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Universidad de Nariño

Facultad: Ciencias Humanas


Programa: Ciencias Sociales
Estudiante: Carolina Muñoz Zutta

Hablar de desigualdad implica pensar en la penetración de las relaciones de poder


que involucra este concepto en la mayoría de las esferas sociales, económicas,
políticas y culturales que convergen y se interrelacionan en nuestro contexto. En
este sentido, a pesar de que el ámbito educativo supone la generación de
espacios en los que es posible la coexistencia de varios factores como la sana
convivencia, la participación y el respeto por la diferencia, los cuales se dirigen a
crear un ambiente de equidad sustentado en el establecimiento de relaciones
horizontales entre todos los miembros de la comunidad educativa; durante nuestra
vida escolar, que se ha visto aún más enriquecida con nuestra formación docente,
es posible evidenciar que “como institución eminentemente política, la escuela
está profundamente involucrada en la reproducción de los valores sociales,
económicos y culturales determinando las conductas, el saber y las disposiciones
vigentes, así como en la conservación de esas formas sociales dominantes que
reproducen las configuraciones actuales de poder” 1 . Sin embargo la
responsabilidad directa sobre la formación de personas bajo los parámetros de
este tipo de educación, no solamente recae sobre la escuela como institución sino
también sobre los docentes que en su ejercicio cotidiano en el aula imponen su
saber sobre las concepciones de los estudiantes.

(…) toda práctica pedagógica, como relaciones simbólicas de poder, es una


relación de comunicación, que se ejerce a través del lenguaje, y como tal, no
descansa en el monopolio de la fuerza. Se trata de una comunicación entre
emisor y receptor (docente-alumno) que en ningún caso es simétrica. Al
contrario de lo que se piensa el sentido común, lo que se transmite en la
relación de aprendizaje no es sólo información, pues incluye lenguaje y se
hace necesario el reconocimiento de la legitimidad de la emisor y de los
receptores; en otros términos, es necesaria autoridad pedagógica del emisor
(docente), que en cualquier circunstancia condiciona la recepción de la
información transformándola en reproducción de la formación (…)

A continuación expongo brevemente tres experiencias personales producto de la


desigualdad epistémica que se produce en el aula generando relaciones de
saber/poder entre docente-estudiante e incluso entre estudiante-estudiante.

1
López Silva Blanca, Jahel Valdés Sauceda y Cabrera Rivera Arlette. El papel del docente ante las demandas
del sistema educativo del siglo XXI.
La primera experiencia ocurrió hace algunos días en la universidad y su impacto
fue de tal magnitud que me parece muy importante destacarla. En nuestra última
etapa de formación y a portas de la práctica profesional, un docente nos
aconsejaba de manera enfática que debemos tener siempre presente que
nosotros seremos superiores a nuestros estudiantes, en la medida en que nos
hemos preparado durante 5 años para convertirnos en sus profesores, en los
poseedores del conocimiento; por esta razón debemos asumir el lugar que nos
corresponde.

Es importante hacer referencia a este caso porque nos demuestra que las
estructuras de poder tradicionales continúan reproduciéndose en nuestros días y
paradójicamente se siguen reforzando en la educación superior, por tal motivo no
es gratuito que los nuevos docentes no sean capaces de proporcionar a sus
estudiantes una educación pertinente entendiendo que su rol debe ser
emancipador sin que esto signifique la pérdida de su autoridad.

La segunda experiencia ocurría a menudo en la institución educativa de donde


egresé, a pesar de que la mayoría de los docentes promovían y practicaban en
sus clases valores como la tolerancia, la participación, el respeto y la autonomía
muchos otros a tropellaban a los estudiantes valiéndose de su conocimiento; así
sucedía con el profesor de matemáticas porque aunque ningún estudiante logaba
comprender y apropiar los contenidos de su disciplina nunca accedió a cambiar de
metodología, sus clases eran despóticas y siempre manifestaba que no era su
responsabilidad que los estudiantes no contaran con la suficiente capacidad
intelectual para estar a la altura de sus explicaciones, simplemente no tenía nada
que ver con el hecho de que sus alumnos fueran “tontos”. Sin embargo cuando
alguna persona lograba resolver un problema matemático aplicando un
procedimiento diferente al explicado en clase, su logro era invalidado de
inmediato, porque el conocimiento verdadero únicamente lo poseía el docente.
Las consecuencias del pensamiento y la actitud de este profesor se vieron
reflejadas en la apatía del grupo hacia las matemáticas, produciendo un desinterés
y desanimo generalizado por aprender este tipo de contenidos.

La última experiencia a la relación saber/poder que puede generarse entre los


pares, es decir, entre los mismos estudiantes. Ante los problemas de indisciplina y
el bajo rendimiento académico que se presentaron durante todo el año escolar en
los grados novenos, los Consejos Directivo y Académico de la institución tomaron
la decisión de integrar, o mejor de excluir, en un salón a los estudiantes
“problema” con el propósito de lograr que las problemáticas mencionadas se
disminuyeran un poco y no “contagiaran” al resto del estudiantado. De ahí en
adelante el curso 10-3 siempre fue el último en todo, muchos de sus integrantes
fueron expulsados, otros desertaron y los que se promovieron al grado 11-3
obtuvieron pésimos resultados en las pruebas ICFES y después de uno o dos
años algunos ingresaron a la universidad.

Después de exponer brevemente estos tres casos se puede concluir que los
docentes deben propender por la construcción de una educación integral
entendiendo que nuestro que el ejerció pedagógico consiste en una
retroalimentación de saberes que generen transformaciones, de esta manera la
escuela y el aula deben dejar de ser el espacios en los que se generan y reafirman
las desigualdades para convertirse en lugares que proporcionen al estudiante las
bases para asumir una actitud libre y consiente, que le permita tener seguridad en
sí mismo y la autonomía suficiente para participar activamente en la ejecución del
currículo y en el proceso horizontal de enseñanza – aprendizaje.

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