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Caminando hacia una Iglesia horizontal

Hace algunos días, fue liberado el documento que agrupa las ideas principales trabajadas en el
llamado “Sínodo laical autoconvocado”; oportunidad en la que laicos y laicas pudieron discernir,
discutir y dialogar respecto a un sinfín de temas relacionados con la iglesia de hoy, sus problemas y
su devenir.

Una de las apreciaciones comunes que surgió continuamente en las intervenciones y análisis de los y
las asistentes fue la idea de una estructura eclesial verticalista, una condición “que atraviesa a toda
su organización, en sus diferentes planos: Vaticano, Arzobispados, Obispados y Parroquias. En
todas ellas, el clericalismo se hace patente con mucha fuerza y se impone, cometiendo abusos de
poder, de conciencia y sexuales” (Doc. Síntesis Asamblea Sinodal).

Esta condición, que permea a toda la iglesia y sus espacios, incluyendo aquellas propiamente
sacerdotales, es germen de abuso y tiranía. “En el territorio parroquial, por ejemplo, los párrocos,
en la gran mayoría, tienen plena potestad para decidir lo que se hace y lo que no se hace y, del mismo
modo, para definir quiénes están a cargo de cada pastoral”, en esta estructura, en la que la
administración de la iglesia se traduce en una suerte de “administración de la Fe unilateral”, el laicado
queda excluido del cultivo de su propia espiritualidad, y es reemplazado por el sacerdote, director
espiritual o párroco, quien toma las decisiones relevantes en torno a la vida y ejercicio ya sean
espirituales o pastorales.

Esta exclusión del laicado de las decisiones relevantes lo ha desplazado a un lugar de marginalidad
respecto del poder. Vertical u horizontal, la forma en que se administra el poder dentro de la iglesia
impacta directamente en la formación pastoral y en el desarrollo espiritual del laicado. Es por ello por
lo que debemos abordar el problema no desde un punto de vista exclusivamente práctico (inventar
nuevas formas de control laical a los sacerdotes, o nuevas formas de participación del laicado), sino
que también teológico; ¿qué es aquello contenido en el estilo horizontal de Jesús con sus apóstoles,
que impacta en la esencia misma de la experiencia espiritual cristiana?

En lo que se tienta por aparecer como una cuestión puramente orgánica de organización eclesial,
contiene en sí un antagonismo cuyas raíces son teológicas; quienes promueven o defienden una
estructural vertical, están inspirándose en una forma específica de teología, en la que el Espíritu ‘llega
por mandato’ del sacerdote. La horizontalidad, es, por cierto, una necesidad no sólo orgánica
(organizacional) sino que también teológica, necesitamos vivir nuestra fe en un espacio de igualdad
respecto a los otros, de conocimiento recíproco y diversidad. Tal como Jesús ejerció su ministerio
con sus apóstoles y discípulos.

Es así como debemos retornar al Ágape originario. Donde la fraternidad entre los iguales se vuelva
una instancia que suspenda las diferencias sociales, económicas o culturales. Un espacio donde el
Espíritu pueda manifestarse con fuerza. El cristianismo, no es, en este sentido, una tradición
‘abstracta’ de ideas; es también una experiencia que se pone en práctica y se vive en carne y hueso a
diario. He ahí su dificultad, su imposibilidad constitutiva y la necesidad de mantener como centro
gravitatorio de nuestro banquete el mensaje del evangelio.

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