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Hace 5 millones de años aparecieron en África los primeros antepasados del género
humano. Aunque sus predecesores vivieron en los árboles, para entonces ya habían dado
el primer paso hacia la humanidad: caminaban erguidos. Durante millones de años
vivieron allí evolucionando y transformándose en especies diferentes. Solo algunas de
ellas aprendieron a fabricar utensilios de piedra mientras se extendían por toda África y
se iban haciendo más humanos.
Hace más de un millón de años, aquellas criaturas fueron capaces por primera vez
de salir del continente africano para colonizar Asia y Europa. Desde ese momento su
historia es un gran misterio. Apenas existen restos fósiles que nos permitan conocerlos.
Hay un lugar donde ese millón de años ha quedado fielmente registrado: Atapuerca.
Entre el 1.250 y el 750 a.C. se consolida el Bronce Final Atlántico, una etapa en la
que el Atlántico se consolida como vía de comunicación y la Península se convierte en
un importante foco de atracción, explotación y comercio de metales.
A partir del siglo VIII a.C., las colonizaciones fenicia, griega y púnica harán que las
poblaciones del sur y del este peninsular entren en contacto con el mundo cultural
mediterráneo, incorporándose a los circuitos comerciales de la época. La influencia
fenicia será vital para el surgimiento de una de las culturas peninsulares más
enigmáticas, la tartésica, cuyas gentes conocerán nuevas y más refinadas técnicas de
alfarería, metalistería y orfebrería, asimilando además nuevas creencias y ritos y
practicando la escritura.
La sociedad ibérica estuvo muy influida por el contacto con otros pueblos
mediterráneos. Los pueblos ibéricos rindieron culto a diferentes dioses y pidieron su
protección ofreciendo exvotos en lugares sagrados. De entre todas las divinidades
destaca una diosa-madre a la que regresan los fieles al morir. En ocasiones, se la
representa sentada en un trono, como la llamada Dama de Baza. La Dama de Elche, la
pieza ibérica más conocida, fechada en el siglo V a.C., es más enigmática, discutiéndose
si se trata de una divinidad femenina o de una mujer de alto rango, aunque el hueco de
su espalda sugiere que pudo ser una urna funeraria.
Los distintos pueblos de raíz cultural celta o ibérica conforman un complejo mapa,
que será el que se encuentren las legiones romanas cuando penetren en la Península
Ibérica, a finales del siglo III a.C., dando lugar a una nueva etapa de nuestra historia.
HISPANIA ROMANA
A finales del siglo III antes de Cristo, la Península Ibérica es el escenario en el cual
las dos naciones más poderosas del Mediterráneo, Roma y Cartago, pugnan por obtener
la hegemonía sobre el Mare Nostrum. En el año 219 a.C., el cartaginés Aníbal toma la
ciudad de Sagunto, aliada de Roma, dando comienzo la II Guerra Púnica.
Finalizada la guerra de manera victoriosa para Roma, ésta pretende hacerse con el
control de los ricos territorios mineros de la Península. Así, hacia el año 201 a.C. ya
controla una amplia franja a lo largo del Mediterráneo y hasta la Andalucía Occidental,
con ciudades como Barcino, Tarraco, Carthago Nova o Gades. En el año 120 a.C., los
romanos han conseguido una extensión que supone más de las dos terceras partes
peninsulares, estableciendo colonias o ciudades como Emerita Augusta, Corduba,
Toletum, Clunia o Caesaraugusta, entre otras. La última etapa de la conquista romana
finaliza hacia el año 14 a.C., cuando sus legiones consiguen integrar la franja norte
peninsular y establecer allí ciudades como Lucus Augusti, Asturica Augusta o
Pompaelo.
Tarraco contaba con un conjunto público monumental formado por el área de culto,
la plaza, el foro provincial y el circo. Éste, construido bajo el reinado de Domiciano, a
finales del siglo I después de Cristo, podía contener 23.000 espectadores. El circo era el
lugar donde se desarrollaban algunos espectáculos, como las carreras de cuadrigas.
Otra gran ciudad romana fue Emerita Augusta, fundada en el año 25 antes de
Cristo. A lo largo del siglo I d. C., la urbe, a la que se dotó de un extenso territorio de
casi 20.000 kilómetros cuadrados, fue cobrando cierta importancia: se construyeron
nuevas áreas y se desarrollaron otras que hicieron de Emerita una de las ciudades más
importantes de la Hispania romana. La época de los flavios y el comienzo del período
de los emperadores Trajano y Adriano supone un momento de esplendor. Es entonces
cuando se acometen considerables proyectos de reforma en los más señalados
monumentos de Emerita: el Teatro y algunos edificios del foro municipal. Esta
reactivación monumental se plasmó en la construcción de lujosas residencias, como las
casas de la Torre del Agua y del Mitreo.
Durante el Bajo Imperio, los problemas de gobierno sobre territorios tan vastos
impusieron la creación de nuevas provincias. La antigua provincia Citerior fue divida en
tres partes, Tarraconensis, Carthaginensis y Gallaecia, mientras que la Lusitania y la
Baética permanecerán como hasta entonces.
VISIGODOS Y MUSULMANES
Entre los siglos V y XI, periodo que, a grandes rasgos, podemos denominar Alta
Edad Media, la Península Ibérica conocerá profundos cambios. A principios del
periodo, el mundo bajoimperial romano, en el que han perdido peso las ciudades a favor
de las villas y el mundo rural, entra en una profunda crisis. La debilidad del Imperio
romano favoreció la penetración y el establecimiento de pueblos que vivían en sus
fronteras, a los que llamaron bárbaros, esto es, extranjeros.
En el año 409, la invasión del Imperio romano por parte de los pueblos bárbaros
afectará también a Hispania, la provincia más occidental. Atravesando los Pirineos, los
vándalos asdingos recorrerán el norte peninsular y se asentarán en Asturica. La presión
de los suevos hará que recorran Portugal de norte a sur y atraviesen el Estrecho de
Gibraltar, para asentarse en Africa y crear allí su propio reino.
Más duradera será la invasión de los suevos. Estos se asentarán en el área noroeste,
fundamentalmente en las regiones próximas a las ciudades de Asturica, Lucus, Bracara
y Portucale. Desde estos puntos, paulatinamente irán agregando nuevas zonas, hasta
conformar su propio reino.
Con todo, la invasión más importante será la visigoda. En una primera oleada,
cruzarán los Pirineos por Pompaelo, avanzarán hasta Asturica, tomarán Caesaraugusta y
se asentarán en una amplia región entre Pallantia y Toletum. Una segunda oleada les
llevará a recorrer la costa mediterránea, conquistando Barcino, Tarraco, Ilici y Iulia
Traducta. Con el tiempo, sólo suevos y visigodos constituirán sus propios reinos en
suelo peninsular, si bien éstos se quedarán con el territorio suevo en el año 585.
De todas las invasiones, será la visigoda la que deje mayor impronta, especialmente a
partir de la proclamación de Leovigildo como monarca y de Toledo como su capital.
Los reyes visigodos eliminaron poco a poco los obstáculos que impedían su aceptación
por parte de la población hispanorromana. Leovigildo permitió los matrimonios mixtos
y su hijo Recaredo abandonó el arrianismo y se convirtió al catolicismo.
Del arte visigodo podemos destacar sus sencillas iglesias, como la de Santa Comba
de Bande, Quintanilla de las Viñas o San Pedro de la Nave, entre otras. La iglesia de
San Juan de Baños de Cerrato, en Palencia, es uno de los mejores exponentes del arte
visigodo. Construida en el siglo VII, es un buen ejemplo de planta basilical, de
dimensiones reducidas, con tres naves. Excelentemente conservada, aunque
reconstruida, sólo le fue añadido posteriormente el campanario de espadaña. El interior
de la iglesia presenta tres naves separadas por arcos de herradura y apoyadas en
columnas con capiteles corintios. La iluminación directa de la nave se completa con la
luz que entra por las aberturas de los ábsides y por la puerta principal.
Con todo, el reino visigodo distó mucho de ser un oasis de paz. Las luchas por el
poder fueron frecuentes, siendo un factor importante que facilitó la entrada, en el año
711, de las tropas árabes y beréberes del noroeste de Africa. Éstas cruzaron el estrecho
de Gibraltar, derrotaron al ejército visigodo en la batalla de Guadalete y, en poco
tiempo, se hicieron con el control de casi toda la península ibérica. La expansión
musulmana se basó en el establecimiento de guarniciones diseminadas por el territorio,
fundamentalmente junto a poblaciones cercanas a las zonas de frontera o a posibles
focos de resistencia.
Comienza así una larga etapa de dominación musulmana, primero dependiente del
Estado omeya de Damasco y después como Califato independiente, a partir de la llegada
a Almuñécar, en el año 765, de Abderramán III.
Fruto del contacto tan estrecho con el mundo árabe, a la Península y, desde aquí, a
Europa, llegarán conocimientos científicos y técnicos desconocidos, beneficiándose de
ellos campos como la metalurgia, la farmacia, la navegación o la agricultura. Norias,
astrolabios o alambiques, entre otros elementos, se incorporan desde ahora al acervo
cultural hispano y europeo, y jugarán un papel fundamental en su posterior proceso de
expansión.
LA ESPAÑA DE LA RECONQUISTA
A comienzos del siglo XI, la Península Ibérica se halla muy fragmentada en
diferentes territorios. En la España musulmana, a la muerte de Almanzor, primer
ministro del califa Hixam II, que había frenado el avance de los reinos cristianos,
comienza la desintegración del califato y su fragmentación en pequeños reinos de taifas,
como las grandes de Zaragoza, Lérida, Toledo, Badajoz, Sevilla, Córdoba y Murcia,
acompañadas por otras de menor extensión.
La España medieval musulmana cuenta ya con una fuerte impronta islámica, que se
refleja fundamentalmente en sus casas. Éstas reflejan el carácter íntimo de la vida
familiar. Las prescripciones islámicas sobre la reclusión de las mujeres y el papel
central de la familia hacen de la casa un espacio cerrado al exterior, con muros
totalmente blancos, sobrios y sin apenas adornos. Sólo puertas y ventanas rompen la
desnudez de la fachada y ofrecen alguna concesión ornamental. Las celosías de madera,
que cubren ventanas y balcones, permiten ver la calle desde el interior, pero lo ocultan a
las miradas indiscretas. Son también entradas de aire fresco.
Buena parte de la vida familiar sucede en las terrazas, donde se ponen las ropas y
los alimentos a secar o se recoge el agua de lluvia. Las casas de las familias más
pudientes estaban organizadas en torno a un patio central, generalmente de forma
rectangular. A los cuatro lados del patio se abren arcadas, que dan acceso a las salas,
alcobas o dependencias. Es este el ámbito femenino, conocido como harim, espacio
sagrado prohibido a los varones de fuera de la familia.
Por lo que respecta a la España cristiana, buena parte de la vida económica, social y
cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al monasterio. Desde finales del
siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de fundaciones, con el
objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. El edificio principal
del monasterio era la iglesia, más o menos grande dependiendo de las posibilidades de
la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, es el centro de la vida monástica. En los
scriptoria, los monjes amanuenses se dedican a copiar textos. Los libros se conservan en
la biblioteca. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para
trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los
monasterios actuaban como grandes propietarios o señores.
Las relaciones entre los reinos cristianos y musulmanes pasaron por distintos
periodos. Durante los primeros siglos, al-Andalus, la España musulmana, fue muy
superior a los pequeños reductos cristianos. La situación cambió a partir del siglo XI,
cuando los reinos cristianos comenzaron a ganar terreno, en un largo proceso conocido
como Reconquista.
Durante los cinco largos siglos que duró este proceso se alternaron periodos de
lucha y paz, de avance y retroceso. Fueron también frecuentes los cambios en las
alianzas, así como las guerras civiles. Muchas veces el objetivo de las campañas era
hostigar al rival. Se trataba de demostraciones de fuerza, razzias o expediciones rápidas
emprendidas para capturar botín o esclavos. Aunque no se ocupaba terreno, se obligaba
a las poblaciones sometidas a pagar impuestos o parias, a cambio de protección y de la
garantía de no ser ocupadas.
El reinado de los Reyes Católicos supone la unión formal de las Coronas de Castilla
y Aragón y el comienzo de la expansión a todos los niveles de estos reinos, tanto por
tierras del Viejo Mundo como del Nuevo. Castilla conquista Granada, anexiona Navarra
y emprende sus exploraciones atlánticas, siguiendo la estela de Portugal y empujada por
los continuos avances técnicos. Los viajes de exploración, primero de todos el llevado a
cabo por Colón, producen el contacto con nuevas tierras y gentes situadas en el
occidente atlántico. Se trata de un nuevo continente que será conocido como América y
que a partir de este momento comenzará a ser explorado y colonizado, dando lugar a un
doloroso encuentro entre dos mundos diferentes.
El nieto de los Reyes Católicos, Carlos I, inaugura una nueva dinastía, la de los
Austrias. A la edad de 16 años el joven Carlos hereda de su abuelo Fernando el Católico
los estados de la Corona de Aragón: Cataluña, Aragón, Valencia, Baleares y las
posesiones italianas de Cerdeña, Sicilia y Nápoles. Ese mismo año se corona rey de
Castilla, con lo que toma posesión de los territorios que ésta comprende: Castilla,
Navarra, Granada, Canarias, colonias americanas y las plazas estratégicas de Melilla,
Orán, Bugía y Trípoli. De su padre Felipe el Hermoso recibirá los Países Bajos y el
Franco Condado. La herencia de su abuelo Maximiliano comprende la Corona Austriaca
y la posibilidad de ser elegido emperador de Alemania, lo que sucederá en 1520. Carlos
I se convertirá, sin duda, en el monarca más poderoso de su tiempo.
Otro importante frente abierto tiene como escenario el Mediterráneo, por cuyo
dominio se enfrentan cristianos y musulmanes. Las costas levantinas fueron objeto de
frecuentes ataques de los piratas berberiscos, y contra estos se preparó una expedición
que tomó Argel en 1541, al tiempo que se enviaban sendas flotas con dirección a Túnez,
en 1535, y Lepanto, 1571, donde la armada cristiana resultó vencedora. También tuvo
un trasfondo religioso la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, que se produjo entre
1568 y 1570 con ayuda turca. La guerra se saldó con la derrota de los musulmanes y el
destierro de sus poblaciones, paso previo a su expulsión definitiva en 1610.
Con todo, la España del siglo XVI representa en lo cultural un momento de gran
actividad, con gran protagonismo de universidades como las de Alcalá o Salamanca. En
esta centuria trabajan artistas como Juan de Juni y Fancelli, Bigarny y Berruguete,
Tiziano y Siloe, El Greco y Juan de Herrera o Sánchez Coello. También nos dejan un
legado maravilloso las plumas de Fernando de Rojas e Ignacio de Loyola, Luis Vives y
Boscán, Garcilaso y Fray Luis de Granada, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Fray
Luis de León. En definitiva, se prepara la auténtica eclosión de la cultura española, que
se producirá en el llamado Siglo de Oro.
EL SIGLO DE ORO
El siglo XVII es una centuria ocupada por los últimos monarcas de la casa de
Austria. Son los llamados Austrias menores: Felipe III, Felipe IV y Carlos II.
A pesar de poseer tan vasto imperio, estos son años de decadencia y un tremendo
desgaste. Durante el siglo XVII se manifiesta en toda su crudeza el derrumbamiento de
un Imperio forjado a través de conquistas y herencias. España se ve acosada por
múltiples frentes en el exterior, incapaz de gestionar los extensos y diversos territorios
que conforman la Monarquía hispánica. Francia e Inglaterra se perfilan como grandes
potencias, dispuestas a ocupar el lugar hegemónico que España abandona paso a paso.
La culminación de este proceso de descomposición de la dinastía es el acto final de los
Austrias: una Guerra de Sucesión, a la muerte de Carlos II, en la que España no tiene
sino un papel pasivo, ante la avidez de las potencias por controlar las posesiones
españolas o por, al menos, evitar que éstas caigan en manos del enemigo.
El tremendo esfuerzo realizado por la Corona en defensa de los territorios bajo su
soberanía dificulta la adopción de reformas en el interior, necesarias ante los graves
problemas económicos y políticos que acucian al país. Las reformas son reiteradamente
solicitadas por los arbitristas, y la falta de respuesta de los monarcas y sus validos
facilita el enfrentamiento con las oligarquías locales que gobiernan los reinos, opuestas
a realizar sacrificios fiscales y a cualquier atisbo de transformación que suponga
menoscabo de su poder.
Los autores del Siglo de Oro nos hablan de una España con ciudades populosas,
como Madrid o Sevilla, donde conviven juntas las casas de ricos y pobres. La vida de
las ciudades se organiza en torno a la Plaza Mayor. En ella se celebran espectáculos
públicos, como corridas de toros o autos de fe. También en ella se reúnen las personas
para dar rienda suelta a otro de sus placeres favoritos: la conversación. Estos lugares de
reunión son llamados mentideros, ya que en ellos se expanden rumores, cuchicheos y
maledicencias. En las calles también hay pobres, unos ciertos y otros fingidos. Los
pordioseros y pedigüeños se sitúan en las puertas de las iglesias, donde esperan arrancar
una limosna apelando a la misericordia de los devotos que acuden a misa.
En la España del Siglo de Oro el teatro fue una de las diversiones principales. Las
obras se representaban en los llamados corrales de comedias, a menudo los patios
interiores de alguna manzana de casas, cubiertos por un toldo. El público disfrutaba
especialmente con las comedias de capa y espada, en las que no faltaban las damas
virtuosas, los galanes embozados y los criados chismosos. Gustaban también, y mucho,
los duelos de espada.
El siglo XVII es, en definitiva, una época de grandes cambios, en la que España se
verá forzada a abandonar la posición hegemónica que ocupó en la centuria anterior. Esta
crisis del imperio hispánico, sin embargo, no tendrá correspondencia en los campos del
saber, la ciencia, las artes y el pensamiento, en los que surgen figuras que marcan una
época y cuya trascendencia supera las fronteras y llega hasta nuestros días.
LA ESPAÑA DE LOS BORBONES
El siglo XVIII representa en España, así como en Europa el auge del absolutismo.
La monarquía absoluta de derecho divino, consigue imponerse definitivamente, y su
máxima figura es el monarca francés Luis XIV, "El rey Sol". Este modelo político,
conocido como "Antiguo Régimen", se extenderá por Europa y se mantendrá hasta la
Revolución Francesa, a finales de la centuria.
La muerte del último Habsburgo español, Carlos II, ocurrida en 1700, genera
grandes expectativas de beneficio en dos candidatos a controlar la sucesión, Luis XIV
de Francia y el Emperador austriaco, Leopoldo I. La herencia española, que comprende
el dominio sobre diversos puntos estratégicos europeos, como Nápoles, Cerdeña,
Sicilia, Milán y los Países Bajos, amén de los territorios peninsulares y americanos,
convertirá a su beneficiario en la potencia hegemónica mundial y hará peligrar el
precario equilibrio europeo.
Para evitar dicho fin, se llevan a cabo sucesivos repartos y soluciones, optando
finalmente Carlos II por testar a favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, lo que
garantizaría la integridad de los territorios de la monarquía hispánica. La solución, a la
que en principio sólo se opuso el Emperador, no tardó en generar el conflicto al
confirmar el monarca francés a su nieto como heredero al trono, lo que pondría en sus
manos un poder excesivo, a juicio de sus rivales.
La nueva dinastía entiende que el poder real ha de ser representado con rotundidad,
debe impresionar. Siguiendo el ejemplo de Luis XIV y Versalles, los Borbones
españoles tendrán en los palacios la mejor expresión de su grandeza. En Madrid, el viejo
alcázar de los Austrias resulta destruido por un incendio en 1734, en su lugar es
levantado el Palacio Real, símbolo de la majestad de la nueva dinastía. También y como
hiciera Felipe II con El Escorial, los Borbones españoles levantan palacios en los
alrededores de Madrid como los de La Granja, Aranjuez, o el Palacio del Pardo.
La consigna: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo", parece encarnar mejor que
en ninguna otra figura, en la del rey Carlos III. El nuevo monarca gobernó también con
poderes absolutos, pero buscando el bienestar popular mediante reformas económicas y
sociales.
Progreso y felicidad del común de las gentes son los fines a conseguir. El medio, la
herramienta principal, es La Razón, que hace al hombre capaz de comprender el mundo
y transformarlo según sus necesidades. Surge así un profundo ansia de conocimiento y
de divulgación, muchas veces bajo el mecenazgo de la Corona: expediciones científicas,
creación de instituciones educativas, patrocinio de periódicos y gacetas... En España, la
Ilustración cuenta con nombres ilustres como los de Jovellanos, Mutis, Sessé, Azara,
Capmany, Mayans, Feijoo...
Sin embargo, las reformas quedarán muchas veces en nada. La oposición de los
sectores conservadores e inmovilistas, que ven en la Ilustración una ideología capaz de
remover los cimientos sobre los que se sustentan sus privilegios, frenará e impedirá la
ejecución de buena parte de las medidas de desarrollo propuestas. La misma monarquía,
en principio tan proclive a conducir un movimiento moderado de reforma que no
cuestiona su misma existencia, cambiará de opinión tras los sucesos de la Revolución
Francesa, que ponen en cuestión a la monarquía como institución.
En 1833 muere Fernando VII. Su hija Isabel, de tres años, es nombrada reina,
actuando como regente su madre María Cristina. La negativa a aceptar esta situación
por parte de D. Carlos, hermano de Fernando VII, dio origen a la Primera Guerra
Carlista. La contienda se extiende hasta julio de 1840 y se desarrolla de manera brutal,
dando lugar a un conflicto que se prolongará toda la centuria. La regencia de María
Cristina, entre 1833-1840, es una etapa de cierta apertura, pues se promulga el Estatuto
Real de 1834, se llevó a cabo la Desamortización de Mendizabal en 1836 y se promulga
la Constitución de 1837, de carácter progresista.
Para acabar con las condiciones de vida angustiosas de gran parte de la población
asalariada, era necesario contar con un nuevo marco de relaciones laborales. Una
reforma agraria debería satisfacer las demandas de tierra del campesinado y facilitar la
racionalización de la agricultura. Por último, España debería afrontar un profundo
proceso de secularización, que pusiera fin al tradicional contubernio entre la Iglesia
católica y el Estado monárquico.
Por otro lado, el deseo de parte de la izquierda de realizar una revolución social,
política y económica condujo a un clima social cada vez más deteriorado y conflictivo.
Especialmente activos fueron los movimientos anarquistas, como el complot de Ramón
Franco en 1931 o las sucesivas huelgas revolucionarias y levantamientos. Éstas fueron
reprimidas expeditivamente por unos gobiernos republicanos desbordados. La matanza
de Casas Viejas o la represión militar de la huelga de mineros en Asturias y León se
cuentan entre los episodios más sombríos del periodo.
La contienda fue larga, cruel, atroz. Entre el verano de 1936 y la primavera de 1939
España estuvo dividida en dos zonas irreconciliables. Los combates y la represión
fueron brutales, abriendo una herida que aún tardará mucho tiempo en cicatrizar. La
victoria final de las tropas sublevadas dejó como saldo miles de víctimas y empujó a
muchos españoles hacia el exilio. En adelante, se instalará en el país una dictadura
represiva, a cuya cabeza estará el general Franco.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la política del régimen se orientó hacia los
poderes del Eje, fundamentalmente Alemania e Italia, quienes habían colaborado en su
victoria. La política internacional de Franco, apostó fuerte por el Eje, y aunque España
nunca entró directamente en la guerra, esta decisión fue mucho más responsabilidad de
Hitler, que no aceptó el precio exigido por Franco, que del Caudillo. La victoria aliada
en la Segunda Guerra Mundial, dejó al régimen franquista aislado en un contexto
internacional hostil.
A partir de 1945, comienza una tímida apertura, un primer cambio necesario para
poder sobrevivir en la postguerra de la demócrata Europa Occidental. Desde esa fecha,
la política económica se hizo algo más moderada, casi se acabaron las ejecuciones
políticas y la represión se atenuó. Algunas acciones del régimen permiten rastrear las
primeras huellas de la España contemporánea, como la decisión de restaurar la
monarquía en el futuro y la entrada del príncipe Juan Carlos en España. Además las
políticas cultural y educativa, así como la vida religiosa tienden progresivamente a
liberalizarse. Por último en lo económico, las reformas de 1959 acaban con la autarquía
y suponen el comienzo de una nueva etapa en la que las autoridades pierden miedo al
mercado.
Por fin se celebran los comicios el 15 de junio, iniciando España uno de los
capítulos más trascendentales de su historia reciente; 19 meses después de la muerte del
dictador Francisco Franco, unos 35 millones de votantes acudían a las urnas para
participar en las primeras elecciones libres desde la Guerra Civil. El resultado de las
urnas dio como vencedor a la UCD de Suarez, le siguieron el PSOE de Felipe González,
el PCE de Carrillo y la Alianza Popular de Fraga, además de otros partidos. El camino
hacia la normalidad democrática ya estaba trazado, aunque aun habrían de sortearse
importantes dificultades.