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EL TRÁFICO DE INFLUENCIAS

El Perú forma parte uno de los países que ha logrado crecer económicamente en el mundo. Las
condiciones están dadas para apartar a más peruanos de la pobreza. No obstante, sigue siendo
un desafío. La corrupción, es la central barrera. Ya sea grande o pequeña, significa más que unos
billetes cobrados de manera clandestina. El auténtico precio se cancela posteriormente. Los
afectados, todos nosotros.

Sin embargo, la mayoría de peruanos piensa que no importa los actos de corrupción que existan
por parte de las autoridades siempre y cuando hagan obras. Esto explica por qué 7 de cada uno
de nosotros se muestra tolerante ante actos ilegales.

El tráfico de influencias es una demostración de lo mencionado anteriormente. Es un delito a


través del cual determinadas personas ostentan el cargo que tienen para beneficiar, realizar
favores o brindar preferencias hacia sujetos con los que poseen algún vínculo.

Bruno Giuffra Monteverde, exministro de Transportes y Comunicaciones, es acusado de este


delito. Se le involucra en audios que fueron presentados por el congresista Moisés Mamani,
perteneciente al partido político Fuerza Popular. Aparentemente se acuerdan reuniones entre
ambos para que este último no respalde el pedido de vacancia contra el ex presidente Pedro
Pablo Kuckzynski. A cambio, se realizarían obras para la región a la cual Mamani representa.

Silverio Ñope, quien preside la Junta de Fiscales de Amazonas, presuntamente brindaría


“apoyo” a la fiscal Carmen Mora Salazar para que esta ocupara una de las 40 plazas de trabajo
que se ofrecían en el distrito del Callao. Sirviéndose del cargo que tiene, él se comunicaría con
el Presidente del mencionado distrito para darle a conocer que contaba con un excelente equipo
de fiscales.

Los casos mencionados anteriormente evidencian la grave situación política que atraviesa
nuestro país. Tenemos congresistas que tienen precio, lobistas por todas partes y la corrupción
que crece como la espuma. Indignados pensamos que todos deberían irse, pero al final no se va
nadie. Pasan los años, pasan los escándalos y las caras son las mismas. El gran problema es creer
que esto no se puede cambiar. ¡Pero no! ¿Qué podemos hacer entonces?

Lo primero es comunión. Podemos tener ideas distintas y conforme a eso apoyamos a un político
sobre otro. Pero los últimos hechos nos han indicado que a la mayoría de ellos no les interesa la
ideología sino beneficiarse personalmente. Enfrentemos juntos este enemigo en común.
Denunciemos cada acto de corrupción. Generemos conciencia y tengamos los ojos bien abiertos.

Como segunda propuesta, es fundamental el apoyo. Gobiernos anteriores nos han hecho creer
que lo fundamental es mover la economía, atraer inversiones y hacer obras. Ahí la corrupción
ha encontrado el refugio perfecto. Un país no es una gran empresa con un organigrama. No
necesitamos un gerente porque nosotros no somos empleados, somos una comunidad.
Debemos dejar de ser indiferentes y comenzar a darnos la mano.

En tercer lugar, necesitamos fortalecer nuestras instituciones. A través de la reforma


constitucional. Sí, debemos cambiar las leyes que permiten los financiamientos oscuros y que
los candidatos con mayor suma de dinero lleguen al poder. Esto solo permite el pago de favores.
Pero, ¿cómo logramos este cambio? Pedirle al congreso que lo haga es como pedirle a un lobo
que se ponga bozal y lime sus garras.
A pesar de todo, sí hay soluciones. Busquemos a un congresista que realmente sintamos que
nos representa, un partido político que genere un cambio. No tengamos miedo de hacer política.
Sumémonos a la lucha contra la corrupción. No más silencio ni tolerancia. El crecimiento
económico del Perú podrá generar desarrollo y prosperidad para todos, si extirpamos la
corrupción del estado y de nuestra sociedad.

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