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Brevemente voy a retomar un poco lo que Inés planteaba la clase pasada.

Ustedes recordarán quienes estudian psicología o son ya psicólogos que se suele


tomar como hito del nacimiento de la misma los experimentos de Wundt, en 1879,
en Leipzig (Alemania) acerca de la introspección y que colocaban a la conciencia
como el centro del sujeto.

Pero más adelante vino un médico neurólogo, Sigmund Freud, a hablar de la


localización del inconsciente como nuevo centro del sujeto. La misma tuvo como
efecto el desarrollo de una nueva teoría para su estudio, a partir de la aplicación
de su método: el psicoanálisis.

Haciendo un poco de historia, se considera un acontecimiento clave para el


nacimiento del psicoanálisis los estudios acerca de la histeria realizados por
Sigmund Freud, quien es considerado el padre de esta disciplina, en el hospital
Salpêtrière de París, entre 1885 y 1886, donde se familiarizó con el método
hipnótico.

Más adelante, sin embargo, Freud descubrió que no todas las personas eran
hipnotizables, por lo que descartó este tratamiento y lo reemplazó por el método
catártico, a través del cual colocaba la mano en la frente de sus pacientes con el
objeto de que traigan a colación los recuerdos de los que no tenían conocimiento.
Este tratamiento, descripto por él en “Estudios sobre la histeria” (1895) como
“tratamiento por sugestión” fue mutando paulatinamente hasta llegar a lo que es
conocido hoy como el método de la asociación libre. A través de la misma, Freud
invitaba al paciente a decir “todo aquello que se le venga a la mente” (Freud, 1910:
31-34), y era en este diálogo donde aparecían los lapsus, actos fallidos, que
evidenciaban la resistencia que existía en los pacientes, y servían de material para
el análisis. Freud ha fundado en esas bases un arte de interpretación y llamó a
este proceso, de ahora en más, analítico: el psicoanálisis construyó condiciones
de posibilidad para la emergencia de nuevos dispositivos y prácticas de
intervención en torno al sujeto. En este sentido, produjo una ruptura con la
psicología de la conciencia.

Tras la muerte de Freud, numerosos autores buscaron continuar con su obra,


entre ellos, Jacques Lacan, quien en sus escritos y seminarios se preocupó por la
restauración y posterior reformulación de los escritos freudianos. Así como Freud
había importado conceptos de la física y la biología para desarrollar sus teorías,
Lacan utilizó conceptos de la matemática y, sobre todo, de la lingüística, a la que
consideró “ciencia piloto” para el desarrollo de su obra

Por lo tanto, el sentido del discurso no se encuentra en un único significante, sino


en el interjuego entre éstos, en la cadena de significantes. Entonces, el
inconsciente pasó a ser concebido como teniendo la estructura de un lenguaje, es
más:

“es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la
disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso conciente”
(Lacan, 1966: 97).

Entonces todo esto introduce al psicoanálisis como una práctica del lenguaje.
Práctica ante la cual, quizá, se pregunten por qué muchas veces se la asocia con
el silencio.

Para trabajar este tema he tomado dos textos. Parte del texto: “La dirección de la
cura” de Lacan (Escritos 2, un texto bastante complejo) y un texto de una
psicoanalista de Buenos Aires que se llama Irene Kuperwajs publicado en la
revista virtualia que es una revista digital de psicoanálisis. Hay artículos muy
buenos, les recomiendo que entren.

Hay un párrafo del texto que voy a leerles que dice así:

En el silencio hay ausencia de palabras, pero a la vez hay presencia. Hay distintos
silencios. En el diccionario encontramos al silencio emparentado con el mutismo,
con la insonoridad, con la quietud, con la discreción, con el callarse, con la boca
cerrada…Hay silencios que hablan así como hay palabras que no dicen nada. Hay
silencios que demandan. Hay silencios que matan, otros que provocan. Hay
silencios ligados a la impotencia, a la cobardía, a la prudencia. Hay silencios
represivos. Hay silencios que liberan. Hay silencios que angustian.

Lacan decía que "el analista a menudo cree que la piedra filosofal de su oficio
consiste en callarse"[4]

pero también que el analista es libre para hablar sin reglas y que el límite a la
palabra es de otro orden [5].Hay cierta ética del silencio que se articula a una ética
del bien decir. De alguna manera se trata de poner un límite al blabla. El analista
también habla a partir del silencio y podemos agregar que de alguna manera el
secreto, la virtud de la interpretación, es resguardar aquello que no se puede decir.

El silencio es en el discurso analítico el lugar desde donde se denota lo imposible,


es la condición de la interpretación. Y si bien el inconciente interpreta mejor que el
analista no se trata de que el analista se calle y no intervenga, sino de hacerlo de
modo diferente que el inconciente. El silencio del analista convoca el decir
analizante, convoca al objeto a. Esta es la función crucial del silencio en la
experiencia analítica.

En las conferencias que Lacan dicta en Bruselas en 1960, el silencio aparece en


relación a su práctica y a la ética: "…pronto habrá pasado la mitad de su
existencia escuchando vidas que se confiesan. Y él escucha. Yo escucho y no soy
quien para juzgar la virtud de esas vidas, que desde hace cuatro septenios
escucho confesarse ante mí. Una de las finalidades del silencio, que constituye la
regla de mi escucha, es precisamente el de callar el amor. No traicionaré, pues,
sus secretos triviales y sin igual... Pero hay algo que me gustaría testimoniar. En
este lugar que ocupo y donde deseo que termine de consumirse mi vida, eso
seguirá palpitando después de mí, creo, como un desecho en el lugar que habré
ocupado. Se trata de una interrogación inocente, si puede decirse así, o incluso de
un escándalo que se formula aproximadamente como sigue.."[6].

Lacan destaca tres valores del silencio como regla de la escucha analítica.

Primero, para el analista se trata de escuchar y de este modo se calla el amor. Es


por su silencio que se le supone al analista su saber y el amor surge como efecto
de la escucha.

El segundo es "no soy quien para juzgar la virtud de esas vidas", suspensión de
todo juicio moral del analista que no es un ejemplo ni un modelo a identificarse.

Por último, no traicionar los secretos es un deber del analista.

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