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Aborto = conflicto parental

Dice Alejandro Jodorowsky que nuestros padres no nos dieron nada,


“recibieron”. Hay una energía cósmica que es recibida, que es sagrada
por ser recibida. Un hijo es un regalo. Todos fuimos creados entre un
padre y una madre, para crear una Consciencia.
Para él, los padecimientos en la formación del feto suelen responder fundamentalmente a que han tratado de
eliminarlo por problemas en la relación de los padres. Desde esa visión queda claro que el aborto es un
conflicto parental.
Añade que cuando no se acepta al feto, el cuerpo lo trata como a un tumor. La placenta te defiende, si llegas
a nacer lo haces con rabia, con una actitud defensiva.

Partimos de la premisa de que entre el feto y la madre, existe un canal de comunicación abierto
durante los nueve meses que dura el embarazo. El principal emisor es la madre, y el principal receptor es
el feto (por eso quizá se parece a una oreja). El código que utilizan tiene formato de emociones. Lo que siente
la madre es recibido por el feto en forma de órdenes imposibles de desobedecer. La más terrible es: “sal de mi
cuerpo”.
Naturalmente, son mensaje de los que la madre no es consciente y las causas pueden ser:

 Miedo del paso al estadio adulto (si no soy madre, podré seguir siendo siempre una niña y así no perder
el cariño de mis padres, ni tendré responsabilidades)

 Rechazo a la maternidad, si en su árbol hay antecedentes de problemas asociados al hecho de ser


madre.

 Rechazo al padre de la criatura o a su familia.

 Miedos a malformaciones

 Prohibiciones en cuanto a la creatividad

 Miedo a la muerte de los padres (si soy madre, mis padres se hacen abuelos y los abuelos mueren)

 Etc.
Desde cierto punto de vista las nauseas durante el embarazo responden a las dudas, los vómitos expresarían
cierto rechazo a una situación que no pueden digerir y las pérdidas de sangre las asocia con mujeres que el
entorno trató de masculinizar.
Es importante no olvidar que detrás de casi todo aborto “natural” hay un mecanismo inconsciente que
escapa de nuestra voluntad consciente; por tanto, en lugar de sentirnos culpables, debemos analizar esos
mensajes que pudo recibir el feto, y que le hicieron “salir” del nido, para que llegue la sanación.
Alejandro Jodorowsky y Marianne Costa, defienden que todo aborto debe de tener el tratamiento de un
entierro en la que estén presentes ambos progenitores, para que el duelo se pueda elaborar de manera
adecuada. Si sucedió en el pasado y aún duele, la psicomagia puede ayudar a traer al presente ese momento
traumático y resolverlo para siempre.
Valora esto:
Por mucho que un aborto sea justificado, deja huellas dolorosas en el alma de la mujer. A la herida orgánica
se agrega choque de la operación, que ha padecido sin la presencia el hombre que la fecundó. El aborto, en
nuestra sociedad masculina, que generalmente elude su responsabilidad, incumbe principalmente a la mujer y
a su feto. Muchas veces, en lo más recóndito, la mujer arrastra una profunda pena por ese hijo que nunca
verá crecer.
Detrás de cada aborto hay un conflicto maternal o paternal. Analizar los embarazos que no llegaron a
término en nuestro árbol nos proporciona información sobre la pareja de los padres, así como sobre la
maternidad y la paternidad en los linajes respectivos.
Cuando el cuerpo no acepta al feto, lo vive como una carga, lo trata como un tumor. Lo expulsa en los
primeros meses de gestación y se produce el aborto, o lo retiene y hace que se lo extirpen por cesárea.
El feto, con su forma de oreja, sale del nido porque es receptor de mensajes inconscientes de la madre en
tono de rechazo: “me da miedo ser madre”, “no quiero ser responsable de ti”, “me asusta que salgas deforme”,
“temo que mis padres sean abuelos y se mueran”…

Voluntario o involuntario, el aborto es una pérdida y los efectos psicológicos del mismo son semejantes
a los que siguen a la muerte de un ser querido. Superar la pérdida implica aceptar y elaborar el duelo por
completo, lo cual no es siempre posible.
En psicogenealogía, los abortos como los hijos nacidos muertos y los niños que fallecen de manera
temprana, cuentan como un hijo más, por las repercusiones que esas “pequeñas” existencias tienen en el
resto de la hermandad.
El miedo al sufrimiento por el hijo muerto, lleva inconscientemente a los padres a concebir un nuevo hijo que
suplante al anterior.

Cuando los padres asisten al fallecimiento de un hijo (puede ser a consecuencia de aborto, complicación
en el parto, a un accidente o a una enfermedad infantil), el mecanismo autosanador del duelo supondría
padecer el dolor extremo de aceptar la pérdida. Muchos padres evitan ese camino y muy pronto se puede
activar en ellos una estrategia que consiste en concebir a otro hijo que reemplace al muerto. El nuevo bebé
nace con el contrato de llenar el vacío que su hermano dejó: “Para existir y que mis padres me amen, debo
ser mi hermano”.
En la mayoría de los casos nace con el mismo sexo y se le bautiza con el mismo nombre. Las fechas de
concepción y nacimiento también pueden coincidir con las mismas del fallecido, con las de su misma muerte o
entierro. En lugar de despedir al muerto, su identidad se “instala” en el recién nacido, de modo que se bloquea
el luto por el primero.

Un niño que fallece se mitifica, es un ángel, un bendito que hubiese satisfecho todas las necesidades
de la familia. El hijo de reemplazo vivirá con culpa y frustración no estar a la altura de ese al que sustituye y
puede desarrollar lo que llamamos una neurosis de fracaso.

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