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Lo agarró entre las manos tan fuerte como el temor le empujaba a hacerlo. Se juró
miedo más agudo. La oscuridad la cubrió como una espesa brea vomitada desde
las mismas nubes, allá donde lo más profundo tiembla. Y era claro, que ni
diferenciaba entre una roca y un cráneo, entre una rama y un fémur. Podría ser agua
eso que le empapó los pies y luego las piernas, pero ella sabía, con una malicia que
armas, las llamas y entonces ya no hubo quien pusiera en su lugar a ese demonio
rememorando! Si omnipotente hay uno solo. Su Diosito es bien sabio y por lo menos
no permitió que el despelote la cogiera con los ojos cerrados. Por esos azares de la
vida, tan espontáneos como incomprensibles, la noche anterior que había estado
aventó, y claro, no acabó de llegar la media noche cuando le tocó levantarse del
catre. Orinó tan placenteramente que volvió a tener esa sensación extraña,
indescriptible; la misma que sentía cada vez que al Gabriel le daba por hacerle la
visita a la madrugada e introducía en su cuerpo ese barrote frío y duro que se
Las baldosas tenían unas manchas verdes entre las divisiones, eso cree que
fue lo último en lo que reparó antes del estallido. Ni alcanzó a limpiarse cuando ya
estaba agachada en mitad del rancho, con los calzones a medio subir, temiéndole
a alguna bala perdida y rogando para que nadie invadiera su espacio. Ella que
nunca renegó de estar sola, ahora se sentía presa fácil. Entonces hizo lo único que
le quedaba por hacer en un momento como ese. Buscó la estampita del Niño Jesús,
que mantenía junto al florero, y la aferró a su cuerpo con violencia. Cerró los ojos y
se vio corriendo por un extenso bosque de abedules. Al inicio pensó que estaba en
otoño, pero se equivocó. Todo lo que la rodeaba estaba plagado de un tono cobrizo,
naranja, hasta ella misma, sus manos, su cabello, su ropa. Se encontró orando a la
lado a otro. No eran militares, una certeza, pues en ese pueblo eran contados y a
todos les conocían muy bien sus convenciones. Esos no, esos llegaron aplastando
todo a su paso “¡Ahora si se jodió todo!”, se gritó con rabia en el más absoluto
silencio. El mantel tras el que estaba cubierta era de un tejido en rombos. Por esas
fusiles desde la puerta, otros dos, sacudían cada rincón del rancho. Rompieron
aparatosamente los pocos muebles que conservaba y saquearon gavetas sin
fotográfico. Vio con miedo el momento en el que uno de los grandulones se disponía
a lanzarlo a las llamas y por eso, sin medir consecuencias, se sobresaltó en un grito
por resguardar su baúl de los recuerdos. Los ocho ojos se vinieron encima al
instante y el que tenía el álbum en las manos, que era el más cercano a la mesa,
se agachó a levantar el mantel. Cree que sonrió, la imagen es difusa, de los puros
nervios que le ganaron, mientras en la mitad de sus piernas sentía un delicado calor
abriéndose paso por entre el calzón. Los hombres lo notaron y echaron a estallar
en una sonora risotada. “Mi amorcito, pero tampoco era para que se miara de esa
forma”, festejó el que tenía bigote a lo Pancho Villa. Ella se cubrió con la estampita
y eso acabó por hacerlos desatornillar de la risa. Supone que fue ese toque de
en gracia, habría acabado atravesada por unas de sus balas o carcomida por las
aquella madrugada, los que creía malhechores, la trataron como a una princesa. No
sino que además tuvieron una palabra de aliento y tranquilidad, que las necesitaba,
propiedad se salvó. Ni el rancho de doña Clemencia que de muy astuta se las picaba
por haberlo cercado con púas. Ni la iglesia que en cabeza del Presbítero Montoya
se había instalado hacía apenas dos meses. Ni la estación de policía. Ni el mediocre
Lo que no acababa de entender era el motivo por el que la llevaban con ellos.
¿Por qué era la única mujer que trasegaba entre una cuadrilla de hombres
adornados discursos de los que ella no sacaba nada en claro. La libertad del pueblo,
la igualdad, la lucha contra la opresión de la clase oligarca. Se les oía hablar de eso
y tantas cosas más todo el día, como loras, que optó por no volver a preguntar.
atronadores o bajo el sol más rabioso. Todo era caminata. Ella, que tenía buen
estado físico, no objetó nada y de algún modo eso les agradó. Cualquier otra mujer
les habría perdido el ritmo a la primera semana. Pero ella se mantuvo firme y alerta.
Luego de solo ver jungla y maleza, una noche llegaron a avistar un terreno distinto,
como empotrado en una montaña, una gruesa formación de roca conducía a una
mayoría. Allí se instalaron y entonces fue que descubrió sus verdaderas intenciones.
no era difícil argüir que hacía tiempos que había sido dejada a la mano de Dios.
con la noche no solo se le oscureció la vista, sino una parte del alma.
sugerentes, que ni de disfraz habría aceptado usar. En una caja del tamaño de un
ladrillo, encontró una buena cantidad de paqueticos plastificados que según rezaba
dizque para que no metiera la pata con el Gabriel, pero nunca los usó. El
comandante la miró con un gesto grotesco que cree la logró perturbar. Ella lo miró
espesura del bosque y solo quedaron dos hombres de guardia frente a la casa y los
mandos superiores, unos seis hombres en total. Preparó la comida, lavó una ropa y
antes del mediodía Figueroa se le acercó por la espalda y fue peor que si hubiera
visto a la muerte. Se puso pálida de lo temerosa que estaba y de lo mal que había
dormido la noche anterior, y el comandante lo notó, quizás por eso no hizo mención
del tema que entre los dos había quedado pendiente, pero eso era solo cuestión de
En la tarde se tranzó a los guardias y logró salir un rato a tomar aire fresco
suavemente con la brisa y al chocar con las hojas se producía un sonido tan
relajante como hipnótico. Largo rato pasó admirando su belleza coloreada entre los
rayos luminosos que golpeaban sobre el tono naranja de las florecillas. Pensó en
huir pero se sintió incapaz de lograrlo. Faltó poco, en cambio, para que regresara
sin prestar atención a la señal que desde los cielos se le ofrecía, una vez más, para
salvarle la vida. No por nada esas hermosas flores eran conocidas como Trompetas
de Ángel.
arrancar unas cuantas flores y las guardó con celo entre la ropa. Las llevó entre el
Al regresar, los guardias le informaron que Figueroa y Zapata, otro de los del
maniobraban vasos repletos de un licor que supuso era ron. Le ofrecieron un trago
y ella aceptó. El tal Zapata era aún más feo que Figueroa. Sobre la cara regordeta
y grasosa, le caía un remedo de barba que parecía más un manchón de barro que
cada vez que iba a tomar la palabra, un tic bastante fastidioso. Afortunadamente el
que más hablaba era Figueroa, quien le informó que para esa misma noche,
después de las once, se habían acordado todos los detalles para iniciar con la
“emboscada”. Se acomodó los lentes y pasó a leer unas hojas que tenía sobre el
escritorio:
escoger el que más le gustara, para pasar, a esa misma sala, once en
encender los motores. En ese punto Zapata dejó escapar una pequeña
estocada final al plan que había empezado a fraguar desde que había
operación. El visto bueno del servicio sería dado por Zapata y Figueroa,
los dos únicos clientes que tendría durante toda la noche. Se alternarían
volvieron a explotar y ella apretó fuerte sus puños, tras la espalda, para
por la oficina de Zapata, allí encontrará una caja que contiene todo lo
mi opinión, el rojo se le debe ver más delicioso. Y una última cosa Rosa,
ese disparate, pensó. ¡Confiar en esos malandrines, en esos sádicos! Pero si ella
era ingenua, ellos no se quedaban atrás y la medida de sus fuerzas vendría a verse
en la noche, concluyó.
desesperar. El tiempo cuando uno está sufriendo parece ganar un aura estacional
intentó dormir luego de haber preparado las bebidas. Sencillamente era imposible.
Por cierto que lo de los cocteles resultó más sencillo de lo que imaginó, pues
que pudiera permanecer luego de adicionar la fracción floral, pero tampoco podía
exagerar pues se levantarían sospechas. Lo que sí tuvo claro desde el principio era
que debía usar su comodín luego de que los dos cerdos se hubieran aventado por
lo menos, unos tres tragos cada uno de otro licor, así se aseguraba de que tuvieran
instalando en sus brazos y piernas. Echó un último vistazo a las dos ridículas
prendas que podía seleccionar para vestir. Le pareció estratégico seguir la corriente
y preferencia, las dos diminutas prendas eran, por lo menos, dos tallas por debajo
de la que debería usar. Sintió opresión en el pecho y en las piernas, pero luego de
un rato la tela pareció ceder un poco y le pareció soportable. Cruzó hacia la cocina
todo lo rápido que pudo, subida en unos tacones de más de ocho centímetros de
largo. Segura que con esa altura quedaría por encima de la cabeza de los dos
cerdos, sonrió. Al pasar junto a la entrada principal, los dos guardias de esa noche,
como zopilotes famélicos, afilaron los ojos a su cuerpo a la vez que hacían grotescas
gesticulaciones con los labios. Quiso ir hasta ellos y arrancarles los ojos con las
uñas, agujerear sus lenguas con una puntilla. No había tiempo para eso. Llegó a la
cocina y alistó todo en dos bandejas plásticas: los cocteles, hielo, dos botellas de
llevar.
tufillo a alcohol y cigarrillo que consiguió causarle aspereza en la nariz. Los bellacos
llevaban toda la noche bebiendo allí dentro, se alegró que le hicieran más fácil la
tarea. Casi en la penumbra total, descargó las dos bandejas sobre la mesa auxiliar
apagaron súbitamente. No supo cuál de los dos habló, pero dijo que “ella sabía
agradar con su belleza y sus sonrisas y su juventud sensual de hembra en flor”,
Creyó que era ella quien seleccionaría la música pero lo hicieron ellos.
y les sonreía con picardía. Los dos celebraban las piruetas. Se sintió a gusto con el
sería soportable todo eso, si no podría adecuarse a esa forma de vida. Casi se
oído. Primero hizo caso omiso a lo que escuchaba, luego como una corriente en
caída sin freno, empezó a prestarle atención a las palabras y fue entonces que
deseaban, lo inquietos que se sentían y las ganas frenéticas que los zarandeaban
por tener todo su cuerpo entre las manos. Su itinerario se estaba desviando por un
acercaron cada uno su botella. Bebió con vehemencia a sorbos largos. El licor
fuerte, dominante, de repente, el mundo se rendía a sus pies y ella era el centro de
Antes de que terminara la música y el ron que tenía entre las manos, la
imagen de los cocteles que había preparado, le llegó como un balde de agua fría.
Sobre un lado de la mesa auxiliar reposaban intactos. Tomó conciencia de que era
el momento de tomar una decisión y debía hacerlo al instante. Como toda respuesta
a la duda, se dejó llevar en brazos de Figueroa al catre que escondían tras una
cortina de terciopelo, al fondo de la sala. Entre las carnes fofas y flácidas de los dos
adquiría otras dimensiones. Los tres cuerpos se entrelazaron con una fuerza
azules que inútilmente, intentaban cubrir sus vergüenzas. Todo fue un salpicar de
reina a bestia su cuerpo fue profanado de diez modos distintos. Allá donde lo
inimaginable cedía a la razón, Rosa se encontró con la furia de dos indomables, que
sí, estaban ahí para recordarle que la crudeza, el salvajismo de la guerra, del
primitivo acto sexual. Vinieron los golpes en las costillas, los mechones de cabello
hizo, quizá lo consiguió. Se vio como una flor marchita atacada por una legión de
pegando con fuerza sobre su cara. Regresó al rancho del que fue despojada,
recorrió las calles como una lunática en busca del rastro de sus días que se le
juego, experimentó nuevamente ese miedo indescriptible que le llegó con su primera
Regresó aún más y vio a su madre en casa, acomodando los carbones para iniciar
cabeza. Alisó sus cabellos y los trenzó, jugaron a la cocinita y pintaron un bello
manos y la empujó hacia atrás. Rosa cayó en un abismo y sintió un mareo que la
llevó a apretar los parpados. Cuando reparó en lo que ocurría, temblaba del frió con
los ojos mojados al borde de la cama. En el centro Figueroa y Zapata dormían
profundamente, con un gesto casi infantil en sus rostros. Rosa se levantó y acudió
a la mesa auxiliar. La decisión era más que clara. Identificó con facilidad la botella
generosa cantidad en una copa de flauta. El líquido ámbar brillaba desafiante con
los primeros rayos violáceos del amanecer. Rosita bebió con desesperación y en su