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¿Condiciona la Lengua nuestra visión de la realidad?

Gracias a que los objetos, los animales, las acciones, los sentimientos... tienen nombre, podemos
pensar sobre ellos. Sabemos, por ejemplo, que hay muchas cosas que vuelan y que no todas son
de la misma naturaleza: unas son aves, otras insectos, otras aparatos fabricados por el hombre...
La sola mención del nombre de cada una de estas realidades nos pone en contacto con todo lo
que sabemos de ellas: decimos aves y sabemos que son animales con plumas; decimos insectos y
automáticamente pensamos en animales con dos antenas y sin patas.

Es un hecho que en cualquier parte del mundo hay insectos, nubes, agua, piedras...; de ahí, que
sea lógico pensar que las palabras que existen en una lengua para designar estos y otros
elementos deben tener un equivalente en cualquier otra lengua. Sin embargo, la comparación de
las lenguas del mundo ha demostrado que esto no siempre es así. Los esquimales, por ejemplo,
disponen de diez palabras para nombrar variedades de nieve que está cayendo, la que encuentra
en la cumbre de una montaña, la que está dura y compacta, la que está a medio derretir...

Ahora bien, casos como estos muestran que las lenguas no calcan la realidad; parece más bien
que cada una muestra un punto de vista o una interpretación diferente, estableciendo
distinciones que son relevantes para las personas que hablan. Esas interpretaciones reflejan y
conforman una mentalidad y una determinada forma de pensar. De este modo, si las lenguas
reflejan puntos de vista diferentes, cabe preguntarse: ¿las traducciones de una lengua a otra
reflejan fielmente la idea original? Incluso se puede ir más allá y plantearse; ¿una persona es capaz
de comprender una cultura expresada en una lengua que no sea la suya propia?

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