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XAVIER ZUBIRI Y EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO

por Mercedes Vilá

A principios del año 1964, Zubiri dedicó al problema del mal cuatro clases que impartió en uno de los cursos
privados que daba en Madrid. Zubiri empieza constatando que “el mal es una realidad que, en una o en
otra forma, envuelve a los hombres y, en cierto modo, al universo entero” (p. 197).

LA REALIDAD DEL MAL


Si constatamos que el mal es una realidad, será importante dilucidar “qué es y cuál es la realidad del mal”
(p. 235). Zubiri va a estudiar por separado los cuatro tipos de mal que, según él, se pueden dar, de acuerdo
con la estructura misma de la realidad; son los siguientes: el maleficio, la malicia, la malignidad y la maldad.

a) El maleficio
Dentro de la terminología zubiriana, denominamos maleficio a aquella categoría del mal que nos
desequilibra a nivel físico o psíquico. Es, por tanto, la primera etapa o el primer escalón del mal.
Es importante que caigamos en la cuenta de lo que supone en cada ser humano su integridad psicobiológica y
como ya ha quedado dicho, el maleficio siempre será una alteración del equilibrio psíquico y físico de la
persona. Cada persona vive una realidad física y psíquica propia. Dependiendo de una serie de factores,
podemos gozar de una buena calidad de vida física y de un equilibrio psíquico, o, por el contrario, podemos
sufrir diferentes grados de desequilibrios tanto a nivel corporal como mental y espiritual.
Las cosas a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida, los acontecimientos y realidades que nos
toca vivir, desde las que empiezan por nuestra propia realidad física y psíquica (nuestro cuerpo, nuestro
carácter) hasta las que nos son totalmente ajenas en su origen, no son ni buenas ni malas. Es el modo en
que las tratamos, nos relacionamos e interaccionamos con ellas, lo que las hace positivas o negativas, lo
que les puede dar, por tanto, un sentido maléfico.
Podemos sufrir los maleficios consciente o inconscientemente. Ejemplos podemos encontrar tantos como
queramos: desde la persona que fuma y es consciente del impacto negativo en su salud, hasta el estrés que
nos desequilibra psicológicamente derivado de cualquier actividad cotidiana, o de los problemas personales
y familiares de toda índole, pasando por la persona que inconscientemente sufre la contaminación de modo
crónico en su trabajo.

b) La malicia
Dentro de las diferentes categorías zubirianas del mal, la malicia es el aspecto más intransferible y personal
de la maldad, ya que está ligado a nuestra propia libertad como personas y al uso que hagamos de ella.
Más allá de sus realidades físicas y psíquicas, el ser humano, dentro de los límites de su libertad, tiene la
capacidad de escoger. Ahí está la grandeza de su dignidad. Desde este punto de vista, somos una realidad
moral, en tanto que en el uso de nuestra libertad podemos elegir de un modo moral o inmoral.
El objeto de nuestra elección puede ser enormemente variado. Desde tomar la decisión de llevar a cabo
una acción concreta, hasta decidir tener una actitud determinada acerca de algo, nos pasamos la vida
eligiendo. Una parte de estas elecciones son claras y públicas, otras no van más allá de nosotros mismos y
nuestra propia conciencia.
Al ejercitar nuestra capacidad de elegir, estamos realizando un acto de carácter inequívocamente moral.
Cuando usamos nuestra libertad para actuar causando el mal, nos estamos comportando de una manera
maliciosa. La idea zubiriana de malicia, tiene mucho más que ver con la intención, la voluntad que tenemos
al realizar una acción, que con el resultado de la acción en sí. Porque el resultado de una decisión puede
ser mejor o peor, muchas veces no depende enteramente de nosotros, pero lo realmente importante es la
intención con la que se toma la decisión.
c) La malignidad
Siguiendo con las ideas desarrolladas anteriormente acerca del uso negativo de nuestra libertad como
generadora del mal, hay que admitir que podemos usar nuestra libertad para inducir a otros a hacer el mal.
Zubiri lo describe como malignidad. A través de este concepto damos un salto cualitativo en el mal uso
de nuestra libertad, donde la elección negativa va más allá de nosotros mismos y arrastra a otros individuos
hacia una actuación moralmente negativa. Ya no es nuestra capacidad de libre elección la protagonista de
un acto concreto, sino que es la inductora, la responsable de que otras personas obren malvadamente. Por
tanto, ya no actuamos como sujetos generadores del mal, sino como inductores en los otros de pautas de
conducta o actitudes que conducirán hacia el mal. Así pues, Zubiri afirma que “naturalmente, el otro es
libre o no de aceptar la incitación y, por consiguiente, de ceder o no a la malicia a la que le incito. Pero,
aceptada por el otro, se convierte en malicia suya propia” (p. 278).

d) La maldad
Para Zubiri, el concepto de maldad encarna el mal compartido y producido por el grupo. Cualquier
conducta o acción individual puede generalizarse adquiriendo una fuerza y dimensión mucho mayor que
cuando era desarrollada por un solo individuo. Por consiguiente, una conducta maliciosa y la incitación a
que otros la sigan (malignidad en terminología zubiriana) desencadenan la maldad, hacer del mal un efecto
colectivo.
Por tanto, la maldad es la dimensión social del mal. El mal que nos sobrepasa a nivel individual y adquiere
dimensiones grupales. Esta dimensión colectiva, proyectada en el tiempo, adquiere una significación histórica.
De modo que podemos observar la maldad dentro de la historia del ser humano. De hecho, es algo
asumido por todos que, dentro de la historia de la humanidad, hay corrientes de retroceso, que serían los
acontecimientos histórico-sociales producto de la maldad, y también de progreso, por tanto, de carácter
positivo, que nos hacen evolucionar hacia cotas de mayor bondad en toda la acepción del término.

Las relaciones entre las categorías del mal


Finalmente, podríamos acabar con un ejemplo práctico para ilustrar cómo el maleficio, la malicia, la
malignidad y la maldad están interrelacionadas. Todo comienza por el maleficio, entendiendo por tal una
o varias circunstancias que nos desequilibran a nivel físico y, sobre todo, a nivel psíquico. Desde problemas
de carácter puramente personal, hasta los derivados de la presión económica, laboral o social.
La incapacidad para dar una respuesta sana, coherente y madura al maleficio, puede abocarnos fácilmente
a la malicia. En lugar de encarar mis problemas o circunstancias negativas, opto por comportarme
maliciosamente, eligiendo desde mi libertad y responsabilidad actuar de un modo disconforme al más
elemental bien moral. Así pues, traduzco mis frustraciones y fracasos en actuaciones y actitudes negativas e
injustas hacia los otros. Busco otras personas más débiles que yo, aunque a mí, en mi necedad, a veces no
me lo parezcan. Y descargo en esos otros la responsabilidad de mis males, o los utilizo para desahogarme
y resarcirme de mis derrotas y miserias personales.
Más tarde, doy el paso de la malicia (mis elecciones individuales moralmente negativas) a la malignidad, es
decir, busco incitar a otros a que sigan mis pautas de conducta. Así pues, extiendo el mal, a la vez que me
siento acompañado, más seguro y más legitimado, ya que, si otros hacen lo mismo que yo, de alguna
manera yo me siento menos responsable de mi modo de actuar.
Y, finalmente, de la malignidad (mi intento por extender mi conducta maligna a otros individuos) a la
maldad (el movimiento colectivo que asume, más allá de los individuos, las conductas inmorales), hay sólo
un paso. En último término, responsables de la maldad, de la actuación colectiva inmoral, son todos los
individuos que participan en ella, ya que, independientemente de que fueran incitados o no a participar,
todos acaban tomando una decisión desde su propia libertad individual.

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