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Desempleo en la Argentina

Los cambios estructurales en los modos de funcionamiento de la economía argentina en los años 90 vinieron
unidos a importantes cambios en el funcionamiento del mercado de trabajo. El programa de ajuste
estructural, denominado "plan de convertibilidad" cuyo principal objetivo fue desarrollar una estrategia que
permitiera cumplir con las obligaciones financieras internacionales, y al mismo tiempo producir un proceso
irrestricto de apertura de la economía argentina, fue el principal factor que aceleró las tensiones
previamente existentes en el mercado de trabajo argentino.

La apertura irrestricta de la economía produjo el cierre de establecimientos que no pudieron adecuarse a las
exigencias de la competencia externa, la reforma del estado implicó la pérdida del poder contrabalanceador
que ejercía éste en la absorción de empleo, las reformas monetarias y particularmente, las ligadas a la
fijación de altas tasas de interés no facilitaron la reconversión de aquellas unidades productivas que
necesitaban encarar una reestructuración para hacer frente a la competencia externa. Por último, la
ausencia de criterios orientadores para la incorporación de cambio tecnológico, sumado al descenso abrupto
en los costos de los bienes de capital, produjeron una sustitución de trabajo por capital. La conclusión más
importante es que se llevó adelante un proceso de reformas estructurales sin prever que produciría altos
niveles de desempleo en el corto y mediano plazo en una magnitud que no podría ser absorbida por la
economía.

En el caso de las economías regionales, este proceso ha sido aún más gravoso dado que muchas de ellas
tenían una fuerte orientación hacia el mercado interno, tal el caso del Gran Rosario, con una economía
basada en una industria local intensiva en mano de obra y que fue incapaz, por defectos propios y por
procesos desatados por el Plan Económico de reconvertir su actividad y crear actividades sustitutivas
capaces de demandar empleo (Rofman, 1996; Palomino y Schvarzer, 1996; Schvarzer, 1998).

La producción local, organizada sobre la base del sector metalmecánico, y fuertemente orientada al mercado
interno, resultó especialmente dañada por las importaciones sustitutivas. El rubro textil acompañó esta
tendencia negativa. A ello, se agregaron las irresueltas dificultades de la actividad química y petroquímica
durante los primeros cuatro años de la convertibilidad, imposibilitada de competir internacionalmente por el
atraso en el tipo de cambio. Finalmente, en algunos grandes conglomerados productivos comenzaron a
implantarse nuevas tecnologías productivas -como en la industria aceitera exportadora- que incidió
negativamente sobre la demanda laboral. Como resultado de esta contracción en el sector dinámico del
área, las dificultades económicas se propagaron al comercio y los servicios, que experimentaron fuertes
retrocesos en su nivel de actividad y en su capacidad de ofrecer plazas laborales a quienes quedaron fuera
del circuito productivo manufacturero (Rofman, 1997).

El Gran Rosario, fue por lo tanto, durante toda la década del 90 una región con altas tasas de desocupación,
y con una tendencia a la baja en la tasa de empleo. En efecto, el valor más bajo de la serie de los 90 se
registra en 1993 (10,8%), la tasa se duplica en mayo de 1995, llegando al 20,9 por ciento, tiene un
descenso entre 1997 (16,1 % en mayo) y 1998 (13,8 % en mayo). Sin embargo, en mayo del 2000 sigue
siendo muy alta (18,5%). (Gráfico 1). Por ese motivo, nos concentramos en el análisis de las consecuencias
sociales de la desocupación en esta región en la década de los 90, dado que por la permanencia de estas
tendencias, su población ha estado expuesta a una situación de desempleo estructural.

Figura 1

En nuestra investigación hemos reunido información sobre el impacto y consecuencias de la desocupación


sobre distintos grupos sociales a partir de un primer enfoque estructural, donde analizamos a partir del
relevamiento de las respectivas ondas de la encuesta permanente de hogares (1994-1997) las principales
variables sociodemográficas y ocupacionales que permiten caracterizar al contingente de desocupados. En
una segunda instancia, nos concentramos en la perspectiva de los sujetos analizando cómo experimentan el
pasaje de la ocupación/inactividad al desempleo, teniendo en cuenta su trayectoria pasada, la modificación
en la cotidianeidad de los vínculos familiares, los cambios en las relaciones de género y la forma en que los
desempleados recurren a las redes sociales.

Por razones de espacio, no se han incluido en esta ponencia, los testimonios sobre la base de los cuales
realizamos el análisis; sin embargo corresponde aclarar que la construcción de datos cualitativa, se hizo
enteramente a partir del relato testimonial de los entrevistados recogido a través de entrevistas en
profundidad.

La selección del período bajo estudio (1994-1997) tiene la potencialidad de captar un momento de quiebre
en el mercado de trabajo argentino, dado que en 1995 la tasa de desocupación experimenta un pico
ascendente hacia un valor mayor del que no descenderá en el resto de la década.

Figura 2
Tasas de desocupación de los miembros integrantes del hogar (1994-1997)

Las cónyuges, en cambio expresan el empeoramiento de su situación con sucesivas entradas y salidas el
mercado de trabajo (indicado por una tasa de actividad cíclica que aumenta más cuando se registra un pico
de desempleo entre los jefes varones) y con una tendencia a la baja en su tasas de desocupación (del 12%
al 9,8% en los picos del período). (Gráfico 2).

Ello demuestra que los problemas de empleo se han agravado incluso para los "trabajadores
complementarios", poniendo en evidencia las restricciones que enfrentan los hogares en términos de obtener
recursos a través de su participación en el mercado de trabajo.

Por último, aunque no menos importante, en el período bajo estudio emerge con fuerza el desempleo de
larga duración, que no era un fenómeno de importancia hasta 1994. Ello es consistente con el aumento de
las tasas específicas de desocupación. Efectivamente, durante el período bajo estudio el porcentaje de
desempleados que lleva más de un año en esa situación pasa del 7,6 por ciento al 17,4 por ciento.
Considerando las características sociodemográficas analizadas, son los jefes y las cónyuges quienes
experimentan un aumento similar en la proporción de desempleados que lleva más de un año en esa
situación. Entre mayo de 1994 y octubre de 1997 los jefes desempleados que llevan más de un año pasan
del 7,7 por ciento al 22,4 por ciento (Gráfico 3). Entre las cónyuges la cifra trepa del 11,1 al 20 por ciento.

Figura 3
Evolución de los porcentajes de desempleados temporales

Se podría decir que el desempleo de los jefes de hogar, tiende a desencadenar episodios de desempleo entre
otros miembros del hogar. Ello implica un cambio en la incorporación al mercado de trabajo por la vía del
desempleo comparando la situación de finales de los 80 y principios de los 90. En aquella década, los
aumentos en la tasa de actividad y desempleo se podían explicar por el fenómeno del trabajador
complementario que se incorporaba al mercado de trabajo en búsqueda de empleo sin poder encontrarlo,
buscando aportar ingresos adicionales al presupuesto familiar. En el período bajo estudio, los problemas de
empleo abarcan masivamente a los distintos miembros del hogar. Si para los principales aportantes del
hogar se expresa como un aumento en las tasas de desocupación abierta, para los trabajadores
complementarios se expresa como desempleo oculto por desaliento (en las cónyuges) o como una
combinación de desaliento y mayor desempleo abierto (en los hijos varones e hijas mujeres).

El desempleo, la vida familiar y los cambios en las relaciones de género

La literatura sobre consecuencias sociales de la desocupación da mucha importancia al análisis del proceso
que debe enfrentar un desempleado en el contexto de sus redes de relaciones. (Discry Théate, 1996; Fagin y
Little, 1984). Cuando analizamos más específicamente los cambios que sobrevienen en el grupo familiar
cuando uno o varios miembros quedan desempleados, vimos sobre todo que hay tres consecuencias
importantes que aparecen de forma reiterada en las familias con las que hemos tomado contacto.

En primer lugar, el desempleo origina importantes cambios en las pautas de conformación de los hogares,
expresándose en separaciones, y conformación de nuevos hogares por allegamiento cohabitacional. En
algunos casos, estos cambios se relacionan con conflictos preexistentes que el desempleo viene a actualizar;
en otros casos, la misma situación de pérdida de ingresos genera mayor conflictividad familiar,
especialmente a partir de la emergencia de la desocupación de más de un miembro.

En segundo lugar, y en lo que se refiere a los cambios en la división del trabajo en el hogar, una
consecuencia importante es la intensificación del trabajo de las mujeres (ya sea porque buscan activamente
empleo estando desempleadas o porque aumentan la cantidad de horas de trabajo) y ello trae aparejado
problemas en el rendimiento escolar de los niños, en tanto la familia les ha delegado la responsabilidad por
las tareas vinculadas a la reproducción social en el hogar.

En tercer lugar, la reconstrucción del episodio de la desocupación, conjuntamente con las trayectorias
laborales de los distintos miembros del hogar, permite constatar que en muchos casos, el desempleo del jefe
de hogar y/o la cónyuge, trae aparejado el desempleo de otros miembros, que salen a buscar trabajo para
recomponer el presupuesto doméstico a partir de la pérdida de ingresos. En este aspecto los datos
cualitativos son muy consistentes con los indicios que fuimos expresando en el análisis de las tasas
específicas de desocupación y en la comparación de las tasas de actividad de los distintos miembros del
hogar.

La diferente forma de enfrentar la desocupación entre los varones y las mujeres del grupo doméstico,
permite extraer importantes conclusiones acerca de los cambios que se producen en las relaciones de género
de los miembros del hogar.

Para los varones, estar desempleado, pone en crisis su representación en torno al trabajo remunerado como
sostén de la identidad masculina. Todo esto está indicando que junto a la depresión que la desocupación
genera en varones y mujeres, en el caso de los primeros el relato de esta sensación de pérdida de interés y
desmotivación viene unido a una crisis con respecto a la percepción que tienen los varones respecto de su
papel en el hogar.

En ese sentido, siguen teniendo mucha vigencia las primeras investigaciones sobre las consecuencias
sociales de la desocupación que planteaban la cuestión del trabajo como referente importante de la
temporalidad cíclica. (Jahoda, 1987) El retorno de los varones a la esfera privada significa una mayor
dificultad para organizar la temporalidad, ya que no tenía el hábito de organizar una rutina diaria en el
interior del hogar. Para las mujeres en cambio, el desempleo implica una crisis de identidad sólo entre
aquellas que tienen una imagen del trabajo como carrera profesional. Para quienes -como la mayor parte de
nuestras entrevistadas- realizaban un trabajo remunerado ligado a la mercantilización de tareas domésticas,
el desempleo implica una pérdida de un espacio "fuera del hogar", pero no produce desestructuración
temporal. La rutina diaria se reorganiza en la esfera doméstica y la desestructuración es espacial antes que
temporal. Sólo entre aquellas mujeres que tienen una imagen del trabajo como carrera profesional, el
desempleo implica también una ruptura temporal.
Se podrían establecer entonces algunos nexos teóricos entre el significado del desempleo para varones y
mujeres, y la relación que existe entre el trabajo y la percepción de la masculinidad y feminidad. Para los
varones el desempleo produce una ruptura temporal y espacial porque el trabajo remunerado está ligado a
su percepción de realización de actividades en la esfera pública, como sostén económico del hogar. Para las
mujeres el desempleo, produce una ruptura temporal, pero no genera tanto conflicto entre lo público y lo
privado, porque la visión de sí mismas con respecto a la permanencia en el hogar, no genera conflictos en el
mismo sentido en que sí lo produce entre los varones. No obstante, pareciera que la situación de conflicto
que genera el desempleo, en algunos casos pone en cuestión estas representaciones, en tanto no pueden
seguir sosteniéndose sobre la base de una división de roles económicos que se modifican (el varón ya no es
el sostén económico, la mujer trabaja más horas o empieza a buscar trabajo).

En esos términos, los conflictos familiares que desencadena el desempleo pueden ser enfocados desde una
perspectiva de género, cuando en muchas de nuestras familias, la división del trabajo al interior del hogar
comienza a ser cuestionada por las mujeres, y en muchos casos, por los hijos.

En lo que se refiere a los cambios en los roles económicos de las mujeres vimos que existen diferencias en la
situación de aquellas mujeres que ya tenían un empleo remunerado y se vuelven principal sostén económico
del hogar a partir de la desocupación del jefe; las jefas de hogar en situación de pobreza que han transitado
siempre situaciones de mucha inestabilidad laboral y que quedan desocupadas con la disminución de las
oportunidades de empleo y aquellas mujeres que no tenían empleo remunerado y empiezan a buscar trabajo
a partir de la emergencia de la desocupación del varón. Vimos que los cuestionamientos de estas mujeres
son diferentes y particularmente, remarcamos el alto grado de vulnerabilidad social y privación que deben
enfrentar las jefas de hogar sin compañero, con hijos pequeños y que ya no pueden resolver la subsistencia
mediante la realización de trabajos esporádicos.

Por último hemos visto que se producen cambios importantes en los arreglos familiares a partir del cambio
en los roles económicos de varones y mujeres. En este caso, hemos registrado nuevas e inéditas formas de
organizar la convivencia donde varones y mujeres ocupan un lugar distinto al que tenían con anterioridad:
subdivisión de la vivienda, cambios en la administración del presupuesto y -en algunos casos- una nueva
división del trabajo en el hogar donde el varón empieza a asumir las responsabilidades domésticas.

Todo ello plantea una heterogeneidad de situaciones que vale la pena considerar en la discusión relativa a
los cambios que se producen en la reasignación de roles al interior de la familia en contextos de asunción de
nuevas responsabilidades por parte de las mujeres.

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