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GOODMAN, Jordan, The Devil and Mr. Casement. One Man’s Battle for Hu-
man Rights in South America’s Heart of Darkness, New York, Farrar, Strauss
and Giroux, 2010, 305 pp.
Revista de Indias, 2013, vol. LXXIII, n.º 259, 877-901, ISSN: 0034-8341
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burg, acerca de las atrocidades cometidas en el Putumayo por los caucheros entre
los indígenas boras, huitotos y ocainas. Allí operaba desde hacía varios años The
Peruvian Amazon Company, la empresa cauchera de Julio César Arana, con sede
en Londres y con tres ingleses entre sus siete más altos directivos; además, la com-
pañía contaba entre sus capataces a trabajadores barbadenses, súbditos formales del
gobierno inglés. Las denuncias recorrerían el mundo y las atrocidades caucheras
alimentaron periódicos, debates parlamentarios, sermones religiosos y discusiones
humanitarias durante un largo tiempo. El gobierno británico se vio forzado a tomar
cartas en el asunto, dado que estaba directamente involucrado y debía establecer,
por ejemplo, si había súbditos de la Corona sujetos a una real situación de esclavi-
tud (de hecho, la Sociedad Antiesclavista era una de las entidades que más empeño
puso para esclarecer el asunto).
Aquí comienza el viaje que emprendería un joven irlandés, Roger Casement, hijo
de padre protestante y madre católica. El libro de Goodman no es una biografía de
Casement en sentido estricto, pues aunque por momentos detalla largamente sus deta-
lles biográficos no comienza analizando al personaje desde sus primeros años de vida.
Más bien se concentra en analizar el período en el que Casement fue encomendado
por el gobierno británico para investigar las acusaciones periodísticas con respecto
a la Peruvian Amazon Co., en su célebre viaje al Putumayo, en sus informes y en
la ironía de que terminase colgado en la Torre de Londres, en plena guerra mundial,
por traición a la patria. En efecto, tras su denuncia de las atrocidades caucheras Ca-
sement se convirtió en una suerte de héroe internacional: primero, por su afamado
trabajo en el Congo belga, y luego por su tarea humanitaria en la Amazonía peruana.
Casement llegó incluso a obtener un título de nobleza en 1911, lo cual demuestra la
estima institucional de la que gozaba. Goodman se pregunta entonces cómo es posible
entender el pasaje del Casement heroico de 1908 al Casement traidor de 1916. Para
responder esta incógnita, devela la vida y obra del joven irlandés desde su labor en
el Putumayo hasta sus últimos días.
La compañía cauchera perteneciente a Julio César Arana se registró en Londres
con un capital inicial de un millón de libras esterlinas en septiembre de 1906 bajo el
nombre de J.C. Arana y Hermanos, cambiando al mes su denominación por el nombre
que la volvería tristemente legendaria: The Peruvian Amazon Company. Arana y los
suyos habían asentado su cuartel general en la pujante ciudad de Iquitos, basado el
epicentro extractivo en la región fronteriza del Putumayo y desarrollado una fluida red
de comercio internacional con los principales puertos de Europa y Estados Unidos.
Con más de cuarenta establecimientos gomeros en los ríos Caraparaná e Igaraparaná,
así como con la anuencia del gobierno colonial del protectorado británico, en 1904
Arana reclutó un grupo de trabajadores de la isla de Barbados para oficiar de capa-
taces en dichas propiedades.
La actividad de Arana databa de hacía varios años, cuando había consolidado sus
ganancias y pasado de exportar 35.000 libras en 1900 a 14.000.000 en tan sólo seis
años. Con varios miles de kilómetros cuadrados bajo su férreo control, disponía del
más extenso territorio productor de caucho de Sudamérica. No obstante, dentro de
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este imperio ya habían surgido algunas denuncias aisladas de malos tratos laborales
en 1900, publicadas por los periódicos de Iquitos La Felpa y La Sanción, así como
también en Brasil por el Jornal do Commercio de Manaos. Estas denuncias cuestio-
naban el accionar de Arana en el territorio del Putumayo, las brutalidades a las que
se sometían a los indígenas, así como también el trato cercano a la esclavitud que
predominaba en las barracas. Pero estas acusaciones habrían quedado circunscriptas
al interior de Perú y de Brasil si no hubiera sido por el libro que escribió un joven
ingeniero americano que viajó por la zona del Putumayo, que conoció de primera mano
las instalaciones y los «medios» de trabajo a los que eran sometidos los indígenas,
e incluso padeció en carne propia la rudeza de los empleados de Arana. Handerburg
navegó por el Putumayo hasta la confluencia con el Amazonas con la idea de seguir
viaje hasta Brasil, donde planeaba trabajar en la construcción del ferrocarril Madera-
Mamoré. Sin embargo, entre Colombia y Perú tanto él como su compañero fueron
detenidos en los establecimientos gomeros de Arana y tomados prisioneros como
espías del gobierno colombiano (de hecho en ese tiempo la zona del Caquetá fue
una región en disputa entre Perú y Colombia, cuya delimitación fronteriza concluiría
recién en 1922, con la firma del tratado Salomón-Lozano).
El joven Handerburg reclamó a las autoridades por el atropello, pero en vano.
Se conectó finalmente con el hijo del editor del periódico La Sanción, Benjamín
Saldaña Rocca, quien había entablado una lucha personal contra el imperio de Arana
y aprovechó para cederle todo el material que había recolectado contra el cauchero.
Sumando esta información a su amarga experiencia personal, Handerburg publicó un
libro titulado The Putumayo: The Devil´s Paradise (T. Fisher Unwin, Londres, 1912).
En 1909, a la vez, había dado un gran golpe de efecto contactando al periódico londi-
nense Truth, que publicó su experiencia amazónica en fascículos. El escándalo sobre
los excesos caucheros estalló así en Londres el 22 septiembre de 1909, cuando salió
publicada una nota titulada “The Devil’s Paradise: A British-owned Congo”. Ahí entró
en escena el joven Roger Casement. Casement ya se había destacado denunciando las
atrocidades coloniales en el Congo belga, y contaba con alta estima en el gobierno
británico. Fue comisionado por el Foreign Office para determinar si los barbadenses
que trabajaban bajo las órdenes de Arana habían sufrido maltrato, o si incluso podían
ser considerados esclavos. Pasó dos meses en el establecimiento gomero La Chorrera
en calidad de «huésped» de la compañía, con la idea de que comprobase la falsedad
de las denuncias. Pero en 1912 el periódico The Times publicó finalmente el informe
de Casement analizando sus entrevistas a los barbadenses, las relaciones de esclavitud
en la cual vivían los indígenas de las barracas y los castigos corporales inhumanos
a los cuales eran sometidos en caso de no reunir la goma suficiente. Bajo el título
“Las atrocidades del Putumayo: El Congo sudamericano”, Casement colocaba bajo
las propias narices de la sociedad británica la discusión sobre la esclavitud laboral
y las atrocidades cometidas en nombre del progreso: «Nadie que lea el informe de
Sir Roger Casement puede dejar de desearle los medios y el poder de extender su
influencia civilizadora. El sistema existente le grita alto al cielo », concluía el editor
de The Times.
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Sin embargo, las investigaciones que encargó el gobierno británico para decidir si
los directores ingleses consentían las dinámicas laborales del Putumayo comenzaron
a dilatarse. Los cruces dialécticos entre Arana y Casement, entre otros, pusieron un
freno a la resolución del conflicto. Los meses pasaron hasta que llegó 1914 y Gran
Bretaña entró formalmente en guerra con Alemania. Los periódicos se dedicaron a
otras cuestiones más acuciantes y el asunto se diluyó. Casement había renunciado al
trabajo diplomático en el servicio colonial en 1912. Durante la guerra se alistó con los
voluntarios nacionalistas irlandeses, buscando una alianza con Alemania para asegurar
la independencia de Irlanda: fracasó en su misión y en 1916 fue tomado prisionero y
enjuiciado por alta traición por su participación en el célebre Alzamiento de Pascua
(rebelión independentista que duró seis días hasta que fueron sometidos los rebeldes
irlandeses). Recluido en la Torre de Londres, y a la espera de su condena, Casement
no sabía que el gobierno británico había encontrado sus diarios privados y estaba
revelando sus secretos más íntimos –específicamente, su orientación homosexual–.
El héroe que había denunciado las atrocidades en los confines de la tierra era ahora
juzgado por pederasta y traidor: la sociedad británica no había olvidado el juicio contra
Oscar Wilde dos décadas atrás (1895), y la moral puritana incluso había recrudecido
por la coyuntura nacionalista.
En una ironía cruel, cuatro días antes de que lo juzgasen Casement recibió un
telegrama de Arana pidiéndole que dijera finalmente «la verdad» sobre el Putumayo
para limpiar su buen nombre: si iba a morir, que su último acto fuera expiar las
calumnias que había esparcido sobre el imperio cauchero. No solamente Casement
no lo hizo, sino que al ser encontrado culpable, y condenado a la horca, pronunció
el siguiente mensaje: «Si no hay derecho de rebelión contra un estado de cosas que
ninguna tribu salvaje podría tolerar sin resistencia, entonces estoy seguro que para los
hombres es mejor luchar y morir sin derecho que vivir en semejante estado» (p. 257).
Quiso también el destino que, de los protagonistas del escándalo del Putumayo,
el único condenado fuera finalmente el propio Casement. Ni los directores ingleses
de la Peruvian Amazon Co. ni el propio Arana enfrentaron el peso de la ley y ni si-
quiera padecieron el escarnio público; de hecho, Arana llegó a desarrollar una carrera
política en el departamento peruano de Loreto desde 1921 a 1925. Sin embargo, el
final del barón cauchero rodeado de lujos no fue seguramente el que había previsto:
con vaivenes financieros en sus últimos años, fue al parecer estafado en sus últimos
negocios y cuando murió en 1952 fue enterrado en el cementerio de los pobres bajo
la austera lápida que hoy lo recuerda.
Lorena CÓRDOBA
Universidad de Buenos Aires-CONICET (Argentina)
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