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Nueva Revista del Pacífico

Nº 54 [2009] Valparaíso

A PROPÓSITO DE CHARLES BAUDELAIRE. LA MODERNIDAD


Y EL ESPECTÁCULO: ESCISIÓN Y PÉRDIDA, DILETANTISMO
Y DANDYSMO

ANDRÉS CÁCERES MILNES


Universidad de Playa Ancha (Chile)
acaceres@upla.cl

Uno

Hay una forma de experiencia vital, que comparten hombres y mujeres en el mundo de hoy,
que se llama “la modernidad”. Ser moderno es encontrarnos con un entorno, que nos promete
poder, aventuras y transformación del mundo y que, a la vez, amenaza con destruir todo lo que
somos. Se puede decir que la modernidad une a toda la humanidad. Pero, es una unidad
paradójica, porque es la unidad de la desunión, vale decir, nos arroja en una vorágine de
perpetua desintegración, ambigüedad y angustia. Ser moderno es formar parte de un universo
en que todo lo sólido se desvanece en el aire.
El centro de está vorágine corresponde al mito premoderno de un Paraíso Perdido, que
está alimentado por muchas fuentes: los descubrimientos en las ciencias físicas, la
industrialización de la producción, las grandes alteraciones demográficas, el crecimiento
urbano, los sistemas de comunicación de masas, los movimientos sociales y un mercado
capitalista mundial en expansión. Los procesos sociales que han dado origen a este torbellino de
hechos es la “modernización”. Pero, ¿cómo el hombre iba a moverse y vivir en este torbellino?
Frente a está vorágine social, unos hablan de una modernidad como proyecto
filosófico-estético; por ejemplo, Rousseau en La nueva Eloísa habla del héroe, Saint-Preux, a
través de un movimiento exploratorio del campo a la ciudad. Él escribe a su amada, Julie, desde
el abismo del torbellino social, tratando de inculcarle asombro y miedo y experimentando la
vida metropolitana como un absurdo donde los individuos están acostumbrados a todo; así, se
empieza a sentir la embriaguez en que se sumerge esta vida atormentada y tumultuosa: Saint-
Preux anhela algo sólido a qué asirse, pero sólo ve fantasmas. Otros, consideran la modernité
como una palabra inaugural, verbigracia, Charles Baudelaire en El pintor de la vida moderna
(1863). Pero, también hay quienes identifican los inicios de la modernidad con el espectáculo.1
Estas notas se van a referir a estos dos últimos aspectos de la modernidad.

1
Esta idea la sostiene Guy Débord, autor de La Sociedad del Espectáculo (1967). También Jean
Baudrillard y Jonathan Crary.
Dos

El poema es expresión de un contenido espiritual. Este carácter sensible del arte poético
es su propia finitud. En esta idea se configura el poema moderno. Una poética de la escisión y
pérdida. Vale decir, la experiencia de la modernidad contempla la escisión como una duda
programada y la crisis en la estructura del sujeto y objeto. En la modernidad hay una pérdida y
escisión de continuidad entre sujeto y objeto.
Con Baudelaire se da una mutación, hay un cambio de lugar del poema, o sea, instala un
concepto de poema congruente con la modernidad. El pintor de la vida moderna es la escritura
de esta dicotomía. El poeta parece moverse con indecisión entre su identificación con una
figura o con otra. Por un lado, “manifiesta su fascinación irrestricta por todo lo nuevo(…).Esta
es la pasión del diletante, que quiere observarlo todo y ser todo. Por otro lado, el poeta exhibe
su horror por la creciente trivialización de la vida urbana. Este es el horror del dandy, que
vive ensimismado y sufriendo del spleen2 a que lo condenan las fuerzas burguesas”3 La poesía
moderna es la experiencia de la dispersión: diletante/dandy. Este es el lugar, que es el horizonte
en función del cual se define la visibilidad del poema. Pensar y poetizar augura el lugar de
reunión del poema moderno y le otorga su singularidad.
El diletante es ante todo un sujeto dominado por una curiosidad implacable –pero
ingenua-, que se expresa como pasión por lo Nuevo. Por el contrario, el dandy es capaz de
someter esta curiosidad, pues ya ha satisfecho todas sus necesidades por otros medios. El
desafío del dandy consiste, entonces, en conservar su singularidad en medio de la avasalladora
proliferación de objetos, rasgos y detalles que caracteriza a la ciudad moderna. Este desafío se
soluciona por una resta, un ocultamiento: en vez de exhibir su distinción, el dandy la oculta,
protegiéndola: “El dandy luchará así con la trivialización de la moda y de lo Nuevo a través del
uso intenso de lo clásico y lo natural”4
Dandyismo y diletantismo tensionados, expresan su doble movimiento de la siguiente
manera: el diletante sale a la calle y se sumerge en lo Otro, es capaz de dejar que la multitud de
estímulos que encuentra en la ciudad moderna terminen por desfondar su yo. Su impulso de
movimiento está dado por una voluntad de fundirse con lo Otro, de integrarse en ello. El dandy,
en cambio, intenta incorporar todas estas novedades y diferencias a un yo que se resiste a
renunciar a su conciencia, a su antigüedad, su mandato de orden y contensión . El dandy puede
salir de su salón a la calle, pero no sale nunca de sí mismo.
El lenguaje poético liga el paso o tránsito de uno a otro. El giro que ocurre en esta
escisión se mide por el cambio radical de soberanía, o sea, el habla tiene la palabra antes que el
hombre y no al revés. El poetizar es una actividad originaria: soberanía del habla sobre el ser
humano. El diletante y el dandy no es más que el hombre aconteciendo en la palabra poética.
Escisión y pérdida es el lugar de la historicidad humana. Sin embargo, la existencia de la
historia requiere de un discurso (ritos, costumbres, vidas articuladas versus arte, religión,
filosofía).
En otras palabras, mientras el poema clásico o poema del alba hace del sujeto un testigo
de la verdad del ser en el ente (poder explícito de la manifestación, la palabra llama la cosa y le
da nombre); el poema moderno o poema del atardecer, se articula como poema del poema, la
falta del nombre sagrado sería la pérdida del poder convocante. Ahora el poema tiene como
tema la pérdida de la capacidad nominante. El lugar del poema moderno está en el carácter de
la conmemoración (duelo), recordar lo que se ausenta y se escinde. La última posibilidad del
poema es rescatar la capacidad convocante y nominante.

2
El Spleen es el temple fundamental de la poesía de Baudelaire. Versión secularizada del tedium vitae,
expresa la condición de un tiempo doliente, donde la vida ya sólo se siente a sí misma bajo la condición
del dolor de vivir. Es de aquí que surge la ya clásica figura del Tiempo Devorador. Para una lectura más
elaborada al respecto, ver Pablo Oyarzún, Una estética de la subjetividad, en revista Pensar & Poetizar
n°1, año 2001, Instituto de Arte PUCV.
3
Anthony Cussen, El poeta de la vida moderna, pág. 284-285.
4
Op. Cit., pág. 291.
La relación poema y modernidad se sitúa en la fractura de la destinación del sujeto
poético, o sea, la experiencia de lo moderno es la extrañeza y la dimensión inhóspita del
lenguaje debido al vértigo del sin sentido y el absurdo en la relación sujeto-objeto. Ser moderno
es experimentar una vida de paradojas y contracciones. Como dice Baudelaire en El pintor de la
vida moderna, “El modernismo es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte,
cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable...” Vale decir, surge el torbellino del
descentramiento y el poema es el logos que devela otra realidad como mundo posible. La
conciencia del yo poético ahora flota en el océano infinito del sujeto descentrado. La imagen
que construye, mitad eterno e inmutable, se corresponde con la dualidad de la naturaleza
humana: cuerpo y alma. Aquí está lo nuevo como instrumento de seducción de la experiencia
estética por parte del sujeto. En este sentido, Baudelaire fue un poeta romántico que abrió las
puertas al simbolismo, que supo ver en la gran ciudad, la fugacidad y el mal, tres grandes hitos
lugareños, que dan identidad al poema moderno.

Tres

En Baudelaire se produce un giro en el lugar del poema. El topos poético es la ciudad


como espacio histórico. Lo insólito es que en el ámbito citadino lo poético es posible y,
además, es el lugar de la escisión, como núcleo de la experiencia moderna. En otras palabras, el
pensar poético moderno se despliega en el torbellino de la escisión. Ahora, el arte es llamado a
medirse con la noción de ciudad y sus derivados, la fugacidad, el mal, la muchedumbre y la
desmesura, donde la bruma es el temple de la poesía moderna. La naturaleza da paso a la ciudad
como nueva matriz reflexiva del yo poético.
En este espacio lugareño hay dos modos de manifestarse: la expansión de la existencia
social y la enormidad de las villas. Es la paradoja del límite, ramificación laberíntica de una
forma de vivir citadino que tiene en la desmesura el concepto de lo moderno. Es el espacio del
desborde, la transitoriedad y fugacidad como expresión de la contradicción y el sin sentido de la
multitud como goce estético.

Cuatro

En El pintor de la vida moderna se encuentra el tema de la naturaleza, pero con una


postura antinaturalista; además, el tema de la temporalidad y la imagen de lo humano. En ello,
se encuentra el temple poético, el hastío, el spleen, que es el temple fundamental en la poesía de
Baudelaire. La vida se concibe en el dolor de la temporalidad. Por ejemplo, la infinitud de la
muerte, se ve imantado con la memoria y el recuerdo, el dolor y el tiempo. Escisión y pérdida,
que pone de manifiesto la experiencia del tiempo como ritmo poético de la monotonía.
Verdadero broche de la modernidad. En este sentido, la noción de modernidad en Baudelaire es
una noción estética y a la vez temporal. Esta duplicidad quiere decir que es un concepto alusivo
al arte como producción de la belleza. Vale decir, es una relación indiscernible. La modernidad
es lo transitorio, fugitivo y perecedero. En ello, la belleza poética de lo humano está en la
interpelación del sujeto descentrado en la dimensión estética y temporal.
La infinitud del hombre moderno es el lugar del espectáculo. El nuevo centro está en la
conciencia autónoma de un yo que busca suplir la naturaleza por el cultivo azaroso de la
civilización citadina. Como dice Guy Débord, “toda la vida de las sociedades en las que
dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación
de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación. (…) El
espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas
mediatizada por imágenes. (…) El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el
resultado y el proyecto del modo de producción existente.” Lo importante no es definir el
espectáculo como una mera forma de organización estructural, sino comprender que trata sobre
todo de un nuevo modo de constitución del sujeto individual: cómo percibimos, cómo
atendemos a la sobresaturación de estímulos de la vida moderna y posmoderna en este vértigo
de paradojas y contradicciones.
Frente a la experiencia de la modernidad y el espectáculo, el diletante, con su pasión
irrestricta por lo nuevo y su ingenua curiosidad, cae fácilmente en la trampa; el dandy, acaso,
pueda todavía ofrecer cierta resistencia, pero al fin de cuenta, representa el mecanismo moral
de la modernidad. La pasión del dandy es adherirse a la multitud, pero ausentándose y
cobijándose en sí mismo. En él se plasma la vida moderna.

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