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“La marimba surgió en Mesoamérica ente 1492 y 1680, como resultado de la fusión de

elementos culturales de África, Europa y América” explica Léster Homero Godínez, creador del
concepto de marimba de concierto, en su libro La marimba guatemalteca.
África, aportó el concepto de agrupar tablillas en sucesión y percutirlas, principio originario
probablemente de Asia. Este continente también aportó el vocablo marimba, de origen bantú,
lenguaje africano. Europa, aportó el sistema musical temperado (escala de doce tonos), que
asigna un nombre y un sonido determinado a cada tablilla”, explica Godínez.
El aporte mesoamericano consistió en los materiales como la madera de hormigo (Platimyscium
dimorphandrum), especie exclusiva de esta área del continente americano y desconocida en
África, según la University of Yale, de Estados Unidos, así como la madera de güisisil para
fabricar las baquetas o bolillos. “Además los guatemaltecos convirtieron este instrumento
rítmico, en uno melódico y armónico que evolucionó con propia espíritu musical nuestro”, agrego
Godínez.

Origen incierto
Aunque no se ha logrado comprobar el origen maya de la marimba, existen teorías que la
defienden, dos de las más extendidas son las del folclorista guatemalteco Marcial Armas Lara
y la del vaso de cerámica de Ratinlinxul.
Armas Lara apoya su teoría en un códice que unos dignatarios maya k’iche’ le permitieran
copiar, en mayo de 1958, en el cual “un dios tañe la marimba de brazo”, según su descripción
este lienzo es de corteza de árbol, mide 18 x 24 centímetros y el dibujo tiene aproximadamente
15.5 x 19.5 centímetros. Desafortunadamente no se conoce el paradero de este códice.
Otra teoría que defiende el origen maya de la marimba se basa en el vaso de cerámica de
Ratinlinxul, de la región de Chamá, Alta Verapaz, Guatemala. Según el investigador Carlos
Ramiro Asturias, esta pieza se encuentra en el museo de la Universidad de Pennsylvania,
Filadelfia, bajo el código NA 11701. Esta hipótesis fue presentada inicialmente por el historiador
Mariano López Mayorical.
López describe la escena como “un desfile arcaico ceremonial, que comprende misticismo,
armonizado en cortejo de intérpretes musicales, portadores de originales instrumentos entre los
cuales sobresalen, sonajas o chinchines…un conductor que acarrea en la espalda un tablero
de Ojom (marimba), portadores que exhiben tapados de cintura con pieles de jaguar y músicos
trompetistas.
López reconoce que la ilustración copiada del vaso de Ratinlinxul, ha estado sujeta a “retoques
y perfeccionamientos”. Para el musicólogo, compositor y pintor guatemalteco Enrique Anleu
Díaz, la escena muestra “a un señor principal llevado en un palanquín por dos cargadores, le
siguen cuatro servidores, uno lleva un cacaxte (armazón de madera precolombino para
transportar objetos en la espalda), los otros llevan una especie de remos, explicable por provenir
la escena de una región de ríos navegables”.
Para Anleu, “los afanes por demostrar un origen antiguo de la marimba en Guatemala, ha
llevado ha falsificar documentos gráficos, o dar opiniones sin ninguna base en la interpretación
de estas evidencias”.

No importa el origen:
El origen de la marimba no es lo más importante, “la marimba puede no ser de Guatemala, pero
es indudablemente guatemalteca”, dijo Erna Fergusson (1888-1964), escritora, historiadora e
investigadora de la cultura y la historia de México y Guatemala.
Para Godínez, la marimba es “un fenómeno cultural un hecho folclórico, de la tradición popular,
un proceso social, un fenómeno histórico, un patrimonio cultural, un elemento de identidad, un
fenómeno acústico, un símbolo de nacionalidad, un elemento de promoción turística, una
herramienta para el arte y la creación, un medio para el solaz, un objeto de fervor nacionalista,
un factor de remembranza, un objeto de pasión, un símbolo cívico, un símbolo patrio, una joya
de la artesanía nacional y hasta un objeto de explotación comercial”.

Instrumento nacional y símbolo patrio


El 17 de octubre de 1978 un grupo de congresistas animados por Rafael Téllez García, logró
que el Congreso de la República emitiera el decreto No. 66-78 en el cual se declaró a la marimba
el instrumento Nacional de Guatemala. “Porque ha constituido la genuina manifestación de la
nacionalidad guatemalteca, existiendo a la fecha obras de una gran calidad artística dentro de
la producción de compositores nacionales, lo que constituye la representación del espíritu
guatemalteco”. el artículo 2º. Declara día de la marimba, el 20 de febrero de cada año
El 31 de agosto de 1999, el Congreso de la República, aprobó en tercera lectura, el decreto 31-
99, por el cual designa la marimba símbolo nacional. Esto significa que el instrumento autóctono
debe ser respetado en sumo grado, junto a la monja blanca, el quetzal, la ceiba pentandra, el
himno nacional, la bandera y el escudo nacionales.
El decreto 31-99 se publicó en el Diario de Centro América, diario oficial de Guatemala, el 1 de
octubre de 1999, y establece: Artículo 1º, se declara la marimba símbolo nacional, “por ser un
instrumento histórico de valor cultural, de arte y tradición de los guatemaltecos, propia de
nuestro país y que enaltece nuestra cultura e idiosincrasia”.
La Patria Del Criollo
Usa principios metodológicos que, por primera vez, se aplican al desarrollo histórico de Centro
América. Investiga, por tanto, los fenómenos básicos de la sociedad guatemalteca de ese
período y establece tesis e hipótesis de indudable valor científico.

La obra analiza las relaciones de producción, el trabajo mismo de los indios y de los ladinos
menesterosos, las pugnas entre grupos dominados y dominantes. Españoles, indios,
mestizos, son valorados dentro del contexto económico, político y cultural de su propia clase.

El autor no exalta ni niega valores, explica realidades incontrovertibles. El criollo en su exacta


dimensión social, es presentado dentro de su proceso de una complicada trama de procesos.
Severo Martínez Peláez (1925-1998) fue un historiador marxista, catedrático de la Universidad
de San Carlos de Guatemala, que hizo estudios superiores de historia en su país, México y
España.

LOS CRIOLLOS
Infancia y toma de conciencia:

El 18 de febrero de 1651 fue un día terrible para la ciudad de Santiago de Guatemala. A eso de
la una de la tarde —era un sábado— comenzó a retumbar el suelo y a sacudirse violentamente.
Muchos edificios se derrumbaron con estruendo en aquellos momentos. Otros quedaron
seriamente dañados y continuaron desplomándose con los temblores siguientes, pues los hubo
de día y de noche durante más de un mes.

La plaza mayor de la ciudad, que en otras ocasiones era centro de festividades y regocijos, se
vio convertida en escenario de lamentaciones. Improvisó allí la gente un cobertizo de paja y
llevó en procesión la imagen de San Sebastián, que era tenido por defensor de la ciudad frente
al azote de los temblores. Pobres y ricos, aunados momentáneamente por el pánico, acudían a
los atrios de los conventos a confesar con prisa sus culpas. Y en las torres, que malamente se
sostenían en pie, gemían las campanas sacudidas por la mano invisible del terremoto.

Los temblores de tierra fueron, como se sabe, un mal intermitente en la vida de aquella ciudad,
que se hallaba asentada a los pies de un volcán y en la cercanía de otros dos igualmente
amenazadores. Quienes en el año de 1651 eran todavía niños habrían de pasar, en el curso de
sus vidas, por muchos trances y sobresaltos parecidos.

Herencia de sangre y herencia de poder Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán fue


descendiente de los conquistadores y primeros inmigrantes españoles de Guatemala. Por la
línea materna su familia entroncaba con el célebre soldado y cronista Bernal Díaz del Castillo.
Por la rama paterna con Rodrigo de Fuentes: un colono que se las arregló para enlazar a sus
Descendientes con las familias más poderosas de la ciudad.
En la genealogía de nuestro hombre aparecen los Alvarado, los Becerra, los Chávez, Castillos,
Polancos, Villa creces y Cuevas. Pero como las espadas de los conquistadores no se habían
bañado en sangre vanamente, sino con el fin de poner a las sociedades indígenas bajo el
dominio de los nuevos amos, de ahí que el árbol genealógico aparezca colmado de cargos
públicos y oficios de autoridad: corregidores, alcaldes, regidores y síndicos del cabildo, etc., sin
que al lado de las autoridades civiles falten las eclesiásticas: un tío de don Antonio había sido
provincial de la opulenta orden religiosa de Santo Domingo.

El viejo arraigo de sus familiares en el Ayuntamiento de Guatemala lo llevó a ocupar, desde la


temprana edad de dieciocho años, el puesto de regidor. Durante treintiocho años fue miembro
del Ayuntamiento, con dos períodos de interrupción, en los cuales abandonó la ciudad para
disfrutar las Alcaldías Mayores de Totonicapán y Sonsonate, respectivamente. Como aquellos
puestos eran verdaderos miradores que ponían a la vista la organización de la provincia, don
Antonio adquirió en ellos un amplio conocimiento del país. También influyeron en la
configuración de su mentalidad, reforzando la actitud de quien mira las cosas desde arriba,
desde el punto de vista de los dominadores.

La conquista como fenómeno económico:

Pero explicar la superioridad de los españoles en el momento de la conquista no significa


todavía, ni mucho menos, haber explicado las causas por las que los indios quedaron en una
situación de inferioridad permanente, duradera para tres siglos de coloniaje y aún mucho más
acá del coloniaje. Y es eso lo que nos interesa, lo que realmente traemos planteado como
problema.

La conquista suele verse como un choque de armas, como un evento bélico, y a


ello se debe que tengamos de aquel dramático suceso una visión tan estrecha y tan
falsa. Es necesario comprender, sin embargo, que los indios no quedaron
conquistados por el mero hecho de haber sido derrotados; entender que aquellos
sangrientos fracasos dejaron heridas a las sociedades indígenas, pero no sometidas
todavía. Aquello fue sólo el primer paso de la conquista, y de ningún modo su
consumación. Es evidente que si después de los combates de Quezaltenango y la
matanza de Utatlán, después de recoger los indios sus muertos y de curar los
españoles sus caballos, hubiesen los primeros retomado al trabajo normal de sus
sembrados, y los segundos —permítasenos ésta fantasía demostrativa— hubiesen
tomado la azada para desmontar y colonizar unas tierras vírgenes —que muchas
había en aquellos contornos—, es evidente, decimos, que no habría habido conquista.
La guerra y la derrota, por sí solas, no fueron ni podrían haber sido nunca la
verdadera conquista.

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