciones interétnicas criollos-
indígenas. En ese contexto, la población aborigen se encontró ante la “necesidad” de aceptar
(siempre a regañadientes) la presencia criolla, con quienes de alguna manera se vieron impe-
lidos a “negociar” en condiciones asimétricas.5
Lo anterior apunta a relativizar los planteos de algunos investigadores que señalan a la
colonización criolla del Chaco salteño como una experiencia “progresista” y pacífica de
relacionamiento interétnico, basándose en las expresiones vertidas, tanto las del propio D.
Astrada como las de O. Asp (encargado de los relevamientos topográficos de la expedición)
(Colazo, 1984: 133-135).6
Siguiendo la tradición “histórica” del relacionamiento con los indios, los colonos les ofrecie-
ron, con el objetivo de ganarse su confianza, “juguetes para los niños, chucherías para las
mujeres, cuchillos, ponchos y sombreros para los hombres y, sobre todo, mucho tabaco, regalo
que estima mucho el indio” (O. Asp, 1905: 10). Sin embargo, esto fue aceptado por los
principales caciques (en esa época el jefe de mayor peso entre las distintas parcialidades en el
Chaco central era el cacique Salteño) en el marco de reiteradas promesas por parte de los criollos
de que se retirarían en poco tiempo. A partir de que los aborígenes comenzaron a percibir que
la intención de los pobladores criollos era quedarse a residir, los conflictos se hicieron evidentes,
como así también los mecanismos por los cuales se intentó “controlar” su resistencia.
228
7. Esta cuestión será retomada en el capítulo correspondiente a las demandas territoriales, por lo que no se
profundiza en ello aquí.
8. Véase el tratamiento específico de este tema en el capítulo siguiente.
229
230
para los aborígenes, mientras que la vaca a la que se obligaba al criollo era concebida más como
un obsequio que como parte de una transacción.9
La expansión del territorio ocupado respondía también a factores ambientales que afec-
taban las propias pautas de reproducción de la ganadería extensiva del criollo. El sobrepastoreo
en combinación con las características de sequía o bien inundaciones periódicas, indujeron a
una “crisis” de los pastizales, haciendo que en muy poco tiempo el suelo quedase sin cubierta
vegetal, por lo que se hacía imprescindible ocupar nuevas tierras.
No se tienen datos censales para un seguimiento sistemático de la evolución de la tenden-
cia de la población de ganado en la zona. Sin embargo, existen algunas evaluaciones de
interés. El ingeniero R. Castañeda Vega, habiendo visitado la zona en 1919, planteaba que
“(...) cuatro o cinco años atrás, según referencias, el exceso de ganado era mayor que ahora, y
tan grandes los perjuicios que la mayoría de los pobladores ‘vacudos’ tuvieron que mandar la
mayor parte de su ganado para abajo (del Pilcomayo), estableciendo puestos en ‘Pescado
Negro’, ‘Sombrero Negro’, ‘Laguna de los Pájaros’, ‘Paso de los Tobas’, etc. Por no tener pastos
suficientes en los lotes”. Observa además que “(...) según cálculos de don Juan Magnus
Degen, concesionario, el anteaño pasado (1917), pasaron por ‘Puesto Grande’, extremo NE
de la Colonia, 30.000 vacunos de distintos pobladores” (Castañeda Vega, 1920: 13).
Estas referencias permiten inferir que el sustantivo incremento en la expansión territorial
tenía entre sus motivaciones principales la permanente búsqueda de nuevas pasturas, ante la
rápida desertización del suelo que los propios colonos observaban. Uno de los elementos más
impactantes, en este sentido, lo constituyó la imposibilidad de recuperación de los pastizales
dada la enorme presión ganadera que significó el incremento del número de cabezas de
ganado introducidas, paralelamente al manejo en un área territorial más restringida del
ganado cimarrón apropiado por los criollos (cfr. Morello y Saravia Toledo, 1959).10
9. “Venía Julio Roca con su gente y le decía al criollo ‘–bueno, ahora vos tenés que regalarle una vaca para
que la gente de aquí tenga para comer. Entonces vos podes dejar tus vaquitas tranquilas’–”. Relato tomado
en M. La Paz, julio de 1995.
10. Si bien conscientes de esta crisis de los pastizales, los colonos explicaban la rápida desertificación por
una disminución de las lluvias, pues observaban bien que la tierra estaba siempre seca y que las hierbas se
marchitaban con facilidad. No obstante se ha comprobado que la media pluviométrica no había decrecido,
detectándose un fenómeno mucho menos aleatorio que las lluvias: el aumento de la evapotranspiración, es
decir, la pérdida de agua que sufre el suelo por evaporación y transpiración de los vegetales. Este proceso
se debe a que con la desaparición del estrato herbáceo quedan los suelos desprotegidos. El agua de la lluvia
pega directamente en la superficie y no es retenida por contención ni absorción de las hierbas, con las
consiguientes corrientes de agua que lavan las capas superficiales. La denudación del suelo, la carencia de
los biodermas protectores del mismo (delgada capa de algas verdeazules, pastos, helechos, selaginelas, etc.)
y materia orgánica, tiene como consecuencia inmediata el aumento de la radiación solar y la temperatura.
La gran magnitud de estas variables en esta zona se traducen en un elevadísimo déficit hídrico y en una
disminución de los componentes orgánicos del sustrato.
231
La actividad ganadera de los colonos criollos mostró ya en los primeros años algunos
límites estructurales, principalmente vinculados a los impactos ambientales señalados, los
cuales repercutían sobre la propia viabilidad de la modalidad mercantil simple de reproduc-
ción de su economía doméstica. Sin embargo, una serie de factores ligados entre otros a la
demanda de los mercados fronterizos y regionales hicieron que la actividad no decayera, al
menos hasta épocas más recientes.
La disponibilidad territorial que obtenían tanto por las concesiones gubernamentales, las
negociaciones con los aborígenes, la custodia del territorio por el ejército, como por la expan-
sión de algunas instituciones estatales que tendían a garantizar sus derechos de “ocupantes”
frente a las parcialidades, constituyó el contexto en el cual se tornó viable su modelo de
ganadería extensiva, aunque siempre en una situación de permanentes fricciones interétnicas.
Resulta un tanto difícil en nuestro caso evaluar las tendencias de la ganadería criolla a
partir de los datos censales, ya que éstos están agregados por departamentos para cada provin-
cia en particular, mientras que la Colonia Buenaventura –desaparecida esa denominación
para la época del primer Censo agropecuario (1952)–, abarcaba, incluyendo el proceso
expansivo señalado anteriormente, una parte menor del conjunto del actual Departamento
de Rivadavia. De todas maneras, una primera aproximación a lo que denominaremos en
adelante como trayectoria involutiva de la economía ganadera del colono criollo puede
extraerse del Cuadro O. Allí se registran los stocks ganaderos emergentes de los cuatro censos
agropecuarios para los departamentos de Rivadavia y aquellos lindantes.
232
233
Fuente: Elaboración propia sobre la base del Censo ganadero provincial (Salta) de 1978.
11. Las diferencias entre los datos del censo nacional para 1977 y del censo ganadero provincial para 1978 son
significativas. En el primero, la cifra es de 98.000 cabezas de ganado, en el segundo la cifra es de 38.149. Estas
grandes diferencias de cálculo, para sólo un año de estimación, hacen dudar de la confiabilidad de los censos en
esta materia. Una de las dificultades estriba en el cálculo del número de cabezas de ganado, principalmente para
zonas en que la explotación se realiza a “campo abierto” sobre tierras fiscales o bien privadas pero “ocupadas”,
donde las EAP’s no están bien delimitadas. Al mismo tiempo, y tal como se ha afirmado, en estas condiciones
los cálculos se realizan en base a estimaciones de los propios productores que, en algunas ocasiones, tienden a
incrementar sus posesiones de ganado y, en otras, a disminuirlas en función de intereses coyunturales. Esto está
posibilitado por el manejo del rodeo, al cual por su propia dinámica el encuestador no tiene acceso.
234
Podría objetarse que esta repartición porcentual resulta difícil de sostener para un perío-
do tan largo, pero no es menos cierto que tomar las cifras generales del departamento, para
realizar un dimensionamiento aproximado de la evolución del stock ganadero desde el
período de fundación de la colonia hasta la actualidad, resultaría menos significativo. Más
allá del rigor específico de las cifras concretas, lo importante es, a nuestro juicio, tener una
estimación aproximada del deterioro de la economía ganadera del colono criollo en esta zona.
De todas maneras, analizando los datos resultantes de un relevamiento realizado por el
Consejo Federal de Inversiones (C.F.I.), para la misma época de realización del Censo, las
cifras son aún mucho menores, lo que refuerza el sentido involutivo de la tendencia.
Estos impactos se reflejan también en el cambio del tipo de ganadería practicado. Si
observamos en el cuadro siguiente, otros tipos de ganado (caprino, ovino y porcino) han
desplazado en términos absolutos y porcentuales al ganado bovino, siendo el de mayor
influencia el ganado caprino. Todo ello incluso en el marco de un proceso de continuo
crecimiento de la superficie ocupada por este tipo de explotación en el departamento.
235
las 660.000 has. Es importante tener en cuenta que este deslinde actual corresponde al
proceso expansivo hacia el oeste del asentamiento primitivo de la colonia. Sin embargo, se
asienta allí la gran mayoría de colonos que se identifican como “herederos” de los ocupantes
originales. Es en este ámbito donde se despliegan las actuales reivindicaciones territoriales
tanto de la población criolla como aborigen, por lo tanto, los datos que se analizarán corres-
ponden específicamente al mismo. Los datos sobre el conjunto de la población criolla actual
del denominado Lote Fiscal 55 que presenta el relevamiento realizado por el Consejo Federal
de Inversiones, en 1988, indican un total de 1.912 individuos.
El total de 1.912 pobladores criollos registrados en 1988 para el LF55, contrasta con los
1.614 individuos que registra el Censo de Población del Ministerio de Bienestar Social de la
provincia de Salta en 1994, lo que indicaría una tendencia reciente hacia la migración,
compatible con el proceso involutivo de la economía doméstica del criollo ganadero, en el
sentido de una merma en la capacidad de retención de población de la misma.
Los actuales pobladores se organizan en 277 “puestos”, es decir, unidades productivas
basadas en una unidad familiar que practican una ganadería, como se dijo, de tipo exten-
sivo. Estos puestos de carácter rural se distribuyen en el conjunto del Lote de acuerdo a
pautas específicas. Estas pautas están asociadas al aprovechamiento de los cañadones y
represas naturales de agua denominadas “cubetas”. El resto de la población ocupa unida-
des de tipo urbana, principalmente en la cabecera municipal de Santa Victoria Este.
Con el objetivo de producir un documento para la instrumentación de un plan de
regularización de la situación dominial del Lote Fiscal 55, el Consejo Federal de Inversiones
elaboró algunos datos sobre la composición de los puestos y del stock ganadero en el año
1988. En los cuadros T y U se sintetiza la información correspondiente al tamaño de los
puestos y la cantidad de ganado por tipo del mismo declarado por los entrevistados.
236
Según el informe mencionado y tal como se desprende de los cuadros presentados, de los
277 puestos rurales, 217 declararon poseer algún tipo de ganado (bovino y/o caprino) en el
puesto, y 25 de éstos declararon poseer en forma conjunta tanto ganado bovino como
caprino. El resto, 192 puestos, se ha especializado en uno u otro tipo de ganado, con la
salvedad de que los 25 puestos que practican conjuntamente ambos tipos de ganadería se
distribuyen entre los especializados.
La distribución del tipo de ganado indica un primer nivel de estratificación al interior de
la población criolla. El importante número de puestos que sólo tiene ganadería caprina es
237
indicativo de una importante población rural muy pauperizada, en donde el puesto típico
alcanza niveles muy bajos de producción ligada prácticamente a un consumo doméstico
interno. Respecto a los puestos que manejan ganado bovino, y siempre en un contexto de
pauperización notable, se observa una estratificación relativamente fuerte, en la cual más del
40% del ganado bovino es propiedad de menos del 10% de los puesteros. Aunque sólo uno
de ellos alcanza un rodeo de cierta importancia (800 cabezas de ganado).
Los cuadros mencionados indican también el carácter precario del conjunto de las explo-
taciones, las cuales contrastan en forma notable con aquellos primeros colonos “pioneros”
que, en el marco de un proceso de expansión inicial, llegaron a manejar stocks ganaderos
cercanos a las 80.000 cabezas de ganado en pie.12
De manera tal que es posible dar cuenta de la tendencia involutiva de la ganadería del
colono criollo del departamento de Rivadavia en dos dimensiones. Una, referida a la drástica y
sostenida disminución del stock de ganado vacuno durante el período que va desde los años
posteriores a la fundación de la Colonia Buenaventura hasta la actualidad. Otra, que indica un
cambio sustantivo en la composición del rodeo en general. Esto último es también de suma
importancia. Los datos del Censo indican que en la composición del stock ganadero en la
actualidad tiene casi el mismo peso la explotación caprina que la explotación de bovinos.
Semejante transformación del capital ganadero estaría indicando con cierta elocuencia que
aquel colono pionero de fronteras, con expectativas de reproducción ampliada de su economía
ganadera, parece haberse transformado en la actualidad en pequeño productor doméstico “chivero”.
Este proceso, similar en su tendencia al encontrado en la mayoría de las economías domés-
ticas ganaderas del denominado “árido y semiárido” argentino, puede ser explicado, como se
dijo anteriormente, en primera instancia, por los efectos de la “desertización” del suelo que se
analizaron previamente, siendo el chivo un animal que se asocia a este tipo de dinámica involutiva.
A las problemáticas vinculadas con la ausencia de pasturas y al crónico déficit hídrico
de la zona debe agregarse la mala situación sanitaria del ganado. La fiebre aftosa, el carbun-
clo, la deshidratación, la hipofosforosis, etc., son las enfermedades más comunes que se
presentan en los animales, lo cual no sólo produce muertes masivas del ganado sino que
afecta su viabilidad mercantil.
La cuestión de la degradación de la calidad y cantidad de las pasturas es un factor central
en el análisis de la trayectoria involutiva en la dinámica de la economía doméstica ganadera
del criollo. No obstante, y sin desechar este factor que se constata de manera clara en los
análisis ambientales, se va a sostener aquí la existencia de otros factores de importante peso
explicativo respecto al fenómeno analizado.
A este respecto, un factor complementario, pero no de menor significación que la diná-
mica ambiental, se refiere a la valoración que tiene la zona en el marco de la colocación del
producto en mercados extrarregionales.
12. En el Censo realizado por D. Astrada se encuentran puestos de hasta 2.600 cabezas de ganado bovino,
siendo la media de cabezas por puesto cercana a las 500 unidades.
238
13. Tal vez sea interesante analizar con más detenimiento el desaprensivo juicio técnico que se hace
habitualmente respecto al impacto ecológico que se le atribuye a este animal. En efecto, se suele subrayar en
la literatura las consecuencias depredadoras de su cría sobre la cobertura vegetal, con todo lo que ello
implica (pérdida de suelos, mayor escorrentía, mayor evaporación, etc.); sin embargo, en determinadas
condiciones de situación social (empobrecimiento), demográficas (presión relativamente importante),
ecológicas (aridez e inestabilidad), la cabra es el animal de mayor productividad con menor impacto. Así,
por ejemplo, en el caso que nos ocupa una eventual sustitución total de la vaca por la cabra –siempre en
condiciones de autoconsumo con la actual presión y distribución demográficas– significaría un idéntico
aporte de proteínas con la posibilidad, a nivel del ecosistema, de recuperación de los bosques. Esto sería así
239
El impacto del caprino sobre la cobertura vegetal es por demás conocido, cerrándose
entonces aún más el círculo de posibilidades para el pastoreo vacuno fundamentalmente
durante la estación seca, cuando coinciden las áreas de forraje.
La transformación drástica del paisaje natural y su retroalimentación negativa para la
viabilidad de la ganadería del colono criollo, fue profundizando con el tiempo el conflicto
interétnico. Así, ante la falta de pasturas naturales, el ganado procura alimentarse en los
huertos limitados de la población aborigen. Si en un comienzo las acusaciones del colono
hacia los indígenas señalaban a éstos como “cuatreros”, pues al romperse el ciclo anual por la
escasez de animales de caza recurrían al ganado montaraz “marcado” por el criollo, con el
correr del tiempo la relación tiende a invertirse: son los aborígenes quienes comienzan a
acusar a los criollos por la invasión del ganado hambriento en sus huertos (claro que sin
obtener la misma eficacia que éstos).
Las limitaciones de la oferta ambiental para la práctica de las actividades de caza y
recolección, conjuntamente con el impulso de la iglesia anglicana hacia las actividades
agrícolas de las comunidades, hicieron que el huerto comenzara a tener mayor importan-
cia en las modalidades de reproducción de la población indígena. Dada la permanente
crisis en la capacidad de sustentación del medio, el ganado tendía a irrumpir permanen-
temente en los huertos comunitarios, generándose nuevos motivos de fricción interétnica.
Para proteger los huertos, en las comunidades se recurre, en ocasiones, a la construcción
de altas “enramadas” en el perímetro de la superficie sembrada. De allí que los aborígenes
denominen como “cerco” al huerto comunitario. Sumándose a los innumerables relatos que
daban cuenta de esta situación, en una ocasión, hace ya algunos años, asistimos a la matanza
de un animal vacuno que se había introducido en el cerco de una de las comunidades. En
esta ocasión, el criollo dueño del animal si bien protestó airadamente ante el cacique de la
comunidad, solicitando que le repararan monetariamente por el daño, no tuvo más remedio
que retirarse ante la presencia masiva que en forma de asamblea comunitaria decidió no dar
lugar a las pretensiones del criollo.
El hecho de que la mayoría de los adultos se encontraran en la comunidad, hizo que, en
este caso, la situación pudiera resolverse de esa manera. Sin embargo, en muchas ocasiones en
las que los adultos se encuentran fuera de las comunidades, ya sea porque están trabajando en
las plantaciones del umbral al Chaco o por cualquier otro motivo, para la población aborigen
resulta muy difícil detener la invasión a los huertos por parte del ganado. Un claro indicador
por el simple hecho de que en la actualidad dicha recuperación se ve bloqueada por la alta palatabilidad de
los renovables para las vacas y el pisoteo a que los mismos se ven sometidos. Por el contrario, la cabra hace
un aprovechamiento intensivo pero localizado al cinturón peridoméstico, dejando a los bosques libres de
presión, relativamente y en comparación con el ganado vacuno. Lo expresado, obviamente, no implica
dejar de tener presente que con niveles de inversión superiores a los actuales sean posibles de considerar
alternativas agrosilvopastoriles más “eficientes”.
240
de la excepcionalidad de esta respuesta fue el entusiasmo con que en aquella oportunidad los
integrantes de la comunidad festejaron su resistencia, de manera tal que a pesar de los años
transcurridos hoy se sigue narrando como un “triunfo”.
Puede entonces entreverse la trama de una tendencia aparentemente sin salida en el
campo de las relaciones indios/criollos en la zona: la pauperización de la economía doméstica
del colono retroalimentada por el propio tipo de manejo de su ganado, sin otras opciones
técnicas ni económicas para resolverlo, tiende a agudizar el conflicto con el aborigen, quien al
mismo tiempo debe recurrir a la huerta como forma de completar su subsistencia impactada
también por el deterioro de la oferta ambiental.
Sin embargo, aún habiendo la ganadería del colono criollo atravesado ya un largo perío-
do de decadencia, la actividad sigue siendo para este sector de la población la más significa-
tiva de la zona, ya que no existen prácticamente otras actividades con otros productos de más
alta integración mercantil y cuya escala con la tecnología corriente en la zona permita una
acumulación similar. Esto explica también los alcances y límites de la denominada “vocación
ganadera” del criollo.14
Esta vocación ganadera, base para la construcción de una fuerte identidad criollista entre
los pobladores, se expresa en las reivindicaciones por la tenencia en propiedad de las tierras
que actualmente ocupan en forma precaria.
14. Es interesante preguntarse hasta dónde esa “vocación ganadera” del criollo, hoy mayoritariamente
“chivero”, no es una construcción ideológica en gran medida comparable a la del “indio cazador-recolector”
realizada por funcionarios y planificadores. Si bien es ciertamente demostrable aquella “vocación” en los
planteamientos y acciones que realizaron los primeros criollos colonizadores de la región, e incluso en el
propio discurso actual de la mayoría de los pobladores, las constricciones a las que se ve sometida en la
actualidad dicha actividad, y al mismo tiempo las contradicciones que plantea su continuidad como
proyecto para el propio modelo de reproducción económica del sector, implican considerar el alto componente
utópico de dicha construcción.
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243
desplazamientos eran limitados, por lo general se intentaba preservar el control sobre la costa
de los ríos, y los movimientos hacia el interior del monte eran realizados por pequeños grupos
de parentesco en busca de alimentos (A. Metraux, 1946: 246).
La unidad básica a partir de la cual se organizaba la economía doméstica eran las “bandas”
o “parcialidades”. Compuestas por varias familias extensas (por lo menos de dos generacio-
nes), exogámicas, bilaterales y por lo general matrilocales, constituían la unidad mínima
organizativa con cierta estabilidad. Estas parcialidades (se prefiere aquí esta denominación)
eran relativamente funcionales a las formas de cooperación simple que implicaban las activi-
dades tradicionales, aunque en algunos casos se daban formas de cooperación más compleja.
Tal es el caso de la pesca y algunos tipos de caza, que requerían de la realización de actividades
diferenciales al interior del proceso de trabajo. Las parcialidades, cuya cantidad de miembros
variaba entre 40 y 70 individuos, tenían un nivel de integración étnico-lingüístico mayor.
Así, por ejemplo los Wichí (Matacos) conformaban una unidad étnico-lingüística en cuyo
interior podían distinguirse distintas parcialidades, las cuales tendían a ocupar territorios
lindantes. Esta vecindad estaba asociada, desde el punto de vista de la economía doméstica,
a la relativa disponibilidad territorial de cada parcialidad al interior del colectivo étnico. Ello
no obstaba para que, dadas ciertas distancias físicas, contactos interétnicos y experiencias
propias conformaran variedades dialectales dentro del mismo grupo lingüístico.
Esta característica de los grupos cazadores-recolectores ha sido señalada ya por varios
autores e implica en la práctica la producción de una relación inversa entre reciprocidad y
distancia social (Sahlins, 1977). Así, por ejemplo, la mayoría de los colectivos étnicos del
Chaco tendían a distinguirse en su interior entre parcialidades ribereñas y montaraces, entre
las cuales y de acuerdo al mayor o menor acceso a determinados recursos se producía un
intercambio de bienes a partir de mecanismos reciprocitarios basados en el sistema de paren-
tesco exogámico entre parcialidades (cfr. Nordenskjold, 1912; Metraux, 1946). Esto era
posible ya que bajo tales condiciones era muy probable que un miembro de una parcialidad
ribereña tuviese un pariente en una parcialidad montaraz. Ya hacia el “exterior” del colectivo
étnico el territorio era objeto de disputa y conflictos interétnicos que tendían a mediatizarse
por la acción de los líderes “shamánicos”, antes de la emergencia de una acción “guerrera”.
Los liderazgos respondían a sostener aquella dinámica: por una parte, se encontraban los
Jayawé (Shamán entre los Wichí), quienes intervenían como mediadores (entre las parciali-
dades, hacia la naturaleza y hacia los “otros”), intentando restaurar cierto equilibrio cuando
las relaciones sociales y para con el medio físico tendían hacia disrupciones no deseadas por su
parcialidad; mientras que los jefes guerreros se constituían en tales por su aptitud para
organizar a la parcialidad propia y a otras cuando un conflicto con otros colectivos étnicos
había llegado a una situación que requería de una acción bélica (por lo general, defensiva).
Estos liderazgos eran pues referidos en primera instancia a las parcialidades, es decir, hacia
pequeños grupos de familias extensas. Al parecer de acuerdo a las referencias etnográficas
consultadas y tal como ha sido analizado en capítulos anteriores, la aparición de liderazgos de
mayor envergadura estuvo asociada a las resistencias hacia las pretensiones misionales y las
244
ofensivas punitivas coloniales y más recientemente hacia las campañas de exterminio encaradas
por la corporación militar durante la tercera parte del siglo pasado y primera década del presen-
te. Esto de alguna manera queda relativamente confirmado por el hecho ya mencionado de que
las jefaturas emergentes de las resistencias al exterminio se conformaban interétnicamente –es
decir, no únicamente para la defensa del grupo étnico-lingüístico propio, sino también, en
muchos casos, para agrupamientos formados por las parcialidades de distintos colectivos étnicos–
. El objetivo central era la defensa del almacén primitivo de víveres puesto en peligro por el
proceso de desterritorialización iniciado desde el período colonial y profundizado en el proceso
de construcción y reinvención del estado-nación argentino.
En el Chaco, la llegada de la estación húmeda, hacia el mes de octubre, daba comienzo
al período de abundancia de alimentos. Maduraban los frutos silvestres y las mieles. Los
primeros frutos que se recolectaban eran los de la “algarroba blanca” (Prosopis alba) y la
“algarroba negra” (Prosopis nigra), el “chañar” (Gourliega decorticans), la “bola verde” (Capparis
speciosa), la “sachasandía” (Capparis salicifolia). La recolección de frutos era intensa hasta las
fuertes lluvias de diciembre, ya que con éstas los frutos no recogidos se echaban a perder,
salvo la algarroba que era guardada en trojas construidas a tal fin. A partir de diciembre
maduraban el poroto de monte (Capparis retusa), el “mistol” (Zyzyphus mistol), la “doca”
(Morrenia odorata), la “tusca” (Acasia aroma) y diversas clases de tunas e higos del monte. Las
distintas clases de mieles se recolectaban también durante el verano. Entonces, el inicio de la
temporada húmeda, coincidente con los primeros frutos de algarroba, era ocasión para las
grandes fiestas, la preparación de la aloja y los intercambios matrimoniales.
Si bien la caza se practicaba durante todo el año, se hacía más intensa también en el
verano. Los animales más valorados eran el “suri” o ñandú del Chaco (Rhea americana), la
“corzuela” (Tazama), el “chancho rosillo” o “chancho del monte” (Tayassu tajacu), el “anta”
(Tapirus terrestris), el “conejo de monte” (Sylvilagus brasiliensis paraguarensis), el “quirquin-
cho” (Tolypeutes matacus), el “carpincho” (Hydrochoerus hydrochoeris notialis), la “vizcacha”
(Lagostomus maximus), el “oso hormiguero” (Myrmecophaga), la “iguana” (Tupinambis teguixin).
También se capturaban aves como el “chajá” (Chauna torquata), la “charata” (Ortalis carnicollis),
el “yulo” (Tantalus americanus), el “pato criollo” (Cairina moschata), entre otras.
Hacia mediados de junio, el ascenso de grandes cardúmenes por el río Pilcomayo permi-
tía que durante más de dos meses (hasta mediados de agosto) la pesca fuera muy abundante,
convirtiéndose en la actividad prácticamente excluyente durante ese período. Las especies de
peces más apreciadas eran el “dorado” (Salminus maxilucus), “surubí” (Pseudoplatystoma
coruscans), “boga” (Schizodon), “sábalo” (Prochilodus platensis), “bagre” (Pimemolinae).
El invierno implicaba el inicio de la época “flaca” (“lop” en Wichí); es que antiguamente,
más allá de la pesca, el eje de la economía doméstica parecía estar centrado en la recolección de
la gran oferta de frutos y mieles del monte. La pesca era entonces un recurso de carácter más
bien complementario, aunque de vital importancia en la dieta alimentaria. Ya hacia el mes de
mayo, las reservas acumuladas de frutos en las trojas se habían consumido en su totalidad.
Entonces sólo cabría esperar la llegada de los cardúmenes; pero por sus características, la pesca
245
era (y lo sigue siendo aún) una actividad de aleatorios resultados y el hambre se presentaba
amenazante. Tal vez por ello, el conflicto por el control de los territorios costeños, o más
específicamente el acceso a una abundante pesca, era motivo central de los conflictos y
negociaciones entre los diferentes grupos étnicos.
Las distintas actividades que componían la economía doméstica aborigen en el Cha-
co central estaban reguladas por una clara división sexual del trabajo: las mujeres reco-
lectaban frutos y leña, los hombres recolectaban mieles, cazaban y pescaban. De todas
estas actividades, la pesca era el proceso de trabajo que implicaba una cooperación más
compleja, en el sentido de que distintos grupos de individuos cumplían funciones
diferenciadas. Esto era así por la premura que representaba conseguir alimentos para el
conjunto de la parcialidad. De manera tal que se diseñaba un sistema (aún hoy presente)
con distintos tipos de redes, en el cual una vez identificado el cardumen, un grupo de
hombres se disponía sobre el río de forma tal que con las redes llamadas “tijera” cortaban
el paso a los peces, mientras otro grupo de hombres munidos de otro tipo de redes
recorrían el río hacia donde los primeros zambulléndose en los remansos para atrapar las
piezas más importantes.
246
Las fórmulas a las que recurre la narrativa aborigen del Chaco en torno a los dueños de los
animales resultan muy variadas, al igual que las interpretaciones antropológicas que tienden a
realizarse al respecto. Estas últimas, por lo general, aluden a las especificidades de las cosmologías
aborígenes, en tanto relictos de configuraciones del pensamiento o sistemas religiosos “arcaicos”,
o bien, en otras perspectivas, se refieren a una supuesta cosmovisión que podría caracterizarse
como “ecologista” por parte de estos grupos (de hecho así lo han caracterizado muchos autores),
que indicaría prácticas asociadas a un “respeto sistemático y profundo hacia el entorno natural”
dada la dependencia que ante el mismo guardan las pautas económicas cazadoras-recolectoras.
No es intención de este apartado discutir con detenimiento las afirmaciones precedentes
que recorren la gran producción etnográfica sobre el tema. Respecto a las del primer tipo, ha
sido C. Lévi-Strauss (1968, 1976) quien, con su impresionante obra etnológica, dio un
rotundo golpe de gracia a los presupuestos de arcaísmo religioso en tanto modelo explicativo
de los contenidos en las narrativas aborígenes americanas, por lo que se abordará aquí las de
segundo tipo. En tal sentido, resulta de especial interés detenerse brevemente en las inferencias
que desde el hecho concreto de aquella “dependencia” del medio natural se realizan en torno
a los sistemas de pensamiento o bien de “creencias”. En tanto se pretenda que la práctica de
la producción simbólica es el resultado (nunca demostrado, sino asumido como algo dado)
de una especie de modelo de reproducción cultural y la noción de cultura formulada en
términos de rasgos esenciales que determinado grupo social procura “mantener” o “preservar”
(al igual que la naturaleza), el análisis no podrá trascender su propia circularidad, transfor-
mándose, en el mejor de los casos, en un modelo de causalidad lineal: la dependencia del
monte implica que el esfuerzo cultural debe pasar por la preservación del mismo, entonces la
cultura estará pautada por su propia preservación para así preservar el monte.
Una primera cuestión a tener en cuenta respecto a tales construcciones es que, suponien-
do válida la noción de dependencia de la naturaleza y su vinculación con algunos aspectos de
los contenidos de la producción simbólica, debería sostenerse el mismo criterio ante las
transformaciones en el medio ambiente y, entonces, preguntarse sobre la dinámica simbólica
que configuraría la representación de dichas transformaciones. De hecho, la historia conoci-
da del poblamiento, ocupación y conquista del Chaco central, según se ha analizado prece-
dentemente, está signada por fuertes impactos ambientales. Sin embargo, dichos impactos
en el medio ambiente natural, en reiteradas ocasiones, no son tenidos en cuenta a la hora de
investigar la dinámica de la producción simbólica que se supone debería tomarlos en cuenta.
El argumento generalmente expuesto, o más bien presupuesto, concibe a las produccio-
nes simbólicas como pertenecientes a una “cosmología” y, por lo tanto, perdurables en el largo
tiempo (de allí el sentido de hablar de “supervivencias”). Sin embargo, e independientemen-
te de la crítica posible a dicha noción tan cara a la antropología clásica, habría que preguntarse
si una “cosmología” puede sobrevivir sin profundas alteraciones durante casi cuatro centurias
de relaciones interétnicas (en el sentido definido al comienzo). Así, la cultura deviene en
entelequia que se remonta a un orden primario, un orden “natural”, y el análisis termina
circunscribiéndose a supuestas “mantenciones” o “pérdidas” de dicho orden. La Antropología
247
15. Al respecto señala W. Roseberry: “If natural economy is a historical product, it is also an ideological
product of the present” (1989: 223). Y también en R. Williams, quien sostuvo que dicho concepto
constituye un elemento clave de la crítica aristocrática a la sociedad burguesa durante la revolución
industrial (1973).
16. Para un desarrollo con mayor profundidad sobre el tema, ver Trinchero, op. cit., 1988.
248
las mismas varían en uno y otro caso. La idea de narrativas orales pretendiendo perpetuar sus
significaciones eternamente tiende a recoger el modelo de la escritura (principalmente histórica) y
ésta concebida en tanto modelo normativo (De Certau, 1993).
Se agrega a lo anterior la analogía con relatos configurados por códigos religiosos
(haciendo simétricas la producción mítica o narrativa oral y la escritura sagrada). Semejante
analogía construye el campo de inteligibilidad de las narrativas orales en tanto modelo de
construcción “dogmática” del pensamiento. Por ello, los mitos no son equiparables al
modelo reproductivista de los dogmas religiosos.17
Así, por ejemplo, es posible observar que la producción simbólica expresada en las narra-
tivas sobre los “dueños del monte”, “dueños de los animales”, etc. (como otros múltiples
tópicos narrativos presentes en la cultura de la mayoría de las poblaciones aborígenes del
Chaco), es, en algunos grupos, activada, mientras que, en otros, no es recordada, o bien es
reemplazada por otras series de relatos que intentan significar aspectos de interés social
(sociológicos) respecto a la reproducción de la vida y las experiencias colectivas históricas y
actuales en torno a ellas. El contexto del relato es entonces altamente significante convirtien-
do al mismo en un “haz de relaciones”: hace que éste estalle más allá de la aldea y aún mucho
más allá de cualquier texto.
Si “preservar” los recursos del monte es significante de la producción narrativa sobre los
“dueños del monte” lo es en tanto el monte como “almacén primitivo” de la reproducción de
la vida se encuentra amenazado, y esa amenaza no se remite a una construcción meramente
“imaginada” o perteneciente al orden de la “superstición” (código en el que se suele caracte-
rizar la religiosidad primitiva), sino a la amenaza del “otro”. Un otro que se presenta y re-
presenta configurando límites más o menos probables, pero no por ello menos concretos. Así,
la caza, la recolección, la pesca, etc., son actividades que implican un permanente relativo
peligro ante otros que pretenden disputar por los mismos recursos. Cazar implica internarse
en el monte, seguir a los animales en sus recorridos inciertos pero probables, conlleva la
posibilidad de perderse en sus interiores (de hecho en el Chaco existe también una profusa
narrativa en torno a “perderse en el monte” y que se asocia a la presencia de los “dueños”).
Perderse en el monte significa la posibilidad concreta siempre latente en la expedición de
caza de internarse en otros territorios, perder los referentes toponímicos del lugar “controla-
do” (asumido por los propios y convenido con los “otros”). A mayor caza le sobreviene un
incremento de la posibilidad de perderse, de internarse en territorios ajenos. Entonces, la
producción simbólica marca esta posibilidad, genera un mensaje de peligrosidad, de límite,
17. Se recupera aquí la propuesta enunciada por C. Lévi-Strauss, en el sentido de que los mitos se hablan
entre sí –que, si bien es criticable respecto a su de-construcción casi absoluta del sujeto, aporta hacia la
inteligibilidad del análisis mitológico en términos de relaciones interétnicas–. Los mitos se hablan entre sí,
se construyen en un contexto de intercambios. Al contrario, los textos sagrados de las religiones construyen
un modelo de exclusividad, capturan los universos míticos para transformarlos en dogmas (cfr. Lévi-
Strauss, 1982, 1983).
249
de frontera. Una peligrosidad que es tal también por otros motivos, ya que lejos del lugar de
referencia habitual no es posible acceder a los mediadores (shamanes, líderes) que pudieran
operar ante una situación de conflicto.
Entonces, siguiendo este análisis, la cuestión de los “dueños de los animales” parece
referenciarse, antes que a una “cosmología” preservacionista, a una producción simbólica que
intenta representar una práctica y un saber de relacionamientos interétnicos. La narrativa en
torno al “dueño de los animales” parece querer representar, ante todo, un ser de existencia no
visible pero virtualmente posible; es el territorio (tal vez no desconocido, pero sin dudas no
reconocido como propio) al cual por medio de las prácticas y requerimientos de reproducción
de la vida se puede llegar a incursionar. La escasez no es pues de orden “natural”, sino social. Se
expresa negativamente a nivel simbólico al requerir de un acceso hacia ciertos “no lugares”, ante
la impronta de demandar un “exceso” de territorio, es decir, el lugar posible del otro.
Lo anterior es importante ya que, anclada la producción narrativa en estas problemáticas
prototípicas de las formas de reproducción de la vida, permite hacer inteligible la resignificación
de narrativas referidas a otros “dueños” de las condiciones de existencia de la población
indígena a partir de otros tipos de relacionamientos interétnicos “históricos”.
A modo de ejemplo puede tomarse el siguiente relato referido al impacto de la ocupación
criolla en la frontera y, sobre todo, de su relación con un animal particular, la vaca:
“(...) han llegado los criollos y dicen, –Vaca!, Vaca!, por la tarde vuelvo–. Y por ello se
han quedado para ellos, que si no le dice eso no se van a ir... porque no comprende,
parece que ellas (las vacas) no comprenden Wichí... a ellos comprenden, por eso se
hacen dueños de las vacas...”.18
El recuerdo del impacto producido inicialmente por la llegada de los criollos con sus vacas,
pero también apropiándose del ganado cimarrón existente en la zona que, según las referencias,
tenía cierta presencia desde las misiones, pasando por las vaquerías organizadas por los grupos
Guaycurú (Tobas y Mocovíes, principalmente), construye un modelo de referencialidad hacia
estos nuevos “dueños” del ganado. Uno de los sentidos que tiende a expresar el relato apunta a
señalar esta concreta apropiación de un recurso y a intentar deconstruir la pretendida legitimi-
dad con la que se acusaba de “cuatrero” permanentemente al aborigen.
Hasta ese momento las vacas que pastaban en los territorios Wichí podían ser “cazadas”
por ellos; a partir de la presencia criolla, la caza de la vaca comenzó a ser sancionada y su
práctica perseguida (los partes policiales de la época abundan al respecto). A pesar de su
presencia previa a la llegada de los criollos, la vaca fue siempre concebida por los Wichí como
un animal intruso (tal vez sería más acertado decir exótico). No era posible comprender su
18. Relato de un Wichí de la comunidad de Misión Pozo de Yacaré (Formosa). Existente en la cinta nº 163
del archivo perteneciente al CEFAPRIN-Conicet.
250
dinámica reproductiva de la misma manera que se lo hacía con otros animales del monte. Así,
los saberes desarrollados por la población aborigen en torno a la dinámica migratoria de las
aves, las referencias sobre los nichos ambientales que delimitaban la probable presencia del
anta, el tapir, la corzuela, el conejo del monte, el chancho rosillo, etc., la presencia de los
cardúmenes de peces en el Pilcomayo, combinaban sistematizaciones en torno al espacio y el
tiempo que no tenían el mismo alcance respecto al ganado vacuno. El control de la dinámica
del ganado estaba signado por aquellas vaquerías guaycurú y no participaban con la misma
regularidad de las construcciones Wichí; aún así, la incursión en el territorio propio legitima-
ba su caza. Esta dependía, entonces, de situaciones más aleatorias y menos sistematizables.
Expresar que la vaca se va con el criollo porque lo entiende y no con el Wichí con quien
sucede lo contrario es significar, en los códigos propios de la relación con el monte y sus
recursos, el derecho a cazarla en el ámbito propio pero no llevársela o manejarla como rodeo
o vaquería, pues el dominio de estas técnicas no eran propias.
La noción de “dueño” remite entonces al dominio de las condiciones (saberes y técnicas)
que organizan el esquema básico de reproducción de la vida. Saberes y técnicas que al mismo
tiempo se enmarcan en relaciones interétnicas históricas específicas, tal como ha sido analiza-
do también con relación a las prácticas como trabajadores estacionales en los ingenios azuca-
reros, donde eran otros los “dueños” de dichas condiciones.
Para reforzar el argumento anterior, es posible plantear otro ejemplo, esta vez correspon-
diente a las relaciones entre distintas parcialidades étnico-lingüísticas de la región. El Chaco
central, siendo ámbito de relativo refugio frente a las incursiones misionales, las campañas
punitivas coloniales y las ofensivas posteriores, se transformó paulatinamente en un territorio
en el que confluían parcialidades tradicionalmente distantes y, también por esa razón, se
agudizaban permanentemente los conflictos por el control de los recursos. Ello estaba (fun-
damentalmente a partir de las ofensivas militares hacia finales del siglo pasado) en relación
directa al incremento de los niveles de “acorralamiento”. El control de los ríos resultó, enton-
ces, de vital importancia. Precisamente, la reducción del territorio de recolección y caza hizo
que en varios casos algunas parcialidades recurrieran al vallado de los ríos (para una captura
abundante), lo cual derivó incluso hacia confrontaciones bélicas y, por lo tanto, a constantes
pactos y reordenamientos simbólicos sobre los recursos de la pesca: pescar de esa manera,
pescar abundantemente, significaba la posibilidad de ruptura de los acuerdos logrados y la
emergencia del conflicto. De allí también la emergencia de los “dueños” de los pescados
simbolizado por el “Viborón” en algunos casos. Sin embargo, hoy en día, la pesca indepen-
dientemente del carácter tradicional del proceso de trabajo se realiza no sólo para “comer”,
sino también para “vender”, por lo que las relaciones sociales mercantiles (relaciones interétnicas
al fin) que inducen a la captura de peces, la pesca, no implican ningún modelo simbólico de
prescripción sobre esta actividad que la limite.
Ahora bien, en este orden del análisis, es posible avizorar también algunas diferenciacio-
nes entre los significados posibles en torno a los “dueños” del monte y su oferta ambiental: el
simbolismo en torno a tales “entes” parece estar más lejos de conformar un modelo de
251
significados en torno a la conservación de los recursos que sobre las prácticas de reproducción
de la vida. Pero, al mismo tiempo, parece configurarse como resultado más o menos probable
de las formas de relacionamiento interétnico. Si en los casos en que las relaciones sociales se
construyen entre parcialidades o agrupamientos con niveles similares en lo referente a las
relativas capacidades para el control del territorio, los “dueños” del monte resultan ser entida-
des representadas, para decirlo de alguna manera, por seres supranaturales (el Vizcachón, el
Viborón, etc.), cuando las relaciones interétnicas resultan de una asimetría tal que las nego-
ciaciones no son más que el resultado de una situación de dominación (por ejemplo, con los
criollos) el “dueño” parece adquirir representaciones concretas, humanas.19
Independientemente de que estas nominaciones particulares de los dueños representen
un campo de interés específico de análisis, lo que resulta relativamente significativo, al me-
nos, es que las capacidades de negociación con estos dueños en torno a los recursos del monte
son diferenciales. Aún más, si en el horizonte de relacionamientos entre parcialidades y
grupos étnico-lingüísticos distintos los pactos sobre el territorio y los recursos se construían
sobre una situación de cierto equilibrio, en una situación de fronteras porosas, poco rígidas,
la emergencia de otros actores fue configurando situaciones de fronteras que expresaban
relaciones interétnicas asimétricas, mediadas por una menor capacidad de negociación, es
decir, por fronteras que tendían a cerrarse.
Las actividades de caza, recolección y pesca tradicionales, tal como ha sido señalado ya,
han sufrido drásticas transformaciones en la actualidad, producto del proceso histórico de
relacionamientos interétnicos a los cuales la población aborigen del Chaco central ha estado
sujeta. Al acorralamiento territorial y al trueque de la vida por las condiciones de explotación
en las plantaciones, debe sumarse un proceso reciente de mercantilización de las aquellas
actividades tradicionales, que es necesario analizar.
Tal como es posible observar en los mapas presentados en capítulos precedentes, dos grandes
ríos atraviesan y al mismo tiempo delimitan en toda su extensión al Chaco central: el Bermejo al sur
y el Pilcomayo al norte. De hecho, la pesca en estos ríos constituye desde tiempos remotos una
actividad central en la reproducción de la vida de los grupos aborígenes Wichí, Chorote, Chulupí
y Toba, principalmente. Al comenzar el período de mayor sequía y coincidiendo con un sustan-
tivo decrecimiento de los recursos del monte (recolección y caza) se incrementa paralelamente la
19. Sin dudas, el simbolismo que expresan estas distinciones es mucho más complejo que el aquí
analizado, cuestión cuyo análisis derivaría hacia un estudio más pormenorizado que escapa a los objetivos
propuestos.
252
253
étnicos, sino que iba a estar limitada, entre otros factores, por la distancia posible de recorrer
desde una misión hasta los lugares de concentración de los cardúmenes. Al mismo tiempo,
otro factor también vinculado al impedimento del vallado del río es que la productividad ya
no dependió en la forma que lo hacía antes de aquel control espacial, sino que adquirió mayor
preponderancia la composición interna de las unidades domésticas.
Lo anterior tiene su anclaje en el propio proceso de trabajo pesquero tal como se lo
practica en las comunidades. El mismo implica una organización colectiva, los productos son
individuales y sólo los “zambullidores” (individuos masculinos de gran aptitud física y des-
treza) logran obtener las mejores piezas. Ello ha resultado en una importante variabilidad de
los índices de productividad en la captura entre las diferentes unidades domésticas y en
general entre las comunidades ribereñas.
Las piezas que se obtienen son principalmente sábalo (wahát, en lengua Wichí), dorado
(asak’), surubí (asuj), muy apreciado, armado (tupan), boga (cheyes k’tu) y bagre (pasenhas). La
práctica colectiva se organiza de la siguiente manera: de 20 a 40 pescadores, organizados por un
“puntero” (el más diestro y experimentado) con redes tipo “tijera” bajan al río buscando los
mejores peces, lo que exige sumergirse en una profundidad que varía entre 1,5 y 5 m y abrir la
red para aprisionar la presa en el lecho del río. Los pescadores no abren la red al azar, sino
guiándose por distintas técnicas tradicionales (sea por los sonidos que emiten algunas especies
–surubí y armado– o el golpetear de la cola). Una vez atrapado se lo sube a la superficie y se lo
mata pegándole en la cabeza con una masa (lhetoktaj), colgándoselo luego, el pescador, en la
cintura. Otro grupo de aproximadamente siete a doce pescadores con redes fijas esperan unos
mil metros río abajo, capturando los peces que produce el acorralamiento entre ambos grupos.
Al primer grupo lo conforman los miembros más aptos físicamente y diestros (zambullidores);
el segundo grupo es conformado por los más ancianos y menos diestros.
En los inicios del proceso de misionalización, esta dependencia de la composición de
las unidades domésticas no tuvo mayor repercusión ya que las actividades de pesca eran
complementarias, junto con otras actividades tradicionales, del asalariamiento estacional
en los ingenios. Sin embargo, a partir del proceso de desincorporación de la mano de
obra indígena en aquella actividad y el reenganche en las plantaciones del poroto re-
cientemente, su peso específico en la composición de la dieta familiar ha aumentado. A
las consideraciones anteriores debe agregarse el proceso reciente de mercantilización de
la actividad pesquera.
Tal como se ha expresado, camiones procedentes de Salta y principalmente de Bolivia
incursionan en la zona para comprar el pescado capturado. Si bien las técnicas empleadas no han
variado significativamente a partir de este fenómeno, dicho proceso de mercantilización ha intro-
ducido cambios en las formas de cooperación en el trabajo y en la capacidad de dar respuesta a esta
“demanda” de pescado por parte del capital comercial a las distintas comunidades.
La incursión de estos camiones a determinadas comunidades depende de las capacida-
des relativas de cada una de ellas para lograr determinado índice de productividad (sin
considerar otros factores, como las limitaciones que se les impone en muchos casos por
254
parte de las autoridades por ser zona de frontera). Esta capacidad depende de la posibili-
dad de que un grupo de pescadores puedan lograr una captura que varía entre las 1.000
y 5.000 piezas (dependiendo del tamaño del camión) en un lapso no mayor de dos días
(dado lo perecedero del producto).
De acuerdo a estas condiciones de tiempo y productividad existe un grupo limitado de
comunidades en capacidad de satisfacerlas. Si se tiene en cuenta que en condiciones óptimas
una persona obtiene un máximo de diez piezas comercializables por captura, tendríamos que
se requeriría de un grupo de 50 pescadores para lograr completar en dos días un camión
pequeño. Lo normal es que estos camiones recorran en esos dos días las tres o cuatro comuni-
dades con capacidad organizativa para una captura relativamente alta (téngase en cuenta que
la restricción temporal tiene que ver con la capacidad frigorífica de los camiones que conser-
van el pescado únicamente con barras de hielo).
La presencia de estos camiones en la zona, al inducir un incremento en la productividad
de la pesca tradicional, ha generado un proceso de diferenciación entre las comunidades y
también entre las unidades domésticas, diferenciación que se asienta en límites y posibilida-
des demográficas para cada caso. Pero al mismo tiempo este proceso es aún parcial, dadas las
limitaciones tecnológicas de la conservación, lo que permite aún mantener también las prác-
ticas tradicionales de pesca. La capacidad mayor o menor de una unidad doméstica de
acceder al pescado (y los ingresos posibles) es uno de los factores que explican al mismo
tiempo el éxito mayor o menor que pudieran tener los contratistas para el enganche temporal
de la población indígena para trabajar en las plantaciones. Esto es así, ya que el período de
pesca y de cosecha coinciden temporalmente.
El acorralamiento territorial a que fue sometida la población aborigen luego de las cam-
pañas militares y la introducción de la ganadería criolla en la zona produjeron modificaciones
profundas en la composición de la fauna autóctona, sobre todo aquella competidora y
predadora del ganado, tal como ha sido señalado por algunos autores y desarrollado en el
capítulo precedente (Miranda, 1955).
Inicialmente, los extensos pastizales permitían el sostenimiento de animales de cierta talla
(corzuela, chancho de monte, carpincho, anta o tapir, oso hormiguero, suri, etc.) e incluso
importantes cantidades de ganado vacuno trashumante. Las técnicas de caza implicaban el
trabajo colectivo de grupos de hombres que “cercaban” a los animales, a veces mediante el
incendio de los pastizales, en otras ocasiones mediante sonidos con distintos instrumentos.
Precisamente, el nombre de Chaco con el cual se designa a la región parece provenir de la
palabra queshwa, que designa a este tipo de cacería.
255
256
La viabilidad de la agricultura
257
Los recursos forestales han sufrido también una serie de transformaciones. Las mismas
se expresan en la conformación de la fisonomía del monte y están asociadas principalmen-
te, al menos en el presente siglo, al sobrepastoreo del ganado, lo cual produjo que los
antiguos pastizales cedieran paso a una comunidad leñosa y la formación de fachinales
(Morello y Saravia Toledo, 1959). Algunas especies se vieron favorecidas y otras perjudica-
das con la presencia del ganado. Así, por ejemplo, la Acacia (Acacia spp.) y el Mistol
258
(Zizyphus mistol) se vieron incrementadas gracias al ganado que las ha diseminado, dada la
capacidad de retención de vitalidad de las semillas que pasan por el tracto digestivo del
vacuno. Pero, en cambio, los quebrachos colorado y blanco (Schinopsis y Aspidosperma,
respectivamente) se vieron permanentemente perjudicados por el ganado al impedirle su
repoblamiento natural. En tal sentido, puede decirse que la ganadería aumentó la impor-
tancia de especies con menor valor comercial.
En la zona, los bosques participan directa o indirectamente en la reproducción de la vida
humana. Así, el ganado, recurso principal de la economía mercantil simple del criollo, consu-
me casi todas las especies del monte, sean los frutos, las hojas y/o los rebrotes. Los frutos del
algarrobo y una cantidad innumerable de vegetales constituyen una parte principal de la
dieta de los pobladores, principalmente entre los aborígenes. Otro aprovechamiento del
bosque lo constituye la tala de madera, la cual se limita a la extracción primaria y su trans-
formación en postes. Esta actividad se sigue organizando mediante los tradicionales obrajes,
en lo que interviene un capitalista (que generalmente es también dueño del almacén de
ramos generales) que invierte inicialmente en el transporte de los peones y en el adelanto de
las mercancías necesarias para la alimentación del grupo y las herramientas.
El producto principal que se obtiene de esta manera es el poste de quebracho, aunque
también, y a pesar de las prohibiciones existentes para su extracción, se producen postes de
palo santo (Bulnesia sarmientoi) que se utilizan mayoritariamente para el alambramiento
de algunos predios criollos.
En menor escala, se producen rollizos para las pocas carpinterías artesanales existentes en la
zona, las cuales elaboran sillas y mesas que se utilizan en el amoblamiento rústico local. También
el monte es utilizado para la extracción de la leña requerida tanto en los hogares criollos como
aborígenes, aunque el impacto ambiental en este caso es mínimo, ya que se extraen principalmente
ramas secas de algarrobo y mistol y en menor medida de ancoche (Vallesia glabra).
Ante la situación de crisis reproductiva, los líderes aborígenes han presionado a las auto-
ridades provinciales a través del Instituto Provincial del Aborigen (I. P.A.) para la obtención
de “guías”, es decir permisos para la extracción de postes, que es el único producto de
extracción forestal con mercado extrarregional.
Estas guías fueron otorgadas durante un breve período (dos años) y luego se retiraron
con el argumento de la “depredación del monte”. Se adjudicaban a un aborigen de “recono-
cido” liderazgo y destreza en la organización del trabajo; esta persona funcionaba como
“contratista” de otros aborígenes, cobrando un porcentaje del producto total extraído.
Pero la “posteada” (así se denomina a dicho proceso de trabajo) sólo podía ser organizada
si se conseguían los adelantos en mercancías (alimentos) capaces de mantener a los trabajado-
res durante el proceso de trabajo y las herramientas necesarias para realizar las tareas requeri-
das. Al respecto debe señalarse que no son precisamente aquellos líderes aborígenes quienes
podrían estar en condiciones de realizar estos adelantos. Este adelanto es realizado casi exclu-
sivamente por algún “bolichero” que, junto al negocio de los alimentos, interviene además
como acaparador de postes y rollizos en la zona.
259
Las distintas pautas de aprovechamiento de los recursos del medio ambiente por parte de
los pobladores aborígenes y criollos ha implicado desde comienzos del presente siglo una
competencia permanente por su usufructo. Los conflictos entre ambos sectores de la pobla-
ción arrancan de esta situación básica.
Sin embargo, factores que hacen a la dinámica económica regional son los que explican
en forma más sistemática la agudización de dicho conflicto y la emergencia de estigmas
sociales respecto a los pobladores y sus pautas de usufructo del ambiente, en el marco de un
proceso de pauperización que afecta cada vez más acentuada a ambos grupos.
En el caso de la población indígena, la mercantilización de algunos recursos tradicio-
nales está implicando un proceso de subsunción de procesos de trabajo “tradicionales”
por parte del capital comercial. Esta forma específica de subsunción adquiere determi-
nadas características: a diferencia de la contratación de los aborígenes como jornaleros en
procesos de trabajo agroindustriales, implica la valorización de productos tradicionales
(ejemplos de la pesca y la caza). Si en los procesos de trabajo agroindustriales la transfe-
rencia de valor se realiza por la capacidad de sustento de una parte sustantiva de su
fuerza de trabajo que tienen las economías aborígenes, en este caso, dicha transferencia
260
261
sea posible) los magros ingresos en especies que provee el “enganche” esporádico en las
plantaciones y que permitan garantizar una dieta mínima.
En el caso de los pobladores criollos, la relativa prosperidad que presentaba la zona para
sus actividades ganaderas tradicionales fue transformándose paulatinamente en una trayec-
toria involutiva de su economía doméstica, alcanzando, en la actualidad, al menos para la
mayoría de sus integrantes, niveles de extrema pobreza.
De “pioneros” con expectativas de capitalización pasaron a constituirse en pobres del
campo, y las unidades domésticas ya no retienen en su seno a los miembros de la familia,
debiendo gran parte de ellos migrar hacia las ciudades cercanas, sea en forma permanente o
temporaria en busca del sustento.
A pesar de estos procesos históricos concretos que indicarían que a nivel socioeconómico
las condiciones de existencia de la mayoría de la población criolla tienden a asemejarse a la de
la población indígena, prevalecen aún en forma agudizada procesos de relacionamiento
interétnicos altamente conflictivos. Posicionamientos de autoidentificación social y étnica
que tienden a incentivar imágenes estereotipadas del criollismo pionero y formuladas como
pertenecientes a una identidad nacional, alimentan en la población criolla enfrentamientos
hacia la población indígena, que adquieren, en muchos casos, características violentas. Al
mismo tiempo, posiciones de autoidentificación indigenistas, alientan, entre los pobladores
aborígenes, posicionamientos irreductibles respecto a la pertenencia del territorio.
Este proceso, activado desde determinados dispositivos institucionales del poder –que
serán analizados en los próximos capítulos– tienden a impedir en la actualidad un modelo
consensuado de aquello que los planificadores gubernamentales han denominado como
“propuestas de regularización territorial” en la zona. Aún más, todo parecería indicar que las
propias autoridades observan con cierta complacencia la agudización de este conflicto
interétnico que traslada hacia los pobladores la responsabilidad ante la falta de una política
coherente y consensuada en torno a la tenencia y usufructo de un territorio que presenta la
aparente paradoja de configurar un ambiente extremadamente desertificado con
superpoblación relativa.
262
Territorios de la etnicidad I
Políticas y demandas territoriales en el Chaco central
Definir la política como guerra continuada por otros medios significa creer
que la política es la sanción y el mantenimiento
del desequilibrio de las fuerzas que se manifestaron en la guerra.
M. Foucault (en Genealogías del racismo)
263
producto agrario, sino además y sobre todo porque se estima que la tenencia provisoria por
parte del productor arrendatario también atenta contra la productividad al desalentar inver-
siones a largo plazo y/o en capital fijo.
Pareciera ser que en los últimos años la expansión de procesos de trabajo más “típicamen-
te” capitalistas en cuanto a las relaciones de producción en el campo argentino, con la
difusión de sujetos sociales adecuados a esos procesos –como, por ejemplo, los contratistas de
máquinas–, ha tendido, particularmente en la región pampeana pero no exclusivamente en
ella, según se ha visto respecto al umbral al Chaco, a atenuar en alguna medida ese obstáculo
que el divorcio entre tenencia del suelo y del capital podía eventualmente erigir al incremen-
to de la productividad.
De cualquier manera es probable que la cuestión siga teniendo vigencia, según se obser-
vaba en la reflexión sobre el tema, como la tenía –aunque de modo acuciante– hace 20 o 30
años. Así, podía por entonces leerse frases como ésta: “la propiedad de la tierra es un factor
prácticamente indispensable para lograr un aumento en el grado de intensidad (de capitali-
zación). Para efectuar inversiones sobre la tierra, para llevar a cabo planes de rotación de largo
alcance, hay que tener estabilidad. Y esa estabilidad sólo la proporciona la propiedad de la
tierra” (Giberti, 1985).
Detrás de afirmaciones como éstas resuena el eco de las reivindicaciones de los colonos
arrendatarios sistemáticamente explotados por los grandes estancieros –aunque no sólo por
ellos– en la época “dorada” de la Argentina agroexportadora. Tal vez, de habérseles asegurado
la propiedad del suelo hubiera sido posible un proceso de acumulación de aquellos produc-
tores familiares y, por lo tanto, la formación de otra estructura agraria diferente a la actual.
Pero para que tal hipótesis pudiera realizarse no alcanzaba seguramente con la propiedad
del suelo; se puede ser propietario y productor descapitalizado y también se puede ser
arrendatario y capitalista. Sin embargo, el tema de la propiedad aparecía como la cuestión
clave, como el factor crítico que permitiría salir de la condición de agricultor no capitalizado.
Es posible que esto haya podido tener cierta verosimilitud en la agricultura pampeana,
particularmente antes de 1930, pero resulta altamente discutible para las regiones
extrapampeanas –que no gozaban de la reconocida renta diferencial del suelo que la pampa
húmeda ostentaba a nivel mundial.
En esos ambientes, sin una inversión considerable en capital muy difícilmente logre
obtenerse un valor comparable al que de algún modo asegura la naturaleza pampeana. Sin
embargo, bien puede argumentarse que esto no invalida la condición sine qua non, allí
también, de la propiedad de la tierra. Tanto más cuanto las inversiones en capital fijo se hacen
más necesarias. Aun cuando esto pueda parecer razonable, nada impide que, en principio, si
las condiciones en la demanda se dan, el arrendatario bien puede hacer las inversiones a
condición de asegurarse la amortización. Un razonamiento semejante no es para nada im-
pensable de parte de un agricultor capitalista que puede llegar a contratar con el terrateniente
en condiciones de compartir la renta como resarcimiento al hecho de que en el futuro éste, al
apropiarse del capital incorporado, podrá exigir una renta más elevada.
264
265
266
Desde 1902, el gobierno nacional comenzó a legitimar la ocupación “criolla” hacia aque-
llos territorios, entonces nacionales, mediante la entrega de títulos a sus ocupantes (leyes
nacionales 467 y 1003), exigiendo un precio por hectárea prácticamente simbólico y que en
la mayoría de los casos no fue pagado. Fue así que se conformó en aquel tiempo la Colonia
Buenaventura, proceso que ya ha sido analizado en páginas anteriores.
En 1909, la provincia de Salta reclama para sí estos territorios que la Nación conside-
raba propios luego de los iniciales trazados de la línea Barilari (límite interprovincial con
Formosa) (Boletín Oficial de la Cámara de Diputados de Salta, 1987: 844). Cuando se
delimita definitivamente la frontera entre Formosa y Salta, una gran parte de aquellos
títulos corresponden a demarcaciones al interior del territorio de esta provincia y, por tal
motivo, sin validez legal. A partir de ese momento tanto criollos como aborígenes queda-
ron en similares condiciones desde el punto de vista del “dominio” de las tierras, es decir, en
situación de ocupantes de tierras fiscales.
Desde entonces y hasta la actualidad se produjeron algunos intentos de “regularizar” la
situación. Ejemplo de ello son las leyes 3844/64 y 4086/65 de la provincia de Salta, que
legislaban principalmente a favor de la titularidad de los pobladores criollos y tangencialmente
cediendo algunas áreas muy reducidas para los pobladores aborígenes, aunque no se llegaron
a efectuar transmisiones de dominio. En 1971, el decreto Nº 2293 establecía áreas para
“reservas aborígenes” que no llegaron a conformarse. Es importante señalar que en todos estos
casos se retoma el criterio de considerar a las poblaciones indígenas como pasibles de ser
“colonizadas” e “incorporadas a la civilización”, sin ningún tipo de reconocimiento del proce-
so histórico de expropiación al que fueron sometidas en distintas oportunidades. Aún más,
reiterando el desconocimiento de los pactos y tratados preexistentes al momento de gestación
de la Constitución nacional. Así, por ejemplo, la Constitución de 1853 únicamente recono-
cía pactos preexistentes entre las distintas fracciones de las burguesías provinciales. De mane-
ra tal que las distintas poblaciones indígenas, subordinadas a la categoría “indio”, resultaron
267
en similares condiciones “teóricas y jurídicas” que cualquier extranjero y, como tal, en “condi-
ciones” de gestionar un derecho a solicitar tierras.20
Esta condición particular de extranjería, recién resuelta, al menos en lo formal, mediante
el enrolamiento de la población indígena durante el gobierno de Perón, es significante en el
imaginario de los actores involucrados; en la memoria indígena y en la reiteración de los
modelos de intervención estatal ante la cuestión territorial.
Sin embargo, según se ha observado ya, el dominio y control territorial de las distintas
poblaciones indígenas “preexistentes” al del estado-nación se reflejaba paradigmáticamente
tanto en los discursos de conquista por parte de la corporación militar como en las autorida-
des civiles. De todas maneras era un reconocimiento por la negativa, es decir, argumentando
la legitimidad del estado-nación para la conquista y colonización.21
Es importante tener presente que previamente a esta “negación” existieron, tal como se ha
planteado en capítulos precedentes, una importante cantidad de acuerdos y pactos “preexisten-
tes”, tanto en las “fronteras” del sur como en las del norte. Entre otros, y para mencionar únicamen-
te aquellos establecidos a partir de la independencia, se encuentra el firmado por el gobernador de
la provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez, el cual contenía el siguiente texto:
20. También las leyes 4436 del 10-11-1971, la 4467 del 4-04-1972, la 4471 del 25-04-1972, la 4494
del 14-07-1972, la 4517 del 3-10-72 y la 4534 del 28-11-1972, daban cuenta de la adjudicación en
usufructo de tierras a algunas comunidades indígenas de la provincia de Salta y son otorgadas bajo el nombre
de “Comunidad Aborigen” a determinados caciques. Sin embargo, sobre estas tierras nunca se entregó título
de propiedad alguno ni tampoco se realizaron las mensuras correspondientes, ya que las autoridades
“sobreentendían” que dichas tierras eran jurídicamente asimilables al concepto de “reducción” o “reserva”
indígena, en el sentido de que el estado, a través de los organismos creados específicamente para dicha
función, seguiría siendo el auténtico propietario jurídico de dichas tierras; es decir, se reproducía el modelo
de ordenamiento y control tutelar sobre las tierras actualmente ocupadas por las poblaciones indígenas.
21. Así, por ejemplo, Bartolomé Mitre llegaría a decir el 5 de mayo de 1863 en oportunidad de la apertura
de la sesión ordinaria del Congreso Nacional, que el establecimiento de una nueva línea de frontera
permitiría “conquistar para la civilización una inmensa zona de que antes era dueño el salvaje...”. Más tarde
N. Avellaneda, en la apertura de sesiones del 4 de mayo de 1879, insistía “...el indio ha sido desalojado
de sus tolderías seculares...”. En 1881, el entonces presidente J.A. Roca anunciaba también al Congreso
de la Nación: “...Habiendo llegado nuestras divisiones al punto de la cita... dejando así libres para siempre
del dominio del indio estos vastísimos territorios”. (ENDEPA, 1993).
22. Convención estipulada entre el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y sus limítrofes, los
Caciques de la frontera del Sud. Archivo General de La Nación (AGN), 1820, Buenos Aires.
268
“...Y si algún abipón se pillare en esta banda del río sin la contraseña, el Gobierno es
dueño de hacer lo que quiera de él, sin ser un agravio a la Nación Abipona, y lo
mismo ellos con los que pasen allá de aquí”.23
Anteriores al Pacto Federal y por lo tanto a la propia Constitución Nacional, estos paces,
tratados, convenios y acuerdos, que tenían a su vez antecedentes de gran importancia en
otros similares realizados en el período colonial, indican la intencionalidad jurídica y política
del modelo de estado-nación emergente. La negación de la territorialidad de las poblaciones
indígenas no podía ser justificada de otra manera que mediante un proyecto de fronteras
políticas que colocara a éstos “fuera” de las mismas, “legitimada” en una caracterización de
extranjería simulada bajo el concepto de “indios”.
Esta concepción ha sido omnipresente en toda la historia de relacionamientos interétnicos
nación/indios y adquirió nuevas características durante la última dictadura militar. Así, el
antecedente inmediato del proyecto de regularización territorial que se analizará lo constitu-
ye la ley provincial 5713/80, sancionada bajo el régimen del entonces gobernador Ulloa.
Esta ley, dirigida especialmente hacia los pobladores del Chaco salteño, agravaba la situación
de precariedad de los pobladores al considerar dichas tierras libres de ocupantes y proyectar
una nueva colonización. Aunque tampoco llegó a instrumentarse, esta ley era consustancial
en su arbitrariedad al carácter ilegítimo y autoritario del régimen militar y al mismo tiempo
sintomática respecto al significado de estos espacios territoriales para la corporación militar, ya
que declaraba en su artículo 59 a todo habitante de tierras fiscales carente de todo derecho
sobre la ocupación. Por lo tanto, los habitantes de estas tierras eran susceptibles de ser
expulsados en caso de no atenerse a los planes de colonización que pudieran implementarse
por parte del gobierno. Semejante criterio implicaba, al mismo tiempo, la reiteración no sólo
23. Tratado entre el Gobernador de la Provincia de Corrientes y los Caciques Abipones. Archivo General
de la Nación. (AGN), 1822, Buenos Aires.
24. Tratado entre el Gobernador de la Provincia de Corrientes y los Indios Chaqueños. Archivo General
de la Nación (AGN), 1825, Buenos Aires.
269
270
Es importante tener en cuenta que sobre estas tierras fiscales se asientan la mayor parte de
las comunidades indígenas y un importante número de pequeños productores, agricultores,
crianceros de ganado ovino, caprino y bovino. Según el cuadro anterior, la mayoría de las
tierras fiscales de la provincia pertenecen al departamento de Los Andes, es decir, donde
residen las poblaciones aborígenes y de pequeños campesinos de la región andina. En segun-
do lugar se encuentra el departamento de Rivadavia, el más importante en extensión de la
región del Chaco salteño/semiárido o seco, según las distintas denominaciones más frecuen-
tes. También en este departamento se asientan las comunidades integradas por parcialidades
Wichí, Chorote, Chulupí y Toba y los pobladores criollos ganaderos referidos en el programa
de regularización territorial.
En este último caso, la superficie total de tierras fiscales es de 1.429.084 hectáreas y
constituyen más del 23% de la superficie total del conjunto de la región. La distribución
de dichas tierras fiscales por departamento (integrantes total o parcialmente del la región)
es la siguiente:
271
a “regularizar” situaciones en lotes de carácter urbano, para luego proceder a diseñar una
política hacia lotes rurales.
Sin embargo, esta distinción urbano/rural va a generar algunas situaciones que, al menos,
podrían calificarse de poco claras, ya que se propone la adjudicación de algunas parcelas de
pequeños centros urbanos ubicados en grandes lotes fiscales rurales, que, según el plan, eran
objeto (estos últimos) de un programa de regularización. Así, para el caso que nos ocupa, por
ejemplo, se realizan solicitudes de adjudicación a un conjunto de personas (ocho) de la
localidad de Santa Victoria Este, es decir ubicadas al interior del Lote fiscal 55.
Precisamente, este Lote fiscal 55 es el primero afectado a un proyecto de regularización
dominial que dio lugar, prácticamente en los mismos tiempos y luego de un conjunto de
debates y presentaciones de proyectos, a la sanción de la ley Nº 6469 de “regularización
poblacional del Lote fiscal Nº 55 ex colonia Buenaventura”, en el año 1987.25
Si bien el gobierno, en ese entonces presidido por el gobernador Roberto Romero (par-
tido justicialista), dicta un decreto de rechazo de algunas solicitudes de adjudicaciones gene-
radas previamente, no se incluyen en el mismo las correspondientes a Santa Victoria (consi-
derada cabecera municipal del Departamento de Rivadavia –Banda norte–).
Este Lote Fiscal 55, a partir de la sanción de la ley referida, se constituyó en el centro de
la problemática referida al proceso de regularización dominial de carácter rural encarado por
el gobierno, por varios factores que se intentará analizar.
La emergencia de la democracia, paralelamente a la recuperación de las instancias parla-
mentarias, puso en primer plano demandas sociales postergadas durante mucho tiempo.
Una de ellas, y que tenía como antecedente inmediato la declaración prácticamente de
“intrusos” de los ocupantes de tierras fiscales, tenía que ver precisamente con las expectativas
de los propios interesados en dar fin a una situación que se señalaba como de “extrema
precariedad”, ya que los pobladores quedarían expuestos constantemente a la aplicación de
aquella normativa de la dictadura por parte del gobierno.
Respecto al significado histórico de estas tierras fiscales resulta interesante, en el marco del
análisis del proceso concreto de “regularización”, dar cuenta de la propia evaluación realizada por
las autoridades respecto a lo que caracterizan como un “fracaso” de las políticas anteriores de cesión
de tierras por parte del Estado. En un informe realizado a partir del denominado “Programa de
Tierras Fiscales” de la Comisión de Tierras Fiscales de la provincia, se distinguen tres situaciones.
Una primera, que se refiere al carácter especulativo del usufructo de la tierra; una segunda, que se
refiere a la ocupación por “pastajeros”; y una tercera, que se refiere a la ocupación indígena.
En el primer caso se incluyen aquellas cesiones del estado que se realizaron sobre “unidades de
terreno de superficie extensas, normalmente superiores a las 510.000 hectáreas” en las que se
272
distinguen: “a) Propiedades que se intentaron colonizar y que al fracasar los respectivos proyectos
se mantienen en la actualidad como una sola unidad. En estos casos los propietarios dejaron las
tierras prácticamente abandonadas, permitiendo en muchos casos la entrada de pastajeros que
pagan arriendos por cabeza de ganado o en la actualidad se limitan a extraer productos forestales...
b) Propiedades que se compraron con fines de ganadería, se limitaron a realizar la clásica ganadería
extensiva a campo abierto, vendiendo o trabajando directamente el bosque en situaciones simila-
res a las mencionadas en el punto precedente. En algunas de estas propiedades se presentan
actualmente problemas de minifundio en razón de las divisiones por herencia... c) Propiedades
que se compraron para explotación forestal. El ejemplo clásico de esta situación fueron los remates
de tierras públicas efectuados en 1953. Estas propiedades se limitaron a extraer el bosque quedan-
do la tierra, en la mayoría de los casos, como un bien de valor especulativo” (1989: 35).
Luego de estas evaluaciones, el informe realiza un escueto análisis sobre la ocupación de
las tierras fiscales por parte de familias rurales de pastajeros (en relación a las economías
domésticas de pobladores criollos ganaderos), de los cuales se afirma que su dinámica econó-
mica se caracteriza por “un sistema de vida y crianza de ganado casi de la época colonial. El
aislamiento acrecienta la posición de resistencia a los cambios, tanto en forma de vida, como
en actitudes de trabajo” (ídem). Cuando se analiza a los indígenas, el informe resulta también
sintomático, ya que cuando se refiere a la economía de esa población lo hace en términos
pretéritos: “los indígenas chaqueños, desde el punto de vista de su economía, se dividían en
dos grupos: los agricultores y los cazadores-pescadores. El dominio que los indígenas ejercie-
ron del territorio chaqueño de la provincia fue de tipo precario, sin establecer poblaciones
fijas, salvo algunos rancheríos sobre el Bermejo y el Pilcomayo”. Luego de dar cuenta de la
entrada del ejército y haciendo referencia a un párrafo respecto a los desplazamientos a que se
vio obligada la población indígena, y luego también de nombrar los desplazamientos de esta
población mediante contratistas hacia los ingenios del ramal y de Tucumán, el informe
concluye: “...Ninguno de estos grupos tuvo asentamientos definidos hasta hace pocos lustros
y la acción de Misioneros y Evangelizadores (mayúsculas de los autores) de distintas religio-
nes y nacionalidades trató de radicar a estos pobladores de manera estable” (ídem, 36).
Estos análisis, si bien realizados dos años después de la sanción de la ley de regularización,
resultan un complemento indispensable para comprender el carácter y contenidos de la
misma. Ciertamente, en los contenidos de la ley y en los debates parlamentarios de esos años,
se ha hecho referencia en forma sistemática y hasta insistente en el carácter históricamente
reparador de la misma. Es decir, la mayoría parlamentaria junto al gobierno y los medios de
comunicación sostenían que se trataba de una reivindicación sentida por los pobladores y
“un modelo, una experiencia piloto de adjudicación de una parte de la tierra fiscal provincial
a sus ocupantes históricos” (CDS. Diario de Sesiones del 30-06-87).
Sin embargo, y a pesar de ello, se concebían como anacrónicos los modelos de ocupación
tanto de la población aborigen como de la población criolla, postulándose permanentemen-
te como principio de adjudicación la referencia a un criterio de “unidad económica” nunca
claramente explicitado.
273
26. El equipo técnico principal fue aportado por el Consejo Federal de Inversiones, participando también
profesionales del Ministerio de Bienestar Social de la provincia.
274
275
tierras que le correspondan. Es decir, se asumía que la autoridad de aplicación para la cuestión
de las tierras de las comunidades indígenas era el propio Instituto Provincial del Aborigen.
De todas maneras, es notable que estas atribuciones no estaban reconocidas explícitamente
para las comunidades del Lote fiscal 55. En un apartado de la Ley del Aborigen se estipulaba
cuáles serían las comunidades beneficiadas, y entre ellas no figuraba ninguna de las integran-
tes de este Lote fiscal.
La sanción de la presente Ley fue aprobada por la mayoría parlamentaria (perteneciente
en ese momento, y como se ha dicho, al partido justicialista), aunque con algunas críticas de
la oposición. Para profundizar en el sentido y significado de los contenidos constitutivos de
la ley, se realizará una breve incursión en la reseña justificatoria expresada en oportunidad de
la presentación del proyecto de ley en el recinto de la Cámara de Diputados de la provincia,
con el objeto de profundizar en el significado atribuido a la norma en cuestión.
El Diputado que presenta el proyecto de ley en el recinto era en ese momento represen-
tante del Departamento de Rivadavia por la mayoría. Luego de realizar una larga exposición
vinculada al significado histórico del proyecto, a las condiciones de deterioro del medio
ambiente y la calidad de vida de los pobladores de la zona, a la necesidad de una respuesta
“integral” al problema y, en consecuencia, las dificultades a las que se debe enfrentar la
instrumentación de la ley, se pregunta: “–¿Cuál es la solución adecuada?”. A lo que se
responde a sí mismo en forma inmediata: “–Hemos destacado el trabajo del Consejo Federal
de Inversiones, en un meduloso estudio en esa publicación, que se basa en los siguientes
principios básicos: primero, el reconocimiento de las reivindicaciones históricas de los pobla-
dores aborígenes y su compatibilización con la ocupación criolla y chaqueña, legitimada por
el transcurso del tiempo” (CDS, Diario de sesiones, p. 847).
La referencia al estudio del Consejo Federal de Inversiones llama la atención, pues
dicho estudio fue realizado antes de la sanción de la ley que estipulaba una investigación
de estas características. Ahora bien, según lo expresado en el documento publicado por
el C.F.I., en ningún momento se analiza, como es el caso para la población criolla, cuáles
podrían ser las reivindicaciones territoriales de la población indígena, ya que en dicho
estudio únicamente aparecen datos tomados del Censo Aborigen provincial. En cambio
para establecer los reclamos territoriales de la población criolla (según se expresa) se
realizaron consultas a cada uno de los pobladores, mediante una encuesta en la que,
entre otros indicadores, se preguntaba sobre la superficie demandada. A tal punto
incluso que la población indígena queda relevada en tanto ocupantes de “comunida-
des”, es decir, unidades de asentamiento pequeñas en su extensión, prácticamente de
tipo “urbano” en cuanto a la disposición de los asentamientos.
Esta cuestión es de sumo interés ya que prefigura el modelo de parcelamiento que se
estipulaba originalmente para la población aborigen. Aún más, conociendo estos resultados,
en el mes de marzo de 1987 el autor de esta Tesis realiza una entrevista a los responsables de
dicho relevamiento para tener mayor conocimiento sobre esta temática. En la misma, estas
personas afirmaron que la alternativa pensada para la población aborigen era la entrega en
276
27. En el mismo documento y a pie de página, se aclara: “Este sistema ha sido adoptado por la ley 8912
(art. 64) de la provincia de Buenos Aires, sobre ordenamiento territorial y uso del suelo, en clubes de
campo con área común de esparcimiento y áreas de viviendas que deben guardar una mutua e indisoluble
relación funcional y jurídica que los convierte en un todo inescindible. Otros ejemplos: guarderías
náuticas, parques industriales, cementerios parque, etc.
277
Si se tiene en cuenta que la ley no establece ningún criterio respecto a la manera en que
se producirá el mentado desarrollo, a pesar de que permanentemente se habla de ello en sus
justificaciones, debe suponerse que se apuesta a que los mismos propietarios, al ser “dueños”
de las tierras, podrán desarrollar semejante plan. Sin embargo, tal presupuesto obvia un
hecho de vital importancia: la “privatización” del suelo no hace otra cosa que colocar esas
tierras en el mercado (al menos en los próximos diez años estipulados como condición
mínima para su venta), lo cual, en las condiciones actuales de pauperización de la población
(tanto aborigen como criolla), no podría significar sino otra situación de “desprotección” de
la misma población que los términos de la ley y el conjunto de las políticas indigenistas de la
provincia pretenden reivindicar.
Es decir, aquel planteo de desarrollo pareciera indicar, más allá del discurso paternalista,
que en los hechos se propone liberar para el capital una tierra a la cual actualmente y por estar
en manos del estado no puede acceder. Esta hipótesis había sido expresada ya en un artículo
publicado en 1989.28
Aquella hipótesis se refuerza tanto a partir de los conflictos emergentes luego de la
sanción de la ley y del hecho de que hasta el momento no ha sido instrumentada, como por
el hecho de que la única mención al postulado plan integral es la construcción de una ruta
hacia Misión La Paz, que si bien aún no se ha implementado tal como lo plantea este
legislador, ha sido ya construido (1996) un puente (internacional) entre Misión La Paz y
Pozo hondo (Paraguay), en el marco de planes provinciales de “integración” al denomina-
do Mercosur, cuyo tratamiento merece un apartado específico por sus implicancias sobre
el tema en la actualidad.
Reafirmando lo planteado en el punto primero, el diputado prosigue con otro principio
básico del proyecto: “...En tercer lugar, para llevar a cabo el ordenamiento del espacio, deberá
tenerse en cuenta, prioritariamente, la ocupación actual (...) una forma de subdivisión racio-
nal que contemple las características del suelo, las restricciones de superficie disponible a los
patrones de asentamiento ya detectados” (ibídem). Conociendo el análisis de los patrones de
asentamiento ya detectados puede también deducirse cuál es la racionalidad a la que alude el
discurso en cuestión. Señalando otros principios básicos se reiteran nociones de racionalidad,
prioridad de la ocupación actual, optimización del espacio y, finalmente, a modo de sexto
principio, se postula que: “Asimismo, los rasgos diferenciales que pudieran surgir del distinto
origen étnico de la población no deben marcar desigualdades en la forma de adjudicación ya
que los mismos, analizados por un equipo de trabajo, sólo significan para este estudio efec-
tuado por el Consejo Federal de Inversiones, tendencias o características en el uso del suelo”
(ibídem). Este último principio se impone como la coronación del modelo. Parecería ser que
28. En el II Congreso Argentino y Latinoamericano de Antropología Rural (Salta, agosto de 1989) el autor
presenta una ponencia titulada “Una paradoja y diez hipótesis provisorias para el estudio de un caso de
adjudicación de tierras fiscales en un área de poblamiento multiétnico” (mimeo).
278
Este extenso párrafo extraído, tal como se adelantó, de uno de los capítulos de las
conclusiones del estudio mencionado, completa lo expresado anteriormente respecto al modelo
de adjudicación que se pretendía con la promulgación de la ley de “regularización”. Debe
aclararse, al respecto, que ninguna de estas conclusiones está afirmada con datos concretos, y
que la investigación realizada por los autores no estaba dirigida a recabar información sobre
los temas mencionados. Por lo demás, quedan expresadas con bastante claridad una serie de
contradicciones que el discurso (y la ley) pretenden soslayar, entre ellos pueden mencionarse
por el momento los siguientes:
a) Atribuir a supuestos modelos culturales determinados “patrones” de asentamiento de
la población, cuando el mismo enunciante (el diputado) afirma con detallismo al co-
mienzo de su exposición los procesos históricos que llevaron a indígenas y criollos al
actual modelo de localización de la población.
279
29. Las mociones finales para la votación resultaron: a) aprobación en general y b) vuelta a Comisión. No
hubo ninguna moción que planteara el rechazo al proyecto de ley propuesto.
280
no solamente a la vida, sino a la libertad de las personas y esto lo saben muy bien él y todos
los diputados, fundamentalmente, los que viven en la zona” (ibídem: 853). Sin embargo, no
llegó a proponer el rechazo a la misma, dando tanto él como el conjunto de su bloque
quórum para su tratamiento.
Un último ejemplo en relación al modelo de política de “regularización” emergente de la
presente ley es el tratamiento en el recinto de cada uno de los artículos de la misma. Todos
ellos fueron aprobados salvo uno referido al punto sobre “Autoridad de aplicación”; aquí y
luego de largos debates se aceptó (a regañadientes por parte del oficialismo) modificar el
artículo 32 del proyecto, incorporando, aunque de manera tangencial, la participación del
presidente del Instituto Provincial del Aborigen y de un miembro de las Comisiones del
Aborigen de las Cámaras de Senadores y Diputados de la provincia. Sin embargo, en la
sanción definitiva y por veto del Poder Ejecutivo esta modificación fue suprimida, quedan-
do el texto de promulgación tal como había sido presentado originalmente.30
La unidad económica
Una de las claves para el análisis de las constricciones que impone la ley para su
instrumentación es el criterio de unidad económica allí referido. Al respecto y a modo de
síntesis puede afirmarse:
1) La ley plantea que el parcelamiento se realizará en base al criterio de “unidad económi-
ca” cuya definición, según se explicita, queda para la etapa de instrumentación. Sin
embargo el único antecedente técnico con que contaban las autoridades provinciales es
el trabajo del Consejo Federal de Inversiones, en el que se considera que tan sólo teniendo
en cuenta los reclamos de los pobladores criollos, organizados en 277 puestos rurales, el
área a adjudicar debería ser de 533.445 has; es decir que el reclamo de la población
criolla, de acuerdo a este estudio, representa ca. 130% más del territorio sujeto a “regula-
rización”, aunque la población criolla representa sólo el 38% de la población total (si se
consideran los datos del censo referido anteriormente).
2) Queda claro en los contenidos mismos de la ley y en el informe del C.F.I. que la
única mención a un modelo de unidad económica se refiere al puesto criollo y los
requerimientos de tierra en relación a la cantidad de ganado que maneja cada unidad
económica criolla. Además, desde el punto de vista de la receptividad ganadera del
suelo, evaluada en dicho informe en ca. 27 has por animal, las conclusiones de aquel
30. Orden del Día de la Cámara de Diputados nº 59 del 24 de agosto de 1987 y Boletín Oficial del 9
de setiembre de 1987.
281
trabajo no dejan dudas acerca de las limitaciones del proyecto: “Si se considera la
capacidad ganadera actual y una explotación media de 250 animales, la superficie de
la unidad económica para uso ganadero resultaría de aproximadamente 5.500 has.
Teniendo en cuenta que la superficie total del Lote es de 233.000 has sólo podrán
constituirse 42 parcelas, lo que crearía insolubles problemas de desalojo o reubicación
de los actuales ocupantes” (C.F.I., 1988: 31).
3) Tal como se desprende de los planteos ya señalados, no se han realizado evaluaciones
ni establecido criterios sobre “unidad económica” referidos a la población indígena. Si
bien se mencionan las prácticas cazadoras-recolectoras y pescadoras de los pobladores
indígenas, en relación al tema únicamente se hace referencia a los huertos comunitarios
que estarían asociados al modelo de organización comunitaria mediante el régimen de
propiedad indivisa. Esta cuestión ha quedado en evidencia también en el debate parla-
mentario en donde se llegó a expresar, como se dijo, a modo de doble discurso, aunque
representando otros similares vertidos por el oficialismo, lo siguiente: “Por qué vamos a
condenarlos a la miseria, a la desesperación, a la angustia; por qué vamos a permitir (sic)
que sigan pescando y cazando; por qué no les damos un trabajo digno para que manten-
gan a sus familias; por qué no les enseñamos a hacer cosas para que de su propio esfuerzo
salga el pan de cada día” (ibídem: 863).
4) Los estudios técnicos se explayan en torno a datos referidos a la capacidad agronómica
del suelo, la ubicación de las aguadas, climatología, los recursos naturales y su productivi-
dad, aunque a la hora de profundizar en la estructura agraria regional y las relaciones
actuales de producción y reproducción de la vida por parte de los pobladores criollos y
aborígenes, los datos son parciales y de escasa confiabilidad, y las conclusiones no se
corresponden con los datos relevados.
Así, los análisis sobre los pobladores criollos (relativamente los que más información ofre-
cen) intentan una descripción de la actividad ganadera y de los reclamos, en base a datos
obtenidos de algunos informantes calificados sin profundizar en la viabilidad económica de la
producción ganadera practicada por la población criolla, y sin ningún tipo de referencia en
relación a los circuitos de comercialización; datos éstos de especial interés para un programa de
semejante impacto. Tampoco se encuentran comparaciones con datos censales que permitan
realizar no sólo un control de la información, sino también estimaciones sobre las tendencias y
trayectorias de la actividad. Esto último es de vital importancia, ya que tal como se ha analizado
en el capítulo seis, la tendencia involutiva de la producción ganadera mercantil simple de la
población criolla indica al mismo tiempo la necesariedad de políticas muy activas para una
posible recuperación, aunque ni siquiera ello sería una condición suficiente para producir un
impacto positivo, dadas las condiciones del mercado también analizadas en su momento.
Respecto a las parcialidades indígenas, el proyecto analiza las actividades concebidas
como “tradicionales” (recolección, caza, pesca y agricultura), sin considerar la problemática
del uso competitivo del suelo con los criollos en el desarrollo de dichas actividades ni tampo-
co las transformaciones actuales por las que atraviesan dichas actividades. Al mismo tiempo
282
Paralelamente a los debates parlamentarios y los relevamientos realizados, entre los pobla-
dores del Lote fiscal 55 se generaban grandes expectativas respecto a la adjudicación de
tierras, principalmente alentadas por las promesas contenidas en los discursos de políticos
tanto locales como provinciales que visitaban la zona con la novedad del proyecto de ley. Más
allá de las expectativas que provocaba el mismo discurso de las autoridades, que repetían
insistentemente frases y palabras exultantes respecto al proyecto en cuestión, en las distintas
comunidades se vivía la situación no sin cierto escepticismo, pues se conocían algunos datos
aislados del proyecto y principalmente parte de la información relevada por el C.F.I., para
cuya elaboración, sabían, no habían sido consultados.
Las primeras expresiones de dicho escepticismo fueron incluso planteadas a legisladores
que visitaron la zona apenas unos días antes del tratamiento de la ley en el recinto, lo cual
consta en la intervención de uno de los diputados de la oposición, quien en oportunidad del
debate analizado previamente manifestó:
“Hace muy pocos días (en el mes de junio de 1987) visitando la zona de Santa
Victoria, nos encontramos en gira proselitista también con el gobernador de la pro-
vincia, el señor Roberto Romero, y prácticamente convergimos juntos hacia Santa
Victoria, estando por espacio de muy pocos minutos en sendas reuniones con los
283
284
HÉCTOR HUGO TRINCHERO
284
15/04/2010, 15:26
Fuente: elaboración propia en base a C. F. I., op. cit.
TERRITORIOS DE ETNICIDAD I
Es en esos momentos que la población indígena del denominado Lote fiscal 55 comienza a
avizorar que sus expectativas sobre la posesión del territorio reclamado (hasta el momento a partir
de la inserción de algunos dirigentes en la política indigenista provincial) no tienen prácticamente
nada que ver con el modelo de regularización proyectado por las autoridades provinciales.31
Hasta ese momento, el conjunto de los pobladores, por una u otra razón, aunque no de la
misma manera, se mantenían a la expectativa y en el marco de cierta confiabilidad en torno a los
discursos políticos sobre las formas de adjudicación. Las trayectorias sociales diferenciales, tanto
de la población criolla como de la población indígena, permitían a los distintos sectores políticos
sostener reuniones y mítines también diferenciales, en los cuales formulaban modelos de adju-
dicación acordes a los intereses relativamente consensuados en cada sector de la población.
Por el lado de la población criolla, el hecho de que los relevamientos instrumentados
hasta ese momento tuvieran en cuenta sus propios reclamos, avalados por el documento
emitido por el C.F.I., hacía que éstos se sintieran los destinatarios del proyecto. Esto tendía a
reforzar su identidad histórica en tanto colonos que en su oportunidad habían sido legitima-
dos por el propio estado, por lo que cuando se hablaba de “reparación histórica” se sentían
obviamente interpelados. Aún más, el diputado provincial que representaba al departamen-
to de Rivadavia y llevaba adelante la propuesta era presidente de la cooperativa que nucleaba
a los principales ocupantes criollos de la zona. Por el lado de la población indígena, que se
sabía mayoritaria a nivel de votos, y al mismo tiempo reconociéndose como los “auténticos”
ocupantes históricos, anteriores a los criollos, se suponía que el discurso político se dirigía
hacia ellos. Hecho éste que tendía a reafirmarse por la participación de algunos dirigentes
indígenas en la estructura del Instituto Provincial del Aborigen. Respecto al hecho de la
existencia del proyecto que pretendía instrumentar el gobierno y en el que, era obvio, los
reclamos indígenas no tenían visibilidad alguna, algunos dirigentes entrevistados plantea-
ban: “La reglamentación de la ley le corresponde al I.P.A. (Instituto Provincial del Aborigen),
así que ese proyecto lo vamos a revisar y a hacer otro que haga justicia con nuestros herma-
nos”. Sin embargo, aquí hay que hacer la primera acotación al respecto. Las 35 comunidades
indígenas del LF55 no tenían ninguna representación en el Consejo del I.P.A. y, tal como ha
sido señalado, la participación de este instituto en el proyecto de reglamentación fue a su vez
oportunamente vetado en la sanción definitiva de la ley.
31. Esta situación coincide con el inicio de los trabajos de campo que sobre la problemática de las
demandas territoriales de los pobladores de la zona realiza el autor de este libro.
285
286
287
Según se había señalado ya, la Iglesia Anglicana ha tenido en la zona una notable presen-
cia desde principios de siglo, en coincidencia con el segundo ciclo de expansión de los
ingenios azucareros (cfr. cap. 4); dicha presencia y actuaciones habían dado lugar a una
influencia significativa en las comunidades de la zona. Aún más, se había señalado que la
estructuración misma de las comunidades no dejaban de ser más un producto del proceso de
32. Decreto 2609 del Poder Ejecutivo de Salta de fecha 6 de diciembre de 1991, firmado por el entonces
gobernador Hernán H. Cornejo.
288
misionalización antes que el resultado de formas propias de las distintas agrupaciones étnicas
en la zona, a tal punto que dichas comunidades son en muchos casos organizaciones de
asentamientos de distintas parcialidades étnico-lingüísticas. Pero esta influencia había mer-
mado mucho a partir de la guerra de Malvinas, por la cual una parte significativa de los
misioneros habían regresado a Inglaterra o a otros destinos. El lugar dejado por la Iglesia
Anglicana en las comunidades del Chaco central no logró ser ocupado por la política
indigenista, intentada por el gobierno provincial (al menos en estas comunidades) a partir de
1984, es decir, con el advenimiento de gobiernos democráticos. Es así que, frente a la
impronta de los reclamos territoriales y del proyecto de reglamentación, como también frente
al modelo, podría decirse, antiindigenista que promovió el gobierno provincial salteño (re-
produciendo de una manera u otra los estigmas racistas con los que han tendido a identificar-
se los sectores del poder en dicha provincia), la misma Iglesia Anglicana vuelve a encontrar un
espacio de acción e intervención, incluso solicitada por la propia población aborigen. Ante la
posibilidad de quedar sin representación directa alguna en un tema tan crucial como es el
reclamo territorial, la Iglesia Anglicana, aunque con nuevas modalidades, vuelve a lograr un
espacio de legitimidad con amplio consenso.
Esta nueva situación, es decir esta “mediación” de la Iglesia Anglicana, va a producir
una serie de hechos significativos; por el momento se indicará uno: la posibilidad de
unificación de la población indígena como sujeto demandante frente al estado provincial
–es decir, la construcción de una “visibilidad” de la cuestión indígena para el gobierno
local–, un tema obviamente no menor. Dicha visibilidad (utilizando una noción cara a
las aproximaciones de M. Foucault en torno a la construcción del poder) resulta, en una
primera instancia, en la capacidad para que el colectivo aborigen, nucleado detrás de la
experiencia organizacional de esta estructura religiosa, dirija su voto en uno u otro
sentido en la política local, y ello independientemente de que dicha organización se lo
proponga o no. Tal vez aquí resida la explicación de por qué, en un primer momento, el
gobernador de Salta acepta condiciones que antes podían eludir con otros mecanismos
políticos como los analizados previamente.
El acta-acuerdo firmado en ese momento por el gobernador Cornejo indica este
punto de inflexión, a partir del cual, por primera vez desde que se diseña el proyecto de
regularización poblacional, los reclamos indígenas toman la fuerza de una demanda
colectiva organizada y con un contenido único para el conjunto de las comunidades.
Esto no quiere decir que previamente no haya existido un cierto consenso generalizado
en las comunidades acerca de cuáles eran las demandas territoriales a reclamar a las
autoridades, puesto que se ha mostrado cómo ya para el año 1985 dicho consenso
relativo existía. Lo que se pretende subrayar es que dichos reclamos son tenidos en
cuenta (al menos como sujetos participantes de algún tipo de acuerdo que incluyera
partes substanciales de sus reclamos específicos) por las autoridades gubernamentales.
Tal como se dijo, logran posicionarse como sujetos “visibles” para el poder. De todas
maneras, al expresarse la representación indígena de esta forma –es decir, a partir de una
289
“1) Pedimos el título de propiedad de la tierra que ocupamos que comprende el Lote
Fiscal 55 en su integridad y una fracción del Lote fiscal 14, queremos un solo territorio
unificado.
2) Pedimos la entrega del título de propiedad de la tierra en forma colectiva.
3) Para lograr estos objetivos pedimos que se analice detalladamente los documentos
adjuntos (mapas de nuestra área de ocupación, censo de población, croquis de las
comunidades, ‘pedido de tierra’, ‘fundamentación legal’, ‘Historia de la comuni-
dad’)”.34
33. No por casualidad el documento presentado como reivindicación lleva aquel título “Comunidad
Aborigen del LF 55” significando que, independientemente de representar a 35 comunidades, las mismas
funcionarían como una sola entidad.
34. Documento “Comunidad Aborigen del Fiscal 55: pedido del título de propiedad de la tierra”
(mimeo), Salta, julio de 1991.
290
COMUNIDAD TOTAL %
Fuente: elaboración en base a “Comunidad Aborigen del fiscal 55: pedido del título de
propiedad de la tierra” (op. cit., 1991).
Este documento registra 28 comunidades en el LF55, con una población total de 4.584
personas. Tal como se dijo en el primer capítulo, estas comunidades se asientan en su mayoría
en las riberas del río Pilcomayo, aunque algunas lo hacen en el interior. En el Gráfico-Mapa 9 se
registra la ubicación de la mayoría de estas comunidades y las áreas de recolección, pesca y caza.
291
GRÁFICO - MAPA 9: Lote fiscal Nro. 55, recorridos estimados de recolección de pesca y caza de
los pobladores de las comunidades aborígenes
292
Sobre las justificaciones del pedido elevado en el documento mencionado figuran refe-
rencias a distintas normativas jurídicas internacionales, nacionales y provinciales.35
La propuesta presentada se basa también en argumentos de interés etnológico, ya que, inde-
pendientemente de las distintas adscripciones étnicas presentes en la zona y al interior de cada una
de las comunidades, el documento tiende a configurar una propuesta de identidad colectiva:
Se plantean también algunas consideraciones sobre las pautas de usufructo del monte:
“Siendo todos emparentados, compartimos la tierra entre todos. ¿Por qué vamos a
mezquinar a nuestros parientes que busquen su propia comida? Así, cuando vamos
al monte a cazar y recolectar miel y frutas, nos encontramos con nuestros vecinos,
porque nuestros lugares de rebusque se sobreponen. Los que viven al borde del río se
encuentran con los que viven sobre las cañadas: todos tenemos en común el mismo
territorio” (ídem: 17).
“Hoy en día los criollos nos han desplazado de nuestros lugares antiguos. Han
ocupado el río y las cañadas, donde se encuentran las tierras de mayor riqueza vegetal
y nuestros lugares para rebuscar y para cultivar... En la actualidad nuestra tierra está
muy empobrecida. Las vacas de los criollos la han arruinado. Las vacas han agotado
los pastos, la caña hueca, nuestras plantas alimenticias, como la batata del monte y la
mandioca del monte. Las vacas comen los brotes de los frutos y dejan crecer los brotes
duros y espinosos de árboles sin valor como la brea. Tenemos que compartir nuestra
35. Ley Nacional Nº 14.932/59, en la que se aprueba el convenio 107 de la O.I.T. sobre la “protección
e integración de las poblaciones indígenas y de otras poblaciones tribuales y semitribuales en los países
independientes”. Ley 23.302/85 sobre “política indígena y apoyo a las comunidades aborígenes”. Ley
provincial 6373/86 de “Promoción y Desarrollo del Aborigen”. Ley provincial 6469/87 de “regularización
jurídica de asentamientos poblacionales del Lote Fiscal 55 Colonia Buenaventura. Depto. de Rivadavia”.
Ley Provincial 6570/89 de “Regularización y Ordenamiento de Tierras Fiscales”. Decreto Provincial
1467/90 de “Reglamentación de la Ley Provincial 6469, sobre el Lote Fiscal 55”.
293
algarroba, nuestro mistol, etc., con las vacas, y no nos alcanza. Nuestras mujeres
cosechan poco, porque no queda lo suficiente después de que las vacas han comido,
pisoteado y ensuciado con su orina las frutas. Como las vacas comen los brotes, no
hay árboles nuevos. Los árboles ya son viejos y no tienen fruta. Y las vacas han
acabado con los animales del monte, porque ocupan las aguadas. Por eso los animales
se han retirado lejos. Cuando no había criollos en nuestra tierra íbamos a cazar y
traíamos comida suficiente antes del medio día. Teníamos carne para guardar. Pero en
estos tiempos tenemos que caminar 25 o 30 kilómetros desde el río para encontrar
algo para comer. Salimos tempranito y regresamos de noche, a veces sin traer nada
para nuestros hijos. Es lo mismo con la miel... Cada año las vacas destruyen también
nuestros cercos, cuando no había vacas, cultivábamos sin cercos... con la presencia
del ganado criollo, nos cubrimos de sudor cortando ramas y troncos para cercar
nuestros cultivos. Vienen las vacas, sienten el olor de las plantas verdes y entran en el
cerco. Saltan y atropellan nuestras enramadas, por más altas que sean. Comen las
hojas de las plantas y así las matan... Nosotros queremos que los criollos tengan agua
y pasto para sus vacas. Por eso les conviene llevarlas a tierras desocupadas donde hay
mejores condiciones para sus animales” (ídem: 16-20).
294
295
296
y en el marco del inicio ya de las campañas electorales por la gobernación que se realizarían el
año entrante. Por lo tanto, aquella visibilidad lograda se inscribía necesariamente en la conta-
bilidad electoral del partido gobernante, pero, tal como se dijo, sirvió de instrumento para
una legitimación del accionar de dicha iglesia y sus asesores en el tema.
Hacia finales del año 1991, habiéndose constituido la organización impulsada por la
Iglesia Anglicana (inscripta ésta como Asociación civil), y estando en pleno funcionamiento
la cooperativa de trabajo, estos dos proyectos organizativos locales parecían no entrar en
colisión, obteniendo cada uno ciertas respuestas a sus reclamos. Sin embargo, en el mes de
enero de 1992, otros fenómenos van a producir un nuevo e impactante efecto sobre el
proceso de reclamos territoriales que van a modificar, relativamente, la situación.
Uno de ellos es la emergencia del cólera en la Argentina, hecho que conmociona al país
entero y que tiene a las comunidades del F55 como protagonistas centrales. Ciertamente, las
primeras víctimas mortales de la epidemia en el país son de estas comunidades. A partir de
ello y durante el mes de febrero de 1992, la problemática sanitaria de las comunidades
aborígenes del Chaco central se constituye, junto al problema mismo del cólera, en tapa de
los principales medios de comunicación. Es a través del cólera como problemática nacional
que también se nacionaliza la visibilidad política de la “cuestión indígena” en el país y en
particular en las comunidades del LF55.
Sin profundizar aquí en el tema (el cual es tratado en el capítulo diez) e independien-
temente de las configuraciones estigmatizantes de esta visibilidad de la cuestión indígena,
lo relevante a señalar aquí, a nuestro entender, es que el conflicto territorial, inicialmente
configurado en el marco de las relaciones interétnicas estado provincial-comunidades,
queda, en un primer momento, opacado frente a la nueva situación en la cual por primera
vez, desde la emergencia de los gobiernos democráticos en 1983, el gobierno nacional
visibiliza la “cuestión indígena” del país como una problemática que involucra a todo el
aparato gubernamental. Precisamente, el hecho de que el poder nacional retomara dicha
“cuestión” en los códigos de una situación de “catástrofe” (de hecho, los títulos de los
medios así lo enunciaban y la “preocupación” gubernamental tematizaba políticamente la
cuestión en similares términos) constituye un significante de la visualización (visibilización)
que el poder hace de la misma.36
Eran momentos en que el modelo económico de convertibilidad y estabilidad era difun-
dido como la “panacea” de todos los males del país, y, tal como se dijo, ello le permitía al
36. El gobierno radical de Alfonsín a través del entonces senador De la Rua había impulsado la Ley
23.302, cuyos postulados y artículos constituyen un importante intento por regular, hasta se podría
afirmar instrumentar, una política indigenista en el país con ciertas similitudes a las de otros países
latinoamericanos. Sin embargo, dicha ley no estuvo precedida de un debate profundo y participativo,
como así tampoco tuvo una trascendencia nacional acorde a su importancia. El tema indígena seguía
siendo, hasta el momento de la irrupción del cólera, un fenómeno “menor” para el poder y una
problemática “sin mercado” para los medios de comunicación. Con la emergencia del cólera, la cuestión
indígena se constituye en “problema” y adquiere trascendencia nacional.
297
“1) La Sra. Octorina Zamora levanta la huelga de hambre que venía llevando a cabo
desde el día 27 de octubre y hasta este momento (2-11-92) en las escalinatas de la
Catedral Basílica de Salta, ante la obligación que asume el Poder ejecutivo de Salta de
cumplir los siguientes puntos:
a) Realizar las gestiones pertinentes a los fines de entregar, en un plazo no mayor de
20 días hábiles a partir de la firma de la presente, los títulos de dominio de las tierras
correspondientes a los Lotes Fiscales 55 y 14, acorde con el pedido formulado por las
comunidades aborígenes Wichí, Iyowaja, Nivacklé, Kom lek, Tapieté, ocupantes
actuales de dichos lotes, durante el mes de julio de 1991, y como lo ordenan las leyes
6469, 6373, 6570 y el decreto 2609/91.
b) Entregar a la cooperativa de trabajo “Wichí Ka Puche Hi Ltda.” permisos de
explotación forestal, para efectuar aprovechamiento de postes de quebracho colora-
do (por dos años y por un cupo mínimo de 50000 postes), pilotes, rollos, despuntes,
carbón, en las fracciones 2 y 3 del Lote fiscal 14, con las correspondientes guías
forestales, entregadas en este acto”.
Este acta de compromiso, que también será elevada a la Cámara de diputados, no será
refrendada por el gobierno ni por dicha Cámara. Tal como lo expresa la propuesta de acta de
298
37. Nota presentada por el Consejo de Administración de la cooperativa de trabajo “Wichí Ka Puche Hi”
al entonces director general de Recursos Naturales Renovables, el 15 de mayo de 1990 (mimeo).
38. Cámara de Senadores de Salta. Resolución nº 61 del 25 de junio de 1992. Expte. 90-5783/92.
299
Ya aquí se pueden percibir los mecanismos por los cuales el poder estatal va tendiendo a
producir el deslizamiento de las relaciones interétnicas hacia el conflicto entre dos formas de
organización que pretendiendo “representar” a los pobladores introducen entre los mismos
representados el modelo de visibilidad del propio gobierno y, al mismo tiempo, de los
partidos de la oposición (fundamentalmente del partido saliente). Así, mientras la Asociación
Lhaka Honhat vuelve a tomar impulso por lograr insertarse en la Comisión Honoraria del
gobierno local, la cooperativa y el partido de Octorina Zamora recurrirán a la táctica de
instalar el problema a nivel nacional (intentando aprovechar en parte el hecho de que el
Partido Justicialista, siendo oposición local, es gobierno nacional).
Sería en cierta manera promover una mirada excesivamente parcial plantear que el disposi-
tivo de fondo en el que se apoya la lucha encarada por Octorina Zamora, instalando una “carpa”
en la Plaza del Congreso de la Nación e iniciando una huelga de hambre, respondía a las
configuraciones de intereses de la oposición política en Salta, o bien a algún proyecto inmediato
del gobierno nacional. De hecho, a éste no le hacía gracia alguna el hecho de que, en medio de
las declamaciones sobre los pretendidos “éxitos” del modelo económico, se instalaran los indíge-
nas mostrando en parte la otra cara de este modelo. Por otro lado, y si bien es necesario reconocer
que las representaciones de la oposición en Salta y los representantes salteños en las cámaras
dieron su muestra de “solidaridad” con el acto (no sin cierto resquemor, sin declaraciones
públicas y ofreciendo informalmente algunos contactos, dada la situación creada y los conflic-
tos a que podría dar lugar), la movilización de Octorina Zamora fue apoyada fundamentalmen-
te por una organización creada “ad hoc” e independiente de los partidos políticos. Una Comi-
sión de Apoyo a la huelga de hambre encarada por Octorina Zamora e integrada por represen-
tantes de distintas organizaciones solidarias fue el sostén efectivo del movimiento. Al mismo
tiempo, la movilización de los Wichí encabezados por Octorina Zamora va a coincidir con las
demandas de un grupo de aborígenes Kollas de la localidad de Orán (finca San Andrés),
también de la provincia de Salta, quienes reclamaron ante el Senado Nacional por la aprobación
de una ley de expropiación que había tenido ya sanción en Diputados.39
39. Se trata de una Comisión de Apoyo, en la que intervinieron, entre otros, miembros de la Asociación
Por los Derechos Humanos de la Argentina, Mujeres por la tierra, Comisión Rigoberta Menchú en la
Argentina, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
La Huelga de hambre de Octorina Zamora y los representantes de las comunidades que la acompañaron
obtuvieron adhesiones de una importantísima cantidad de personajes nacionales intelectuales, gremialistas,
artistas y organizaciones solidarias del país, entre los que pueden destacarse a Pérez Esquivel, Ernesto
Sábato, Fito Páez, Alfredo Alcón, Adolfo Aristarain, Pedro Aznar, Mercedes Sosa, Julio Bocca, Eleonora
300
Cassano, León Gieco, distintas bandas de rock, Liliana López Foressi, Lalo Mir, UTPBA, ATE, Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos, Madres de Plaza de Mayo, Asociación Incas de Jujuy, Aindara,
Asociación Tinkunaku, Organización Afroamericanos en Argentina, Consejo de la Mujer Aborigen,
Comunidad Indígena de Rafaela, Comunidad Mapuche de la localidad de Rojas, etc.
40. La llegada de ambos grupos a la ciudad de Buenos Aires, el inicio de la huelga de hambre, las tratativas,
apoyos recibidos, etc., tuvieron amplia cobertura en los medios de comunicación. El proceso puede
seguirse en los principales periódicos entre el día 17 de setiembre hasta fines de octubre.
41. Diario Página/12 del 8 de octubre de 1993, p. 17.
42. Es importante señalar que el reclamo de los Kollas era factible de una resolución política inmediata. Lo
único que exigían era que el Senado agilice un trámite que llevaba demorado ya un año en el recinto. Las
301
En este contexto, la huelga de hambre, si bien persiste unos días más, está destinada a
no obtener ningún tipo de concesión. Sin embargo, tanto Octorina Zamora como el
grupo plantean que la lucha fue un éxito, pues, sostienen, han logrado instalar la proble-
mática de las comunidades del Chaco central en los medios de comunicación y en la
población en general, al mismo tiempo de haber obtenido muestras de solidaridad de
distintas organizaciones sociales, como así también ayuda material para “seguir constru-
yendo la organización en la zona”.43
Mientras tanto, el gobierno de Salta logra dilatar la cuestión con el argumento de que conti-
núan los relevamientos, sobre todo del fiscal 14 que hasta el momento del acta-acuerdo no se
había incorporado al plan de regularización. Dicha dilación se extiende hasta setiembre de 1994,
mes en el que comienzan a discutirse las distintas propuestas en la Comisión Honoraria.44
En este marco de dilaciones y movilizaciones, ambas “representaciones” no logran
obtener respuestas claras y eficaces. En aquellos días se podía percibir cierto escepticismo
por parte de los pobladores de las comunidades respecto a la forma en que se resolvería la
cuestión. De todas maneras, el gobernador Ulloa había visitado en un par de oportunida-
des a las comunidades de la zona prometiendo la entrega de las tierras una vez que la
comisión se haya expedido.
Sintéticamente y a modo de respuesta a una de las hipótesis de trabajo inicialmente
sugerida acerca de que la oposición criollos/indígenas, inaugurada por el propio gobier-
no y sus representaciones locales criollistas, al ser reproducida por la demanda indigenista
va a tender a configurar el conflicto interétnico entre ambos sectores, concebidos, para
expresarlo de alguna manera, en bloque –es decir, en el mismo campo construido por el
poder–. Pero no sólo eso: tenderá a trasladar un conflicto que inicialmente era entre el
poder (político) y los pobladores hacia los mismos demandantes: junto con la tierra se
tenderá a “privatizar” las relaciones interétnicas. En torno a las configuraciones que
adquieren en la actualidad las demandas territoriales y a la sustentación del planteo
anterior se referirá el siguiente capítulo.
objeciones que algunos senadores hacían al proyecto de ley de expropiación era que con dicha ley la familia
Patrón Costas se beneficiaría de un precio por sus tierras superior al que poseían dichas tierras en el
mercado, ya que tenían una tasación fiscal superior al mismo (y dicho sea de paso no tenían un uso
productivo). Esta cuestión es de sumo interés siendo que, en momentos de finalizar esta Tesis, las tierras
obtenidas por los kollas vuelven a ser objeto de un proyecto de expropiación por el estado, ya que por allí
se tenderán los tubos de gasoducto que provienen de la explotación en Bolivia, proyecto éste que ya era
conocido en aquel entonces, al menos por las autoridades y, es de suponer, por la familia Patrón Costas.
Sería importante hacer un seguimiento de este proceso, que seguramente va a dar lugar a un nuevo conflicto
con estas comunidades.
43. Entrevista realizada a Octorina Zamora el día 14 de octubre de 1993. Debe señalarse que gran parte
de lo expresado hasta el momento es el resultado de la participación directa del autor de esta Tesis en el
seguimiento y apoyo a los reclamos realizados.
44. La Comisión Honoraria debía, según el decreto de constitución, expedirse en un máximo de dos
meses, sin embargo, recién para esta fecha –es decir, más de un año después– se inicia el análisis de las
propuestas presentadas.
302
Capítulo 9
Territorios de la etnicidad II
Visibilidad y formación de sujetos colectivos
La Comisión Honoraria del gobierno de Ulloa comienza a tratar las propuestas presenta-
das, como se dijo, luego de más de un año de dilaciones. Las propuestas analizadas por dicha
comisión fueron: la presentada por la Asociación Lhaka Honhat, la presentada por el grupo
de Octorina Zamora, una propuesta de la representación criolla en forma unificada y una
propuesta de la Universidad de Salta, en la que intervienen como investigadores y promoto-
res de la misma dos colegas antropólogos de dicha Universidad Nacional. Sería demasiado
extenso transcribir todas las propuestas presentadas y analizar sus contenidos particulares.
De todas maneras, y realizando un adelanto del resultado parcial de estas negociaciones,
puede decirse que la propuesta presentada por la Universidad Nacional de Salta es la que
resulta aprobada por dicha Comisión. Es también esta propuesta la más completa en cuanto
a la información que contiene y, al mismo tiempo, es la única que realiza una evaluación
sistemática de cada una de las otras.
Puede decirse que, obviamente, la propuesta del grupo de representantes “por la parte criolla”
tiende a basarse en los estudios que había realizado el C.F.I. y el Ministerio de Bienestar Social. Sin
embargo, existe un elemento nuevo y es que a pesar de sostener el criterio de asignación en base a
la cantidad de ganado de cada explotación, reconoce también la asignación de tierras a la pobla-
303
ción indígena en un porcentaje que de ninguna manera estaba contemplado en aquel estudio.
Según los cálculos presentados, se reconocería una superficie para la población indígena de más de
88.000 has (sobre un total de ca. 240.000 del LF55). Sin embargo, aquí no aparece integrado el
LF14. La propuesta de la Asociación Lhaka Honhat ya ha sido sintéticamente analizada en el
capítulo anterior. La propuesta del grupo de Octorina Zamora coincide en gran medida con la
propuesta de la Universidad Nacional de Salta, salvo en lo concerniente a la cuestión del título de
propiedad, ya que la primera propugna formas diferenciales de propiedad que resultarían contra-
dictorias entre sí o que apuntarían a situaciones diferenciales entre los propios indígenas. Si bien
esto último es importante, no se establecen los criterios y los procedimientos en aquella propuesta
que indiquen una justificación y un consenso para tales modalidades diferenciales.45
Se ha dicho ya que la propuesta de la Universidad Nacional de Salta resulta ser la más
completa e informada. En ella sus autores realizan una serie de aclaraciones y presupuestos a
partir de los cuales el proyecto presentado resultaría viable. En primer lugar, señalan la necesi-
dad de un “compromiso de las partes”, ya que “La entrega de tierras no se agota en sí misma, ni
debe esperarse que a partir de ella la sociedad –y el gobierno que la representa– se desentiendan
de la situación, sino que las partes (aborígenes, criollos, gobierno) asuman un compromiso de
largo alcance, en lo temporal y de largo aliento en lo sustancial” (UNSa, 1994: 32).
A continuación realizan una serie de indicaciones sobre la urgencia del problema exigiendo
que no se produzcan más dilaciones, aunque distingue medidas inmediatas y medidas a media-
no plazo. Entre las primeras se propone en forma urgente la demarcación de las superficies
resultantes de la propuesta, la entrega de título a aborígenes y criollos adjudicatarios, dejando
para un segundo término las mensuras de los terrenos, indemnizaciones, relocalizaciones que
resultan de la propuesta misma y la aplicación de un plan de manejo con asistencia técnica.
En cuanto a la entrega de las tierras propone que para las comunidades aborígenes “se hará a
título único en condominio indiviso forzoso, previéndose alguna de las siguientes modalidades:
1) en el supuesto de que la personería jurídica de las comunidades insuma un tiempo prolongado
que dilate el procedimiento de la entrega, se propone designar a la Asociación Lhaka Honhat como
propietaria, con cláusula de obligación de transferencia a las comunidades de la Asociación con
residencia en ambos lotes al momento en que las mismas obtengan la personería jurídica y sobre
decisión unánime de los miembros, o en caso de disolución de la Asociación. 2) como otra
alternativa, la entrega se realizará a nombre de las comunidades integrantes del Lhaka Honhat, con
asentamiento en esos lotes y con personería jurídica, solicitándose al gobierno agilice el trámite para
la obtención de las mismas. A partir de que las comunidades obtuvieran la personería jurídica,
Lhaka Honhat podrá constituirse como Asociación de Segundo Grado, debiendo prever la
modificación de sus estatutos para adecuarse a los procesos emergentes de la modalidad de
entrega. Las tierras entregadas en propiedad a los aborígenes no podrán estar sujetas al régimen
45. En el punto 5º de dicha propuesta se propugna por la propiedad indivisa y conjunta, mientras que
en otros puntos se formulan alternativas de propiedad conjunta y dividida y propiedad individual.
304
“Todos los pobladores que acrediten residencia en los Lotes, tendrán derecho a la
propiedad de un predio que comprenda su vivienda, pozo de agua que haya excavado
o perforado y parcela para cultivos apropiados. Será indispensable elaborar un plan
específico y con mayor urgencia, sobre la base de una unidad económica que se relacio-
ne con la transformación o eliminación paulatina del actual sistema de pastoreo de
vacunos a campo abierto, priorizando las entregas acorde a la antigüedad de la residen-
cia en la zona, pudiendo quedar excluidos inmigrantes recientes, estimativamente, con
radicación posterior a 1970. El plan deberá prever trabajo conjunto y consultas con las
familias criollas que de una u otra manera resultaren afectadas. Se propone definir una
extensión de aproximadamente 500 has por familia como reconocimiento de propie-
dad. Si tomáramos el criterio de la antigüedad hasta 1970, nos encontraríamos con
302 familias con derecho a la propiedad (181 del fiscal 55 más 121 del fiscal 14), lo
que implicaría la asignación de unas 150.000 hectáreas, siendo conveniente prever
una 60.000 has que se distribuirían entre familias ubicadas en las zonas más degrada-
das. El plan a desarrollar debe contemplar un abanico de posibilidades y de constricciones
(cfr. Art. 20 de la ley 6469/87)” (ídem: 34-5).
Más adelante, se analizarán las situaciones particulares que según esta propuesta debería
prever el plan. Un tercer nivel que contempla la propuesta es la asignación de una “franja” de
70.000 hectáreas que rodee el territorio del LF14 lindero a la propiedad aborigen que funcionaría
como “zona de transición”. Esta franja actuaría también como zona de recuperación ambiental
planificada, proponiéndose límites específicos mediante alambrados para los fines propuestos.
En definitiva, la asignación de tierras quedaría planteada, en términos generales, de
acuerdo al siguiente Cuadro.
305
Esta asignación de tierras, según sus autores, se encontraría “plenamente justificada tanto
desde el punto de vista de las condiciones de recuperación ambiental y de los derechos por
la antigüedad ocupacional ya considerados, cuanto desde el punto de vista de la proporcio-
nalidad poblacional misma” (ídem: 37).
Se ha dicho ya que el documento producido por la Universidad Nacional de Salta es el
de mayor sustento documental e incluso el de mayor “adaptabilidad” a los distintos reclamos,
ya que sintetiza de mejor manera las voluntades representadas en la Comisión Honoraria
creada por el gobierno. Y si bien los representantes criollos fueron tal vez los que mayor
resquemores han tenido, la propuesta de entrega máxima para los criollos representa prácti-
camente la superficie que les correspondería si el criterio de asignación fuera la capacidad de
sustentación ganadera del medio calculada por los mismos estudios del C.F.I.
No constituye un objetivo de este trabajo realizar un análisis en profundidad sobre
algunas cuestiones inherentes a la propuesta presentada. En principio, puede afirmarse
que en el marco de las limitaciones temporales y materiales con las que tuvo que lidiar el
grupo de trabajo (a lo que se agrega la oportunidad de ofrecer por parte de los antropó-
logos involucrados una intervención que superara las reiteradas manipulaciones que
sobre la cuestión venían realizando distintos sectores del poder) el resultado presentado
brinda una primera alternativa concreta de instrumentación. Por otra parte, más allá de
que esta propuesta fuese aceptada por la comisión de referencia, la misma no fue
instrumentada por las autoridades gubernamentales hasta la actualidad, cuestión ésta
que sí será objeto de análisis específico.
De todas maneras y con el objetivo de realizar algunos breves aportes a dicho documento
se ofrecerán aquí algunos comentarios en relación a algunos problemas implicados en la
misma propuesta.
El primero de ellos es que el proyecto parte del criterio, válido por cierto, de que una de
las causas centrales del deterioro ambiental y, como tal, de la crisis en la reproducción de la
vida en la zona está dada por la gran presión que ejerce el ganado vacuno sobre los recursos
del monte, el cual es al mismo tiempo uno de los elementos más fuertes que integran la
agenda cotidiana de los conflictos entre indígenas y criollos. El impacto del ganado sobre los
recursos del monte y la transformación del ambiente en general ha sido debidamente funda-
mentado por varios estudios ya realizados en la región y sobre lo cual ya se han hecho
también algunas reflexiones. Sin embargo, la recuperación del ambiente implica a modo de
corolario de dicha situación la construcción de una propuesta de “relocalización” de una
parte significativa de la población criolla residente en el fiscal 55, lo cual trasciende ya de ser
un problema estrictamente de impacto “ecológico” pasando a constituirse en una situación
que, en el marco de la trayectoria histórica que caracteriza al poder en estos casos, tendría
consecuencias respecto al propio conflicto interétnico que se intenta aplacar.
Ciertamente, como salida al conflicto presentado, el proyecto prevé una serie de medidas
a tomar, referidas a la relocalización de una parte significativa de la población criolla. Según
lo contemplado como situaciones particulares señaladas previamente en el proyecto se prevé:
306
307
En contrapunto a las prácticas que involucran los deseos imaginarios de los pobladores y
de las formas de organización de sus demandas, como así también del campo discursivo de lo
político, lo real de una situación se ancla también en prácticas que los trascienden. Trascien-
den la inmediatez del discurso y las prácticas asociadas a los reclamos (que generalmente,
como es el caso, se imagina en términos jurídico-políticos) conformando la otra cara de lo
posible imaginado: los límites que impone un proceso de estructuración económica específi-
co. El análisis de la renta del suelo que se intenta a continuación implica la consideración de
los posicionamientos y prácticas que probablemente y a la luz de sus intereses actuales
308
46. No se insistirá aquí respecto a las restricciones legales que se han introducido en el proyecto de
regularización sobre las limitaciones a la venta de los títulos de propiedad. A nadie escapa a esta altura
(y vale como ejemplo, tal vez, la trayectoria de ejido mexicano) que independientemente de restricciones
legales, cuando existen dan lugar a un mercado informal de tierras cuya dinámica no implica
necesariamente restricciones absolutas al capital.
309
producto total aproximado del 12-15% del peso total del plantel (aproximadamente 1
novillo 450 kg/100 has lo que equivale a 4,5 kg/ha).
Ahora bien, si el mejor de los campos mantiene una cabeza de ganado vacuno cada 14
has, la rentabilidad anual es de 1 cabeza cada 96-133 has. Buscando tener una estimación
del precio de la tierra sujeta a esta actividad, se ha recurrido al concepto de renta capitalizada,
que es la ganancia obtenida en un ciclo de rotación del capital. Si se considera que ese ciclo se
completa en 6 años (gestación hasta un animal de 5 años) la renta capitalizada es igual al
producto obtenido en 6 años / territorio ocupado; es decir, 6 cabezas / 96-133 has = 1 cabeza
/ 16-22 has = ca. U$A. 77 / 16-22 has. Este valor estaría indicando que el rango de la renta
inicial capitalizada se encontraría entre estos dos límites: U$A 4,8 x ha - U$A 3,2 x ha (a
precios de 1989, momento en que se realizó esta estimación).47
Por último se debe tener en cuenta que este cálculo fue hecho sobre el producto bruto y
no la ganancia neta, resultado de la diferencia de los costos, en cuyo caso la renta capitalizada
sería aún más baja.
Según informaciones recabadas el precio de la ha, del lado paraguayo costaba en ese
mismo año ca. U$A 2,4, o sea menos de la suma estimada. Entonces, dado el carácter
aproximativo de estos cálculos, en tanto que la renta capitalizada se estimó sobre el producto
bruto suponiendo un rendimiento equivalente a las mejores tierras, podemos decir que el
resultado de esta renta capitalizada tiende a coincidir con el precio recabado de la otra orilla.
Otra razón que daría cuenta de la diferencia negativa del precio en el Paraguay es posible
encontrarla en el hecho de que estas tierras son directamente vendidas por el estado con la
intención de poblar una formación social de fronteras de baja ocupación demográfica. Es
posible pensar que la diferencia se deba a un “precio político” aplicado por el estado paragua-
yo que, de ese modo, traslada la renta capitalizada a las arcas de los particulares que encuen-
tran así un estímulo a la inversión.
Sin embargo, por otro lado, distintos ocupantes entrevistados aseguraron que el precio
de la ha, en ganadería de monte en la provincia de Salta, varía entre los siguientes rangos:
U$A 5-10. Habría que considerar hasta qué punto esta suma no contiene un incremento
atribuible a una renta potencial de tipo especulativo y/o no se está calculando este precio en
función de un producto en calidad más complejo que la simple ganadería de monte (p.e.
producción silvo-pastoril) que puede contener además un componente de renta diferencial
(mejoras). El mercado de la producción pecuaria de la zona tiene, a nivel de consumo final,
algunas peculiaridades. Se trata de carne de última calidad, al menos cuando es vendida en
el mercado argentino; probablemente no sea ése el caso en el mercado paraguayo.
47. No existen trabajos cuantitativos sobre capacidad forrajera del monte. Según A. Caferatta (op. cit.: 30),
existen valores muy dispersos (entre 20 y 8 has por animal). Estimaciones de los propios pobladores nos
dicen que en los mejores espacios es posible obtener 1 cabeza cada 14 has. El otro extremo del espectro
alcanza una relación de una cabeza cada 25 has. El manejo extensivo y sin delimitaciones prediales limita
aún más estas estimaciones.
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312
arbóreas (aproximadamente 18 postes por hectárea), por lo que la renta de los mismos no
logra competir con aquella. Más aún si consideramos las muy diferentes tasas de rotación del
capital para uno y otro producto.
O sea que mientras exista una demanda para las carnes de la zona es prácticamente
impensable que el piso de la renta pueda llegar a estar determinado por la actividad forestal
a partir del actual bosque natural.
Sin embargo, sin que ello pueda considerarse como una renta diferencial, aun cuando en
cierto sentido sea lícito hacerlo debido al valor que representa como forraje, existe una renta
forestal que, secundariamente, es susceptible de ser agregada a la renta ganadera en la medida
que hay un interés económico en la extracción de postes.
Efectivamente, la materia prima forestal es casi exclusivamente utilizada para la elabora-
ción de postes, su utilización para artesanías así como para la fabricación casera de muebles
rústicos de uso local no alcanza una escala que pueda implicar una significación territorial
determinante de renta. De modo tal que la única renta potencial ligada a la explotación
forestal visualizable de modo más o menos inmediato se relaciona con la extracción de un
producto silvo-pastoril a partir de condiciones de manejo complementario.
En la actualidad, si bien tanto el producto pecuario como forestal son explotados, el
proceso de producción no se da de forma combinada, tanto desde el punto de vista técnico
como social. Técnicamente, el manejo silvo-pastoril implica una compatibilización de la
actividad ganadera con la forestal, logrando un “óptimo” de producción (Cfr. Neuman et
al., 1988). Socialmente, tampoco existen en el fiscal 55 unidades económicas que hagan
aprovechamiento forestal y ganadero combinados con los mencionados criterios de
optimización técnica.
De esa manera, no es dable calcular la renta silvo-pastoril como tal, sino una renta
desdoblada cuyo monto total es probablemente inferior al del producto complejo resul-
tante de las actividades combinadas técnicamente y orientados a optimizar la rentabilidad.
Esto no quita que, llegado el momento, el tenedor del suelo pueda requerir una renta que
apunte a la renta potencial silvo-pastoril.
Interesa por otro lado destacar que, ante la inexistencia de propiedad del suelo, todo
aquello que no es producido (pastos, árboles, agua, etc.) no tiene restricción al acceso, de
modo tal que nadie reclama un derecho por la tala y un poblador criollo no puede así limitar
a cualquiera que usufructúe la riqueza forestal dentro de su área habitual de pastoreo recono-
cida como propia. Esto significa que, dentro del esquema de nichos de aprovechamiento
superpuestos, el ganadero no valoriza la renta forestal.
Esto último es función de otro agente: el obrajero. Este agente económico, sin embargo,
no lograría –en caso de privatización del suelo– desplazar al ganadero debido a una menor
renta por unidad de superficie y una más lenta rotación del capital. Pero el obrajero, al actuar
sobre escalas espaciales mucho más vastas, necesita de una mayor concentración del capital,
lo que lleva, al menos en el caso que estamos tratando, a que tienda a monopolizar esta
actividad sobre un determinado territorio. Por lo general, debido a los requerimientos en
313
capital, el obrajero suele ser también un ganadero importante y, aún más a menudo, un
fuerte bolichero.
El obrajero-bolichero-ganadero es el agente económico que, por ser el de mayor capital
disponible y tener su reproducción localizada en la región, aparece como un potencial
concentrador de tierras.
Al respecto, es importante observar que el requerimiento de capital de la explotación
forestal, así como del mismo manejo silvo-pastoril –suponiendo que éste no incluya el proce-
so de extracción de madera y menos las etapas subsiguientes– excluye a la mayoría de los
pobladores del Fiscal 55 de los potenciales productos forestales y silvo-pastoriles. Por lo
tanto, con sólo considerar la posibilidad de una renta silvo-pastoril, cuya demanda de capital
y técnica es relativamente fácil de satisfacer por un pequeño capitalista como es el obrajero-
bolichero-ganadero pero inalcanzable para la mayoría de los pobladores, es posible pronosti-
car con cierto nivel de probabilidad que, dado el caso de que el Fiscal 55 entre al mercado de
tierras, se desarrollaría un escenario en el que las tierras serían tendencialmente apropiadas por
aquellos agentes económicos a quienes les interese y puedan llegar a implementar un manejo
silvo-pastoril, al menos considerando las variables analizadas hasta el momento. Dicha ten-
dencia se intensifica si ese agente posee el capital necesario para lograr adicionar mayor valor
agregado a los productos primarios (p.e. aserradero).
Tal vez por lo expresado parezca que no tiene sentido hacer el cálculo de las rentas
potenciales forestales excluyendo a la renta ganadera. Sin embargo, el primer cálculo que
probablemente harán los potenciales compradores y especialmente los vendedores, en esta
primera etapa, no será en la renta de un manejo silvo-pastoril “moderno”, sino la que se
obtiene al sumar los actuales productos de la ganadería y la explotación forestal. De allí la
importancia de su cálculo.
Antes de estimar las ganancias brutas que se obtienen de la explotación forestal en el
Fiscal 55, se requiere identificar al productor primario. Pero, al mismo tiempo, es necesario
considerar el carácter de instrumento político que tiene el recurso en la zona. Ciertamente,
para acceder al mismo, es necesario cumplir con el requisito formal de la obtención de un
permiso “guía” para la extracción de postes. Hasta 1987, la actividad estaba organizada en
forma directa por los llamados “obrajeros”.
A partir de entonces, y por disposiciones del gobierno de Salta, hubo un período en el cual
los únicos que podían obtener una guía para extraer postes, que es el único producto forestal
con mercado extrarregional –excepto las artesanías en madera–, eran los “aborígenes”. No
obstante, éstos sólo aparentemente representan el primer eslabón de productores en el circuito
económico de los postes. El primer eslabón es el obrajero y, aunque estrictamente no sea quien
tiene derecho a la extracción o a la apropiación del recurso, su condición de productor primario
tiene notable grado de reconocimiento por el mismo gobierno provincial.
Ya se ha analizado brevemente en qué consistió el sistema de guías para la extracción de
postes en el capítulo siete y, por lo tanto, no se insistirá demasiado en ello. Debe recordarse
que en poco tiempo la Dirección de Recursos Naturales de la provincia dio marcha atrás con
314
esta acción, lo cual fue uno de los motivos de la movilización y huelga de hambre encarada
por el grupo de Octorina Zamora. De todas manera, esta experiencia ha sido significativa
para el análisis de ciertas configuraciones resultantes del manejo de los recursos y la lógica del
funcionamiento de la relación clientelar del sistema político para con la población indígena.
Tal como se ha expresado anteriormente, aquel sistema estuvo organizado por el IPA (Institu-
to Provincial del Aborigen) organismo encargado para el caso de conceder a un “aborigen de
conocido liderazgo en la organización del obraje”, una guía. Este “contratista” indígena
cobraba un porcentaje de producto extraído a sus propios socios. Pero la “posteada” sólo es
posible si se consigue la financiación (“adelantos en alimentos”) y los medios de trabajo
(herramientas) del obrajero-capitalista.
Esta condición estuvo tan claramente institucionalizada que el trámite de la guía incluía
el asentamiento del obrajero con el que se iba a trabajar. El registro del obrajero en la guía
tiene el sentido de dar a éste la garantía de que nunca perderá el adelanto de alimentos; riesgo
que antes de existir este sistema de guías debía correr el mismo obrajero al trabajar con los
“impredecibles e irresponsables aborígenes”.
El sistema de seguro del obrajero lo pagan los aborígenes, aportando al IPA el 5 % del
monto total de la posteada. Cuando uno de los beneficiarios de las guías no llegaba a cortar
la suficiente cantidad de postes para cubrir el financiamiento del hachero (alimentos), el
saldo era pagado por el IPA con ese “fondo del poste”. En este caso, el IPA le retiraba la guía
al aborigen incumplidor. En el caso favorable, la producción de postes alcanza para saldar el
adelanto de mercaderías del obrajero y si existe un remanente se les pagaba a los indígenas en
dinero o preferentemente en mercancía, descontando el citado 5% que el propio obrajero
deposita directamente en una cuenta del IPA.
Otros destinos del “fondo del poste”, producido por la acumulación del mencionado
porcentaje, era el de reponer por parte del IPA las hachas utilizadas por los indígenas y
acumular capital dinerario para financiar posteadas. Este último destino pudo haber signifi-
cado un potencial riesgo para el obrajero-capitalista, quien, dado el caso, podría llegar a
perder su monopolio. Sin embargo, las autoridades del IPA lejos de impulsar los intereses de
los indígenas estuvieron proclives a la corruptela que el obrajero-capitalista promovía al
interior de ese organismo para continuar garantizando su negocio. Este modelo basado en
guías estuvo construido ante todo en función de la reproducción del poder político del IPA.
De este organismo dependen tanto los aborígenes como los capitalistas en el otorgamiento de
la guía. Además, las retenciones que el IPA realiza sobre la posteada lo capacitan económica-
mente para acrecentar el dominio sobre esta actividad, al convertirse potencialmente en la
instancia financiadora. Muy probablemente, así como los aborígenes aparentemente son los
“usufructuadores funcionales del recurso”, el terrateniente funcional (rentista) sea el IPA,
quien se llevaba una “renta informal” encubierta en la retención del fondo del poste.
A esta condición debe sumarse que el precio había bajado abruptamente y que la decli-
nación de la población de quebrachos hacía de la obtención de un poste una tarea cada vez
más ardua. Si se considera que el cálculo de la renta forestal dada por esta actividad debe
315
hacerse sobre la ganancia que percibe el aborigen, la misma es casi inexistente. El escasísimo
poder de negociación de quienes en su momento tenían el acceso exclusivo al quebracho
colorado quedaba manifiesto cuando, aun en esta condición de privilegio que los hace
funcionalmente usufructuadores del recurso forestal del Fiscal 55, sólo obtenían de éste un
mísero salario a destajo y por lo general en especies.48
Por eso, la renta de la extracción de postes no puede ser calculada sobre el beneficio de
quienes supuestamente podrían llegar a ser nuevamente los “dueños del recurso”. Tal como
se ha observado en esta etapa del circuito de los postes, e independientemente de quien sea
el “propietario formal” del recurso, el obrajero (quien está en condiciones de adelantar el
capital necesario) termina siendo el “productor” y los aborígenes sus precarios asalariados.
Analizada con mayor profundidad la relación del obrajero y el aborigen en el marco de la
entrega de estas guías o permisos, en lo que se refiere a la distribución de costos y beneficios, se
tiene que: para la posteada los aborígenes aportaban los gastos de organización (aproximada-
mente U$A 0,07 por poste se aportaban para pagar al “contratista” aborigen que tramita la guía
y demás gestiones que demanda la posteada), las hachas, el trabajo y el costo de transporte hasta
el “acanchadero”, lugar en el que supuestamente se vendían los postes al financista-obrajero
(0,07 U$A por poste, lo que cubría fácilmente los gastos y la amortización del tractor y el
acoplado). En lo que se refiere al trabajo invertido, su cálculo no es fácil por las múltiples
actividades complementarias que forman parte de la reproducción social durante el tiempo que
dure la posteada. Esto se debe a que el ingreso obtenido en esta actividad no alcanza a satisfacer
las demandas del grupo doméstico. Una idea aproximada del trabajo invertido es posible
tenerla a partir un relevamiento realizado en campo sobre la producción obtenida por un
campamento de 32 hacheros durante un mes. El producto sumó 1.000 postes en las siguientes
proporciones (no figuran los tipos de poste de menor calidad denominados “cholos”):
48. Aunque no es posible decir en qué porcentaje declinó el precio de poste en la zona, la información
disponible para 1989 era que casi nadie “posteó” debido a los bajos rendimientos. Concordando con este
dato, los precios al consumidor de la pampa húmeda han declinado sustancialmente hasta la actualidad.
Así, en diciembre 1988, el medio poste se pagaba U$A 8,5, en setiembre de 1989 el precio era U$A 3,8.
Aunque la evaluación de los aborígenes sobre el precio del poste no se lleve con referencia al dólar, sí se hace
en relación a los del azúcar y la harina, mercaderías que sufrieron aumentos sostenidos hasta el presente.
316
Pero, como se decía, en las actuales condiciones de organización del obraje tal intensidad
no es posible. Este ritmo de trabajo exige que el financiamiento de la actividad alcance para
alimentar a las familias de los hacheros exclusivamente del beneficio obtenido en esta tarea,
así como una alimentación especialmente nutritiva para el hachero, cuyo desgaste físico es
obviamente muy superior a cualquier otra actividad “tradicional”, y ninguna de las dos
condiciones se cumplen. De manera que tanto por la necesidad de obtener otros insumos
complementarios (pescar, cazar, recolectar, etc.) como por la exigencia física que demanda la
posteada, la producción por jornada-hombre en la operatoria global de la posteada es mucho
más baja (aproximadamente un poste diario) a la producción promedio que logra un hache-
ro en una jornada de labor intensiva (ca. 3-4 postes diarios).
Esto no significa que no haya interés en los hacheros por obtener el máximo producto
posible; la cuestión radica en los límites y posibilidades de la reproducción física en las
condiciones existentes.
En cuanto a los réditos, en términos monetarios, obtenidos por el hachero, es posible
también realizar ciertas estimaciones. Los cálculos que aquí en más se harán estarán basados
en el “medio poste” de 2,20 m de quebracho colorado que puede considerarse como el
producto que promedia en calidad y frecuencia en la extracción, así como el que tiene más
demanda. Por este producto puesto en el acanchadero del pueblo cabecera (en el que el
obrajero-bolichero lo comercializará) se paga a razón de U$A 1,1 por unidad. Sobre este
monto se hacen descuentos del orden del 13% que involucran gastos de organización (pago
a contratista), gastos de transporte y el aporte al fondo de posteada del IPA.
Este porcentaje reduce el monto recibido por el hachero a ca. U$A 0,95. Si además se
deduce el salario equivalente a un jornal dividido por el precio de los cuatro postes obtenidos,
se observa que existiría salario menor aún al del jornal tipo de la zona, que en ese momento era
de ca. U$A 4,4. O sea que los hacheros perciben el beneficio de un 80% de un jornal típico
en la zona. Dicho salario representaba, al mismo tiempo, el 25% del valor de venta al
consumidor (U$A 3,9 por el medio poste).
El monto que percibe el obrajero-bolichero por el medio poste comercializado y puesto en
el pueblo cabecera es de ca. U$A 2. Si se descuenta también el costo de “compra” a los hacheros
(U$A 1,1) es posible deducir que el obrajero-bolichero obtiene un beneficio que ronda entre
el 24-26% del valor de venta a consumidor. Pero este porcentaje se ve substancialmente
incrementado cuando se le suma la ganancia obtenida a través del pago en mercaderías cuyos
precios tienen aproximadamente un 50% de recargo sobre el de las ciudades.
Como por lo general, y tal como se expresó anteriormente, el pago de los jornales se hace
con mercancías, principalmente alimentos, el porcentaje que retiene el obrajero-bolichero en
el circuito de los postes es un 44% del valor agregado final. Nótese que el circuito de las
mercancías que integran la canasta de alimentación mínima tiene su base en la zona en la
producción de postes. O sea que la producción de postes amplía el mercado de consumo de
la zona, sin el cual el obrajero-bolichero no sólo deja de ganar con la venta de postes sino que
se reduce su clientela del muy rentable boliche.
317
La etapa de traslado al “sur” está generalmente a cargo de los propios dueños de los comer-
cios de artículos rurales principalmente aunque no únicamente en Buenos Aires (en distintas
localidades de la provincia) quienes frecuentemente tienen vehículos propios. En algunos casos
es el mismo obrajero-bolichero quien suele también incorporar a sus beneficios los obtenidos
por el transporte. El costo del transporte se traduce en un 18-19% del valor final de los postes.
El comerciante de ramos rurales en la “pampa húmeda” vende los postes a los consumidores
con un beneficio del 26% sobre el precio final. Obviamente, este porcentaje aumenta en el caso
–frecuente– que el propio comerciante es también transportista. Además, el comerciante del
“sur” cuando va a comprar postes al “Chaco” lleva papa, maíz, harina de maíz, harina de trigo
y otros. Mercaderías con las que le paga el obrajero-bolichero ganando un porcentaje sobre ellas.
Antes de dar por terminada la descripción de la etapa de consumo en el circuito del poste,
cabe hacer algunas referencias a su mercado. La demanda de postes de quebracho colorado
sigue siendo muy importante. Sólo el poste de “itín” (prosopis kuntzei) aparece como un
sustituto atractivo por su calidad y menor precio (aproximadamente un 60% menos).49
Los otros postes de especies de la zona como los obtenidos del “palo santo” (bulnesia
sarmientoi) y el “guayacán” (caesalpina paraguariensis) son apreciados pero no tienen mer-
cado propio, pues vienen mezclados en las partidas de quebracho colorado. Al respecto, la
primera especie tiene un nivel de protección dada por una ley nacional cuya prohibición
de explotación la hace escasa en el mercado, el que existe a pesar de dicha disposición.
También se hacen postes de “quebracho blanco” (aspidosperma quebracho-blanco) pero
tiene escasa aceptación. Por último, el poste de “caldén” (prosopis caldenia) ha dejado de
tener demanda por su pobre calidad, a pesar de su bajo precio (aprox. 70% menos del
valor de un poste de quebracho colorado).
Una última reflexión sobre el mercado de los postes surge de las substanciales variaciones
en el precio de venta al consumidor en relación al dólar y la mayor parte de mercaderías
(especialmente alimentos) –con su traslado a los otros eslabones de circuito con excepción del
flete–. Hacia fines de 1988 y setiembre de 1989 el precio del poste relativo al dólar decayó
en un 67% y aún más si lo comparamos con el precio de la harina. Esto da cuenta de que los
agentes económicos del circuito del poste –salvo algunos grandes consumidores– están fuera
de los ámbitos económicos formadores de precios (Caferatta, 1988: 24).
Ahora se tratará de estimar la renta capitalizada forestal limitando esa actividad a la
producción de postes, que es la única –salvo las artesanías– orientada al mercado extra Fiscal
55. Pero antes es necesario aclarar que sólo un 33% (76.000 has) de los territorios del Fiscal
55 (233.000 has) presentan una masa boscosa con oferta de quebracho colorado y palo
santo que son las especies más abundantes cuyo destino es la producción de postes.50
318
Una estimación del número de individuos por hectárea (distinguiendo entre árboles
maderables (sanos) y no maderables por malformaciones y enfermedades) de las cuatro
especies forestales más importantes, ha permitido establecer aproximativamente las cantida-
des de postes de quebracho colorado y palo santo que potencialmente se podrían obtener por
hectárea en cada tipo de bosque.51
Aunque en este apartado no cabe hacer consideraciones sobre la dinámica de las pobla-
ciones vegetales que son recurso forestal, los datos sintetizados permiten hacer algunas obser-
vaciones preliminares que sí importan en el cálculo de la renta. Por ejemplo, las poblaciones
de palo santo parecen tener una tasa de renovación que garantiza la perpetuidad del recurso.
Además, la constante producción a lo largo del siglo respecto de la disponibilidad inmediata
–primer turno de corta– dice que el palo santo ha sido poco explotado.
Por el contrario, las poblaciones de quebracho colorado presentan una disponibilidad
inmediata muy reducida en tanto los individuos de clase diamétrica de los mayores de 20 cm
ya han sido casi totalmente extraídos. La clase diamétrica de 10-20 cm aparece con un
número mayor de individuos en tanto se puede decir que no ha sido explotada. A juzgar por
el número de individuos de esta clase diamétrica, la población de quebracho colorado tendría
una aceptable recuperación, aunque esto se diga sin tener la referencia del óptimo esperable
en la zona. Sin embargo, la escasa frecuencia de individuos de la clase diamétrica 5-10 cm y
la ausencia casi total de renovales darían cuenta de que una vez hecho el turno de corta de 30
años, la población de quebracho colorado perdería la capacidad de regenerarse.
Esto último ya ha sido observado para otras zonas por anteriores estudiosos de la ecología
chaqueña (cfr. Morello y Saravia Toledo, 1959; Morello, 1983) y se corroboraría en parte por
nuestras observaciones. Sin embargo, la clase diamétrica de 5-10 cm apareció en nuestros
datos con una elevada frecuencia de individuos en el quebrachal con palo santo. Cabe
preguntarse entonces cuáles son las condiciones en esa área, dado que la anterior hipótesis
sólo se confirmaría si no encontráramos ningún signo de recuperación en la población de
quebracho colorado. Al respecto, también cabe preguntarse sobre las condiciones en que se
lograron los individuos de la clase diamétrica 10-20 cm cuando, según los trabajos
preexistentes (De Gasperi, 1955; Morello y Saravia Toledo, 1959), la presión antrópica –a
través de la ganadería– ya era tan elevada hace 35-40 años, cuando esos individuos eran
renovales que difícilmente hubieran podido lograrse, o sea, alcanzar un desarrollo tal que
elimina prácticamente el riesgo de ser predados por el ganado.
En conclusión, la población de palo santo parece completar su ciclo productivo. Los
factores que seguramente contribuyen a este estado son la poca palatabilidad de los renovales
51. Al respecto, la lic. Fernanda Menvielle (Bióloga, especialista en recursos forestales) –integrante del
equipo de investigación en ese año– se ocupó del mapeo de la oferta ambiental, especialmente en referencia
a la vegetación y al suelo. Los datos con que se cuenta son preliminares, faltando precisión en la evaluación
del estado de deterioro de los bosques, aun cuando se trate de un mismo tipo de vegetación según las
informaciones preexistentes a la investigación.
319
CUADRO Z: LF55: renta capitalizada (RC) en la producción de postes por tipo de bosque
Si el ciclo de renovación del bosque se cumple –lo cual, de continuarse las actuales
condiciones, es poco probable–, dentro de 50 años se cortarían los árboles susceptibles de ser
convertidos en postes (20-30 cm de diámetro) que hoy son renovales logrados. A este
período debe considerárselo, desde un punto de vista económico-forestal, como un ciclo
productivo. Sobre esta base la renta capitalizada está referida a este ciclo. Aunque para el
cálculo de la renta ganadera capitalizada no se ha considerado la reducción del monto por la
incidencia de los intereses (cálculo de valor presente), en la estimación de la renta forestal es
imprescindible hacerlo, dado que su ciclo productivo es demasiado largo.
La estimación de la renta forestal capitalizada, al igual que la ganadera, se ha realizado
sobre la ganancia bruta, por lo que es considerablemente más baja al resultado obtenido. En
sentido contrario, en la estimación de la renta forestal capitalizada no se ha incorporado el
valor de otras maderables, como el algarrobo blanco y el quebracho blanco, que casi no se
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explotan en el Fiscal 55 pero que son susceptibles de serlo, así también como la producción
de leña y carbón. Estos recursos actualmente disponibles aumentarían la renta forestal,
aunque en las actuales condiciones su incidencia sería mínima.
A todo esto se suma que la producción de postes es uno de los aprovechamientos
menos rentables de la riqueza forestal. Es por ello que la estimación de la renta forestal
resulta muy baja respecto de explotaciones potenciales que demandan pequeños adiciona-
les técnicos y económicos.
Ajustándose a los cálculos típicos de la empresa capitalista, se puede plantear que en
razón de la declinación del potencial económico forestal, pero especialmente por los tiempos
de rotación del capital tolerables por un capitalista –no subsidiado–, el ciclo podría terminar
en el segundo corte, para el que únicamente resta el tiempo de crecimiento de la clase de 10-
20 cm de diámetro (y aun algunos diámetros un poco menores) integrada por árboles ya
desarrollados y sin riesgo respecto a la presión ganadera. Este es un cálculo de rentabilidad
capitalista más seguro, en el que el futuro del bosque, se considera un “resto” con cierto
potencial para la especulación.
En el siguiente período (último del ciclo), se perdería la renta parcial que se obtiene por
postes. Esta pérdida potencial es tenida en cuenta en la especulación presente por las expec-
tativas de desarrollo futuro. Semejante evaluación está especialmente justificada en el caso de
la explotación del quebracho colorado cuya renovación no está garantizada.
Existe, aun, otro aspecto de la explotación forestal a partir del cual se obtienen más
ventajas: la tradicional extracción directa de tipo “minera”. Así, a pesar de que en gran medida
la oferta económica del bosque ha sido empobrecida por la explotación indiscriminada a que
fue sometida (pues en ningún caso, y esto vale para todo el Chaco en general, se ha tenido en
cuenta la tasa de crecimiento de la masa forestal), la mejor tasa de ganancia sigue siendo
representada por la extracción inmediata del recurso disponible, aunque el producto obteni-
do sea de menor valor que el que se obtendría esperando la recuperación del bosque (te-
niendo como dato calidades similares).
Así, de los U$A 42,00/ha que se podrían obtener por producción de postes de quebra-
cho colorado, a un turno de 30 años del quebrachal insular, el cálculo financiero, dado que
el ciclo económico es lento, representaría un monto de apenas U$A 7,31/ha actuales para
una empresa capitalista. Entonces, si por los árboles de clase diamétrica 10-20 cm apeados ya
para leña o extracto de tanino, se obtienen, respectivamente, U$A 12,50/ha y U$A 46,00/
ha, en ambos casos, al capitalista le conviene su extracción que esperar a completar el ciclo del
recurso para la producción de postes (Maranta, 1990: 82).
Desde esta lógica capitalista, y tal como sucede en general con los recursos forestales
naturales, la recuperación del bosque es un pésimo negocio y, por ende, el futuro de la masa
boscosa es su desaparición. Este proceso sólo podría tener un límite, entonces, si esta explo-
tación dejara de ser un “buen negocio” relativo respecto a otras alternativas regionales.
Otra situación en la que esperaría el turno de los postes, sería por especulación con el
aumento sustancial del valor del producto. Frente a una ganancia actual relativamente
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pequeña, se optaría por especular a futuro. Esto se vuelve más atractivo si se considera que
con ello se aumenta la capacidad ganadera del ecosistema, producción con la cual pueden
financiar la especulación de la producción forestal.
Comparando las rentas anuales de las actividades pecuaria y de producción de postes que
se dan actualmente, se evidencia que en más del 68% del lote Fiscal 55 existe únicamente
renta ganadera, de allí que la actividad predominante de los pobladores del Fiscal 55 sea la
ganadería. Esto es lo que fundamenta la premisa de que el piso de la renta va a estar dado por
la producción pecuaria.
Sin embargo, las estimaciones de la renta forestal, que seguramente en los cálculos se
encuentre subestimada si la relativizan con la renta ganadera, indica que esta actividad
económica va a ser, seguramente, incorporada en las evaluaciones de la renta del suelo por
parte de los interesados.
Como puede apreciarse, en el desarrollo del análisis deben hacerse algunas consideracio-
nes en torno al postulado de que la renta forestal es relativamente poco importante respecto
de la ganadera y, por lo tanto, que el piso de la renta del suelo va a estar determinado por ésta.
Esta evaluación es válida en general, sin embargo no lo es para determinadas situaciones
específicas, ya que en las tierras con buen potencial forestal haría que esta producción fuese
el referente que primase en el establecimiento de la base de la renta.
Puede afirmarse que los potenciales beneficiarios de la ley de regulación de
asentamientos humanos en el Lote Fiscal 55, no dejarán de sumar la riqueza de la masa
boscosa a la proveniente de la ganadería, en aquellas áreas que la tengan (siempre desde
la perspectiva de las actuales pautas de aprovechamiento). Por otro lado, todavía no se
han hecho distinciones entre las capacidades forrajeras de las unidades de vegetación,
simplificando esta variable a una constante de máxima para el actual estado del bosque:
1cab./14 has.
Al respecto, este máximo tal vez sólo sea alcanzado en aquellas unidades que son ricas en masas
forestales, puesto que de ellas depende la calidad y cantidad de forraje. Así se puede vislumbrar
que los territorios de mayor riqueza forestal también son los de mayor capacidad forrajera, aunque
en la actualidad habría un desaprovechamiento de esta potencialidad en razón de la escasez de
cuerpos de agua, una limitante de vital importancia para la actividad ganadera.52
En el fiscal 55 se pueden distinguir 6 tipos de campos, de acuerdo a su aptitud para el
aprovechamiento silvopastoril, lo que se traduce en valores de renta capitalizada, estimada en
bruto. Estas categorías abarcan otras subcategorías, cuya definición depende de otros facto-
res incidentes en la renta del suelo, tales como: distancia a ciénagas, cañadas, ríos, localidades,
existencia de caminos, especulación con actuales y futuras obras de infraestructura, etc.
52. Esto ocurre en gran parte del Lote Fiscal 14, cuya extensión aproximada de 400 mil has limita al SO
con el Lote Fiscal 55.
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Al comparar los valores de la renta capitalizada por uso silvopastoril “precario” y el precio de la
tierra en el departamento de Rivadavia, pcia. de Salta, se observa que el monto de la renta estimada
es excesivo respecto de los precios recabados (entre 4,60 y 9,20 dólares/ha) en la zona.53
Pero la renta capitalizada ganadera, estimada anteriormente en un rango entre los U$A
4,8/ha y U$A 3,2/ha, coincide con el piso del precio recabado, mientras que la gran
distancia entre la renta capitalizada silvopastoril y dicho precio se debe a la participación de
la renta forestal.
Así, es posible confirmar nuevamente lo ya expresado en referencia a la renta del suelo:
el piso inicial de la renta va a estar dado por la actividad pecuaria. Aparentemente, la
producción forestal no estaría participando. Pero, el promedio de la renta silvopastoril
capitalizada es de ca. U$A 9,5/ha, que es una cifra apenas superior al rango superior del
precio recogido, lo que estaría indicando que, en verdad, la renta forestal interviene en el
cálculo de la renta del suelo.
Hasta aquí se ha intentado estimar el monto de la renta del suelo inmediata, es decir,
aquella que permite entrever el interés que estaría configurando el posicionamiento de
algunos capitales locales en torno al territorio. Al respecto se ha mostrado lo más sistemáti-
camente posible que tanto el piso como el techo de la renta del suelo se encuentran en
niveles muy bajos, similares a otras tierras fiscales del Chaco salteño. Esta situación implica
para los pobladores, al menos los más pauperizados que son la mayoría –como ya se había
indicado–, que cualquier programa de regularización se enfrentará inmediatamente a las
presiones de intereses que pretendan valorizar dichas tierras, ya que se encontrarían con
niveles de precio de entrada muy bajos y, por ende, con expectativas de altas rentas
potenciales. Sin embargo para que dicha situación sea posible las condiciones analizadas si
bien necesarias no serían suficientes. Concretamente: se requieren inversiones de infraes-
tructura, mejoramiento y alternativas de colocación de productos posibles de ser produci-
dos allí para que se inicie dicho movimiento de valorización y esto es, precisamente, lo que
ha venido sucediendo en los últimos años.
53. El manejo silvopastoril es un sistema de producción específico en el que se combinan las dos actividades
de manera de optimizar el uso de los recursos en forma integral; el concepto de manejo involucra los
principios de persistencia a perpetuidad. Se dice “precario” porque, en la zona, no se hace “manejo”, con la
planificación del aprovechamiento de recursos que ello implica, sino que se hace ganadería extensiva en zona
de monte y se extrae a su vez madera, con la particularidad, a su vez, de que ambas actividades no son
realizadas por el mismo agente económico. Además, la categoría de precario se utiliza para contrastar con las
propuestas de ajuste técnico y económico en que se compatibilizan la ganadería y el aprovechamiento forestal.
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Si el análisis realizado en torno a la renta del suelo se ha referido hasta el momento a las
prácticas de los actores sociales locales y los circuitos económicos en los que se integran, es
porque la formación social de fronteras Chaco central, a pesar de las transformaciones
analizadas, ha constituido históricamente un ámbito de relativa marginalidad en términos
de inversiones directas de capital. Tal como ha sido observado, este enorme espacio
geoeconómico ha sido principalmente ámbito de reproducción de fuerza de trabajo
estacional y algunas actividades ligadas a la ganadería tradicional del criollo; es por ello que
desde allí ha sido posible comprender las formas de su inserción en procesos más amplios.
Un aspecto relevante respecto a dicha marginalidad relativa es la precariedad casi absolu-
ta existente desde el punto de vista de la infraestructura y especialmente de las vías de
comunicación en el Chaco central.54
Sin embargo, y más allá de estas limitaciones de infraestructura, el Chaco central se
encuentra enclavado en el corazón mismo del Cono sur y por ello ocupando un espacio vital
de la geografía del Mercosur, cuyo desarrollo ha implicado en los últimos años un muy
significativo incremento del flujo comercial entre el norte de Argentina, Chile y Brasil.55
Esta situación ha llevado a la elaboración de ambiciosos planes para la apertura de nuevas
vías de comunicación y/o para el mejoramiento de las ya existentes, dentro de los cuales se
destaca el impulso a la apertura de un “corredor bioceánico” desde la provincia de Salta.
Existiendo ya una conexión con Chile a través del Paso de Socompa, el gobierno de Salta
54. Así, por ejemplo, en la frontera internacional, conformada a lo largo del Pilcomayo, los dos únicos
puentes que se encontraban hasta hace un año atrás cruzaban las aguas de este río en los puntos más extremos
de su recorrido por la llanura chaqueña: cerca de Villa Montes (Bolivia) y poco antes de su desembocadura
en el río Paraguay, entre las localidades de Clorinda (Argentina) y Colonia Falcón (Paraguay). A lo largo de
más de 800 km no existe ningún medio de cruzar las aguas del Pilcomayo con transporte automotor, y la
precaria red de caminos que se extiende a ambos lados del Pilcomayo es intransitable durante buena parte de
la época de lluvias (noviembre/mayo). En el Chaco boreal paraguayo, la ruta transchaco que parte de
Asunción sólo llega hasta la zona de Mariscal Estigarribia, y de allí hacia el punto tripartito “hito Esmeralda”,
sobre el Pilcomayo, hay más de 200 km de caminos de tierra poco transitables. En Formosa, la ruta nacional
81 entre Formosa y Embarcación (Salta) sólo está pavimentada hasta unos kilómetros más allá de Las Lomitas.
Hoy en día la única ruta pavimentada que atraviesa el corazón del Chaco de este a oeste –y por ende la única
transitable todo el año– es la ruta nacional 16 entre Resistencia (Chaco) y Joaquín V. González (Salta), lo que
implica que para conectar Paraguay y Brasil con las provincias del NOA y el norte de Chile el flujo de
comercio a través de transporte automotor debe realizar un importante rodeo hacia el sur.
55. Entre 1994 y 1995 –es decir, aún antes de que Chile se asociara al Mercosur, en octubre de 1996–
se había producido un aumento en el comercio entre Chile y el norte argentino de un 270%, que subía
a un 500% si se tomaba en cuenta sólo lo transportado por ferrocarril (La Nación, Suplemento de
Comercio Exterior, 6/11/1995). Por su parte, en la frontera entre Argentina y Brasil se produjo, entre
1990 y 1993, un aumento del 1.000% en el cruce de camiones: de 20.000 a 200.000 por año (La
Nación, Suplemento Comercio Exterior 30/7/1996).
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impulsa desde hace ya bastante tiempo la apertura de una vía que comunique los puertos
chilenos del Pacífico (y su acceso a Asia y la costa oeste Norteamericana) con los centros
industriales y puertos brasileños de la costa atlántica, atravesando el corazón mismo del
Chaco central y boreal. Este corredor conectaría la ruta nacional 34 en Salta –que recorre el
límite más occidental de la llanura chaquense hasta la frontera con Bolivia– con la ruta
transchaco en Paraguay, y de allí con el oriente paraguayo y con Brasil.56
Semejante proyecto que llevaba ya más de veinticinco años de estudios, divulgaciones y
reiteraciones varias en el marco de distintos discursos políticos, generalmente de carácter electoralista,
fue retomado nuevamente en las últimas elecciones. Así, en el marco de discursos y proyectos
vinculados al Mercosur, los pobladores de la provincia de Salta se vieron interpelados por esta
propuesta que ubicaba a la provincia en la competencia por un lugar en el “mundo globalizado”.
En este contexto, durante el año 1995, el gobierno de la provincia de Salta en acuerdo
con el departamento de Boquerón (Paraguay) inició la construcción de un puente interna-
cional sobre el Pilcomayo a la altura de las localidades de Misión la Paz (departamento
Rivadavia, banda norte) y Pozo Hondo (departamento Boquerón). El gobierno provincial
promocionó ampliamente esta obra en avisos en diversos medios de Buenos Aires, en los
cuales se enfatizaba que la apertura de esta vía de comunicación bioceánica colocaría a Salta
en una situación privilegiada dentro del Mercosur. Uno de estos avisos, acompañado por
una foto aérea del puente en construcción, tenía por título: “Ahora Paraguay queda a 850
km de Chile”. En el texto, se leía: “se ha completado –con todo éxito– el ambicioso
objetivo de consolidar el corredor entre los dos océanos” (Página/12: 24/10/1995).
La construcción del puente internacional fue realizada en pleno proceso de “negociaciones”
por la tierra que el gobierno estaba generando en el marco del funcionamiento de la Comisión
Honoraria creada al efecto, aunque no se concluyó definitivamente. Mientras en los medios de
comunicación anunciaban, al pueblo salteño y de la nación en general, sobre las “virtudes” de
este proyecto, las reuniones entre los representantes de los pobladores y del gobierno habían ya
llegado a un acuerdo sobre el proyecto presentado por la Universidad de Salta para la entrega
de tierras, aunque sin mencionarse o al menos tenerse en cuenta las consecuencias que tendría
para la ejecución de dicha propuesta la efectivización del corredor bioceánico y el puente.57
56. La provincia de Formosa está en este momento, aunque muy lentamente, extendiendo la pavimentación
de la ruta nacional 81 que une su ciudad capital con Embarcación (Salta), ruta que para el gobernador
formoseño “es el corredor bioceánico natural del Mercosur” (La Mañana, 17/7/1996). Además, Formosa
está intentando explotar el ramal ferroviario Formosa-Embarcación como vía de acceso de exportaciones
bolivianas al puerto de la ciudad de Formosa (La Nación, Suplemento Comercio Exterior 8/10/1996).
Jujuy, por su parte, proyecta pavimentar el paso de Jama con Chile (Clarín, 8/4/1996).
57. El puente propiamente dicho es de considerable envergadura: salva una distancia de 208 metros entre las
barrancas del río y posee dos carriles diseñados para soportar vehículos de todo porte. Y, por tratarse del único
cruce fronterizo en cientos de kilómetros a la redonda, el puente incluye además una importante infraestructura
complementaria, que planea realizarse en dos etapas: a) la primera etapa incluye la construcción de un puesto de
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“Esta es idea de la gente rica, no de aborigen. Ellos pueden, ellos quieren, para ellos
sí va a ser beneficio. Ellos tienen negocio. Pero yo sé que para aborigen éste no va a
servir, va a traer mucho problema”.58
En una reciente ponencia del V Congreso de Antropología, dos miembros del equipo de
investigación que trabajan en la región evaluaban con detalle los alcances de las movilizaciones
encaradas por los pobladores, lo que sigue respecto a estas movilizaciones retoma algunas
consideraciones realizadas en dicho trabajo.59
La construcción del puente se desarrolló en el marco de una tensión permanente en la
zona, reactivando los conflictos entre la población indígena con una parte de la población
criolla que, en general, la apoyaba, con las autoridades provinciales y con la empresa cons-
tructora, de estrechos vínculos con el gobierno provincial.
En efecto, los criollos, y dentro de ellos en particular los comerciantes locales y los punteros
políticos de los principales partidos a nivel provincial (el Partido Justicialista y el Partido
control fronterizo, cinco viviendas para el personal destinado al puesto, un casino de gendarmería para albergar
a los efectivos afectados a la zona, la apertura y perfilado de las calles de cuatro manzanas –con cordón, cuneta,
pavimentado, captación en tanque de reserva y red de distribución de agua, red de energía eléctrica y alumbrado
público– y la construcción de una plaza y un “monumento al aborigen” (con un presupuesto mínimo de
1.390.304 pesos); b) la segunda etapa (aún sin presupuestar) prevé la construcción de una iglesia, una escuela,
un centro deportivo-recreativo, un centro de salud, un área comercial y viviendas adicionales para el nuevo
personal, junto con una ampliación del trazado urbano. Estos datos han sido tomados de la “Propuesta de
Planificación. Puesto de Control Integrado. Frontera Argentina-Paraguay” a cargo de la Secretaría de Obras y
Servicios Públicos y la Dirección General de Arquitectura del Ministerio de Economía. De ésta, es una fuente
importante el plano de urbanización, obra Misión la Paz, a cargo de la Dirección General de Arquitectura.
58. Expresiones de Don L. S., en el video de difusión del Programa Permanente de Investigación y
Extensión Universitaria en comunidades Indígenas del Chaco central.
59. Cfr. G. Gordillo y J. M. Leguizamón “La última frontera: aborígenes, obras públicas y Mercosur en
el Pilcomayo medio”, en Actas del V Congreso Argentino de Antropología Social. Resúmenes de Ponencias
y Comunicaciones. Julio de 1997. La Plata. Versión definitiva en elaboración.
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Renovador), han hecho suyo el discurso desarrollista del poder. Este discurso recoge fuerte-
mente el viejo imaginario del Chaco como última frontera, como “desierto”, que una obra como
el puente y el corredor bioceánico podría finalmente vencer trayendo a la zona “inversiones” y
“desarrollo”. A partir de este imaginario se acusa a los aborígenes de tener un “escaso nivel de
comprensión” sobre los beneficios que traería aparejada la integración del Mercosur.
Agudizado el temor de una posible relocalización (proyectada en principio en los planes
del gobierno para Misión La Paz) y frente a las infinitas dilaciones gubernamentales en
cuanto a efectivizar los acuerdos sobre las tierras y el hecho consumado del puente interna-
cional, la población indígena a través de la Asociación de Comunidades decide tomar una
medida de fuerza. Luego de debatirse varias alternativas decidieron la toma pacífica de la
obra, con la presencia y el apoyo masivo de todas las comunidades de los lotes fiscales 55 y 14
(así como también de representantes aborígenes de las provincias de Formosa, Chaco, Santa
Fe y de grupos del Chaco paraguayo y boliviano). En las semanas previas se preparó la
coordinación de la movilización de la gente hacia el puente, y se solicitó a los medios de
comunicación y a diversas ONGs “que envíen representantes y observadores con el objeto de
asegurar que no haya actos de violencia contras nuestras familias” (Página/12, 17/8/96).
El día 25 de agosto a las seis de la mañana más de mil personas que habían confluido
hacia Misión la Paz desde las distintas comunidades de la región hicieron efectiva la ocupa-
ción del puente, acampando en las márgenes del río e iniciando con ello la mayor y más
masiva movilización de protesta realizada en toda la historia reciente del Chaco central.
Según el relato de un dirigente wichí, esa mañana:
“(...) nosotros llegamos y el ingeniero que estaba allí dijo: ‘ustedes no pueden parar la obra,
es un puente internacional’. Pero nosotros vamos a defender, dije yo. Ustedes van a
defender lo que es de la empresa, pero yo voy a defender a la gente (...) Vinieron ingenie-
ros, traían a gendarmería: ‘hay que sacar a esta gente qué se piensan que son indígenas, que
son más grandes que todos’. Y bueno, con la unidad, yo creo que era un apoyo, verdade-
ramente, cada uno de nosotros que estábamos ahí (...) Gendarmería buscaba la forma de
sacarnos de ahí, pero no hay forma. Así seguimos hasta que la obra paró”.
Iniciada la toma, desde un primer momento los líderes aborígenes se preocuparon por
resaltar que su principal objetivo no era en sí detener la obra, sino demandar la presencia del
gobernador para que les garantizara la entrega del título de propiedad de la tierra, y que a
partir de allí se tuvieran en cuenta sus derechos en la construcción del puente y en las obras
de apertura del corredor bioceánico.60
60. Los primeros días se hicieron presentes en Misión La Paz, para solidarizarse con la protesta, un
diputado nacional y varios miembros de la Iglesia Anglicana y del ENDEPA (Equipo Nacional de Pastoral
Aborigen, de la Iglesia Católica), como así también la presencia de algunos medios y personas interesados
en el problema, lo que contribuyó a garantizar que no hubiera represión sobre los aborígenes.
327
Al respecto, el eje de la demanda fue la entrega del título de la tierra a las comunidades en
base a un título único de propiedad, sin subdivisiones interiores, y en base a la propuesta
elevada por la Comisión Asesora. Un cacique Toba partícipe de la toma del puente señalaba:
“Nosotros necesitamos algo concreto del gobierno y que no nos mienta (...) por eso
estamos aquí en esta lucha, pero seguimos esperando que el gobernador nos entregue el
título, queremos la solución de un solo título, que no nos dividan y somos gente libre,
libre para campear (...) Nosotros pedimos la tierra desde antes que haya este puente,
pero ahora vemos que en unos meses ya está listo este puente, pero nuestro pedido
nunca nos responde, nunca hay cosa positiva para nosotros (...) No tenemos fuente de
trabajo pero vivimos del campo (...) y si nos quitan la tierra y si no nos entregan la tierra,
entonces nosotros nuestras mujeres nuestros chicos van a morir de hambre”.
A partir del 25 de agosto se dio inicio a un proceso de 23 largos días de intensas presiones
y permanentes negociaciones. Ya desde el primer día se logró que la movilización alcanzara a
algunos medios, no sólo en Salta sino también en Buenos Aires, y que se recibieran numero-
sas adhesiones de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales. Pero al
mismo tiempo la masiva concentración de aborígenes al pie del puente creó un clima de
tensión en la zona, en especial con algunos pobladores criollos y con la gendarmería, tanto
argentina como paraguaya.61
En este contexto, las presiones realizadas desde distintos sectores con el objeto de debili-
tar el acto de protesta fueron múltiples. Desde organismos gubernamentales y diversos
medios de comunicación provinciales se intentó en reiteradas ocasiones desvirtuar los moti-
vos de la protesta. Así, por ejemplo, a través de las autoridades del Instituto Provincial del
Aborigen (IPA) arguyeron que con la toma del puente se estaba “manipulando a los aboríge-
nes” (El Tribuno, 5/9/1996). Y desde una editorial del diario El Tribuno, de Salta, se sostenía:
61. En este contexto, se produjeron algunos incidentes menores, como ráfagas de disparos al aire hechos
por la gendarmería paraguaya, lo que provocó una corrida generalizada entre las personas que acampaban
en el puente, o el intento de un comerciante local de forzar su paso por el puente con su vehículo, a partir
de lo cual se le secuestró un arma de fuego. La masiva concentración estuvo además coordinada por la
instalación de una pequeña radio FM bajo el puente, con lo cual se creó un importante medio de
comunicación a nivel local a través del cual hacer circular información sobre la evolución de la toma y de
las tratativas con el gobierno. En este proceso, las presiones realizadas desde distintos sectores, con el objeto
de debilitar el acto de protesta, fueron múltiples. La gendarmería argentina presionó permanentemente a
los dirigentes indígenas, a través de amenazas con conseguir una orden judicial para desalojar el puente,
y detuvo, durante una semana, uno de los vehículos que eran utilizados para trasladar gente y alimentos
al puente. Y a los pocos días de ocupación la gendarmería paraguaya efectúo numerosos disparos al aire en
clara actitud intimidatoria. La empresa constructora, por su parte, demandó la intervención de alguna
autoridad que les garantizara la continuidad de las obras.
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“También es conveniente saber quiénes impulsan a los wichís y sus vecinos a resistir
una obra de progreso, con resultados a futuro, en una zona que no cuenta práctica-
mente con nada. ¿Acaso se busca que esas comunidades permanezcan en el aisla-
miento –sinónimo de atraso– en defensa de una supuesta identidad o autenticidad
cultural?” (El Tribuno, 29/8/96).
“Nadie se opone a la entrega de las tierras a los aborígenes, pero detrás de esta causa
justa hay otros intereses como los de perturbar la concreción del corredor bioceánico
por esta parte del continente americano (...). Nosotros, como defensores de la inte-
gración americana con Paraguay, Bolivia y Brasil, no podemos menos que repudiar
estas acciones [la toma del puente], porque perjudican a Salta y a todo el proyecto de
integración” (El Tribuno, 4/9/1996).
Con el objeto de desmovilizar la protesta y lograr que se levantara la toma del puente,
desde el gobierno se pidió que algunos representantes de las comunidades fuesen a Salta para
mantener una reunión con el gobernador, lo que fue rechazado por la asamblea. En esta
ocasión, una antropóloga asesora de asuntos aborígenes de la Secretaría de Desarrollo Social
de la provincia cuestionó la representatividad del Lhaka Honat y pidió que los aborígenes se
organizaran en “consejos comunitarios” para poder fijar criterios de negociación con el go-
bierno, lo que motivó una aguda respuesta por parte de esta Asociación de comunidades (El
Tribuno, 3/9/1996).62
Sin embargo, la toma del puente se mantuvo a pesar de los múltiples inconvenientes
existentes para garantizar la seguridad y la provisión de alimentos a cerca de 1.000 personas
viviendo a la intemperie. Finalmente, luego de 23 días de transcurrida esta medida, llegó al
lugar del conflicto el Ministro de Gobierno Provincial, acompañado por el Secretario de
62. Esta respuesta se plasmó en un documento titulado “Carta abierta en defensa de nuestra organización”,
firmado por todos los caciques de los dos lotes. En ella se expresa que el Consejo General de la Asociación
está formado por el cacique y secretario de cada una de las comunidades, se le pide a la antropóloga que los
reconozca y se la invita a participar de sus reuniones para que compruebe su funcionamiento democrático.
Pero, fundamentalmente, la carta denuncia la “profunda actitud de desprecio y desconocimiento hacia
nosotros y nuestras propias formas de organización” expresada por esta antropóloga.
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Seguridad de Salta. Se realizó entonces una asamblea en donde se discutieron las condiciones
para levantar la toma y donde no faltaron momentos de tensión entre los funcionarios y los
aborígenes (De la Cruz, 1996).
Pese a las reticencias del representante de gobierno, y a propuesta de la Asociación y los
pobladores, se firmó un acta de compromiso en donde gobierno se comprometía a promul-
gar, en un lapso no mayor de treinta días, un decreto “que fije los lineamientos y plazos para
la adjudicación definitiva de las tierras de los lotes fiscales que contemple una distribución
equitativa a las respectivas poblaciones (indígena y criolla)”. A su vez, la Asociación se com-
prometía a permitir la continuación de las obras, pero con la garantía de que fuera consultada
en la efectivización de las obras de cabecera del puente y de urbanización.
En ese contexto, la organización indígena, luego de decidir el levantamiento de la ocupa-
ción del puente internacional, se pronuncia de la siguiente manera:
“Se terminó el mes de noviembre y [el Ministro] no nos llamó. Los primeros días de
diciembre nuestros tres representantes fueron a Salta. Pidieron una reunión con el
330
Ministro. No nos recibió. No hay decreto. (...) Mientras tanto, a fines de noviembre,
el Gobernador de Salta viajó a Asunción, donde se entrevistó con el presidente de
Paraguay y empresarios de ese país. Se habló de habilitar el puente La Paz-Pozo
Hondo en el primer trimestre de 1997, de la integración de los dos países, y del gran
potencial agrícola, ganadero y turístico que se abre con el puente. ¿Y nosotros?”
(Asociación Lhaka Honat, 1996).
331
tendería a mantener estas tierras en los rangos de precios de renta capitalizada que se ha inten-
tado estimar anteriormente y que informalmente podrían pactar con los ocupantes para un
usufructo capitalista de mayor envergadura: un precio “político”, base segura para buenos
negocios. De hecho existen importantes proyectos de capitalización de dicho espacio a partir de
la expansión de la frontera agraria (e inversiones en marcha consecuentes con ello) como así
también consideraciones en torno a la existencia de una importantísima cuenca gasífera en el
subsuelo, cuestiones éstas que demandan de un seguimiento sistemático en particular.
Esta última cuestión no debería perderse de vista ya que, si bien aquí no ha podido
hacerse un análisis específico, dichos agentes económicos existen. De hecho las tierras que
rodean al Lote fiscal 55 y al Lote fiscal 14 están siendo objeto de otros desarrollos
infraestructurales de fuerte impacto agronómico (obras de riego en el Bermejo, obras de
canalización en el Pilcomayo), al mismo tiempo que se realizan importantes inversiones en la
producción de algodón y otros cultivos que van extendiendo la frontera agraria hacia los
territorios en disputa. Un nuevo cerco en ¿la última frontera?
332
La noción de estigma
64. En tal sentido, plantea Goffman que “El intercambio social rutinario en medios preestablecidos nos
permite tratar con ‘otros’ previstos sin necesidad de dedicarles atención o reflexión especial. (...) Por consiguiente
333
es probable que al encontrarnos frente a un extraño, las primeras apariencias nos permitan prever en qué
categoría se halla y cuáles son sus atributos, es decir ‘su identidad social’ ” (Goffman, op. cit.: 12).
65. Por cuestiones de espacio, pero también por delimitación del problema, no se toma aquí en cuenta una
cuestión de crucial interés: los procesos de resemantización y resignificación que construyen los sujetos
sociales estigmatizados.
334
66. Nota aparecida en el diario Clarín del 18-03-96, p. 45. Las declaraciones corresponden a la ingeniera
Susana García Medina al mismo diario en esa nota.
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336
el plano de las reivindicaciones. Sin embargo, hay que tener en cuenta que dicha escala se
construye en referencia a las preferencias absolutas por la fuerza de trabajo india fundamen-
tadas en ambas dimensiones. La positividad (desde el discurso patronal) de la preferencia
hacia los indios (sumisión y seguridad) no deja de indicar la negación: de los tres grupos, son
los “peores” trabajadores.
La población india del Chaco salteño, tal como lo planteara otro autor (cfr. Reboratti, en
capítulo V), aparece como de una “disponibilidad ilimitada” de fuerza de trabajo; sin embar-
go, la misma es en realidad virtual, ya que su disponibilidad concreta está sujeta a determina-
das constricciones, según hemos visto, por lo que se requiere de la construcción de mecanis-
mos mediadores para hacerla efectiva. El estigma “seguro” que construye el patrón respecto a
la población india tiene como referente real la existencia del contratista, que es quien “asegu-
ra” aquella virtual disponibilidad absoluta.
El estigma “sumisos” alude también al rol del contratista en el espacio mismo de la
plantación, en el propio proceso de trabajo, quien a través del control que ejerce sobre la
reproducción de la vida (adelanto de mercancías durante el período laboral) y del manejo de
posibles sanciones de tipo social y políticas (legitimadas por su rol de poder más allá de la
plantación) logra amortiguar cualquier intento de demanda en las plantaciones sobre las
generalmente ambiguas condiciones contractuales “pactadas” en las comunidades.
Así, el contratista, en tanto “mediador”, opera desactivando cualquier mecanismo de acción
colectiva que pudiese ser instrumentado por los trabajadores para ejercer sus reivindicaciones.
Desde el punto de vista que se sostiene, no hay nada que indique, más allá de esta
posibilidad de control político de los trabajadores, diferencias sustantivas en las reivindica-
ciones basadas en cuestiones de adscripción o identidad étnica. Tal vez lo que existiría sería la
posibilidad también virtual de una movilización colectiva de los trabajadores indígenas
apoyada en determinadas prácticas colectivas y/o en los procesos de trabajo comunitarios
(sobre cuyos límites y posibilidades no nos detendremos aquí) que no parecen ser idénticos
a las dinámicas reproductivas de los campesinos parcelarios (bolivianos y santiagueños).
Se había observado que entre los trabajadores santiagueños y los indígenas el modelo de
estigma diferenciaba a los primeros como “mejores trabajadores”. Aquí el centro de las preocu-
paciones patronales expresadas en la forma de estigmas diferenciadores no pasan tanto por las
cuestiones anteriores (disponibilidad y control), sino por la incentivación del trabajo a destajo.
La patronal formula esta cuestión diciendo que, respecto a los indios, los santiagueños son
mejores para la “coleada”. Coleada significa la práctica de introducirse en lo que resta por cosechar
de la parcela asignada a otro trabajador, una vez concluido el trabajo en la “propia parcela”.
Esto resulta, tal como aparece en palabras de un trabajador, en un incentivo del trabajo
a destajo mediante la generación de mecanismos de “competencia entre ellos para ver quién
saca la tarea más rápido”.
“...cuando hay luna llena la gente trabaja de noche para poder hacer más y para ganarle
a alguno de los conocidos (...) eran muchos conocidos y se hacían competencia entre
337
ellos para ver quién saca la tarea más rápido... en el trabajo hombres y mujeres trabajan
igual, a la par (...) a los chicos se los ocupa principalmente para el arrancado porque ellos
no tienen problemas de cintura están más cerca del suelo [risas]”.67
Esto nos remitiría, al igual que en el caso de los trabajadores indios, a la existencia de
experiencias previas dadas en los procesos de trabajo domésticos, que son utilizadas en forma de
estigma por la patronal. En este caso, al tratarse de economías mercantiles parcelarias, dicha
experiencia previa implica una práctica competitiva. Práctica que no se expresa únicamente en
una cierta inserción de su producción (ganadería) en el mercado, sino también en el hecho de
que los procesos de trabajo en la ganadería montaraz y extensiva que practican estos trabajado-
res en sus unidades domésticas implican la permanente competencia por el usufructo del
territorio en su calidad, por lo general, de ocupantes precarios de tierras fiscales o privadas.
En el sentido que se viene planteando, la construcción patronal de los estigmas étnicos va
más allá de una determinada valoración prejuiciosa del “otro” que compartiría a ese nivel con la
“cultura” dominante en general. El estigma patronal es ante todo “económico”: selecciona del
conjunto de prejuicios existentes o posibles de crear aquellos que apuntan a reafirmar sus
intereses específicos. Ello no invalida el hecho de que los mismos se trasladen (dada su ubicación
social en tanto clase dominante) al conjunto del sistema de dominación política e ideológica,
sobre todo local o regional. Tales estigmas recogen, reproducen y delimitan aquellos prejuicios
que puedan tener sentido en el marco de sus expectativas de valorización del trabajo.
No hemos registrado, por ejemplo, un discurso patronal que haga eje en diferencias
sobre “religiosidad”, “medicina tradicional”, “sexualidad”, etc., que es posible recoger en
otros contextos.68
Sin embargo, la política (el poder político), si bien tiene sus propios modelos de construc-
ción de discursos estigmatizados, es tal vez el campo más permeable al estigma económico,
dentro, claro está, de su propia “autonomía relativa”, según se intenta mostrar.
“...es triste la situación por este problema estructural que lleva más de 300 años en esas
zonas pobladas por los aborígenes y se podrá solucionar en la medida en que se pueda
67. Relato obtenido de un trabajador proveniente de Santiago del Estero, empleado en una finca en Salta,
durante el período de cosecha del año 1992.
68. De un modo general, podríamos decir que la construcción de un determinado discurso estigmatizante
no se realiza desde un único y genérico lugar desde donde se discrimina al “otro”, sino que su objeto es
legitimar socialmente una función de ese otro en cuestión para con los intereses específicos del grupo de
pertenencia del “reproductor” del estigma.
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“He recibido instrucciones del presidente para cambiar algunas de sus costumbres”.
(Declaraciones del ex ministro de Salud al mismo diario de fecha 11/2/92, p. 19.)
69. Concluida nuestra tarea de relevamiento presentamos un informe a las autoridades del Ministerio de Salud
y Acción Social titulado “Informe preliminar sobre la campaña nacional de prevención y atención de la epidemia
del cólera en el Chaco salteño”. Participaron en su elaboración Gastón Gordillo, Leda Kantor, Juan Martín
Leguizamón y el autor de esta tesis. Para un análisis más pormenorizado sobre la construcción de estigmas
étnicos hacia pobladores indígenas del Chaco salteño puede consultarse a Trinchero, op. cit., 1994.
70. El programa funciona en la Sección Antropología Social del Instituto de Ciencias Antropológicas de la
Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina.
339
demostrado por parte de las autoridades por la participación no sólo de antropólogos sino en
general de otras disciplinas que pudieran brindar su “mirada” del “problema cólera”, pues
requeriría de un tratamiento en particular.71
Sin embargo, es importante mencionar que a pesar de las reticencias se logró un acuer-
do de palabra con la Comisión de Lucha Contra el Cólera desde la Dirección de Educa-
ción Para la Salud, a partir del cual se pudo realizar un seguimiento y evaluación de la
campaña puesta en marcha. Fue así que en julio de 1992 desarrollamos un trabajo de
campo en Tartagal y en el área operativa de Santa Victoria Este, que junto a otras tareas
persiguieron el objetivo de hacer un análisis específico de los impactos de las medidas
adoptadas por el Ministerio a raíz del brote epidémico.72
El tratamiento de determinados temas, por parte de los medios masivos de comunica-
ción, al ser codificados en términos de “noticias” produce necesariamente una fragmentación
de la información. Dicha fragmentación no implica una mera des-contextualización del
conjunto de datos que conforman la información sino, como veremos, una re-contextualización
con significaciones específicas.
Este problema adquiere alcances particulares dado que la noticia se construye sobre
acontecimientos significados como “novedosos” para la opinión pública, y se refuerza al
mismo tiempo cuando dicha novedad se basamenta en una fuerte desinformación. Intervie-
nen allí como contextualizadores de la información formas estigmatizadas de dar cuenta del
“otro” que se fundamentan en modelos culturales hegemónicos.73
71. Sin embargo, el tratamiento de la “cuestión indígena” por parte de los medios y del gobierno remite
inmediatamente a ciertas elaboraciones de la denominada etnología fenomenológica argentina, cuyas
construcciones tendieron a producir aquella imagen de arcaísmo y primitivismo de la población indígena
del Chaco que hemos analizado oportunamente (cfr. Trinchero, 1994 y Gordillo, 1995).
72. La experiencia obtenida en dicho proyecto fue volcada en un informe elevado a las autoridades y luego a
varios medios de difusión. Dado el carácter evaluativo de una campaña ya realizada y la especificidad del “caso”,
no podemos analizar el grado de recepción de dicho documento por parte de las autoridades –que podría
expresarse en incorporar las recomendaciones allí sugeridas–; sin embargo, dada la falta de respuestas al mismo,
a pesar de nuestra insistencia, entendimos que no había interés en ello. Respecto a los distintos medios de
difusión, si bien encontramos críticas al desarrollo de la campaña que coincidían fragmentariamente con algunos
análisis del documento, tampoco obtuvimos respuesta aunque era obvia (el tema parecía ya no ser “noticia”).
73. La cuestión de la novedad y su carácter de “imprevisto” tiende a legitimar, o al menos a facilitar,
determinadas actuaciones y desinformaciones, las cuales operan de alguna manera en el “sentido común”.
Así, por ejemplo, analizando en un seminario los contenidos de las prácticas por parte del Ministerio en
la región, uno de los participantes señaló: “...bueno, pero hay que tener en cuenta que ante lo imprevisto
las autoridades sanitarias intervienen abarcando un máximo de acciones y en la práctica a medida que se va
analizando se produce un proceso de selección gradual de aquellas medidas más eficaces”. Es indudable
que toda acción de intervención ante fenómenos que podrían ser considerados escasamente conocidos
(siempre relativamente, tratándose de organismos que tienen entre sus funciones, precisamente, el acotamiento
al máximo del “imprevisto”) implica un proceso de aleatoridad en las decisiones. Sin embargo, si bien
podrían, hasta cierto punto, formularse niveles de desconocimiento en cuanto a las formas más eficaces de
controlar la epidemia, de ninguna manera tiene el mismo valor, para el caso, un “desconocimiento” tan
absoluto de la situación de las poblaciones indígenas de la región.
340
“A raíz del brote de cólera el pueblo argentino en general, recién se está enterando de
que en el país existen aborígenes (...) debido a este mal que hoy nos azota nos
sentimos descubiertos ante el pueblo”.74
“El cólera llegó al país por culpa de Bolivia que no supo controlar la epidemia.”76
74. Diario El Tribuno, provincia de Salta del 22/2/92, p. 26. Este periódico es el de mayor circulación en
la provincia de Salta, Argentina, en cuya jurisdicción aparecieron los primeros casos de cólera.
75. La noción de “habitus” ha sido tomada, al igual que en las ocasiones anteriores, de P. Bourdieu, aunque
haciendo énfasis en su condición de “forma incorporada de la condición de clase y de los condicionamientos que
esta condición impone” (1988: 100). Coincidiendo para el caso con la interpretación que realiza Gutiérrez:
“...no basta con decir que el habitus es ‘lo social incorporado’ sino que habría que precisar que es lo social de clase
hecho cuerpo” (1995). Al mismo tiempo, este carácter de clase se manifiesta en el sentido “no previsto” y de
catástrofe del acontecimiento. Ello implica la posibilidad de analizar, también, ciertas configuraciones de la
estatalidad como resultado de un habitus de la intervención política en términos de clase.
76. Diario Clarín, Buenos Aires, de fecha 7/2/92. Este diario es el de mayor circulación a nivel nacional.
341
“Ayer se descubrió un nuevo frente a través del cual la bacteria llega a la Argentina; la
ciudad boliviana de Yacuiba...”77
“Aráoz dijo que Bolivia perjudicó a la Argentina ocultando que había cólera.”78
Ahora bien, en un principio se apuntó a Bolivia en cuanto que era “culpable” de que el
cólera haya “entrado” al país. Sin embargo y a partir de haberse detectado casos de cólera en
el conurbano bonaerense (Gran Buenos Aires) y en la ciudad de Buenos Aires, la frontera se
desplaza. Los argumentos dejaron de configurarse en términos de fronteras políticas para
instalarse en el campo de las fronteras culturales. Aparecieron entonces en escena “los indios”:
“El cólera (...) entró por un poblado indígena que vive comiendo pescado en deplo-
rables condiciones sanitarias desde hace más de doscientos años”.79
“En Tartagal es normal ver a los chicos aborígenes jugar en las aguas cubiertas de
excrementos...”
“...teniendo en cuenta que una familia india camina normalmente cien kilómetros en
cualquiera de sus migraciones es prácticamente inevitable que el cólera llegue a Formosa.”80
“Los chicos se les mueren de diarrea entre los brazos, los aborígenes los entierran y
dicen ‘total hacemos otro...’.”
“...tienen una filosofía, la tuvieron toda la vida: ‘El mejor remedio es la muerte...’.”82
342
“El ministro explicó que otras de las causas de la aparición del virus es que los indios
no hablan castellano y por eso están desinformados.”84
Esta frase corresponde al entonces Ministro de Salud y Acción Social, quien, a pesar de
formular como causa la desinformación de la población indígena, no estaba informado de
que el supuesto virus era una bacteria. Al mismo tiempo, formulaba estas palabras descono-
ciendo que la mayoría de la población indígena es bilingüe y, lo que es peor aún, conociendo
que la campaña contra el cólera que organizó su propio ministerio fue instalada en la Direc-
ción de Educación para la Salud.
En los primeros días de febrero y con la confirmación de los primeros casos de cólera el
Ministerio de Salud y Acción Social de la Nación dispuso la creación de un cordón sanitario
en la frontera para impedir la propagación de la enfermedad. Sin embargo, el conjunto del
dispositivo puesto en práctica por las autoridades nacionales se asemejó más a una operación
militar que a una política de prevención o asistencia sanitaria.
Ejemplos de lo expresado, entre otros, son: la instalación de un “comando operativo” en
Tartagal, cuyos responsables portaban “nombres de guerra” (el jefe del operativo portaba tal
vez el más significativo: “el vibrión”). El mismo Ministro se instala (por unos días) en el
“teatro de operaciones”, etc.
El clima de guerra fue capturado por los propios medios de comunicación:
“A última hora de ayer Santa Victoria se convirtió en un pueblo tomado. Las autori-
dades sanitarias prohibieron a sus pobladores que abandonaran el pueblo...”.85
343
región como así también un complemento monetario a sus magros ingresos producto de la
venta de los mismos. En tal sentido se realizaron acciones de “decomiso” de pescado por parte
de gendarmería en los caminos intercomunitarios, llegándose incluso en varias ocasiones a la
quema masiva de este producto. Ello parecía responder, en primera instancia, a las “intencio-
nes” del gobierno respecto a la “necesidad de fortalecer los niveles nutricionales de los pobla-
dores”. Así, algunos medios anunciaban en sintonía con los discursos estigmatizantes y las
operaciones de control realizadas:
“...se terminó de elaborar el plan nutricional, que reemplazará la dieta ancestral de los
aborígenes y combatirá la desnutrición”.87
Se prohibió que la población indígena se traslade fuera del área de control sanitario y
fundamentalmente se produjeron medidas de control sobre el desplazamiento de la pobla-
ción indígena a quienes, según observamos, se concibe como portadores de tradiciones
nómades, efectuando “grandes migraciones”.
En relación al desplazamiento de la población indígena de la región deben señalarse al
menos dos cuestiones:
a) Si bien los pobladores Wichí, Chorote, Chulupí y Toba de la región tradicionalmente
seminomadizaban el territorio en cuestión, en el marco de sus actividades de pesca, caza
y recolección, en la actualidad, tal como ya se ha indicado, residen en comunidades,
siendo la principal actividad tradicional la pesca, que no requiere de importantes despla-
zamientos habida cuenta de que la mayoría de dichas comunidades están asentadas en las
costas de los dos principales ríos de la región: el Pilcomayo y el Bermejo.
b) Los desplazamientos principales de los pobladores de las comunidades del Chaco
salteño se realizan hacia las grandes plantaciones de poroto en la región conocida como
“umbral al Chaco”, que requieren de su fuerza de trabajo durante dos o tres meses al
año. Dichos desplazamientos no son realizados por los pobladores por sus propios
medios, sino que contratistas empleados de la patronal llegan a las comunidades con
sus camiones y desde allí transportan a los trabajadores indígenas hacia las plantaciones
localizadas a 200 o 300 kilómetros de aquellas.
Sin embargo y ante la evidencia de que aquel dispositivo militarizado de construcción de
“cordones sanitarios” fracasaba (en términos de los objetivos explicitados), no se dudó en
volver a referirse a la “cultura indígena” para desentenderse de dicho fracaso.
“El secretario de salud explicó la rotura del cordón sanitario diciendo que la pobla-
ción aborigen, mayoritaria en el noroeste salteño, se moviliza rápidamente. Por ello,
87. Diario Clarín, Buenos Aires, de fecha 12/2/92. El intento de reemplazo de la “dieta ancestral” de la
población indígena de la región tuvo un cúmulo de impactos sociales, cuyo análisis requeriría un
tratamiento en particular que, en el marco del presente apartado, no es posible desarrollar.
344
dijo, aparecen focos de cólera en distintas regiones. (...) la mayor cantidad de casos se
dio en localidades con población indígena, que acostumbra a trasladarse en busca de
sitios donde instalarse.”88
Tal como surge del análisis de los principales medios de prensa en el tratamiento del
tema, puede señalarse que uno de los estigmas más sostenidos y consensuados de aquel
período fue: “los indígenas comen pescado crudo”, mitema (oración constitutiva de un mito)
no sólo formulado por el propio presidente de la Nación sino omnipresente en todas las notas
periodísticas del momento, a punto tal que el mismo llegó a ser sostenido, incluso, por un
dirigente de la Asociación Indígena de la República Argentina (A.I.R.A.).
Enmarcada en todas aquellas configuraciones que remitían a “la cultura ancestral” de la
que supuestamente eran portadores los indígenas del Chaco, dicha elaboración pasaba,
podemos decir, “desapercibida”. Parecía que nadie podía dudar de que, en el marco de lo que
se había instalado como discurso sobre el otro en términos del sostenimiento de la propia
cultura, aquellos tuvieran como parte de sus “tradiciones culinarias” comer pescado crudo, al
menos en el contexto de lo que significa cocción en “nuestros” (también muchas veces
supuestos) hábitos cotidianos. Por ejemplo, el hervor, la horneada, el asado.
¿Acaso no son detectables etnográficamente formas de preparación de pescado que no se
inscriben en tales hábitos? (para citar unos pocos: el cebiche peruano, el arenque escandina-
vo, o la variedad de preparaciones de pescado que conocemos de la cocina japonesa).
Sin embargo (y si se quiere, ancestralmente) los pobladores del Chaco asan el pescado a fuego
directo, incluso en forma tal que por el tiempo de exposición y la proximidad del fuego respecto
a la pieza, el resultado es una carne cuyo nivel de cocción es mayor que el que podría detectarse en
lo que consideramos “nuestras propios hábitos”. Resulta especialmente significativo, entonces, la
“naturalidad” con la cual se sostenía consensuadamente semejante falacia etnográfica.
En este caso, la asociación “costumbres culinarias-diagnóstico sanitario” configuró la “natu-
ralidad” de aquel discurso que –como se dijo– coloreó al conjunto de las elaboraciones
massmediáticas, independientemente del tratamiento más o menos diferenciado que hayan
realizado sobre el tema, e incluso las de algunos “representantes” indígenas que se propusieron
como “voz autorizada” sobre la cuestión (obviamente pertenecientes a otras agrupaciones étnicas).
Es que desde el gobierno se había instalado el diagnóstico respecto de que el principal
vehículo de contaminación del vibrión era el río Pilcomayo, y correspondiente con ello los
peces de dicho río serían sus portadores potenciales. Debe recordarse al respecto que dicha
345
construcción diagnóstica se realizó sin un análisis sobre los niveles reales de contaminación
del río y menos aún de los peces. Es más, estudios realizados posteriormente indicaron que los
índices de concentración del vibrión en la aguas del río no lo constituían en factor privilegia-
do (menos aún a los peces).
Sin embargo, la militarización de la frontera, el despojo a los pobladores de sus medios de
existencia y la imposibilidad de frenar la epidemia mediante el cerco sanitario, no pueden ser
leídos tampoco como “fracaso” del plan llevado adelante con el argumento de la falta de una
“política sanitaria” (tal como se ha leído en algunas interpretaciones sobre el tema), indepen-
dientemente del concepto de saneamiento que puede avizorarse en las medidas tomadas.
El dispositivo montado en la frontera, coherente con el discurso respecto a la ingesta de
pescado crudo contaminado que resultó en aquellas acciones de despojo, fue co-constitutivo
de un proceso menos visible pero que remite a cuestiones que los medios de prensa y las
autoridades sanitarias no pudieron, no quisieron o no supieron plantearse.
Ciertamente, el período de pesca y la práctica de la incautación del pescado se inscriben
en el marco de las relaciones entre la reproducción doméstica de los pobladores indígenas del
Chaco salteño y la recreación de las condiciones para la incorporación de la mano de obra
indígena en los ciclos productivos de las empresas agrícolas de la región, tal como se ha
podido mostrar en un capítulo anterior.
Allí se intentó mostrar cómo el proceso expansivo de la frontera agraria se asentaba en la
masiva disponibilidad de mano de obra barata que proveían las comunidades y, al mismo
tiempo, en la posibilidad de su “control político” mediante intervenciones directas de contra-
tistas y el manejo de la frontera para impedir (en algunas ocasiones) el ingreso de camiones
desde Bolivia para la compra del pescado capturado por las comunidades. Al mismo tiempo
se ha señalado que la actividad pesquera que realizan las agrupaciones Chorote, Wichí y Toba
en la zona coincide con los requerimientos estacionales de mano de obra de los principales
emprendimientos agrícolas de tipo capitalista en la región.
En tal sentido, una lectura que pueda dar cuenta de la lógica que acompaña la produc-
ción estigmatizada de discursos y prácticas sobre la población aborigen (y criolla) del Chaco
central no puede resultar significativa, más allá de lo aparente, si no se la vincula, entre otros
aspectos de la dominación, con la lógica de la reproducción del capital regional.
Precisamente en la época de la emergencia del cólera, la producción porotera en la región
toma un auge inusitado, de manera tal que la cantidad de hectáreas cultivadas prácticamente
se duplica entre la cosecha del año anterior y la de 1992, pasando de las 40.000 hectáreas
cultivadas a 80.000 hectáreas.
Este crecimiento poco frecuente en cualquier rama agrícola para un período anual impli-
có una sobredemanda de fuerza de trabajo que seguramente puso en aprietos a dicha rama de
la producción agrícola. De hecho, en el período nombrado, las propias observaciones de
campo dieron cuenta de un proceso de reclutamiento masivo muy superior al de otros años.
Una expansión tan significativa en la demanda estacional de mano de obra, producida
en el período inmediatamente anterior a la emergencia del cólera, generó las condiciones para
346
347
Es así que para la población indígena se construye “un lugar” de exterioridad respecto a
lo que idealmente serían las pautas culturales nacionales, una frontera cultural sostenida
mediante la reiteración de discursos estigmatizantes, que pretende soslayar las condiciones
históricas y actuales de explotación sistemática como mano de obra barata estacional para
determinados emprendimientos agrícolas y agroindustriales.
Ciclos del capital agrario que implicados en procesos de inserción en mercados mundiales
fueron acompañados desde finales del siglo pasado con discursos modernizadores y
civilizatorios que negaron sistemáticamente las condiciones de superexplotación y etnocidio
que promovieron; es decir, la incorporación del trabajo indígena a la producción en condicio-
nes que incluso, a pesar de los altos índices de desocupación imperantes en la actualidad,
ningún otro “argentino” estaría en condiciones de aceptar.
La descripción de las condiciones de trabajo en dichos emprendimientos ha sido ya
realizada. A modo de síntesis, puede señalarse que las mismas reproducen las situaciones de
sometimiento de los pobladores indígenas del Chaco luego de las campañas militares realiza-
das hacia finales del siglo pasado y que continuaron hasta 1911: el trueque de la vida por la
superexplotación de su fuerza de trabajo. En un primer momento, para la explotación del
tanino que se extraía de la madera en los obrajes; luego, fueron los ingenios azucareros de
Salta y Jujuy; hacia finales de la década de 1920, la expansión de la producción del algodón;
y, recientemente, la producción del poroto tipo alubia.
348
“(...) En la vida cultural una cantidad de hechos, seres y actitudes, que encuentran su
sentido en la conciencia mítica, se nos dan entremezclados con la rutina diaria. En
89. Marcelo Bórmida nació en Italia en 1925, emigró al país al finalizar la segunda guerra mundial. Aquí
estudió Historia, recibiendo el título de Licenciado en Historia con especialidad en Antropología y
Etnografía en 1953, y doctorándose hacia finales del mismo año. Influido en sus primeros trabajos por la
escuela difusionista alemana, hacia la década de los años ’60 se orienta hacia la etnología. El golpe militar
de Onganía y la intervención militar de las universidades nacionales consolida su posición de profesor en
la Universidad de Buenos Aires y su orientación hacia un tipo de construcción teórica y metodológica que
dio en llamar fenomenología etnológica (L. Bartolomé, 1982); aunque el rito iniciático de esta escuela se
va a producir en 1969, a partir de la organización del primer trabajo de campo en el Chaco argentino. En
1973, alejado del ámbito universitario por la emergencia del período democrático iniciado ese año, funda
el Centro Argentino de Etnología Americana (CAEA) y la revista Scripta Ethnológica, existentes aún.
Durante la última dictadura militar fue el referente máximo de la antropología vernácula. Su fallecimiento
hace algunos años no significó el final de su escuela. La misma sigue teniendo exponentes y reconocimiento
fundamentalmente en el ámbito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas.
349
La vida social indígena, en esta concepción, se encuentra totalmente signada por contenidos
míticos, y éstos producidos por una estructura mental indiferenciada (irracional); mientras que el
sentido último de las prácticas culturales está codificado en términos de “religiosidad” (cfr. Califano,
1986). Esta concepción de irracionalidad, religiosidad primitiva y arcaísmo, ha dado lugar no sólo
a la exposición de narrativas míticas sino también a una profusa difusión durante la dictadura
militar de estudios de “etnopsiquiatría indígena”, que constituyen la voluminosa obra de Pagés
Larraya titulada, no por casualidad, Lo irracional en la cultura. En esta profusa obra de varios
volúmenes se intenta ya no sólo mostrar los aspectos irracionales de la cultura originaria, sino, y
fundamentalmente, la emergencia de psicopatologías que serían producto de una disgregación de
un supuesto orden primigenio a partir de situaciones de contacto (Pagés Larraya, 1982). En la
referida obra no queda prácticamente comunidad ni individuo en pie o, mejor dicho, sano: ideas
mórbidas de persecución, thanatomanía, ideas deliroides, delirios femeninos de celos, esquizofrenia
y psicosis maníaco-depresivas, psicosis psicógenas, estupor catatónico, personalidades psicóticas
de tipo esquizoide, etc., etc., conforman el mapa de las patologías relevadas por esta “epidemiología
psiquiátrica entre los aborígenes” (Pagés Larraya, 1982, T. II: 20).90
Dos cuestiones a considerar antes de proseguir. Primero, la frontera cultural absoluta
construida en términos de una supuesta “objetividad” etnológica recupera, más allá de una
pretendida “epojé” husserliana, antes mentada que practicada, la concepciones históricas
dominantes producidas por el poder sobre las poblaciones aborígenes del Chaco. Una visi-
bilidad del otro que indefectiblemente tiende a derivar en supuestos contenidos culturales
90. Es de notar que recorriendo el conjunto de volúmenes que integran la obra de este autor parecería quedar
claro que no hay comunidad en la que no se encuentre alguna de las patologías mencionadas, y muchas otras
más. Sin embargo, en la experiencia etnográfica desarrollada por el autor de esta tesis, que lleva más de diez años
de trabajo en la región, y aún sin ser especialista en la materia, no se han percibido comportamientos del tipo de
los descritos, al menos con la pretendida extensión planteada allí. También es importante aclarar que el estudio
realizado por el señor Pagés Larraya se refiere principalmente a algo que podría caracterizarse (benevolamente)
más como un intento de análisis de discurso que como observaciones sistemáticas sobre prácticas. Las referencias
son generalmente hacia contenidos de mitos, expresiones verbales, o bien, según sus propias palabras, aplicando
distintos tipos de Test, por lo que cabe una última observación: el escaso aprendizaje del español en la mayoría
de los pobladores indígenas del Chaco implica que generalmente construyan su discurso desde las estructuras
sintácticas del idioma materno, esto conlleva necesariamente a expresiones que pueden resultar incoherentes o
poco claras para el neófito. Sin embargo, se supone que como investigador no es precisamente un neófito en el
conocimiento de la población en cuestión, ya que una obra tan voluminosa como la citada y con tantas referencias
etnográficas debería estar basada en un conocimiento exhaustivo de las comunidades. Aún más, el trabajo de
etnopsiquiatría requeriría la consustanciación en las estructuras lingüísticas de la población relevada, cuestión
que parece (salvo palabras aisladas) no ser tenida en cuenta por el autor.
350
(es necesario reiterar irracionales, arcaicos) las condiciones de explotación y dominación a las
cuales, con argumentos anclados en tales construcciones –tal como se ha intentado mostrar
aquí–, han sido conducidas estas poblaciones. Segundo: ¿de qué manera entonces acceder al
conocimiento de estas mentalidades siendo que el etnógrafo parte, según Bórmida, de sus
propios modelos de racionalidad? Precisamente desde su particular interpretación del signi-
ficado de la perspectiva fenomenológica con pretensiones de objetividad. El argumento
sustentado es interesante por su exotismo; así, para M. Bórmida, aun cuando lo que él
denomina como “cultura occidental” ha perdido en gran medida los contenidos irracionales
del “hombre etnográfico”, tales contenidos estarían presentes al menos en un rincón de la
mente del etnógrafo. Se entiende así, de esta manera, el significado particular de ese “poner
entre paréntesis” las categorías de su cultura (Bórmida, 1969: 39; 1976: 94-97).
El etnógrafo debería dejar aflorar los contenidos irracionales obliterados, escondidos en
su mente, para dar lugar a la comprensión de las culturas etnográficas: el viejo truco de
endilgar al “otro” las irracionalidades propias; lo cual tiende a operar en última instancia como
especie de culpabilización cultural de la otredad excluida.
Tal como G. Gordillo (1996) ha señalado, la interpretación de las condiciones actuales
de existencia de los pobladores indígenas del Chaco como un producto de sus propias
concepciones culturales, es formulada mediante un razonamiento circular que no repara en
explicitar, al menos, las reservas mínimas que, más allá de una ideología etnocéntrica, corres-
pondería a alguien que ocupa un puesto académico:
“(...) los indígenas mencionados son incapaces de ahorrar el dinero suficiente para
comprar ropa, y la solicitan sistemáticamente a los visitantes, como si éste fuera el
único medio de conseguirla. No entramos a analizar aquí las razones de esta incapa-
cidad de acumulación, pero es claro que no depende de la imposibilidad de acumu-
lar la cantidad de dinero necesaria para la adquisición, ni de la imposibilidad real de
realizarla. Es interesante, además, subrayar cómo en estos mismos grupos la ‘diferen-
te’ riqueza de los indios y de los blancos es remitida a un mito” (Bórmida, 1969: 28).
Si todo se remite al mito, luego el mito nada explica: he aquí otra de las derivaciones de
semejante mirada. Es que para los mentados fenomenólogos nada hay que explicar ya que
los indígenas por ellos construidos, debería decirse inventados, se explicarían a sí mismos,
fuera de toda inteligibilidad, más allá de las fronteras de toda razonabilidad, las fronteras
del crisol de razas nacional.
No es necesario hacer demasiado esfuerzo para comprender la reproducción ampliada de
formas estigmatizadas y estigmatizantes mediante las cuales se hace referencia a las poblacio-
nes aborígenes, tal como se ha observado en las páginas precedentes, en los medios de
comunicación actuales, en los discursos oficiales y también en los modelos de planificación.
Esta Antropología hegemónica durante tantos años en el ámbito académico y científico del
país ha brindado los elementos de “autoridad etnográfica” que las validan y legitiman.
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territorio en el que el aborigen presente elabora sus demandas, tiende a señalar la pretensión
de que para ellos no hubo ni habrá pacto posible con el diablo. Pero si la memoria del
demonio produce el olvido y la historia monumentos, los pueblos se constituyen como
resistencia. De ello pocas dudas deberían quedar, incluso sin necesidad de conocimiento
etnográfico alguno. Bastaría para ello tan sólo leer los diarios más allá de las catástrofes.
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El objetivo central de este libro ha sido dar cuenta de lo que he considerado como el
campo de límites y posibilidades en el que se encuadran las reivindicaciones territoriales de
poblaciones indígenas y criollas, como así también de las configuraciones de identidades
étnicas y políticas expresado en el proceso histórico contemporáneo de construcción de una
formación social de fronteras caracterizada como Chaco central.
Para ello, el recorrido transitado se ha construido alrededor de una serie de hipótesis de trabajo
de carácter histórico-contextuales y otra serie orientada hacia las problemáticas específicas
involucradas en torno a las demandas territoriales de los pobladores actuales del Chaco central.
El conjunto del trabajo ha sido planteado desde una abordaje particular de la antropo-
logía económica, aunque incorporando problemáticas que trascienden su formulación clási-
ca. Así, hemos debido recurrir a conceptos provenientes de la geografía política, las teorías en
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Discursos en contrapunto con prácticas que, lejos de ser “superados” por la modernidad,
se reproducían en forma ampliada. Las distancias elaboradas sobre las poblaciones aboríge-
nes, entonces, lejos de achicarse se extendieron. Si el hecho colonial en el Chaco fabricó un
escenario de belicosidad también lo fue de pactos y acuerdos, cuestión esta última que tuvo
expresiones incluso en el período independentista. Sin embargo, el nuevo proyecto funda-
dor ya no pactaba o, mejor dicho, sólo construía el pacto fundador pacificador entre la
burguesía porteña y algunas burguesías provinciales, pero en ningún caso con el aborigen y
sus representaciones: las “poblaciones originarias” no participaron del pacto fundante y no lo
podrán hacer aun vencidas en la guerra provocada. He allí algunas claves para entender el
recorrido del demonio inventado como dispositivo discursivo misional y reinflacionado
como dispositivo discursivo civilizatorio.
Parafernalias de la modernidad, las imágenes y las prácticas de misioneros intentando
catequizar a los hijos de Satán contrasta, aunque en códigos semejantes, con aquellas
desplegadas por militares que intentaron un modelo de exterminio y un estado que se
resistió sistemáticamente, y lo sigue haciendo, a incorporarlos en su reino. Por ello el análisis
en torno al “origen” del proceso de configuración de la formación social de fronteras
quedaba rengo si se detenía en el corto tiempo que impone el imaginario del llamado
período formativo del dispositivo civilizatorio. Las preguntas por el origen pertenecen por
lo general al campo de la Teología, y precisamente allí se encontró el comienzo de esta
“historia”, el origen del mito como mito de origen en el discurso de los primeros misioneros
que intentaron controlar la frontera.
Aún con las limitaciones señaladas, el aporte que ha intentado el trabajo historiográfico
respecto a los análisis de la formación social de fronteras Chaco central (que tal como se ha
indicado continúan siendo escasos) está planteado en términos de las contradicciones espe-
cíficas que introduce la corporación militar al ser el instrumento de delegación de los dispo-
sitivos centrales de la estatalidad en la frontera. Es decir, antes que una funcionalidad estruc-
tural, tal como lo entiende incluso la historiografía crítica más reconocida sobre el papel del
ejército unificado, se ha intentado exponer qué tipo de contradicciones específicas introduce
el proyecto de replicación de las campañas militares al “desierto” pampeano-patagónico en el
“desierto verde” chaqueño.
Para ello se ha indagado en torno al conflicto subyacente entre las agencias del proyecto
“civilizatorio”, expresado en las dinámicas diferenciales del control territorial y el
disciplinamiento laboral. Así, entre el exterminio de la población originaria, la retención de
la fuerza de trabajo producida en el seno de la dinámica de sus economías domésticas y los
dispositivos de control en la formación social de fronteras, se configuran los modelos de
visibilidad de la población y el territorio que compiten entre sí. Es decir, se ha intentado
enfatizar en las contradicciones emergentes del modelo de producción de un territorio,
cuya modalidad económica son las formas de valorización rentística del mismo y su expre-
sión jurídico política (los territorios nacionales), la producción de sujetos cuya modalidad
económica son las formas de subsunción del trabajo por el capital siendo, en este caso, su
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La experiencia de más de quince años de conflictos vividos por parte de los sujetos
involucrados en el marco de un gobierno democrático tienden a confirmar la última hipóte-
sis de trabajo, que en tal sentido se ha erigido como la Tesis central que organiza todo el análisis
y que pretende dar lugar a nuevas y futuras investigaciones.
Ciertamente la intervención política en este caso tiende a construir un escenario en el cual
una serie de agentes económicos, externos a los pobladores involucrados, apuntan a consolidar
posiciones para un nuevo movimiento de valorización del territorio y de la fuerza de trabajo de
los pobladores, situación que al mismo tiempo tiende a configurar una vuelta de tuerca en el
proceso de estructuración; es decir, la emergencia de modalidades específicas de conflictividad
entre la producción de nuevos sujetos adecuados a dicho proceso de valorización y de mecanis-
mos políticos e ideológicos de contención de la resistencia de parte de los afectados.
Los elementos aportados apuntaron, en gran medida, a mostrar ciertas configuraciones
de las genealogías del poder, siguiendo la perspectiva foucaltiana de preguntarse en torno a
la política como continuación de la guerra. Pero, si violencia y consenso son dos componentes
indisolublemente ligados a la construcción de la dominación, la legitimidad en tanto proceso
recae fundamentalmente en el segundo de ellos.
Ningún poder podría sostenerse en el tiempo con legitimidad sin el consentimiento de los
dominados. Las formas que puede adquirir el consentimiento de ser dominado pueden variar
y, de hecho, así sucede, sea por el reconocimiento que imponen los dispositivos desplegados por
una superioridad bélica en el caso de una guerra, o bien por asumirse la existencia de un poder
construido mediante mecanismos políticos de la dominación autocentrados, reproductores de
un “sector político” especializado (los partidos políticos, por ejemplo). Pero este último disposi-
tivo de los estados modernos pretende legitimarse en la construcción ideal y política del pacto;
es decir, la producción de un imaginario en el que los actores sociales para asumir la legitimidad
del poder político necesariamente incorporan en la construcción de su subjetividad el recono-
cimiento de que, de una manera u otra, están insertos en un orden jurídico-político inclusivo
que asume al menos ciertas expresiones de sus intereses: he allí los fundamentos de la legitimi-
dad democrática y también los principios iniciales del clientelismo político.
Sin embargo, ni la política ni la sociedad se construyen en la lógica ideal y tendencial del
equilibrio: no tienen la forma presupuesta por la economía neoclásica del mercado. No todos
los sujetos sociales deben ceder capacidades de sí equivalentes para construir el poder legíti-
mo. La tensión entre construcción del poder y de la representación implica, entonces, un
conflicto y, llegado a determinado punto, una contradicción.
Precisamente, el estado capitalista al ser necesariamente construido como instancia que
expresa una forma particular de las relaciones de dominación del trabajo por el capital y una
forma fetichizada de expresión de los intereses de la clase y sectores de clase de la burguesía,
tiende a configurar el sistema político de manera tal que sean las otras clases y sectores de clase
los que deben ceder, limitando al máximo su propio deber (en tanto práctica) en el pacto
fundante del consenso según las reglas formales del juego jurídico-político. Entonces, lo
político se constituye como el lugar de ejercicio de la representación obliterada.
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Sin embargo, la política necesita, para mostrarse como campo legítimo de la representa-
ción, de la construcción de un escenario que se presente como compensador, respecto a los
sectores excluidos por la dinámica de la acumulación. Las políticas sociales focalizadas, hoy
emergentes como forma generalizada de las posibilidades de algún tipo de pacto, son un
ejemplo de este modelo de inclusión limitada a la reproducción del campo político. Ahora
bien, de lo anterior no se desprende necesariamente que los sujetos sociales participen de este
escenario desde el “engaño” (forma común que asume el discurso voluntarista del sujeto).
Participan porque ya han tenido que ceder más de la cuenta y, en las condiciones histórica-
mente determinadas en que se encuentren, perciben la oportunidad, en tanto sujeto colec-
tivo producido, de obtener algo desde la capacidad organizativa que, aunque limitada,
habilita dicha socialización. Tal oportunidad, hay que insistir, no es natural sino histórica y
concreta, y tiene que ver principalmente con la configuración efectiva del campo de límites
y posibilidades de organización y ejercicio de sus demandas.
Al igual que en la economía, las demandas sociales no son “naturales” y tampoco expre-
sión de preferencias portadas por sujetos predeterminados, sino producidas en el campo de
los dispositivos y disposiciones políticas, en este caso de las relaciones interétnicas presentes
en la formación social de fronteras. En los dispositivos que construyen la “necesidad” de
ceder más o menos antes que en la decisión de obtener una cosa u otra.
Cuando las demandas de los actores sociales que han sido obligados a ceder hasta el límite
de sus posibilidades de existencia (siempre históricas) tienden a expresarse en forma de reclamos
étnicos (aunque no sólo en estos casos), el campo de lo político se tensiona también hacia su
límite posible. En este límite, la política, el trabajo por la representación obliterada, cede el paso
a formas de violencia simbólica en ocasiones institucionalizada: reaparecen producciones estig-
matizadas de los “otros” en tanto enemigo y los dispositivos de la guerra. A partir de allí lo social
se configura como teatro de operaciones en el que se pretende legitimar tácticas de batalla.
Partiendo de estas premisas iniciales, el análisis desarrollado en torno a la emergencia de
estigmas étnico-sociales ha tendido a señalar dos cuestiones. Una, referida a los contenidos especí-
ficos que adquieren dichos estigmas (enclavados en experiencias históricas del poder) y, otra, a las
condiciones de emergencia de los mismos (capítulo 10). Estos contenidos y condiciones, según lo
que se ha intentado mostrar, están dados por las contradicciones inscriptas en el modelo de
dominación, es decir por la situación liminar a la que se enfrenta el campo de lo político cuando las
demandas sociales se encuentran organizadas de manera tal que podrían dar lugar a una cesión de
poder que limite las posibilidades de valorización de fracciones de capital directa o indirectamente
involucradas. La economía política del estigma en el caso analizado muestra, entonces, el escenario
en el que se expresa la emergencia de la violencia simbólica, la cual al mismo tiempo es la antesala
de violencias institucionalizadas en los dispositivos del poder.
El sistema político lanzó el programa de “regularización” del territorio fiscal y de la situación
de la ocupación por parte de los pobladores, construyendo un escenario tendiente a la
“privatización” del mismo, a colocar dichas tierras en el mercado. Siendo “la última frontera”
que, más allá de sus condiciones ambientales, permite ciertas formas de reproducción de la vida
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a sus usufructuarios, semejante proyecto provocó –de parte de éstos– la necesaria resistencia
organizada. Del discurso político de la “reparación histórica” se llegó, entonces, a la emergencia
del discurso de la exclusión necesaria. En el límite del consenso lo que se tiende a privatizar es el
conflicto, derivándolo hacia los propios demandantes (reactivando en forma esencialista iden-
tidades indias y criollas en situaciones de antagonismos atávicos, sin solución política posible).
En tales circunstancias, los “hermanos aborígenes” fueron visibilizados por el poder nuevamen-
te como aquellos bárbaros y primitivos. Reaparece el demonio en los dominios del poder y la
violencia simbólica reproduce la barbarie de la novela nacional.
Las preguntas que quedan abiertas se vinculan a las virtuales aperturas que se intentan en la
frontera. Sin embargo, tanto las preguntas como la formación social de frontera se abren y se
cierran en configuraciones específicas. Así, el proyecto de apertura hacia el denominado Mercosur,
cuyo símbolo material es el puente internacional y el trazado de la ruta transchaco, representa
niveles diferenciales de porosidad en la frontera: conecta mercados fronterizos y desconecta
relaciones fronterizas entre los pobladores, integra territorios y desintegra demandas territoria-
les. Une y desune, abre y cierra conformando un nuevo campo de posibilidades y límites para
los actores involucrados. De todas maneras, ese “juego” no es arbitrario y menos aún simétrico.
Tiende hacia el escenario de una re-valorización capitalista del territorio, hacia nuevas modali-
dades de subsunción del trabajo de los pobladores por nuevas fracciones de capital, a la
instalación de nuevos agentes económicos. Pero también ha tendido, y lo hace aún, a hacer más
inteligible la mirada de la política, a mostrar la obviedad de la obliteración que representa frente
a la organización colectiva construida por los actores involucrados en el marco de la experiencia
histórica reciente. Los aborígenes y los pobladores criollos, fabricados como sujetos colectivos
desde las configuraciones del poder, han logrado también, a pesar de las frustraciones del caso,
una importante experiencia de socialización de sus demandas y formas organizacionales, que
tienden, a la par de los intentos de estigmatización, a colocar en su límite, en su frontera, a ese
campo que ya no se mueve tan cómodo en el espacio de la ambigüedad construida. Si bien el
cambio de autoridades gubernamentales producido recientemente introdujo la posibilidad de
desconocer lo actuado, pretendiendo dejar en foja cero el acuerdo sobre las modalidades de
entrega de las tierras iniciando un nuevo proceso de estigmatización de los pobladores (extran-
jeros, controlados por obscuros intereses, etc.), la legitimidad de tales actuaciones se encuentra
cada vez más cuestionada por los propios demandantes.
Ante el conflicto agudizado por estas demandas, ya no únicamente insatisfechas sino
permanentemente desdibujadas, obturadas (como se dijo obliteradas) desde el campo de lo
político y la experiencia organizativa y de lucha de los pobladores, los interrogantes abiertos,
entonces, son varios, pero pueden sintetizarse en los siguientes. La emergencia de una reno-
vada violencia simbólica ¿podrá nuevamente transformarse en violencia como potencia eco-
nómica? Es imposible estimarlo, aunque sí enunciarlo como posibilidad siempre latente.
¿Cuáles serán las trayectorias de las relaciones interétnicas en el nuevo escenario? ¿Cuáles las
respuestas del campo político y cuáles las de los pobladores? He allí las preguntas necesaria-
mente sin respuesta inmediata y también un campo para futuras investigaciones.
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Postscriptum
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