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1. EL TEMA: FAMILIA Y GENERACIONES

1.1. La convivencia entre generaciones nunca ha sido sencilla. Desde


siempre, la historia es un continuo sucederse de generaciones en tensión en-
tre sí, hasta el conflicto y la lucha abierta: entre padres e hijos, entre jóvenes
y mayores. A pesar de ello, sin embargo, la familia ha sido siempre el lugar
privilegiado de esta convivencia, la esfera en la que las generaciones se han
alejado y encontrado, diferenciado y reintegrado, de modos muy diversos.
Aún más, podemos decir que la familia, antes que otra cosa, ha sido siempre
representada como el nexo simbólico y estructural fundamental entre genera-
ciones ascendentes y descendentes que da continuidad a la vida social.
La sociedad moderna ha exaltado, a su modo, el carácter generacional de
la familia. Ha hecho de la familia el lugar específico (el subsistema especiali-
zado) del encuentro entre generaciones. Hasta el punto de que, mientras todo
ámbito de vida se ha diferenciado por esta o aquella generación, la familia ha
permanecido como el único lugar multigeneracional (en sentido simbólico
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más que espacial) de la sociedad.


Esta realidad se encuentra hoy ante un desafío radical. La familia parece
perder sus connotaciones de vínculo y de trama intergeneracional ordenada.
Fragmentación de los núcleos, incomunicación (especialmente en el nivel de
los contenidos, aunque en los planteamientos y en las modalidades más super-
ficiales de comunicación no exista conflicto), distanciamientos, vacíos, inver-
siones, explosiones entre las generaciones atraviesan a la familia hasta el pun-
to de casi perder su capacidad de ser «intersección generacional». Hay parejas
o individuos singulares que se sitúan fuera de la intersección. En otras familias
prevalece, sin embargo, un estilo de total circularidad confusa entre las gene-
raciones que conviven. En general, se puede decir que la familia tiene cada

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vez más dificultades para funcionar como intersección generacional que da


vida a la sociedad.
¿Por qué sucede esto? ¿El encuentro entre generaciones no funciona ya?
¿Hacia dónde camina esta intersección? ¿Qué cabe esperar del futuro?

1.2. El argumento que se expondrá y desarrollará parte de la constata-


ción de que la sociedad tardo-moderna se ha convertido en el campo de una
revolución en las relaciones generacionales que produce cambios sin prece-
dentes en los sistemas culturales y en las estructuras fundamentales de la so-
ciedad. Esta revolución ve a la familia tanto como víctima y, a la vez, como
actor primario. La revolución a la que aludimos no ha sido analizada adecua-
damente. En el momento actual, es difícil semantizarla ya que no poseemos
un lenguaje adecuado con el que expresarla.
Aunque desde que el mundo es mundo se habla de crisis de la familia por
el hecho de que, en ella, las generaciones más jóvenes no siguen los modelos
de las generaciones precedentes, a principios del siglo XXI las familias de los
países más desarrollados experimentan tal crisis de forma radical, hasta mar-
car un cambio de época. El periodo puede ser denominado pérdida de identi-
dad generacional. Como posteriormente se dirá, éste es un indicador del trán-
sito a una época posterior a la modernidad, caracterizada por el fin de sus
mitos y por la aceleración del proceso de globalización.
Con la expresión pérdida de la identidad generacional aludimos, en pri-
mera instancia, a los siguientes procesos: por una parte, muchas familias pier-
den su memoria histórica y, con ello, su ubicación a lo largo de la trama gene-
racional (crisis de la identidad generada); por otra, muchas familias muestran
crecientes dificultades para pensarse como relación entre quien genera y
quien es generado (crisis de la identidad generante). Los dos fenómenos están
correlacionados entre sí, y designan lo que se ha venido en llamar crisis gene-
racional de la familia.
Está emergiendo una intersección generacional, absolutamente inédita
en la historia, que esconde una verdadera y propia morfogénesis de la familia
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como relación intergeneracional. Decimos que esta revolución es generacio-


nal no sólo porque se manifiesta en las nuevas generaciones más que en las
precedentes, sino también porque pasa a través de la redefinición de todas las
identidades generacionales. Obviamente, es necesario precisar el sentido de la
expresión.
Este capítulo se propone el objetivo de ilustrar qué es, en qué consiste,
esta revolución generacional. Es evidente que, superficialmente, se manifiesta
como crisis comunicativa y de identidad en los roles de progenitor (generan-
te) y de hijo (generado), que varía según la edad, el sexo (género), las diver-
sas fases del ciclo de vida familiar, los recorridos progresivamente menos line-
ales de las biografías individuales y de pareja, las relaciones de parentesco

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adscritas y adquiridas. Pero es necesario saber apreciar el proceso en sus térmi-


nos más amplios y duraderos.
Desde este perfil, se puede decir que el malestar interno a la familia no es
sólo un hecho privado (psicológico y comunicativo), sino que es un hecho
público (cultural y social), en cuanto que es el producto de la decadencia —tan-
to privada como pública— de los límites que hasta ayer definían las distan-
cias, así como los tránsitos y la solidaridades, entre las generaciones.
La intersección problemática que emerge entre las generaciones hace
que estas últimas no sean ya definibles ni por referencia a la sola esfera priva-
da (familia), ni por referencia a la sola esfera pública (organización colectiva
bajo el eje del welfare state), como ha sido en las sociedades tradicionales y en
las modernas. Como veremos, hoy las generaciones deben ser definidas en las
relaciones entre una y otra esfera.
Se trata de una revolución que, aun dejando abierto un amplio campo de
posibilidades alternativas, por el conflicto y por las solidaridades entre ascen-
dientes y descendientes, en línea directa o colateral, hace intrínsecamente
problemáticas las relaciones a través de las que las generaciones deberían ac-
tualizar su conversación, hecha de reciprocidad comunitaria en familia. Las
sociedades avanzadas son, por su propia naturaleza, portadoras de una tenden-
cia a hacer fluctuar las relaciones entre las generaciones.
Una organización social basada en un orden caótico entre las generacio-
nes lanza un desafío inmanente a la familia, en cuando que hace indiferente
el hecho de que la familia sea una fuente generacional o no. Cuando se dice
fuente generacional no se alude al hecho material de que haya hijos, sino al
hecho de que las personas y parejas vivan con una apertura espiritual y cultu-
ral al sentido de la continuidad generacional manifestada con objetivos y ac-
ciones concretos. Hay personas y parejas sin hijos que tienen y practican un
sentido generacional de la vida y de la familia; hay también personas y pare-
jas con hijos que no son verdaderamente «generados».
En el caso en que la orientación generacional no exista, o dé lugar a jue-
gos generacionales problemáticos, la familia sufre una mutación. Se convier-
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te, por ejemplo, en una forma de convivencia donde las relaciones generacio-
nales quedan anuladas (convivencias sin relaciones generacionales) o en un
agregado doméstico en el que las relaciones generacionales se hacen caóticas,
confusas, circulares (convivencias des-generacionales, con estructuras genera-
cionales anómalas o patológicas). Configuradas como alternativa, convierten
a los grupos sociales en realidades problemáticas desde el punto de vista del
recambio generacional.
Este capítulo se propone ofrecer un cuadro complejo para la lectura de
estos fenómenos.

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2. EL MALESTAR GENERACIONAL COMO INDICADOR DEL CAMBIO SOCIAL

2.1. Muchos se preguntan si la crisis generacional de la familia debe in-


terpretarse como indicador de progreso o como indicador de regresión cultu-
ral. La sociología responde diciendo que es necesario comprender el fenóme-
no para poder valorar los aspectos positivos y negativos.
Para introducir el tema trataremos de definir el malestar que las genera-
ciones sienten entre sí.
Padres e hijos, incluso cuando conviven pacíficamente, encuentran cre-
cientes dificultades para comprenderse. Los padres ven que los hijos viven los
vínculos de manera menos comprometida, más alejada, de cuanto han apren-
dido o quisieran hacer. Observamos que los jóvenes crecen con muchas más
libertades y muchas menos responsabilidades, que su modo de vivir y de ha-
blar es distante hasta el punto de parecer incomprensible. Los hijos observan
que estas cosas también se las decían a los padres de hoy, cuando eran jóve-
nes, sus propios padres. Objetan que los adultos de hoy, sus padres y sus abue-
los, no se sabe con qué sinceridad, se refieren a un mundo pasado que hoy es
retórico llamar superado, ya que resulta desconocido.
Los jóvenes ven las relaciones entre hombres y mujeres de forma absolu-
tamente diversa a las generaciones precedentes. Diversas son las formas de co-
municación, hoy más confiada a la sola sexualidad, con una difundida inver-
sión de la iniciativa entre los sexos, que ve a la mujer más protagonista que en
el pasado. Diversas son las modalidades de asumir y de dejar los compromisos,
hoy más contingentes que ayer. Diversos son los modos de prepararse para el
trabajo y de estar en el trabajo, hoy visto como menos definitorio de la propia
identidad sexuada. Diversos son el presente y el futuro de las relaciones entre
los sexos en una generación que, si no rechaza los sentimientos contenidos en
el modelo tradicional de las relaciones de género, ciertamente se siente dife-
rente y distante.
Hace algún tiempo, el fenómeno de la incomprensión tocaba especial-
mente la relación entre los hijos y los padres, sobre todo cuando los primeros
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se convertían en adultos. Hoy toca a todas las generaciones y a cualquier


edad, y en intervalos cada vez más breves.
Ciertamente se vive juntos. Pero en un creciente distanciamiento recí-
proco. Ninguna generación está más segura que las demás de los propios sen-
timientos, vivencias, modos de relacionarse con las otras generaciones. Domi-
na la incertidumbre, y por ello se prefiere evitar la confrontación.
Se puede ser indulgente hacia los otros. Pero, si se razona conjuntamen-
te, se termina por subrayar la distancia de las perspectivas, la lejanía de los
puntos de vista, la no conciliación de los gustos y de las preferencias, su no
compatibilidad, la imposibilidad de identificarse en una concepción de vida
compartida. Abuelos, padres, hijos, independientemente de la edad, parecen

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vivir en mundos aparte, mundos separados más que conflictivos, cada uno
con una identidad y con una propia búsqueda del yo. Cuando aparecen actos
de violencia, las relaciones entre generaciones ponen de manifiesto el abismo
profundo, que tratamos de imaginar, pero que no vemos.
Es arduo definir dónde y en qué medida las distancias entre las genera-
ciones aumentan o disminuyen. En ciertos aspectos de la vida parecen dismi-
nuir, como en las relaciones de moda, en concreto en las diversiones. Y en
esto aparece la paradoja de la situación: cuando las generaciones se aproxi-
man, se sienten más distantes entre sí. Está el hecho de que las distancias son
difusamente percibidas como un problema, aunque no se ha dicho que se ter-
mine por litigar. El litigio presupone una confrontación, y propiamente es
esto lo que falta.
Las investigaciones empíricas dicen que prevalece el acomodo práctico.
Pero permanece un sentido de insatisfacción y de precariedad. Se experimen-
ta un sentimiento de extrañeza, en la mayor parte de las ocasiones percibida
como impuesta por fuerzas impersonales, no queridas. No se sabe qué hacer
con la otra generación. ¿Qué deben hacer los padres con los hijos? ¿Y qué de-
ben hacer los hijos con los padres? ¿Cuál es el débito de una generación hacia
la otra hoy? ¿Y mañana? Las preguntas se hacen implanteables cuando se pasa
a las relaciones entre generaciones no contiguas (por ejemplo entre abuelos y
nietos).
A medida que los hijos crecen, las relaciones se hacen más difíciles.
Ciertamente, muchas dificultades son suplidas con afecto. Pero no basta.
También se necesitaría saber qué se debe dar o hacer, o bien qué se debe espe-
rar del futuro. No se sabe en qué consiste una buena familia, una familia váli-
da, que funciona satisfactoriamente para aquellos que conviven. Si la familia
no se destruye es por una sola regla: es mejor no moverse, es mejor callar. So-
bre ciertos asuntos, la comunicación siempre evita todo lo que implica una
confrontación, y se observa un riguroso silencio, mientras que sobre otros te-
mas la conversación se convierte en insistente y repetitiva.
Raramente el malestar entre las personas de edad muy diferente desem-
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boca en un conflicto abierto. Más bien, vive profundas ambivalencias: es una


mezcla de afecto, de incomprensión, de necesidad del otro y de imposibilidad
de alcanzarlo. Es estar dentro de la familia y a la vez fuera de ella. A menudo
es difícil decir si se está más próximo a una esfera u a otra.
Más allá de cualquier analogía con las dificultades y los gap generaciona-
les de otros tiempos, en concreto de las generaciones históricas a caballo en-
tre los años cincuenta y sesenta, los factores culturales y estructurales que de-
finen la situación actual son de dos grandes tipos:
a) La pérdida de un sentido compartido de las referencias simbólicas
usadas en la comunicación. Las generaciones no confluyen en símbo-

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los y objetos hacia los que toman posiciones diferentes: simplemente


hablan de cosas diversas, hablan lenguajes diversos. Tal pérdida de
sentido compartido denota una erosión radical —sin precedentes his-
tóricos— de las tradiciones culturales que aseguraban cierto diálogo y
una confrontación entre las generaciones.
b) La extrema incertidumbre en las expectativas recíprocas. Ya no está
asegurado, ni en el presente ni en el futuro, el recambio como el con-
tracambio generacional. No es sólo una cuestión de falta de confian-
za. Es que se hace imposible prever cualquier cosa con certeza en el
comportamiento de otra generación. Crece el sentido del riesgo de
las relaciones que unen —tanto en el bien, como en el mal— a las
generaciones entre sí, admitiendo que estos vínculos sean percibidos.
En este clima emerge un malestar generacional específico que se concre-
ta: a) en la dificultad de la familia actual para generar, en todos los sentidos, y
no sólo en el meramente biológico; b) en el hecho de que las generaciones no
consiguen relacionarse entre sí de una forma satisfactoria, tanto en la familia
como en la sociedad.
La revolución y el malestar generacionales de los que se habla son clara-
mente más evidentes en las grandes ciudades, pero no respetan áreas territo-
riales. En efecto, estos procesos no tienen una ideología o una visión del mun-
do que los pueda interpretar. El mismo malestar, cuando es percibido, no tiene
un nombre.

2.2. Muchos se preguntan por las causas de este malestar. Obviamente,


las explicaciones no son simples.
La mayor parte de los observadores parecen reconducir la crisis genera-
cional a la particular aceleración de nuestra sociedad, y más en general a las
razones del progreso. En concreto: a los procesos de escolarización en masa de
los jóvenes, que crean un gap cognitivo y simbólico entre el mundo de los jó-
venes y el de los adultos y ancianos; los ritmos competitivos de vida y de tra-
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bajo, que recortan el tiempo de estar juntos; a las comunicaciones de masa


que, al tiempo que introducen en casa el mundo entero, acentúan las distan-
cias entre familiares; a las particulares exigencias de consumo a las que están
habituados los llamados hijos de la sociedad opulenta respecto a las genera-
ciones precedentes; al progreso científico y tecnológico, que hace retroceder
todo lo que es natural en la vida del hombre; a las presiones de una realidad
virtual que empuja a todos a vivir en un mundo imaginario, hecho de evasio-
nes alejadas de las cosas reales.
Recorriendo cada uno de estos factores, gran parte de las teorías y de las
investigaciones empíricas de los últimos años sostienen que la familia está
destinada a vivir dentro de una vida cotidiana privada de horizontes tempora-

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les y, en relación con ello, con horizontes generacionales más estrechos. Se


dice: la familia no tiene ya ni pasado ni futuro, ha perdido la memoria históri-
ca y no tiene un proyecto.

En pocas palabras, según la mayoría, la familia no sería ya portadora de


futuro. El futuro de la familia, según esta visión, dependería de otras cosas,
que no tendrían nada que ver con la familia. Las generaciones vienen defini-
das como categorías colectivas generadoras (los jóvenes, los adultos, los an-
cianos) sin relación alguna con la familia. La familia se reduciría a un grupo
primario ligado a los afectos del presente y a la preocupación por la asistencia
personal de quien la compone. La consecuencia lógica es que a la familia se le
niega una subjetividad social propia, es decir, importantes funciones sociales
sobre las que plantear el futuro de la sociedad y de la acción de las institucio-
nes. Al final, parece que la familia no tiene nada que decir sobre los proble-
mas generacionales.
De acuerdo con tal representación, las instituciones de la sociedad, en
primer lugar el Estado y los actores de las políticas sociales, no podrían ni de-
berían esperar grandes cosas de la familia como institución social que, en el
curso de la historia, siempre ha dado forma a una configuración cultural. Los
poderes públicos deberían abstenerse de intervenir de forma normativa en
materia familiar, excepto para la tutela y el trato de sus miembros singulares
en términos del bienestar, y de las generaciones como agregaciones indivi-
duales.
En conclusión, parece que el proceso de privatización de los valores y de
los comportamientos familiares conduce necesariamente a una pérdida de la
continuidad generacional y, en consecuencia, de futuro. Se preconiza un
mundo próximo en el que los vínculos sociales entre padres e hijos serán más
débiles, impredecibles, fluctuantes.
La idea de que la familia esté progresivamente desinstitucionalizada
comporta y refuerza la idea de que los recorridos de vida de los individuos, y
los de generaciones enteras, deben navegar sin rumbo. Al final, es el futuro de
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nuestra sociedad el que viene pensado como futuro desinstitucionalizado, es


decir, privado de reglas sociales explícitas que puedan servir de fundamento
de una vida común entre las generaciones, sobre la que puedan tener una
conversación significativa.

2.3. Y entonces nos preguntamos: ¿el malestar generacional de la fami-


lia constituye el signo anticipador de un cambio de época que implica al fin
de la familia como relación multigeneracional, o bien señala sólo un aspecto
transitorio que precede a una especie de reorganización de la familia? Tanto
en un caso como en el otro, ¿estamos caminando en la dirección de un pro-
greso o de una involución?

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Obviamente, la valoración es diferente según las distintas ideologías y


opciones culturales. Para algunos, estamos ante una renegociación de las rela-
ciones generacionales que manifiesta la exigencia de liberar a los individuos
de las diversas formas de opresión activadas por la familia tradicional (Beck,
1992). Para otros, sin embargo, estamos ante la pérdida de valores, ante una
verdadera y propia espiral histórica de carácter regresivo, ante una peligrosa
crisis del proceso de civilización, que debería consistir en un crecimiento cul-
tural humano en el tránsito de una generación a otra (Freund, 1986).
Para un observador sociológico imparcial, no se trata necesariamente ni
de lo uno ni de lo otro. El actual malestar generacional indica ciertamente
que se han producido nuevos graves desequilibrios en las relaciones familiares
y de parentesco. Pero esto no significa que los vacíos y los desequilibrios ac-
tuales estén destinados a destruir a la familia como relación de plena recipro-
cidad entre sexos y entre generaciones.
La crisis generacional es un sinónimo de problemas que actualmente no
encuentran una solución o salida satisfactoria. La sociedad puede afrontarlos
produciendo innovaciones capaces de activar dinámicas virtuosas, antes que
patológicas o perversas, en la intersección entre las diversas generaciones, a
través de una configuración más diferenciada, pero también al mismo tiempo
más capaz de integración entre ellas.
En el curso de la transición a nuevas formas familiares, es evidente que
existen riesgos que correr. Elementos esenciales de civilidad podrían perderse.
En concreto, si el proceso de distanciamiento y de conflicto generacional que
hoy atraviesa la familia se radicalizase, moriría el sentido de lo que hace una
generación, aún más, desaparecería el sentido de toda generación, como rea-
lidad histórica y cultural. Este hecho podría comportar el advenimiento de
una sociedad que no conseguimos imaginar: una sociedad sin generaciones.
Sin embargo, sería un error pensar que la gran mayoría de las familias ha
perdido completamente el sentido de lo que es y hace familia: una genera-
ción. Se puede incluso sostener que la familia se está reorganizando como in-
tersección de generaciones que tratan la identidad a través de ella, y que esta
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intersección está generando, con sus conflictos, como con sus solidaridades,
un nuevo modo de hacer familia.

3. LA INTERSECCIÓN GENERACIONAL QUE ESTÁ REVOLUCIONANDO


A LA FAMILIA

3.1. La estructura de la intersección depende del número de generacio-


nes que se encuentran conviviendo en un mismo momento.
La prolongación de las expectativas de vida hace que para una parte de
la población, aquella con fecundidad apreciable, sea más probable y precoz la

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copresencia de más generaciones que en el pasado, mientras que otra parte de


la población, aquella con fecundidad próxima a cero, parece destinada a no
tener ninguna relación generacional significativa.
Al final del siglo pasado la norma era la copresencia de dos generaciones
en el entero arco de vida de los individuos, es decir, la familia de los padres y
la de los hijos, con una presencia minoritaria de familias con abuelos. Hoy es-
tamos ante una novedad histórica de absoluto relieve: es más normal para los
jóvenes hacer pareja o familia mientras viven aún las familias de los abuelos,
y quizá también de los bisabuelos. Tres o cuatro generaciones están normal-
mente copresentes por el simple hecho de la prolongación media de la vida.
Se puede llegar incluso a cinco generaciones, lo que indica que las diversas
generaciones que se suceden han tenido todas el primer hijo mucho antes, en
torno a los 18-20 años, lo que es más frecuente en países como los Estados
Unidos.
Naturalmente es necesario contemplar el discurso estadístico-demográfi-
co: si se aumenta la probabilidad estadística de la copresencia, no significa
que las diversas generaciones se conozcan, se frecuenten y tengan significati-
vos y positivos intercambios recíprocos. Incluso puede suceder lo contrario.
De ahí el interés por ver cómo y dónde estas relaciones se interseccionan, y
cómo todo ello puede modificar el sentido de la familia.

3.2. La estructura de la intersección depende también de la fecundidad


de toda generación y de que la descendencia sea lineal o bien oblicua median-
te la ruptura de la línea precedente (generalmente con el divorcio). Podemos
observar algunas configuraciones convencionales típicas.
a) La cadena generacional de fecundidad elevada (con tres hijos o más):
tiene la típica estructura del árbol más o menos amplio y frondoso.
Ha sido normal en el pasado, antes de la llamada transición demográ-
fica (que ha reducido tanto las tasas de natalidad como las de morta-
lidad). Hoy solamente está presente en una parte limitada de la po-
blación, pero que constituye el segmento más vital y, a la larga, sobre
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el que recaen las mayores responsabilidades para el recambio de la po-


blación.
b) La cadena generacional de la familia con baja fecundidad (uno o dos
hijos): en ella los núcleos familiares apenas se sustituyen de genera-
ción en generación. El árbol frondoso precedente se reduce a un tron-
co sin ramas; la cadena se estrecha en la sucesión de generaciones. En
el caso de que la fecundidad sea de dos hijos, estaremos ante la simple
reproducción de la pareja progenitora. En el caso de la fecundidad sea
inferior —como en la pareja con hijo único— la reproducción de la
pareja progenitora no está asegurada. Generalmente, dos familias con
hijo único tienen en común un solo y único abuelo. Las generaciones

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de los hijos únicos están sujetas al riesgo de la extinción en la suce-


sión generacional.
c) La cadena generacional de las parejas con fecundidad cero: aquí la
descendencia se interrumpe. Se genera un vacío en la intersección.
La familia se extingue a menos que se den otras soluciones como la
adopción, y en tal caso se pasa a una de las cadenas anteriores.
d) La cadena generacional marcada por la separación y el divorcio: en el
caso de que una persona se divorcie y se case con una segunda o una
tercera, produce una cadena generacional complicada. Las cadenas ge-
neracionales se multiplican y se confunden. En el caso de un solo re-
matrimonio, por ejemplo, la persona de referencia que se ha vuelto a
casar tiene dos generaciones de descendientes (hijos y nietos) entrecru-
zados, en el primer y segundo matrimonio, con distancias de edad gene-
ralmente muy elevadas (el hijo del primer matrimonio puede en ciertos
casos tener 20-30 años de diferencia con el hijo del segundo matrimo-
nio: los dos son hijos de la misma persona, supongamos el padre, y son
hermanos respecto a él, pero tienen una diferencia de edad de 20-30
años hasta el punto de poder ser el primero padre del segundo).
En las sociedades europeas la tendencia prevalente es la del tránsito des-
de una configuración de tipo a a una configuración de tipo b: una parte cre-
ciente de la población vive en una configuración generacional «de tronco»
más que de árbol frondoso. Leídos dinámicamente, los cambios demográficos
indican una tendencia fuerte desde a a b, con minorías que caminan en direc-
ción c o d.
La perfección de esta tendencia produce la sensación de la decadencia
de las generaciones, entendidas como grupos de descendencia familiar. La
sensación se funda en al menos dos motivos. Primero porque se observa una
reducción progresiva de las generaciones; historiadores y antropólogos reve-
lan que las generaciones incluyen a los primos, y en la estructura generacional
de pronto éstos se reducen. Segundo, porque cuanto más se difunden separa-
ciones, divorcios, simples convivencias o uniones libres, técnicas de reproduc-
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ción artificial, tanto más las cadenas generacionales se mezclan y se confun-


den entre sí, perdiendo el carácter lineal de las configuraciones precedentes
(modelos a y b).
Los indicadores estadísticos difícilmente captan toda la realidad. No es
necesario recordar que una media estadística no recoge la estratificación de
los grupos concretos de población. En algunos grupos la tendencia es fuerte,
en otros es débil, y en otros se puede invertir. Si hacemos un análisis de todo
cuanto sucede en ciertos grupos sociales, la tendencia a la separación de las
generaciones cambiaría, pero las revelaciones estadístico-demográficas, no
han aclarado aún las características de estos grupos, que incluso son conside-
rados socialmente residuales.

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3.3. Estos comportamientos demográficos llevan consigo una creciente


heterogeneidad y diversidad en los patterns familiares intergeneracionales. En
su conjunto, se pueden individuar al menos cinco tendencias, las cuales
muestran que nacen estructuras de parentesco multigeneracionales que, en el
pasado, eran raras o no existían. Veámoslas brevemente.
1. Como media, en lugar de darse una generación anciana con muchos
descendientes (la clásica pirámide de la descendencia), la estructura cambia:
hasta el punto de que un solo descendiente se encuentra con muchos ancia-
nos.
2. Cuantos más jóvenes están en la edad de ser padres, aumenta el tiem-
po que los individuos tienen para recorrer en cierto rol familiar durante el
curso de su vida.
3. Allí donde el nacimiento de hijos se retrasa, se crean estructuras in-
tergeneracionales con vacíos de edad. Mientras que las maternidades de las
teen-agers crean estructuras intergeneracionales con diferencias de edad muy
cortas, el retrasar los nacimientos comporta que quien se hace padre lo sea en
edad avanzada. Éstos: a) entran en el rol de padre sin haberlo practicado de
joven; b) tienen menos hijos en el curso de su vida; c) presentan una mayor
diferencia de edad respecto a los hijos; d) entran en la edad anciana con me-
nos hijos y en muchos aspectos socialmente dependientes.
4. Se difunde la ausencia voluntaria de hijos, o la limitación a un solo
hijo, lo que comporta a la larga estructuras familiares privadas de relaciones
intergeneracionales. Cuando estas personas se hacen ancianas, deben crear
ayudas y apoyos a través de una parentela que no existe, o que debe ser cons-
truida artificialmente. Teniendo en cuenta la baja tasa de fecundidad, se hace
muy difícil, si no imposible, encontrar relaciones de ayuda a través de líneas
generacionales.
5. Se difunden relaciones intergeneracionales que en ausencia de otros
términos, llamamos reconstruidas, a continuación de separaciones y divor-
cios. Cuando los hijos se divorcian, la cadena generacional sufre también una
ruptura para los abuelos si con posterioridad el hijo divorciado no tiene la
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custodia de los hijos. Los abuelos no lo son socialmente en muchos aspectos.


Las relaciones con la ex nuera (o con el ex yerno) se hacen más difíciles. La
reconstrucción de familias después de la separación y el divorcio genera com-
plejos retículos que deben ser analizados y valorados caso por caso. El carácter
caótico de estas redes aumenta cuando se es progenitor mediante técnicas de
reproducción artificial que utilizan un donante externo a la pareja o que con-
fían la gestación del embrión a una tercera persona.
No tenemos datos estadísticos representativos, o son muy pobres, que nos
digan cómo se comportan las personas (respecto al matrimonio, al número de
hijos que tienen, a sus patrones de consumo, etc.) según el número de genera-
ciones, coexistentes en un momento dado, que les preceden o les siguen.

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182 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

Esta ausencia es indicativa del olvido que han tenido los investigadores
sociales sobre el tema generacional. Debemos contentarnos, por tanto, con
un análisis cualitativo.

3.4. Nace una nueva «intersección generacional» que es el concepto


clave de este capítulo. Con esta expresión se alude a la aparición de un fenó-
meno, al mismo tiempo estructural y cultural, caracterizado por un conjunto
de tendencias.
a) Respecto al pasado es más normal que muchas generaciones coexis-
tan en un mismo momento (generalmente son tres, pero pueden lle-
gar a cuatro o incluso cinco).
b) Decaen los sistemas de intercambio que regulaban los flujos de ayuda
recíproca entre las generaciones a lo largo del curso de la vida. Hace
algún tiempo los padres daban a los hijos para con posterioridad reci-
bir cuando eran ancianos. El intercambio era muy simple. Hoy, las
generaciones intermedias de adultos (padres y abuelos jóvenes) tie-
nen que afrontar una situación compleja: por una parte, tienen hijos
que son socialmente dependientes; por otra, se encuentran una o dos
generaciones de ancianos que necesitan de ayudas. Es el fenómeno de
la comprensión de la generación de en medio, que se verifica para
aquellos que deben cuidar tanto de los padres ancianos, como de los
hijos dependientes. Por ejemplo: una mujer de 45 años que debe sos-
tener a los padres —de 65-70 años, y quizá sus abuelos de más de 90
años—, mientras que detrás de sí tiene hijos dependientes (o quizá ya
casados, y con nietos), ¿qué intersección es ésta? Esta mujer tiene que
gestionar cuatro-cinco roles familiares (de hija, de madre esposa, de
abuela, de nieta) al mismo tiempo. ¿Cómo conseguirá conciliarlos?
¿Cómo cambia para esta generación de mujeres el sentido de familia?
Es evidente que se reducen los antiguos espacios temporales y los sis-
temas de intercambio entre generaciones, así como las reglas que los
hacían posibles.
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c) Los miembros de una familia deben ocupar sus roles más tiempo que
en el pasado. Evidentemente, pueden aceptar o rechazar esta prolon-
gación de los roles generacionales, y pueden hacerlo de formas muy
diversas, pero no pueden evitar el problema. En general, se reducen
las tradicionales relaciones jerárquicas y asimétricas. Para una parte
cada vez más extensa de su vida, los padres tienen el deber de convi-
vir con hijos físicamente maduros y legalmente mayores de edad, que
solicitan paridad en las relaciones, pidiendo la libertad de los adultos,
aunque no siempre con las respectivas responsabilidades.
d) Los miembros de una familia deben afrontar crecientes dificultades
para establecer los límites de los roles ligados a la edad. Allí donde las

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 183

posiciones familiares están privadas de límites definitivos entre las di-


versas edades, se interseccionan y llegan a invertirse, interfiriendo en-
tre sí de todas las formas posibles. Faltan ritos de transición, por ejem-
plo, para definir cuándo ya no se es niño, cuándo se llega a adulto o
cuándo se hace uno anciano; faltan reglas que ayuden a configurar, de
manera compartida, las relaciones según la edad. En general, los lími-
tes entre las generaciones se desplazan continuamente, y en determi-
nadas ocasiones se anulan. ¿Cuándo se hace uno adulto? ¿Cuándo se
hace uno anciano? Muchos padres juegan a ser siempre jóvenes; mu-
chos hijos no pueden o no quieren ser mayores. Nos preguntamos:
¿cuándo se hacen los hijos mayores? ¿Cuándo los padres dejan de ser
jóvenes? Pondré un ejemplo que puede ayudarnos. Si en el pasado un
joven, recién salido de la adolescencia, era considerado socialmente
adulto y, en consecuencia, debía comportarse como tal, hoy no lo
hace así, al contrario, retrasa el matrimonio lo más posible, porque
socialmente se llega a ser adulto a una edad más avanzada y más inde-
finida. Algo semejante ocurre con otras transiciones, por ejemplo,
para la transición al rol de anciano. En general, se separa la correla-
ción entre edad y posición generacional. La edad se hace menos pre-
dictiva de la condición generacional. Se puede ser padre o hijo en un
espectro más amplio de edad. La variabilidad crece, al menos como
posibilidad y con ella aumenta la crisis de lo simbólico en las relacio-
nes familiares y generacionales. Para reencontrar una identidad gene-
racional muchos se refugian en la procreación biológica, pero esta so-
lución es inadecuada y regresiva.
e) Decaen algunas reglas, de orden jurídico y biológico, que tradicional-
mente identificaban la descendencia generacional. Cuando los hijos
nacen fuera del matrimonio, si no son reconocidos por el padre, la
descendencia generacional pasa a la madre. En cualquier caso, la ten-
dencia a relaciones de pareja sin matrimonio hace a las relaciones
más matrifocales y, en consecuencia, desde el punto de vista socioló-
gico cambian los contenidos de las relaciones de filiación: una pareja
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sin explícito pacto conyugal establece relaciones, también jurídicas,


menos definidas con la descendencia. Convertirse en padres en las
uniones libres, o definirse hijos de una pareja libre, cambia el sentido
de las relaciones generacionales ya que el pacto generacional es más
aleatorio; sus reglas deben ser redefinidas en todo momento. Por otra
parte, la contracepción, tanto como las técnicas de reproducción ar-
tificial, modifican el orden natural de los nacimientos y el orden de
las generaciones desde el punto de vista biológico (pensemos en el fe-
nómeno de la abuela-madre). En resumen, las bases biológicas y jurí-
dicas de la descendencia, desde algunos aspectos, se desregularizan.
Teóricamente, la ciencia médica y la legislación renuncian a fijar nor-

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184 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

mas que establezcan requisitos concretos para la creación de relacio-


nes generacionales; de hecho, se puede llegar a ser padres o hijos de
formas muy diversas desde el punto de vista biológico. Por otro lado,
el derecho positivo cambia las bases de legitimación de lo que define
el ser padre en sentido social (no como padre biológico).

3.5. Todos estos procesos producen efectos relevantes en la cadena ge-


neracional que hace familia. Asistimos a vacíos, confusiones y sobrecargas
funcionales entre una generación y otra.
El malestar no está en aquella o en esta fase particular del ciclo de vida.
Toca a todos los estadios y de formas muy diversas. El hecho es que el aumen-
to de la complejidad y de las dificultades en una fase específica del ciclo de
vida, al modificar las reglas y el sentido de la estabilidad que en el pasado ge-
neraba vivencias y significados profundos, pone en crisis los significados de la
vida (y del futuro, incluso del acontecimiento de la muerte) en todas las otras
fases de la existencia personal y social. Es necesario insistir en este punto, las
fases del curso de la vida necesariamente están interconectadas en función de
la estructura generacional del ciclo de vida. La debilidad de una generación
significa debilidad para la otra; y, por el contrario, la fuerza de una generación
es fuerza para la otra.

3.6. Debe subrayarse el hecho de que el término intersección ha sido


utilizado en sentido neutral. Hay intersecciones que son constricciones de las
que no se puede salir. Y hay intersecciones que ofrecen recursos preciosos, in-
dicando un camino a seguir, ayudando a hacer elecciones dotadas de sentido,
estimulando a superar las incertidumbres de muchas decisiones cotidianas. Lo
que se intenta subrayar es que, prescindiendo de la forma de la intersección,
en cuanto determinada por factores estructurales, como los demográficos, son
los individuos y la cultura que circula los que dan vida a los juegos de las in-
tersecciones generacionales.
Desde el punto de vista valorativo, la intersección puede ser más o me-
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nos fisiológica, más o menos patológica, para los efectos de cuánto y cómo
promueven el bien de las personas y los bienes comunes 1. En general, es am-
bivalente: es una mezcla de vínculos y de recursos. Que haya más de uno o de
otro depende de las características de la red, de las circunstancias y de los
planteamientos y elecciones que los sujetos en juego asumen entre sí. Siempre
en líneas generales, la intersección comporta ventajas (posibilidades de nue-

1. Por lo que respecta a los aspectos sociológicos de la valoración, véanse Pfeifer-Sussnan


(1991), Attias-Donfut (1995); por lo que respecta a los aspectos psíquicos, véanse Andolfi
(1988), Ancona (1995).

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 185

vos acuerdos y colaboraciones entre las generaciones, también a través de in-


tercambios y negociaciones) y desventajas (probabilidades de crecimiento en
las cargas y en el estrés). Pueden seguir mucho tiempo juntos o pueden tener
distanciamientos precoces. Puede generar aislamiento o bien envejecimiento
recíproco entre las generaciones. La intersección puede convertirse en la tra-
ma de un tejido bien diseñado, que tiene su orden y su expresividad, o bien
puede convertirse en una maraña de nudos que lo hacen disfuncional y peli-
groso. Depende de las situaciones concretas en que transcurren las cosas.
Está claro que una sociedad es más equilibrada si la intersección funcio-
na bien, es decir, si consigue encontrar un justo equilibrio entre identidad y
diferencia, entre participación y distancia, entre autonomía y solidaridad
para toda generación. En el momento en que la intersección se complica,
pierde el equilibrio y se hace precaria. Los riesgos de una fuga hacia la total
separación, por una parte, o el envejecimiento, por otra, se hacen más proba-
bles. Se puede llegar incluso a la ruptura de la intersección. Esto tiene lugar
cuando las generaciones no se encuentran, se separan del todo o, simple-
mente, no nacen o no se construyen como generaciones. Toda organización
social, en sus diversos ámbitos de vida y de trabajo, puede favorecer o bien
inhibir, de diversas formas, los encuentros-intercambios entre las generacio-
nes. Y no hay duda de que nuestra sociedad, en cuanto que organiza sus tiem-
pos y espacios de forma progresivamente monogeneracional, no favorece
para nada la intersección.
En resumen, si es verdad que la intersección puede funcionar mejor
o peor y presentar grados variables de fisiología y de patología, también es
cierto que la familia se presenta como el centro de tales mediaciones. Si tales
mediaciones familiares decaen, o son patológicas, la intersección se hace defi-
citaria o patológica. Pero también la sociedad media cada vez más esta inter-
sección, y su rol se hace progresivamente más determinante para el equilibrio
de la intersección realizada o realizable por la familia. Por ello es necesario
elaborar una nueva teoría generativa de las generaciones que haga compren-
der la calidad de la intersección y sus determinaciones.
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El malestar generacional surge aquí: de una intersección decadente o pa-


tológica entre las generaciones que materializan y hacen visible la influencia
de tantos factores que actúan en tal sentido. El retraso en la edad del primer
matrimonio y en el tener hijos es comprensible sólo si se tienen presentes es-
tas nuevas condiciones, de una «copresencia» entre generaciones que se hace
más difícil de vivir, especialmente allí donde la familia está sola como media-
ción en la intersección generacional.

3.7. Para una sociedad que desde el punto de vista demográfico enveje-
ce, pero que no es culturalmente regresiva, la vía normal es entrar en la inter-
sección encontrando oportunas adaptaciones e innovaciones.

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186 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

La solución normalmente adoptada es la de dar vida a una familia fisio-


lógicamente interseccionada. Pero este camino requiere sacrificios, una fuerte
disposición a no hacer sólo cálculos utilitaristas, una gran capacidad de ges-
tionar conflictos y solidaridad entre las generaciones que se entrecruzan a tra-
vés de la familia. Las dificultades consisten en tener que vivir toda la vida en
un rol familiar que se complica en el tiempo, en el espacio, en las expectati-
vas, en los cambios a activar en una red que se hace al mismo tiempo más exi-
gente y menos regulada y que implica, por tanto, mayores riesgos.
Si no se quiere, o no se puede coger el camino del esfuerzo para una in-
tersección cualitativamente mejor, se deben buscar alternativas. Esto es en
buena medida lo que está sucediendo. Dos alternativas, entre los tantos juegos
generacionales posibles se practican hoy: despedazar a la familia (para cons-
truir posteriormente otra) y transformar la familia en una especie de aparca-
miento.
La primera alternativa consiste en rechazar la intersección: la red es vi-
vida como una trampa y cada uno escoge su camino. Separaciones y divorcios
están a menudo faltos de intersecciones entre generaciones (especialmente,
entre las generaciones de los dos partners y las de los respectivos padres). A su
vez, separaciones y divorcios generan nuevas intersecciones, que no carecen
de problemas. El caso más típico, hasta hace algunos años, consistía en despe-
dazar el curso de vida individual en al menos dos fases, es decir, casarse jóve-
nes (primer matrimonio) y posteriormente formar otra familia en una edad
intermedia. Pero en los últimos años el intervalo entre matrimonio y separa-
ción o divorcio se ha acortado. Este pattern está más difundido en aquellos pa-
íses que, como los Estados Unidos, están caracterizados por una elevada mo-
vilidad geográfica y social, como modelo de socialización proclive a la
independencia de los hijos (en los países de la Unión Europea el ejemplo ca-
racterístico es Finlandia). Mediante este despedazamiento, se puede imaginar
haber roto con la primera cadena y liberarse de las cargas presentes y futuras,
cargas que la segunda cadena no llevará aparejadas, pero obviamente no se ha
dicho que esta solución evite la red, al contrario, de hecho, la complica. Na-
cen pertenencias múltiples (por ejemplo, un padre tiene hijos en familias di-
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versas) y se deben atravesar los límites desde un grupo familiar a otro (por
ejemplo, un niño oscila entre la familia de la madre con su nuevo padre y la
del padre con la de la nueva madre).
La segunda alternativa consiste en aligerar la intersección mediante el
retraso del primer matrimonio (o de pareja estable) de tal forma que la fami-
lia de los hijos se forma más tarde. Se adopta la estrategia de la «familia apar-
camiento». Se evita así una generación o, si se prefiere, se la excluye de la
intersección generacional. Este tipo de solución prevalece allí donde los mo-
delos culturales consolidados de familia y de matrimonio son pensados y vivi-
dos con mayor estabilidad en el tiempo. Éste es el caso de las sociedades me-
diterráneas, en las que se prefiere aligerar la intersección generacional

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 187

retrasando los matrimonios y evitando los nacimientos. En la Europa medite-


rránea, la intersección se complica más en horizontal (entre las familias del
primer matrimonio y las redes eventualmente construidas después de su fraca-
so) que en vertical (es decir, en la línea que va desde los nietos a los abuelos a
lo largo de una sola descendencia matrimonial). En cualquier caso, esta últi-
ma estrategia no puede evitar otras complicaciones: quien no se casa hasta
una edad elevada, pongamos 35-40 años ¿en qué intersección se introduce?,
¿qué identidad generacional se forma en el largo periodo de adolescencia y de
latencia de los roles adultos?, ¿cómo será su intersección generacional cuando
sea anciano? A corto plazo, la intersección podrá parecer más liviana y sopor-
table que otras, pero a la larga se hará más débil y envejecida.
Se debe señalar que, en Europa, la norma social más difundida es la del
ingreso y adaptación fisiológica en la intersección activada a través de una
familia normo-constituida de una generación a otra (los porcentajes de esta
modalidad oscilan, según los diferentes contextos nacionales, entre el 55 y el
80% sobre el total de las familias). Pero aumentan de manera significativa
los grupos sociales que evitan o modifican los modos de entrar o estar una in-
tersección. Se puede decir que actualmente la intersección aún funciona,
pero requiere una gestión más delicada, que la familia debe continuamente
renegociar a lo largo de su ciclo vital. Las familias deben construir selectiva-
mente nuevas intersecciones entre las generaciones, ya que la edad de los
propios miembros no implica previsión o estabilidad de roles y de atribucio-
nes sociales.
En estos nuevos juegos generacionales ¿es cierto que el individuo verda-
deramente escoge? Sostener, como algunos hacen, que la difusión de las dos
alternativas apuntadas es una cuestión de preferencias subjetivas, es correcto
hasta cierto punto. En realidad, estas tendencias ponen de manifiesto las difi-
cultades de aceptar y gestionar un exceso de carga generacional en la cadena
familiar que se prolonga con el envejecimiento de la población, en ausencia
de reglas e intervenciones sociales que ayuden a la intersección generacional
a ser más fisiológica.
En la opinión común, se piensa que los individuos, cuando escogen re-
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chazar el matrimonio o se ubican fuera de la intersección, lo hacen por moti-


vos subjetivos. Pero esto es sólo una cara de la moneda. Es necesario pensar
las cosas también desde la otra cara, que son las redes sociales en las que los
individuos viven, y que producen su generatividad diferencial: ¿qué otra cosa
es la cultura familiar sino esto? Los individuos y las parejas tienen tendencia a
la generatividad. Pero los estímulos, las motivaciones y los recursos para la ge-
neratividad vienen también de las redes sociales que se forman y que atravie-
san a la familia, mediante estilos de vida y reglas de intercambio entre los se-
xos y entre los descendientes de cierta cultura. Cuanto más sostiene la red
comunitaria al individuo y a la pareja, más generativos serán, y lo contrario
ocurre cuando la red no lo sostiene. Recurrir a explicaciones basadas sólo en

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188 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

factores psicológicos no es suficiente, se debe tener en cuenta también el con-


texto social. Muchas personas no entran en la intersección y muchas parejas
no tienen hijos o tienen sólo uno, porque perciben que la red en la que están
insertados o es demasiado confusa, o es patológica, o no acepta hijos.
En cualquier caso, es evidente que la sociedad actual no consigue elabo-
rar una cultura de las relaciones intergeneracionales. No es capaz de dar auto-
nomía a toda pareja que se forme, articulando su independencia con la solida-
ridad necesaria, y la distancia con la participación. Lo mismo ocurre para la
pareja anciana, cuando los hijos se han marchado, y ésta debe construir una
nueva autonomía y una nueva red. Sólo en la actualidad las generaciones se
plantean el problema de un proyecto de familia —como red intergeneracio-
nal— adecuado a los cambios en el ciclo de vida.
Lo cierto es que una nueva cultura generacional no puede ser elaborada
en un ámbito privado concebido como pura subjetividad de los individuos. En
otros términos, no se puede responder a los desafíos de la nueva intersección
generacional contentándose con decir que la familia es una opción privada de
los individuos. Sostener que cada uno realiza las elecciones que le gustan, en
una sociedad que se va complicando, no tiene sentido sociológico. Quien abra-
za tales perspectivas se olvida de las generaciones, tanto de las nuevas como
de las ancianas. Una vez que se ha optado por una visión individualista, es
ilusorio y en algunos casos ridículo pedir más comunicación o una comunica-
ción no distorsionada entre las generaciones, como hacen algunos.
Cuando la comunicación no tiene ya una cultura familiar de referencia,
¿quién debe hacerse cargo del problema generacional?, ¿bastará sólo con acti-
var la comunicación? No parece que sea así. Los servicios sociales, por ejem-
plo, han fracasado en más de una ocasión. Quien conoce la realidad de los ser-
vicios psico-socio-educativos sabe que están desarmados ante este objetivo.
Muy a menudo no consiguen ver siquiera la naturaleza del problema. En resu-
men, una cultura de las relaciones generacionales no la pueden hacer ni los in-
dividuos como tales, cuando siguen estrategias de individualización, ni los ser-
vicios de bienestar, ya que en todo caso, lo único que pueden es gestionar los
problemas derivados a posteriori, es decir, las patologías.
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Muchos dan mucha importancia hoy a las redes primarias de amistad,


hasta el punto de considerarlas un sustituto de la familia. Indudablemente,
esto es verdad cuando se refiere a que la fuerza de las sociedades mediterrá-
neas respecto a la de otros países (Estados Unidos, Reino Unido o Dinamar-
ca) está en la persistencia de una cultura de la amistad. Pero al margen de la
idealización romántica que se suele dar sobre este hecho cultural, se tiende
también a olvidar una realidad fundamental: son las redes de amistad las que
dan origen y sostienen la vida familiar (la familia, de hecho, es y se mantie-
ne como el prototipo de la relación de amistad). El ejemplo de los Estados
Unidos es elocuente: el énfasis en la importancia de los grupos de amistad ha
resistido hasta que ha resistido el mito de la familia nuclear. Hoy que este

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 189

mito está en crisis, también el énfasis sobre los grupos de amistad ha dismi-
nuido.

3.8. El crecimiento de la complejidad o, viceversa, los vacíos y las dis-


continuidades de la nueva intersección de la que se habla producen la crisis
de los roles tanto de los ancianos (como abuelo/a), como de los adultos (como
padres) y de los jóvenes (como hijo/a).
Los abuelos discuten sobre su identidad, no sólo como identidad perso-
nal de individuos en la sociedad, también la de sus roles sociales (de abuelo).
Están volviendo a aprender a ser adultos (aunque con acierto no intentan en-
trar de nuevo en el rol de padres). Y es lógico que sea así, ya que es más nor-
mal ser abuelo a los 50 o 55 años, e incluso antes. A su vez, los adultos inten-
tan ser jóvenes, pero no intentan entrar en el rol de hijos. ¿Y los jóvenes qué
hacen? ¿Deben hacerse niños? La presión social en esta dirección existe. Esto
sucede cuando los jóvenes se encuentran ante una adolescencia muy prolon-
gada 2.
Muchos sociólogos prefieren hablar, antes que de crisis de roles, de des-
institucionalización del curso de vida individual, masculina y femenina. Con
este término intentan subrayar dos cosas importantes. Primero, que los acon-
tecimientos familiares no están normativamente prescritos por la sociedad de
manera coactiva como antes. Hoy es menos obligatorio que hace algún tiem-
po hacer familia, tanto en el sentido de casarse, como en el sentido de tener
hijos. Segundo, que los acontecimientos del curso de la vida individual, con-
cretamente los ligados a la familia, no tienen ya normas culturales que los re-
gulen. Es decir: ya no existe una edad ideal para formar familia, para tener un
hijo, para esperar la sucesión entre los hijos, etc.; se espera que cada uno pon-
ga en práctica sus ideas y tome sus propias decisiones. Todo acontecimiento
está más sujeto a elecciones individuales, a preferencias y gustos subjetivos;
por eso, puede suceder o no, puede realizarse antes o después.
Esta tesis capta indudablemente algunas tendencias significativas, pero
no puede ser radicalizada. Y ello al menos por dos buenas razones.
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El primer motivo es que muchas normas tradicionales aún persisten o se


regeneran. Después de todo, todavía hoy, si una persona no se casa o no tiene
hijos, independientemente de la edad, debe de alguna manera justificar estas
elecciones. Lo que significa que casarse y tener hijos son aún normas sociales
difundidas y legitimadas.
El segundo motivo es que existen también procesos contrarios, para una
continua reinstitucionalización del curso de vida individual, masculina o fe-

2. Véanse Scabini-Donati (1988). El tema ha sido retomado en algunas investigaciones


empíricas (véanse Cavalli-de Lillo, 1993; Donati-Colozzi, 1997).

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190 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

menina. La sociedad actual crea también normas, que inciden especialmente


en los jóvenes, pero no solamente sobre ellos, acerca de lo que se debe hacer
en un determinado momento de la vida: para el niño existe un tiempo justo
para entrar en el jardín de infancia y en la escuela, y para salir; existe cierta
edad, y no otra, en la que obtiene el carnet de conducir; por lo que respecta a
la vida sentimental, en las relaciones entre sexos, en los trámites burocráticos
y en las expectativas para poder disponer de una casa o de un trabajo, las eda-
des sociales vienen continuamente prescritas, e incluso algunos señalan que
son más rígidas 3. Tan cierto es esto que, empíricamente, aparecen fenómenos
como los siguientes: existen presiones para el retraso del primer matrimonio,
donde la media es de 24 a 25 años para la mujer y de 27-28 años para el hom-
bre; existen condicionamientos para que la pareja no tenga más de uno o dos
hijos; existen normas para que el nacimiento de los hijos, puesto que la pareja
quiere tener al menos dos, esté lo más limitado posible dentro de cierto perio-
do de tiempo; se premia fuertemente que los hijos no se tengan más allá de
cierta edad; está determinado por ley jubilarse a una determinada edad, etc.
Las crisis de los roles generacionales, como la desinstitucionalización de
los cursos de vida individual, está provocada por factores externos a la familia,
que inciden sobre su reorganización. Pero, a su vez, la familia modifica y rede-
fine a su modo tanto los roles como los cursos de vida. No es necesario pensar
que en las familias todo es desinstitucionalización o, viceversa, reinstituciona-
lización, guiada desde el exterior.

3.9. La crisis de los roles generacionales y los consecuentes procesos de


desinstitucionalización, comportan el riesgo de una posible espiral involuti-
va, ya que, en tales procesos, las generaciones llegan a confundirse entre sí
(decae la prohibición social de invertir las generaciones). ¿En qué consiste
este riesgo?
Se trata, dicho brevemente, de un riesgo de silencio dentro de la misma
familia ¿Qué significa esto? Según algunos indica la decadencia, hasta la des-
aparición de la conversación entre las generaciones 4 y, en relación con ello,
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3. Según algunos, por ejemplo Beck (1992), la sociedad actual hace más difícil y costo-
sa la autonomía de los individuos. La tesis es que la difusión de comportamientos estándar no
sólo refleja las comodidades individuales, sino que está guiada por un creciente control sisté-
mico sobre los ritmos biográficos individuales, así como sobre las parejas y las familias.
4. El concepto de conversación entre generaciones es utilizado aquí según Petter Las-
lett (1979), es decir, como capacidad de introducirse en la relación (diálogo interior) con los
padres y los descendientes, con quienes se tiene y se seguirá teniendo una conexión en la se-
cuencia de las generaciones. «¿Cómo puede ser —se pregunta Laslett (1979: 56)— que los
hombres actúen de manera intergeneracional? [...] incluso ayer en la vida política del hom-
bre, a 50 o 100 años en la vida intelectual de nuestra sociedad, existía un principio universal

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 191

una especie de fin del tiempo. En efecto, en todas las sociedades modernas, se
ha desarrollado en los últimos años la sensación de que padres e hijos son pri-
sioneros de un círculo interactivo que bloquea el tiempo pasado y no tiene fu-
turo. El fenómeno se manifiesta en una serie de indicadores.
a) Especialmente, está la ausencia de un diálogo profundo, de un pro-
yecto generacional, entre padres e hijos. Todos se centran en sí mis-
mos. Para los padres esto significa renunciar a la orientación hacia los
hijos. Para los hijos significa la tentación (y más a menudo la necesi-
dad) de autoformarse solos, dentro y fuera de la familia. Emblemática
es la tendencia a experimentar formas de autogestión del tiempo es-
colar por parte de los mismos estudiantes y, en general, de reducir el
rol formativo de los educadores. La ausencia de la generación adulta
es evidente. No se trata sólo de la decadencia de la autoridad de los
adultos, sino de su propia impotencia para gestionar la crisis genera-
cional de que se habla.
b) El diálogo es sustituido por la negociación. Los padres (y los educado-
res) deben negociar mucho más que en el pasado el rol con las nuevas
generaciones, incluso porque éstas son más interactivas: dicho de for-
ma radical, existen sólo en el momento de la comunicación, se cons-
tituyen en la interacción.
b) El sistema de reglas socioculturales que prohibía invertir las genera-
ciones ha desaparecido igual que ha acontecido con la prohibición de
invertir los comportamientos de género (roles sexuales). Por lo que
respecta a la vida en familia, los padres deben entablar una larga con-
versación con los hijos. Pero el objeto de estos discursos son cosas pe-
queñas, ratificaciones más o menos inmediatas que no conducen a
ningún aprendizaje de largo recorrido. Allí donde el hijo es contem-
plado como condición de felicidad de los padres, juega con el sentido
de impotencia que este planteamiento de los padres permite, no ve la
igual importancia de los otros, se convierte en el centro del mundo,
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no hay certeza en las referencias y, una vez alcanzada cierta edad, tra-
ta de colmar el vacío con la evasión.

aceptado de continuidad entre las generaciones, un principio de revelación. La revelación


religiosa ha hecho que durante mucho tiempo este principio se diera por descontado y ha
permitido que un ser humano de una generación sustituyera al ser humano de otra genera-
ción, y en ciertas ocasiones comunicase con él. La teoría política y el análisis social se han
empezado a dar cuenta del vacío dejado en su construcción por el completo abandono del
credo religioso. La metafísica hegeliana no ha podido sustituirlo. Los existencialistas, los fe-
nomenólogos, los lógicos analíticos, los contractualistas del velo de la ignorancia, todos se
encuentran ante un dilema sin solución cuando se preguntan sobre la conversación entre las
generaciones».

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192 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

b) Posteriormente está la fragmentación de las estructuras familiares. El


fenómeno de la multiplicación de los núcleos familiares se presenta
más contradictorio cuanto más numerosas son las generaciones des-
cendientes copresentes. Sabemos que vivir solos no quiere decir estar
aislados. Los hijos jóvenes que viven solos, por ejemplo, tienen redes
de relaciones mucho más densas. No es así, sin embargo, para los an-
cianos, muchos de los cuales viven solos y aislados, aunque tengan hi-
jos, nietos e incluso bisnietos. ¿Cómo es posible que haya más genera-
ciones de los núcleos familiares ligados por la descendencia que no se
hablen, que no se ayuden, que no se vean? El hecho es que la inter-
sección generacional ya no está ligada a los vínculos de sangre, sino
que requiere un nuevo planteamiento cultural, una cultura de las re-
laciones que la biología y la simple tradición cultural no pueden ofre-
cer.
c) Por el contrario, en otros tipos de familia, se revela una creciente
marsupialidad, hasta una especie de neotribalismo. Muchas familias
tienden a cerrarse en sí mismas, en el estrecho círculo de los propios
parientes y amigos íntimos (los límites entre estas referencias suelen
ser muy pocos claros) y tienden a asistir a los hijos a semejanza de los
marsupiales: aunque con mayor edad, preparan para ellos la casa futu-
ra e incluso la vida de pareja, dentro de una red de tipo tribal narcisis-
ta y orgiástico (en el sentido de Michel Maffesoli).
d) En general, se nota una confusión de los sentimientos, roles y líne-
as referenciales en toda la esfera de las relaciones íntimas. En am-
plios estratos sociales, las parejas se forman, se distancian y luego se
recomponen, se prolongan y se estrechan, alargándose posterior-
mente para desembocar en el naufragio, dentro de un círculo de
personas (aunque más bien convendría decir en un entorno de po-
siciones) en el que las connotaciones de edad y de sexo, y las dife-
rencias de roles sexuales y generacionales, no tienen ni tan siquiera
un nombre.
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No extraña, por tanto, que en los jóvenes emerja una desorientación y


una creciente dificultad para activar su familia. Padres e hijos, conjuntamen-
te, giran en un círculo vicioso, el del puro presente. Al principio este modo de
activar y vivir la crisis generacional produce una especie de fiesta colectiva,
un goce del presente en la llamada cultura de lo cotidiano. Los padres juegan
a ser muchachos y posteriormente «colegas» de los hijos. Los hijos están pri-
sioneros en este juego. Pero, a continuación, crecen y comprenden que han
sido traicionados por unos padres que no han hecho de padres. Tienen que
hacerse adultos rápidamente, sin los tiempos apropiados, sin los grados que
conducen a la madurez y piden una prórroga. Pero es en vano. El juego se re-
vela entonces terrible. En los padres provoca frustraciones y sentimiento de

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 193

fracaso. En los hijos crea desilusión, traumas y desconfianza. Este proceso, ini-
ciado en los años setenta se encuentra muy difundido en la actualidad.
No hay motivos para extrañarse si ante esta crisis generacional de la fa-
milia, y su reacción ante ella, una buena parte de los jóvenes está privada de
orientaciones y sensaciones de seguridad, ya sea por lo que respecta a las re-
glas de la vida familiar, ya sea por cuanto alude a la vida social en sentido más
amplio (Donati-Colozzi, 1997).
En los años noventa, los jóvenes perciben los enormes desafíos, objetivos
y de largo alcance, ligados a la baja tasa de natalidad y al rápido envejeci-
miento de la población. Saben que, para ellos, mañana serán problemáticas
muchas cosas de las que gozaban las generaciones precedentes, que las tenían
por descontadas y como un derecho: un mínimo de servicios sanitarios y so-
ciales, una casa, una pensión, etc. Todas estas cosas, que hacen practicable
una familia, se difuminan en el horizonte para un número creciente de jóve-
nes. Pero, más allá de los problemas materiales de bienestar, es la calidad hu-
mana de las relaciones la que se hace problemática. Nos preguntamos: ¿qué
será de un hijo único cuando se encuentre con dos padres ancianos, y quizá
también con dos abuelos, por no hablar de bisabuelos, con graves necesidades
de asistencia? Las cifras demográficas son claras (Golini, 1994; De Sandre,
1977). Dentro de un decenio, para todo niño habrá un número creciente de
ancianos, los cuales esperan de él los recursos necesarios para mantener los
sistemas productivo y de bienestar. Este niño, una vez que se haya hecho adul-
to, deberá soportar un peso excesivo, y será necesaria una masa importante de
inmigrantes (inmigrantes jóvenes que puedan tener hijos) si la sociedad quie-
re sobrevivir. Pero, al margen de esto, ¿qué relaciones generacionales emerge-
rán en las familias autóctonas? Una representación muy interesante la encon-
tramos en la situación de los centros históricos y algunas grandes ciudades (un
buen ejemplo es la ciudad de Bolonia) en la que una parte de la población
está constituida por familias residentes formadas por parejas con una sola ge-
neración (especialmente ancianas), que no tienen descendencia o que no tie-
nen ningún contacto con la descendencia. Las proyecciones estadísticas di-
cen que, en ciertas áreas, dentro de 40-50 años para todo niño con cinco años
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de edad habrá 20-25 ancianos. Por ahora se trata de casos límite. Pero en es-
tos contextos es evidente que las familias plurigeneracionales han desapareci-
do, y con ellas las generaciones en sentido socioantropológico.

3.10. Más allá de los indicadores demográficos, se debe revelar el carác-


ter dramático de los cambios culturales y psicológicos, tal y como se refleja en
los jóvenes.
Los jóvenes de hoy son una spot-generation que no está narrada y no se na-
rra. Se siente valorada sólo como imagen. Domina la figura del muchacho ima-
gen, cuyo prototipo es el muchacho de la discoteca. La figura del RR.PP. (el
muchacho de relaciones públicas que sirve de reclamo en una discoteca) refle-

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194 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

ja muy bien la idea. En realidad, podemos decir que la generación de los jóve-
nes o yernos se presenta hoy como una generación ausente. Incluso como una
no generación. Es una generación que siente no ser generación. Habla de ella
misma como de un conjunto de personas que viven una condición histórica,
privada de generatividad: sienten no estar y no ser verdaderamente generados,
y sienten no conseguir generar nada o casi nada significativo en su vida. El
caso límite es el de aquel muchacho que, cuando sabe que la madre ha aborta-
do en alguna ocasión, se pregunta (refiriéndose al hermano ausente): ¿por qué
me ha tocado a mí y no a él? Es inevitable que se sienta un superviviente. El
modo de sentir y de representarse el mundo por parte de los jóvenes de hoy, es
un hablar de una generación que no es, de una generación que no existe. El
mensaje es lanzado hoy desde una generación que sigue desde la distancia de
pocos años a aquella otra generación de muchachos que, percibiendo una si-
tuación enloquecida, había dejado escrito: «el futuro es un caballo drogado».
¿Qué sentido tiene, qué quiere decir, para una generación de muchachos
que se aproximan a la vida adulta, identificarse como una «no generación»?
Los jóvenes que lo dicen abiertamente, revelan que, como jóvenes, no se
sienten generación en el mismo sentido que lo habían sido, por ejemplo, los
jóvenes del 68. Al no conseguir construirse como un mundo social capaz de
una propia expresión, estos jóvenes se ven sin raíces y sin futuro. No tienen,
ni sienten, vínculos entre sí ni con las otras generaciones. El drama está aquí:
en el hecho de que los vínculos sociales, en concreto entre generaciones, se
destruyen, mientras que los adultos no advierten la necesidad que las nuevas
generaciones tienen de estos vínculos. Cada individuo habla sólo por sí y para
sí. ¿Qué efectos surgen de esta condición?
¿Puede un observador externo decir que las cosas no son así, que estos jó-
venes son una generación? ¿Desde qué fundamentos podríamos afirmarlo?
Que las generaciones más adultas están poniendo a prueba a las más jó-
venes es evidente. Es un juego perverso que tiene lugar no sólo en la familia,
sino también en la escuela, en la universidad, en el mundo del trabajo, en las
diversiones. Es doloroso constatar que generaciones enteras de muchachos es-
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tán creciendo dentro de una dinámica socializadora en la que ha emergido


desde hace algún tiempo, en los lugares destinados a su formación, la petición
de una conciencia personal: en estos lugares, como en el mercado del trabajo,
pensar y actuar en conciencia no es el mensaje que los jóvenes perciben como
el que está en el corazón de los adultos, que en la práctica de la vida cotidiana
prefieren el comercio, las estrategias narcisistas cuando no las amenazas.
Pero, si todo esto es cierto, nos encontramos ante una pregunta inquie-
tante: ¿cómo explicar el apego de los jóvenes a la familia (que señalan todos
los estudios empíricos)? La respuesta, según la cual ese apego se debe al hecho
de que la familia aparece para ellos como una especie de último refugio, exige,
en este momento, una explicación.

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 195

4. LAS FAMILIAS SE FRAGMENTAN Y SE REDEFINEN GENERACIONALMENTE

4.1. Alexis de Tocqueville había previsto la decadencia de la familia en


el anillo de una cadena que unía el pasado con el futuro a través de las gene-
raciones de una misma descendencia familiar:

«... la aristocracia había hecho de todos los ciudadanos una cadena que iba
desde el campesino al Rey; la democracia rompe la cadena [...]. La democracia
no sólo hace olvidar a todo hombre sus vínculos sino que esconde los descen-
dientes y los separa de los contemporáneos; los reduce hacia sí y amenaza con
recluirlos en la soledad de su propio corazón [...]. En la familia aristocrática,
como en la sociedad aristocrática, todos los puestos están asignados. No sólo el
padre ocupa un rango y goza de privilegios, sino que los hijos no son iguales en-
tre sí: la edad y el sexo fijan irrevocablemente a cada uno su rango y les asegu-
ran determinadas prerrogativas. La democracia rompe todas estas barreras»
(Tocqueville, 1968: 689-690).

Según este autor es la abolición del rol de autoridad del padre (órgano de
la tradición, intérprete de las costumbres) el que rompe «el vínculo natural y
necesario entre el pasado y el presente», es decir, hace decaer «el anillo en
que estas dos cadenas ubicaban al padre y se entrelazaban». Tocqueville pien-
sa que, con este cambio, se verifica una pérdida de socialidad, pero al mismo
tiempo se produce un aumento de humanidad, en el sentido de que, progresi-
vamente, las costumbres y las leyes se hacen más democráticas, las relaciones
entre padres e hijos se convierten en más íntimas y dulces («se encuentran
con menos reglas y autoridad, mientras que se acrecienta la confidencia y el
afecto y parece que el vínculo natural se refuerza, mientras se aleja el vínculo
social [...] el jefe y el juez desaparecen, pero permanece el padre»). Él cree sin-
tetizar buena parte de todo su análisis en una frase:

«La democracia aligera las ataduras sociales pero refuerza los vínculos na-
turales. Aproxima a los parientes, al tiempo que separa a los ciudadanos».
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El análisis de este gran autor es en buena medida aún actual. En algunos


aspectos, Tocqueville ha sido un profeta. Pero en otros, sin embargo, podemos
decir que nos encontramos ante una situación bien diferente a la que él había
descrito con referencia a la sociedad norteamericana de la primera mitad del
siglo XIX, preconizándola como tendencia emblemática del proceso de moder-
nización occidental.
En la familia contemporánea, por así decir, típica de las democracias oc-
cidentales, estamos muy lejos de haber democratizado las relaciones familiares
hasta el punto de producir «una proximidad íntima y dulce» entre las genera-
ciones, y en concreto entre los padres y los hijos. El padre está —cada vez con
mayor frecuencia— lejano y ausente. Es cierto que muchos padres están más

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196 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

próximos a sus hijos en las actividades de juego y de tiempo libre. Pero su rol
educativo es momentáneo, dura el tiempo de la interacción y no va más allá.
La idea de un padre que educa a los hijos en la vida es rara. Al contrario, a
menudo el padre es una persona carente de afecto que busca el afecto de los
hijos. Las madres tienen dificultades para gestionar el sistema complejo de
una familia que se apoya principalmente sobre sus espaldas y que asume con-
notaciones fuertemente matrilineales en las relaciones entre generaciones.
Tocqueville estaba fascinado por la familia democrática en la que los her-
manos no tienen ya relaciones frías, jerárquicas y distanciadas entre sí, sino
que pueden vivir una vida dulce y juvenil en la intimidad, una fraternidad que
los aproxima cotidianamente al eliminar obstáculos. ¿Pero de qué fraternidad
se puede hablar cuando la familia no tiene más que un hijo por pareja?
El individualismo entendido no como egoísmo que se expresa en un
amor apasionado y exagerado para sí mismo, sino como sentimiento reflexivo
y tranquilo que dispone a todo ciudadano a aislarse de la masa de sus iguales y
a crearse una pequeña sociedad para su uso propio, no ha democratizado la fa-
milia. Ciertamente ha creado instancias para una mayor personalización, pero
también ha hecho muy problemáticas todas las relaciones internas, no sólo
los vínculos sociales (las normas propias del proceso cultural de civilización),
sino también aquellos vínculos naturales (de procreación biológica y de afec-
to) entre las generaciones que Tocqueville admiraba en la familia democráti-
ca americana.
El hecho es que la familia ha caminado hacia otra configuración natural,
de polaridad privada estable, con un ethos fuerte, no confundible respecto al
polo público sobre el que la modernidad ha permanecido hasta hace relativa-
mente poco tiempo. La familia ha sido posteriormente privatizada, y con ello
ha introducido en el juego aquellos caracteres de estabilidad, humanidad y so-
lidaridad en las relaciones intergeneracionales, consideradas por Tocqueville
como características de los regímenes democráticos.
Es muy significativo constatar que este proceso ha tenido lugar a través
de un uso particular del concepto de generación, concebida como entidad pú-
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blica colectiva, olvidando su connotación interpersonal y familiar.


En el contexto anglosajón, el uso asistencial del concepto de generación
y de sus prácticas ha legitimado la privatización de la familia. En la Europa
mediterránea el mismo efecto se ha obtenido por vía del uso ideal del concep-
to histórico de generación y de una práctica de bienestar que alude al concep-
to de generación como pura categoría social afectiva. Sin embargo, mientras
que los Estados Unidos, hoy, el mito americano de las generaciones aún pue-
de coexistir con el declinar de la familia, en la Europa mediterránea asistimos
a la difusión de la familia-aparcamiento o familia-refugio, que caminan para-
lelamente con el fin de las generaciones (especialmente juveniles) en cuanto
sujetos de la vida pública.

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 197

De una forma u otra, en los contextos occidentales, cierta concepción y


dinámica de las generaciones ha contribuido a definir los estilos de vida fami-
liar e intergeneracional como estilos más privados, diferenciados e individua-
lizados.
El haber olvidado las raíces familiares de las generaciones (como aún las
entendía Tocqueville) ha caminado paralelamente con la crisis de la familia
(en cuanto esfera privada separada autoconsistente) y con la crisis de la inter-
sección generacional.
Es necesario repensar el sentido de lo que constituye una generación, in-
cluso en una sociedad democrática, como realidad que debe mediar entre su
esfera pública y su esfera privada manteniéndolas en relativo equilibrio.
4.2. Después de los procesos de fragmentación de la familia, y ante la
emergencia de un neotribalismo juvenil, ¿hacia qué relaciones generacionales
dentro y fuera de la familia estamos caminando? Emerge la familia postnu-
clear, aquella que se encuentra en una intersección compleja, a veces defici-
taria, a veces patológica y a veces recombinada de diversas formas.
Para comprender el escenario es preciso introducir dos conceptos: el de
red y el de inclusión/exclusión ante los riesgos.
Podemos comprender la familia postnuclear como una estructura reticu-
lar hecha de nuevas redes generacionales, con la novedad de las ambivalen-
cias, de los conflictos y de las solidaridades que esta reticularidad es portado-
ra. La familia permanece como una red de individuos relacionados entre sí
por lazos de parentesco, que incluye dos o más generaciones (Attias-Donfut,
1995). Pero la familia cambia no sólo por un proceso de individualización del
individuo, como muchos señalan, sino también por el creciente carácter ge-
neracional de las generaciones 5. Cuántas y qué generaciones se incluyan/ex-
cluyan depende de los riesgos que comportan (entendiendo por riesgo las re-
laciones entre los desafíos que implican y los recursos que se tienen para
afrontarlos).
En las sociedades tradicionales toda persona tiene una posición con sen-
tido único en la familia, y sus relaciones son definidas de forma unívoca (Du-
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mont, 1997). Hoy las posiciones se hacen más recíprocas (requieren mayor

5. Con esta expresión entiendo que las generaciones crecen en importancia como cons-
titutivo social de la familia, a pesar de la aparente decadencia de las generaciones como suje-
tos históricos (decadencia que no excluye la importancia del grupo de iguales, sino que refuer-
za el carácter neotribal). Ciertamente, no estando ya dadas por un orden social tradicional,
que las presuponga o las configure por encima de los individuos, las generaciones deben ser
construidas y reconstruidas diariamente por los individuos. Pero la necesidad de ser una gene-
ración se hace más difícil, y sólo puede ser satisfecha si los individuos consiguen construir una
trama de sociabilidad que atienda a su ubicación de edad en el conjunto de relaciones socia-
les, teniendo en cuenta su contexto familiar de origen y de elección.

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198 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

reciprocidad), y las relaciones se cargan de mayores exigencias de simetría. La


misma transmisión cultural no se da ya en un sentido único descendente, de
padres a hijos, sino según una doble dirección, es decir, también en sentido
ascendente, de hijos a padres.
La sociedad actual comporta una dinámica familiar que reduce los esla-
bones significativos de la cadena generacional a los contiguos, pero éstos se
hacen con ello también más relevantes.
La familia actual no es ya el eslabón de una cadena como lo había sido
en el pasado, en concreto en las clases sociales más elevadas, aristocráticas
primeramente, y burguesas después. No se ha dicho, sin embargo, que el desli-
zamiento de la intersección generacional deba necesariamente conducir a una
sociedad de moléculas y átomos que fluctúan en el vacío. Ciertamente, no se
pueden esconder los peligros: en la actualidad, al decaer las generaciones
como sujetos históricos, se refuerza el carácter tribal del grupo de iguales que,
especialmente en los jóvenes, implica ciertas connotaciones agresivas, violen-
tas e incluso criminales.
¿Es posible pensar que la familia puede convertirse en el sujeto social y
cultural de una nueva sociedad civil articulada por generaciones? Si fuese así,
deberíamos ver otras intersecciones. De hecho, actualmente en los intercam-
bios y en las responsabilidades entre padres e hijos aumentan, antes que dis-
minuyen, todos aquellos aspectos referentes a las relaciones entre las otras ge-
neraciones, por ejemplo, entre los hijos adultos y los abuelos ancianos. Es un
mito que estas relaciones fueran más densas y más cargadas de responsabilida-
des en el pasado: en la actualidad aumentan, aunque quizá no de una forma
explícita o abiertamente legitimada, y ciertamente no es igual en los diversos
estamentos sociales.
Se debería decir que para salir del planteamiento existente sobre las fami-
lias tenemos necesidad de reflejar de un modo nuevo la propia estructura gene-
racional, ya sea como propensión a la descendencia, ya sea como copresencia
entre generados en roles diversos, en diferentes edades de la vida. La familia
tiene la necesidad de repensarse como lugar de la generatividad, es decir, como
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sujeto de las generaciones. La construcción general del futuro a través de la in-


tersección generacional vuelve a convertirse en un tema dominante.

5. RELEER LAS GENERACIONES, PENSAR LA FAMILIA


Y LA SOCIEDAD POR GENERACIONES

5.1. En la sociedad tardo-moderna emerge la necesidad de repensar las


generaciones, aún más, de pensar por generaciones. Se hace necesario pensar
la generacionalidad como un fenómeno que caracteriza, por una parte, a la so-
ciedad y, por otra, a la familia, de formas diversas, pero ligadas entre sí.

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 199

En los años cincuenta el conflicto generacional fue descrito como des-


encuentro entre padres anticuados y jóvenes inquietos. El discurso interge-
neracional aludía prevalentemente al conflicto estructural entre los grupos
de edad, conflicto que desde lo privado o familiar se proyectaba sobre la so-
ciedad (Eisenstadt, 1971). Desde los años sesenta, el malestar generacional
siempre ha aludido a la esfera pública. Se ha hablado de la generación de los
jóvenes como clase social y como movimiento social (Alberoni, 1972). Y
causaba la impresión de que la familia no pintaba nada; que la familia era
aquel lugar represivo y reaccionario donde se estaban formando las genera-
ciones juveniles. En los años setenta esta visión ha recibido un impulso des-
de una concepción de las generaciones que podemos definir como comunica-
tiva (en referencia a N. Luhmann): la generación se ha convertido en un
modo de comunicar, en un lenguaje, en un estilo de vida (a menudo por ana-
logía con las modas musicales o de vestir). En los años ochenta, está claro
que estos modos de entender las generaciones han llevado a un concepto
particular y equívoco de generación.
A través de estas tres fases (generación como contraposición estructural
entre jóvenes y adultos, que se proyecta desde la familia hacia la sociedad; ge-
neración como clase o como movimiento social; generación como estilo co-
municativo) se ha afirmado una pérdida progresiva de especificidad en el con-
cepto de generación, que ha ido acompañada del eclipse del sentido de
generatividad que el concepto incluye y comporta.
En realidad, la sociología considera que el concepto de generación ac-
tualmente utilizado es obsoleto. Nacido en el siglo XIX, en el contexto actual
tiene otro sentido y otro significado. Bastaría para convencernos de su carác-
ter obsoleto el hecho de que las generaciones más jóvenes no son ya de por sí
innovadoras y progresistas, como se pensaba en el siglo XIX. Ha llegado el mo-
mento de repensar el sentido de lo que hace una generación. Para ello, hay
que mostrar que las actuales concepciones de aquello que hace una genera-
ción son inadecuadas, y posteriormente desarrollar una perspectiva alternati-
va al respecto.
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5.2. Para simplificar, en los estudios modernos y contemporáneos sobre


las generaciones se pueden encontrar dos grandes líneas interpretativas: la de
la generación como grupo de edad y la de la generación como descendencia
de parentesco-familiar.
a) Por lo que respecta a la generación como grupo de edad, el siglo XIX
tenía necesidad de un instrumento conceptual e ideológico para dar cuenta
del gran cambio social que había tenido lugar con las revoluciones modernas,
como la industrial, las sociales y políticas, y que con este objetivo ha elabora-
do su versión de las generaciones. La idea moderna de generación es la de un
colectivo que hace la historia.

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200 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

W. Dilthey (1947) elabora una definición historicista emblemática de


generación, que ha sido retomada por muchos autores como constituida por
un conjunto de individuos que han vivido en el mismo momento una expe-
riencia histórica determinante e irrepetible, extrayendo de ella la propia
orientación moral y el sentido de compartir un destino común. Dilthey res-
tringe fuertemente la definición de generación limitándola a la composición
de aquellos que sufren, especialmente en los años de mayor receptividad, las
mismas influencias directrices. En este sentido se habla hoy de una genera-
ción de la resistencia, de una generación del Vietnam, de una generación del
68, de una generación de la caída del muro de Berlín. Es evidente que si acep-
tamos este significado, todo individuo pertenece a una sola generación para
toda la vida, sea joven o anciano, porque la generación está caracterizada por
ciertos acontecimientos históricos experimentados en un determinado mo-
mento; por otra parte, el número de las generaciones es indeterminado (Galli-
no, 1993). Se observa que, en este planteamiento, la estructura demográfica
es irrelevante, así como todo el discurso sobre la familia, para la constitución
de una generación. Esta perspectiva limita fuertemente el significado socioló-
gico.
También Ortega y Gasset (1923) se mueve en la misma línea, equiparan-
do la generación al conjunto de coetáneos que tienen fuertes experiencias co-
munes: para él, la generación es una comunidad de edad, en un mismo con-
texto sociogeográfico, que comporta una comunidad de destino.
K. Mannheim (1928) retoma el sentido del concepto de generación en
los mismos términos, aproximándose en algunos aspectos al concepto marxis-
ta de clase social. Su planteamiento sobre la noción de generación presenta
niveles sucesivos. Define cuatro conjuntos que se incluyen sucesivamente: de
la generación potencial a la construcción de un movimiento que representa
su actualización en generación efectiva, que produce la unidad de generación
en la que existen grupos concretos. El tránsito de unos a otros está condicio-
nado por procesos de cambio social y por específicas interacciones sociales.
Mannheim observa que, en general, la generación no es un grupo con-
creto cuyos miembros estén unidos por vínculoes recíprocos como la familia,
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la tribu, las asociaciones, etc. La pertenencia a una generación potencial se


funda en el ritmo biológico de la existencia, con su duración limitada y sus
procesos de envejecimiento. Pero el carácter biológico no dice nada sobre los
fenómenos sociológicos: para un individuo, el haber nacido en una determi-
nada fecha no implica de por sí ninguna pertenencia colectiva, sino sólo de
orden demográfico. Lo que el año de nacimiento asigna al individuo es una
ubicación en el proceso histórico. Mannheim establece aquí una analogía con
el concepto marxista de clase social precisando que son realidades diversas,
pero que tienen cierta semejanza estructural. Lo que hace similares los dos
conceptos (el de generación y el de clase social) es el concepto de ubicación
social, que condiciona el acceso a los productos culturales de la sociedad se-

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 201

gún ciertas limitaciones y según formas específicas de apropiación («la unidad


de las generaciones está constituida esencialmente por una ubicación de los
individuos dentro de un sistema social»). Como el proletario tiene un acceso
parcial a la herencia parcial de la sociedad, y según modalidades que le son
propias, así la posición en el proceso histórico —a lo largo de las generacio-
nes— predispone a los individuos a experiencias y modos de pensar concre-
tos. Se trata de potencialidades que pueden ser o no actualizadas (del mismo
modo que la posición de clase puede o no generar una conciencia de clase).
Se puede hablar de generación efectiva sólo y en la medida en que se crea un
vínculo entre los miembros de una generación, y tal vínculación resulta, se-
gún este autor, de una exposición común a los síntomas sociales e intelectua-
les del proceso dinámico de cambio, lo que significa que el acontecer de los
cambios es necesario para que se establezcan vínculos creadores de una gene-
ración efectiva.
En toda generación efectiva existe cierto número de unidades diferencia-
das, antagónicas entre sí: la unidad de generación. Los miembros de esta uni-
dad están conectados por planteamientos fundamentales que los integran y
por principios formadores que son fuerzas de socialización en aquella socie-
dad. Forman una especie de comunidad espiritual aun estando dispersados en
el espacio. Presentan afinidades preferentes según la manera en que se han
formado las experiencias comunes. Mannheim ofrece ejemplos de la Alema-
nia del XIX en los que, en el interior de una misma generación, los jóvenes ro-
mánticos conservadores y otros liberales nacionalistas representaban dos for-
mas opuestas de reacción a las mismas condiciones históricas, formando, por
tanto, dos unidades de generaciones distintas.
Según este autor, los grupos concretos, en los que ejercían influencias di-
rectas y recíprocas las minorías activas, producían los planteamientos cohesi-
vos de las verdaderas y propias ideologías que después se distancian para con-
vertirse en fuerzas de una unidad social más amplia (es evidente que este
autor piensa en los círculos culturales del XIX, en los pequeños grupos solida-
rios intelectuales de los que nacerán posteriormente movimientos sociales,
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culturales y políticos más amplios, por ejemplo, las jóvenes generaciones de


hippies en los Estados Unidos de los años sesenta).
El proceso de cambio, y ésta es la línea central de este autor, resulta de la
emergencia continua de nuevos grupos de edad, de su nuevo contacto con la
herencia cultural acumulada. A su vez, las ideas, los valores, los comportamien-
tos cambian, a través de la cadena sucesiva de las generaciones entendidas de
esta forma, con la llegada de nuevos participantes y la salida de los ancianos.
Toda generación en cuanto que participa sólo de una secuencia limita-
da del proceso histórico, presenta una estratificación de experiencia: las pri-
meras impresiones recibidas cuando se es joven tienden a cristalizar en una
visión del mundo que orientará los significados de las experiencias posterio-

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202 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

res. Mannheim atribuye una enorme importancia a la fase de la juventud para


la formación de las ideas y de los modos de pensar. Minimiza la fuerza de las
influencias posteriores, recibidas durante el resto de la vida, que a su vez pue-
den actuar sobre las primeras impresiones.
Aunque el planteamiento de este autor es muy subjetivo, y, de hecho, ha
sido muy utilizado a partir de los años sesenta, merece la pena subrayar la pre-
sencia de ambigüedades que expliquen que, cuando se aplica al contexto ac-
tual, resulte muy problemático.
El planteamiento de Mannheim se basa en la premisa biológica de que
las generaciones existen sí y en cuanto la sociedad ubica a los individuos en
posiciones sociales concretas según la edad. Se convierte en obsoleto cuando
la edad no es ya un criterio unívoco o seguro del orden social, o es menos im-
portante en la ubicación social de los individuos. Este carácter obsoleto es si-
milar al carácter obsoleto del concepto marxista de clase social. Para Marx
existe una estructura económica que determina la estructura de las clases so-
ciales. Para Mannheim existe una estructura del orden social que ubica social-
mente a las personas según la edad. Es esta analogía la que decae.
Gill Jones (1991), a partir de una investigación empírica que periódica-
mente estudia las cohortes longitudinales de los jóvenes escoceses, ha obser-
vado que el uso del concepto de generación en el sentido de Mannheim co-
mete el error de asimilar el sentido del tiempo de los individuos al de sus
familias, e incluso al de las instituciones sociales, allí donde estas realidades
funcionan con registros y escalas de tiempo diversas. Advierte que un concep-
to sociológico de generación, para ser verdaderamente longitudinal, no puede
aludir a los individuos (o agregados de individuos) como tales, sino que debe
tener en cuenta su contexto familiar, es decir, debe considerar el tiempo indi-
vidual en relación al marco temporal de los otros miembros de la familia, para
así captar los efectos de las variables familiares sobre el tiempo individual. Jo-
nes termina su trabajo dejando abierto, sin respuesta, el interrogante de cómo
se puede captar una generación a través de su propia dimensión temporal.
Esto confirma que sólo una sociología relacional puede dar respuesta a esta
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pregunta, a través de la observación de que las generaciones implican relacio-


nes sociales, aún más, son relaciones sociales, y es necesario comprenderlas a
través del tiempo de las relaciones (las relaciones generacionales, como todas
las relaciones sociales, tienen su tiempo, y sus registros del tiempo) 6.

6. Véase Scabini-Donati (1994). Respecto a las investigaciones pioneras sobre el tiempo


de los jóvenes (Cavalli, 1985), hoy debemos preguntarnos sobre el tiempo no de toda generación
singular (de los jóvenes, de los adultos, de los ancianos), sino sobre el tiempo como su relación;
en efecto, solamente desde esta luz se pueden comprender las limitaciones del horizonte tempo-
ral, la pérdida de la noción de proyecto y la ausencia de criterios de organización del tiempo co-
tidiano en los jóvenes, con sus nuevas formas de entender la familia (Donati-Colozzi, 1977).

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 203

El hecho es que el concepto de generación actualmente usado tiene un


carácter más histórico que sociológico. Sirve para aludir a grupos sociales que,
por la proximidad de edad, comparten una misma experiencia histórica signi-
ficativa desde cualquier punto de vista. Este planteamiento revela límites in-
superables para quien quiera tener una comprensión sociológica de los fenó-
menos contemporáneos.
b) Por lo que respecta a la generación como descendencia, parentela-fa-
miliar, a partir de los años ochenta se inicia una profunda revisión del con-
cepto de generación (concretamente del planteamiento de Mannheim)
(Kertzer 1983). No es posible aquí entrar en detalles sobre el argumento. La
sustancia del cambio está en el hecho de que el concepto de generación es re-
conducido al de descendencia familiar-parentesco.
P. Aries (1989) ha elaborado una importante puntualización. En primer
lugar, dice que no podemos hablar de generaciones en sentido propio en las so-
ciedades primitivas y tradicionales (en ellas habría que hablar de grupos de
edad). En segundo lugar, Aries observa que desde el punto de vista histórico,
con la generación nacida en 1940-1950, la transmisión cultural, en concreto la
activada a través de la familia y la escuela, no tiene ya lugar puesto que el me-
canismo de la transición generacional había sido ya contestado por la genera-
ción precedente nacida entre 1910 y 1920. Ésta se había encontrado al mismo
tiempo sometida a la herencia de la tradición y opuesta contra ella. En tercer
lugar, el autor tiene presente que el concepto de generación está ligado a la im-
portancia de la familia nuclear moderna en la socialización de los hijos. Obser-
va que hasta el siglo XVIII el niño era socializado en la comunidad de hábitat y
en el lenguaje, es decir, en un mundo estático, poco sensible a las influencias
externas, en que la transmisión cultural es a largo plazo y de larga duración:
aquí la generación no es una medida del cambio. En los siglos XIX y XX el grupo
social que más influye en el desarrollo del niño es la familia nuclear y poco nu-
merosa, y por esta razón el ritmo del cambio coincide con el de la familia y el
de su reproducción. Aries concluye afirmando que la parte mutada por las ge-
neraciones en la transmisión y en el cambio está ligada al lugar ocupado en la
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familia en la sociedad: cuanto es más relevante, tanto más importante es la


función de las generaciones; cuanto más insignificante es, como en las socieda-
des tradicionales, menos importante es el rol de las generaciones.
Contra la idea, difundida por muchos estudiosos, según la cual la genera-
ción, como curso de vida de un agregado de individuos afines, es una catego-
ría en cierto sentido sustitutiva de la familia en los efectos de la socialización
y de la innovación cultural, las consideraciones de Aries permiten sostener: a)
que no existe generación en sentido moderno sin familia nuclear; y b) que la
importancia de una crece o decae con la importancia de la otra.
Si desarrollamos esta línea interpretativa, llegamos a la observación de
que las generaciones en sentido moderno no pueden ser definidas prescin-

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204 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

diendo de la familia, al contrario, encuentran en las relaciones familiares (de


filiación y parentesco) su criterio distintivo respecto al concepto más extensi-
vo de generación como grupo de edad, tanto en sentido demográfico (cohor-
te) como histórico (el cual puede incluir padres e hijos conjuntamente, como
actores de acontecimientos históricos en común).
Hace algunos años, C. Attias-Donfut propuso cuatro definiciones de ge-
neración: genealógica, histórica, demográfica, sociológica 7. Observa que per-
sisten una confusión en el uso del término que mezcla el sentido de cohorte
con el de filiación. Siguiendo otros autores (N. Ryder y D. Kertzer), esta auto-
ra lanza la solución de limitar el uso del término «generación» a su sentido de
filiación y de utilizar el término cohorte para designar un conjunto de perso-
nas de la misma edad.
En una reciente contribución, Bengtson y Achenbaum (1993) llegan a
la conclusión de que deberíamos usar los términos de «cohorte» y «grupo de
edad» para referirnos a aquellos individuos que han nacido en el mismo perio-
do temporal y que experimentan acontecimientos ambientales o históricos es-
pecíficos en un momento común en su curso de vida individual. El término
«generación» se reserva para identificar el orden de descendencia según el
rango de los individuos dentro de las familias.
Sin embargo, tampoco esta línea interpretativa es del todo satisfactoria.
Limita excesivamente el concepto de generación al interior de la descenden-
cia familiar, por tanto, al interior del sistema de parentesco, con sus usos y
costumbres subculturales. En una sociedad que interviene cada vez más en
los vínculos intergeneracionales, toda generación está progresivamente in-
fluida por cuanto sucede en la esfera pública, en concreto por el mercado,
además de por el Estado de bienestar, en la definición de lo que es propio de
cada edad. Es necesario revisar el concepto de generación a la luz de estas in-
terferencias.

5.3. En sustancia, hasta aquí se deduce que el concepto de generación


en sentido propio no puede ser confundido con el de cohorte, grupo de edad y
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unidad generacional (en el sentido específico de Mannheim). Estos términos


son diversos en cuanto que, aludiendo a los mismos individuos los ven desde

7. Las definiciones de generación son: a) genealógica: una relación de filiación y un


conjunto de personas clasificadas según esta relación; b) un periodo histórico correspondiente
a la duración de la renovación de los hombres en la vida pública y medida por el espacio de
tiempo que separa la edad del padre de la del hijo; c) demográfica: un conjunto de personas
que tienen la misma edad, es decir, una cohorte demográfica; d) sociológica, un conjunto de
personas que tienen la misma edad y cuyo principal criterio de identificación son las experien-
cias históricas comunes de las que deriva una misma visión del mundo (según el uso heredado
de Mannheim) (Attias-Donfut, 1991).

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 205

puntos de vista diferentes (Fig. 6). Si queremos captar sus conexiones y distin-
ciones, así como acceder a un concepto sociológicamente más adecuado de
generación, debemos dar un paso hacia delante.

F IGURA 6
Significados del término generación
Término Término Operacionalización
común más exacto del concepto
1. Generación Cohorte (generación en el Conjunto de nacidos en un
sentido demográfico) mismo año o en un intervalo
de algunos años.
2. Generación Grupo de edad (generación en Una cohorte de N años vista
sentido histórico) como grupo social
3. Generación Unidad generacional Un subgrupo de edad que
(Mannheim) produce y guía movimientos
sociales y culturales.
4. Generación Generación (generación en El conjunto de aquellos que com-
sentido sociológico) parten una posición respecto a
las relaciones de descendencia
(o ascendencia), es decir, según
sucesión biológica y cultural, re-
laciones que están socialmente
mediadas (por la sociedad).

El concepto de generación usado como lenguaje común contiene una


ambigüedad que ha ido creciendo en los últimos años. Una generación es en-
tendida como descendencia (en sentido antropológico), como genealogía,
como grupo de edad (en sentido histórico), como conjunto de aquellos que,
teniendo la misma edad biológica, comparten una misma experiencia de acon-
tecimientos históricos. La mayor parte de las investigaciones y de la literatura
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más reciente ha privilegiado el segundo polo (se habla de jóvenes, de adultos,


de ancianos o de subgrupos de ellos) trasladando de manera indirecta al pri-
mer polo (el familiar).
Dicho brevemente, se ha producido una literatura histórica y narrativa
sobre las generaciones que ha «cortocircuitado» a la familia. Se comprenden
bien las razones si consideramos el cambiante marco demográfico, caracteriza-
do por una baja fecundidad (pocos o ningún hermano, pocos o ningún pri-
mo). El resultado, sin embargo, ha sido el no ver más a las generaciones en
sentido sociológico-antropológico. En su lugar se han introducido generacio-
nes concebidas como colectividades de individuos que experimentan uno o
más acontecimientos significativos.

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206 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

En los últimos años los medios de comunicación han hablado de los mu-
chachos del 89, de los muchachos del 92, y aún hoy intentan buscar cualquier
señal simbólica de su existencia, año tras año. Han creído y creen identificar-
los en el hecho de que organizan alguna manifestación de protesta, o porque
adoptan un nuevo tipo de consumo, o nuevos juegos, o porque recurren a
cualquier forma nueva de desviación o de violencia. En realidad, quien obser-
va las generaciones de esta forma permanece en el marco de la modernidad.
La generación, más que reconocida, es construida por los medios de comuni-
cación a través de la producción de un imaginario colectivo. Quien adopta
este punto de vista no es consciente de que, entendidas como sujetos históri-
cos, las generaciones han desaparecido. ¿Qué hacemos entonces con este con-
cepto?

5.4. La propuesta que expongo a continuación es pasar a una tercera y


diferente línea interpretativa, que consiste en releer las generaciones, pensar
por generaciones, en sentido relacional. ¿Qué quiere decir esto?
Generación en sentido sociológico (relacional) es la descendencia-as-
cendencia familiar mediada por relaciones sociales estables externas a la fami-
lia. Desde la perspectiva relacional, generación se convierte en el conjunto de
las personas que comparten una relación, aquella que une su ubicación en la
descendencia propia de la esfera familiar-parentesco (es decir, hijo, padre,
abuelo, etc.) con la posición definida en la esfera societaria a partir de la edad
social (es decir, según los grupos de edad: jóvenes, adultos, ancianos, etc.). Se
debe hablar de hijos jóvenes, de hijos adultos, de hijos ancianos. Se debe ha-
blar de padres jóvenes, de padres adultos, de padres ancianos. Se debe hablar
de abuelos jóvenes, de abuelos adultos, de abuelos ancianos. Éstas son las nue-
vas generaciones, que se esconden detrás de la complicada intersección de la
que venimos hablando.
La intersección entre las generaciones se hace problemática ya que el es-
tatus familiar ligado a la descendencia fluctúa, y de esta forma también fluc-
túa el estatus social ligado a la edad en la sociedad (Fig. 7).
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F IGURA 7
La generación como relación entre estatus familiar y estatus societario
Generación

Estatus rol familiar ligado Estatus rol social


a la descendencia / en sentido sociológico atribuido a la edad en la
procreación (fluctúa) (la intersección entre las sociedad (fluctúa)
generaciones se hace
problemática)

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 207

Una generación de jóvenes no es una generación si no se la considera


por los padres que tiene. De igual forma, una generación de hijos no es una
generación si no se la considera con relación a cómo la sociedad define y tra-
ta la condición de los jóvenes, en cuanto fase específica del curso de la vida
con que son atribuidos determinados modelos socioculturales de conducta.
Las dos cosas deben estar correlacionadas, ya que el hacerse de una genera-
ción depende de la interacción entre el estatus rol que se asigna en familia a
partir de las relaciones procreadoras y el estatus rol que viene atribuido por la
sociedad según la edad.
Las generaciones se definen contemplándose la una a la otra en la socie-
dad, pero hacen esto atravesando la familia y sus relaciones con el exterior. El
sentido de la familia es aquello que alimenta la trama del tejido relacional en-
tre las generaciones (Di Nicola, 1997). Dicho brevemente, una generación
tiene un sentimiento débil o fuerte de la propia identidad según sea fuerte o
débil la propia identidad familiar. Pero ello debe tener lugar a través de una
potente mediación de la sociedad externa, económica, política y cultural. Las
intersecciones familiares llevan a las generaciones a ser más o menos signifi-
cativas, incluso a desaparecer, pero esto siempre se produce con relación a
cómo la sociedad estratifica las posiciones sociales según la edad.
Por ejemplo, no podemos hablar, refiriéndonos a la sociedad actual, de
una generación de padres, porque el estatus rol de padre es actualmente muy
variable, tanto en la familia como en la sociedad. ¿Qué sentido tiene hablar
de una generación de padres cuando se puede serlo desde los 20 años hasta los
70? Evidentemente ya no tiene sentido. Para ser más concretos a la hora de
identificar una generación tenemos necesidad de más criterios: el criterio de
la edad biológica debe ser conjugado con el de la edad social, y ello aludiendo
tanto a la posición en la familia, como a la que se ocupa en la sociedad.
Un padre de 20 años no es como uno de 60 años, aunque ambos sean pa-
dres, ya que su ubicación en los grupos de edad en la sociedad es totalmente
diferente. La generación es la relación, el nexo, entre líneas de descendencia
familiar y edad social. Eliminar alguna de estas connotaciones modifica el
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sentido de la generación bien como unidad histórica (si sólo es definida por la
edad), bien como grupo de descendencia (si es definida por la sola relación de
filiación en el caso de que decaiga el criterio de la edad). Para tener una gene-
ración en sentido sociológico es necesario combinar edad histórica (que in-
cluye la biológica, por ejemplo 20 años, pero contextualizada con respecto a
la fecha de nacimiento, por ejemplo si se ha nacido en 1950 o en 1975) y la
relación de descendencia. No basta la una o la otra. Es aquí donde reside el
sentido sociológico de cada generación.

5.5. Es necesario hacer aquí una consideración, consideración que podrá


resultar extraña, pero muy instructiva. El concepto de generación tiene, des-

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208 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

de su origen, un carácter de híbrido: una generación nace dentro y fuera de la


familia, tiene dos padres que son de diferente especie. Lo que constituye una
generación, y a partir de cómo es identificada, tiene vínculos y distinciones
que se ubican en dos lugares generativos diferentes: la familia y la sociedad
externa. Este carácter de híbrido, día a día se destruye. En lugar de dar vida a
una formación genética, estable y reproductiva, permanece en tensión sin ca-
pacidad reproductiva. Si uno de los dos polos fuese eliminado, una generación
sería definida por uno de los dos lugares o lados al que pertenece. Pero este
hecho nos trasladaría o a la sociedad premoderna (en la que la generación es
sólo familiar, ya que la sociedad coincide en buena medida con la tribu o el
clan) o a la sociedad moderna típica del pasado (en la que la generación es un
hecho público en cuanto que coincide con un grupo de edad visto como cate-
goría, clase social o movimiento social).
La observación instructiva que puede hacerse es que el proceso de hibri-
dación camina paralelamente con el carácter reticular emergente de las gene-
raciones más recientes. Quizá esta naturaleza de híbrido más reticular explica
cómo y por qué las generaciones se han hecho más difusas y muestren tam-
bién, como los híbridos en general, su nula capacidad para reproducirse.
Para que una generación no sea un híbrido, sino un tejido de relaciones
significativas que da consistencia a una experiencia histórica significativa, es
necesario que la trama de sus relaciones tenga un orden simbólico específico.
En general, las generaciones pueden ser definidas en horizontal o en ver-
tical, según códigos simbólicos públicos o privados, referidos a ciclos de vida
individuales o familiares. Se puede ver cómo el debate actual está aún polari-
zado en la elección de una de estas alternativas. Generalmente, se decanta
por una generación como grupo horizontal, según códigos simbólicos públi-
cos, en referencia a ciclos de vida individuales. Éste es el concepto típicamen-
te moderno de generación. Desde la perspectiva sociológica relacional, sin
embargo, es necesario mantener unidas las diversas alternativas y observar
que las generaciones son una combinación relacional, si se quiere una mezcla
de todas estas dimensiones o expectativas, no su contraposición o recíproca
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exclusión. También pueden excluirse, pero sólo desde puntos de vista particu-
lares y normalmente en determinadas condiciones. En general, estas dimen-
siones están en relación entre sí.
Según la perspectiva relacional, las generaciones se convierten en una
matriz de relaciones latentes, más que en una matriz preestructurada, en cuan-
to que se forman —allí donde se forman— a partir de una intersección —hoy
más contingente— entre relaciones familiares-parentales sobre las que inciden
eventos y fuerzas, tanto internas como externas al sistema familiar-parental,
que están en relación entre sí.
La intersección generacional se convierte en fértil y vital sólo si mantie-
ne conexiones significativas entre el tiempo de la familia (con su contexto ) y

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 209

el tiempo de la sociedad (con sus diversos ámbitos). De otra forma la realidad


familiar y generacional histórica (entendida como grupo de edad) van en su
contra, la trama se hace menos gestionable, más conflictiva, incapaz de com-
binar continuidad y discontinuidad.

5.6. Hoy podemos concebir la sociedad y la familia por generaciones de


una forma que no ha sido posible en otras épocas.
La sociedad está hecha de generaciones que se confrontan entre sí, y
cambian su identidad, a través de la familia y redefiniendo la familia.
Por una parte, cambia la dimensión de la trasmisión cultural en sentido
vertical, o bien el equilibrio entre los factores de la continuidad y la disconti-
nuidad en la cultura familiar. La trasmisión familiar permanece como esen-
cial, pero se hace necesariamente más problemática y más interactiva en to-
das las direcciones. También los hijos interpretan. Y retroactúan sus padres. Si
es verdad que los padres procrean a los hijos, también es cierto que los hijos
hacen, a su vez, padres a aquellos que los procrean, mediante sus interaccio-
nes cotidianas y la experiencia humana vital que hacen circular. Se puede ge-
nerar o ser generado de formas muy diferentes, pero ningún ser humano pue-
de llegar a ser tal si no tiene esta experiencia.
Por otra parte, cambian los parámetros a partir de los cuales viene defini-
da la edad social, es decir, las expectativas, las normas, las representaciones,
los estilos de conducta atribuidos por la sociedad al individuo, según un crite-
rio temporal, cuando debe entrar o salir de los roles sociales extrafamiliares.
Cambios en estos parámetros han revelado evidentes repercusiones sobre las
posiciones, y sobre los sistemas de valores, las expectativas, las normas que re-
gulan la vida de las generaciones dentro de las familias.
Entre los dos polos en que se despliega el sentido de una generación se
plantea el problema de la correspondencia. Se habla de un nuevo pacto gene-
racional. La literatura sobre el argumento se ha puesto de nuevo de moda, sin
que se sepa bien en qué consistía el viejo pacto (¿el débito filial tradicional?,
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¿la vieja configuración jurídica entre padres e hijos?). Prescindiendo de todo


ello, nos podemos preguntar: ¿en qué sentido podemos hablar de un pacto en-
tre las generaciones?
Ciertamente, los padres no piden permiso a los hijos para generarlos. Y
los hijos no escogen a sus padres, al menos los naturales. En la esfera familiar,
un pacto —incluso implícito— sólo puede hacerse cuando los hijos tienen
cierta edad. En ese sentido surge actualmente un nuevo espíritu público y una
correspondiente legislación para diseñar nuevas posibilidades en mérito a los
desarrollos de las relaciones en el curso de vida de las generaciones. ¿Pero
quién decide y según qué criterios? Parece que todos quieren tener voz sobre
esto, mientras que los grandes ausentes son las generaciones interesadas.

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210 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

En la esfera pública, extrafamiliar, se puede hablar de un pacto entre ge-


neraciones, pero en otro sentido, no interpersonal, sino impersonal, referido
a los grupos de edad (jóvenes, ancianos, etc.) para que negocien sus expecta-
tivas recíprocas y eventualmente distribuyan y redistribuyan entre sí los re-
cursos materiales y/o no materiales. Esto exige representantes de estas gene-
raciones, pero el problema es que estos representantes no existen. Se ven así
los límites de la teoría del contrato entre generaciones, que se remonta al si-
glo XIX.
Podemos hablar de un pacto generacional sólo dentro de ciertos límites
y con condiciones de no fácil satisfacción. Ya sea para el pacto intrafamiliar,
como para el extrafamiliar, y de formas muy diferentes, existen premisas no
contractuales del contrato que se deben hacer explícitas. Ante todo estas pre-
misas tienen que ver con la confianza y con las intenciones recíprocas. En se-
gundo lugar, la teoría contractual debería diferenciar dos ámbitos, el societa-
rio (en el que los contrayentes son actores colectivos, en principio anónimos,
como por ejemplo en las relaciones entre quien contrata y quien ejerce un
empleo), y el familiar (en el que, por la peculiaridad de la relación padre-hijo,
y más en general entre una generación y la siguiente, la figura del contrato
tiene una naturaleza distinta y por lo tanto, es mucho más difícil de manejar).
Hoy, la idea de un pacto generacional surge sobre todo del proceso de in-
clusión en la esfera pública de las relaciones entre generaciones tanto en la fa-
milia como en la sociedad. Y es aquí donde está el carácter delicado del proble-
ma, en la óptica de las reglas a introducir. El contrato entre generaciones debe
tener en cuenta el hecho de que los sujetos contrayentes tienen sus relaciones
particulares de mundo vital (vínculos recíprocos directos), que no son fácil-
mente sustituibles por reglas artificiales o abstractas. Es necesario especificar el
sentido, los actores y los contenidos de este pacto, pues de otra forma se puede
incurrir en un engaño, como hoy sucede especialmente en lo que concierne a
los hijos en la escena familiar y a los niños y jóvenes en la esfera pública.
Puede ser útil tener una imagen del problema en juego. El problema con-
siste en que la reciprocidad intergeneracional no se limita ya al interior de la
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familia-parentela, sino que se difunde en un complejo de relaciones más am-


pliamente construidas (véase Fig. 8):
a) Los intercambios de reciprocidad (en concreto, de inversión y retor-
no) en las relaciones familiares-parentales; el flujo familia-hijos es de-
cisivo, aunque sobre padres, parientes e hijos intervengan otras agen-
cias.
b) Los intercambios en las relaciones directas entre las nuevas genera-
ciones y las organizaciones de la sociedad (los diversos ámbitos extra-
familiares se activan progresivamente de forma más autónoma sobre
los hijos, traspasando la familia-parentela).

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 211

F IGURA 8
Cambios en la reciprocidad intergeneracional

Sociedades más simples Sociedades más complejas


(con dominio de la economía (con dominio de la economía
familiar y local) nacional e internacional)

Sociedad Sociedad

Padres y Padres y
parientes parientes

(a) (a) (b) (c)

hijos hijos

Inversiones
Retornos
(a) Flujo familia-hijos
(b) Flujo sociedad-nuevos nacidos
(c) Intercambios entre (a) y (b)
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c) Los intercambios entre las relaciones generacionales en familia y las


relaciones generacionales en el ámbito societario, se plantea el pro-
blema de cómo son definidas y tratadas las generaciones en el sistema
familiar y en las instituciones, externas, públicas y privadas.
Como veremos (parte IV), es propiamente sobre este sistema de inter-
cambios (¿en qué medida está dotado de reciprocidad?) donde se funda la exi-
gencia de una nueva ciudadanía de la familia en la sociedad actual diferente
de la propia en las sociedades tradicionales y modernas.
En las sociedades más simples, la reciprocidad intergeneracional está su-
jeta a los límites de la familia-parentela y de la comunidad circundante. La so-
ciedad, si intercambia algo con los hijos, lo hace a través de la familia-paren-

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212 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

tela. Los hijos reciben poco de la sociedad más amplia y poco le dan a cambio,
también porque la sociedad está más allá de la familia-parentela, con la que
mantiene escasas relaciones.
En las sociedades más complejas, la organización social externa a la fami-
lia-parentela se desarrolla y promueve nuevos intercambios con los hijos, los
cuales reciben progresivamente más atenciones por parte de las agencias no
familiares, y, en buena medida deben relacionarse con estas agencias externas
al ámbito extrafamiliar.
Al principio, la familia es el paradigma del intercambio incluso en la es-
fera pública (se habla de familia pública), según el criterio de dar a cada uno
según su capacidad, y a cada uno según sus necesidades. Pero a medida que los
intercambios se desarrollan ya no es así. Se introducen otros principios de in-
tercambio. En general, se trata de principios de mercado, o bien de solidari-
dad social, que pueden tomar formas muy diferentes. La sociedad se diferen-
cia, a su vez, en muchas esferas: mercados de diverso género, asociaciones,
comunidades secundarias y formas de actividad privada social.
La consecuencia de todo esto es que toda nueva generación, tanto de hi-
jos como de padres, tiene más problemas que antes, ya que se encuentran ante
un sistema más complejo de intercambios. Es el riesgo de no saber qué se debe
dar, a quién y cuándo. No se sabe qué es justo recibir, de quién y cuándo. En
ausencia de un claro sistema de relaciones de cooperación entre familia y so-
ciedad, es decir, de un cuadro de referencia común, entre familia, mercado y
estado, la posición de los jóvenes puede ser dramática. Hoy vemos síntomas
de debilidad y esquizofrenia.
El hecho es que las esferas extrafamiliares en la mayor parte de las oca-
siones ignoran el problema de las relaciones generacionales: en principio (y a
menudo de hecho), ninguna institución societaria, si se exceptúa la familia-
parentela, se orienta hacia el problema de la equidad y reciprocidad de inter-
cambios entre las generaciones. No era así en las sociedades simples y genera-
cionales, es decir, en las instituciones comunitarias del mundo premoderno,
que estaban concebidas en función del recambio generacional. La moderni-
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dad ha despedazado aquel tipo de cultura y organización social, o mejor, la ha


relegado a los márgenes de la sociedad. La sociedad actual se encuentra ante
la necesidad de reinventar reglas y redes de reciprocidad en condiciones de
elevada complejidad. Cómo se pueda realizar esto es un objetivo del siglo XXI.
En general, se trata de configurar los ciclos de reciprocidad a escala selectiva
y dirigible, institución por institución, sector por sector, con referencia privi-
legiada a los ámbitos asociativos autoorganizados, aunque se regulen median-
te normas universales.
Por otra parte, es necesario considerar que los tiempos para el recambio
generacional en la familia y en la sociedad (en sus diversas esferas, desde los
sectores industriales a los de servicios), son cada vez más diversos: la familia

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 213

tiene necesidad de tiempos largos (plurigeneracionales), propiamente cuando


la sociedad abrevia, como sucede hoy, el recambio generacional en ciertos
sectores productivos de intercambios o de servicios. En el mundo del trabajo,
las generaciones vienen configuradas en tiempos más breves. Por el contrario,
hay esferas sociales en las que sucede lo contrario: por ejemplo, en la escuela
los tiempos de recambio generacional de los alumnos (y de sus familias) si-
guen ritmos más acelerados que aquellos que corresponden al recambio gene-
racional del cuerpo docente. Se plantean entonces, enormes problemas de ar-
monización o por lo menos de relación entre el tiempo generacional de la
familia y el tiempo generacional del resto de esferas de vida y de trabajo.

6. ¿TIENEN UN CICLO DE VIDA LAS GENERACIONES?

6.1. ¿Tienen las generaciones su propio ciclo de vida? La pregunta es


muy intrigante. Veamos si en sociología tiene sentido y cuál es su contenido
instructivo.
Tiene sentido porque el ciclo de vida generacional, aunque refleja de
cualquier forma el caminar de los ciclos individuales y familiares de vida, por
analogía con la secuencia orgánica, crecimiento-estabilización-declinar, pre-
senta también una dinámica autónoma propia. La pregunta es instructiva por-
que ayuda a entender en qué sentido y medida la sociedad trata a las genera-
ciones como fenómenos evolutivos. Si hace algún tiempo las generaciones
estaban más o menos ligadas a una secuencia fija de crecimiento-estabiliza-
ción-declinar (nacían con una cultura y con ciertas características que poste-
riormente se desplegaban a lo largo del tiempo), hoy adquieren diferentes gra-
dos de libertad en cada fase de su proceder y se definen relacionalmente,
porque deben afrontar nuevas elecciones en el curso de su existencia, y deben
encontrar nuevas formas de adaptación y otros estilos de vida en el itinerario
que va desde su emergencia hasta su desaparición.
Las selecciones que una generación debe hacer ya no están relegadas a
una sola fase determinada, de la infancia y juventud, sino que se hacen más
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significativas a lo largo de todo el curso de la existencia, incluso cuando ya se


tiene una experiencia laboral o familiar. Hasta el punto de que las generacio-
nes ancianas se diversifican en cuanto a sus capacidades de adoptar nuevos es-
tilos de vida, menos pasivos y más activos. Al final, esta nueva visión de las
generaciones implica y conduce a una nueva antropología humana, alejada de
las formulaciones rígidas del pasado.
Si contemplamos a la generación definida como grupo de edad con refe-
rencia a sus relaciones de ascendencia/descendencia, contemplamos notables
modificaciones respecto al pasado.
La generación de los hijos pequeños hoy aprende más rápidamente que
las generaciones precedentes, a causa del mayor bombardeo informativo al

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214 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

que está sometida. Pero también es más probable que pierda los valores o
planteamientos adquiridos en una determinada fase de forma más veloz. Y
ello porque, si en el pasado la socialización era lenta, hoy es más rápida. La
transmisión socializadora por parte de los padres es aún buena, aunque está
más sometida a la trasmisión de planteamientos que de valores (por ejemplo,
una cosa es tener un planteamiento favorable hacia la familia, y otra cosa es
creer en el valor de la familia).
La fase temporal en que una generación trasmite su influencia cultural a
la sucesiva se contrae. Hace un tiempo duraba toda la vida. Hoy, una genera-
ción puede trasmitir a la sucesiva su patrimonio cultural sólo por un tiempo
más limitado, de aquí el sentido de su precariedad.
La generación encuentra por último el declinar. Hace algún tiempo, esto
era dado por descontado, era visto como natural. La sociedad actual, sin em-
bargo, propone otro modelo generacional: las generaciones pueden no sólo
declinar más lentamente, sino tomar otro modo de vida hasta una edad bioló-
gica más avanzada. De aquí, la mayor precariedad, pero también una mayor
dinámica de las generaciones.
Las generaciones se contraen respecto del tiempo medio de la era indus-
trial (entre el siglo XIX y la primera mitad del XX). Su ciclo de vida temporal
sufre cambios debido al hecho de que las necesidades, como las tecnologías y
los medios para satisfacerlas, mutan no sólo cuantitativamente, sino también
cualitativamente en intervalos de tiempo más breves. Los sistemas económi-
cos ya no están organizados sobre un tiempo plurigeneracional, como en las
economías agrícolas tradicionales, y tampoco sobre el tiempo de una genera-
ción, como en la moderna sociedad industrial, sino sobre un tiempo infrage-
neracional, es decir, inferior al de una generación en sentido meramente an-
tropológico (es decir, como pura descendencia familiar).

6.2. ¿Cómo actúa la familia ante todo esto? La familia sigue siendo un
importantísimo factor de mediación. Es crucial tanto para el aprendizaje en
las primeras fases del ciclo de vida generacional (una generación no puede
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formarse y crecer si no tiene un término de confrontación en los padres), ya


sea como contexto y carga funcional, que empuja a la fase adulta de una gene-
ración, ya sea como burbuja para retrasar y hacer penoso y difícil el declinar.
En resumen, si en el pasado el ciclo de vida de una generación era fijado
por la sociedad con ritmos más lentos y con bajo contenido informativo, con
la sociedad avanzada el ritmo se hace más acelerado (las generaciones se for-
man más rápido y antes de cuanto sucedía en el pasado), pero también es más
provisional, sin señales de tránsito (toda fase del ciclo de vida se hace más ob-
soleta de forma más rápida) y más inclinada a la crisis y a la regresión cultural.
¿Puede la familia cambiar esta orientación? Evidentemente, sola no. No pue-
de paliar los riesgos de regresión cultural de una generación así, ya que los

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LA FAMILIA COMO RELACIÓN ENTRE GENERACIONES • 215

contenidos transmitidos han sido inciertos y abiertos a un número muy am-


plio y variable de opciones. Sin embargo, sin familia, la regresión es más fácil.
En todo caso allí donde la familia retrocede, la regresión cultural es más pro-
bable.
De ahí la posibilidad de estudiar la tendencia hacia ciertos comporta-
mientos (como el deseo de tener hijos o la tendencia al suicidio) en una gene-
ración respecto a otra, y con relación a alguna de sus fases del ciclo de vida.
La familia, tanto por estructura como por estilo de vida, sigue siendo un
mercado evolutivo discriminante de la capacidad de innovación y adaptación
cultural de una generación respecto a otra. Y es por ello que sociológicamen-
te no se puede hablar de generaciones sin aludir a la familia.
Todo ello se aprecia muy bien si se hace un análisis del ciclo generacio-
nal distinto a partir del contexto familiar en la sociedad actual. Los hijos de
las familias más pobres o marginales, por ejemplo, tienen un perfil del ciclo de
vida generacional que se asemeja mucho al de las generaciones de hijos de fa-
milias, también ricas, propias de una sociedad tradicional anterior a la nues-
tra: una gran estabilidad de los ritmos y lentitud en los cambios. En oposición,
las familias más dotadas económica y culturalmente producen generaciones
que tienen un ciclo de vida más articulado, diferenciado, rico en cambios y
oportunidades (aunque también es mayor la capacidad de recambio de las eli-
tes de la sociedad). En el medio está una cantidad diferenciada de generacio-
nes cuyo ciclo de vida refleja la diversa capacidad de adaptación de las fami-
lias en las que los individuos singulares han nacido o vivido. Por ejemplo, la
familia con un solo padre tiene mayor posibilidad de producir generaciones
que serán y presentarán más signos de incertidumbre en sus orientaciones (el
grado de estas variaciones depende del hecho de haber encontrado o no refe-
rencias significativas más allá del padre que los ha cuidado, que generalmente
suele ser la madre).
Hoy se suele observar un nuevo fenómeno: la tendencia de los hijos de
separados o divorciados, que han crecido con la madre, a reconocerse como
una generación particular y a reunirse en grupo cuando llega a la edad de la
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adolescencia o de la primera juventud. Sienten con particular sensibilidad su


condición generacional.
En síntesis, las generaciones tienen su propio ciclo de vida, que es diver-
so según la condición familiar experimentada por quien la compone y hace de
ella un sujeto social. He aquí cómo el sentido vertical de la generación (la
descendencia) condiciona al horizontal (la común experiencia histórica de
una simple cohorte o grupo de edad). A su vez, las diversas formas familiares
producidas por generaciones influyen en la capacidad de adaptación cultural
de las generaciones descendientes (de filiación sucesiva). En el tránsito de
una generación a otra se puede producir progreso o regresión en las capacida-
des generacionales.

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216 • ¿CÓMO SE ORGANIZA LA FAMILIA?

Familia y generación son conceptos y vivencias relacionados entre sí.


Son realidades paralelas y sinérgicas. Cuando una aumenta en importancia, la
otra adquiere mayor significado. Si la primera declina, también la segunda
pierde valor. Si muere una, muere también la otra. Si una entra en un estado
de confusión, a la otra le sucede lo mismo. El vínculo hijo-padre no sólo es re-
levante desde el principio, también persiste a lo largo del ciclo de vida de los
dos y de su relación. La trasmisión psíquica entre generaciones se elabora fase
por fase, estadio por estadio, y no sólo al inicio o en determinados momentos
(Kaë, 1993; Rossi-Rossi, 1990; Pfeifer-Sussman, 1991).

6.3. No podemos comprender los cambios actuales de la familia si no los


vemos a través de los cambios en los tres ciclos fundamentales de la vida: in-
dividual, familiar y generacional. Los tres ciclos están, a su vez, relacionados
entre sí.
Pongamos el ejemplo de la postadolescencia, algunos se preguntan ¿es
una nueva fase del ciclo de vida individual, familiar o generacional? Eviden-
temente es una nueva fase para todos y para los tres ciclos, aunque de forma
diversa.
Es individual en cuanto que chicos y chicas experimentan una condición
existencial que no tiene precedentes en las generaciones adultas y ancianas,
es decir, una fase de la vida en que la madurez física y sexual, unida a la legal,
no va acompañada con el sentido de seguridad y autonomía que debería ca-
racterizar su rol en la familia y fuera de ella. Es familiar en cuanto que el gru-
po familiar se debe reorganizar para dar espacio a esta fase: debe elaborar nor-
mas para un individuo que ya no es adolescente, pero que aún no es un joven
plenamente responsable, aunque legalmente sea mayor de edad. Es generacio-
nal en cuanto que muchos hijos de ciertas familias comparten esta condición,
derivada de una semejanza de contextos y de experiencias de vida, y destacan
como grupo de edad en la sociedad.
La postadolescencia no puede ser comprendida si no es como una cons-
trucción compleja de factores que presenta estos tres tipos diferentes de ciclos
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de vida. Y ello porque la familia postadolescente es una novedad histórica.

7. «HACER FAMILIA» QUIERE DECIR HACERSE EMIGRANTES ENTRE CULTURAS


GENERACIONALES DIVERSAS

7.1. Repensar las generaciones a través de la familia significa compren-


der que las generaciones están hechas de y por la experiencia familiar que tan
tenido. Al producir nuevas formas familiares, las generaciones sufren las con-
secuencias: hipotecan el futuro de otras generaciones. Una generación influ-
ye, a través de sus elecciones familiares, en cómo la generación sucesiva será

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