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La muerte de El Quijote; la muerte de Cervantes


Cultura
23 Abr 2016 - 11:53 AM
José Luis Garcés González / Especial para El Espectador
Hace 400 años murió Miguel de Cervantes Saavedra. Así fue su agonía y su testamento.

El Quijote, acompañado por su fiel Sancho, tiene su versión inglesa en Falstaff, el caballero andante de Shakespeare, que tiene
poco de heroico y mucho de bufón y pícaro.

1:
Como se sabe, don Quijote se retira de la caballería y luego muere, por cumplirle la palabra
empeñada al bachiller Sansón Carrasco, para las lides de fierros llamado el Caballero de la Blanca
Luna, quien lo había vencido en las playas de Barcelona. El precio de su derrota era abandonar por
un año sus andanzas de caballero, cuyo descansar era el pelear, y retornar a su aldea a recuperar su
hacienda y a cuidar de su alma. Como hidalgo debía cumplir el compromiso asumido; como
español de la época debía proteger su honra.

Sin embargo, la muerte del escritor y la de su personaje difieren en circunstancias. El ilustre lector
sabrá hallar las diferencias. Recordemos, entonces, el fallecimiento del hombre de la Triste Figura.
El fin físico de don Quijote, ya vencido y de regreso a su pueblo y a su casa, comenzó con una
calentura que le demoró seis días. Lo visitaban o lo acompañaban el cura, el bachiller, el barbero, y,
lógico, Sancho Panza. Al verlo melancólico, para estimularle su recuperación, sus amigos le
recordaron que tenía el compromiso de volverse pastor, pero ningún efecto surtió eso. Carrasco le
dijo que ya tenía comprados dos perros, Barcino y Butrón, para ayudar a cuidar el ganado, pero
nada de eso lo sacó de su depresión. Inclusive, le comentó que ya le había compuesto una égloga
para celebrar su nueva vida pastoril, pero todo fue inútil.

Estaba nuestro personaje metido en el charco sin fondo de una enorme tristeza.

Vino el médico, lo observó, le calibró el pulso y diagnosticó que era menester atender “la salud de
su alma, porque la del cuerpo corría peligro”. Don Quijote escuchó todo sin alterar su ánimo. Pidió
que lo dejaran dormir y durmió seis horas corridas. Cuando se despertó lo primero que hizo fue
hablar mal de los libros de caballería. No dejó a ninguno ileso. A todos los presentes les sorprendió
ese inesperado viraje. Se creyó lúcido y se lamentó no haberse dado cuenta antes “de sus disparates
y de sus embelecos”.

Frente al cura, el bachiller y el barbero, después de aceptar que ya no se sentía don Quijote sino
Alonso Quijano el Bueno y de declararse enemigo de Amadís de Gaula “y de toda la infinita
caterva de su linaje”, anuncia que desea confesarse y hacer su testamento. Cuando los tres amigos
le escucharon pronunciar ese rechazo tan contundente, creyeron que le había entrado un nuevo
rapto de locura y expresaron algunas burlas soterradas.

Don Quijote se mantuvo en sus quince, o en sus trece, que de ambas maneras vale.

Se confesó con el sacerdote que estaba en el recinto y luego solicitó la presencia de un escribano,
quien fue traído por el bachiller Sansón Carrasco, su vencedor. En el testamento ordenó pagar todas
sus deudas, y que si algo quedare se le diera a Sancho Panza; también le pidió perdón por hacerlo
caer “en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo”. Sancho le
ruega que no se muera y le da las excusas por haberle cinchado mal a Rocinante, lo cual permitió
que lo derribara tan fácilmente el Caballero de la Blanca Luna. Don Quijote señala que le deja la
hacienda a su sobrina Antonia Quijana, y ordena pagarle el salario al ama, que por tanto tiempo le
ha servido y le agrega 20 ducados para un traje. Advierte en el documento que si la sobrina llega a
casarse con un hombre al que le gustaren los libros de caballerías, perdería de inmediato la herencia
que le había dejado, la cual sería entregada a obras de caridad.

Suplicó al cura y al bachiller, que eran sus albaceas, que si lograban conocer al autor de la falsa
segunda parte de El Quijote, le dijeran que perdonara la oportunidad que él le dio para que el
apócrifo autor escribiera los disparates que en ella se encuentran.

Pasaron tres días después de haber dictado el testamento. Don Quijote se desmayaba con
frecuencia. Su pabilo se fue apagando, hasta que todo fue oscuridad para la vida. Pero la sobrina, el
ama y Sancho Panza sentían un toque de alegría porque en algo los favorecía la muerte del
legendario personaje.

El escribano, que estaba presente en el día postrero, cavilaba sobre el hecho insólito de que un
caballero andante muriera con tanta tranquilidad en su lecho de enfermo, lo cual nunca se había
visto o leído en los libros de ese género. Hasta en eso fue singular el Caballero de los Leones. Vea
usted: venir a morir de melancolía.

Dadas las circunstancias, el bachiller Sansón Carrasco escribió unos sentidos versos que sirvieron
de epitafio. Estos son:

Yace aquí el hidalgo fuerte


que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte
Tuvo a todo el mundo en poco,
que el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco

Casi trescientos años después, Rubén Darío lo festeja e invoca en un largo poema titulado Letanía
de nuestro señor don Quijote, cuya última estrofa dice: “Ora por nosotros, señor de los tristes,/ que
de fuerzas alientas y de ensueños vistes,/ coronado de áureo yelmo de ilusión;/ que nadie ha podido
vencer todavía,/ por la adarga al brazo, toda fantasía,/ y la lanza en ristre, toda corazón”.

2:
En otra dimensión humana, cuando empieza 1616 Miguel de Cervantes adquiere la conciencia
nítida de que pronto va a morir. Ya salió el segundo tomo de El Quijote, aunque desde la escritura
de los últimos capítulos del magno libro, experimentaba una irresistible debilidad y una
inmodificable hinchazón en ciertas partes de su cuerpo. Ya dejó estructurado Los trabajos de
Persiles y Sigismunda, su obra póstuma. Tuvo entonces la precaución de solicitar su admisión a los
Terciarios de San Francisco, con lo cual se evitaría pagar los gastos de su entierro. Sufría de lo que
se cree era una hidropesía. Fantasioso para su escritura pero realista para sus males, Cervantes sabía
que su enfermedad era terminal. Veía cómo se hinchaban su abdomen, sus extremidades, su cuello,
y sentía que esa falsa obesidad le oprimía los riñones y el corazón y no lo dejaba respirar con
normalidad. La hidropesía, según las enciclopedias médicas, no es en sí una enfermedad sino el
reflejo o la consecuencia de patologías renales, cardíacas, diabéticas o del sistema circulatorio.

Vale recordar que de hidropesía murieron, entre otros, Heráclito de Éfeso, el filósofo, en el 478 a.
C.; Honorio, emperador romano, en el 423 a. C.; Casandro, rey de Macedonia, en el 297 a. C.; y
Manuel Belgrano, el creador de la bandera argentina, en 1820.

Ahora estamos en abril 18 de 1616, en Madrid. Ya el cura Martínez Marsilla había llegado para su
visita postrera a Cervantes. El sacerdote era un viejo conocido de la familia, pues otra cosa no
puede decirse de quien había asistido a las muertes de las dos hermanas del escritor. Hombre de la
funebria era bien recibido, y bien temido, en esa casa. El religioso se acercó al lecho del enfermo y
sacando los santos óleos empezó a untarlo en los pies, en las rodillas, en las manos y en la frente
del enfermo. Solicita el arrepentimiento del moribundo, quien hace un gesto con la cabeza; luego
de un lapso, comienza a rezar la Oración del Buen Morir. El novelista, en su camastro, escucha
todo con los ojos cerrados. No está muerto. Está resignado. El cura, creyendo que ya acabó esa
vida, se retira de la casa cervantina situada en la Calle de los Leones.

No obstante, Cervantes está consciente, y tiene deseos de hacer una carta y principia a escribirla. Su
destinatario: el Conde de Lemos, ese noble cuasi indiferente, a quien él le había dedicado la
segunda parte de El Quijote. Que se sepa, nunca el susodicho Conde le respondió o hizo en ese
momento un gesto para ayudarlo. Cervantes le planteaba en la misiva su situación económica, que
no era boyante, e insistía en sus deseos de que se le hicieran méritos a su trabajo de literato, que ya
había traspasado las fronteras de su patria. En la España de la época era norma que casi todos los
escritores se postraran ante los poderosos, además de solicitar el permiso al rey para publicar sus
libros. La clase dominante, toda parasitaria, siempre se creía de mayor linaje que los poetas o los
artistas. Con ellos, inicialmente, un gesto de desdén era lo usual. Cervantes, en sus cartas o
dedicatorias, ofrece casi siempre besarle los pies al Conde, que a la sazón se hallaba en Nápoles.

Es viernes 22 de abril de 1616, en Madrid. Cervantes está en las últimas y espera con ahínco la
llegada de su hijastra Isabel, a la cual le profesaba comprobado afecto. Lo rodean su esposa,
Catalina Salazar, y una sobrina. Pregunta por la ausente y le responden que está en camino.
Cervantes le concede a su mujer una mirada triste. El enfermo respira con dificultad. Cada vez con
más dificultad. Y se va quedando. Se va yendo. Su pecho no se mueve. Su respiración escasea. Solo
persiste una débil línea en los ojos entrecerrados. Ya no respira. Es la muerte.

Su cadáver fue inhumado en la iglesia de las Trinitarias descalzas, ubicada en la esquina de la Calle
de Cantarranas. En el ataúd llevaba puesto su hábito de franciscano y el perfil de su nariz se
acusaba acentuado. Ninguna autoridad de jerarquía estuvo en su entierro, ninguno de los destacados
portaliras de España escribió, en ese trance, una elegía a su nombre. Al parecer, en ese instante, a
muy pocos le dolió su muerte. No tuvo siquiera un hijo que le lanzara en torno a su mortaja un
aullido lastimero.

Pero también en este final hay algo de paradójico. Veamos. Cervantes fallece en su casa de la Calle
de los Leones y es enterrado en la esquina de la Calle de Cantarranas, que hoy se llama Calle Lope
de Vega, quien fue su contradictor más enconado; y el Museo Lope de Vega está situado algo más
abajo de la que hoy se llama Calle de Cervantes. Ni el escritor ni el dramaturgo pudieron imaginar
que la muerte los aproximaría tanto.

3:
La muerte del personaje y la muerte del escritor, como ha detectado el avisado lector, tienen sus
diferencias que, a vuelo de desorden de pájaro, pueden empezar por la muerte consciente en la
persona y la recuperación de la cordura en el personaje; también es viable incluir la causa de la
muerte en ambos, la elaboración del testamento, la incomprensión de sus contemporáneos, la
presencia continua de la soledad (mencionada con claridad por don Julián Marías), el desbarajuste
en don Quijote y el pragmatismo en Cervantes, hasta llegar a desembocar en la flacidez económica
y el ahorro en los gastos mortuorios. Con seguridad habrá muchas otras, pero mencionar estas
bastan para empezar a establecer las disyunturas.

* Coordinador de El Túnel, de Montería, Colombia. Cuentos suyos han sido traducidos al eslovaco,
al inglés, al francés y al alemán. Su libro más reciente, Tanto mar en las entrañas, se presentó en
Bogotá en la Feria del Libro 2016. Catedrático de la Universidad de Córdoba.
E.: jlgarces2@yahoo.es

La Muerte de Don Quijote


ADOLFO DE FRANCISCO ZEA, M.D

“WHEN A MAN´S LIFE IS OVER, IT REMAINS TRUE THAT HE HAS LIVED; IT REMAINS
TRUE THAT HE HAS BEEN ONE SORT OF MAN AND NOT ANOTHER. IN THE INFINITE
MOSAIC OF HISTORY THAT BIT HAS ITS UNFADING COLOUR AND ITS PERPETUAL
FUNCTION AND EFFECT”.

GEORGE SANTAYANA, en “Realms of Being”,1942

I
En los últimos capítulos de la segunda parte de El Quijote, Cide Hamete Benengeli, el historiador
morisco que se inventó Cervantes para narrar las andanzas y peripecias de Don Quijote, relata el
regreso a su aldea del ingenioso caballero y de Sancho Panza, su fiel escudero. Don Quijote había
sido vencido en la playa de Barcelona por el Caballero de la Blanca Luna, que no era otro que el
bachiller Sansón Carrasco armado de punta en blanco y cabalgando sobre brioso corcel, y provisto
de reluciente armadura, yelmo y víscera, lanza y espada y una flamante adarga o escudo de cuero
en el que estaba dibujada la luna que le daba su nombre.

Sansón Carrasco, que en ocasión anterior se había hecho pasar por el Caballero del Bosque (Quijote
I, 24), y había sido derribado y vencido por el ingenioso hidalgo, admiró en Don Quijote su noble
empeño de proclamar “la fama de la fermosura de la señora Dulcinea del Toboso”; y al derrotarlo
en ese nuevo encuentro, le impuso como penitencia obligatoria volver a su aldea y retirarse del
ejercicio de las armas durante un año, tiempo en el cual, pensaba el bachiller que Don Quijote
habría de recobrar completamente la razón perdida. Sansón Carrasco no comprendía, por supuesto,
que con el castigo que le infligía a Don Quijote al imponerle una condena tan dolorosa como inútil,
se hacía responsable del empeoramiento de los trastornos de la mente del caballero andante y lo
sentenciaba involuntariamente a morir de tristeza y de melancolía.

Don Quijote regresó a su aldea con “la pesadumbre de verse vencido” y de no haber podido realizar
su infinito anhelo de ver libre a su señora Dulcinea del maligno encantamiento en el que se
encontraba. Y a poco tiempo de llegar a su casa y entrar nuevamente en contacto con el ama, la
sobrina, el cura y el barbero, recuperó rápidamente la razón. Transformado de nuevo en Alonso
Quijano, aquel hidalgo a quien sus vecinos habían dado el afectuoso apelativo de “el Bueno”, tomó
conciencia de estar otra vez en posesión de un “juicio libre y claro”; se dolió de las “sombras
caliginosas de la ignorancia” con que nublaron su entendimiento las lecturas continuas de los
“detestables libros de caballerías”, y lamentó no haber dedicado sus tiempos anteriores a la lectura
de otros más provechosos, “que sean luz del alma” (Quijote II, 74).

Algún tiempo después, al sentirse ya próximo a la muerte y consecuente con los principios que
había adoptado al hacerse caballero andante, el hidalgo manchego continuó manteniendo
inconmovibles e invariables los valores éticos, estéticos y sociales del espíritu caballeresco que
siempre, cuerdo o loco, fueron su mejor blasón y el motivo y el norte de todos sus actos.

Don Quijote explicó con mesura y serenidad a su sobrina y las gentes de su entorno las razones que
motivaron su regreso a la aldea. Sus amigos, un tanto dudosos al comienzo, aceptaron sus
explicaciones pero advirtieron bien pronto que el noble hidalgo se hallaba seriamente enfermo, más
del espíritu que del cuerpo, y que habría de morir en corto tiempo. Una de las razones que les llevó
a pensar de esa manera fue el hecho de que hubiera pasado con tanta facilidad de loco a cuerdo.

Don Quijote añadió a sus palabras iniciales otras muchas que terminaron por disipar todas las
dudas, y logró que sus familiares y vecinos estuvieran plenamente seguros de que había recuperado
la cordura. El hidalgo terminó su parlamento diciendo con añoranza y tristeza: “Señores, vámonos
poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo:
fui Don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con
vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía”
(Quijote II, 74).

Con esas nobles y dolidas palabras, al decir de José Rubio Barcia (1989), Don Quijote aludía a que
en su situación presente ya no existían los mismos estímulos de otras épocas; que había llegado el
momento de que otros ocuparan con visiones y sentimientos nuevos los espacios que en adelante
quedaban vacíos con su ausencia. Expresaba además en esa forma, la honda melancolía que le
conducía inevitablemente al arrepentimiento por sus actos pasados y le impulsaba a recuperar el
afecto de los demás que creía perdido.

Un médico, de cuyo nombre Cervantes no hizo mención alguna, pensó que “las melancolías y
desabrimientos le acababan” y que se encontraba en verdad al borde de la muerte. Con tranquilidad
y firmeza, Don Quijote requirió la presencia de un confesor para ponerse en paz con Dios y de un
escribano para dictar su última voluntad que le habría de dejar en paz con los hombres.

Sancho Panza, que se mantenía al pie del lecho del enfermo y quería evitar que su amo cometiera la
locura de dejarse morir, dijo entonces en magnífica súplica :“Ay señor, no se muera vuesa merced,
señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un
hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben
que las de la melancolía. Mire, no sea perezoso, levántese de esa cama y vámonos al campo
vestidos de pastores como tenemos concertado; quizás tras una mata hallemos a la señora doña
Dulcinea desencantada”; y añadió con generosidad: “Si es que se muere de pesar de verse vencido,
écheme a mí la culpa diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto
más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos
caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana” (Quijote II, 74).

Haciendo oídos sordos a las palabras llenas de afecto y de lealtad de su escudero, Don Quijote
procedió a dictar su testamento. Ya no creía necesario como lo había pensado antes dedicarse a los
quehaceres del campo como Quijotiz, el pastor de ovejas, mientras transcurría el año de castigo que
le había impuesto con crueldad infinita el Caballero de la Blanca Luna. Y sus amigos, persuadidos
como estaban de su regreso a la cordura, dejaron de cavilar sobre otras formas de desvaríos y
locuras que pudieran de nuevo afectarle, como la de cuidar rebaños de ovejas, ocupación que
aunque más discreta que la de caballero andante no dejaba de ser otra locura.

“Cerró con esto el testamento”, dice Cide Hamete Benengeli, “y tomándole un desmayo se tendió
de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en los tres días que
vivió después…., se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía
la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa
en el heredero la memoria de la pena” (Quijote II, 74).

En los días anteriores a los penosos acontecimientos del final de la vida del ingenioso hidalgo, el
bachiller Carrasco había relatado al virrey de Cataluña, don Antonio Moreno, la intención que
había tenido en asocio del licenciado Pero Pérez, que así se llamaba el cura, y de maese Nicolás, el
barbero, de obligarle a volver a su casa para buscar la recuperación de la salud de su cuerpo y de su
espíritu. Y le había contado la forma maliciosa cómo había simulado ser el Caballero que por
medio de argucias y perversa sutileza le había desafiado a singular combate, y le había derrotado,
“por obra de encantamiento”, según Sancho.

De acuerdo al relato del narrador morisco, Don Quijote, molido y aturdido, sin alzar su víscera, con
voz debilitada y enferma como si hablara desde el interior de una tumba, se dirigió tristemente al
Caballero de la Blanca Luna para decirle: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del
mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta
verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra” (Quijote II,
65).

Al escuchar atento el inesperado relato del bachiller, don Antonio, sincero y conmovido, le habló
así: “Oh señor: Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver
cuerdo al más gracioso loco que hay en él. ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que
causa la cordura de Don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos?…. Si no fuese
contra caridad, diría que nunca sane Don Quijote, porque con su salud no solamente perdemos sus
gracias sino las de Sancho Panza, su escudero, que cualquiera de ellas puede alegrar a la misma
melancolía….” (Quijote II, 65).

Muere Alonso Quijano pasados sus cincuenta años en pleno uso de sus facultades mentales. El
extraño extravío que había padecido mientras estuvo transformado en Don Quijote, se había
desvanecido del todo, y la lucidez de sus últimos días no mostraba vestigio alguno de sus antiguos
delirios de caballero andante. Como Don Quijote, su alter ego, había logrado conducir con orgullo
la parte trashumante de su vida: una existencia gobernada de manera invariable por el noble y
generoso espíritu que había adoptado como norma de conducta exaltando los ideales caballerescos
que orientaron sus actos, no sólo en los momentos de felicidad y bienandanza sino también en los
de pesadumbre e infortunio.

Cuando se trataba de deshacer entuertos, remediar agravios, proteger viudas y socorrer huérfanos
abandonados como indiscutible y auténtico adalid de la justicia, Don Quijote no había vacilado un
instante en calzar sus espuelas, embrazar su adarga, ceñir la espada y empuñar su lanza para
lanzarse a lomo de Rocinante en pos del cumplimiento pleno de sus propósitos, de sus obligaciones
de caballero andante y de sus sueños.

Mas al sentirse impedido para continuar encarnando los elevados fines de la caballería andante,
cesaban inevitablemente los impulsos vitales que le habían sostenido; tan sólo le quedaba como
último recurso el regreso a su aldea a cumplir el indigno castigo que le había sido impuesto y
terminar su existencia en la tranquila paz de Alonso Quijano, humilladas ciertamente sus banderas
en la atmósfera fría del sentido común.

Al aproximarse la muerte, aquellos que se habían sosegado y se sentían tranquilos de verle


recuperado del extraño mal que le había llevado a convertirse en caballero de otras épocas,
pretendían sin embargo revivirlo dirigiéndose a él como si aún fuera Don Quijote de La Mancha, el
Caballero de la Triste Figura, lo que irónicamente no hacía otra cosa que aumentar su tristeza y su
melancolía: “¡Ahora, señor Don Quijote, que tenemos nueva de que está desencantada la señora
Dulcinea, le dice el bachiller tal vez con picardía, sale vuestra merced con eso? Y ahora que
estamos tan a pique de ser pastores para pasar cantando la vida, quiere vuesa merced hacerse
ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos” (Quijote II, 74). Y Sancho Panza,
haciendo coro a las palabras del bachiller Carrasco, se empeñaba también en hacerle vivir por más
que fuera loco.

“Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa”, dice resignado y contrito Alonso Quijano
al final de sus días. “Tras el vencimiento y la desilusión, dice Jorge Guillén (1989), Don Quijote
muere para que renazca Alonso Quijano. Pero Alonso Quijano no dura mucho tiempo. Sesudo,
cristiano, arrepentido, condena sus errores, pide perdón, hace testamento, cumple con sus deberes
religiosos y se acaba”. Con el trágico giro de su vida sin tacha muere el noble hidalgo con el alma
plenamente serena; muere el actor de un drama existencial, que se deja morir porque no quiere
vivir. Y con su muerte, se desvanece del teatro de la vida y se extingue también la figura de Don
Quijote de la Mancha.

Después de la muerte de Alonso Quijano y de su alter ego Don Quijote, sólo queda el silencio:
aquel “maravilloso silencio” de que hablara Cervantes algunas pocas veces y al que se refirió Kafka
para afirmar que algunos hombres pueden sobrevivir al canto de las sirenas pero ninguno a su
silencio.

En el pensamiento de Fernando Savater (1989), Don Quijote se muere “cuando deja de ser
caballero andante, cuando se resigna a la muerte, cuando vuelve a ser don Alonso Quijano”. La
desaparición del mundo fantástico de ilusiones y sentimientos del hidalgo y el aniquilamiento de su
realidad interior. sólo podían conducirle a su propia extinción como persona, extinción impregnada
de severa tristeza, inmensa soledad y nostalgia de los tiempos de caballero andante que había
vivido con ardor, con honestidad y con altura.

Al terminar el periplo vital de Don Quijote y al desaparecer también de la escena Sancho Panza, se
cumple definitivamente la parábola vital de esos dos auténticos arquetipos humanos. Pero a
diferencia del personaje de la Sonata de Otoño de don Ramón de Valle Inclán (1938), que “lloró
como un dios antiguo cuando se extingue su culto”, Don Quijote asume a partir de su muerte su
destino final: la inmortalidad, reservada solamente a aquellos que han tenido el privilegio de ser en
sus vidas héroes o santos.
Sobre la muerte de/en
Don Quijote
de la Mancha

Miguel Correa Mujica (*)

"El truco cervantino consiste en que Don Quijote


no es el que muere en Alonso Quijano,
sino éste, a menos que traslademos el hecho
real de la muerte a la muerte de una metáfora"
Fernando Rielo (Teoría del Quijote, 158)

Cervantes y su época

Mucho se ha escrito sobre la posición de Cervantes en vida y obra con respecto a la iglesia y a las
ideas religiosas de su época. Sin embargo, la gran mayoría de los críticos concluyen que, en efecto,
Cervantes no transgredió explícita o abiertamente los rígidos parámetros establecidos por el
Concilio de Trento. En su libro Pensamiento de Cervantes, Américo Castro afirma que "Cervantes
no se propuso exponer un sistema de ideas favorables o adversas a la teología católica" (245). En
párrafo aparte, continúa diciendo Castro que Cervantes fue "un gran disimulador, que cubrió de
ironía y habilidad opiniones e ideas contrarias a las usuales" (245). Y aunque estamos mayormente
de acuerdo con Castro y con otros críticos que sustentan similares posiciones, no podemos dejar de
comentar que la actitud de Cervantes no pudo haber sido de ninguna otra manera (al menos se
tratara de un caso de manicomio) pues el autor vivía en un lugar y en una época donde oficialmente
existía (y funcionaba) algo monstruoso que se llamaba la inquisición. No debemos pasar por alto el
hecho de que, a mediados del siglo XVI, se inicia en Europa una gran ofensiva de la iglesia católica
contra el ideal erasmista, del cual Cervantes es un comprobado admirador y seguidor. Esa ofensiva
se arraigó en España con más fuerza que en ninguno de los demás países católicos. Sus estragos se
dejaron ver hasta bien entrado el siglo XVII.

En ese período, todo intelectual, artista, científico o sencillamente cualquier ser humano que
profesara (expusiera o desplegara) no sólo un sistema de valores sino una expresión, una idea, un
punto de vista contrario a los enunciados de la iglesia, podía convertirse, sin mayores trámites, en
un candidato a la hoguera. Confesamos que, incluso en la actualidad, semejante daga colgando
peligrosamente sobre nuestras cabezas y nuestras vidas sería suficiente pretexto para ni siquiera dar
los buenos días. Y sin embargo, y a pesar de ello, y justo dentro de la quemazón, Cervantes escribió
no uno sino dos tomos de una obra que podía prestarse a confusiones o por lo menos a distintas
interpretaciones. Consideramos que la función primordial de un novelista lúcido, como lo fue
Cervantes, es la de escribir bien; acaso también le corresponda la tarea de echar un poco de luz,
aquí y allá, sobe algunos de los problemas del hombre y de su tragedia. Pero un escritor no tiene
que ser un mártir ni uno de esos bulliciosos héroes nacionales que plagan nuestro siglo, dispuestos
a ofrecer cabezas y vidas a cambio de una agenda social determinada. Pero si además Cervantes
cubrió hábilmente su mensaje, como nos dice Américo Castro en el libro arriba citado, entonces la
importancia de este autor se torna indudablemente superior.

La muerte y el olvido como recursos literarios

Estamos de acuerdo en que la muerte de los personajes en muchas obras de ficción es un recurso
ideal con que el autor de ficción cuenta para eliminar o hacer callar a personajes que cumplieron ya
su acometido dentro de la obra y cuya permanencia en el texto sería en detrimento de la obra misma
cuando no un cabo suelto que restaría puntos a la estructura, calidad y hasta a la maestría literaria
del autor. La muerte del personaje puede tener muchos y variados propósitos pero uno de los más
evidentes es el de que el personaje desaparezca. Cervantes hace uso de este recurso con la muerte
de Grisóstomo y Don Quijote aunque ambas muertes tienen intenciones literarias y extra-literarias
distintas.
Hemos encontrado un interesante artículo escrito por José Fernández de Cano y Martín en el
Boletín de la Sociedad Cervantes de América, titulado "La destrucción del personaje en la obra
cervantina: andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza", en el que el crítico
rebate la idea sustentada por numerosos cervantistas sobre un personaje que Cervantes menciona al
principio de la novela, el mozo de campo y plaza, y que supuestamente Cervantes se olvida de él.
Martín de Riquer en su libro El Quijote afirma que "Este mozo no vuelve a ser mencionado en el
resto de la novela; tal vez porque Cervantes se olvidó de él" (Cano y Martín, 95) Según Cano y
Martín, el personaje desaparece de la obra pero no así "su ausencia" (95). Nos parecen
extremadamente subjetivas las ideas que expone Cano y Martín sobre las razones que pudo tener
Cervantes para no olvidarse (énfasis mío) del personaje. Según Cano y Martín, el propósito de
Cervantes era el de dar la idea de concupiscencia entre el mozo, la ama de llave y la sobrina,
quienes permanecieron en la hacienda de Alonso Quijano cuando éste se marcha con Sancho en
busca de aventuras caballerescas. Pero el texto físico de la obra ni siquiera sugiere que algo
semejante pueda estar sucediendo en la hacienda de Don Quijote por lo que rechazamos la teoría
expuesta por Cano y Martín y abrazamos la de Riquer y otros muchos cervantistas: el autor también
se vale del olvido para eliminar personajes secundarios.

Muerte de Grisóstomo

No son muchos los personajes significativos que Cervantes hace morir en su obra cumbre El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (Don Quijote, a partir de este momento). Haremos un
análisis de la muerte de Grisóstomo, en la primera parte, para compararla con la más ilustre de
todas las muertes, la del propio Don Quijote, en la segunda. A todas luces se ve que las dos muertes
en cuestión (y a las que Cervantes dedica tiempo narrativo) le sirven de trampolín al autor para
lograr otros propósitos, o sea, para abarcar temas generados a partir de la desaparición de
determinado personaje.

Grisóstomo muere de amor, literalmente hablando, al no ser correspondido amorosamente por la


pastora Marcela. Su muerte, en cambio, genera el discurso de Marcela, personaje femenino que se
niega a aceptar la responsabilidad por la muerte de Grisóstomo. Su discurso es una encendida y
apasionada defensa en favor de la liberación de la mujer, algo que en la actualidad podría tener un
equivalente en el vocablo feminismo, hoy día muy en boga. Escuchemos lo que dice Marcela al
respecto:

"Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;
mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a
quien le ama" (Cervantes, 75)

Que un personaje femenino se exprese de este modo en la España del siglo XVI, donde la mujer no
era sino una sombra casi inexistente del hombre, es ya para ponernos a reflexionar sobre las
intenciones de este autor. Marcela concluye que Grisóstomo se habrá muerto pero no porque ella
tuviera algo que ver en ello y rechaza de lleno todo intento por culparla. Marcela es uno de los
personajes femeninos más liberadores dentro de la novela. Ella, como todo ser auténtico e
independiente, parece decirnos que entre los planes que tenía con su vida no figuraba la vida del
difunto Grisóstomo. Y si éste se murió porque ella no le correspondió, ése es única y
exclusivamente su problema. La fuerza del discurso de Marcela sorprende incluso al lector del siglo
XX. En época de Cervantes imaginamos que estas palabras hubieran producido una violenta
sacudida.

Muerte de Don Quijote

La muerte de Don Quijote es tratada por Cervantes en la novela con intenciones completamente
diferentes. Alonso Quijano muere confesado y sin grandes aspavientos y sin mucho ritual religioso.
Su muerte es menos trágica que las promedio. Es evidente que se trata de una muerte de
trascendencia literaria pero su importancia cae de lleno en otros planos. Literariamente hablando no
creemos que las intenciones del autor al hacer morir a Quijano sean tan sólo las de inmortalizar a su
personaje sino también la de hacerlo irrepetible para otros escritores epigonales, quienes,
valiéndose de los plagios más burdos, ya empezaban a copiar la suprema creación de Cervantes: sus
personajes humanizados. Pero entremos en un estudio más detallado no sólo de la muerte de Don
Quijote sino de las razones y circunstancias que la rodearon.
Un viaje hacia la muerte

Algo que nos ha llamado poderosamente la atención desde el comienzo de esta novela, desde que
Don Quijote sale por vez primera en busca de aventuras gallardas o caballerescas, lo ha sido la
naturaleza violenta de los encuentros armados que Don Quijote sostiene con los enemigos que a su
paso se encuentra. Don Quijote sale casi siempre tan físicamente maltratado de esos encuentros
bélicos que el lector no se imagina cómo puede el personaje reponerse de esas golpizas brutales tan
fácilmente. Y lo que es más doloroso: que Don Quijote no aprenda del dolor padecido lo que
implica lanzarse con su lanza contra los múltiples desafíos. Veamos qué ocurre a Don Quijote en el
famoso encuentro con los molinos de viento:

"(...) y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la
volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al
caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo (...) Y, ayudándole a levantar (Sancho),
tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba" (I, VIII)

No requiere grandes explicaciones concluir que Don Quijote salió molido de esta embestida contra
los molinos de viento. Sin embargo, pocas líneas más abajo, Don Quijote se incorpora y prosigue el
camino con su escudero rumbo al Puerto Lápice, como si no le hubiese ocurrido nada, lugar este
donde Don Quijote asegura que tendrá nuevas y más gratificantes aventuras. Los ejemplos son
variadísimos y múltiples. Las golpizas y magullamientos no detienen a nuestro héroe ni lo hacen
flaquear en sus andanzas. Incluso más: apenas sí los siente. En su ensayo "Esplendor y miseria de la
imaginación", el crítico Eduardo Camacho afirma que Cervantes fue no sólo excesivamente cruel
con Don Quijote sino también sádico (énfasis mío) al propiciarle a su personaje todo tipo de
golpizas y moleduras físicas que lo dejaban casi siempre al borde la muerte. Estamos en rotundo
desacuerdo con Eduardo Camacho en lo que a este planteamiento se refiere. Don Quijote forja su
personalidad precisamente como resultado de esas batallas de las que sale tan mal parado. Pero
creemos más bien que el personaje se repone con tanta facilidad de tales golpizas porque Don
Quijote es en realidad una creación mágica que, al igual que los comics de la pantalla
norteamericana o como los personajes de las novelas del realismo mágico latinoamericano de
nuestros días, puede ser desmembrado, descuartizado y hasta aniquilado para resurgir después con
nuevos bríos o con nuevas vivencias. No nos podemos substraer a la tentación de mencionar el
mismísimo Nuevo Testamento, en el que Cristo es ejecutado en la cruz para resucitar después,
iniciándose con ese acto mágico y místico la cristianización real de todo el mundo occidental. No
vemos sadismo en el tratamiento que Cervantes da a Don Quijote en la novela sino magia. Sin
embargo, sí consideramos que el derrotero violento, idealista y hermoso que Cervantes le asigna a
Don Quijote parece estar encaminado hacia su muerte.

Teoría de Rielo

En su excelente libro Teoría del Quijote, Fernando Rielo afirma que "La causa de la muerte que
Cervantes atribuye a Don Quijote (...), fue, en verdad, la melancolía" (167). El crítico también
sostiene la tesis de que la muerte de Don Quijote significa también la muerte de Cervantes, y de
cierto modo la muerte de España, teoría ésta interesantísima pero que desecharemos para el
presente estudio por caer esos razonamientos fuera del texto físico de la obra. Consideramos que las
implicaciones extra-literarias de la muerte del Quijote (y que no aparecen en el texto mismo) se
prestan fácilmente a interpretaciones subjetivas por lo que las mencionaremos simplemente sin
adentrarnos en ellas. Por lo demás, el estudio de Rielo nos ha sido muy útil. Nos dice Rielo que "la
muerte de Don Quijote (...) aparece rodeada de dos circunstancias que van a dar lugar a una
singular situación: la conversión de Sancho y la poesía como sacramento del arte" (171). Estamos
de pleno acuerdo con el crítico pero añadiríamos otra circunstancia que nos parece también muy
importante: la transformación de Don Quijote en Alonso Quijano. Consideramos que esa
transformación empieza a perfilarse gradual y lentamente desde el episodio de la cueva de
Montesinos hasta el momento final de la obra. Esa transformación de Don Quijote en Alonso
Quijano nos parece directamente proporcional a la quijotización de los demás personajes
secundarios. Vayamos a la obra para encontrar argumentos.

Don Quijote yace en su lecho de muerte durante seis días, presa de fiebres y desmayos. Su lucidez
mental no se ve opacada ni siquiera con el avance del deterioro físico. Lo visitan (o le acompañan)
el Cura, el Bachiller, el Barbero, Sancho, la ama de llaves y la sobrina. Don Quijote hace su
testamento, se confiesa ante el Cura y reniega de su alarmante vida pasada cuando era El Caballero
de la Triste Figura. Sancho le ruega que no se muera así, que no se deje morir de ese modo, etc.
Don Quijote admite el error de haber creído en la existencia de los hombres de caballería. Pero los
personajes se han quijotizado y necesitan de ese héroe gracias al cual ya ellos no son los mismos.
Mas nada le hace cambiar de opinión a Don Quijote, quien, consciente de sus locuras pasadas no
quiere abandonar este mundo con el estigma de loco.

Para Rielo, Don Quijote representa un ideal, una metáfora, y por lo tanto considera que quien
muere en la obra es Alonso Quijano el Bueno y no Don Quijote. Estamos de pleno acuerdo con
Rielo en cuanto a estas observaciones.

Teoría de A.G. Lo Ré

A.G. Lo Ré nos dice en su brillante ensayo "The Three deaths of Don Quixote: Comments in Favor
of the Romantic Critical Approach" que son tres las muertes de Don Quijote en la novela. La
primera, ocurrida en la primera parte de la novela (capítulo 52) cuando Don Quijote es llevado en
una jaula hasta su casa y tendido en su cama al cuidado de la sobrina y el ama de llaves. En este
capítulo se encuentra una caja que contiene pergaminos escritos en letras góticas y que mencionan
la sepultura del Quijote describiendo los elogios y epitafios que aparecen en ella. Pero la historia no
está completa y el autor continúa la narración pidiéndole a los lectores que no le den crédito a
semejantes habladurías. Esta es la primera muerte que en el texto sufre Don Quijote.

Nuestro crítico señala en su trabajo crítico que la segunda muerte de Don Quijote viene dada al
comienzo de la Segunda Parte (capítulo 24). Después de las bodas de Camacho, viene el episodio
de la cueva de Montesinos. El autor del texto, supuestamente Cide Hamete, declara que "(...) se
tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte (la de Don Quijote) dicen que se retrató della (...)"
(II, 445). Estamos de acuerdo con Lo Ré en que "Cervantes evidently had in mind here an ending in
which Don Quixote would admit to play-acting in this and perhaps in other insatances" (Lo Ré, 26).
Don Quijote mismo confirma después lo dicho por Cide Hamete aunque más tarde lo niega. Nos
parece muy acertada la observación de Lo Ré cuando nos dice en el trabajo arriba citado que "His
knight’s stance (Don Quijote’s)--his constancy, courage, wisdom, etc-- was beginning to leave no
room for falsehood or pretense" (Lo Ré, 26). Por esta misma razón creemos que Cervantes no pudo
hacer morir en este capítulo a su protagonista, porque hubiera arruinado toda la grandeza,
humanismo y belleza de su creación máxima al hacerlo quedar como un ente vacío y falso. Sin
embargo, es evidente que Cervantes pareció haber concebido su muerte.

La tercera muerte del Quijote es la verdadera, la que transcurre en el capítulo 74 de la Segunda


Parte. Según Lo Ré, Cervantes debió enterarse de la publicación del plagio del Quijote por Alonso
Fernández de Avellaneda cuando escribía el capítulo 57 de la Segunda parte (a estas conclusiones
llega el crítico al comparar las fechas en que Sancho y el Duque escriben sendas cartas). Lo Ré
afirma que el falso Don Quijote de la Avellaneda debió hacer sentir a Cervantes "appalled and hurt"
(Lo Ré, 28) no sólo por el plagio hecho a su obra sino por la vulgarización y distorsión que ha
sufrido su protagonista. Para desmentir al falso Quijote, Cervantes cambia el itinerario del viaje del
verdadero Quijote hacia Barcelona y no hacia Zaragoza como rezaba en el libro de Avellaneda. Al
morir Don Quijote, el Cura pide al escribano que de testimonio de la muerte del personaje "para
quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Berengeli le resucitase falsamente..." (II,
672).

A.G. Lo Ré afirma en su ensayo que el único error que Alonso Quijano el Bueno admite en su
lecho de muerte es el haber creído en la existencia de los héroes de caballería. Y a continuación nos
dice que Don Quijote se ha entristecido al haber descubierto que los hombres de caballería no
existían en su tiempo o que nunca existieron. En esta medida creemos que nos sigue hablando Don
Quijote y no Alonso Quijano.

Lo Ré coincide con Rielo en que la muerte de Don Quijote apunta también hacia la muerte de
Cervantes. El autor explica cómo Cervantes, tras su presidio en Argel, y tras la fría acogida en
España, se desiluciona y se amarga. Y afirma Lo Ré refiriéndose al paulatino desencanto de Don
Quijote (a su desquijotización): "(...) Don Quijote expresses doubt and confusion about what he has
been doing. Something is bothering him, it seems, because something is bothering the author"
(bastardillas mías) (Lo Ré, 27). Estamos de acuerdo con estos planteamientos en lo esencial.

Conclusiones
Cervantes siempre pensó hacer morir a su protagonista, incluso antes de la aparición del falso
Quijote de Avellaneda. La muerte de Don Quijote está rodeada de un realismo tan profundo que a
veces adquiere un tono grave. Su muerte parece más real que el personaje mismo, logrando con ello
que el personaje se revista de una convincente y nueva capa de realismo. El lector queda satisfecho
y convencido de la muerte real de este personaje de ficción. Como en el episodio de la cueva de
Montesinos, la muerte de Don Quijote agrega un nivel más a lo real dentro de la ficción, haciendo
que Don Quijote se convierta, aún más, en un personaje extraordinariamente humanizado,
extraordinariamente verosímil, o sea inmortal.

Bibliografía

Camacho, Eduardo. "Esplendor y miseria de la imaginación (En el Quijote de 1605).Anales


Cervantinos. No. XXV-XXVI (1987-1988): 102-111.

Castro, Américo. Pensamiento de Cervantes. Barcelona: Editorial Noguer, 1980.

Fernando de Cano y Martín, José Ramón. "La destrucción del personaje en la obra cervantina:
Andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza". Boletín de la Sociedad Cervantes
de América. Volumen XV, No. 1 (Primavera 1995): 94-104.

Hatzfeld, Helmut. El "Quijote" como obra de arte del lenguaje. Madrid: Gráficas Reunidas, 1972.

Lo Ré, A.G. "The three deaths of Don Quixote: Comments in Favor of the Romantic Critical
Approach". Bulletin of the Cervantes Society of America. Volume 9, No. 2 (Fall 1989): 21-41.

Madariaga, Salvador de. Guía del lector del "Quijote". Buenos Aires: Editorial Sudamericana,
1961.

Rielo, Fernando. Teoría del Quijote. Madrid: Ediciones Porrúa, 1982.

Serrano Plaja, Arturo. Realismo "mágico" en Cervantes. Madrid: Editorial Gredos, 1967.
Torrente Ballester, Gonzalo. El Quijote como juego. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1975.

(*) Miguel Correa Mujica es escritor cubano residente en Nueva York. Actualmente termina sus
estudios doctorales en la City University of New York con una tesis sobre Reinaldo Arenas.

© Miguel Correa Mujica 1999


Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero11/muerte_q.html

¿Por qué don Quijote tenía qué morir?

Por Marcela Águila Rubín

ESTE CONTENIDO FUE PUBLICADO EL 7 DE JUNIO DE 2016 11:0007 DE JUNIO DE 2016 - 11:00

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha entra a la vida eterna.

(akg-images)

Una de las más recurrentes preguntas que plantean los estudiantes de Letras Españolas en la Universidad de Berna
concierne la decisión de Miguel de Cervantes de poner fin a la vida de su personaje principal. Las respuestas, explica la
profesora Natalia Fernández, pueden ser muchas, cada uno tiene la suya. Empero, ¿podemos afirmar que “el ingenioso
hidalgo” ha muerto…?

“Al final, a 400 años (de la muerte de Cervantes) estamos hablando de don Quijote, lo que significa que la profecía de
Sancho finalmente se cumple y el Quijote sigue buscando aventuras”, analiza la catedrática. Pero si ‘el manco de
Lepanto’ decidió que la figura universal exhalara en sus páginas un último suspiro tuvo razones más bien pragmáticas:
para que nadie continuase su obra.

Natalia Fernández, doctora en Filología Hispánica.


(unibe.ch)

Recuerda la doctora Natalia FernándezEnlace externo, especialista en Literatura del Siglo de Oro español, que tras la
publicación en 1605 de la primera parte de la obra hubo un Quijote apócrifo, el de Alonso Fernández de Avellaneda.
“Eso enfadó mucho a Cervantes que lo consideró un plagio. Entonces hizo la segunda parte, que se publicó en 1615,
para cerrar un ciclo. Don Quijote muere porque tiene que morir”.

La suya es una muerte que en el plano simbólico representa la muerte de un ideal, de la ilusión, añade la profesora al
evocar la lectura más habitual de ese episodio. Sin embargo, insiste, cada uno tiene su respuesta, por lo que en el aula
invita a sus alumnos a plantearse y responder sus propias interrogantes.

Es lo que es y más aún

Entre los estudiantes de la carrera de Letras Españolas que imparte la Universidad de Berna hay jóvenes suizos,
latinoamericanos y españoles (algunos binacionales) y a Natalia Fernández le sorprende que sin ser el español una
lengua oficial de Suiza, despierte tanto interés. En 2012 y en 2015, asistió a sus cursos monográficos sobre El Quijote un
promedio de 20 muchachos, lo que no es poco en un país tan pequeño y con cuatro idiomas propios.

El plan de estudios incluyó diversas temáticas: lo que significó la novela en su tiempo en relación con los géneros
anteriores, lo que significa para la narrativa posterior, el punto de inflexión que supone para muchos la creación de la
novela moderna. Aspectos sobre la teoría literaria de Cervantes y cuestiones específicas en torno a los personajes: la
locura del Quijote, la cordura de Sancho, el papel de Dulcinea como no personaje. La idea de la ilusión y de esta frente a
la realidad.

La profesora Fernández abordó igualmente aspectos de El Quijote relacionados con el Renacimiento y la forma en que
esa creación cervantina abre las puertas al Barroco. Y, como corolario, la recepción de la novela en su época y en épocas
posteriores. Y es que, como subraya nuestra interlocutora “el Quijote, aparte de lo que es el libro en sí, es todo lo que se
ha dicho sobre él”.

Y de él se ha dicho mucho y se ha hecho mucho. A guisa de ejemplo, al triunfo de su Revolución, Cuba lanzó una edición
millonaria del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y en China es la obra básica del aprendizaje del español. La
figura del noble caballero surge de una u otra manera en las obras de escritores de todos los tiempos y todos los
confines. Y a su andar se asocian personajes de la talla del Che Guevara y del Comandante Marcos.

Cervantes y Colón
“El ‘quijotismo’, como principio, puede relacionarse con todas las experiencias utópicas que se hayan podido dar en el
mundo”. Sin embargo, previene la catedrática, “el deseo de cambiar el mundo es tan universal que se puede aplicar a
cualquier planteamiento, para bien o para mal”.

Sí, esa obra que resultó a Cervantes lo que América a Cristóbal Colón -el primero quería brillar en el teatro y sentó las
bases de la novela moderna, mientras que el segundo quería ir a las Indias y descubrió un Nuevo Mundo-, se convirtió
en una fuente universal de inspiración.

Como se suele decir -evoca la filóloga-, “si Cervantes levantara la cabeza, yo creo que quedaría abrumado. No
entendería por qué tanto lío cuando él en realidad lo que quería era ser poeta o dramaturgo y terminó triunfando en lo
que sería la novela”.

¿Y qué mensaje podríamos guardar del personaje central de esa novela?

“El Quijote tiene tantas lecturas que es difícil decantarse. Es imposible hablar de un solo mensaje porque si hubiera un
mensaje único no estaríamos hablando de un clásico”, subraya la especialista para agregar que “la gracia del clásico es
que hay muchos mensajes y ninguno es el único”.

¿Y cuál es la lectura de Natalia Fernández?

“La que más me gusta es cómo el Quijote nos enseña a enfrentarnos a la propia ilusión, a abordar los propios sueños, las
ilusiones y el componente necesario de fantasía. No es todo razón, ni lo que dicen que es. No es todo norma, no es todo
regla. Por un lado está el mundo como se supone que es. Esto es así porque nos lo han dicho, pero luego el ser humano
también tiene un componente de fantasía, de sueño, de ilusión, de utopía, que al final es lo que tiene don Quijote. Es
algo que nos habla del ser humano y nos permite comprender, porque al final de eso se trata el clásico, de que nos
ayude a comprender un poco de qué va todo esto”.

Explica que se trata de una lectura más psicológica porque “idealizar en sí mismo no es malo si sabemos cómo
gestionarlo, si no nos vuelve completamente locos. A veces es necesario idealizar cómo gestionar la desilusión, cómo
gestionar el desengaño, la frustración, que son componentes propios de la vida”.

Y a usted querido lector, ¿qué reflexiones le provoca la figura de don Quijote?


Muerte y locura en el final del Quijote

de grisoadrian el marzo 2, 2012

Borges escribió alguna vez que todo el Quijote había sido escrito para la escena final de la novela, con la muerte del
hidalgo. Incidía así en la importancia capital que tenía la decisión de cerrar las aventuras del caballero e hidalgo. En
tanto relato de aventuras y según la estructura global de la novela, el regreso a la aldea supone la vuelta al aburrimiento
y a la reducción de horizontes que precisamente da lugar a sus locas andanzas. Es un poco lo que pasa con I promessi
sposi de Manzoni: después de todas las desgracias encadenadas que tienen que sufrir Renzo y Lucía para lograr estar
juntos, cuando por fin lo consiguen se acaba el relato. Sencillamente, ya no interesa.

Ahora bien, la conclusión del Quijote no se construye ex nihilo, y puede relacionarse con tres géneros discursivos que
Cervantes combina en el alambique de su ingenio: el fenómeno de las continuaciones con el apócrifo de Avellaneda al
frente, la muerte en los libros de caballerías con el excepcional (en los dos sentidos) Tirante el Blanco, y las artes de bien
morir que se ocupaban de la experiencia espiritual y los pasos que debía seguir el moribundo en el último trance.

Sobre esto dije algo en el I Coloquio Internacional de la Sociedad Cervantina de Madrid y Editorial Academia del
Hispanismo, dedicado a «La locura en la literatura de Cervantes». El encuentro, celebrado en Madrid durante los días 29
y 30 de septiembre de 2011, acogió a un grupito de cervantistas en una sede inmejorable, la Sociedad Cervantina de
Madrid, bajo la dirección de Jesús G. Maestro y Sonia Sebastián. Sus resultados se han publicado recientemente.

Ficha completa:

Sáez, A. J., «De muerte y locura: tres acotaciones sobre el final del Quijote», en La locura en la literatura de Cervantes,
ed. J. G. Maestro y E. Urbina, Anuario de Estudios Cervantinos, 8, 2012, pp. 105-122.

Enlace al texto.

P.D. para el interesado: ya se ha convocado la segunda edición de estas reuniones. Con el título de «Cervantes y sus
enemigos», se celebrará los días 27 y 28 de septiembre de 2012 a caballo entre la Sociedad Cervantina de Madrid y la
Universidad San Pablo-CEU, toda vez que mi amigo Antonio Barnés Vázquez se ha subido al carro de la organización.

l último capítulo de don quijote

Un final como la vida misma viernes, 18 diciembre 2015


El eterno femenino de una imaginativa pintora

Don Quijote

Al final de la fantástica historia narrada en Don Quijote de la Mancha, le espera a don Quijote la muerte. Es el destino
común e inevitable que su autor, Miguel de Cervantes, pudo haber obviado para su héroe, el caballero de la esbelta
figura. Pero no. Don Quijote vuelve a ser el hombre que todos somos, y la alegoría llega entonces a su fin. Cabe recordar
que Cervantes escribe esta obra con sesenta años, en 1605. Hace casi veinte años que no publica ningún libro desde La
Galatea. Es un escritor marcado por la decepción.

Cervantes debe haber imaginado varios finales posibles para su novela. Opta sin embargo por el final que será común a
todos los mortales, el más simple, el más humano. Comenta Jorge Luis Borges que toda la obra anterior está escrita
esperando este capítulo. No es así; lo anterior es la verdadera historia, la del hombre imaginario y real que habita en
todos, la de los ideales inalcanzables, la del amor incondicional, la de los valores que son la conducta y la ética que
deben primar, el doble carácter permanente. Llegado a este punto, cabe preguntar quién no ha sido un Quijote alguna
vez en su vida. O lo es.

El Quijote no representa una burla a las novelas de caballería, ni una novela de caballería en sí misma. Detrás del velo
burlesco satírico de la obra se refleja la verdadera comedia humana. Los personajes adquieren una doble condición de
loco-cuerdo, tonto-listo, además de una permanente contraposición de vicios y virtudes en un mismo personaje. Esa
doble condición se percibe incluso en el hecho de que quienes son caracterizados de forma negativa presentan también
algún rasgo valorable. La idea subyacente, como en la vida misma, es que cada cosa tiene su haz y su envés. Las
personas y las situaciones ofrecen siempre una parte positiva y otra que no lo es tanto.
Como dice don Quijote: “No hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos”. Cervantes está hablando de
todos los seres humanos. Dirá más adelante que las conductas arquetípicas no son enteramente verdaderas: “Que no
fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero”.

Todos, alguna vez, encarnaron al Quijote utópico. Pero todos, también en algún momento de la vida, buscaron redimir
sus pecados, volver a la cordura. Esta vuelta a lo cuerdo realza el valor de toda la novela y, quizás más aún, el irrealizable
deseo de don Quijote una vez que parta: que quede su recuerdo, la efímera memoria que inexorablemente apagará el
tiempo. Y también su desgarrador anhelo: que el recuerdo que los hombres tengan de él sea el de un hombre bueno.

Al decir de Unamuno, mejor que investigar si son molinos o gigantes los que se nos muestran dañosos, seguir la voz del
corazón y arremeterlos, que toda arremetida generosa trasciende el sueño de la vida.

Al final de su vida -y de la obra- don Quijote recuerda lo que le debe a los que han estado a su lado. Es por ello que a
cada quien le deja algo en signo de gratitud y recompensa. “Andaba la casa alborotada; pero con todo comía la Sobrina,
brindaba el Alma y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de
la pena que es razón que deje el muerto”. Es posible anticipar la muerte de don Quijote en el olvido de estas personas
que, sin embargo, tanto lo quieren. No ha muerto aún, y ya lo están olvidando. Deseará el Quijote no sólo que perdure
su recuerdo sino que éste sea el del hombre justo y bondadoso que ha tratado de ser. Es que la verdadera muerte sólo
ocurre cuando el olvido es permanente.

“Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin,
especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de
la suya, llegó a su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba”

(Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Capítulo LXXIV De Cómo don Quijote cayó malo y del testamento
que hizo y su muerte).

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