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La venganza de Andrómeda

Con una sonrisa dulce que secretamente aborrecía, Andrómeda blandió la pistola de
rayos bajo un firmamento sobresaturado de estrellas.

-Perfecta –dijo Ramos. Había un toque de equilibrio en el contraste entre la sala ordinaria
donde él se encontraba y el cósmico entorno que envolvía a Andrómeda, ambos cara a
cara en dos realidades mal ensambladas. Una bombilla que colgaba del techo producía
un incómodo reflejo en el domo de vidrio que ella portaba como casco. Ramos extendió
su mano para ayudarle a apearse del escenario; al llegar al piso alfombrado, Ramos la
soltó y se dirigió a donde una botella de tequila aguardaba, para servir dos vasos.

-Te pareces tanto a Clara –subrayó él, entregándole su bebida-. Mi secretario te eligió
bien. Sabes, cuando me llevé a Clara ella vestía ese mismo traje –la contempló de nuevo
con descarada apreciación-. Había estado posando para una de las portadas que hacía
“Checo” para nuestra revista –señaló con su vaso hacia el cuadro que colgaba del muro.
Como todas las pinturas que el “Checo” Herrera realizara, aquella era una obra cuya
calidad rebasaba por mucho la línea editorial sin pretensiones que la comisionara. Una
mujer de rasgos finos vestía idéntico atuendo ajustado al estilo de la fantasía científica de
los años 50. El título de la revista se hallaba pegado en la parte superior, como se
acostumbraba en esos días previos a la informática: Sensacional de Ciencia Ficción.

-Estaba celosa de las mujeres que modelaban para el “Checo” –prosiguió él-. Le dije que
sabía de sus aventuras… por eso decidió fugarse conmigo –y añadió, con un guiño
burlón-: ¡También supe inventar historias! Por poco y ella era mi segunda esposa. Lo
único malo es que tuve que contratar otro ilustrador luego de su suicidio. Pero valió la
pena. Su trabajo incluso se volvió cotizado; yo nunca leí esas pendejadas, nada más las
financiaba, pero sí, me gustaban sus portadas.

El esfuerzo del que requirió Andrómeda para sostener su sonrisa fue titánico.

-Esto es lo que ella debió hacer –apuntó el arma futurista retro entre los ojos de Ramos.

-Me tienes acorralado –dijo Ramos, con una amplia sonrisa-; llévame a tu planeta.

-No tomo prisioneros –repuso Andrómeda, y disparó. Una aguja se proyectó del extremo
de la pistola, e inyectó una droga en la frente de Ramos. Éste se desplomó, paralizado,
pero consciente. Ella caminó por encima de él, y procedió a cortar los bordes del cotizado
original de “Checo” Herrera, para luego enrollarlo. Activó su semocomunicador y dijo,
mientras se aseguraba de que el hombre inmovilizado la podía ver y escuchar:

-Objetivo asegurado, señor; y tengo la confesión grabada en video.

-Perfecto –respondió una voz familiar y masculina-. Mientras tanto, ya obtuve la colección
de bocetos que guardaba en su caja de seguridad. En cuanto regresemos al refugio,
transmitiremos la confesión de Ramos en la red. ¡Felicitaciones Andrómeda!

Esta vez, la sonrisa de Andrómeda era genuina.


Por Luis G. Abbadie

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