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Relaciones Sociales
Derechos reservados ©
Pontificia Universidad Católica de Chile
Vicerrectoría de Comunicaciones y Educación Continua
Programa Adulto Mayor
Centro de Geriatría y Gerontología
Inscripción No 217.434
ISBN 978-956-14-1255-2
Primera edición: Junio de 2012
8.000 Ejemplares
Santiago de Chile
Editoras
Diana León A.
Macarena Rojas G.
Autora
Consuelo Undurraga I.
Editora Lingüística
María Paz Carvajal D.
Editor Gráfico
Franco Astudillo Comunicaciones
Impresores
Salesianos Impresores S.A.
■ LA PAREJA
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En la adultez mayor las personas de edad que están solteras son una minoría
mientras que las que viven en pareja son mayoría, en tanto, éstas últimas pueden
tener un compañero o compañera con quien se ha compartido toda la vida y con el
(la) cual se tienen hijos y nietos en común, o bien, pueden tener una pareja más re-
ciente con la que solo se comparte afecto e intimidad y no descendencia.
En este período de la vida, la mayoría de las parejas comparten mucho más
tiempo que en etapas previas, pues ya han jubilado o trabajan menos horas. Este
mayor tiempo compartido es muchas veces motivo de conflicto. Para las mujeres
que se han dedicado a cuidar a los hijos y a realizar las labores domésticas, estable-
cidas en el espacio del hogar, la mayor presencia de la pareja puede ser un motivo
de tensión. Pueden sentirse invadidas. A su vez, el hombre que ha jubilado, se puede
sentir disminuido y humillado al no encontrar un espacio acogedor.
Cartilla
Relaciones Sociales
La pérdida de la pareja
Un tema importante en relación a la pareja en la adultez mayor es el de la
viudez, el cual constituye uno de los factores de stress más importantes para una
persona. La viudez implica no solo la pérdida de amor, de amistad, sino también la
perturbación de la vida cotidiana y a veces la ruptura con ciertos círculos sociales.
Cuando sobreviene la muerte de la pareja, la persona que sobrevive pasa por
momentos muy difíciles, en los que puede mostrarse triste, apática, enrabiada, cul-
posa o agresiva. Todas estas son reacciones normales propias de un duelo. En todo
proceso de duelo es posible observar etapas que, en general, se presentan con un
cierto orden, sin embargo, en ocasiones éste se altera o no logra observarse.
Las etapas de un duelo normal son tres: perplejidad, desorganización, reor-
ganización. En la primera, período muy difícil por razones evidentes, la persona en
duelo parece estar en shock, no puede creer lo que está viviendo. Más tarde, en un
segundo momento, al aceptar la pérdida, la vida de la persona se desorganiza, su
pareja ya no está y tiene que aprender a vivir sin ella. Este proceso se da acompaña-
do por intensos estados afectivos: tristeza, rabia, culpa.
Más tarde, en la etapa de la reorganización, ya se ha aceptado la partida del ser
querido, la vida ha seguido su curso y se comienzan a implementar los cambios que
requiere el vivir sin la persona fallecida.
El tiempo aproximado de un duelo normal es de un año y medio o dos. Si pasado este tiempo el
proceso no evoluciona, se hablará de duelo anormal o patológico.
RECOMENDACIONES:
Si se vive en pareja:
þ Organice una salida a la playa o a otro lugar del agrado de ambos, sin
acompañantes.
þ Busque distinguir las reacciones que podrían dar cuenta de una de-
presión para saber cuándo es necesario buscar ayuda profesional.
Cartilla
Relaciones Sociales
■ LOS HIJOS
Hoy en día, dado el envejecimiento de la población, los padres pueden tener hijos
que también se encuentran iniciando la etapa de la adultez mayor, mientras los pa-
dres se encuentran en otra de sus sub-etapas. La relación con los hijos es una rela-
ción primaria, de gran importancia, que en el caso de los adultos mayores de nuestro
país es reportada como muy satisfactoria (León, Rojas y Campos, 2011, p. 79).
La relación con el hijo o hija está evidentemente marcada por la historia. Si los padres han tenido
cercanía con los hijos y han cuidado la relación, evidentemente ésta será cercana y enriquecedora
para ambos. Si no ha sido el caso, a veces es posible reparar y encontrar puntos de encuentro.
Cuando los padres ya son mayores, muchas veces, la relación paterna o mater-
na se diluye en la relación de abuelidad, sintiéndose los hijos reconocidos a través
de sus propios hijos. Sin embargo, es interesante recuperar esas dos dimensiones
de la vida familiar: parental y de abuelidad. El hijo se enriquece con la cercanía con
sus progenitores y, a la vez, modela a sus hijos respecto de las relaciones entre
generaciones.
A veces los hijos tienden a envejecer innecesariamente a sus padres, ya sea
ridiculizando actividades que éstos realizan o sobreprotegiéndolos de manera que
pierden autonomía. Es un equilibrio difícil de encontrar entre el cariño cercano y la
pérdida de libertad.
RECOMENDACIONES:
■ LOS NIETOS
El ser abuelo o abuela puede ser un camino importante de desarrollo para el adulto mayor y fuente
de grandes gratificaciones. El abuelo representa las raíces y ayuda al niño a saber de dónde viene
y a establecer su identidad. Es el nexo entre un pasado al que no se tiene acceso y un presente que
se descubre. La abuelidad ayuda también a desarrollar cualidades como la ternura, la capacidad
de escucha y la paciencia.
En ocasiones, surgen situaciones en las que los hijos, sucumbiendo a una vida
de ciudad agitada, utilizan a sus padres en su función de abuelos llegando muchas
veces al abuso. En general, ocurre más con las mujeres mayores, quienes habiendo
criado a sus propios hijos, se ven sobrecargadas por el cuidado de sus nietos y a un
ritmo que no siempre les acomoda. Este tema es complejo, pues desgraciadamente
a veces es el precio para acceder a los nietos.
Sin duda que el ser abuelo o abuela y tener una estrecha relación con los nietos puede ser fuente
de muchas alegrías, pero es muy distinto sentirse obligado o presionado a tener que desarrollar
labores que corresponden a los padres, más allá del apoyo ocasional.
RECOMENDACIONES:
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Los amigos son esenciales durante toda la vida, puesto que acompañan el de-
venir de cada persona, participando de eventos importantes, de intereses comunes
y compartiendo intimidad. Son testigos de la existencia, compañeros de desafíos
y muchas veces cobijo en los momentos difíciles. “Necesitamos a los amigos, nos
aportan no sólo compañía en diversos momentos felices o tristes y también contri-
buyen a hacernos reflexionar y a cuestionarnos. Los amigos y amigas verdaderos,
al elegirse mutuamente, están expresando que aprecian algo en el otro y lo valoran.
La amistad verdadera contribuye a reforzar la autoestima de ambos” (Pavez, 2009,
p.106)
Hombres y mujeres no se comportan de la misma manera frente a la amistad.
Las mujeres intiman más, es decir desarrollan relaciones más cercanas emocio-
nalmente mientras que los hombres orientan las relaciones a compartir actividades
más que conversar de sus emociones o compartir experiencias de la vida.
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A lo largo de la vida se hicieron amigos en el barrio, en la escuela, en la univer-
sidad, en el trabajo, en actividades deportivas, religiosas o sociales. Los amigos van
evolucionando con las personas y evolucionando ellos mismos. Los amigos madu-
ran en el tiempo.
En la adultez mayor muchas veces se limitan los espacios en que se hacen amigos, y de hecho,
la mayoría de las personas mayores tienen amigos que los han acompañado a lo largo de la vida.
También en este período de la vida se pierden los amigos por enfermedad o muerte, lo que cons-
tituye un proceso muy doloroso que prepara para la propia muerte. Con ellos se va la amistad, la
complicidad, pero también una parte de la propia vida.
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Relaciones Sociales
RECOMENDACIONES:
þ Organice un encuentro con los amigos más antiguos, los que son
testigos de la historia personal y/o familiar.
■ LA COMUNIDAD
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Es importante conocer las oportunidades que brinda este espacio, partiendo por la municipalidad,
los servicios de salud, carabineros, las iglesias o templos, los espacios recreacionales, las cajas de
compensación como Caja Los Andes, las áreas verdes, los negocios, los cafés, las áreas deportivas
y clubes.
RECOMENDACIONES:
En el ámbito de la comunidad:
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■ LA DIMENSIÓN RELIGIOSA
La vida espiritual y religiosa forma parte del desarrollo integral de las perso-
nas. Todos los seres humanos pueden desarrollar, a lo largo de su vida, una dimen-
sión espiritual, trascendente, religiosa.
En ocasiones, ésta se establece como un potente vínculo con un ser superior,
un ser espiritual, con Dios. Para muchos adultos mayores, esta relación es central
en su existencia y la alimentan sistemáticamente con la oración, los sacramentos,
las celebraciones litúrgicas, participando activamente –según sea el caso– en pa-
rroquias, templos y comunidades de tipo religioso.
Aquellos que desarrollan genuinamente este ámbito manifiestan mayor satisfacción con su vida
y logran darle más fácilmente sentido a los eventos, felices o dolorosos, que ocurren a lo largo de
su devenir.
RECOMENDACIONES:
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III. CONCLUSIONES
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