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Título: Las operaciones de crédito y su vinculación con las normas de la ley de defensa del consumidor
Autor: Arduino, Augusto H. L.
Publicado en: DCCyE 2014 (febrero), 03/02/2014, 52
Cita Online: AR/DOC/193/2014
Sumario: I. Introducción.— II. Marco normativo de los derechos del consumidor.— III. Las operaciones de
crédito y su vinculación con las normas de la Ley de Defensa del Consumidor.— IV. La doctrina del fallo
I. Introducción
El fallo que examinaremos permite establecer la interrelación que actualmente existe entre las normas que
tutelan la defensa de los derechos del consumidor y las disposiciones propias del derecho mercantil a efectos de
delimitar la aplicabilidad de las primeras, frente a operaciones propias del tráfico comercial.
Para ello nos proponemos brindar una sucinta descripción de la normativa aplicable, para establecer,
finalmente la doctrina que emerge de la sentencia que comentamos respecto las operaciones de venta de
créditos.
II. Marco normativo de los derechos del consumidor
Como enseña Alterini los Códigos clásicos del siglo XIX no se ocuparon específicamente del consumidor,
aunque lo implicaron como el comprador de la cosa en el contrato de compraventa, el locatario en la locación de
obra o de servicios; el adherente en los contratos predispuestos; el destinatario de la publicidad; el titular de un
interés difuso, el damnificado de la cosa. La comprensión del concepto de consumidor en el Derecho tradicional
supone tomar en cuenta a quien de cuando en cuando, es también adquirente, contratante débil, víctima de un
daño, etc., lo cual es bien distinto de considerar los derechos específicos del consumidor, que son el fruto de la
fase más madura del proceso evolutivo del conumerism. (1)
En este sentido, son escasas aquéllas oportunidades en que el Código de Comercio menciona al consumidor
y en general lo hace para excluirlo de la aplicación del régimen de la compraventa comercial, conforme se
desprende del art. 452 del Código de Comercio, dado que el consumidor no compra la cosa para revenderla o
alquilar su uso, conforme lo requiere el art. 450, sea en la misma forma en que se la compró o en otra diferente.
La ley de Defensa del Consumidor 24.240, sancionada en el año 1993, constituye junto con sus reformas
(leyes 24.568, 24.787, 24.999 y particularmente la ley 26.361) el marco que regula la defensa del consumidor,
conjuntamente con la consagración con rango constitucional a partir de la reforma de la Constitución Nacional
del año 1994 que incorporó a la carta magna el capítulo "Nuevos derechos y garantías" que contempla la
relación de consumo y la protección al usuario y al consumidor (arts. 42 y 43)
Cabe señalar que la Constitución de 1853/60 introdujo y reconoció los derechos civiles y políticos en sus
arts. 14 (trabajar y ejercer industria lícita; navegar y comerciar; peticionar ante las autoridades; de entrar,
permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de
usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y
aprender); 16 (principio de igualdad); 17 (derecho de propiedad y 18 de (acceso a la justicia).
La reforma constitucional de 1949 trajo a la Constitución la incorporación de los derechos sociales, y pese a
su derogación, se incorporó el art. 14 bis que reconoce estos derechos.
Finalmente la reforma de 1994 reconoció los denominados nuevos derechos como ser el de gozar de un
ambiente sano, el derecho de los usuarios y consumidores, los derechos de los pueblos indígenas, y el derecho
de los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad.
III. Las operaciones de crédito y su vinculación con las normas de la Ley de Defensa del Consumidor
Desde antaño se ha reconocido que el crédito constituye uno de los pilares del comercio. (2) Sin él las
operaciones comerciales quedarían reducidas a límites estrechos, si solo fueran de contado. Lo esencial en el
comercio consiste en la confianza y ello es coincidente con el origen de la palabra que deriva del latín credere,
cuyo significado es confianza. A su vez la confianza significa buena fe y exactitud de los compromisos
contraídos.
Como enseña Etcheverry el principio de buena fe, y las manifestaciones derivadas de él, son un verdadero
pilar para el derecho argentino. La fides o fidelidad, fue considerada como una de las virtudes esenciales del
derecho romano arcaico; era respetar la palabra en relaciones de clientela, en relaciones de hospitalidad, en
tratados con otros pueblos, en la tutela, curatela o adopción. Señalando que en Roma, la fides comienza siendo
un concepto subjetivo y el que la viola recibe la reprobación social. Si la fides se despersonaliza, se objetiviza;
entonces hace falta recurrir a un tercero para que determine si ha habido o no violación de la confianza o buena
fe. (3)
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La cantidad de funciones que cumple la buena fe en nuestro ordenamiento jurídico es amplia, estando
expresamente consagrada como norma rectora de la celebración, interpretación y ejecución de los contratos (art.
1198, Cód. Civil). Explica Etcheverry que la buena fe cumple una función informadora del ordenamiento
jurídico, una limitativa de la conducta humana jurídicamente admisible, e integradora.
Con dicho principio se busca, básicamente, evitar el ejercicio abusivo de un derecho (4), sea con intención de
dañar al deudor, sea sin provecho alguno para el titular, sea contrariando los fines que la ley tuvo en mira al
reconocer su derecho subjetivo. (5)
El crédito se manifiesta en la regulación jurídica del comercio en múltiples aspectos, se apoya en la
contabilidad comercial que refleja la marcha de los negocios y la verdadera situación del comerciante individual
y de las sociedades mercantiles, éstas, en sus diversos, tipos multiplican la responsabilidad personal y ofrecen
garantías que la solvencia individual no podría ofrecer por sí sola y a través de los títulos de crédito (6) circula y
moviliza la riqueza, generando un "mercado" donde se trafica con ellos, entre otros aspectos. En esencia el
crédito implica, según clásica definición, el cambio de un bien presente por un bien futuro.
Asimismo para el otorgamiento del crédito no sólo se tiene en cuenta el activo del deudor (elemento
objetivo) sino también sus cualidades personales (aspecto subjetivo). El funcionamiento regular del crédito es
un bien jurídico a proteger, ya que cuando —como destacan García Martínez y Fernández Madrid— el deudor
cumple con puntualidad su contraprestación, el intercambio a crédito ha funcionado normalmente y la
importancia de este cumplimiento regular repercute en la vida de los negocios ya que éstos perduran cuando se
da cumplimiento puntual a las obligaciones contraídas, sin embargo no recibir en la fecha convenida una suma
de dinero con la cual se tenía derecho a contar, causa frecuentemente al comercio un perjuicio tan grande como
si ya no se pagase más. (7)
El funcionamiento irregular del crédito puede generar conductas abusivas del deudor y aún provocar la
insolvencia de éste, con serio perjuicio a los acreedores y al interés general. Como explican García Martínez y
Fernández Madrid la quiebra puede obedecer a causas preexistentes a la constitución de la relación a crédito, o
bien a causas sobrevivientes a ella. En el primer caso, la quiebra se debe a que el crédito ha funcionado en forma
anormal, en violación de la ley que preside esta forma perfeccionada del intercambio económico; el deudor ha
engañado al acreedor, pues conocía perfectamente su estado de insolvencia; en una palabra, la quiebra es efecto
de un verdadero abuso del crédito. Pero sucede a veces que el desequilibrio patrimonial se produce por causas
sobrevivientes, o sea cuando después de haberse constituido la relación a crédito, los bienes existentes en el
activo del deudor desaparecen en todo o en parte, o esos bienes se vuelven irrealizables. Cuando el desequilibrio
patrimonial es tal que no puede seguir ocultándose, tiene forzosamente que exteriorizarse y entonces se pone de
manifiesto el estado de quiebra económica del deudor insolvente. (8)
La ley de Defensa del Consumidor en su art. 36 regula los requisitos de las operaciones de venta de créditos,
quedando su aplicabilidad supeditada a que se registre alguno de los supuestos de hechos previstos en el art. 1º
de la referida norma, esto es en la medida que el crédito otorgado esté destinado al consumo final del tomador.
IV. La doctrina del fallo
A nuestro modo de ver el fallo que comentamos contiene dos aspectos centrales a analizar: el primero que
supedita la aplicabilidad de las normas del art. 36 de Defensa del Consumidor a que se registre alguno de los
supuestos de hechos previstos en el art. 1º de la referida norma, esto es en la medida que el crédito otorgado esté
destinado al consumo final del tomador. De este modo concluye que dicha norma no resulta de aplicación en la
medida que el destino de la financiación se vuelque a un proceso de producción, transformación o
comercialización de bienes o servicios.
En esencia y como señala Santarelli el "consumo final" alude a una transacción que se da fuera del marco de
la actividad profesional de la persona, ya que no va involucrar el bien o servicio adquirido en otra actividad con
fines de lucro, o en otro proceso productivo. (9)
En esta línea de pensamiento el fallo destaca que toda vez que el bien prendado era una máquina destinada a
un proceso de producción, la ley de Defensa del Consumidor no resulta aplicable a este caso dado que no se
encuentra incluido dentro de los supuestos contemplados en el art. 36 de dicho ordenamiento.
Así la Ley de Defensa del Consumidor en su art. 1º, en su parte pertinente, establece que tiene por objeto la
defensa del consumidor o usuario, entendiéndose por tal a toda persona física o jurídica que adquiere o utiliza
bienes o servicios en forma gratuita u onerosa como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo
familiar o social, incluyendo dicha norma a las personas jurídicas, por lo cual si el bien fue adquirido para
consumo final, se encuentra alcanzado por las previsiones de la misma.
Tradicionalmente los empresarios han sido excluidos de la noción de consumidor, con fundamento en que

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no usan los bienes para consumo final sino para aplicarlos al proceso productivo utilizándose para dirimir el
tema el criterio objetivo, referido al uso que se le da a la cosa.
En este sentido cabe señalar que el art. 2º de la ley 26.361 suprimió la exigencia que contenía el precepto de
idéntica numeración de la ley 24.240, concerniente a la exclusión de la noción de consumidor a quienes
consumían bienes y servicios para integrarlos a procesos productivos correspondiendo estimar que la norma
amplió, de esta manera, el concepto del sujeto merecedor de la tutela legal.
La desaparición de ese texto del art. 2º, pareciera traslucir un cambio de concepto de manera tal que aquéllos
que adquieran un bien o servicio en su carácter de comerciantes o empresarios, quedarán igualmente protegidos
por esta ley siempre que el bien o servicio no sea incorporado de manera directa en la cadena de producción.
De tal manera, las personas jurídicas y los comerciantes ven ahora ampliado el campo de supuestos en el
que podrán revestir el carácter de consumidores y en consecuencia, invocar la protección de la ley.
Así en el sistema de defensa del consumidor previsto por la ley 26.361, se mantiene la noción de consumo
final como directiva prioritaria para circunscribir la figura del consumidor pero se extiende la categoría también
al destinatario o usuario no contratante y se suprime un criterio de exclusión que contenía la versión anterior del
art. 2º en cuanto que no eran consumidores quienes integren los bienes y servicios a procesos productivos.
La actual redacción aprecia la posición del consumidor o usuario como aquella persona que agota, en
sentido material o económico, el bien o servicio contratado (la consunción final, material, económica o
jurídica).
En esta línea de razonamiento el fallo establece que podrán aplicarse las normas de la Ley de Defensa del
Consumidor en ejecuciones prendarias en supuestos en que el bien prendado lo sea destinado para un uso
particular pero quedara excluida de tal tutela legal en la medida que el destino de la financiación se vuelque a un
proceso de producción, transformación o comercialización de bienes o servicios.
Lo segundo que emerge del fallo es que el hecho que la demandada sea una sociedad comercial también
obsta la aplicación de la ley 24.240 pues ello requiere que deba presumirse, salvo prueba en contrario, que sus
actos son comerciales tal como lo prescribe el art. 5º del Código de Comercio.
La legislación nación admite como consumidor a una persona jurídica. En este sentido Junyent Bas y
Garzino sostienen que los arts. 1º y 2º de la comprenden a las personas físicas y también a las jurídicas, todo lo
cual unido a la eliminación del último párrafo del art. 2º de la anterior redacción deriva en la necesidad de
establecer pautas que permitan afirmar cuándo una persona jurídica es consumidora y/o usuaria.
En el supuesto de las personas jurídicas —explican— la "objetivización" de los parámetros de la tutela
consumeril no resulta de fácil configuración y la nota característica de la "debilidad estructural", propia de los
contratos en masa y/o de adhesión, que da lugar a la figura del consumidor o usuario que no tiene capacidad de
negociación frente al proveedor, nos ubica ante la necesidad de una pauta objetiva, cual es "la profesionalidad"
del proveedor frente al carácter "profano" del consumidor, aun cuando sea una persona jurídica, a la cual caben
sumar otros parámetros para su calificación como tal.
Para concluir que una persona jurídica puede considerarse consumidora y/o usuaria si se dan las siguientes
pautas objetivas:
a) la debilidad estructural, concebida en términos de profesionalidad, es decir, falta de idoneidad técnica;
b) que la adquisición o la utilización del bien o del servicio constituya un "valor de uso" que no se incorpore
directamente a la cadena de producción; y
c) la relación de "dimensionamiento" empresarial entre proveedor y adquirente o usuario, de manera tal que
permita predicar el desequilibrio que justifica la tutela del plexo consumeril. (10)
De donde puede concluirse que en ambos aspectos sobre los cuales el fallo se pronuncia la determinación de
la aplicación o exclusión de la Ley de Defensa del Consumidor es un hecho que deberá verificarse en cada caso
concreto que se someta a la decisión de los tribunales.
(1) ALTERINI, Atilio Aníbal, Ley de Defensa del Consumidor Comentada y Anotada, T. I; PICASSO,
Sebastián y VÁZQUEZ FERREYRA, Roberto A. Directores, Prólogo, Buenos Aires, La Ley, 2009, p. 5.
(2) Obarrio explica que las bases del derecho comercial son: el crédito, la prontitud y la seguridad.
OBARRIO, M, Curso de Derecho Comercial, t. I, p. XII, Editorial Científica y Librería Argentina, Atanasio
Martínez, Buenos Aires, 1924.
(3) ETCHEVERRY, Raúl Aníbal, Contratos asociativos, negocios de colaboración y consorcios, p. 40,
Astrea, Buenos Aires, 2005.

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(4) Los derechos que las leyes acuerdan son para ser usados de manera regular, razonable, pero resulta
ilegítimo el abuso. No pueden ser los derechos puestos al servicio de la malicia, de la voluntad de dañar, de la
mala fe. Como explica Müller "desde el lado del abuso del derecho, tal doctrina aparece como un límite al
ejercicio de los derechos subjetivos, pues el Derecho limita el ejercicio de los derechos con el objeto de evitar
que se altere su finalidad o se violen la buena fe, la moral y las buenas costumbres, produciendo la paralización
del derecho "desviado" o "abusado" y la responsabilidad civil de quien ejerza sus facultades utilizando el
derecho de un modo anormal o fuera del plano en que fue concebido", MÜLLER, Enrique Carlos, Ejercicio
regular y ejercicio abusivo de los derechos: Orden público y buenas costumbres o moral social, Revista de
Derecho Privado y Comunitario, Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2007-3- 21. ARDUINO, Augusto H.L.,
Prohibición y exclusión del voto en la formación del acuerdo preventivo, ED 227-15/05/2008, nº 12007.
(5) ETCHEVERRY, Raúl Aníbal, Contratos asociativos, negocios de colaboración y consorcios, p. 41,
Astrea, Buenos Aires, 2005.
(6) Conforme refiere Galgano en los orígenes del título de crédito se encuentra la letra de cambio medieval.
Su función era permitirle al comerciante utilizar a distancia su propio dinero, evitándole graves riesgos propios
de transportarlo consigo mismo durante el viaje, ya que antes de emprender un viaje para adquirir mercancías en
plazas lejanas, con las cuales comerciaba, el mercader depositaba el dinero en su banco, y obtenía de este una
letra de cambio, la cual, una vez llegado a su destino, la presentaba en la filial del banco local, y de este modo
obtenía dinero para sus compras De este lejano arquetipo partió una larga y compleja evolución que conducirá,
con el progresivo aumento de la circulación de la riqueza, y con el aumento de las exigencias de simplicidad,
rapidez y seguridad de las formas de circulación al moderno título de crédito. GALGANO, Francesco, Derecho
Comercial, El empresario, Volumen I, p. 301, Editorial Temis S.A., Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1999.
(7) GARCÍA MARTÍNEZ, Roberto - FERNÁNDEZ MADRID, Juan Carlos, Concursos y quiebras, t. I, p
183, Ediciones Contabilidad Moderna, Buenos Aires, 1976.
(8) GARCÍA MARTÍNEZ, Roberto - FERNÁNDEZ MADRID, Juan Carlos, Concursos y quiebras, t. I, p
185, Ediciones Contabilidad Moderna, Buenos Aires, 1976.
(9) SANTARELLI, Fulvio G., Ley de Defensa del Consumidor Comentada y Anotada, t. I, PICASSO,
Sebastián y VÁZQUEZ FERREYRA, Roberto A. Directores,, Buenos Aires, La Ley, 2009, p. 30.
(10) JUNYENT BAS, Francisco - GARZINO, María C., La categoría jurídica de consumidor en especial
con relación a las personas jurídicas, MJ-DOC-5591-AR | MJD5591, 03/11/2011. Consulta 20/12/2013.

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