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Para lograr una comprensión adecuada de este artículo tenemos en primer lugar que
tener bien definido el término de analogía en el ámbito jurídico, posteriormente
relacionarlo al contexto que se requiere, en este caso al artículo tres del título
preliminar del código penal. Empecemos entonces definiendo el término analogía en el
ámbito jurídico.
2. ANALOGÍA EN EL DERECHO
Método de integración jurídica por el que una norma se extiende, por identidad de
razón, a casos no comprendidos en ella para superar eventuales deficiencias o vacíos.
La analogía en el Derecho es uno de los instrumentos para llenar las lagunas de la ley
cuando esta no ha previsto un hecho, pero sí ha regulado otro semejante, en los cuales
existe identidad de razón. Siguiendo con esta idea, la analogía jurídica es “el
procedimiento lógico que trata de inducir de soluciones particulares el principio íntimo
que las explica, para buscar enseguida condiciones del mismo principio en otras
hipótesis a las cuales se les aplicará por vía de deducción” ( ). Añade que se diferencia
de otros métodos de integración jurídica, como la interpretación extensiva, puesto que
mediante la analogía no se trata de hallar la voluntad del legislador, sino los principios
que inspiran la norma.
"Libi et cadem ratio, ibi cadem dispositio juris esse debet" (donde se da la misma
razón, allí debe haber igualmente la misma disposición jurídica)
3. INAPLICABILIDAD DE LA ANALOGÍA
En nuestro país la regulación constitucional de este principio se inicia con la
Constitución de 1979. La inaplicabilidad por analogía en materia penal, se encuentra
prevista en el inciso 9 del artículo 139 del texto constitucional vigente (1993), que reza
Expresado también en el art. III del Título preliminar del c.p. de 1991
“No es permitida la analogía para calificar el hecho como delito o falta, definir un
estado de peligrosidad o determinar la pena o medida de seguridad que les
corresponde”
En el art. IX del T.P. del c.p está plasmado dicho principio, consagrado de tal forma en
que “la pena tiene función preventiva, protectora y resocializadora”, y aún más, “las
medidas de seguridad persiguen fines de curación; tutela y rehabilitación”. El
anteriormente mencionado principio forma parte de los límites al ius puniendi
(derecho a castigar) del Estado; el cual, en palabras de Javier Villa Stein, “es, de por
más, infinito”. Sin embargo, para algunos juristas modernos constituye ya un
paradigma la idea de que las vinculaciones entre las constituciones y los códigos
penales (en los sistemas de Derecho continental) no solo son de carácter lógico-formal
y jerárquico sino también de carácter material, sustancial o teleológicas y que, por ello,
la carta debe ser entendida como el marco valorativo de todo el sistema penal. Es más,
afirman que los principios político-criminales rectores del sistema penal no son meros
límites formales al ius puniendi, sino verdaderos fundamentos o principios
constituyentes del mismo ( )
La diferencia entre la prevención general positiva y negativa es, sin embargo, material.
Pues sus objetivos son esencialmente los mismos. Mientras la prevención general
positiva busca evitar el cometimiento de la infracción en un futuro haciendo uso de
términos heredados de las ciencias sociales como consciencia colectiva ( ) o
resocialización, la negativa lo hace a través del temor al castigo dirigido a las masas.
Así, al igual que la prevención general negativa, la prevención general positiva postula
la búsqueda de la prevención del delito, por sobre su mera retribución, pero se
diferencian en el fin que le otorgan al castigo penal. Ello, porque para la prevención
general negativa, por medio del carácter disuasorio de la conminación penal y de la
consiguiente aplicación de la sanción al culpable, se evita la legitimación del delito y se
alienta la aversión contra el injusto. A diferencia de ello, en la prevención general
positiva la pena tiene por objeto la afirmación y el aseguramiento de las normas
básicas (este enfoque es representado por Jakobs, quien consideraba que la
prevención general positiva debía resguardar la vigencia de la norma más que la
protección de bienes jurídicos) ( ), de los valores fundamentales que estas protegen,
subrayar su importancia y la seriedad de su protección por el mandato normativo,
educar al grupo social para que los acate y los asuma como propios. Desde la
perspectiva de la prevención general positiva, la pena cumple una misión ético-social,
afirmando la moral en la comunidad para el mantenimiento y desarrollo de la
colectividad. Ya que por medio de ésta, se logra la internalización y fortalecimiento de
los valores concretados en normas jurídicas penales, en la conciencia de cada uno de
los ciudadanos. Esto se logra gracias al significado pedagógico atribuible a la pena,
pues su poder configurador de costumbres confirma el juicio moral de la sociedad.
Así pues, como atinadamente señalaron los hierofantes del nuevo paradigma
constitucional-penalista, una aplicación de la analogía in malam partem no se condice
con un Estado democrático de Derecho, pues simplemente no se puede imputar un
delito no previsto por el actor o el juez a fines de salvaguardar la seguridad jurídica.
4.2.SUBPRINCIPIO DE TIPICIDAD
Mientras el principio de legalidad se refiere a las condiciones que una norma debe
tener para que su aplicación tenga sentido, el principio de tipicidad se refiere a la
correspondencia entre un hecho fáctico y el supuesto de hecho encontrado en la
norma, la cual, si no es absoluta e indudable, no procedería una sanción. Este
concepto, al igual que el de la prohibición de la analogía está fundamentado en la
seguridad jurídica, pues los jueces no pueden crear normas donde evidentemente no
las hay, independientemente si la conducta luzca digna de castigo (este aspecto podría
fundamentarse en la división de poderes).
La seguridad jurídica se muestra como una realidad objetiva, esto es, se manifiesta
como una exigencia objetiva de regularidad estructural y funcional del sistema jurídico,
a través de sus normas e instituciones. Mas su faceta subjetiva se presenta como
certeza del Derecho, es decir, como proyección en las situaciones personales de la
seguridad objetiva . No obstante, la seguridad jurídica es entendida también como un
estado psíquico en el que los seres humanos perciben satisfacción y tranquilidad por
observar cómo se garantiza y, a su vez, como se materializa el catálogo de valores que
posee el ordenamiento jurídico. Bajo estos presupuestos puede definirse a la
seguridad jurídica como certeza o conocimiento de la legalidad, y, por tanto, como
previsibilidad de las consecuencias jurídicas que se puedan derivar de una
determinada actuación. Esta certeza es entendida como conocimiento cierto del
ordenamiento jurídico aplicable y de los intereses que jurídicamente se protegen.
Bajo un auténtico Estado democrático de Derecho solo las normas jurídicas que
emanan del órgano legislativo en virtud de su deliberación consciente que se realiza en
dicha institución- son expresiones fenomenológicas y ratio essendi (razón de ser o
esencial) de la voluntad del pueblo ( ), debido a que en un Estado que surge del
contrato social, el principio de reserva de la ley exige que la función legislativa se
caracterice por subsumir en su esencia aspectos materiales y formales. Desde el punto
de vista material, solo la elaboración de las leyes a través del parlamento de acuerdo a
los mecanismos señalados en la Constitución logra expresar, en forma genuina, la
voluntad del pueblo, pues las leyes ordinarias reflejan las expectativas individuales y
sociales en normas abstractas de validez general. Desde el punto de vista formal,
únicamente las normas jurídicas que emanan del parlamento adquieren legitimidad
por el origen.