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TEMA 29: LA EXPANSIÓN DE LOS REINOS

CRISTIANOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

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1- LOS ORÍGENES DE LOS REINOS CRISTIANOS (SIGLOS VIII-X)


A- ORÍGENES DEL REINO ASTURLEONÉS.
B- LA MARCA HISPÁNICA.
C- ARAGÓN Y PAMPLONA.
D- EL REGNUM IMPERIUM LEONÉS.
E- LA CASTILLA INDEPENDIENTE.
2- SOCIEDAD Y ECONOMÍA HASTA EL SIGLO XI.
3- LA EXPANSIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS PENINSULARES (SIGLOS
XI-XIII)
A-CASTILLA-LEÓN.
B- BÚSQUEDA DE ZONAS DE EXPANSIÓN.
C- INDEPENDENCIA DE PORTUGAL.
D- LA EXPANSIÓN CATALANOARAGONESA.
4- TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES ENTRE LOS SIGLOS
XI Y XIII.
5- BIBLIOGRAFÍA

1- Los orígenes de los reinos cristianos (siglos VIII-X)

A- ORÍGENES DEL REINO ASTURLEONÉS.

La Reconquista, según Menéndez Pidal, tiene tres etapas claramente marcadas. La


primera va del 720 al 1002. Los musulmanes dominan casi totalmente la Península.
Quedan unas zonas de resistencia cristiana en Asturias, en las montañas pirenaicas, en la
zona catalana ayudada por Francia y poco a poco se irá bajando hasta las tierras del Duero,
que será frontera durante años. Pero los reinos cristianos están aún a la defensiva, no
obstante lo cual surge una batalla considerada un símbolo: Covadonga, que se produce
según algunos autores en el 718. A medida que se han ido conociendo las fuentes
musulmanas, la tesis de que Covadonga marcaba el inicio de la reconquista ha ido
perdiendo fuerza.

Para los cronistas del Islam apenas fue una de tantas escaramuzas libradas por una
expedición de castigo, y los montañeses asturianos residentes en zonas de difícil acceso no
constituían un objetivo de los emires. Según la crónica de Alfonso III, Pelayo estaba con
sus fieles en el monte Aseuva, cuando el ejército musulmán llegó para atacarle, contando
con la ayuda de Algama, obispo de Oppas e hijo de Witiza, "por cuya traición habían

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perecido los godos". En el combate, también la crónica, habrían muerto 125.000 moros,
muriendo en la huida otros 73.000. En cambio, para el cronista Al Maxqqari, Pelayo fue un
hombre simplemente con fortuna, y los musulmanes desistieron por falta de interés en la
conquista de unas tierras poco propicias para su modo de vida: en aquel momento, sus
aspiraciones poco tenían que ver con el Norte, y se centraban más en el Este, camino de
Francia (hasta la derrota en el 732 de Abderramán por las tropas de Carlos Martel en
Poitiers). Pelayo, según Sánchez Albornoz, en todo caso careció de una visión de
"reconquista": ¿tiene algo que ver la clase antes propietaria de los suelos conquistados por
los musulmanes y los protagonistas de la -entonces- mal llamada "reconquista"? Pelayo y
sus fieles simplemente son un ejemplo de la resistencia a ser conquistado por las armas, y
en absoluto un representante de esa España que "se refugia" (según el relato clásico) en las
montañas intrincadas asturianas. Por lo demás, Pelayo aprovecha la disensión civil entre
los conquistadores musulmanes: los beréberes se habían sublevado contra los árabes, y
éstos llamaron a los sirios en su ayuda, provocándose una guerra civil que los cristianos
norteños aprovecharán para afianzar su dominio en las montañas asturianas.

En los primeros momentos, los cristianos que prefirieron conservar su fe


(mozárabes) fueron respetados por los musulmanes, quedando en sus manos parcelas de la
administración que los conquistadores no podían atender por su escaso número o falta de
conocimiento; mas a medida que aumenta la preparación de los musulmanes y se estanca o
retrocede la de los mozárabes, la cultura islámica y su forma de vida atrae a los cristianos,
que paulatinamente desplazados de los cargos ven cómo disminuye la tolerancia religiosa.
Esto llevará a algunos mozárabes a radicalizar sus posturas y enfrentarse abiertamente a la
religión islámica, aunque su actitud le lleve al martirio. Los más radicales se refugian en
los reinos cristianos y plasman en las crónicas sus pensamientos antimusulmanes: esto les
lleva a afirmar que quienes combaten en Covadonga son no sólo los montañeses, sino
también los restos del ejército visigodo, cuyo jefe, Pelayo, sirve de enlace directo entre el
rey leonés del momento en que se escribe la crónica, Alfonso III, y la familia real visigoda.
La idea de una Hispania bajo la dirección de los reyes leoneses tiene en Covadonga su
punto de arranque y en los cronistas mozárabes del siglo IX los primeros defensores.

El reino asturleonés entre los siglos VIII y X fue bastante menos deudor de los
sucesos de Covadonga de lo que la "Crónica de Albelda" o las dos versiones de la "Crónica
de Alfonso III" habían supuesto: a lo sumo es un episodio añadido a la resistencia de
cántabros, astures y vascones contra romanos y visigodos, y por tanto está en las antípodas
de la idea de una "revancha" frente a los musulmanes, una reconquista. El mito legendario
se gestará muy a posterior, ya en el siglo IX.

En realidad, los orígenes del reino asturiano hay que retrasarlos hasta mediados
del siglo VIII, coincidiendo con la gran sublevación de los beréberes y el abandono por
éstos de las guarniciones situadas frente a las tribus montañesas, siempre insumisas,
contenidas en sus territorios desde la época romana, poco o nada controladas por los
visigodos y rebeldes igualmente a los musulmanes. Covadonga es pues obra de tribus poco
romanizadas que defienden su modo de vida, su organización económica -basada en la
pequeña propiedad y en la libertad individual- frente a los musulmanes, herederos y
respetuoso con la organización económico-social de los visigodos, basada en la gran
propiedad y en la desigualdad social, en la existencia de señores y siervos.

Es necesario señalar la gran oscuridad que rodea a la figura de Pelayo (e incluso


de sus sucesores: de su hijo Favila, que sólo reinó durante dos años, únicamente se sabe por

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las crónicas que fue comido por un oso...: nada de su gobierno, de su carácter, etc.).
Probablemente, en el primer momento su reino incluía, además de Asturias, una pequeña
parte de Galicia. Por su parte, Cantabria tendría su propio dux, hasta que se produjo la
alianza de las dos familias en la persona de Alfonso I (heredando ambos territorios en el
año
757.

La obra de Alfonso I (757-768) fue crucial para la posteridad: procedió a ocupar


las principales ciudades de Galicia y de la Meseta, quedando así esta zona una tierra de
nadie (pues el dominio se restringía a las ciudades).

Por su parte, Fruela I tendría que sufrir los efectos de la pacificación del emirato,
que permitió a los musulmanes proseguir sus ataques. Pero cuando los musulmanes
desistan de la conquista de Galicia, Fruela aprovechará para repoblar Galicia hasta el límite
del Miño. Por otra parte, se producirán los primeros conflictos entre asturianos y vascones,
otra prueba más de la falta de identidad entre los reinos cristianos del norte. Sólo a
mediados del siglo, cuando Alfonso I destruye las guarniciones abandonadas por lo
beréberes y lleva consigo en la retirada a los habitantes de las zonas devastadas, puede
hablarse de los orígenes de un reino asturleonés cristianos o en vías descristianización y
con un fuete contingente hispanovisigodo que acabarán controlando política y
económicamente el nuevo reino, independiente porque las guerras civiles entre los
musulmanes impiden a los emires ocupar de los rebeldes del norte; bastará que Abd al-
Rahman I se proclame emir (756) y pacifique Al-Ándalus para que el reino asturleonés
vuelva a convertirse en vasallo de Córdoba durante los reinados de Aurelio, Silo,
Maugetano y Vermudo (768-791). La política seguida por éstos, de amistad y sumisión
hacia los musulmanes, no impidió, sino que alentó, quizá, la sublevación de los gallegos
contra Silo y de los vascos durante todo el período.

Aunque las familias de Pelayo y Alfonso I monopolicen la monarquía, no se


aceptaba en el siglo VIII la sucesión hereditaria sin problemas. Más bien, la aceptación o
no de un monarca depende de su capacidad militar antes que de su condición de
primogénito. Por eso, a Fruela le sucede su sobrino Aurelio (768-774), sobrino de Alfonso
I, saltándose en la sucesión al primogénito de éste, menor de edad. Como ha señalado R.
Colllins, la continuidad dinástica con estas alteraciones puede ser también herencia de un
pasado tribal: la entidad "reino" en el siglo VIII es más bien una simplificación, una
muletilla que usan los historiadores para designar a aquello que todavía está a medio
camino entre lo tribal y la monarquía.

Tampoco el poder del monarca es excesivamente sólido: no al menos por el


simple hecho de su título, como prueba la revuelta de los siervos producida durante el
reinado de Aurelio.

Alfonso II (791-842) reina tras Vermudo I. Por parte materna era descendiente de
vascones. La sumisión asturleonesa a Córdoba se expresa mediante la entrega de tributos.
Quienes están descontentos se agrupan en torno a Alfonso II, proclamado rey a la muerte
de Silo y obligado a refugiarse en Álava durante los años de Mauregato y del diácono
Vermudo I, quien, tras ser derrotado, volvió al estado clerical.

Si Alfonso I fue el creador del reino, a Alfonso II se debe el afianzamiento y la


independencia: fin del pago de tributos (¿existió durante algún período el legendario tributo

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de "las Cien Doncellas"?); independencia de la iglesia astur respecto a Toledo; creación de
una extensa tierra de nadie a orillas del Duero, que separará durante siglos a cristianos y
musulmanes. Alfonso II pudo negarse a pagar tributos gracias a las continuas
sublevaciones contra los muladíes de Mérida y Toledo, apoyadas por beréberes y
mozárabes, que impidieron a los cordobeses lanzar sus campañas e intimidación. En
cambio, la leyenda atribuye el fin de los tributos a las victorias de Alfonso II en batallas
dudosas como la de Clavijo, auxiliado milagrosamente por el apóstol Santiago, cuyo
sepulcro se cree haber descubierto por estos años. Poco importa que Santiago difícilmente
pudiera venir en vida a la Península: la creencia en este hecho es suficiente para que
Compostela se convierta en lugar de peregrinación, y ofreciéndosele un tributo.

La ruptura eclesiástica con Toledo, propiciada por los escritos del obispo de Osma
Eterio, fue acompañada de una fuerte visigotización, a la que no fue ajena la identificación
en las crónicas de los reyes astures con los visigodos: se copia su organización y su código,
el Liber Iudiciorum es adoptado como norma jurídica. Se traslada la metrópoli episcopal de
Braga a Lugo, se crean numerosos monasterios, un obispado en la capital del reino,
Oviedo, etc.

Pese a los ataques musulmanes, Alfonso II inicia una política ofensiva, reforzado
su control en Galicia y llegando a conquistar momentáneamente Lisboa (gracias al botín
Oviedo se puebla de palacios, baños, iglesias y monasterios).

Durante el primer siglo de su historia, el reino astur permanece a la defensiva,


protegido de los ataques musulmanes por las montañas y por las revueltas de los muladíes
fronterizos. Gallegos, cántabros, asturianos y vascos deben ser unificados por un poder
central, pese a los frecuentes enfrentamientos entre sí.

El carácter electivo de la Monarquía (aunque siempre dentro de una familia)


provoca que se formen bandos nacionales en torno a los candidatos al trono. A la muerte de
Alfonso II (843), los gallegos apoyan a Ramiro I, y astures y vascos a Nepociano, pronto
derrotado. Pero astures y vascos aceptan este hecho, siendo además otro factor de
unificación los ataques costeros y fluviales de los vikingos que en el 844 ocupan León. En
el 850 será conquistada por Ordoño I (850-866), quien también repoblará Astorga, Tuy y
Amaya, amurallando León. Los astures llegarán a apoyar a los muladíes en la batalla de las
proximidades de Toledo: pese a la derrota, es una muestra más de la extensión de su poder.
También colaborarán con el otro poder centrífugo musulmán, los muladíes del Ebro
(encabezados por Musa ibn Musa), con quienes establecerán lazos amistosos. Sólo en el
año 865 los musulmanes lograrán derrotar a Ordoño.

Aprovechando una nueva guerra entre muladíes y las tropas de Córdoba, Alfonso
III ampliará sus dominios por el norte de Portugal en el 883, seguidas de repoblamientos.
Ya en los primeros años del siglo VIII se habían producido las primeras ocupaciones o
presuras a cargos de particulares que se hacen con tierras yermas: pero, allí donde no hay
protección oficial y reconstrucción de murallas y nuevas fortalezas, estas repoblaciones
están destinadas a volver a caer en manos árabes. Ordoño se encargará personalmente de la
repoblación de León, encargará la de Astorga a su hermano Gatón, Amaya al conde Castilla
Rodrigo...; Alfonso II repuebla la tierra orensana en vida de su padre, y encarga a otros
nobles la repoblación de Porto, Coimbra, Burgos... En otros casos, lo reyes ceden a los
nobles o eclesiásticos determinadas tierras con la obligación de ponerlas en cultivo, y de la
modalidad de la repoblación dependerá la organización social. La presura individual dará

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lugar a la aparición de campesinos libres y pequeños propietarios; la colectiva, a extensas
propiedades cultivadas por colonos o siervos, y serán éstas las que acaben imponiéndose y
absorbiendo a los pequeños campesinos más o menos rápidamente, según el número e
importante de las grandes propiedades existentes en cada zona.

B- LA MARCA HISPÁNICA.

La expansión iniciada en época de Carlos Martel y continuada por Pipino el Breve


encuentra dificultades en Provenza (ocupada el 759) y Aquitania (785). Las poblaciones de
dichos lugares no aceptaron de buen grado el dominio franco, y su proximidad a los
dominios musulmanes constituía un peligro que Carlomagno se apresuró a conjurar
impulsando su acción más al sur: las campañas del 778, terminadas con la derrota de
Roncesvalles (cantada en la Chanson de Roland) son un intento de someter a los vascos de
Pamplona, quienes atacarán a la retaguardia franca y conseguirán alejar a los carolingios de
los Pirineos orientales 30 años.

En unión a los Banu Qasi del Ebro, los pamploneses mantendrán su independencia
frente a Córdoba y contra Aquisgrán. Cuando en el 806 se acabe la revuelta muladí,
Pamplona deberá aceptar la presencia franca para protegerse de los ataques musulmanes,
sólo hasta que de nuevo los Banu Qasi se sacudan la tutela omeya y ayuden a los vascos a
expulsar a los conde francos en el 824.

Donde sí existió una compensación al despliegue peninsular carolingio fue en


Gerona y Urgel-Cerdaña, cuyos habitantes se aliaron con los francos contra los
musulmanes, aceptando la autoridad carolingia desde finales del VIII. Desde allí, los
carolingios toman Aragón, Ribagorza, Vic, Cardona y Pamplona, fracasando Carlomagno
en el intento de extender su dominio hacia el sur para reafirmar sus conquistas, con la
excepción de Barcelona, conquistada el 801. Las nuevas posesiones se encomiendan a
francos o hispanovisigidos refugiados en tierras carolingias, como Borrell. Sin embargo,
las posesiones carolingias se intentarán librar de su dependencia en cuanto desaparezca la
amenaza musulmana.

El uso de la expresión marca hispánica por los textos del siglo IX y la posterior
unión política de los condados catalanes han hecho creer a los historiadores que se trataba
de una unidad administrativa bajo un mando militar único (con capital en Barcelona). Pero
dicho concepto más bien es una referencia geográfica: no existe una marca (zona de
frontera a cargo de un marqués) como tal. Cada condado tiene su conde, que sólo ejerce su
autoridad en un condado, excepto allí donde es necesaria una mayor coordinación militar
(Bera es conde de Barcelona y Gerona cuando son atacadas por los musulmanes)

Dentro del imperio carolingio cada conde aspirará durante el siglo IX a convertir
en hereditario su cargo y las posesiones recibidas con él. Teóricamente, el emperador
encarna toda la autoridad y todo el poder, gobierna a través de los administradores locales
-los condes- y por mediación de los missi o delegados del rey con funciones inspectoras. Al
conde se confían la administración, justicia, política interior y defensa si es necesario, pero
su autoridad es dependiente de la voluntad del rey. Las guerras civiles, provocadas por Luís
el Piadoso al dividir el reino entre sus hijos, obligan a los condes a tomar partido y a los
aspirantes al trono a otorgar prerrogativas a sus partidarios: de ese modo, la Monarquía sale
debilitada. Como compensación a la fidelidad, el emperador dio Barcelona, Gerona,
Narbona, Rosellón y Ampurias a Berenguer: sin embargo, éste será incapaz de mantener

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tantas posesiones. Los nuevos condes lograrán arrancar al monarca el que los condados
sean hereditarios, lo que a su vez suponía que los condes llegaran a tener un poder
suficiente como para inquietar al rey. Por otra parte, la amenaza de los normando y
musulmanes también otorga gran protagonismo a los condes, ante la incapacidad de los
reyes de proteger dichas posesiones.

En la práctica, esta situación desembocará en la independencia real de los


condados, distribuidos en el futuro entre los hijos del conde: pierden su condición de
propiedades públicas, hasta el punto de que el conde puede crear nuevos condados en su
territorio. Así, Wifredo dejará a sus hijos (de forma conjunta) Wifredo, Borrell y Sunyer los
condados de Barcelona, Gerona y Vic, futuro núcleo de Cataluña.

Para refrendar la independencia, los condes deben asegurarse la independencia


religiosa (pues los clérigos juegan un papel administrativo fundamental: la sociedad se
organiza alrededor de parroquias y castillos, y cada condado tiene su propio obispo, que
inicialmente contrarresta o completa la acción del conde). Para ello, los condes intentarán
sustraer a los obispos de la autoridad eclesiástica franca: así surge el arzobispado de Urgell,
del que dependerían las diócesis de Barcelona, Gerona, Vic y Pallars. Pero las continuas
divisiones y agrupaciones de condados impidieron que en cada uno existiera una sede
episcopal. Y para evitar que obispos de otros condados se entrometieran en un condado, los
condes favorecieron a los monasterios de la zona para lograr su exención o independencia
respecto al obispado.

La presencia de los musulmanes incita a la población a apoyar a los condes,


porque son quienes realmente pueden protegerles de los invasores, estando el rey muy
lejos. Por otra parte, ni los omeyas constituían una amenaza patente de conquista
(contrapesados por el apoyo carolingio), ni los carolingios tenían suficiente estabilidad
interna para presionar a los condes: ambos factores tendrán el mismo efecto: ser
innecesaria una unión entre los condados.

Gracias a las disensiones musulmanas, pudo Wifredo ocupar sin dificultades la


extensa tierra de nadie entre carolingios y musulmanes, cerrar el condado de Ausona,
fundar el obispado de Vic y los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas, para
repoblar dichas tierras.

La repoblación fue hecha por el sistema de aprisio o presura controlada por los
condes y por sus funcionarios y en ella colaboraron activamente la sede episcopal de Vic y
los monasterios de Ripoll y de San Juan de las Abadesas, a los que se unen los nobles con
sus siervos y vasallos y grupos de pequeños campesinos cuya situación sería de bastante
libertad.
Pese a la discontinuidad y fragmentación política, a lo largo del siglo X es patente una
tendencia una unidad ya manifestada en el reconocimiento de un prestigio y de una
autoridad eclesiástica común. Se realizan importantes esfuerzos para poner fin a la
anarquía existente mediante la fijación de los deberes y derechos de señores y vasallos
feudales, mientras en el campo eclesiástico surge la institución de la paz y tregua de Dios
por la que se tiende a proteger los bienes eclesiásticos en todo tiempo y las personas de los
fieles entre las últimas horas del sábado y primeras del lunes para facilitar el cumplimiento
de los deberes religiosos.

C- ARAGÓN Y PAMPLONA.

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El valle del Ebro se sometió a los musulmanes sin apenas resistencia. Pamplona,
Huesca y Zaragoza se islamizaron rápidamente, mientras las zonas montañosas no fueron
en realidad ocupadas, aunque sí pagan tributos a los musulmanes: los valles de Pirineos
representan la libertad política -escasa islamización- dentro de una economía agrícola-
pastoril basada en la propiedad individual; en el llano, prevalece la gran propiedad
heredada de la dominación romanovisigoda. Ambos grupos de habitantes, los de las
montañas y los de los llanos alejados de las ciudades, pese a sus divergencias, tienen en los
carolingios y musulmanes a un enemigo común. Tras la intervención carolingia, el primer
conde aragonés será un franco, pronto sustituido (810) por el indígena Aznar Galindo, tal
vez para lograr la adhesión de los aragoneses: pronto los carolingios serán rechazados una
vez que se hayan librado de los musulmanes. Aznar se verá obligado a buscar el apoyo del
monarca navarro García Íñiguez para combatir la presión musulmana y carolingia. Pero la
posterior expansión de Navarra corta toda posibilidad de expansión aragonesa, hasta que
Sancho Garcés I de Navarra, con ayuda de los asturleoneses, ocupa zonas del sur de
Aragón: finalmente, por medio de una alianza matrimonial ambas regiones se unirán,
manteniendo Aragón cierta autonomía. La independencia de los navarros respecto a los
carolingios se traduce en que nombraron a sus jefes con el título de reyes, aunque su poder
era muy limitado. Además, dependía su independencia de la ayuda de los muladíes banu
Qasi (especialmente en tiempos de Musa ben Musa, hasta que a su muerte -862- acaba este
efecto de barrera respecto a los musulmanes de Córdoba)

Sancho III el Mayor (1005-1035) puede considerarse el primer monarca de la


Península, y ejerce sobre los reinos cristianos un auténtico protectorado; como defensor y
cuñado del infante de Castilla, interviene en este condado, se enfrenta al monarca leonés y
utiliza su título imperial al ocupar la ciudad de León; actúa como árbitro en las disputas
internas del condado barcelonés; toma los condados de Sobrarbe y Ribagorza, obtiene el
vasallaje del conde Gascuña y puede afirmarse que su reino se extiende desde Zamora a
Barcelona. La autoridad de Sancho sobre las tierras cristianas es muy desigual: en casos
como el castellano se hace efectiva mediante la ayuda militar a sus aliados; en otros, su
hegemonía es reconocida gracias a una hábil combinación de la diplomacia y las armas,
que le permite alternar los ataques al reino leonés con la creación en los dominios leoneses
de un partido favorable al monarca navarro. En Gascuña y Barcelona su autoridad es más
nominal. Castilla fue incorporada a Navarra previo compromiso de Sancho de confiar el
gobierno del condado al segundo de sus hijos, y lo mismo sucede con los condados
navarros.

D- EL REGNUM IMPERIUM LEONÉS.

La supremacía del rey asturleonés en cuanto heredero directo de los monarcas


visigodos, según los clérigos mozárabes, se refleja en el título de emperador, rey de reyes,
que algunos clérigos leoneses dan a Alfonso III, aunque éste no utilice el título imperial.
Con el traslado de la capital a León en los años iniciales del siglo X y la ocupación de
repoblar numerosos lugares del valle del Duero, León es el reino cristiano más poderoso.
Su importancia se refuerza por el hecho de la ruta de Santiago, que convierte a Compostela
en la segunda sede apostólica de Occidente y le concede una cierta autoridad sobre los
clérigos de los demás reinos cristianos. Así, cuando el monje Cesáreo de Montserrat a
mediados del X pretendió restaurar la sede arzobispal de Tarragona, en lugar de acudir a
Roma se hizo nombrar por los obispos leoneses.

En cambio, los condes y reyes cristianos no aceptaron la dirección leonesa, y la

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hegemonía real durante la segunda mitad del siglo X correspondió al reino de Navarra,
cuyos monarcas intervienen en el nombramiento y deposición de reyes leoneses. Además,
éstos fueron incapaces de mantener la unidad de sus dominios, de los que se independizaría
Castilla y en los que los condes gallegos actuarían con gran independencia contando, en
algunos momentos, con el apoyo de los musulmanes, que actúan de árbitros entre los
aspirantes al trono leonés.

Las diferencias entre los territorios que forman el reino surgen de nuevo en los
años finales de Alfonso III, cuyos hijos se sublevan contra el monarca y, a su muerte, se
proclaman reyes de León, Asturias y Galicia (años más tarde, los hijos de Ordoño II
reinarán en León, Galicia y Portugal), aunque reconociendo la superioridad leonesa.
Cuando Ordoño II (914924) reconstruya la unidad del reino, los castellanos se negarán a
secundar la política real de alianzas con Navarra por entender que favorecen la expansión
de este reino por La Rioja a costa de los castellanos, cuyos condes son destituidos por no
participar en la batalla de Valdejunquera (920), con la que Abd al-Rahman III reanudó las
hostilidades a los cristianos, y que impediría en adelante la repoblación de lugares
estratégicos como San Esteban de Gormaz, Osma, Viguera, etc.

Cuando Ordoño II muera se produce una guerra civil, y León no recobra su unidad
hasta el reinado de Ramiro II (931-951), que intenta unir a los cristianos contra el califa,
apoya a los rebeldes toledanos, refuerza la alianza con Navarra y derrota a Abd al-Rahman
en Simancas (939), lo que consolida las posiciones de los leoneses en el Valle del Duero y
permite repoblar Sepúlveda, Ledesma y Salamanca. Pero esto no impide que el conde
castellano Fernán González se sublevara y pusiera las bases de la independencia del
condado, efectiva a la muerte de Ramiro. Con ella se inicia la decadencia del reino leonés,
cuyos reyes son nombrados por castellanos y navarros, y dependientes de los omeyas para
protegerse de las destituciones de éstos (el propio Sancho I "el Craso" fue curado de la
obesidad que padece por los médicos cordobeses), pagando tributos a los califas. Sin
embargo, esta sumisión a Córdoba no evitará que la llegada de Almanzor se traduzca en la
destrucción de Zamora en el 981, o la derrota de castellanos, navarros y leones en Rueda,
el saqueo de Sahagún, la campaña contra Santiago de Compostela, etc. Pese a lo cual
frecuentemente Almanzor será llamado a arbitrar entre el conde castellano y el portugués
Menendo González sobre la disputa por la tutela del nuevo rey, Alfonso V.

Las guerras civiles en el reino de León posibilitarán la expansión castellana, que


será sustituida por la navarra al morir el conde García (1029) e incorporarse Castilla a los
dominios de Sancho el Mayor. Su hijo, Fernando I, convertido en rey de Castilla en el
1035, derrotará al último rey leonés, Vermudo III, proclamándose también rey de León.

E- LA CASTILLA INDEPENDIENTE.

Al principio, Castilla no es sino la frontera oriental, escasamente poblada, del


reino asturleonés, la zona más expuesta a los ataques cordobeses por el sur y a la
penetración de los musulmanes del Ebro por el este. Al tiempo, es una zona de predominio
de llanuras, y estas circunstancias harán de Castilla una comarca diferenciada. Por una
parte, su población ha de ser eminentemente guerrera: cuando Alfonso I de Asturias
aprovecha la sublevación beréber para desmantelar las guarniciones musulmanas, la
población mozárabe de Castilla tendrá que retirarse a las montañas, y Castilla tendrá que
ser repoblada durante los siglos IX y X, en gran parte por cántabros y vascos occidentales
poco civilizados o poco adaptados al sistema de vida hispanovisigodo. La libertad

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individual frente a la servidumbre astur-leonesa (de tipo gótico) será la primera
característica: pues en Castilla se alternará la agricultura con el ejercicio de las armas,
dado el carácter fronterizo, mientras en Asturias y León la guerra es fundamentalmente
una fundación nobiliaria.

Sin una tradición visigótica fuerte, Castilla prefiere la costumbre ancestral, la


cesión de hombres justos, a la ley representada por el Liber Iudiciorum visigodo, y cuando
los castellanos creen sus propias leyendas las centrarán, en primer lugar, en los jueces de
Castilla, representantes y defensores de la diferenciación jurídica respecto a los leoneses,
diferenciación que en realidad es sólo la expresión de formas distintas de vida.

Los repobladores de Castilla no conocen la jerarquización social acentuada del


reino leonés, y las desigualdades que se observan entre los primeros castellanos proceden
no de la herencia, sino de la función que cada uno puede desempeñar en una sociedad
guerrera: será noble aquel que por su riqueza esté capacitado para combatir a caballo, pero
su situación no difiere mucho de la de sus convecinos, si exceptuamos una cierta
benevolencia del fisco respecto a estos caballeros villanos.

El carácter de frontera no anima a asentarse en Castilla ni a la vieja nobleza


visigoda ni a los clérigos mozárabes huidos de Córdoba, por lo que no habrá grandes
linajes ni proliferarán hasta época tardía los monasterios y las grandes sedes episcopales,
que en otros espacios eran quienes dominaban a los campesinos libres (montañas
asturleonesas y nuevas tierras repobladas).

En la segunda mitad del X, alejada la frontera, sí se producirá la creación de una


nobleza hereditaria, lo que favorece la pérdida de la libertad y la disminución de los
campesinos pequeños propietarios, pese a lo cual las comunidades rurales de la Castilla
originaria podrán, a mediados del siglo XIV, elegir a su propio señor: en un caso habrá
siervos, en otros hombres de behetría, aunque ambos son campesinos dependientes de un
señor.

Desde las fortalezas que desde el principio los condes castellanos se ven obligados
a erigir para paliar la inexistencia de defensas naturales, dichos nobles desafiarán
frecuentemente la autoridad de los reyes leoneses. El proceso de independencia de Castilla
es en muchos puntos similar al de los condados catalanes; zona fronteriza y con una
población que por sus orígenes y modos de vida distintos de los leoneses tienden a
manifestar políticamente sus diferencias. La división de Castilla en numerosos condados,
cuyos dirigentes no siempre actúan de acuerdo, permite a los monarcas de León mantener
su autoridad sobre la zona, pero las necesidades militares exigen un poder unificado al que
se llega cuando Fernán González recibe los condados de Burgos, Lantarón, Álava, Lara y
Cerezo, con lo que tiene fuerza suficiente como para enfrentarse al rey leonés.
Combinando la sublevación con la sumisión y la ingerencia en el nombramiento de reyes
leoneses, apoyado por Navarra, conseguirá mantener unidos los condados castellanos, y
transmitirlos a su hijo García González (970-995), que actúa ya como señor independiente
aun cuando reconozca la superioridad jurídica del rey leonés.
Para combatir a los musulmanes, el conde castellano favorece a los campesinos
que dispongan de un caballo apto para la guerra, les concede el título de infanzones
(miembros de la nobleza de segundo grado) y con su ayuda ocupa diversas plazas en la
zona del Duero.

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A la muerte de Sancho (1017), Castilla ya ha alcanzado cierta madurez, y puede
ser gobernado por un menor de edad, García. El posterior asesinato de García en León
llevaría a los castellanos a entregar el condado a Sancho el Mayor de Navarra.

2- Sociedad y economía hasta el siglo XI.

La vinculación de un gran número de medievalistas a las corrientes históricas de


tipo jurídico ha llevado a afirmar que en la Península sólo pueden ser considerados
feudales los condados catalanes, directamente relacionados con el mundo carolingio. En
opinión de José Luís Martín, si esto es cierto por lo que se refiere a la organización
temprana de la aristocracia militar, no lo es menos que todos los dominios cristianos de la
Península se hallan en una situación similar a la de Europa durante este período y que, en
definitiva, aunque no exista un feudalismo pleno, de tipo francés, sí se dan las condiciones
económicas y sociales que permiten hablar de una sociedad en diferentes estadios de
feudalización.

En cada caso, las situaciones peculiares de la geografía, la sociedad, la abundancia


o escasez de tierras y su fertilidad, la posición militar, los orígenes de los pobladores, las
modalidades de repoblación, o las influencias externas (entre otros factores) influyen y
determinan luna evolución distinta en esta sociedad, en la que pueden verse todas las fases
del proceso feudal: desde la existencia de señoríos aislados en Castilla hasta la
organización estricta del grupo militar en los condados catalanes. Pero no se trata de
situaciones esencialmente distintas, sino de diferentes etapas de un mismo proceso.

La existencia de un gran número de hombres libres ha servido para negar la


feudalización del territorio. Pero hay que tener en cuenta que a lo largo del siglo X y XI
disminuye drásticamente su número. La existencia de hombres libre en los tiempos
iniciales se explica por el origen de los pobladores de los primitivos núcleos cristianos:
habitantes de las montañas poco romanizados. En las tierras alejadas de la frontera, al
surgir en ellas grandes iglesias o monasterios y conceder el rey o conde extensas
propiedades a los nobles, aumentan los vínculos de dependencia y la presión sobre los
pequeños campesinos. En las zonas fronterizas, la necesidad de atender a la defensa del
territorio obliga al poder público a conceder numerosos privilegios a quienes habitan en
ellas, privilegios que se traducen en el reconocimiento de la libertad individual y de la
propiedad de los pequeños campesinos, hasta que la frontera se aleje y acaben
imponiéndose nobles y eclesiásticos, dueños de grandes propiedades.

El paso de la libertad a la dependencia puede realizarse directamente por medio de


la encomendación (el campesino entrega sus tierras a cambio de protección, pasando a
cultivarlas pagando determinados impuestos o realizando diversos trabajos para el señor).
Otras veces, el proceso es más complejo: en una primera fase el campesino pierde las
tierras en años difíciles, y en una segunda fase en la que el campesino sin tierras se ve
obligado a aceptar las condiciones del gran propietario. En los condados catalanes, los
condes, funcionarios y monasterios e iglesias se convirtieron rápidamente en señores de las
tierras y de los servicios y derechos de los hombres que las habitaban, bien por compra,
cesión real, usurpación o por entrega voluntaria para obtener protección. Como señala
Lacarra, la plena propiedad o alodio antes tan frecuente tiende a convertirse en simple
tenencia sometida a un censo.

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En los reinos occidentales Sánchez Albornoz ha podido probar la existencia de
pequeños propietarios. El pago de la deudas de los daños causados a terceros, de los
derechos y penas judiciales, obligan a desprenderse de las tierras o a buscar un prestamista
que exige como contrapartida la cesión voluntaria de las tierras que poseían los pequeños
propietarios, quienes desprovistos de otros medios de subsistencia se ven obligados a
emigrar siguiendo el avance repoblador o a entrar al servicio de monasterios y nobles como
colonos.

Los pequeños propietarios castellanos pudieron defenderse mejor de la presión


nobiliaria y eclesiástica por el hecho de que los condes los necesitaban para mantener su
independencia frente a León, Navarra y Córdoba y por no existir en Castilla hasta época
tardía un clero organizado ni una aristocracia fuerte. La libertar castellana se vio favorecida
por la existencia de comunidades rurales, que ya en el siglo X tenían una organización y
una personalidad jurídica que permitía a sus habitantes tratar colectivamente con nobles y
eclesiásticos. Además quienes tengan medios para combatir a caballo ascenderán a cierto
tipo de nobleza: en el fuero de Castrojeriz, del 974, se equipara a los caballeros villanos
con los infanzones o nobleza de sangre. En Castilla parece que en muchas zonas la
dependencia vasallática no era transmitida automáticamente de padres a hijos, pues podía
-al menos en teoría- romper sus relaciones con el patrono, moverse libremente y elegir
como señor a quien quiera. Pero este derecho y obligación de elegir señor se irá reduciendo
con el tiempo y deberá ser elegido entre los miembros de un determinado linaje a los que
se deben multitud de impuestos, claramente feudales; entrega anual de una cantidad fija en
frutos o dinero, obligación de proveer, tres veces al año, de alimentos y productos para la
mesa, el lecho y la caballeriza del señor y de sus animales.

Los libertos tienen una situación similar a la de los campesinos encomendados.


Libertos y colonos deben al señor censos y prestaciones personales de cuantía muy
variables, pero consistente, por lo general, en trabajar las tierras que se reserva el señor
durante determinado número de días en las épocas de más trabajo agrícola.

Jurídicamente distintos de los libertos y colonos, los siervos pueden ser vendidos
como cosas, y su situación es parecida a la de los colonos por cuanto el señor prefiere
liberar a los siervos y entregarles unas tierras para que las cultiven, pagando los censos y
prestaciones habituales. Liberándolos, el señor actuaba de acuerdo con las enseñanzas de la
Iglesia, y dándoles tierras para que las pusieran en cultivo aumentaba sus ingresos, evitaba
los gastos de manutención de los siervos, obtenía unos censos suplementarios, y podía
disponer del trabajo de esos siervos en las épocas necesarias.

Entre los grupos privilegiados figuran los nobles y eclesiásticos que poseen la
tierra, los censos y prestaciones debidas por los campesinos que la cultivan y, en ocasiones,
los derechos públicos. En los condados catalanes a principios del IX coexisten dos
estructuras administrativas: la de la población autóctona, agrupad en valles en los que
predomina la pequeña propiedad y la igualdad social, y la impuesta por Carlomagno, que
divide el territorio en condados y confía su defensa a hispanos o francos. La aproximación
entre ambas formas de vida es lenta, y sufre avances y retrocesos: pero en el siglo XI-XII
triunfa la gran propiedad.

Durante el siglo IX, el conde representa al rey. El cumplimiento de sus funciones


(hacer cumplir órdenes reales, conceder derechos de ocupación de tierras, administrar las
tierras fiscales y las personales del rey, los derechos reales -portazgos, portazgos, censos,

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servicios personales de los súbditos...). Como jefe militar se encarga de reclutar y dirigir
las tropas y dispone de contingentes permanentes a sus órdenes. El cumplimiento de estas
funciones exige la creación de un cuerpo de funcionarios que actúan como delegados del
conde -vizcondes, vegueres, jueces, recaudadores y procuradores-.

Durante el período de Abd al-Rahman III fue preciso construir fortalezas y


castillos, a veces vendidos a los nobles que tenían suficiente poder como para mantenerlo
en su poder (vizcondes, fieles, o simples particulares enriquecidos), y tolerando la
construcción de castillos en zonas de frontera ocupados por laicos o eclesiásticos. Los
dueños de los castillos llegarán a convertirse en una especie de funcionariado de hecho, y
los castillos pasarán a ser una propiedad privada.

En Navarra y Aragón, la situación de lucha constante con carolingios o


musulmanes hace que durante los siglos IX y X surja un grupo militar cuyos jefes, los
barones, son los colaboradores directos del rey. Su número es reducido, pero su
importancia social aumenta al confiarles los condes y reyes el gobierno de algunos distritos
y dotarlos de tierras en plena propiedad, además de tributos y derechos del rey (llamados
honores).

En Castilla y León, si no existió un feudalismo pleno, sí estuvieron vigentes


instituciones feudales como el vasallaje, el beneficio o prestimonio y la inmunidad, que
llevan a la constitución de señoríos laicos y eclesiásticos. Los reyes se rodearon de clientes
nobles a los que llaman milites y milites palatii, que debían al monarca servicios de guerra
o de Corte por los que recibían donativos en metálico o tierras. Junto al vasallaje real se
desarrolla el privado, y los nobles y eclesiásticos se rodean igualmente de milites. A
comienzos del siglo X se dan en Castilla las inmunidades, consistente según Sánchez
Albornoz en la prohibición de que los funcionarios reales, jueces, merinos o sayones
entrasen en los dominios acotados, lo que suponía que los propietarios percibe los tributos
y servicios de dichos dominio (es decir, el propietario tiene prácticamente las mismas
atribuciones que el conde o el rey sobre dicho territorio): la diferencia con el señoría feudal
es que en éste se ha llegado a la situación inmunitaria -generalizada, sobre todo el
territorio- por usurpación de las funciones públicas, mientras que la inmunidad castellana y
leonesa es concesión del rey, que puede revocar y otorgar libremente.

Los reinos cristianos tuvieron en general una economía agraria y pastoril carente
de moneda propia, sin proyección exterior, de tipo autosubsistencia y destinada la
alimentación, vestido y calzado. En los primeros tiempos debió predominar la ganadería
sobre la agricultura. Los avances hacia el sur permiten el cultivo de tierras de cereal y
viñedo. La abundancia de tierras de pastos llevará a una depreciación de los productos
ganaderos, mientras que la falta de mano de obra especializada y la necesidad de dedicar
todas las fuerzas a la producción agraria y a la defensa del territorio dificultaron la
fabricación de objetos manufacturados. Los pagos suelen ser en productos, especialmente
allí donde no subsisten monedas de épocas preexistentes o carolingias. Esto no quiere decir
que no haya centros urbanos de cierta importancia, como lugar de residencia de las
autoridades eclesiásticas y centros de la administración, especialmente en Cataluña, y que
se constituyen en centros de demanda de productos agrícolas, base del despegue artesanal
de los condados catalanes a partir del año 1000.

3- La expansión de los reinos cristianos peninsulares (siglos XI-XIII)

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A-CASTILLA-LEÓN.
En el período comprendido entre principios del XI y la segunda mitad del siglo
XIII se produjo un cambio fundamental en la correlación de fuerzas entre el Islam y la
Cristiandad. Las disensiones producidas a la muerte de Almanzor fueron el anuncio del
agotamiento del Califato, y el primer paso hacia la fragmentación en reinos taifas. El
núcleo cristiano se extendía en los albores del 1000 desde Galicia hasta la Rioja, y desde el
Cantábrico hasta el Duero. Pero las transformaciones que se produjeron en la primera
mitad del siglo XI, a partir de la creación de Castilla y fusión con León transitoria: pues la
definitiva sólo se alcanza en el siglo XIII) permitirán que hacia 1250 el reino castellano-
leonés se asome al Atlántico en el golfo de Cádiz.

Las causas son múltiples. En primer lugar se elevó la tasa de natalidad, lo que
permitirá la repoblación del territorio comprendido entre el Duero y la Bética, aunque en
muchas regiones continuarán sus antiguos pobladores (como en el reino de Toledo). La ruta
jacobea también se beneficiará de la llegada de peregrinos (y por tanto aumento de la
demanda). El armamento militar cambia, debido a las nuevas exigencias de la conquista
castellana: hay que enfrentarse a ciudades amuralladas, lo que implicó cambios como la
sustitución de la caballería ligera por la pesada, el uso creciente del hierro, la introducción
y generalización del estribo, espuelas y herraduras, la saetas -aunque se emplean
sistemáticamente sólo a partir del XIII-, cambiando también las tácticas de ataque: se
recurre al asedio y se potencia el ataque frontal llevado a cabo por la caballería pesada,
protegida por loriga. De esta forma, la guerra se ceñía a un sector muy reducido de la
población, que tenía plena disposición para las tareas bélicas y posibilidades económicas
para pagar costosísimos ajuares guerreros.

Además, a partir del XI es cuando empezará a ser efectiva la idea de la


reconquista como una cruzada, como se pone de manifiesto en el caso de la operación de
las Navas de Tolosa, con todos los atributos y aparato propio de cruzada. Al mismo tiempo,
se difunde ahora más que nunca la idea de que la reconquista supone la "restauración de un
dominio legítimo", según Maravall.

La repoblación tuvo un carácter muy distinto geográficamente. En el territorio


entre el Duero y el Sistema central (que cuenta con el precedente de la repoblación de
Sepúlveda en el siglo X, o la expansión leonesa en la zona del Tormes) serán cruciales las
campañas de Fernando I y la conquista de Toledo por Alfonso VI en el 1085 gracias a la
ayuda del partido mozárabe de la ciudad y a la protección que desde tiempo atrás prestaba
sobre el rey taifa toledano. Fernando I fue el primero en llamarse rey de Castilla en 1037,
aprovechando su victoria sobre el rey leonés Vermudo III, lo que al tiempo significó la
incorporación del reino leonés a sus dominios. Las "parias" pagadas por los reinos taifas a
los reyes cristianos servirán para potenciar la presencia de moneda en sus reinos, lo que
supondrá un estímulo a la producción e indirectamente a la repoblación.

El origen de los repobladores estaría en la vieja tierra castellana (Burgos, Rioja), y


adoptó la forma denominada "concejil" o "de frontera", aludiendo a los poderosos concejos
extremeños. Se trata de una repoblación dirigida por las autoridades del reino: planifican
diversos concejos, cabeza de un amplio territorio llamado alfoz, con un número de aldeas
adecuado, conjunto al que se denomina "comunidad de villa y tierra". Las ciudades se
amurallaban por las aportaciones de los vecinos. En Extremadura las ciudades y villas
recibirán generosos fueros par regular su futuro. El punto de partida de los fueros del
territorio se encuentra en la concesión de Alfonso VI a Sepúlveda de un fuero en el 1076,

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para proteger al poblador, regulando las obligaciones militares, exenciones (como las
posadas o mañería), evitando la ingerencia de nobles y eclesiásticos.
El grupo dominante en Extremadura eran los caballeros, que corrían con el peso
fundamental de las tareas militares, participando también las "cabalgadas" o expediciones
ofensivas, en las que obtenían un quinto del botín.

En la Meseta Sur, tras la conquista de Toledo, se planteaban situaciones nuevas: la


zona estaba densamente poblada en relación a la cuenca del Duero, existiendo gran
población musulmana y poderosas ciudades. Toledo se entregó obteniendo los musulmanes
garantías de que serían respetadas sus vidas y creencias, lo que supuso que la presencia
cristiana se limitase a lo imprescindible para asegurar el dominio (fundamentalmente
provenientes de Tierra de Campos, Segovia y Soria.) Desde el punto de vista jurídico, en
Toledo tenía validez el Liber Iudiciorum, que fue respetado. El valle del Tajo se repobló
mediante concejos, que solían coincidir con las demarcaciones musulmanas, y otorgando
un lote de tierra (en general la que puede cultivar una yunta) y casa o solar, teniendo los
pobladores determinadas obligaciones para mantener los heredamientos.
También se produjeron cesiones en forma de donadíos reales, unidas a la defensa
de posiciones fortificadas, a magnates laicos y eclesiásticos.

La segunda mitad del siglo XII ve llegar la penetración de los almohades, que
supuso una amenaza para la extensión castellana, coincidente con la separación de Castilla
y León a la muerte de Alfonso VII. En contrapartida, las Órdenes Militares, nacidas años
atrás en relación con las cruzadas a Tierra Santa, posibilitarán frenar a los mulsulmanes.
Órdenes como las de Santiago, Calatrava y Alcántara serán también las que repueblen la
frontera sur de los reinos de Castilla y León, que se consolidará tras la decisiva victoria de
Alfonso VIII en las Navas de Tolosa, que además supuso la desintegración del poder
almohade.

Andalucía Bética y Murcia pudieron ser pobladas a partir de dicha victoria. Pero
sólo con la reunificación de Castilla y León en Fernando III se reanudó la marcha hacia el
sur: en 1236 se conquista Córdoba inesperadamente, Jaén en 1246, Sevilla en 1248... En
Andalucía urgía proceder a una castellanización urgente, pese al denso poblamiento
musulmán. Allí donde la resistencia a la presencia castellana fue mayor, como en Jaén, se
procedió sin más a expulsar a la población musulmana, e incluso donde la oposición había
sido menor se obligó a los musulmanes a abandonar las ciudades, centros desde los que se
pretende dominar el territorio. Los bienes de los musulmanes desplazados eran ofrecidos a
los repobladores. De ahí que el sistema predominante fuera el del repartimiento, a cargo de
comisiones formadas al efecto. Pero las zonas más peligrosas, como las colindantes con
Granada, fueron encomendadas a las órdenes militares. El otro objetivo básico que
impulsaba la política repobladora de los monarcas castellanos era la potenciación de los
conejos, organizados sobre la base de las antiguas ciudades de la época musulmana y
respetando, por lo general, los términos que aquellas habían tenido en el pasado. En la zona
oriental destacan los concejos de Baeza, Úbeda, Andújar y Jaén.

Con el reparto de Andalucía se premiaba a los que habían participado en


campañas militares, pero también se asegura la puesta en explotación del territorio, y la
castellanización al menos de las ciudades, vaciadas de sus antiguos pobladores: así pasa en
Sevilla, Écija, Jerez, etc. Los beneficiarios de las concesiones, donadíos y heredamientos,
tenían gran libertad en general para organizar la explotación de sus tierras, y contraían por
el contrario muy escasas obligaciones, siendo la principal dejar un hombre armando y con

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caballo en el lugar. En general los pobladores del concejo sevillano son caballeros de
linaje, pero también los no nobles reciben, en el caso de Sevilla, una casa y una heredad,
por lo que no es de extrañar que judíos y genoveses se sumasen a la repoblación.
La conclusión principal que puede sacarse del análisis del repartimiento de Sevilla
es que en modo alguno puede establecerse una relación de causa a efecto entre el sistema
puesto en práctica para la repoblación y la constitución de grandes latifundios en
Andalucía, contrariamente a lo que se ha venido afirmando. Aunque no faltaban grandes
donaciones a magnates, Órdenes Militares o instituciones eclesiásticas, prevaleció mediana
o pequeña heredad: el proceso de concentración de la tierra es básicamente posterior, y
tiene que ver con el desencanto de los colonos (muchas tierras estaban destruidas, fueron
frecuentes las razzias, se produjo una rebelión mudéjar en el 1264, etc. Despoblación, ésta,
que produjo acaparamiento de tierras y bienes inmuebles.

Mientras los navarros eligen rey a García y los aragoneses a Ramiro, los
zaragozanos entregan el reino a Alfonso VII de Castilla, que es el primer beneficiado por la
muerte de Alfonso el Batallador: obedece a la necesidad de hacer frente a los ataques
almorávides, contra los que nada pueden hacer navarros y aragoneses divididos. En la
decisión de los nobles influyó su interés en hacer hereditarios los honores y tenencias
concedidos de forma vitalicia por Alfonso el Batallador, lo que otorgará el rey castellano.

Frente al reino más poderoso, Aragón, Alfonso VII apoya a los navarros, cuyo rey
se declaró vasallo del castellano, de que recibió en feudo el reino de Zaragoza, pero cuando
del matrimonio de Ramiro II nació una niña, que según las leyes aragonesas podía
transmitir los derechos a sus hijos varones pero no reinar, Alfonso VII modificó su política:
entregó al Ramiro II de Aragón Zaragoza, previo el vasallaje correspondiente, y ofreció a
su primogénito para casarle con Petronila, lo cual hubiera supuesto, de ser aceptado, la
unidad de los reinos castellano y aragonés.

El imperio de Alfonso VII se extiende sobre Zaragoza, Navarra, Portugal y


amplias zonas de Al-Ándalus, dividido desde 1144 en numerosos taifas con los que juega el
rey castellano. Al mismo tiempo, esto le permitirá consolidar el dominio sobre Toledo.

Pero la tendencia unitaria esbozada por el Imperio no sobrevive a Alfonso VII: sus
dominios son divididos entre Sancho III (Castilla) y Fernando II (León). Sus reinados y los
de sus herederos, Alfonso VIII y Alfonso IX, respectivamente, transcurren entre alianzas
contra Portugal y guerras entre sí en las que cada uno busca aliados estratégicamente
colocados: Aragón, al lado de los leoneses, y Portugal con los castellanos. Navarra
mantendrá su independencia gracias a la falta de acuerdo entre ambos contendientes.

El dominio de Tierra de Campos enfrenta a castellanos y leoneses. Estos resuelven


sus diferencias mediante un acuerdo que incluye la división de la zona en litigio, así como
el reparto de Portugal y la división de Al-Ándalus en zonas de influencia y futura conquista
de ambos reinos. La muerte de Sancho III y la guerra civil por la sucesión de Castilla
durante la minoría de Alfonso VIII impidieron que el acuerdo fuera efectivo, y Fernando II
de León ocupó Tierra de Campos y se dispuso a invadir Portugal, aunque finalmente no lo
llevase a cabo.

Alfonso VIII orienta su política a recuperar las tierras perdidas durante su minoría
en favor de León (Tierra de Campos) y de Navarra (Rioja), y a evitar que Aragón se
extienda por tierras musulmanas de influencia castellana.

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La ocupación de Murcia por Alfonso en el 1243 fue mediante pacto, por lo que los
musulmanes pudieron seguir disfrutando de sus propiedades, limitándose la presencia
castellana a guarniciones militares en las principales fortalezas del territorio. No obstante,
el atractivo de la huerta murciana atrajo a pobladores originarios de Castilla, lo que
impulsó a Alfonso X a efectuar en el 1257 un primer repartimiento de heredades. La
rebelión mudéjar del 1264 tuvo mucha fuerza en Murcia. El rey aragonés Jaime I sofocó la
revuelta, procediendo después a repartir grandes donadíos entre caballeros de su hueste. Al
ser devuelta Murcia a los castellanos, Alfonso X decidió su castellanización, repoblando
Murcia mediante grandes donadíos a las Órdenes Militares, Iglesia y casa real.

El reinado de Alfonso X no tuvo mucho éxito políticamente. El rey involucró a


Castilla en guerra con Portugal, Aragón y Navarra y, con el fin de conseguir que le
eligieran emperador de Alemania, gastó gran parte de su tesoro y de sus esfuerzos en este
empeño. Aunque lo consiguió en 1257, el Papa se negó a reconocer su derecho, con lo que
nuevamente el rey castellano consagró gran parte de sus energías a esta extraña ambición.
Estos gastos no productivos, unidos (según García de Valdeavellano) al "creciente afán de
lujo de los castellanos hizo cada vez mayor la demanda de productos extranjeros" que,
pagados con oro y planta, no se producían ya en un reino desprovisto del artesanado
musulmán, y que había que importar a precios exorbitantes. Por otra parte, los privilegios
alcanzados por la Mesta contribuyeron también a ahondar más las diferencias sociales y de
riqueza.

Durante el período de Alfonso X se introdujo en Castilla en toda su amplitud el


derecho romano, mediante el cual se pretendía establecer teóricamente las bases de la
supremacía regia. En la práctica, el rey demostró ser un político muy hábil para su
aplicación.

Al morir su primogénito Fernando, surgió una espinosa cuestión sobre si el


derecho sucesorio correspondía a Alfonso de la Cerda, su nieto, o a su segundo hijo,
Sancho. Alfonso X intentó contentar a todos, desmembrando el reino, dando Jaén al mayor
de sus nietos. Sin embargo, esto no evitó una guerra civil, en la que el rey llevó la peor
parte, siendo depuesto en el año 1282 (dos años antes de su fallecimiento).

Sancho IX (1284-1295) hubo de enfrentarse a su vez con el deseo de la nobleza de


convertirse en árbitros de la política castellana. Los derechos a la corona que los infantes
De la Cerda seguían alegando originaron una guerra civil, en la que los reyes de Aragón y
Francia apoyaron a los nietos de Alfonso X, aliados con algunos nobles castellanos como el
señor de Vizcaya, Diego López de Haro. La crisis política fue aprovechada por la Corona
de Aragón, que puedo ocupar temporalmente la tierras del reino murciano. Pero Sancho IV
supo deshacer hábilmente la coalición de los reyes de Francia y de Aragón, reconociéndole
a éste la hegemonía política y mercantil, e incluso soberanía directa, sobre el norte de
África, con la excepción de Marruecos. Sin embargo, Castilla no dejó de vivir en una
continua lucha civil, durante las minorías de los dos reinados siguientes, Fernando IV
(1295-1312) y Alfonso XI (1312-1350).

B- BÚSQUEDA DE ZONAS DE EXPANSIÓN.

Las parias que los débiles reinos taifas ofrecen atraen a los reyes cristianos, tanto
por su valor económico directo como por su importancia política, nada despreciable: el
cobro va unido generalmente al vasallaje de los reyezuelos musulmanes, y de hecho quien

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cobra parias considera las tierras como zona de influencia y de futura conquista cuando las
circunstancias lo aconsejen o permitan sustituir la protección pagada por la guerra abierta.

La presencia castellano-leonesa en Zaragoza y Valencia no sólo priva de


importantes ingresos a navarros, aragoneses y catalanes, sino que, además, impide la
expansión de estos reinos hacia el sur; del mismo modo, la protección dispensada por
navarros y catalanes a zaragozanos y valencianos encierra en sus estrechos límites a
Aragón, que buscará por todos los medios romper el cerco, iniciado en 1064 con la
ocupación de Barbastro por un ejército de nobles europeos organizados por el Papa.

Sancho Ramírez, sucesor de Ramiro I, consiguió que se reconociera su soberanía


sobre el lugar, pero no pudo evitar que la ciudad quedase bajo la custodia directa del conde
de Urgell, miembro de ejército cruzado. Este hecho, así como el deseo de evitar la tutela
navarra fijada en el testamento de Sancho el Mayor y agravada por la ilegitimidad de
Ramiro I, pudo ser decisivo en el acuerdo de Sancho de infeudar el reino a la Santa Sede,
medida que sería igualmente adoptadas cincuenta años más tarde por Alfonso Enríquez de
Portugal con el mismo objetivo: afianzar la independencia de su reino sometiéndolo,
teóricamente, a Roma para evitar la presión, real, de los reinos colindantes.

Navarros, Aragoneses y catalanes ofrecen su protección interesada a valencianos y


zaragozanos, y cuando la guerra civil entre castellanos, leoneses y gallegos impide a sus
monarcas intervenir en Zaragoza y Valencia, urgelitanos y navarros se conciertan para
proteger Zaragoza y cortar la expansión aragonesa, que sólo será posible cuando Aragón y
Navarra se unan de nuevo (1076) en la persona de Sancho Ramírez por muerte del rey
navarro e interés de los barones de ambos reinos, que esperan obtener, actuando unidos,
mayores beneficios que enfrentándose entre sí y favoreciendo con sus guerras a castellano-
leoneses y catalanes.

Alfonso el Batallador arrebató a los musulmanes entre 1117 y 1134 cerca de


25.000 Km2, con ciudades como Zaragoza, Tudela y Tarazona, y posteriormente Lérida,
Tortosa y Valencia (con el apoyo de los cruzados europeos, de cuyo espíritu de imbuyó el
monarca hasta el punto de nombrar herederas de sus reinos a las Órdenes militares. Sin
embargo, ni aragoneses ni navarros aceptaron el testamento: los primeros elegirán a
Ramiro II, hermano del monarca, y los nobles navarros nombrarán a García Ramírez, lo
que rompía definitivamente la política unitaria de Sancho el mayor.

Por su parte, Barcelona, en tiempo de Ramón Berenguer III (1097-1131) continuó


la política de penetración en el sur de Francia y la lucha, alternada con el cobro de parias,
contra los musulmanes, para lo que intensificó la repoblación de la comarca de Tarragona,
abandonada por los musulmanes durante las guerras de fines del siglo XI y ocupada por
grupos aislados de repobladores cuya presencia permitió restaurar la sede arzobispal de
Tarragona. En cambio, frente a los navarro-aragoneses el conde de Barcelona apoya a los
musulmanes de Tortosa y Lérida, y colabora con los pisanos en la ocupación de Mallorca
(1115), cuya propiedad se atribuía al Pontífice romano (por la infeudación hecha del
condado a Roma) y, por cesión de éste, a la república italiana.

C- INDEPENDENCIA DE PORTUGAL.

Alfonso I se proclamó emperador tras la conquista de Toledo, como indicamos.


Pero la unificación de Al-Ándalus por los almorávides y el inicio de los ataques contra los

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cristianos pusieron fin al sueño imperial y unitario, por lo que el reino castellano-leonés
entra en una crisis que desembocará en la separación del condado portugués, además de
una guerra entre castellanos, leoneses y gallegos, esta vez con injerencias navarras y en una
serie de revueltas sociales apoyadas por el monarca navarro-aragonés Alfonso el
Batallador.
La muerte del hermano de Alfonso VI, Raimundo, a quien el rey había confiado el
gobierno de Portugal, dejaba en manos de su viuda Urraca un territorio que se encontraba
entonces amenazado. El rey, poco antes de morir (1109), concertará el matrimonio de
Urraca con Alfonso el Batallador, rey de Aragón y Navarra.

El nuevo matrimonio chocó con los intereses de los clérigos afrancesados o de


origen franco, partidarios decididos del hijo de Raimundo de Borgoña, luego conocido
como Alfonso VII el Emperador, cuyos derechos al trono se veían así pospuestos. El
monarca navarro-aragonés tampoco fue aceptado por los castellanos, que temían una
expansión a su costa. Por otra parte, también puja por el reino de Portugal el conde de
Traba. Tras un conflicto bélico, Urraca terminará por reinar en León y su hijo Alfonso
ejercería su autoridad en Galicia y el en reino toledano, alcanzando Portugal su
independencia.

D- LA EXPANSIÓN CATALANOARAGONESA.

La existencia de una herejía, conocida como albigense o cátara, y de gran


predicamento entre las clases burguesas y en muchas de las dinastías nobles de orden
secundario de las tierras ultrapirenaicas, motivó que en el 1209 Inocencio III predicase una
cruzada para exterminar a los adeptos de aquella iglesia en tierras de Languedoc. Dicha
cruzada tomó carácter de verdadera conquista y etnocidio por parte de los cruzados de
Francia. Dado que la mayoría de los territorios afectados por aquella devastación
dependían feudalmente del reino de Aragón, Pedro II (quien por su infeudación al Papa
había merecido la designación de "Católico") intervino en defensa de sus súbditos
ultrapirenaicos. La derrota y muerte del rey Pedro en 1213 señaló el fin de la política de
unión llevada a cabo por Aragón y sus distintos feudos occitanos. Bajo el impulso de los
cruzados, las fronteras de Francia iban a ampliarse brutalmente (incluyendo el Rosellón
catalán temporalmente)

Una vez desviados sus intereses de las ricas tierras del sur de Francia, y cambiada
la tónica del reino de Aragón de un Estado con los Pirineos como espina dorsal a un Estado
peninsular, Jaime I se vio animado e incitado por la Iglesia a concentrar sus esfuerzos en la
expansión meridional. Con la ayuda de capitales que huían del sur de Francia, y por medio
de los navíos de los puertos catalanes, los caballeros de Aragón y Cataluña conquistaron
bajo su mando Mallorca en el 1229. Los musulmanes que la habitaban fueron expulsados o
reducido a la esclavitud. Mallorca fue repartida entre los conquistadores cristianos,
caballeros y mercaderes, cuyos esclavos musulmanes cultivarán ahora las tierras o bien
trabajarían en sus obradores, al paso que la colonia judía podía subsistir en la ciudad
principal de la isla.

Tras Mallorca, en 1232-1245 conquistará el reino de Valencia. Allí, siendo una


zona densamente poblada, se permitió que los musulmanes que cultivaban las huertas
permanecieran en ellas, e incluso en las ciudades. Los monarcas establecieron ricas
recompensas a los cristianos que accedieran a repoblar las ciudades, para compensar a las
gentes autóctonas.

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El fortalecimiento de la posición real fue extraordinario, puesto que con la toma
de Valencia en 1238 más pronto o más tarde el reino entero vendría a añadirse a la
monarquía. Ante la oposición, más o menos velada, de los magnates de sus reinos, Jaime I
tendría que adoptar pronto una posición que, evitando susceptibilidades entre los
conquistadores catalanes y aragoneses, le permitiese organizar el nuevo reino de forma que
dependiera más directamente de la Corona. Por ello, creó una nueva legislación, el llamado
"Fuero de Valencia", superador del régimen feudal y muy influido por el derecho romano.

Las milicias concejiles del Bajo Aragón desempeñaron, por lo general, un papel
importante en la conquista. En cuanto a personajes de mayor peso específico, también es de
destacar el contingente de nobles aragoneses que, como los nobles y prelados catalanes,
buscaban en la acción guerra un incremento de sus haciendas. Tampoco faltó el apoyo de
los caballeros templarios y hospitalarios.

Allí donde la resistencia fue mayor, los musulmanes emigraron en mayor número.
Fue el caso de la zona que va desde Castellón a Sagunto. En la parte central y sur, sin
embargo, predominaron ya las rendiciones voluntarias y la población autóctona permaneció
en sus propias tierras, siendo respetada su libertad y propiedad, así como su religión. Los
cristianos que repoblarán Valencia se asentarán en las zonas vacías del campo, y en las
ciudades como Valencia, Morella, Segorbe, Sagunto, Alcira, Xàtiva, Gandía, Orihuela, etc.,
donde los musulmanes son confinados en barrios especiales. Los repobladores provenían
de los llanos de Lérida y de Urgel, por lo que el habla de este sector del reino derivaría del
catalán occidental, excepto en su zona norte, donde hubo mayor influencia del catalán
oriental.

Solo como caso excepción se fundaron localidades de nueva planta, como


Villarreal en 1274, segregada de Burriana (era tal el interés de Jaime I que llegó a llamar a
repobladores musulmanes), Villahermosa, etc.

Conscientes de la importancia de los nuevos reinos conquistados, los monarcas


proclamaron mantener la identidad separada de las islas Baleares y de Valencia. Y
reconociendo esta individualidad complicada en el caso de Valencia por la aportación doble
de señores aragoneses y catalanes, fomentaron el desarrollo de un derecho propio y
privativo: en el caso mallorquín, fuertemente imbuido por el derecho catalán, dotando de
privilegios reales muy generosos (para atraer a su población); en el caso de Valencia, dando
a la ciudad un código de leyes o Furs luego ampliado, recogiéndose los privilegios dados
en el momento de avance de la frontera, además de una importante gama de disposiciones
de derecho civil, penal, procesal, mercantil o marítimo.

Ibiza será conquistada en el 1235. Junto con Menorca y Formentera, su conquista


fue pospuesta por haberse declarado la peste entre las tropas reales en Mallorca y porque
Jaime I tenía asuntos peninsulares que le importaba más resolver.

Respecto a la formación del imperio mediterráneo aragonés, su gestación parte de


la base de que Pedro III estaba casado con Constanza, hija de Manfredo Hohenstaufen, una
rama bastarda del emperador Federico II. Desde la muerte de su suegro, tanto el rey
aragonés como la burguesía catalana aspiraban a obtener Sicilia, considerada como
herencia legítima. En 1282, los sicilianos se sublevaron contra los franceses y ofrecieron a
Pedro III la corona de la isla. Un poderoso ejército de almogávares (cuerpo de guerreros
profesionales de peculiar espíritu belicoso, compuesto por catalanes y aragoneses) se

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apoderará del nuevo territorio. Ni las amenazas francesas ni la diplomacia papal lograron
disuadir a Pedro III de sus conquistas, que se extienden hacia las islas de Malta, Gozzo y
Gerbal, y una parte de la región italiana de Calabria.

El Papa excomulgó a Pedro III, y predicó una cruzada para arrebatarles sus
posesiones. El rey de Francia invadió Cataluña en 1285, y maltrató a las poblaciones del
Rosellón, llegando a puertas de Gerona. Mientras, la flota catalana derrotaba a la francesa
y, afectado por la peste, el ejército francés hubo de retirarse. Mallorca, que había apoyado a
los franceses, perderá algunos de sus privilegios, mientras que los nobles catalanes que
ayudaron al rey ganarán concesiones en detrimento de las condiciones de vida de los
campesinos.

Jaime II, hijo de Pedro III, aceptará en 1295 renunciar al reino de Sicilia, a cambio
de la concesión del derecho a conquistar Cerdeña y Córcega, lo que equivaldrá a justificar
su conquista.

4- Transformaciones económicas y sociales entre los siglos XI y XIII.

La guerra, antes que un enfrentamiento religioso entre cristianos y musulmanes,


sino una forma de resolver los problemas económicos de los reinos o de grupos sociales
determinados. Más difícil resulta saber las consecuencias sociales de la guerra, que es al
mismo tiempo un factor de igualación y de libertad en las zonas próximas a la frontera y
causa directa del ascenso social y político de los grupos militares que se traduce, a medio o
largo plazo, en la existencia de grupos sociales claramente diferenciados.

Durante el siglo XI, las fronteras entre cristianos y musulmanes no


experimentaron las variaciones que cabría esperar de la superioridad militar cristiana,
excepto en algunas poblaciones aragonesas y Toledo (importante como símbolo). La
conquista se detiene por la escasez de población (de nada sirve la ocupación militar si no se
dispone de personas capaces de asegurar su continuidad) y por la falta de interés de los
reyes y nobles, que prefieren el dinero de las parias a la ocupación, y llegan a enfrentarse
entre sí para conseguir este dinero, aunque esto permita la supervivencia de los reinos
musulmanes. No tiene otra explicación el apoyo del Cid a los reyes de Zaragoza o Valencia
y los enfrentamientos entre catalanes, aragoneses, navarros y castellanos pro las parias de
Zaragoza, Lérida, Tortosa o Valencia, o la alianza entre el caudillo portugués con los
almohades, o el apoyo de los almohades en el norte de África del infante castellano
Enrique.

Sin el dinero de las parias no se explica la proliferación de monumentos


románicos en el norte de los reinos cristianos, ni la fortificación de las fronteras, o la
llegada de importantes grupos francos a finales del XI y comienzos del XII a la Península.
También es importante en la reactivación del camino de Santiago, cuya ruta principal es
fijada por Alfonso VI de Castilla-León y Sancho Ramírez de Aragón, que eximieron de
peajes y portazgos a los peregrinos y garantizaron la seguridad del viaje y la creación de
caminos, puentes y hospitales. El mismo sentido tiene la creación de la ciudad de Estella en
el 1090, en la que sólo se admitían francos. También en Pamplona la población mayoritaria
era extranjera.

La consecuencia posterior será la creación de un eje de prosperidad a través de


determinados tramos del camino de Santiago, a los que incluso llegan a abastecer los

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musulmanes. Los fueros de Sahagún y las disposiciones de Santiago de 1095 son
indicativos de la importancia económica de estos núcleos de población. Santiago fue sin
duda una de las ciudades comerciales más importantes de la Península, como lo prueba la
llegada en 1130 de un grupo de peregrinos ingleses con mercancías por un valor de 22.000
marcos plata, la presencia de comerciantes de paño de Flandes, etc.

Las parias siguen cobrándose en los siglos XII y XIII al desintegrarse los Imperios
almorávide y almohade, respectivamente, pero los ingresos de la guerra proceden entonces
fundamentalmente de la conquista de tierras, sin contar el botín que pertenece a los
combatientes (descontado un quinto, para el rey) y las soldadas percibidas por los
mercenarios, como los almogávares. Las grandes conquista del XIII fueron seguidas de la
entrega de tierras a los combatientes, y en algunos casos, como Mallorca, el reparto fue en
función de la contribución militar. Jaime I se reservó la mitad de la isla.

El territorio andaluz fue dividido en donadíos y heredamientos: los primeros


constituyen la recompensa a quienes han intervenido en la campaña, y los segundos son
entregados a los repobladores que acuden a sustituir a los musulmanes expulsados.

Finalizadas las conquistas peninsulares, los nobles buscan salida en el exterior


contándose como mercenarios, entre los que cabe destacar en los años iniciales del siglo
XII a Sancho VII de Navarra, cuyo reino carece de fronteras con los musulmanes y que
obtiene de su actividad militar dinero suficiente par convertirse en prestamista de los reyes
de Aragón. También será importante la intervención como mercenarios en el Norte de
África.

Las riquezas incorporadas impulsarán el comercio, ayudado también por la


pacificación relativa del Mediterráneo. La búsqueda de nuevos ingresos para mantener el
prestigio social dará lugar en el siglo XIV a las revueltas nobiliarias, y obligará a los reyes
a fijar precios y salarios, establecer un proteccionismo, etc.

La repoblación es tanto un factor de igualdad como de diferenciación social


durante los siglos XI y XII. Los avances cristianos se realizan sobre tierras llanas difíciles
de proteger, lo que supone que para atraer a repobladores deban ofrecerse ventajas: la
libertad individual y la unión entre los distintos pobladores fue la característica esencial de
la población asentada entonces en la Cataluña Nueva, Tierra Nueva de Huesca, Castilla la
Nueva y en los concejos leoneses y portugueses. Fueros, cartas de población y franquicias
acompañan estas repoblaciones.

En el Bajo Duero, los repobladores agrupados en concejos tendrán sus propias


milicias, están exentos de pagar mañería, peajes, portazgos, etc.

Pero la guerra con los musulmanes tiene como efecto reconocer una mayor
categoría a quienes dispongan de caballo de guerra, teniendo derecho a tierras más
numerosas para el pastoreo extensivo. La superioridad militar de los pastores guerreros
sobre los campesinos sedentarios provoca una diferencia social que los fueros reconocen al
establecer un estatuto distinto para los caballeros y encomendarles la defensa del territorio
y la protección del ganado comunal: en la práctica, supone reservarse el gobierno de los
municipios.

Las Órdenes Militares reemplazaron al rey y a los concejos en las zonas

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repobladas por ellas, ya que sus dominios eran inmunes en la mayoría de los casos y
estaban exentos de la tutela episcopal. En estas comarcas, Extremadura y La Mancha, no
hubo ni grandes concejos ni establecimientos monásticos de importancia, y las Órdenes
colonizaron sus propiedades mediante la concesión de derechos a algunos nobles,
reservándose privilegios señoriales que coartaban la libertad.

Durante el siglo XIII, los efectos sociales de las repoblaciones son semejantes a
los del período anterior. También ahora las consecuencias de la repoblación se harán sentir
no sólo en las zonas ocupadas, sino que se extenderán a las comarcas de origen de los
repobladores (el vacío humano supone un problema económico y social para un sistema de
producción basado en la mano de obra gratuita) y a veces modificarán profundamente su
fisonomía. La fertilidad de las tierras conquistadas y las facilidades dadas por los soberanos
deberían haber atraído a la gran masa de campesinos semilibres, pero sabemos que el
número de gallegos, asturianos y leoneses instalados en Sevilla fue considerablemente
inferior al de castellanos y leoneses procedentes de los concejos creados en los siglos XI y
XII y de las zonas castellanas de Burgos, Palencia y Valladolid, donde el control nobiliario
era menor; no obstante, el control de reino por los nobles no fue total y resultó imposible
evitar la huida de los campesinos, según se desprende de la exigencia, presentada en 1271
por los nobles sublevados contra Alfonso X, de que cesaran la creación de nuevas
poblaciones reales porque hacían disminuir las rentas y los vasallos que la nobleza tenía en
León y en Galicia; si no se permite la emigración interna, mucho menos podían permitir los
nobles que fueran abandonadas sus tierras para acudir a Andalucía, y sólo aceptando este
supuesto puede entenderse la permanencia de la población musulmana, hasta 1264, y la
relativa despoblación posterior de las tierras conquistadas por los monarcas castellano-
leoneses.

A la insuficiencia demográfica y a la resistencia nobiliaria, decisivas para explicar


la permanencia musulmana en los primeros momentos, se añadieron razones de carácter
político-militar, psicológico y económico. Fernando III debió la mayor parte de sus
conquistas a la alianza con los reyes musulmanes y más que de conquista debe hablarse de
capitulaciones: la expulsión sistemática de antiguos pobladores significó el final de la
diplomacia castellana, y difícilmente podría incorporar Fernando III Andalucía por medio
de las armas. Era preciso respetar escrupulosamente los tratados para evitar la unificación
de los ejércitos musulmanes. Por otro lado, la larga coexistencia de cristianos y
musulmanes no había producido un odio entre ambas confesiones, por lo que bastaba
arrebatar a los conquistados las plazas fuertes y ciudades para que la coexistencia pacífica
con los nuevos asentados fuera posible.

Sólo tras la sublevación de 1264 de la población musulmana se produjo un cambio


de población en Andalucía y Murcia, con características distintas. En Andalucía
predominaron desde el siglo XIII (y no desde el primero momento de la repoblación, como
muchas veces se ha afirmado) los grandes latifundios, cuyos dueños terminaron
controlando a los repobladores de las ciudades. Todos los intentos de los reyes castellanos
para contrarrestar la influencia de los nobles fueron baldíos, al no instalar en las ciudades a
una población artesanal o comercial. La escasa industria y el importante comercio sevillano
quedarán en manos extranjeras. En Murcia, Alfonso X completó la repoblación inicial
dirigida por Jaime I, aunque con criterios diferentes: mientras el rey aragonés llevó a cabo
un reparto de carácter señorial al otorgar grandes extensiones de tierra de regadío a un
grupo reducido de caballeros, Alfonso X quiso evitar la excesiva fuerza de los nobles y
alejó a éstos de Murcia dándoles tierras en las zonas próximas a la frontera granadina,

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donde la población era escasa.

En Aragón, los nobles, antes que permitir la emigración de sus campesinos,


apoyaron a los mudéjares valencianos sublevados contra Jaime I en 1248 y 1254, o
consintieron en relativo despoblamiento de Valencia y Mallorca. En el núcleo primitivo de
Aragón, los nobles obtuvieron de la Monarquía concesiones judiciales y económicas que
dejaron a los colonos de las tierras señoriales completamente en manos de los dueños de la
tierra: en el fondo, existe un intento de compensar la pérdida de colonos con los mayores
gravámenes que los mismos han de soportar. Según Lacarra, este endurecimiento de las
relaciones señoriales parece haber sido mayor en las comarcas del norte, de tierras más
pobres, donde los campesinos habrían abandonado las tierras sin los señores no hubieran
dispuesto de la fuerza material y legal para impedírselo.

En Cataluña, la expansión mediterránea fue acompañada en el interior de un doble


fenómeno: concesión de franquicias y de privilegios a los campesinos; aumento de la
presión señorial en las zonas montañosas y de escaso rendimiento. De esta forma se
produjo una diferenciación: en las zonas fértiles, bastó conceder al campesino algunas
concesiones económicas, mientras en las pobres se impidió legalmente su emigración, lo
que tendrá consecuencias directas en los movimientos campesinos a fines del siglo XIV y
XV. En la comarca próxima a Barcelona y en Vic desaparecieron los malos usos a fines del
siglo XIII, y los campesinos lucharán porque se les permita cultivar la tierra en condiciones
ventajosas, mientras que en el norte se luchará por el derecho a abandonar la tierra. La
remensa, la obligación de pagar un rescate para abandonar la tierra, se fió en el siglo XIII,
para frenar el movimiento migratorio.

Los fueros otorgados a los concejos castellanos, leoneses y portugueses entre los
siglos XI y XIII son una fuente inestimable para el conocimiento de la producción. El
predominio de la ganadería sobre la agricultura puede observarse en el continuo descenso
de los precios ganaderos respecto a los cerealistas, fenómeno explicable por razones de tipo
demográfico y militar. Entre los siglos XI y XIII los reinos occidentales adquieren
importantes extensiones de tierras, pero carecen de hombres para repoblarlas, mientras que
la ganadería, que precisa menos manos de obra, adquiere un gran desarrollo. Pero también
la ganadería es más fácilmente defendible contra los ataques enemigos, por lo que se la
dará preferencia incluso cuando se repueblen frente a los almorávides numerosos lugares
situados a orillas del Duero. El predominio ganadero no excluye la existencia de una
agricultura imprescindible: la de las poblaciones nuevas situadas en zonas poco aptas para
la comunicación con el interior,
o en regiones conflictivas.

El fuero de Salamanca es un buen ejemplo de esta economía mixta, en la que se


regula escrupulosamente el aprovechamiento del alfoz salmantino y en especial de la zona
que recibe el nombre de extremo, donde la ganadería contaba con la protección de la
guardia armada integrada por los caballeros de la ciudad en cumplimiento de su obligación
militar de anubda, de vigilancia, que les ocupaba seis meses anuales.

Junto a los cereales mayores (trigo, cebada y centeno) se produce mijo y avena,
aceite, garbanzos, algarrobo, lino y cáñamo, frutas y hortalizas, así como miel y cera.
Prácticamente se ignora todo cuanto se refiera a los sistemas de cultivo, a las técnicas y a
los instrumentos agrícolas. De las escasas noticias que ofrecen los documentos podemos
deducir que en algunos concejos la tierra de labor se dividía en dos partes y hojas, cada una

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de las cuales era sembrada cada dos años, es decir, mediante el sistema de rotación bienal,
pero es posible que fueran numerosas las tierras incultas durante tres o más años. Según
algunos textos, se ara entre tres y cinco veces antes de sembrar, en tanto no se menciona el
abono al hablar de las de los cereales. Yugos, arados y trillos, coyundas de cuero o de
esparto y rejas constituyen el rudimentario instrumental agrícola. El policultivo es
practicado prácticamente por cada agricultor. Allí donde no existe la obligación de usar los
servicios colectivos señoriales (molino, lagar, bodega, etc.), los concejos tienen también un
sistema de reparto de los respectivos usos.

Aunque especialmente en las tierras de frontera existieran campesinos


propietarios, y jornaleros y criados libres, la mayoría de los campesinos viven equiparados
a los siervos de la Europa feudal. Estos siervos predominan en la zona norte de León,
Galicia y Portugal, pero existen también en las comarcas pobladas después del siglo XI.
Poseen tierras pero no son propietarios, y pagan el derecho a explotarlas con determinados
impuestos, entre lo que se mantienen prestaciones personales en las tierras o reserva
señorial: sernas o jeras.

En general se puede hablar de una mejora de la alimentación entre el siglo XI y el


XIII, pasándose de una sólo comida al día (pan, vino y carne) a dos o tres (pan, vino y
queso a mediodía, vino y carne por la noche en época de arar y sembrar, o pan, vino y
carne o pescado en la cena cuando siegan y trillan), según recoge el fuero de Wamba de
1224.

Junto al ganado y la agricultura, son fuentes de ingreso la pesca, las minas y las
salinas. La ganadería lanar se remonta en los reinos occidentales a los siglos IX y X,
aumentando su importancia con la extensión de la frontera. En el siglo XII, al conquistarse
definitivamente y pacificarse las llanuras de la Mancha y Extremadura, la ganadería
adquiere un gran desarrollo, que en el siglo XIII-XIV, con la aclimatación de la oveja
merina (procedente del norte de África) se crea una producción muy lucrativa; que, sin
embargo, va fundamentalmente destinada a la exportación, más que a la producción
nacional, y vendida la lana a cambio de dinero o productos agrícolas, lo que evidentemente
va en detrimento de la agricultura hispana.

En las Cortes castellanas frecuentemente se pronunciaron voces a favor de


prohibir la exportación. Pero la vigencia lanera tiene más que ver con la incapacidad de
densificar las zonas agrícolas: carentes de cultivadores, la rentabilidad de las tierras estará
en la ganadería trashumante. Pero la misma exigía la protección armada, por lo que el
papel de los grandes propietarios y caballeros de los concejos con fuerza económica,
política (asegurar cañadas y otros privilegios) y militar era imprescindible. Ante la
debilidad de la producción artesanal nacional, se recurrirá a la importación de dichos
productos, especialmente los suntuarios: para obtener liquidez monetaria con que hacer
frente a dicha importación, una de las salidas naturales era la venta de lana al exterior. Pero
como efecto negativo, la agricultura se verá perjudicada (la amenaza de que los rebaños
devasten las tierras no estimula la introducción de nuevas inversiones: los concejos pedirán
continuamente protección al rey frente a la Mesta), aumentarán su precio los productos
manufacturados.

El Honrado Concejo de la Mesta continúa siendo una organización


insuficientemente conocida. Sus orígenes hay que situarlos en el momento en que las
tierras habituales son insuficientes, y los dueños se preocuparon de incrementarlas

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mediante procedimientos que iban desde la compra de pastizales hasta la obtención de
privilegios que les autorizaban a llevar sus ganados a otras tierras, que se generaliza en la
segunda mitad del XII, siendo sus principales beneficiarios monasterios e iglesias
catedralicias, siendo eximidos de pago de derechos de pasto o de tránsito como los
herbazgos y montazgos. También las Órdenes Militares se verán beneficiadas. Al
generalizarse la trashumancia, los fueros locales que protegían algunos derechos de los
agricultores verán en la práctica su insuficiencia ante una organización, también en lo
militar, de gran poder. En 1273 Alfonso X crea la Mesta, para arbitrar los intereses
respectivos de agricultores y ganaderos, si bien se limita a reconocer una organización ya
existente, dando formalidad general a acuerdos parciales sobre las cañadas o caminos entre
los pastos de invierno y los de verano.

5- BIBLIOGRAFÍA
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1980 (tomo IV de la Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara).
VALDEÓN, J.: Castilla se abre al Atlántico. Vol. 10. de la Historia de España de Historia
16. Madrid, 1995.

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