Você está na página 1de 2

EL ARTE DEL NOVELISTA

JOSEPH CONRAD
El arte del novelista es el más simple y, al mismo tiempo, el más huidizo de los actos
creativos. El más susceptible de resultar oscurecido por los escrúpulos de quienes lo
sirven y veneran, el que está más preeminentemente destinado a llevar más turbulencia a
la mente y al corazón del artista. Después de todo, la creación de un mundo no es empresa
fácil. Abarcarlo todo en una concepción armoniosa es un logro no poco importante;
incluso, intentarlo deliberadamente con ánimo serio y cabal, no por impulso inane de un
corazón ignorante, representa una honorable ambición. La búsqueda de la felicidad, por
medios legítimos o no, por vía de resignación o de rebeldía, mediante la sagaz
manipulación de convencionalismos, es el único tema que puede ser justamente
desarrollado por el novelista, cronista de las aventuras de la humanidad en medio de los
peligros del reino de la tierra.
Donde el novelista se encuentra con ventajas sobre otros que laboran en otros terrenos del
pensamiento es en lo que hace al privilegio de su libertad —la libertad de expresión y la
de confesar las creencias más íntimas— que debiera consolarlo de la dura esclavitud que
le impone la pluma. La libertad de imaginar debiera ser la posesión más preciada del
novelista. No debe entenderse que reivindico para el artista en ficción la libertad del
nihilismo moral. Esperaría de él, más bien, numerosos actos de fe, el primero de los cuales
sería alimentar y mimar una esperanza eterna; y esperanza, incontestablemente, implica
toda la piedad del esfuerzo y de la renuncia.
Es la forma de confianza (...) en la fuerza e inspiración mágicas inherentes a la vida en
esta tierra. Tendemos a olvidar que el camino de lo excelso es en lo intelectual a diferencia
de lo emocional, la humildad. Lo que uno siente tan irremediablemente estéril en el
pesimismo declarado es tan sólo arrogancia. Ser esperanzado en un sentido artístico no
implica necesariamente creer en la bondad del mundo. Basta con creer que no es
imposible que sea así. Si cabe permitir que el vuelo del pensamiento imaginativo discurra
por encima de muchas de las moralidades corrientes entre los hombres, el novelista que
se tuviere por hecho de esencia superior a la de otros faltaría a la primera condición de su
oficio. El poseer el don de la palabra no es tan importante. Un hombre provisto de un
arma de largo alcance no se convierte automáticamente en cazador o guerrero; muchas
otras cualidades de carácter y temperamento son para ello necesarias. Del que de su
arsenal de frases, una entre cien mil acierte la huidiza y distante diana del arte, exigiría
que en su trato con la humanidad fuera capaz de dar un alegre reconocimiento a las
oscuras virtudes de ésta.
Por ello desearía que se contemplara con enorme tolerancia las ideas y prejuicios de los
hombres, que en absoluto representan el producto de la malevolencia sino que dependen
de su educación, de su rango social y hasta de su profesión respectiva.
El buen artista no debiera esperar reconocimiento alguno por su labor ni admiración para
su genio, porque la primera puede ser valorada sólo con dificultad, y la segunda no
significa nada para un salvaje. Me gustaría, en cambio, que ampliara el campo de su
simpatía mediante una observación paciente y amable, al tiempo que acrecienta su poder
mental. Es en la práctica imparcial de la vida, donde se hace la promesa de perfección en
el arte que se ejerce, más que en esas fórmulas absurdas que tratan de describir ese o aquel
método, técnica o concepción popular. Que madure la fuerza de la imaginación entre las
demás cosas de esta tierra, cuyo deber es mimar y conocer, y que se abstenga de convocar
a su inspiración, lista para el uso, de algún edén de perfecciones del que lo ignora todo.

Você também pode gostar