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A cer ca de « E l p r ín ci p e» de N i co l á s M aqu i avel o

(>9 ^ 5)
Publicado en Nuova Rivista Stonca, I X (192] ), pp. 55-71, 189-216 y
4 ) 7-475; divulgado como extracto por la Societa Editrice Dante Alighieri,
M ilán-Roma-Nápoles, 1926. Traducido al inglés, con algunas modificacio­
nes, bajo el titulo de «Tbe Prince: myth and reality», en Machiavelli and tbe
Renai¡sanee, Londres, 1958, pp. 50-125.
I. LA GENESIS DE «EL PRINCIPE»

En los primeros meses de 1513, M aquiavelo, aún dolorido por el


breve encarcelamiento sufrido >, se había retirado a su villa, cerca de
San Casciano, pequeña aldea situada en lo alto de un collado entre
los valles de Greve y Pesa. En la quietud solitaria del lugar se
mitigaba paulatinamente el sentido pasional de la vida que había
turbado sus últimos días de actividad pública, y su pensamiento,
desnudándose de toda participación sentimental, adquiría más claros
relieves, conteniendo la nota humana en sus límites precisos.
Florencia estaba ya lejos, recortada con sus torres sobre el velado
fondo del ciclo, y a Nicolás le era dado por fin el poder contemplar,
con la serenidad del crítico, la obra suya y la ajena, vividas antes
momento a momento, con la inmediatez del hombre de gobierno.
Verdad es que, al principio, había tratado de evitar cualquier
preocupación que le devolviese, siquiera de lejos, a aquel mundo del
que no le quedaban felices recuerdos2; pero, toda vez que la
naturaleza no le habia concedido el talante del mercader en lanas, ni
experiencia suficiente como para meditar sobre las ganancias y
pérdidas de un banco, sólo le quedaba, bien apagarse en el silencio,
bien reflexionar acerca del Estado, creándose aquellos «castillejos» 3
a que lo habían acostumbrado largos años de difícil actividad.
Apagarse en el silencio era algo que M aquiavelo no podía, y, por
tanto, empezó a meditar sobre los hechos políticos.
Nacen de tal suerte los primeros fragmentos de los Discorsi *. Al *1

1 P. V i l l a * ): N iaaiá M atbiartU i t im ai ríta p i, -Milán. 19 11- 19 14 . I I . p. 111; O . T o m m a si n i :


L a rita t t f t u r it t i i ¡ N ú n ii M acbiartU i, Rom *. 1115 - 19 11. I * . PP- * oy ss.
1 L t / lt r t J,im ilia r i (ed. A lvi si d i .) , C X X V I I I . U t obra* de M aquiavelo están ci t ad » con
arreglo * I* edición I t i i i * de 1I 15 ; sólo para E l fr it r íp t me he atenido a la edición cuidada por
mi (Turin, 1914). (Como ya se ha dicho en la N ot a de la edición italiana de este volumen, I »
at as a la obra de M aquiavelo, con la única excepción de E l principa, han sido igualadas a aquéllas
de las más recientes y cuidadas ediciones. N E //.]
[Para comodidad del lect or en la consult a de las at as de las Istark fiarttrím , he añadido a la
indicación de los respectivos libros la de los capít ulos, en numeración de la edición critica de las
obras de P. Carli (a vols.. Florencia, 1927). Por otra pan e, y al objet o de estar de acuerdo con la
costumbre actual, he modificado el prim it ivo titulo de Rrtratti I t ih «sr é ¡ Fratría com o Rilratta
£ ttst £ Fratría.)
1 Lrltara / am iliari cit ., C X X .
* Respect o a la composición de los D itetrm , «f. P. V i l l a r i : ap. t il., I I ,p p . 17 1 y ss.; 0 .
T o m m a si n i : ap. t il., I I . pp. S9, 144 y ss. Puede considerarse ci en o que. cuando M aquiavelo se

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42 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

espanto y la desesperación que le hacen insufrible la existencia


cotidiana, Nicolás los transmuta, en medio de la recreación espiri­
tual, en exaltación del pasado y en recurso muy vivaz de una virtud
política que, luego, nadie habría de poder resucitar. Y las enfadosas
jornadas transcurridas entre poetas de amor y el alboroto de los
carreteros, los gritos de los jugadores de tric-trac y las reyertas de
los leñadores, concluyen frecuentadas súbitamente por multitud de
figuras de otros tiempos; la habitación en que el desterrado se viste
con hábitos curiales se abre hacia unos horizontes nunca entrevistos *.
No por mero deleite humanístico el pensamiento se concentraba
en la evocación de Roma 6. Lo que a M aquiavelo le quedaba por
aquellos días como único motivo de consuelo — la fe apasionada en
el Estado fuerte y sano, impregnado de vivas energías y sostenido
con el valor del pueblo— , y que se agudizaba en el reciente
desengaño, de suerte que la creencia sincera había de contraponer su

abocó a escribir Etprincipe, estaba en gran parte concluido el primer libro de los Discursos* y quizá
estuviesen ya escritos otros pasajes posteriormente incluidos en los libros siguientes, sienao que,
por su contenido, más bien corresponden al primero. F.n el cap. II de E l principe figura un
reconocimiento expreso det trabajo efectuado hasta esc momento: «Dejaré de lado la reflexión
sobre las repúblicas, porque en otra oportunidad lo hice largamente.» El que los Discnrsos no estén
ordenados con arreglo a un criterio lógico y preciso (O. T o m m a si n i : op. cit., pp, 146*147), es algo
que surge con tot al evidencia de los diversos pasajes extraídos de capítulos cercanos; asi, por
ejemplo, casi t odo el cap. X X I I I del libro I estaría mucho mejor sit uado en el libro I I I , junto a
los caps. X , X I y XU . Además, el ejemplo de Francisco I demuestra que ese pasaje fue escrito
después de 1515 y, por tanto, uue los primeros fragmentos de los Discursos fueron también
reanudados y terminados. (F.n los últimos años, varios estudiosos han vuelto a abordar,
encarándolo con criterios nuevos, el problema de la composición de los Discursos. Siempre se
había aceptado, hasta ahora, que las lineas que inician el segundo capitulo de E l principe («Dejaré
de lado la reflexión sobre las repúblicas, porque en otra oportunidad lo hice largamente») eran
una referencia a los Discursos. Sin embargo, I7. G i l b e r t («The Compositinn and Structure o f
M achiavelli's D iscorsh, en Journal o f tbe liistory o f ideas, X I V , 195 j) , propone la hipót esis de que
esta mención no se refiera a ellos, sino al manuscrito, después peraido, de una obra sobre las
«repúblicas» que M aquiavelo habría utilizado para tos primeros dieciocho capítulos del libro 1 de
los Discursos. Hsa obra, prosigue Gilbert . es. esencialmente, un comentario sobre Ti t o Li vi o, que
M aquiavelo empezó en 1515, cuando comenzó a frecuentar las Orti Orícellari, y que fue
completado, en su estructura actual, en 1917* Post eriormente, J. I I . Huemul («Seyssel, M achiavcllt
and Polybius V I : The M ystery o f the M issing Translation», en Sindies m tbe Renaissance, I I I , 19)6),
tomando com o punto de partida el cap. II del libro I de los Discursos, que evidencia la influencia
de Polibio, ha subrayado que M aquiavelo no sabía griego y no habría podido tener conocimiento
del libro VI de las H istorias de ese autor, en traducción de Janus Lascaris, antes de i j i j .
Últimamente, H a n s Ba r ó n («Té* Principe and the Puzzle o f the Discorsht, en Bibliotbiqm
etHnmanisme et Renaissance, X V I I I , 19)6) afirma que las lineas del comienzo del segundo capítulo
de Et principe fueron añadidas después de la composición de la obra completa, quizá en 1916,
cuando M aquiavelo la dedicó a Lorenzo de Médicis. Según Barun, los Dsscnrsos fueron
compuestos entre 1515 y 1116 . De tal manera, la relación entre la composición de Et principe y la
de los Discursos serla exactamente al revés. Con todo, y a pesar de las ingeniosas argumentaciones,
y a menudo sutilísimas, que se han formulado, sigo siendo de la opinión de que las primeras líneas
del segundo capitulo de fc7 principe constituyen una referencia precisa a los Discursos, que no son
una interpolación posterior y que, en consecuencia, cuando M aquiavelo empezó a trabajar en E l
principe, había escrito ya, por lo menos, una pane del primer libro de los Discursos.]
J Carta a Francesco Vet t ori, del to de diciembre de 1919.
4 Cf. R. F est er : M acbiavetii, Stut t gart , 1900, p. 199.
ACERCA DE «EL PRINCIPE», DE NICOLAS MAQUIAVELO 43

firmeza teórica a la brutal lección de las cosas, no podía encontrar


expresión concreta sino en la remisión a otros tiempos. Una sola
mirada a Florencia, lejana entre las brumas del ocaso, bastaba para
la respuesta amarga: la salvación, siquiera la más parecida a una
esperanza que a una segura convicción, no estaba en ese país.
Como tampoco lo estaba en la historia de Italia. Porque si la vida
comunal no siempre se le presentaba al pensador cabalmente y en su
desenvolvimiento íntimo, no obstante él alcanzaba a avizorar su
debilidad última, la nulidad de los resultados políticos, y percibía,
asimismo, la disgregación ético-social de su tiempo 7; y la única fase
de la historia humana en la cual podía encontrarse ese fluir de vida
interior, amplia en cuanto a elementos y ritmo, en la que el Estado
encontraba su grandeza, era el momento de la Roma republicana.
Aquí, la diferencia entre las clases, entre patriciado y pueblo,
igualmente activos y capaces, había determinado la existencia,
constantemente vivida y gloriosa, del organismo estatal, es decir,
una existencia como la que el antiguo secretario de los Diez había
podido ilusionarse en aplicar a su ciudad; aquí sólo podía revivir, en
forma de recuerdos, aquella voluntad de renovación a la que las
condiciones de los tiempos habían quitado toda posibilidad de
esperanza.
Tit o bivio le había dejado sus Décadas para acoger, al margen,
las primeras y embrionarias anotaciones, soberbio elogio de la vida
política tal cual surge en una sociedad no corrompida, esto es,
floreciente de energías colectivas, cuyo libre manifestarse lleva
consigo la evolución y el progreso de los ordenamientos estatales.
Pero he aquí que, en medio de tal reconstrucción, Maquiavelo
se detiene, y otra imagen se abre paso para recibir lineamentos
precisos de esa meditación solitaria: entre julio de 1515 8 y los*

* Véase, por ejemplo, cómo juzga a Florencia: «La ciudad de Florencia (...) ha ido
arreglándoselas durante doscientos años (...) sin haber tenido nunca un Est ado por el cual se la
pueda verdaderamente llamar República» (D iu n r w t 1, X L I X y también X X X V U I ) , o a los demás
estados italianos: «Por tanto, di go que ningún accidente (...) podrá jamás convert ir a M ilán o a
Nápoles en libres, por estar estos miembros totalmente corrompidos», 1, X V I I I . En Ñapóles, la
tierra de Rom a, Romana y Ixrnibardia nunca ha exist ido «vida polít ica alguna», 1. X I .V . Sobre
Italia en general: «Ni os fiéis en absoluto de esos ejércitos que vos decís que en Italia podrían un
día dar algunos frut os, porque eso es imposible», L turre fam t/ iari, C X X X I V (del z6 de agost o
de i j 10 : )’ en la misma carta: «Nosot ros los de Italia, pobres, ambiciosos y viles (...)» Com o
también: «En cuanto a la unión de los demás it alianos, me hacéis reír; primero, porque nunca se
ha efectuado ninguna unión que le hiciera bien a nadie (...)»(carta del t o de agost o de 151 CX X X I ) .
* Respecto a que fuera éste el probable periodo de comienzo de! t rabajo, cf. G. Li sio: en
Introducción a la edición académica de Biprím eipt, Florencia, 19ZI, pp. xvi-xvii.
44 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

primeros meses de 1514 9 surge el tratado De príncipatibus, 1/ Príncipe


a que nos referimos, casi en su fisonomía definitiva I0.
La fragmentaria reconstrucción del mundo romano se trueca en
orgánico, ágil y vivaz retorno a la vida presente, en cuyo fondo se
perfila la figura dura y fina del príncipe nuevo. El trabajo calmo,
todavía disperso en sus detalles, se convierte en una inmediata

* Que el trabajo de aumento y pulimento de que habla M aquiavclo, en la famosa cana del
10 de diciembre de i j i j , no estaba terminado todavía en enero de I J14 , lo demuestran las
palabras de Vettnri: «l i e vist o los capítulos de vuestra obra, y me agradan sobremanera; pero,
mientras no lo teopa todo, no quiero emitir juicio definitivo» (del 18 de enero de t j 14, en P. V i l l a »!:
op. eit., 11, p. i ¿7), [Véase, sin em bargo, el agregado de la nota siguiente.)
10 Efectivamente, no coincido con O. T o m m a si n i , quien considera que el tratado De
principatihsu, mencionado en la cana a Vettori, no era sino un esbozo al que siguió en i j i j la
redacción definitiva (op. eit., I I , pp. 87, 89, 10;). Las razones que aduce en contra de G. Li st o
(«lnt om o alia nuova edizione de 7/ Principe di N . M achiavelli», en Rendieonti ddtAccademia
Nocional/ dei Linee/, 1900, pp. j 2a-3z 3) no son muy convincentes y chocan contra unos
argumentos históricos demasiado poderosos com o para ser dejados de lado sin m is ni m is
(argumentos en los cuales, precisamente, se basaba I Jsi o para el Prefacio de su edición crit ica de
7/ Principe realizada en Florencia en 1899, pp. Ixii-lxiv). Pero es que no solamente falún referencias
relativas a los acontecimientos del verano de 1513, época en la cual debiera haberse realizado la
segunda redacción, sino que existen alusiones precisas que no podrían concebirse si M aquiavclo
hubiese reanudado su trabajo después de tos primeros meses de ese año. La mención del cap. X I
(«(...) y ahora hace temblar a un rey de Francia y ha podido echarlo de Italia») no puede explicarse
como no sea debido a las condiciones del verano-otoño de 1j 1j , las cuales, efectivamente,
obligaron después a Luis X I I al acuerdo con el Papa, precisamente en diciembre, y nunca con la
situación de i j i j , en que Francisco 1 entró en la lucha. Igualmente, las menciones del cap. X I I I
(«error crac (...) como efectivamente se ve ahora, es m ot ivo de los peligros de aquel reino» y «de
ahí que los franceses no basten contra los suizos») no pueden det erminarse sino en función de la
situación creada después de la batalla de Novara y estarían fuera de lugar en 1313. También la
referencia del cap. X X I acerca de Fem ando el Cat ólico (náitimaneemente ha asaltado Francia») nos
hace quedamos en i j i j , y no se justificaría en 1315. Finalmente, ¿cómo podía M aquiavclo, en
ese último año, hablar de Luis X I I com o de un rey de Francia presente (cap. X V I ) , siendo que
habla muerto en enero? Téngase en cuenta que no se trata de hechos ni de hombres de
importancia secundaria, de los que M aquiavelo hubiese podido trascordarse, sino precisamente
de unos acontecimientos de los que su atención estaba constantemente pendiente. Por tanto, sin
duda habría modificado, si no el pensamiento, por lo menos su expresión, si en verdad hubiese
redactado su obra por segunda vez. Y puesto que dedicó U Principe a un M édicis, ¿cómo habría
podido decir «se esperen,, hablando de León X , al cabo de dos años de pontificado en los cuales
no había destacado sólo por bondad, sino también por sus continuas intrigas políticas? En i j i j ,
la expresión, evidentement e, habría sido distinta, y me parece <|uc ésta habría sido una corrección
bastante importante para un M aquiavelo vejado por una pésima suerte y deseoso de volver a
entrar en servicio.
Precisamente por estos motivos históricos no creo que se pueda hablar de un esbozo y una
segunda redacción. Que hayan podido hacerse pequeños retoques aquí y allá, pero sin un criterio
preciso de reordenamiento general, es otra cuestión. Y me apresuro a recordar a este respecto un
pasaje que puede dar lugar a discusión: «Francesco Sforza, para poder armarse, de privado pasó
a ser duque de M ilán, y los hijos, para evitar los sinsabores de las armas, de duques pasaron a

R rivados» (cap. X I V ) , y estos hijos (léase sucesores) no pueden ser más auc Ludovico el M oro y
lassimiliano Sforza, quien perdió su F-stado de resultas de la batalla de M arignano ( 13-14 de
septiembre de 1j 11) . list a mención nos conduciría, pues, a finales de 1913, a menos que se
pretenda entender «hijos» como una mera generalización estilística, limitando con ello la mención,
en su realidad histórica, al M oro. Pero ella me parece tan precisa y tan insistente en la nota
fundamental, «para evit ar los sinsabores de las armas», como no podría serlo tanto si los hijos,
todos ellos, no hubiesen dado pruebas efectivas de cobardía durante un gobierno determinado,
tan clara en la afirmación final, donde se habla de duques, es decir, de principes ya reconocidos
en el t rono, que me induce a aceptar, preferentemente, la primera interpretación. Tam poco cabe
asombrarse de semejante añadido, aunque esté aislado, si se piensa que está inserto justamente en
los capítulos centrales de E i príncipe, y viene a reforzar el pensamiento predominante de
M aquiavelo, la necesidad de las armas propias, y a confiar, además, con el vaior de la realidad
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE», DE NICOLÁS MAQUIAVELO 45

improvisación de pensamientos y notas, que dan forma visible a una


concepción aparentemente opuesta a la que animaba a los fragmen­
tos dejados de lado.
Ahora bien, este paso de un razonamiento al otro no fue una
contradicción, sino más bien el resultado definitivo de un esfuerzo
espiritual lento y continuado, cuyas primeras expresiones se aprecian
ya en los bosquejos de los Discursos.
Porque no es difícil observar, en el libro i de ellos, una
incertidumbre que, inexistente en los primeros capítulos, donde
todo habla de la gloria de un pueblo fuerte, se va haciendo
paulatinamente más visible, y se ilumina en consideraciones de otra
índole: pasajes enteros en los que aparece, por primera vez, la virtud
individual, reflejada en máximas, detalles y hechos menudos, opues­

hisiórica cercana, los consejos que el escritor form ula al principe acerca <lc la principal de sus
anes; es decir, en el capit ulo que en m ayor medida que cualquier ot r o debía tener present e
M aquiavelo cuando, en t ) i ) . veta en Lorenzo de M édicis, capit án general de la Iglesia, iniciarse
tal vez esc arrepentimiento de los principes tan predicado por el , y tenia, por tanto, que insistir
en sus consejos. M ientras que, por ot ra pan e, la referencia a M assimiliano Sforza no es ilógica si
se piensa que M aquiavclo tiene los ojos puestos en las campiñas de la Lombardia y se recuerdan
los ásperos juicios que formula acerca de ellas. (Lettere fam iliari ci t ., C X X I V , C X X X I , CX X X I I I ;
cf. el juicio de Vcttori. ik id., C X X X I I .)
Tendríamos con ello un añadido a la primera redacción, y, en conclusión, considero que
podría afirmarse lo siguiente: que el tratado, compuesto entre julio de l ) i } y enero-febrero de
1) 14 , aun quedando inalt erado en su plan fundamental, debió sufrir algunos ret oques, de los
cuales, hoy por hoy, es difícil hacerse una idea. Asi se explicarían algunas lecciones más secas y
menos redondeadas de los manuscrit os de Corsini y de Got ha, que no habrían tenido en cuenta
los retoques postenores. Pero de ahí a hablar de un esbozo y una redacción definitiva hay mucha
distancia, y yo seria más bien propenso a creer que ni muchas ni, sobre t odo, muy importantes
fueron las correcciones posteriores a t ) t ) , y ello por las razones históricas más arriba señaladas.
Por otra pane, la tesis que ahora sostiene F. M e i n k c k e , «Anhang zur Einfuhrung», en la
edición de Der Eibrtt y otros escritos menores, Berlín, 19 1) , pp. $8-47, en cuanto a que E l principe
de t | i ) llegara sólo hasta el cap. X I , y que sólo después M aquiavelo le agregara las partes
siguientes, aunque ingeniosamente defendida, no me parece aceptable. Apane de cualesquiera
otras razones, la duda queda resuelta ya desde el cap. I I I : «Y si algunos ot ros alegasen la promesa
que el rey había hecho al Papa (...), responderé con lo que diré a continuación acerca de la fe de
loa principes y cómo se la debe observar.» Es decir, que se remite al lector al cap. X V I I I , y no
se puede ver en esta frase un añadido, com o le parece a M einecke ser la del cap. X («y piara el
porvenir diremos lo que fuere menester»), M aquiavelo, frente al problema de si «el rey Luis
cedió...», responde que no se debe permitir que sobrevenga un desorden para evit ar una guerra;
a la segunda objeción, que concierne a la moralidad del príncipe, responde prcanunciando, no ya
solamente la manera de adquirir los principados y mantenerlos, sino también el modo personal
de actuar el príncipe. Lo que significa, entonces, que desde el primer momento vi o a su principe
tal como después lo desarrolló: al tiempo que, en cuanto a los principados, meditaba ya acerca de
las personas de sus conductores.
Por último, no puede verse en los caps. X I I - X I V una repetición del cap. X . Est e último trata
de la constitución de la defensa, diríamos, cuantitativa, y los otros, de la defensa cualitativa. Aun
con ejércitos propios, no es seguro que un principe pueda siempre hacer una jorn ada si le falta
abandancia de bem brer, he ahí, pues, los preceptos para quien se vea obligado a encerrarse en una
ciudad fort ificada. En los caps. X I I - X l V es ot ro el m ot ivo inspirador. (Me vuelto a abordar el
problema de la composición de E l principe en mi ensayo «Sulla composizione de II Principe di
N iccoló M achiavelli», en A rchhum Rotnanienm , X I (1927), pp. ) ) o-j83. En ese ensayo, justamente,
después de un amplio análisis, arribo a la conclusión (que modifica un tanto la opinión arriba
expuesta) de que E l principe fue escrito entre julio y diciembre de í j t ) , y que, después de esa
fecha, no hubo revisión alguna, ni toral ni parcial.] [También este ensayo está incluido en la
presente edición de los escritos de Chabod sobre M aquiavelo. N E it.)
46 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

tos a los primeros, que tienen la amplitud y el relieve de la vida


colectiva, evidenciándose un nuevo análisis humano.
En efecto, el solitario pensador no podía alejarse mucho tiempo
de la realidad de la época, que volvía a presentársele sin velos de
retórica y sin ocultaciones prácticas en su debilidad incurable; en su
misma ansia de refugiarse en el pasado para recibir nuevo vigor
vital, era forzoso que calase en la dolorosa experiencia actual, que
empezaba a contener la capacidad creadora dentro de límites más
estrechos, asi como el mundo antiguo debía irse retirando paulati­
namente frente al mundo moderno, apremiante desde el diálogo
ininterrumpido con el amigo Vettori, y en el que resonaba con
siempre mayor fuerza la conmoción italiana del momento. A ello se
debe que en esas mismas notas a Tit o I Jvi o se insinúen unos
preceptos en los que no se trata ya de un Estado sano, sino de un
organismo corrompido; los ejemplos clásicos dejan lugar a hombres
y acontecimientos de la historia contemporánea " ; la vida política
queda limitada a la virtud individual y, por momentos, la exaltación
de Roma se ve frenada por la amargura del pensamiento que, por
debajo de la grandeza antigua, entrevé la miseria en medio de la cual
se forma 12.
Así, pues, maduraba concepciones nuevas; un mundo aún no
analizado se iba construyendo, aunque incierto en su disposición y
en su perfil l3, y sólo permanecía en la sombra debido a la que, en

11 Por ejemplo, el cap. X X V U , que vi ve en las figuras de Ju l i o II y Giam paolo Baglioni.


12 ¡Que doloroso sentido de desconfianza en aquel breve trozo que remite de la Roma antigua
a la Italia del momento! «Pero cuando, por negligencia o por falta de prudencia (los principes]
permanecen en sus casas ociosos y envían a un capitán a la guerra, no tengo yo más precepto que
darles que el que ellos mismos saben» {Discursos, I , X X X ) .
12 Un el cap. X I X del libro I de tos Discursos: «De est o tomen ejemplo todos los príncipes
que tengan Ksrado, pues quien se asemeje a Numa lo conservará o no, según las vueltas de sus
tiempos o su fortuna; mas quien se parezca a Róm ulo y, com o ¿I, se arme de prudencia y armas,
lo mantendrá de cualquier manera, siempre que no le sea quitado por una obst inada y excesiva
fuerza», se tiene una primera alusión directa a los príncipes, que se desarrollará en los capítulos
X I V , X X I y X X I V del tratado a que nos referimos. Asi también, «y cuando un pueblo es llevado
a comet er este error, el de ot orgar reputación a uno porque derrota a aquellos a quienes odia, si
ese uno es inteligente, ocurrirá siempre que se convierta en tirano de esa ciudad. Porque
procurará, junto con el favor del pueblo, terminar con la nobleza (...)» {ibid., I, X L ) , donde parece
casi que se anticipara un preludio del cap. I X de E l principe, anunciado también en el cap. X V I
de los Discursor. «(...) pues quien tiene por enemigos a pocos, fácilmente y sin mucho escándalo
se asegura; pero quien tiene por enemigo a lo universal, no se asegura jamás (...). De suerte que
el mejor remedio consiste en procurar hacerse am igo al pueblo (...). Queriendo, pues, un principe
ganarse a un pueblo (...)»; el ejemplo, aquí aducido, del rey de Francia, volverá a aparecer en e/
principe, cap. X I X , con igual propósit o. Y M aquiavelo mismo adviene este cam bio de su
pensamiento: «Y aunque este razonamiento sea distinto del arriba expuesto, como se habla aquí de
unprincipej a llí de una República (...)» {ibid., X V I ). Se trata, en resumen, de elementos dispersos,
sofocados aún por la voz viva del pueblo y por las luchas entre partidos, que pronto se tornarán
a su vez m ot ivo inspirador de una nueva teorización en formación: «De t odo lo arriba expuesto
nace la dificult ad o imposibilidad, que se encuentra en las ciudades corrompidas, de mantener en
ellas una República o volverla a crear» {Discursos, I , X V I I I ) . F.l que M aquiavelo retome de la
ACERCA DE «EL PRINCIPE», DE NICOLAS MAQUIAVELO 47

definitiva, era necesidad humana, para Nicolás, de salvarse del


espanto merced a la memoria de una gloria pasada. Si, por cualquier
motivo, hubiese sobrevenido una convulsión psicológica, el pensa­
miento nuevo, todavía fragmentario, se habría reducido a una forma
precisa y definida, interrumpiendo sin duda la operación comenzada
con anterioridad.
Y la convulsión tuvo lugar. El perfilarse en el horizonte más
grandiosas, aunque inciertas, combinaciones políticas cuya alma
debía residir en la actividad de los Médicis H, y la posibilidad para
nuestro desterrado de retornar a la vida activa y a las preocupaciones
propias del gobierno 1 IS, que agudizaba esa su necesidad insistente y
4

contemplación de Roma a la sociedad corrompida de su t iempo; el que su experiencia e


imaginación, tras haberse form ado y desarrollado en la civilización antigua, vuelva a sumergirse
en la vida presente por m ot ivos prácticos y sentimentales: he ahí Elt rin cipe.
14 N o coincido, sin em bargo, con P. V i l l a k i (op. t il., I I , pp. 566 y ss.). a quien ot ros han
seguido después, cuando pretende identificar la causa práctica de E l principe con el codiciado
dom inio personal de los M ediéis sobre Parma, Piacenza, M ódena y Rcggi o. En primer lugar, la
ambición de Giuliano y de Lorenzo era menos concreta y seguía perdiéndose, en los momentos
en que E l principe fue escrito, en lo vago e indeterminado. O ra se deseaba convert ir a Giuliano
en rey de Ñ i pól es, esperando para Lorenzo nada menos que t odo el ducado de M ilán, ora se
pensaba, más modestamente, en alianzas matrimoniales, en Piombino y en Siena (O. T o m m a si n i ,
t p. i7/., I I , p. 76 y ss. Cf. I . v o n Pa st o r : Gescbicbte Jee Pipete, I V , I , p. 14 y ss.). El propio
Giuliano, de fantasía desenfrenada y sumamente voluble, era tan variable en sus propósitos que
el objeto de sus deseos no podía ser det erminado con seguridad. El que luego l eón X . desde
julio de 1$ 1) , pudiera concebir la creación de un Est ado para sus sobrinos, cn l a alta Italia, sobre
la base de Parma y Piacenza, o de M ódena y Rcggi o (A. I.nzto: «Isabetla d’ Est c nei prim ordi del
papato di Leone X», en Archer¡o Síorico lombardo, 1906, p. m y ss.), no quiere decir que
M aquiavelo lo supiera como para decidirse a escribir precisamente con ese fin. La primera vez
que se muestra enterado de tales designios es el j 1 de enero de 1515 (Le/ lert fam iliar) cit ., CI .I X ) ,
y los términos en los cuales se expresa demuestran que no sabia con anterioridad la noticia,
conocida «por rumores». En toda la correspondencia con Vettori, durante estos años, no existe
ningún ot ro rastro de asunto semejante, lo cual no habría sin duda ocurrido si ambos amigos
hubiesen tenido una base segura de discusión. Nótese que Vet t ori, refiriéndose el 12 de julio de
t i l ) , a la avidez nepotista del Papa (Lr/ / rr« fam iliar! cit., C X X V 1I), quien pensaba crear «de
cualquier manera» unos estadt» para los dos sobrinos, poco sat isfechos con Florencia, no hace
ninguna precisión. «No quiero entrar a considerar qué Estado pretende, porque en esto cambiará
de opinión, según la ocasión», e incluso considera la acción de latón X hacia Parma y Piacenza
inspirada por el deseo de «mantener a la Iglesia en sus estados y preeminencias». Apenas se alude
en general a la posibilidad de que la Iglesia pueda ser menoscabada en favor de los M édicis, pero
sin que esta duda llegue a concret arse en lo más minimo respecto a Parma y Piacenza. Siempre
se está en lo indeterminado. En conclusión, serla yo más propenso a no procurar identificar
demasiado las causas prácticas; basta el no pequeño fermento de las almas, que provoca de por
si continuas sacudidas, y bastan las ambiciones, aún no muy definidas, de los dos príncipes
M édicis, junto a la presencia de un Papa «joven, rico y razonablemente deseoso de gloria (...) con
hermanos y sobrinos sin Estado» (Lellere fam iliar), C X X 1V) para crear el m ot ivo ocasional.
Acerca de la finalidad práctica de E l principe, cf. ahora F. M e i n e c k e : «Einführung», p p .; 1 y ss.
15 Pero exagera J. D u z r k t o n , quien, toda vez que sólo ve en E l principe un motivo utilitario
semejante, d ¡ce:«... il se fait alors professeur t f ingénito. Enseignc au maitre le moyen d’étre plus
súrcmcnt le maitre, trahit ses compagnons, sa classe —exactcmcnt sa dasse d'humble fonetton-
naire mal payé— , bref, redemande á crever de faim avec honorabilité et déccnce» ([M aquiavelo]
se hace entonces profesor ctinganno [de engaños]. Enseña al amo el medio de ser con mayor
seguridad el amo, traiciona a sus compañeros y a su dase -—dicho con precisión, su clase de
humilde funcionario mal pagado— , en resumen, solicita reventar de hambre con honorabilidad
y decencia.) (L a dicgrice de Ñ . AL, París, 19 1J, p. 190). ¡Es evidente que en E l principe hay algo
más que la mera petición de un funcionario dispuesto i crerer defaim\
48 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

natural de elevar la voz para mostrar los caminos de la fortuna


política a los posibles dominadores, todo eso, fundido en un único
estímulo en el cual ya no se distingue el momento puramente
utilitario del sentimental, el motivo ocasional del que es connatural
al ánimo del escritor, hizo que los pensamientos aislados se precisa­
ran, se congregaran en torno a una directriz fundamental y se
dispusieran en orden. En pocos meses, el tratado, pequeño de
tamaño, queda terminado. Un interés práctico e inmediato había
podido, por fin, reducir a conjunto orgánico aquellos «castillejos»
que, de no ser así, habrían continuado, tal vez por mucho tiempo,
como simples fragmentos diseminados en una obra más vasta ,6.
A la República la sucedía el principado; al pueblo, capaz de
dictar su voluntad e imprimir su huella en el Estado, el hombre solo,
con su energía individual y los recursos de su habilidad; a la
consideración, velada de nostálgica recordación, de la gloria pasada,
la perspectiva teórica de la fortuna política de Italia1
4

14 P. V i l l a r i 'op. «/ ., I I , pp. ¡66 y si.) ha destacado adecuadamente esta génesis espiritual de


E l principe, advirtiendo, asimismo, las interferencias con los D itcnnai (ibid., pp. >71 y j ó j ) , pero
luego exagera al afirmar que, si E l principe se hubiese perdido, habríamos podido reconstruirlo
por completo (cf., asimismo, R. Pe st e s , ep. cíe., p. 154). Aunque M aquiavclo no se contradijera
a si mismo al transitar de los D ictaren a E l principe, ello no quiere decir que su pensamiento no
se desarrollara de manera distinta en una y otra obra: los detalles comunes no deben hacer olvidar
que la disposición general es diferente, y en no pequeña medida. Por otra parte, existe la
tendencia, en la critica m is reciente, y de parte de los m is valiosos eruditos ( E. W . M a y e s , P.
E s c o l e , P. M e i n e c k e , etc.), a ver en ambas obras el fondo común, la rirtnd, que se ordena de
maneras diversas en t om o de la materia del asunto, de suerte que el esqueleto seria siempre
idéntico. Concepción que sustituye, en ciert o modo con justicia, a la muy manida antinomia E l
principe-Pitearme, malamente interpretada en el pasado. Sólo que ella asume a veces un carácter
demasiado abstracto y rígido. Bien se halle la 1-irtni individual, asimismo, en la base de la
República; bien sea ella la necesaria sust entación de toda energía; divídasela en un prim ero y un
segundo grados; resulta que, en el primer caso, la fuerza de la vida colectiva, la virtad de los
miembros, la contiene en si, mientras que, en el ot ro, se mantiene con tot al rigidez el carácter
individual. Y dado que M aquiavelo no era un teórico abstracto que desarrollara, ya en un sentido,
ya en ot ro, un concepto elaborado totalmente desde el principio, sino un político y un hombre
apasionado que desarrollaba sus ideas y las determinaba en estrechísima relación con las
actividades, las esperanzas y las finalidades prácticas de los distintos momentos, queda por ver
qué distinto contenido debe necesariamente encontrarse en un criterio aparentemente idéntico,
cual es el de la rirtnd, en relación con la vida íntima del escritor, o si pierde su carácter individual
y revive en la masa, o constituye, en cambio, en su manifestación personal, el único punto de
referencia. Ahora bien, es innegable una orientación distinta de la vida intima y, por tanto, del
pensamiento de M aquiavelo en las dos obras. L o cual no significa que el autor de los D iscartn
sea un demócrat a en el sentido moderno, toda vez que observa el fluir de la vida colectiva no
tanto desde la perspectiva de los dist intos grupos y en su interés particular cuanto desde la general
del Est ada, esto es, del gobierno (esta observación, muy aguda, es de P. M e i n e c k e : D ie Idee der
Staatsrdmn, M unich-Berlln, 1914, p. 40): y más bien en est o reside la verdadera y profunda
continuidad del pensamiento de M aquiavelo. Simplemente, la vida polít ica asume, en las notas a
Ti t o Li vi o, una riqueza de elementos y una fuerza desconocidas para E l principe, que, en
definitiva, llegan a sobrepasar el propio concepto esquemático de rirtnd, el cual, en cambio, cobra
pleno relieve en el tratado más breve.
II. LA «EX PERIEN CIA D E L A S C O SA S» Q U E O F R E C I A
LA H I ST O R I A D E I T A L I A

L os señores y los est ados regionales

En verdad, el príncipe era la creación suprema a que había


arribado la historia italiana 17.
No porque de pronto el dominador hubiese obtenido la plenitudo
potestatis. Éste había sido el epílogo; pero antes, y aun durante gran
parte del siglo xt v, un largo y continuado trabajo había dejado su
impronta en la vida de los gobiernos de los señores, convulsionados
frecuentemente por ásperas disputas — si bien no manifestadas en el
entrechocar de armas— cuyo . fondo estaba determinado por la
resistencia de los antiguos grupos dirigentes, entregados a la defensa
de los últimos restos de su señorío. Al principio meros caudillos de
partido, a quienes los hombres de su facción confiaban la dictadura
para salvarse a sí mismos, los señores se mostraron pronto como los
salvadores de aquella burguesía ciudadana obligada a renunciar a su
pleno predominio a causa de las acuciantes presiones de las clases
inferiores, de la necesidad de encontrar remedio a la guerra civil y
los trastornos financieros, de la exigencia de asegurar vida y
propiedad, amenazada esta última especialmente en la comarca, día
a día devastada por uno que ot ro proscrito; forzada, pues, a pedir
la intervención definitiva en la vida pública de unos hombres a
quienes a veces fortalecía el poderío económico, a veces el favor de
las plebes rurales o urbanas, otras más los feudos y las armas, y hasta
todos estos motivos juntos, había procurado, no obstante, salvar en
cuanto le había sido posible su prístina autoridad ,s.
De ahí derivaba aquel característico apego a las viejas ¡nstitucio- 1

11 Se hace referencia aquí, esencialmente, al desarrollo histórico de la Italia septentrional, es


decir, de la tierra en la que más claramente se habla concebido E l prñicipt.
" Véase, a tit ulo de ejemplo, la rendición de Ast i a Luchino Visconti, en 1) 4», con las
cláusulas en favor de la Comuna y de los ciudadanos, est o es, de los antiguos dominadores
(F. Co c n a sso , «Not e e documcnti sulla fbrmazionc delto St ato visconteo». en aaUttim M U St cü li
Pat t u d i St t r u Patria, X X I I I . fase. 1-4, p . i i t y ss. del est r ado). Acerca de los gobiernos
señoriles, es notable el ensayo, ágil y am plio, de A. A N Zt u r m , «Per la storia delle signorie c del
diricio pubblico italiano ncl Rinascimcnto», en Stadi Starici, X X I I ( 1914) , pp. 77-106.

49
50 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

nes municipales, que, aunque reducidas a mera forma 19, seguían casi
significando el contraste de los espíritus, fluctuantes entre las
veleidades de gobierno, el deseo de orden y paz, y el simple rechazo,
que a veces se acrecentaba hasta generar oposición, hacia el dictador
que se permitía comprimir la libertad ciudadana20, apelar a los
bandidos, intentar la pacificación de las partes, abrir los Consejos
ciudadanos a los hombres de la comarca 21 y reordenar las tasas y los
impuestos 22 con arreglo a los dictámenes lógicos de la razón de
Estado que le era propia.
Apenas los que habían regido la Comuna advertían la gravedad
de su renuncia y veían caer poco a poco los últimos baluartes de su
pasado predominio, intentaban volver a la ofensiva — por los
medios en que ello era posible— insidiando tenazmente, aunque sin
suerte, a ese gobierno que empero se habían creado: de aquí derivó
un desarrollo histórico pleno de aparentes contradicciones, como
aquella por la cual los primeros fautores del señor se convertían, al
cabo de poco tiempo, en sus enemigos, y los antiguos adversarios,
desterrados hasta el día anterior, se constituían en guardia personal
de quien, quizá en una lejana ocasión, los había desperdigado por
los campos. Coloreaban variadamente semejante contraste motivos
sentimentales y religiosos, de modo que a veces, para defender a la
fatigada sociedad comunal, surgía el hombre de Iglesia tal
contradicción se agudizaba en determinados momentos por las
particulares condiciones externas que determinaban un recrudeci­
miento de la presión tributaria, así como una mayor severidad
policial por parte del señor en perjuicio de sus poco subyugados
súbditos; y era prolongada finalmente, en algunos lugares, por la

'* Cf. F. E k c o l p , «Comuni c Signori del Véneto», en Naara A rt biria Veruto, n. i ., X I X


( 1910) , pp. 255-558. y más recientemente P. T o r e l l i . C.aprtaaata t í papal» r V irar iota Impértale
eame elemeali eailitatiri eklla tim aría baaacalsiaaa, M antua. 19 1) , donde aparece muy bien delineado
el desarrollo constitucional de la Señoría.
*> Para la mala disposición de los boloñeses hacia los Visconti. y su complacencia, en cambio,
ante Giovanni da O lcggi o, que se muestra más respetuoso de los derechos de la Com una, cf. L.
Si g h i n o l f i , L a Sipaaria di Ciataaai da Okppa ¡a Balapna, Bolonia, 190;,, pp. 44 y ss.
21 C f , para la oposición a los Camincsi a causa de est o, G. B. Pl co r n , / Camiaesi t la tara
Sifnaria ¡a Trerita dar n l f a l t ) t i , Liorna, 190] , pp. 215- 114 y 511- 515. El recurrir a los bandidos
es una de las características de los gobiernos señoriles; es, por ejemplo, uno de los actos de
gobierno de A l i on e Visconti: «(...) ob cujus meritum possidet Paradisum» ( G a l v a n o F l a m u a ,
Opatcalam de rehas pfttis ah A yaat, Cachina el Jahaaat Vicecamitihas, Rentar ¡taliearam Scriplartt, X I I ,
1040).
22 Para la oposición de los maiaret de Pavía contra las disposiciones financieras de Filippo
M aría Visconti, cf. P. C i a p e s s o n i , «Per la storia delta economía e delta finanaa pubblica pavesi
sotto Filippo M aría Visconti», en Balleliaa delta Sat ieli Párese di Slaria Patria, V I (1906), pp. 19 1
y iii-iii.
21 A si , por ejemplo, fray Giacom o Bussolari, a mediados del siglo xt v, en Pavia. Cf. G.
R o m a n o , «Delle relaiioni fr a Pavia c M ilano nclla formazione delta Signoria Viseóme»», en
Arehiria Starica Lombarda, 1891, pp. 579 y ss.
ACERCA OE «EL PRINCIPE*. DE NICOLAS MAQUIAVELO 51

debilidad del dictador, incapaz tanto de un acto de fuerza como de


una inteligente negociación diplomática.
Pero, paulatinamente, la oposición se debilitaba, se perdía en
pequeñas escaramuzas y se reducía a las quejas y murmuraciones; la
necesidad de un poder fuerte que mantuviera seguras las carreteras,
tutelara las propiedades y abriera, con sus conquistas, canales más
anchos para el comercio y nuevos centros de abastecimiento, era
acuciante, y el señor, fortalecido por el apoyo de la plebe urbana,
como también por el de las masas rurales a las cuales, en última
instancia, concedía ayuda, y estándolo asimismo por las indecisiones
y contradicciones de sus adversarios, acababa por ratificar definiti­
vamente su poder otorgándole, además, merced al vicariato impe­
rial, una base de derecho no sujeta ya exclusivamente a la voluntad
de los ciudadanos.
De tal suerte, hacia finales de siglo se creó el principado, también
ya formalmente reconocido y sancionado por el sello im perial24, en
el cual se afirmaba no sólo un nuevo principio de derecho público,
sino, en cierto modo, el carácter regional, nada ciudadano, del
dominio, y se reconocía al mismo tiempo la victoria del dictador
interno y la conquista del condottiero. El señor urbano quedaba
suplantado por el señor territorial 2S.
Se trataba del legítimo reconocimiento de la obra desarrollada,
a lo largo de varias generaciones, por los más hábiles y fuertes
dominadores, que pronto habían apuntado sus intenciones hacia
sueños expansionistas, requeridos, por un lado, por los intereses
económicos de las propias ciudades subyugadas, pero deseosos
asimismo de ventajas personales. Un dominio amplio significaba,
para el señor, la posibilidad de anular virtualmente las distintas
oposiciones urbanas, desarrollada cada una por su propia cuenta,
carentes de nexos, animadas por mezquinos sentimientos localistas
y, por tanto, destinadas a oponerse entre sí; en el ínterin, ellos — los
señores— se situaban casi por encima de cada una de las ciudades
que singularmente los elegían, por el hecho de ser también amos de
las demás. Bérgamo y Pavía, además de acrecentar el poderío general
de los Visconti y de satisfacer sus ambiciones, inmensas al igual que
las de todos los jóvenes conductores de masas, servían, además, para*1 5

24 Acerca del significado histórico y jurídico del sistema principesco, cf. las agudas observa­
ciones de F. E r c o l e , «Impero e Papato nclla tradizione giuridica bolognese e nelt fírirt o pubblico
italiano del Rinascimento (secoli X I V -X V ) », en A t t i t M tmorie dalla Diputación* di Storta Patria
por t Em ilia t la Komagta%19 11, p p. 164 y ss.
15 M uy acenadamente señala P. T o r e l l i la tendencia de los señores a hacer reconocer por el
emperador la territorialidad de sus respectivos dom ines (op. c i t p. 91)-
52 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVF.I.O

reforzar su gobierno de Milán, y no sólo la voluntad de constituir


un fuerte núcleo para aventar los peligros externos que determinaba
la política señorial de conquista o de crecimiento pacífico. La
vigorosa lozanía de la vida nacional era motivo para empujar a la
expansión, aliándose con el interés personal de los dominantes.
Se constituían, pues, más o menos rápidamente, algunos vastos
dominios, especialmente en el valle del Po, en los cuales podía
distinguirse el inicio del Kstado regional. La formación de una
burocracia, a veces verdaderamente notable por su fuerte estructura;
las reformas económicas, jurídicas y fiscales a que se abocaban todos
los señores, con mayor o menor habilidad y mesura, inspirándose en
criterios bastante generales, pero aptos para reordenar de verdad el
conjunto del dominio; y el refluir cada vez más intenso de los
poderes y las prerrogativas hacia las manos de la administración
central, constituían, por cierto, los primeros pasos de una organiza­
ción política unitaria, que se fortalecía especialmente con la exten­
sión de las leyes de una ciudad a otra y con la promulgación de
decretos, cada vez más abundantes, cuyas normas se aplicaban por
todas partes, -formándose así, lentamente, un cuerpo de derecho
común por encima de los distintos derechos municipales todavía
imperantes en cada localidad. Además, en ese proceso de unificación
se delineaba ya la supremacía de la ciudad en la cual tenía el señor
su sede: ella, que veía cómo algunos de sus estatutos se extendían a
zonas más pequeñas del dominio 26, iba convirtiéndose a ese paso en
su capital, en el centro político-económico en torno al cual se
aspiraba a agrupar la totalidad, con una intención absorbente y
centralizadora, que al señor le era necesaria para constituir el bloque
compacto, movido por una voluntad única, y capaz de resistir
cualquier embate exterior.

L a escisión int erna

Sin embargo, tal movimiento, que, de haber dado resultado,


habría conducido efectivamente al Kstado unitario en el sentido
moderno, estaba destinado a fracasar en gran parte. No porque la

M Cf., p an la Señ or a de l as Visconti y h extensión de los estatutos milaneses de los


mercaderes a las demás ciudades del dom inio, l _ G a d o i , «Per la storia delta legislazionc e delle
istituzioni mercantili lom bar d o, en Arcbbr» Slt r in lom bardo, 189), pp. 290-191; A. I .Arres,
«Dcgli amichi statuti di M ilano che si credono perduti», en Rondiunti dill'h lilat o Lombardo di
Síieir^t c L illt r i , X X I X (189Ó), p. 1064 y ss. y, en general, I .a t t es , I I dirilto emuuladmarm m il1
alt a lombardo, M ilán, 1899, p. 7).
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE». DH NICOLÁS MAQUIAVELO 53

aparente unificación no se hubiese alcanzado, merced a una adminis­


tración cada vez más igual y ordenada, sino porque, en el fondo, las
cosas marchaban de otra manera.
Las diferencias y las rivalidades económicas, aunque pudieran
cesar en el exterior, donde la afinidad de intereses bancarios y
comerciales, así como las particulares condiciones que se les habían
creado a los lombardos de allende las montañas, frecuentemente en
lucha con las poblaciones locales, habían dado lugar hacía tiempo a
la unión de los mercaderes — la única unión italiana real y duradera
de aquellos años 27— y seguían siendo muy acusadas en el interior
de cada dominio, especialmente en el campo del comercio medio y
de la industria artesanal, que pugnaban, en cada lugar, con la
competencia de las ciudades vecinas, casi siempre dedicadas a
manufacturas similares. Encontraban otra razón profunda en las
constantes disputas por la posesión de la tierra, a la que parecía
ligada la vida de cada comunidad, por ello enemiga de que el
forastero llegara a ser propietario dentro de los confines de su
jurisdicción, y seguían invalidando seriamente las intenciones de los
señores, quienes, apuntando, como lo hacían, a la unificación y la
nivelación, se encontraban todavía con ot ro elemento de desigual­
dad, los gentilhombres, es decir, el feudalismo, siempre fuerte en
muchos lugares, sobre todo en las regiones montañosas de la
península 28. Además, esa intención llegaba a ser desesperada a causa
de la persistencia del espíritu ciudadano, tan fuertemente arraigado
que se manifestaba ante la más mínima conmoción 29, un espíritu
exclusivista, entretejido de elementos económicos y sentimentales,
fundamentando en la oposición de los intereses artesanos, comercia-

27 F. Sc h u p f er , «Jj i socictá milanese all época d d rísorgimento d d Comune», en Artbtpfo


Ciaridiea, V ! (1870), p. 146.
“ Para la lucha de los señores contra los feudatarios» cf.» por ejemplo, N . G m m a l d i , L a
¡¡¿noria di Bernabé Visconti e dt Regina delta SeaJd im Regpa, Reggi o Em ilia, 19 * 1, pp. 15a y s$.. 166
y sb. Por otra pan e, además de los ant iguos feudatarios iban surgiendo otros» am igos díel señor,
a quienes éste concedía villas y tierras, incluso coa jurisdicción (cf» L . Sm eoN i, «L ’amministra-
zionc del dist reno veronese sot t o gl i Scaligen». en A i t i e Memoria deltAteadem ia ¿A gu ait ar a,
Sriea^e e Lettere di Verana, 1904-190), p. 187). l a s concesiones son también de 1) 77 y 1578.
Estaba, además, el dom inio personal de señor (* ¿d.. pp.280 y ».) . Por lo demás, en los momento»
de crisis era obligado conceder feudos 7 honores en compensación por los servicios prestados.
Un ejem plo característico se encuentra en la región de M ilán, en 141a y 14 1) , conde los
juramentos de fidelidad por parte de la comunidad y los súbditos se alternan con las concesiones
o confirmaciones de feudos por parte del duque Fi li ppo M arta ( G. Ro m a n o , «Contribuí» alia atocia
della ricostituzíone d d docat o milancsc sot t o Fi li ppo .María Viscomi» 1412- 1421», en Arrbána
Startea Lombarda, 1896, vol . V I , pp. 240 y es.). A si puede entenderse por qué los réditos anuales
de tos feudos laicos de la región milanesa pudieran ascender, en 1499, a 600 000 ducados (L.-G.
PáussiER, Loáis X I I */ Ladevic Sfarra, París, 189 6 , 1, p. 462).
29 Acerca de la animadversión de los habit antes d e Reggi o Em ilia contra Bcm abo Visconti,
que hirió tanto su susceptibilidad com o sus intereses, cf. n T G m m a l o i , ap. cii.
54 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

les y agrícolas, en el odio persistente contra los enemigos de ayer y


en el pertinaz recuerdo de la antigua autonomía, que sólo iba a
desvanecerse en época muy reciente.
El designio mismo de derivar leyes y reglamentos de una ciudad
a otra se limitaba sobre todo a las normas del derecho penal y
procesal 3°, sin que se lograse extirpar esa parte del derecho,
tenazmente aferrada a las costumbres y los estatutos, en la que se
evidenciaban las divisiones y las hostilidades recíprocas de las
Comunas; de modo que seguía estando sancionada por la ley la
desmembración inicial de la que había surgido el gobierno n u evo11,
el cual procuraba vencer los obstáculos más duros combatiendo, por
medio de los juristas, contra el derecho consuetudinario J2, profundo
elemento de desunión.
Pero, sobre todo, la persistente fragmentariedad del dominio
encontraba su mayor expresión en el estado de ánimo de los
hombres de las ciudades menores contra la capital: ésta tendía a
imponer, por detrás de la supremacía personal del señor, su hege­
monía, bajo la cual acabarían reducidas a un nivel único todas las
tradiciones particulares; aquéllos reafirmaban desdeñosamente su
independencia, que sólo cedía ante la persona del que dominaba,
aceptando solamente su autoridad individual superior M.3 1
0

30 A. 1.at t e s , «Dcgli antichi statuti...» op. t il., p. 1075. Conviene recordar que ya la legislación
estatutaria de las comunas tenia unas analogías características y generales, que sin em bargo daban
lugar a una contraposición reciproca y al circulo cerrado de la vida ciudadana. Asi que los
decret os de los señores podían tener esencialmente una eficacia unitaria, decretos que, efectiva­
mente, se multiplican junto con el fortalecimiento del poder central.
31 Por ejemplo, en Bérgam o, en 1) 9 1, los estatutos confirman la conocida cláusula de la
iñtopotidod de la m ujer casada fuera de la Comuna, así com o la de los forasteros, para heredar a
un súbdito de la misma (A. L a t t es , / / diritto t t nm utdáum , pp. 16 1 y 4)6), mientras que en San
Salvat orc di M onfcrrat o sigue vigente el principio de que un no súbdito no puede tener casa
alguna, ni construirla, y ni siquiera alquilarla, si antes no ha prestado caución de «Arar róvudm
(«Statuta O ppidi, S. Salvat oris Ducatus M ont isfenat i, secoli xi v-xv», en Rirut a di Slorio, A rlo,
Artktoiogio par lo Prorúuio di Akssossdrio, abril-junio de 19 14. p. yo). En cuant o al ducado de
M onfcrrat o, véase asimismo Is pervivencia de los criterios municipalistas, analizados por A .
Bo z z o l a , «Appunt i sulla vita económica, sulle classi sociali e sull’ordinamento amministrativo del
M onfcrrat o ncl secoli xi v e xva.cn Bolltlioo Slorim -Ribiiofrofito Subalpino. 19 1y,p p.4 y ss. d d extracto.
“ A . L a t t e s , U dirito nasmtodmorio, p . sy.
» N o faltan ejemplos. En 1447, cuando se constituye la República ambrosiana, las demás
ciudades del dom inio de los Visconti actúan por cuenta propia, negándose a obedecer a una
ciudad par 00 oro m it ooUt par olios (L.-G. Pé l i ssi e r , op. t i!., I , p. 90). En septiembre de 1499, el

g obierno provisional acepta la dominación francesa, pero, temiendo el desmembramiento del


ucado, ruega a Tr ivul zi o que se oponga, llegado el caso, a la separación de Pavía de M ilán, lo
que seria una vergüenza muy grande para los ciudadanos (ikid., 11, p. ¿68). Las antiguas divisiones
persisten (cf. también, sobre los sentimientos municipales de la gente de Pavia en el siglo xt v, y
sus consecuencias, la obra de G . Ro ma n o cit ada). Sumamente significativa es, además, la
diferencia entre Perusa y O rviet o, después de que ésta se liberase del poder de Andrea
Fortcbraccio. llamado «Braccio da M ontonc». En una cont roversia particular, el representante de
Perusa habla despreciativamente de O rviet o, com o de una ciudad rccten salida de la dominación
de la capital de la Umbría, donde había estado el cent ro del gobierno de Braccio; pero los
orvleíanos responden: «Vcrum filim us sub magnifico ct excelso oom ino Braccio qui, est o quod
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE». DE NICOLAS M AQUIAVELO 55

O sea, que el Est ado regional era tal en el príncipe, único


soberano de un amplio territorio cuyos miembros, aunque conjun­
tados, seguían conservando cada uno su carácter propio: el dominio
era esencialmente personal.

L a falta de unidad moral

Est o era, por lo demás, perfectamente lógico en aquella época


de transición y de trabajosa ampliación del Estado ciudadano. Pero,
para obviar los evidentes peligros que de esa individualización del
Estado derivaban al dominio entero, habría hecho falta entonces una
gran fuerza espiritual, capaz de conciliar en sí los ánimos divididos
en el terreno práctico, una fe profunda en la que los hombres
pudiesen encontrar un motivo no precario de concordia y comunión.
Habría hecho falta, para quitar todo lo que de excesivamente
limitado e inmediato hubiere en el príncipe, la fuerza poderosa de
una tradición que incluyese la figura del dominador dentro de su
continuidad, de suerte que él apareciera casi como fragmento de una
existencia histórica ininterrumpida, casi como parte de todo un
desarrollo originado en un tiempo ya mítico, tan lejano que
coincidiera con el primer florecimiento de la vida del pueblo,
indisolublemente ligado a la dinastía de sus condottieri.
Tal era, precisamente, el espíritu profundo de la monarquía
francesa, creada «en las propias visceras» de los pueblos M, de esa
monarquía que ostentaba en sí los estigmas de la pasión nacional,
por primera vez alentada en el mundo caballeresco y en la Cbanson
de Roland. El rey era el sacro descendiente de quienes había''
conducido a Francia en sus luchas antiquísimas; era el eslabór
una larga cadena; era el custodio, ante todo, de las memoria-
la gloria francesas, y su persona se abría paso por delar
trasfondo animado todavía por las figuras del pasado
hasta desaparecer, en la royante 35.
Una fuerza espiritual semejante no la t uvif
italianas.
Cuando, en 1272, los ciudadanos de Mil?

nobis dominarttur ad plcnum, tamen nos non ita d


subiugarrt.» (R. V a l e n t i n i , Brtucic Ja Manto* i i l C
M Esta hermosa expresión es de R eg i n o n e r
Germán. ¡n mam set»/., Hanover. 1890, p. \ t f.(
K La literatura francesa, y especialmente''
56 ESCRITOS SOBRE MAQU1AVEI.O

del antiguo campanario destruido por Federico Barbarroja, las


grandes moles sobre las cuales antiguamente se sentaron para el
Arengo *, delante de la iglesia de la ciudad 36, por el mismo acto
alejaron de sí el mundo viviente y heroico de su tradición municipal,
renunciando al recuerdo de las luchas pasadas y de la libertad
conquistada a precio de sangre, a la memoria de los sufrimientos y
de los triunfos, a la tradición primera que desde aquellos escombros
hablaba al corazón de los hombres. ¡Eran los días en que se
preparaba la Señoría de los Viscontil
Ahora bien, ¿qué levadura sentimental aportaban los nuevos
amos que pudiera transformarse, en el alma de los súbditos, en
pasión, esperanza y fe? ¿Qué palabras podían encontrar aquéllos para
encender el ánimo de los que estaban tan fatigados y hambrientos
de paz? ¿Qué acentos para inspirar a la multitud no sólo el amor por
el pan y los juegos, sino también la conmoción y la fe que solivianta,
en las horas graves, la conciencia humana y hace advertir a las masas
la necesidad de una lucha sin cuartel?
¿Qué memorias podían suscitarle al pueblo quienes salían de las
filas de los ciudadanos o de una casta feudal mucho tiempo
resistida? 37 ¿Qué tradición o qué gloria evocar para que los súbditos
sintieran su alma inmersa en la de sus antepasados? ¿Qué fe podían
aportar ellos, no ungidos por el Señor, ni sacerdotes de Dios, ni
sagrados por voluntad divina? 38 ¿Acaso la contenida en los diplo­
mas imperiales diligenciados momento tras momento?
Demasiado mísera era la religión que inspiraban como para que
el pueblo se conmoviese, y no cabe extrañarse de que, precisamente
en Milán, la capital del más fuerte de los estados señoriales,
escasearan los romances populares, que suelen estar estremecidos de
ira banderiza, en los que palpita el alma intensamente sacudida. La
emoción se había disipado ya y no había quién pudiera resucitarla;
las discordias de la burguesía comunal eran las últimas voces
rabiosas de un pasado en rápida declinación, trastornado por la
irrupción de un nuevo orden de cosas. El ardor de la lucha era
desplazado por el amor a la tranquilidad y el trabajo en calma.
Muy cansada estaba la multitud. Ahora pedía seguridad, en la

A ren # . Asamblea en las com un « italianas medievales. ( N . del 7‘.)


34 G. G i u l i n i , Atem rie delta cilla t enmpa^na di M ilano, M ilán, 18) 4-18)7, I V , p. 60).
37 l*a falta de tradición de las señorías es, además, uno de los caracteres en que más sude
insistir la crítica acerca del Renacimiento.
38 A mi entender, uno de los más importantes elementos vitales, y de los más fecundos en
sus consecuencias, es esc carácter sacro, no inherent* únicamente al imperio, sino también a las
monarquías nacionales. A los señores que con sidcr ai v» les falt aba por entero.
ACERCA D E «EL PRÍNCIPE», DE NICOLAS MAQUIAVELO 57

comarca y los caminos, para bienes y personas. Y el señor podía


dársela; no así una pasión más fuerte, que sostuviera, asimismo, esa
laxitud y la hiciese capaz de un despertar; ni tampoco una palabra
que mitigase el extravío del alma y volviera a elevarla.
Una gran tradición, un alma grande para el Estado, era algo que
el medievo italiano no había podido ofrecer, como no fuera en las
restringidas glorias municipales, de suerte que, cuando los hombres
tenían que recurrir al pasado para recuperar alguna memoria, para
buscar un lejano vínculo que les uniera, no se abría paso ninguna
figura, salvo, quizá, la de algún emperador convertido en símbolo
de grandeza39. No se ofrecía ningún recuerdo con estirpe que
recogiera en sí la emoción del pueblo, obligada a volcarse fuera de
su vida íntima. Cuando la fe comunal vino a menos, y el imperio y
el papado no pudieron ya sostener esa vida espiritual del pueblo, ella
se desplomó y se quebró.
Procurarán resucitarla los humanistas, que rastrean una tradición
para el señor a quien deben sus ocios literarios, y, como en todas las
edades en que la fuerza y la espontaneidad del sentimiento langui­
decen, en las que es imposible encontrar, en la vida y la conciencia
propias, el fermento espiritual que informe la acción; como en todas
las épocas en que decaen la pasión y la emoción políticas de la
multitud cansada de sí misma, así, en el siglo xv, se procura buscar
entre las ruinas de otro mundo los fundamentos para la gloria del
tiempo, constituyéndose una religiosidad ficticia que nunca será
capaz de conmover las fibras íntimas de la nación cuando la lucha
se haga menester.
En tales circunstancias, la desconexión profunda de los dominios
señoriales no estaba regida por un alma interior, por medio de la
cual los súbditos, aun manteniendo sus caracteres particulares,
advirtieran empero un motivo de unión muy fuerte y no deteriorado
por las variaciones de una vida humana; las miradas permanecían
fijas en la figura del dominador en quien se centraba toda la unidad.
Pero si, por ventura, él desaparecía o parecía superado por una
fuerza exterior, el Estado regional se desmenuzaba y no bastaba el
ordenamiento administrativo unitario para mantener unidos a sus
miembros; éstos se desarticulaban uno tras ot ro y sobrevenía la
anarquía, hasta que otra «virtud» de ot ro soberano lograra rcstable-*

* Y Carlomagno, mít ico héroe de ot r o pueblo» atrae tas miradas de quienes vuelven la vista
hada at rás. Ezxdi n o da Rom ano se jacta de querer realizar en Lombardia cosas más importantes
que t odas tas que se hicieron desde los tiempos del lejano emperador: Cartusiorum H it/ arm , Rermm
Ita/ kanm Ser ipfr et , X I I , 772. Cf. Gf B. V e r o , Storié dtgít ruttim , Bassano, 1779» 1» p. i ) ) -
58 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

cer el orden y volver a ¡untar los hilos rotos. El desorden del ducado
de Milán a la muerte de Gian Galeazzo y de Filippo Maria demuestra
cómo el más moderno y orgánico de los Estados italianos estaba, en
realidad, minado en sus bases 40.

E l debilit am ient o de la conciencia polít ica y la fi gur a


del dom inador

Así, pues, el príncipe seguía siendo el único punto fírme en que


se apoyaba la vida regional, y para agigantar el relieve de su
individualidad se sumaba otro hecho de enorme importancia: el
progresivo agotamiento de la capacidad política de las clases comu­
nales. Porque, si el haber renunciado a regirse libremente para
otorgar autoridad dictatorial a un ¡efe de partido significaba, ya, una
endeblez de la voluntad y la conciencia política de los hombres, que
durante largo tiempo habían defendido celosamente sus prerrogati­
vas y la autonomía de su gobierno 41; si ese debilitamiento de las
clases dirigentes había llevado a invocar primero, desesperadamente,
la paz, sólo posible por obra de un rey, «unum proprium et
naturalem dominum qui non sit barbarae nationis et regnum eius
continuet naturalis postemas successiva»42; y si, por tanto, las
señorías habían debido su triunfo a la declinación de la virtud política
en la sociedad comunal, su obra venía a determinar con impresio­
nante continuidad una posterior y definitiva aniquilación de la
conciencia popular.
Surgidos al principio como ¡efes de banderías, en medio de una
clase que, aunque se aviniese a aceptar una guía única, no deponía
totalmente sus veleidades de preeminencia, esto es, en una posición
en todo caso precaria y poco segura, los señores, movidos del deseo
de hacer estable y perpetua su dominación, habían tenido que tratar
de poner freno inmediatamente a los mismos que les habían elegido
y que podían constituir una amenaza constante para su poder, y en
este aspecto coincidieron no sólo con los objetivos del partido

^ Es evidente que tal carácter se manifiesta, sobre todo, por no decir únicamente, en las

Srandes señorías territ oriales, y la de los Visconti es ejemplo tipleo de ello. En cambio, en el caso
e las que cubrían poco ámbito territorial, y, especialmente, las que no comprendían ciudades que
no hubieran tenido una verdadera vida comunal como para ser de por sí centros, no cabe hablar
de disgregación, toda vez que faltaba la materia misma que pudiera disgregarse.
41 En relación con la pugna, que se prolonga largamente en el siglo xn i , entre la tendencia
dk u t t r it l y la oposición comunalista, cf. E. Sa l z e r , Übtr d« Anjangt dtr Signorit i» O bm ttlun,
Berlín, 1900, p. 61 y ss.
11 F. Co g n a s s o , tp, ( i! . , p. 6.
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE», DE NICOLAS MAQU1AVELO 59

proscrito, sino también con un movimiento más vigoroso y profun­


do, proveniente de las plebes rurales y urbanas, ambas oprimidas por
los estamentos hasta entonces dominadores. Los desterrados regre­
saban a la ciudad, constituyendo para el señor una poderosa arma
ofensiva contra los grandes electores del día anterior. Pero, si bien
un fundamento de ese tipo conservaba siempre un carácter partidis­
ta, que a su vez podia tornarse tarde o temprano peligroso para el
gobierno dictatorial, apenas la facción recuperase todas sus fuerzas
o apareciese cualquier mot ivo nuevo de roce, muy otra era la base
que ofrecían las masas, incapaces por sí solas de una lucha decisiva
y, por tanto, obligadas siempre a buscarse un jefe, pero, en cambio,
aptas para hacer entrar en razón, bajo una guía inspiradora, al
enemigo común, la antigua clase dirigente 43.
De modo que la política señoril tendía, por una parte, a buscarse
el favor de la multitud dispersa por las callejas ciudadanas o en los
campos, tarea no muy difícil porque requería, sobre todo, pan y
tranquilidad, pudiendo bastar para ello unas reformas tributarias,
unas eficaces medidas policíacas o tinos oportunos abastecimientos
de grano en los tiempos de carestía; y, por otra parte, a destruir o,
por lo menos, transformar completamente las instituciones jurídicas
y políticas en que se atrincheraba la clase dirigente de la antigua
Comuna. La revisión de las tasas y prestaciones 44, la lucha contra
los privilegios tributarios de las clases elevadas, a las que ahora se
trataba de imponer más amplias contribuciones 4S4 , y una tutela más
6
estricta de la justicia, convertían al señor en amigo de la multitud 4é.
Por otro lado, un trabajo hábil y paciente que iba vaciando
lentamente las sociedades de las artes de todo su contenido político,
transformándolas y anulando su peligroso poderío47, comprimía
hasta la ruina las organizaciones políticas de la burguesía ciudadana

43 Cf. las acertadas observaciones en la recapit ulación de F. E sc o l e , «La lona dclle d assi alia
fine del M edio Evo», en Política, octubre de 1920, p. 228.
44 La reforma de las tasas se presenta com o una panacea casi milagrosa para todos loa males»
Véase el curioso ejemplo en Pisa, durante la Señoría de Gam bacona, de tasas aplicadas y
reformadas contra el descontento, ora de los ricos, ora de los menos pudientes, en P. Si l v a , ¡I
goptnto di Pistro Gambacorta m Pisa, Pisa, 1912, pp. 1t6»t 17, 124-126.
45 Ejem plo típico de ello es la polít ica fiscal de los Visconti: P. C sa pesso n i , op. «/ ., en BoUstim
¿illa Sopista Pavsst di Storta Patria, fase. ) , p. 383 y $S.
46 Rizzardo da Camino: «Plebe sue gratus habebatur» ( F e * a et o . H istoria rerum m Italia
justaran, ed. C Cipolla, Roma, 1914, I I , p. 127). M atteo Visconti «maioribus obviar, illas opponens
plebem»; es «auaax ex vutgi robore», «et plebis captivat colla tatemen» (en un poemña de un
tórrense. Pace del Friuli), F. C o g n a sso , op. cit ., pp. 9 y 10. Y piénsese en la «gentem rusácam et
enormem» que resiste a los carrarenses en 132$, y no cumple con sus obligaciones, tara Cammtatis
(Cortusiorum H istorias, Rsram í taltearum Ssriptores, X I I , 833).
47 Véase, a titulo de ejemplo, la obra de Taddeo Pepoli, sutilmente analizada por N .
Ro d o l i c o , D ai Coman* aüa Signaría. Saggfo saigm srm di Taddeo Pepoli ¡n Bologna, Bolonia, 1898, p.
84 y ss.
60 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

y reducía en sumo grado el valor del ordenamiento municipal,


formalmente superviviente, al de una simple administración interna,
precisamente cuando los últimos republicanos se aferraban a aque­
llos escombros como a la suprema trinchera de defensa.
Semejante presión desde arriba, unida a la natural fatiga conse­
cuente a las prolongadas guerras civiles, así como la necesidad de
quietud para atender con diligencia el comercio y la industria, o para
salvarse de la ruina económica, determinaban un lento abandono de
la conciencia política en aquellos burgueses que, combatidos, aun
cuando en forma larval, por los señores, y acosados por la masa
hostil que les hormigueaba por debajo, renunciaban a su pasado,
calmaban sus inquietas energías en sus ocupaciones, y se conforma­
ban con sólo poder mantener su fortuna social. Acrecentaba la
disgregación política de la antigua clase dominante el alejamiento de
muchos de sus hombres más respetables, que se sumaban a la
administración señoril48 o eran llamados a las filas de la diplomacia
o de los Consejos de los príncipes 49; con lo cual, aun cuando no se
lograse crear la íntima unidad del Estado, se distraían fuerzas
considerables de las huestes de los primitivos estamentos de gobier­
no. Y la agravaba la preponderancia del mercenarismo militar que,
aunque en buena parte era consecuencia, y no la menos grave, del
cansancio moral de las clases comunales, así como de la aversión
raras veces superada de los burgueses por un ejercicio en el cual se
perdía inútilmente el tiempo, preciso para destinarlo al tráfico, y, por
último, del advenimiento de gobiernos dictatoriales, contribuía a su
vez a acelerar la disolución política de la sociedad ciudadana,
ofreciendo a los señores un arma independiente de la multitud a la
que dominaban, quitándole a ésta la posibilidad de recobrarse
combativamente.
Asi se desmenuzaba la antigua modalidad política al paso que,
no obstante, pervivía con gran dinamismo la actividad económica,
acrecentada incluso por el desarrollo de las industrias, astutamente
protegidas por los príncipes, por la nueva capacidad productora de
aquellas familias para las cuales la vida pública se había cerrado 50 y,
sobre todo, por la formación de amplios dominios. Y la constitución *9 0

** F. Co c n a sso , op. a l p. 44 y ss.


44 Asi, entre las personas que componen el consejo de Gian Galeazzo Visconri encontramos
a Poterio Rusconi, Andreasio Cavalcabó, el parmesano Bertrando Rossi, el mitanes Andreolo
Arese, nombres notorios de la historia de la ciudad: G. R o m a n o , Niccoli SpintUi da Cinhun^ a,
diplem atin del t in t e xi v. Ñapóles, 1902, p. 57j . Para la diplomacia mantuana, cf. A. Luzio,
L 'A r cbir ie Conjuga di M antera, Verana, 1922, pp, 80-81.
90 Cf. A. Seo r e , Sleria del nmmercie, Turfn, 192), I , p. 156.
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE», DE NICOLAS MAQUIAVELO 61

de los principados venia a sancionar la disolución de aquella gran


conciencia comunal que había sabido triunfar frente al imperio.
Sólo quedaba ahora el más mezquino sentimiento localista, muy
apto para mantener la división entre un lugar y otro y, de vez en
cuando, alguna nostálgica lamentación capaz de expresarse en
invocaciones retóricas, pero no de transformarse en nueva pasión.
Por momentos, algunos imprevistos estallidos parecían evidenciar
un retorno de fuerzas jóvenes, y a veces, aprovechando circunstan­
cias especiales, el alzamiento advenía, y se retornaba por un instante
a las formas de gobierno libre; pero éste manifestaba su naturaleza
alterada en el nombre mismo de sus custodios, denominados los
«principes libertatis» 51, casi como para recordar que ya hacían falta
dictadores, y pronto se derrumbaba, dejando el sitio a otro condo­
tiero que entraba en la ciudad rodeado de soldados portadores de
pan 52. No había ya una fuerte clase dirigente, sino «una bestia bruta
que, no habituada a pacer, ni conociendo los escondrijos en donde
refugiarse, es presa del primero que trata de volver a encadenarla»53.
Y , desde luego, ¡las conjuras tampoco podían demostrar la presencia
de una vigorosa alma colectiva! »
A esta decadencia de una clase política no le correspondía el
afianzamiento de algún otro partido en el que hubiese capacidad de
acción. N o ya la de una pequeña burguesía campesina, que no podía
emerger porque las tierras seguían estando en gran parte en poder
de los feudatarios, pequeños y grandes, o de los ciudadanos
propietarios, y sufría por añadidura toda la opresión de las infinitas
guerrillas y devastaciones de aquellos tiempos, toda vez que la
política exterior de los señores solía pesar terriblemente sobre las
poblaciones rústicas, que, halagadas con disposiciones administrati­
vas, pagaban después el favor del amo con largas miserias entre las
turbas de los mercenarios saqueadores; sino siquiera la acción de una
clase artesana compacta y fuerte. Para impedirlo estaba la misma
constitución económica, fundada no sobre un real y verdadero
capitalismo industrial, que habría provocado la concentración del
trabajo y permitido, por tanto, la formación de una sólida organiza­
ción de los asalariados, sino, en general, en un capitalismo comercial
que dominaba un trabajo disperso M; constitución ésta impuesta por 9 1

91 En la República ambrosiana de 1447; L.-G. Pí u s s i e r , op. «/ ., I, p. 90.


u Entrada de Francesco Sforza en. M ilán, ib iJ., I , p. 9$.
w N . M a q u i a v el o , Discurso], I, X V I .
M Para esto, cf. H. Sé e , «Remarques sur l’ivolut i on du capicalismc et les origines de la grande
industrie», en R«w <k Syuthiu H iitoriqm , X X X V I I (1914)1 pp. 48 y 66.
62 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

la necesidad de imponer materias primas, por la precisión de grandes


capitales, que se habían reducido en manos de los mercatores, y por
los sistemas de fabricación, pero que hacía que la masa obrera
estuviera subdividida en muchos fragmentos cuya fusión resultaba
imposible. Esta multitud dispersa podía, con todo, ofrecer un apoyo
al señor, y podía también, a veces, prorrumpir en tumultos, tan
violentos como son todos los de la gente que sufre; pero no
constituía, por cierto, una clase capaz de sostener sólidamente al
Estado, ni de infundirle su voluntad, marchita como estaba a causa
de una vida dura y solitaria. Y aunque a veces aparecieran gérmenes
de un movimiento, allí estaban los reglamentos de las artes para
frenar sus veleidades, constreñidas igualmente por el interés del
señor, bastante satisfecho de que existiera una multitud informe,
pero nada deseoso, por supuesto, de una sapiente organización de
clase.
O sea, que una gran conciencia política se había extinguido,
quedando los grupos sociales, hostiles entre sí, profundamente
escindidos por el tradicional desprecio de los burgueses hacia la
plebe ss, por el odio de ésta hacia los ricos y por la burlona acritud
de los ciudadanos de cualquier condición hacia los rudos lugare­
ños 56. Quedaba un pueblo que halagaba a los favoritos de los
príncipes 57, quienes luego agravaban la postración general con su
política paternalista, con solicitud total por la prosperidad de los
súbdit os58, mientras que la vida de la corte y la civilización
humanística domesticaban los ánimos con vistas a una serena
indiferencia hacia todo cuanto fuera violencia pasional. Quedaba una
masa que muy raras veces se sentía imbuida del alma de su
condotiero; un dominio, en resumen, unido casi solamente por la
persona del señor y por el ordenamiento administrativo, en el cual
no había ya fuerzas colectivas capaces de luchar, sino tan sólo figuras

ss F. Sc h u p f er , op. t i!., en Arcbwie Ciaridin , V I , pp. 164.16). De Ferreto a M aneo Palmieri,


pasando por Guicciardini, el tono es siempre idéntico.
M Pocas son las voces de simpatía, e inspiradas casi siempre en una disposición literaria (yo
no podría dar mucho valor a la mayoría de los ejemplos de benevolencia que menciona V .
Z a b u g h i n , V irgilio tul Kinasrimortto italiano, I , Bolonia, 19 11, pp. 2$ $-154 y 244 y ss. El Mantuano
es, quizá, el único sinceramente «campesinista»). Tam poco puede sanar completamente esa
división de masas la mentalidad, más abierta y adaptable, que reina en el ambiente de la corte, es
decir, en el restringido circulo que rodea al principe (para el amor de los cortesanos milaneses y
los Sforza por la campiña, cf. F. M a l a g u z z i V a l e r i , La tarto di Lodotico i l M oro, 1, M ilán, 1913,
p. 596 y ss.).
Cf. Ph . M o n n i e r , L o Qmttrounto, Paria, i f o t , pp. 39-40. Para los privados de los
Gonzaga, A. Luzt o, op. cit., p. 67.
ss A. Luzt o, ibtd., p. j t . Y para los usos democrát icos de que hacia gala a veces la corte de
los Sforza, F. M a l a g u z z i V a l e r i , op. d i. , I , p. 4)6.
ACERCA DE «EL PRÍNCIPE», DE NICOLÁS MAQUIAVEl.O 63

de individuos que podían proseguir con vanos enfrentamientos


entre sí.
La misma política exterior parecía resentirse, en la segunda mitad
del siglo xv, ante semejante agotamiento de energías creadoras que
se producía dentro de los Estados. Si en el siglo anterior algunos
señores, y sobre todo los Visconti, habían sabido imprimir a sus
aspiraciones una dirección progresivamente más orgánica y lograda,
alcanzando incluso el espejismo de un reino vastísimo; si, en la
primera parte del nuevo siglo, otros combatientes habían recogido
las banderas y las ambiciones de Gian Galeazzo, intentando en Italia
una decidida acción hegemónica, o buscando una corona a lo largo
del valle del Tíber, en los últimos tiempos los intentos se habían
vuelto más modestos, quebrándose en tanteos aproximativos, per­
diéndose en el desarrollo de minúsculas intrigas, al paso que se
fortalecía cada vez más la influencia de los Estados exteriores sobre
los movimientos políticos de la península. Los venecianos, terrorífi­
cos para toda Italia por su voluntad monárquica S9, marcaban el paso
frente a Ferrara; Alfonso de Aragón se encontraba encerrado por la
Liga itálica de 1454 *°; y, finalmente, la política de equilibrio llegaba
para poner de manifiesto la impotencia a que habían quedado
reducidos los Estados italianos 61.
La partida estaba en manos de los diplomáticos, de aquellos
mercaderes, en su mayoría de perfil duro y secreto, que Masaccio
hace revivir en sus frescos, avezados desde mucho tiempo atrás a
disputarse las suertes de los empréstitos financieros y obligados
después a remediar los errores de la vida colectiva. El cálculo, no
referido ya al dinero, sino al hombre, adquiere forma de indagación
psicológica y se concreta en preceptos menudos y detallados, tanto
más sutiles cuanto más hábil es quien los formula, para escrutar el
rostro del adversario y para percibir, en una sola contracción de los
músculos, el juego interno de los sentimientos; y en ese triunfo de
todo lo que es relación exterior se transparenta una discreción, una
compostura tan fina, serena, casi marmórea62, una perfección *•

" F. G u i c c i a r d i n i , Storio fit oiio, I, I.


“ Cf. G. So k a k zo , Lo Logo Hálito {1414-14;)), Milán, 1924.
*• «Vivíase pues, en It alia, bastante tranquilamente, y la mayor preocupación de aquellos
principes consistía en observarse los unos a los ot ros y, mediante parentescos, asegurarse nuevas
amistades y alianzas que los ligasen a unos con otros» (N . M a q u i a v el o , lito rit Jiorm ttiu , V i l , año
>4* 9)-
u Lo cual impresiona, naturalmente, a los extranjeros, menos refinados y más reacios al titilo-.
«... ct de leur costó ne parloit que lediet duc ct du nostre ung; mais nostre condit ion n’est point
de parler si posement comme ¡iz font, car nous parlions quclquesfois deux ou trois ensemble, et
lediet duc disoit: “ H o, ung áung"» (... y por parte de ellos (los embajadores italianos! no hablaba
64 ESCRITOS SOBRE MAQUIAVELO

estilística tal, que «da apariencia de decoro y de grandeza, mientras


que el conjunto tiene el aspecto de un abismo sin fondo» 6í.
En una contienda de este tipo se agudizaba hasta extremos
prodigiosos el espíritu de gobierno, arte de pocos. Nada se escondía
a las miradas de los embajadores venecianos o florentinos, los más
temibles, dado que, mercaderes, eran diplomáticos de raza, enviados
en misiones con el objeto de informar a la Serenísima o a la Señoría.
De modo que las máximas teorizadoras de Guicciardini no son más
que la sistematización de un siglo de aventuras, en el cual el único
punto de referencia era la vida del sentimiento y del intelecto humano.
La figura individualizada del príncipe avanzaba cada vez más
hacia el proscenio. Lo único vivo que quedaba en Italia era ¿1. El,
en verdad, era el artífice a quien competía evaluar cada día las
combinaciones más dispares, adivinar las tramas de los adversarios
y disponer cautamente cada acción. Debajo de él no existía fuerza
del pueblo que pudiera triunfar sobre el cálculo individual.

nadie más que el susodicho duque (Ludovico el M oro) y, de la nuestra, uno; pero nuestra
condición no consiste en hablar tan juiciosamente com o ellos lo hacen, pues nosotros hablamos
a veces de dos a tres juntos, y el susodicho duque deda: «| Eh, de a uno por vezt») (Vh . d e
C o m u t n e s , M im cini, V I I I , 16).
v *> J. BtntCKH ARDT, L a emita dt l Rinauim at», Florencia, t y t i , p. t oa. Sobre la polít ica
exterior de los florentinos en particular, cf. J. L o c h a i ee , Las tUmocratiu itaUnma, Varis. 1916, pp.
141- 146 y *90 y as.

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