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La Inquisición y la Brujería

Antes de entrar de lleno en el tema del Santo Oficio y la persecución de brujas en Europa, permitan mis honorables oyentes, que
haga una breve introducción de la creencia en la brujería como un viejo fenómeno universal.

Porque la creencia en las brujas, no fue - como mucha gente cree, y como puede leerse por ejemplo en la Enciclopedia de la
brujería y demonología de Robbins (1959, 1992) - invención de la Iglesia.

La creencia en las brujas rebosa de elementos animistas, que revelan su antigüedad: Cuando la bruja se "come" a un ser humano,
no es, así pues, la carne sino el "espíritu" de la carne, lo que devora. Pero esto se cree suficiente para que la víctima se consuma y
muera.

Parece que nos hallamos ante un único e idéntico complejo de tradiciones, difundido por todo el viejo mundo. Puede comprobarse
lo mucho que tienen en común las creencias brujeriles europeas, asiáticas y africanas. Las ideas, por ejemplo, de juntas secretas
de brujas, que en sus "aquelarres" nocturnos celebran banquetes a base de la carne de sus propios parientes; y la de que la
brujería sea un poder innato para dañar a otros, transformarse en animales y volar por los aires, las comparten los tres continentes.

Incluso algo tan específico como es el dejar en la cama un cuerpo fingido, en lugar del propio, mientras la bruja acude al aquelarre,
lo encontramos tanto en Asia, como en Africa y Europa. Son especialmente asombrosas las similitudes entre las creencias en brujas
de Europa y la India, las cuales, en ambos casos, se remontan a la temprana Antigüedad (Henningsen 1997).

Para una mente teológica, la brujería, tal como lo concebía el pueblo, resultaba absolutamente inacceptable. Por eso la Iglesia
desechó desde un principio estas creencias como supersticiones paganas. De ello tenemos ejemplo en Dinamarca.

En el año 1080 escribió el papa Gregorio VII al rey Harald de Dinamarca quejándose de que los daneses tuviesen la costumbre de
hacer a ciertas mujeres responsables de las tempestades, epidemias y toda clase de males, y de matarlas luego del modo más
bárbaro.

El papa conminaba al rey dano para que enseñase a su pueblo, que aquellas desgracias eran voluntad de Dios, la cual deberían
complacer con penitencias y no castigando a presuntas autoras.

La sabiduría de esta postura se refleja también en una crónica eclesiástica, al referir el caso de tres mujeres, quemadas por
envenenadoras y perdedoras de personas y cosechas en 1090, cerca de Munic, diciendo de ellas, que murieron mártires.

DE ACUERDO con esta postura de la Iglesia no encontramos nada sobre las brujas en los más antiguos manuales del Santo Oficio.
En el más antiguo, escrito por el inquisidor Bemard Gui sobre 1324, bajo el título "De sortilegis et divinis et invocatoribus
demonorum" se citan diversas prácticas mágicas y de adivinación, junto con algunos conjuros al demonio. Lo más que se acerca a
las brujas, es al comentar sobre "fatis mulieribus quas vocant 'bonos res'que, ut dicunt, vadunt de nocte"l (Hansen 48). Las hadas
que la gente con un eufemismo llamaba "la cosa buena" parece referirse a lo que en otro lugar he denominado "el aquelarre blanco"
(Henningsen 1991).

El manual de Eymeric de 1376 tampoco entra en el terreno de las brujas, pero reproduce la condena que el Canon episcopi
(incluído en el Decreto de Graciano 1140) hace de aquellas mujeres que se creen capaces de volar por las noches en el cortejo de
la diosa Diana. Por añadidura, dicho manual de Eymeric incluye el decreto del papa Juan XXII, de 1326, contra diversas formas de
culto al demonio.

En la versión comentada que Francisco Peña publicó en 1578 del manual de Eymeric, se habla bastante sobre la conjuración al
demonio y la relación que con éste tienen los magos; pero la mención del aquelarre sigue brillando por su ausencia. En todos esos
manuales es notorio, que el sortilegio ocupa el último lugar en la jerarquía de las herejías (Bethencourt 1994:180 f.).

Por desgracia, la sabia postura de la Iglesia cambia alrededor de 1400, al ser reinterpretada la noción popular de la brujería, de
modo que ésta resultaba también posible desde el punto de vista teológico. Los detalles sobre lo que se consideraba una nueva
secta de brujos los encontramos por primera vez, en dos tratados escritos a mediados de la década de 1430. El uno: Ut magorum
et maleficiorum errores, por Clode Tholosan, juez seglar en la provincia de Dauphine. El otro: Formicarius, por el domínico Juan
Nider. Con ambos se inicia la interminable serie de tratados demonológicos de los siglos X-V, XVI y X-VII. No es mi intención dar un
repaso a esta literatura ahora. En su lugar voy a hacer una breve comparación entre la creencia popular en las brujas y la teoría
demonológica, fundada en los principios teológicos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, los cuales se mantuvieron casi sin
modificación durante todo el periodo.
El concepto popular de la brujería como poder natural innato de la persona, se seguía rechazando. Sin embargo se admitía la
existencia de brujas. Mas dichas brujas, para poder obrar, tenían necesariamente que haber pactado con el demonio. Del mismo
modo se redefinió el don brujeril de transformarse en animales. Que el alma humana pudiera meterse en un animal - desde un
punto de vista teológico -era imposible. Si la bruja se creía capaz de algo así, se lo debía al arte ilusorio del demonio.

"A nadie le hagan creer, que un ser humano realmente pueda transformarse en animal", dice el Compendium maleficarum de
Guazzo de 1608. A continuación siguen refinadas explicaciones de cómo el demonio puede inducir a una bruja a creerse
transformada en lobo. Por ejemplo puede el demonio del simple aire crear una forma de lobo e introducirse él dentro de la misma,
para hacer luego todo tipo de descalabros. Mientras tanto, yace la bruja en su cama y experimenta su apariencia de lobo como un
hecho absolutamente real. En caso de que alguien consiguiese herir al ilusorio lobo, el demonio procuraría herir a la bruja del
mismo modo y en la misma parte del cuerpo, de modo que la bruja, al despertar, crea firmemente que todo ha ocurrido en realidad
(Guazzo 1929:51).

Un problema especial representaba para los teólogos el supuesto vuelo de las brujas. Según la noción popular, el alma humana
abandona el cuerpo, dejando a este yacer como sin vida. Mas esta explicación era inaceptable para los teólogos. En tanto una
persona no esté muerta, el alma y el cuerpo son inseparables. Si el demonio fuese capaz de extraer el alma del cuerpo de la bruja y
devolverla luego a éste, sería un milagro - y no un milagro cualquiera - sería comparable al milagro de la Resurreción

La explicación ortodoxa demonológica surgió de la necesidad de resolver el problema: para ello hubo que admitir que la presencia
de las brujas en el aquelarre, a veces era real (en cuyo caso era siempre también corporal), mas otras veces, sería irreal (cf Clark
1997:191).

I-a creencia de que las brujas se juntaban en asambleas nocturnas, como anteriormente se ha dicho, databa de muy antiguo. Pero
la idea de que ocurriese bajo los auspicios del demonio, era innovación de los demonólogos.

Del mismo modo, la idea de que las brujas formasen parte de una secta, era totalmente ajena al concepto popular de la brujería.
Probablemente debamos semejante sutilidad a la creatividad inquisitorial.

Hora es ya de que contemplemos la revisión cronológica que se ha hecho de la persecución de brujas en Europa. No hace aún
mucho tiempo que los historiadores coincidían en culpar a la Inquisición del surgimiento de dicha persecución. Según Joseph
Hansen la primera quema de una bruja habría tenido lugar en 1275, cuando la Inquisición de Toulouse condenara a una tal Angela
de la Barthe por haber comido carne de niños y tenido relaciones con el demonio.

Alo largo del siglo siguiente, o sea, durante todo el siglo XIV, de acuerdo con dicha gran autoridad alemana, cientos de hombres y
mujeres, acusados de brujería, habrían sido quemados por las Inquisiciones de Toulouse y Carcasonne.

Apartir de Hansen se sugiere también la seductora idea de que la Inquisíión, tras haber exterminado a cátaros y valdenses, se volcó
sobre las brujas para no quedarse inactiva.

La investigación más reciente ha demostrado algo totalmente distinto. Todos los datos sobre la sangrienta caza de brujas en el sur
de Francia se remontan a un libro de divulgación escrito por el novelista francés Lamothe-Langon (1829). A mediados de 1970 un
historiador inglés y otro americano demostraron, independentemente uno de otro, que las fuentes medievales presentadas por
Lamothe-Langon jamás existieron, sino que las había inventado él para sazonar su relato (Cohn 1975; Yieckhefer 1976).

Araíz de este descubrimiento, la cronología se ha retrasado con casi cien años. nueva imagen que se perfila se puede resumir
como sigue: Los primeros aunque escasos informes datan de 1360. 0 sea, un siglo después de la supuesta quema en Toulouse. No
fue la Inquisición quien inició la persecución sino la justicia civil en Suiza y Croacia. Resulta interesante ver cómo la Inquisición de
Milán no sabía qué hacer con dos caminantes nocturnas, que en 1384 y 1390 confesaron haber participado en una especie de
aquelarre blanco en el que el hada Madonna Oriente les instruía en la forma de ayudar a la gente a combatir la brujería.

Parece ser que la legalización de la caza de brujas tuvo su origen en las exigencias del pueblo, que presionaba a los tribunales
civiles. Poco a poco, la Iglesia también hubo de adaptarse a esta corriente; pero la Inquisición no aparece involucrada en ese tipo
de persecuciones con anterioridad al siglo X-V.

Con el fin de obtener una idea más exacta de la participación del Santo Oficio en la caza de brujas, he examinado la relación de
procesos hecha por Richard Kieckhefer, y he podido comprobar que los procesos por brujería propiamente dicha -en tanto cuanto
estos puedan diferenciarse de los procesos por magía-están repartidos entre tribunales civiles, episcopales y de Inquisición.
De un cálculo aproximado de 1000 causas, el 63% fue juzgado por las autoridades civiles; el 17% corresponde a tribunales
episcopales, mientras que el 20% corresponde a la Inquisición. La mitad de las 200 causas de que se trata, se debieron al
inquisidor Heinrich Institoris, cuya persecución de brujas en el año 1484 había sido autorizada por una bula del papa Inocencio VIII.

Teniendo en cuenta la gran inseguridad que mis cálculos nos ofrecen, a causa del material perdido y de la escasez de información
sobre las cifras de las víctimas, todo parece indicar que la Inquisición no jugó tan importante papel, como invariablemente se le
adjudica, en la persecución de brujos durante la Edad Media.

Bueno, eso en cuanto a la Edad Media. Pero ¿qué puede decirse de la Inqusición y la Edad Moderna?

Vewnos: Para el año 1525 aproximadamente, los tribunales inquisitoriales de Europa se habían extinguido y la Era del Santo Oficio
medieval había tocado su fin. Entre tanto, una nueva fonna de Inquisición había visto la luz del día. Se trata de una Inquisición
"moderna", instituida sobre bases nacionales. La primera de este tipo se estableció en España, en 1478, con bula papal. A la
Inquisición española, le siguieron la portuguesa (1531), y la "romana" (1542)

ANTES de seguir adelante con la participación del Santo Oficio en los procesos contra las brujas en los siglos posteriores a la Edad
Media, vamos a detenernos unos momentos para ver en cuánto se estima hoy, basándose en los resultados más recientes de
investigación, el coste en vidas humanas de las modernas persecuciones.

Se calcula que hubo cerca de 100.000 causas de brujería en Europa, de las cuales, la mitad, o sea,
unas 50.000 personas acabaron en la hoguera. Pero, como podemos ver, la intensidad de las
persecuciones varió mucho de país a país.

La densidad de persecución de brujas en Europa (Behringer1998:65 f )2


País Ejecuciones (por cada mil) Habitantes c. 1600
Portugal 7 (0,0007) 1000.000
España 300 (0,037) 8.100.000
Italia 1000? (0,076) 13.100.000
Países Bajos 200 (0,133) 1.500.000
Francia 4000? (0,200) 20.000.000
Inglaterra/Escocia 1500 (0,231) 6.500.000
Finlandia 115 (0,238) 350.000
Hungría 800 (0,267) 3.000.000
Belgica/Luxemburgo 500 (0,384) 1.300.000
Suecia 350 (0,437) 800.000
Islandia 22 (0,440) 50.000
Chequía/Slovaquia 1000? (0,500) 2.000.000
Austria 1000? (0,500) 2.000.000
Dinamarca/Noruega 1350 (1,391) 970.000
Alemania 25000 (1,563) 16.000.000
Polonia/Litauia 10000? (2,941) 3.400.000
Suiza 4000 (4,000) 1.000.000
Lichtenstein 300 (100,000) 3.000

La mitad de las quemas de brujas se produjeron como vemos en los estados alemanes, donde fueron ejecutadas 25.000 personas.
Mas poniéndo el número de ejecuciones en relación con el de habitantes, vemos que Lichtenstein es el lugar donde más cruda fue
la persecución: 300 quemas con relación a 3000 habitantes, corresponde a un 10 % de la población.
Ala cabeza del extremo opuesto de la escala, con una intensidad de un fracción de unidad por mil, encontramos a Portugal, España
e Italia, los únicos países que conservaron la Inquisición, adaptándola a su nueva base nacional.

La documentación correspondiente a la primera parte de la Edad Moderna, que es la época que nos interesa, es tan abundante,
que nos permite con gran seguridad decir cuántas de las quemas de brujas registradas se debieron a la Inquisición.

Las cifras, por inesperadas, resultan asombrosas. Para Portugal es 1. Para España, 27. Y para Italia, 8. El resto de un total de ca.
1300 ejecuciones, repartidas entre los tres países, se debieron a los tribunales civiles y episcopales de los mismos.

En ya anticuados estudios encontramos a menudo la suposición de que en España, Portugal e Italia, el Santo Oficio tenía tanto que
hacer persiguiendo a judíos, mahometanos y protestantes, que no le quedaba tiempo para perseguir también a las brujas.

La revisión sistemática de los archivos inquisitoriales nos demuestra algo muy distinto. Calculo que la Inquisición en los países
católicos del Mediterráneo llevó a cabo entre 10.000 y 12.000 procesos de brujería, que, no obstante, fueron sentenciados con
penas menores o absolución.

Es importante subrayar que las teorías demonológicas no fueron asunto exclusivo de la Teología. Filósofos, matématicos y físicos
debatían seriamente dichas especulaciones en el seno de las universidades europeas más prestigiosas. Y el debate duró hasta
principios del siglo XVIII. Todo al contrario de lo que generalmente se cree, la demonología fue una precusora de la ciencia
moderna.

La explicación al hecho de que la Inquisición prestase tan poco interés al aspecto demonológico, nos la da un catedrático de la
Universidad de Salamanca. Raphael de la Torre observa a principios del siglo XVII, que mientras los especialistas en Derecho
Romano y los teólogos, nonnalmente opinaban que el aquelarre era un hecho real, coincidían casi todos los canonistas en
rechazarlo como producto de la imaginación.

Notemos que precisamente era a canonistas, a quienes la Inquisición solía dar empleo. Esto podría explicar, por qué este sector
seguía aferrado a la tradición medieval del Canon episcopi.

La cuestión del inexplicable escepticismo inquisitorial merece ser examinada a la luz de un amplio contexto histórico-teológico.
Expondré aquí brevemente hasta qué punto el escepticismo inquisitorial repercutió en la situación de las brujas en España.

Al principio, España siguió a la zaga de otros países. De 1498 a 1522, el Santo Oficio condenó a once brujas a la hoguera. Mas en
1526, la élite de teólogos española se reunió en Granada para elaborar unas nuevas instrucciones con respecto a la brujeria.
Dichas instrucciones no tuvieron su igual en otras partes. ¿Dónde en el resto de Europa encontramos paralelos a ordenanzas como
las siguientes?:

Cualquier bruja que voluntariamente confiese y muestre señales de arrepentimiento, será reconciliada sin confiscación de bienes, y
recibirá penas salutarias para sus almas.

Nadie será arrestado en base de las confesiones de otras brujas.

Los Jueces averiguarán si las personas por ellos detenidas, ya han sido anteriormente sometidas a tortura por otras justicias.

Preguntando a los demás residentes de la casa os enteraréis de si dichas personas, en la noche que aseguran haber asistido a la
junta de brujas, realmente se ausentaron de casa, o si, por el contrario, estuvieron en ella toda la noche sin salir.

Las instrucciones contenían también un párrafo, según el cual, todos los casos referentes a tan complicada materia, deberían
siempre ser remitidos al Inquisidor General y su Consejo.

Con las instrucciones de 1526, se consiguió librar a España de la quema de brujas durante la mayor parte del siglo XVII.

Influída por Francia, en 1610, la Inquisición española volvió a introducir en el norte de España la pena de la hoguera. En total 7000
personas fueron acusadas de brujería. Todo ello podría haber terminado en un auténtico holocausto. Mas, por suerte, el inquisidor
Salazar, encargado de las pesquisas, se había comprometido a conseguir pruebas sobre la existencia de la temida secta diabólica.

En su informe al Inquisidor General, Salazar concluye: "No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de
ellos." Dicha investigación contribuyó a la definitiva abolición de las quemas de brujas en todo el Imperio Español.
Permitanme referir un par de puntos del memorial de este, injustamente, aún poco reconocido abogado de las brujas. Oponiéndose
a sus dos colegas del tribunal - quienes hallándose totalmente convencidos de la existencia de las brujas, deseaban acabar con
ellas en el fuego - Alonso de Salazar expuso:

Mis colegas están perdiendo el tiempo al mantener que solamente los brujos alcanzan a entender aquello más dificultoso y
especulativo, ya que han de sentenciarlo acá jueces que no son brujos (doc. 14.28).

Ni tampoco mejoramos nada con averiguar que el demonio pueda hacer esto y aquello, repitiendo a cada paso la teoría de su
naturaleza angélica, y porque den también los doctores por asentadas aquellas cosas, ya que sólo sirve de fastidio inútil - pues
nadie las duda. La cuestión es si en el caso concreto, ha pasado como lo dicen los brujos... porque ni ellos han de ser creídos, ni el
juez dará sentencia mas que en lo que exteriormente sea verdad y de igual modo perceptible para cuantos las oyeren (doc. 14.29).

En otras palabras, Salazar sostenía, que el aspecto demonológico era irrelevante en los casos concretos de brujería. Sobre tal
revolucionario postulado reposaba todo su método protopositivista, como muy bien podrímos llamarlo, puesto que el positivismo,
como filosofía, nació más tarde.

De esta exposición histórica podemos sacar las siguentes conclusiones:

1. Mientras que la Inquisición solía mostrarse dura y tajante con judios, mahometanos y protestantes, se mostró inusitadamente
blanda en cuanto al castigo de la brujería y otras formas de delitos mágicos. Tan blanda, que considerado con los ojos de un
europeo del norte o del centro de Europa, debió resultar un escándalo.

2. La Inquisición podía haber causado un holocausto de brujos en los países católicos del Mediterráneo - mas la historia nos
demuestra algo muy diferente - la Inquisición fue aquí la salvación de miles de personas acusadas de un crimen imposible.

E l Vat ica n o p re se n ta u n lib ro qu e re visa y cu e st io na la « le ye n d a ne g ra » de la In q u isic ió n

Juan Pablo II renovó ayer su solicitud de perdón por todos los «pecados» cometidos por la Iglesia a lo largo de los
siglos. El «mea culpa» llegó durante la presentación de un libro que reflexiona sobre la Inquisición. La obra en
cuestión recoge la opinión de decenas de historiadores y teólogos al respecto del Santo Tribunal. Agostino Borromeo,
el coordinador de este extenso volumen de cerca de 800 páginas, exigió que se dé a conocer la verdad a cerca de la
«leyenda negra que habla de despiadados tribunales» donde las torturas y ajusticiamientos «no eran tan frecuentes
como se ha dicho durante años».

Ni la Inquisición fue tan sanguinaria como asegura su leyenda negra, ni la Iglesia puede volver la vista ante uno de los capítulos
más negros de su historia. Esta fue la conclusión a la que llegaron ayer los teólogos e historiadores reunidos en la Ciudad del
Vaticano para presentar un extenso libro, «Inquisición», que se ha convertido en el primer estudio analítico sobre la polémica
institución presentado en la Santa Sede. El Papa, que quiso expresar su opinión al respecto a través de una carta enviada a sus
representantes vaticanos, compartió la tesis expuesta por los doctores y volvió a pedir perdón por los «pecados» de la Iglesia. «Es
justo que la Iglesia acepte con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo
largo de la historia, se ha alejado del espíritu de Cristo y su Evangelio, ofreciendo al mundo, en lugar del testimonio de una vida
inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de formas de pensar y actuar que fueron símbolo de antitestimonio y escándalo»,
dijo Juan Pablo II en la primera parte de su epístola.

No tan despiadados. La obra recoge el pensamiento de más de 50 intelectuales ligados al mundo del catolicismo que, tras reunirse
a debatir sobre la Inquisición en un simposio llevado a cabo en 1998 en la Ciudad del Vaticano, llegaron a la conclusión de que la
historia oficial nos muestra unos tribunales eclesiásticos mucho más despiadados y agresivos de lo que en realidad fueron.
«Durante el siglo XVI, a causa de rumores arrojados desde los círculos protestantes, se difundió en toda Europa la falsa creencia de
que los tribunales de la Inquisición fueron despiadados», aseguró ayer el compilador de la obra, Agostino Borromeo, profesor de
Historia en la Universidad La Sapienza de Roma. Borromeo, como el resto de sus colegas, expuso que las torturas y penas de
muerte llevadas a cabo en los tribunales inquisitoriales no eran tan frecuentes como se piensa y se escribe en la historia oficial.

La documentación aportada refleja que, de un total de 100.000 procesos, más de la mitad de los acusados fueron absueltos y
perdonados, quedando en libertad. Muchos de ellos, sin embargo, fueron posteriormente condenados por tribunales civiles. En
España, uno de los países donde más activamente trabajó la Inquisición, de las cerca de 125.000 acusadas de brujería, un total de
59 fueron ajusticiadas. En Italia, país notablemente más poblado, el número baja hasta 36; mientras que en Portugal se reduce
hasta cuatro. A través de la epístola que mencionábamos al inicio, Juan Pablo II comunicó a los autores su «vivo aprecio» por el
nuevo libro y reafirmo la necesidad de que la investigación histórica contribuya a la búsqueda de la verdad. En la misma carta, el
Papa se preguntaba «en qué medida la imagen de la Inquisición es fiel a la realidad» y aseguraba que «antes de pedir perdón es
necesario tener conocimiento exacto de los hechos y colocar las faltas con respecto a las exigencias evangélicas donde realmente
se encuentran».

El libro hace añicos algunos de los grandes tópicos que pesan sobre la historia de la Inquisición. Así, los autores sostienen que no
es cierto que la mayoría de los acusados acabasen en la hoguera, como tampoco lo es el que la mayoría de las acusaciones
estuviesen basadas en declaraciones obtenidas sometiendo a los prisioneros a la tortura. Los autores de «Inquisición» coinciden en
señalar que, en contra de lo que se suele pensar, la mayor parte de las condenas consistían en peregrinaciones, rezos, plegarias u
otras penitencias espirituales. Otra de las grandes novedades historiográficas es el intento de explicar el fenómeno inquisitorial
contextualizándolo en su época. Así, aclaran, antes de emitir un juicio moral hay que entender cosas como que durante toda la
Edad Media la tortura y la pena de muerte eran prácticas habituales. El Papa encargó personalmente a los historiadores la
realización del estudio y el libro, poniendo a su disposición la documentación necesaria y sin marcar ningún tipo de requisito previo.

La Iglesia y la brujería

juancarlos1 preguntó:
¿Cuál es la postura de la Iglesia frente a la brujería?
¿Cómo orientar a los creyentes que acuden a curanderos, sesiones espiritistas, se hacen
leer las cartas y usan amuletos? gracias

Respuesta

Para dar respuesta quisiera primero citar tres números del Catecismo de la
Iglesia católica:

1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas.


La carta a los Gálatas opone las obras de al carne al fruto del Espíritu: 'Las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
HECHICERÍA, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones,
disensiones, envidias, embriageces, orgías y cosas semejantes, sobre las
cuales os prevengo como a os previne, que quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios' (5, 19-21).

Además hay otras listas: [Gal 5:19-21; CE Rom 1:28-32; 1 Cor 9-10; EPh
5:3-5; Col 3:5-8; 1 Tim 9-10; 2 Tim 2-5.]"

2116 "Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán


o a los demonios, la evocación de los muertos y otras prácticas que
equivocadamente se supone 'desvelan' el provenir (Cfr. Dt 18,10; Je 29,8), la
consulta a horóscopos, a la astrología, la quiromancia, la interpretación de
presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a 'mediums'
encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente,
los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes
ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de
temor amoroso, que debemos solamente a Dios".

2117 Todas las prácticas de magia o hechicería mediante las que se pretende
domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder
sobrenatural sobre el prójimo - aunque sea para procurar la salud -, son
gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro,
recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también
reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o
mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El
recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación
de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo".

He aquí la doctrina clara de la Iglesia.

En cuanto a cómo orientar a los hermanos es importante que adquieran o


recobren la fe en toda su dimensión. Porque hay un miedo a estas cosas y
por eso - por si acaso - utilizan estos medios.

¿Cómo adquirir o recobrar esta fe?

En primer lugar es aconsejable a que participen en un grupo eclesial que


promueve y sostiene una vivencia fuerte de la vida cristiana.

En segundo lugar es bueno invitarlos a que traigan todos los amuletos e


instrumentos de hechicería y similares para que sean quemados a la vista de
todos. Gestos públicos de este tipo ayudan mucho en crear un ambiente libre
de supersticiones.

En tercer lugar mucha predicación y catequesis. Porque los miedos que se


han chupado con la leche materna están como escondidos en nuestro
corazón. La luz de la Palabra de Dios los erradica.

Baste por lo pronto


Que Dios lo bendiga.
Brujería

No es sencillo dinstinguir claramente entre magia y brujería. Ambas tienen que ver con la producción de efectos más allá de los poderes
naturales del hombre por medios diferentes al Divino. (ver ARTE OCULTA, OCULTISMO). Pero la brujería, como normalmente se cree, tiene
que ver con la idea de un “pacto diabólico” o de una “petición por intercesión” a los espíritus del mal. En estos casos, esta ayuda sobrenatural
normalmente se invoca, ya sea para concebir la muerte de algún persona repugnante, ya sea para despertar la pasión de amor en aquellos
que son objeto de deseo, ya sea para llamar a los muertos o para hacer caer una calamidad o impotencia sobre enemigos, rivales u
opresores. Estos han sido algunos de los propósitos principales a los que le ha servido la brujería durante casi todos los periodos de la
historia del hombre.

Según la creencia tradicional (no solamente de la Edad del Oscurantismo sino de la Pos-reforma), los brujos y brujas adictos a tales prácticas
hicieron un pacto con Satanás, rechazando bajo juramento a Cristo y los Sacramentos, respetando “el aquelarre de las brujas” – llevando a
cabo ritos infernales que frecuentemente tomaban la forma de parodia de la misa o de los oficios de la iglesia – y honrando al Príncipe de la
Oscuridad a cambio de poderes sobrenaturales como: volar por los aires en una escoba, asumir diferentes formas a voluntad o atormentar a
víctimas, mientras un diablillo o “espíritu familiar” – capaz de llevar a cabo cualquier servicio que pudiera ser necesitado a fin de promover
sus nefastos propósitos – quedaba a su entera disposición.

La creencia en la brujería y su práctica parece haber existido entre todos los pueblos primitivos. En el Egipto Antíguo y en Babilonia jugó una
parte conspícua, como aparece plenamente demostrado en documentos. Basta con citar una breve sección recientemente recuperada del
Código de Hammurabi (aprox. 2000 a.C.). Ahí se prescribe que si un hombre ha hecho una denuncia por brujería y no la ha justificado, aquél
sobre quien pese la denuncia habrá de ir al río sagrado a aventarse en él. Si el río lo/la supera, aquél que lo/la haya acusado podrá quedarse
con su casa.

Las referencias sobre brujería son frecuentes en Las Sagradas Escrituras. Las fuertes condenas que leemos en ella hacia tales prácticas no
parecen estar basadas tanto en la suposición de fraude, como en la “abominación” de la magia misma. (Ver Deuteronomio 18:11-12, Exodo
22:17, "Tampoco habrá ningún encantador, ni consultor de espectros o de espíritus, ni evocador de muertos. Porque todo el que practica
estas cosas es abominable al Señor, tu Dios, y por causa de estas abominaciones, él desposeerá a esos pueblos delante de ti" — "No
dejarás vivir a la hechicera".) La completa narración de la visita de Saúl a la bruja de Endor (1 Reyes 28) supone la realidad de la invocación
de la sombra de Samuel por parte de la bruja. Y de Levítico 20:27: “El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus,
serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos” deberíamos inferior que el espíritu adivinador no era
un mero fraude. Las prohibiciones sobre la hechicería en el Nuevo Testamento nos dan la misma impresión. (Gálatas 5:20 comparado con
Apocalipsis 21:8, 22:15; y Hechos 8:9, 13:6). Suponiendo que la creencia en la brujería hubiera sido una superstición vana, sería extraño que
no se hicieran sugerencias sobre el mal en tales prácticas y que éste recayera en pretender poseer poderes que realmente no existieron.
Podemos llegar a la misma conclusión por la actitud de la Iglesia temprana, misma que probablemente estuvo influenciada tanto por la
legislación criminal del Imperio, como por el sentimiento judío pues la ley de las Doce Tablas asume la existencia de los poderes mágicos, y
los términos en las frecuentes referencias de Horacio a Canidia nos permiten ver el desprecio que se les tiene a tales hechiceras. Bajo el
Imperio, en el siglo tercero, el castigo de quemar vivo era llevado acabo por el Estado contra brujas que provocaban la muerte de otros por
medio de encantos (Julio Pablo, “Sent.”, V, 23, 17). La legislación eclesiástica siguió un curso similar pero mucho menos severo.

El Concilio de Elvira (306), cánon 6, le negó el Santo Viático a aquéllos que habían asesinado a un hombre mediante un maleficio (per
maleficium), razonando que un crímen como ése no pudiera haberse efectuado “sin idolatría”, lo que probablemente significa: sin la ayuda
del demonio (adoración al demonio e idolatría siendo, entonces, términos equivalentes). De forma similar, el cánon 24 del Concilio de Anycra
(314) impone cinco años de penitencia a quien consulte a magos y, una vez más, trata la ofensa como si fuera una participación práctica del
paganismo. Esta legislación representó la mente de la Iglesia por muchos siglos. Multas similares fueron promulgadas en el Concilio de Trullo
oriental (692) mientras que ciertos cánones irlandeses tempranos en el lejano oeste trataron a la hechicería como un crímen penado con
excomunión hasta que se hubiera llevado a cabo una penitencia adecuada.

Sin embargo, el deseo general del clero por controlar el fanatismo está bien ilustrado en el concilio Paderborn (785). Aun cuando promulga
que los hechiceros deberán ser reducidos a la servidumbre y quedar al servicio de la Iglesia, también pasa un decreto bajo los términos
siguientes: "Quienquiera que, cegado por el demonio e infectado con errores paganos, tome a otra persona por una bruja que come carne
humana y, por lo tanto, la queme, coma su carne, o la de a otros a comer, será castigado con la muerte." En resúmen puede decirse que
durante los primeros cien años de la era Cristiana no encontramos trazo de aquella feroz denuncia y persecución de supuestas hechiceras
que caracterizaría la cruel cacería de brujas de tiempos posteriores. En estos primeros siglos se llevaron a cabo sólo unos cuantos procesos
individuales por brujería. La tortura (permitida por la ley civil romana), aparentemente, se llevó a cabo en algunos de éstos. El Papa Nicolás I
(866 d.C.) prohibió el uso de la tortura. También se puede encontrar un decreto similar en los decretos pseudo-Isodorianos. A pesar de esto
no se renuncia a ésta en todos lados. También tenemos que notar que muchas supuestas brujas estaban sujetas al calvario del agua fría
pero como el hundimiento de la víctima era tomada como prueba de su inocencia, podemos creer razonablemente que los veredictos a los
que así se llegaba generalmente eran veredictos de absolución. En la mayoría de las ocasiones eclesiásticos con autoridad dieron lo mejor
de sí a fin de liberar a la gente de su creencia en la brujería. Este fue, por ejemplo, el tenor general del libro "Contra insulsam vulgi opinionem
de grandine et tonitruis" (Contra la tonta creencia común concerniente al granizo y al trueno) escrito por San Agobardo (fallecido 841),
Arzobispo de Lyons (P.L., CIV, 147). Referente a este punto también encontramos una sección en la obra "De ecclesiasticis disciplinis"
atribuídos a Regino de Pruem (906 d.C.). En la sección 364 leemos lo siguiente: Esto tampoco será pasado por alto, que "ciertas mujeres
abandonadas, habiéndose desviado a seguir a Satanás, habiendo sido seducidas por las ilusiones y fantasmas de demonios, crean y
profesen abiertamente que montan ciertas bestias en medio de la noche junto con la diosa Diana y una incontable horda de mujeres, y que
durante estas horas silentes vuelan sobre vastos territorios y la obedecen como a su ama, mientras que en otras noches se les requiere a fin
de ofrecerle homenaje." Y entonces continúa comentando que si tan sólo fueran estas mismas mujeres las que fueran engañadas, que sería
un asunto de pocas consecuencias, pero que desgraciadamente se trata de una innumerable multitud (innumera multitudo) la que cree que
estas cosas son ciertas y que, creyendo en ellas, se desvía de la Fé Verdadera, cayendo en el paganismo. A este respecto dice: "es el deber
de los sacerdotes instruir seriamente a la gente que estas cosas son absolutamente inciertas y que tales imaginaciones no han sido
plantadas en las mentes del pueblo por el espíritu Divino sino por el espíritu del mal" (P.L., CXXXII, 352; cf. ibid., 284). Como lo ha mostrado
Hansen (Zauberwahn, Zauberwahn-esp., pp. 81-82), inferir que la Iglesia Carolingia hubiera proclamado su incredulidad por estas palabras
sería una conclusión demasiado radical, pero el pasaje prueba que entre el clero había comenzado a prevalecer un espíritu más sano y
mucho más crítico con respecto a este tema.

El "decreto" de Burchard, Obispo de Worms (alrededor del 1020 d.C.) – especialmente su 19avo. libro comúnmente conocido por separado
como el "Corrector" –, es otra obra de gran importancia. Burchard – o los maestros de quienes compiló su tratado – aun creé en algunas
formas de brujería – en pociones mágicas que, por ejemplo, producen impotencia o inducen el aborto –. Pero generalmente rechaza la
posibilidad de muchos de los maravillosos poderes que se les acreditaba popularmente a las brujas como, por ejemplo, los vuelos nocturnos
en el aire, el cambio en una persona en su disposición del amor al odio, el control del trueno, lluvia y sol; la transformación de hombre a
animal, las relaciones sexuales de incubus y súcubuos con seres humanos. No sólo considera pecado el tratar de poner en práctica tales
cosas, sino la creencia misma en la posibilidad de llevarlas a cabo. El penitente, por lo tanto, está obligado a hacer una dura penitencia.
Gregorio VII le escribió en 1080 al Rey Harold de Dinamarca, prohibiendo que a las brujas se les diera muerte bajo suposición de causar
tormentas, la pérdida de cosechas o pestilencia. Estos tampoco son los únicos ejemplos del esfuerzo por contener la oleada de injustas
sospechas a las que estas pobres criaturas estaban expuestas. Cabe estudiar, por ejemplo, el caso Weihenstephan discutido por Weiland en
la "Zeitschrift f. Kirchengesch.", ”Revista para la Historia de la Iglesia”, IX, 592.

Por el otro lado, después de mediados del siglo XIII, la Inquisición Papal recientemente instituída comenzó a ocuparse con los cargos de
brujería. Alejandro IV (1258) ordenó que los inquisidores limitaran su intervensión a casos en los que hubiera una suposición clara de
creencia herética (manifeste haeresim saparent). Pero Hansen tiene razones para suponer que las tendencias heréticas ya se inferían de
casi cualquier tipo de prácticas mágicas. Esto tampoco es sorpresivo si recordamos con cuánta libertad parodiaban los Cátaros los rituales
católicos (tanto en su "consolamentum", como en otros rituales) y con cuánta facilidad el Dualismo Maniqueo de su sistema podía ser
interpretado como un homenaje a los poderes de la oscuridad. En todo caso fue en Toulouse – semillero de infección Cátara – donde en
1275 encontramos el ejemplo más temprano de una bruja quemada a muerte tras una sentencia judicial de un inquisitor que, en este caso,
fue un tal Hugo de Baniol (Cauzons, "La Magic", II, 217). La mujer, probablemente medio loca, "confesó" haber dado a luz un mónstruo tras
haber tenido relaciones sexuales con un espíritu maligno y haberlo alimentado con la carne de los bebés que ella conseguía en sus
expediciones nocturnas. La posibilidad de encuentros carnales entre seres humanos y demonios, desgraciadamente, era aceptada por
muchos de los grandes estudiosos; incluídos, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura.
Sin embargo, dentro de la misma Iglesia siempre hubo una fuerte reacción contra esta teoría por parte del sentido común; una reacción que
se manifestó especialmente en los manuales de confesión de fines del siglo XV. Estos fueron mayormente compilados por hombres que
tenían un contacto real con la gente y quienes se dieron cuenta del daño que resultaba de las extravagancias de tales creencias
supersticiosas. Stephen Lanzkranna, por ejemplo, trató la creencia en mujeres que volaban en escobas por la noche, duendes malignos,
hombres lobos y "otros fraudes herejes carentes de sentido" como uno de los pecados más grandes. La influencia por parte del sentido
común fue poderosa. Hablando de los sínodos llevados a cabo en Bavaria, testigos tan poco amigables como Riezler ("Hexenprozesse in
Bayern", Procesos de las Brujas en Bavaria, p. 32) declara que "entre los representantes oficiales de la Iglesia, esta tendencia más sana
permaneció como la prevalente hasta el umbral de la epidemia de los procesos de las brujas"; esto es ya muy entrado el siglo XVI. Incluso
tan tardíamente como cuando se llevó a cabo el Sínodo Provincial de Salzburg en 1569 (Dalham, "Concillia Salisburgensia", p. 372)
encontramos indicios de una fuerte tendencia para prevenir la imposición de la pena de muerte tanto como se pudiera en casos de supuesta
brujería insistiendo en que estas cosas eran ilusiones diabólicas. Aun así no hay duda de que durante el siglo XIV ciertas constituciones
papales de Juan XXII y Benedicto XII (ver Hansen, "Quellen und Untersuchungen", Fuentes e Investigaciones, pp. 2-15) contribuyeron en
gran manera a estimular los procesos por parte de inquisidores de brujas y de otros involucrados en prácticas de magia especialmente en el
sur de Francia. En un juicio de brujería a gran escala llevado a cabo en Toulouse en 1334, ocho de sesenta y tres personas acusadas de
ofensas de esta naturaleza fueron transferidas a un brazo secular a fin de ser quemadas; el resto fue encarcelado tanto a cadena perpetua
como por un largo periodo de años. Dos de las condenadas, ambas mujeres mayores, confesaron, tras repetida aplicación de tortura, que
habían asisitido al aquelarre de brujas, que habían adorado al demonio, que eran culpables de indecencias con él y con otros de los
presentes, y que habían comido la carne de los infantes que ellas le hubieran quitado esa noche a sus niñeras (Hansen, "Zauberwahn", 315;
y "Quellen und Untersuchungen", Fuentes e Investigaciones, 451). Petronilla de Midia fue quemada en 1324 en Kilkenny en Irelanda a
petición de Ricardo, Obispo de Ossory, pero casos análogos parecen haber sido raros en las Islas Británicas. Durante este periodo, las cortes
seculares procedieron contra la brujería con igual o mayor severidad que en los tribunales eclesiásticos. La tortura y la quema en estaca, en
estos casos, también fueron empleadas. El fuego era la pena jurídica impuesta para esta ofensa en los códigos seculares conocidos como el
"Sachsenspiegel", Espejo Sajón, (1225) y el "Schwabenspiegel", Espejo Soavo, (1275). De hecho, no se sabe que se hayan llevado a cabo
procesos por brujería en Alemania por inquisidores papales durante los siglos XIII y XIV. Alrededor del año 1400 encontramos procesos de
brujas a gran escala llevados a cabo en Berne en Suiza por Pedro de Gruyères quien, a pesar de las afirmaciones de Riezler y sin lugar a
dudas, fue un juez secular (ver Hansen, "Quellen, etc.", Fuentes, etc., 91 n.). Otras campañas fueron continuadas por cortes seculares –
como, por ejemplo, en Valais (1428-1434), donde se le dio la muerte a 200 brujas, o en Briançon (1437), donde más de 150 murieron –
algunas por ahogamiento-. Las víctimas de los inquisidores – por ejemplo en Heidelberg (1447) o en Savoy (1462) – no parecen haber sido
muy numerosas. El crímen de brujería durante este periodo en Francia frecuentemente se designaba como "Vauderie", Walderismo, debido a
una aparente confusión con los seguidores del hereje Pedro Waldes. Pero esta confusión entre "hechicería" y una forma particular de herejía
estaba destinada, desafortunadamente, a colocar a un mayor número de personas bajo el celoso escrutinio de los inquisidores.

De lo anterior se puede comprender fácilmente que la importancia que muchos de los antíguos escritores le concedieron a la Bula "Summis
desiderantes affectibus" del Papa Inocencio VIII (1484), como si este documento papal fuera el responsable de la manía por las brujas de los
dos siglos antecedentes, es ilusoria en su totalidad. No sólo que desde hacía tiempo que había comenzado una campaña activa contra las
diferentes formas de hechicería, sino que en material de procedimiento, castigos, jueces, etc., la Bula de Inocencio no promulgó nada nuevo.
Su propósito directo era simplemente ratificar los poderes que ya le habían sido conferidos a los inquisidores Henry Institoris y James
Sprenger a fin de que ellos pudieran tratar con personas de cualquier clase social y con cualquier tipo de crímen (incluídas tanto brujería,
como herejía). También apeló al Obispo de Strasburg a apoyar a los inquisidores en todo lo posible.

Indirectamente, sin embargo, al especificar las prácticas maléficas contra las brujas – por ejemplo sus relaciones sexuales con íncubus y
súcubos, su interferencia en los partos de mujeres y animales, el daño hecho al ganado y a las frutas de la tierra, su poder y malicia en la
imposición del dolor y la enfermedad, el impedimento causado al hombre en su relación conyugal, y el repudio de las brujas de la fé de su
bautismo – al Papa se le debe de considerar como a quien afirmó la realidad de dicho fenómeno. Pero, como señala incluso Hansen
(Zauberwahn, 468, n. 3), "es perfectamente obvio que la Bula no pronuncie ninguna decisión dogmática". Ni tampoco sugiere que el papa
deseé atar a cualquiera a creer más acerca de la existencia de la brujería que las palabras pronunciadas en las Sagradas Escrituras.
Probablemente el episodio más desastroso fue la publicación, uno o dos años más tarde, por los mismos inquisidores, del libro "Malleus
Maleficarum" (El Martillo de las Brujas). Esta obra está dividida en tres partes; las primeras dos tratan sobre la existencia de la brujería como
establecida por la Biblia, etc., incluyendo su naturaleza, sus horrores y la forma de tratarla, mientras que la tercera parte establece las reglas
del procedimiento, tanto si el juicio es conducido por una corte eclesiástica o secular. No puede haber duda de que el libro ejerció gran
influencia, debiendo su reproducción a la presa impresa. Es más, no contiene nada que sea nuevo. El "Formicaris" de John Nider, que había
sido escrito casi cincuenta años antes, exhibe un conocimiento igualemente íntimo del supuesto fenómeno de hechicería. Pero el "Malleus"
profesó (en parte fraudulentamente) haber sido aprobado por la Universidad de Colonia. Era sensacional en cuanto al estigma que le imponía
a la brujería como “peor crímen que la herejía” y en su notable ánimo contra el sexo femenino. El tema comenzó a llamar la atención
inmediatamente; incluso en el mundo letrado. Ulrich Molitoris publicó uno o dos años después la obra "De Lamiis" la cual, aunque no estaba
de acuerdo con las representaciones más extravagantes hechas en el "Malleus", no cuestionó la existencia de las brujas. Otros predicadores
divinos y populares se unieron a la discusión y, aun cuando se levantaron muchas voces en nombre del sentido común, la publicidad dada a
estos temas encendió la imaginación popular. Ciertamente, los efectos inmediatos de la Bula de Inocencio VIII han sido grandemente
exagerados. Institoris comenzó una campaña contra las brujas en Innsbruck en 1485 pero su procedimiento fue severamente criticado en
aquella ciudad y resisitido por el Obispo de Brixen (ver Janssen, "Hist. of Germ. People", Eng. tr., Historia del Pueblo Alemán, trad. al inglés,
XVI, 249-251). En cuanto a los inquisidores papales y especialmente en Alemania, la Bula anunció más bien el cierre y no el inicio de sus
actividades. Los juicios por brujería del siglo XVI y XVII, en su mayoría, estuvieron a cargo de manos seculares.
Un hecho absolutamente cierto es que, con respecto a Lutero, Calvino y sus seguidores, la creencia popular en el poder del demonio como
un poder ejercido mediante brujería y otras prácticas mágicas se había desarrollado más allá de toda medida. Lutero no apeló a la Bula
Papal, naturalmente. Sólo se basó en la Biblia. Y fue en virtud del mandato bíblico que abogó por el exterminio de las brujas. Ninguna parte
de la "History", Historia, de Janssen deja más preguntas sin contestar que los capítulos IV y V del último volúmen (vol. XVI de la edición en
inglés en la que le atribuye una gran responsabilidad a los Reformadores por la terrible manía por las brujas).

El código penal conocido como la Carolina (1532) decretó que la hechicería se debía de tratar como una ofensa criminal en todo el imperio
alemán. Si era llevada a cabo con el propósito de inflingir lesiones a una pesona, la bruja debía de ser quemada en una estaca. En 1572
Augusto de Sajonia impuso la quema como pena para cualquier tipo de brujería, incluyendo echar suertes. En general, hubo más actividad
en los distritos protestantes que en las provincias católicas en cuanto a la persecución de brujas. Janssen nos da ejemplos sorprendentes.
En Osnabruck, en 1583, 121 personas fueron quemadas en tres meses. En Wolfenbuttenl en 1593 se quemaban alrededor de diez brujas al
día. No fue sino hasta 1563 que se comenzó a ofrecer resistencia efectiva a la persecusión. Esta llegó primero por parte de un protestante de
Cleues, John Weyer. Otros protestantes fueron publicados poco tiempo después por Ewich y Witekind. Por el otro lado, Jean Bodin, un
abogado protestante francés, le contestó a Weyer con mucha aspereza en 1580. En 1589 el Obispo católico Biensfeld y el padre jesuita Del
Río escribieron del mismo lado, aun cuando Del Río deseaba mitigar la severidad de los juicios por brujería y denunciar el uso excesivo de
tortura. El libro de Bodin fue contestado, entre otros, por el inglés Reginald Scott en su "Discoverie of Witchcraft", Descubrimiento de la
Brujería, (1584), pero James I, quien replicó en su "Daemonologie", Demonología, ordenó que esta respuesta fuera quemada.
Tal vez la protesta más efectiva por parte de la humanidad y de la iluminación fue ofrecida por el Jesuita Federico von Spee quien publicó su
"Cautio criminalis" en 1631 y luchó contra esta locura con todos los medios en su poder. Esta cruel persecución parece haberse extendido
hacia todas las partes del mundo. En el siglo XVI hubo casos en los que las brujas eran condenadas por tribunales laicos y quemadas
inmediatamente en las vecindades de Roma. El Papa Gregorio XV, sin embargo, en su Constitución "omnipotentis" (1623) recomendó un
proceso menos severo. En 1657 una orden de la Inquisición levantó protestas relacionadas con la crueldad manifestada en los juicios.
Inglaterra y Escocia no estuvieron exentos de una epidemia de crueldad similar aun cuando normalmente no quemaban a las brujas. En
cuanto al número de ejecuciones en Gran Bretaña es imposible formar un estimado. Una declaración informa que 30,000 fueron colgadas en
Inglaterra durante el reinado del parlamento (Notestein, op. cit. infra, p. 194). Stearne el caza-brujas alardeó que él supo, personalmente, de
200 ejecuciones. Howell, cuyo escrito data de 1648, dice que se procesó a 300 brujas en un periodo de dos a?ños y que en Essex y Suffolk
se ejecutó a la mayoría (ibid., 195). Escocia presenta la misma falta de estadísticas. Un artículo minucioso de Legge en el "Scottish Review"
(Oct., 1891) estima que durante los siglos XVI y XVII "perecieron 3400 personas". Este número es enorme para una población tan reducida
como la escocesa. Pero muchas de las autoridades han dado estiomados mucho mayores – aunque sólo sean conjeturas –. Ni los Estados
Unidos no estuvieron exento de esta plaga. El conocido Cotton Mather da un recuento de 19 ejecuciones de brujas en Nueva Inglaterra en
sus "Wonders of the Invisible World", Maravillas del Mundo Invisible, (1693), donde una pobre criatura fue prensada a muerte.
En tiempos modernos Hexham y otros le han otorgado una atención considerable a este tema. Al final del siglo XVII la persecusión comenzó
a debilitarse casi en todas partes. A principios del siglo XVIII, practicamente cesó. La tortura fue abolida en Prusia en 1754, en Bavaria en
1807 y en Hanover en 1822. El último juicio por brujería en Alemania fue en 1749, en Würzburg, aun cuando en Suiza, en el canton
protestante de Glarus, en 1783 se ejecutó a una niña debido a esta ofensa. No parece existir evidencia que apoye la alegación de que se
haya enjuicidado y dado muerte a mujeres en México por cargos por brujería a finales de siglo XIX (ver “Stimmen aus Maria-Laach”, Voces
provenientes de Maria-Laach, XXXII, 1887, p. 378).

No es sencillo hacer un juicio seguro sobre la existencia de la brujería. La posibilidad abstracta de un pacto con el diablo y de una
interferencia diabólica en asuntos humanos apenas puede ser negada frente a las Sagradas Escrituras y a las enseñanzas de los padres de
la Iglesia y teólogos. Sin embargo, nadie puede leer literatura sobre este tema sin percatarse de las terribles crueldades que se llevaron a
cabo aun cuando en 99 de 100 casos las alegaciones se basaban en ilusiones vanas``. La circunstancia más inquietante es el hecho de que
en un gran número de procesos por brujería las confesiones de las víctimas –que a menudo incluían todo tipo de horrores satánicos– habían
sido hechas espontáneamente y, aparentemente, sin la menor amenaza –o temor– a la tortura. La confesión de culpabilidad parece haber
sido confirmada en el patíbulo cuando las pobres desgraciadas ya no tenían nada que perder o ganar de ésta. El hecho sólo se puede
registrar como un problema psicológico, señalando que la misma tendencia parece manifestarse en casos similares. La instancia más
sorprendente, tal vez, la menciona San Agobardo en el siglo IX (P.L., CIV, 158). Durante el pánico engendrado por una plaga que estaba
aniquilando todo el ganado, un tal Grimaldo, Duque de Benevento, fue acusado de haber mandado hombres con polvo envenenado a
esparcir una infección entre rebaños de ovejas y manadas de ganado. Estos hombres, al ser arrestados e interrogados, dice Agobardo,
fueron persistentes en afirmar su culpa aun cuando lo absurdo de esta confesión estaba de manifiesto.

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HERBERT THURSTON

Transcrito por Michael T. Barrett


Dedicado a los catequistas de todos los tiempos
Traducido por Marielle Schmitz San Martín
Dedicado a mi hija Ronny Noyolocualtzin Schmitz San Martín

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