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LAS ARMAS SECRETAS DE PERÓN: El torpedo Lofer, un Pulqui subacuático

Publicado por Juan José Salinas


Proyecto Lofer: la historia secreta del torpedo teleguiado que quería

Perón

Se llamó así por los apellidos de sus creadores, el ingeniero italiano Ezio Lorenzelli,

nombrado por un decreto secreto desclasificado en 2012, y el capitán Aníbal

Segismundo Fernández.

GUSTAVO SARMIENTO / TIEMPO ARGENTINO (Desde Punta Alta)

Todo comenzó por una foto. Estuvo en la casa de los Reginato durante décadas, hasta que
hace un par de años, dos de los hijos de Pablo (Daniel y Juan) volvieron a preguntarse sobre
esa escena de medio siglo atrás que figuraba retratada en un blanco y negro indeleble al
tiempo: qué era ese grupo de personas enigmáticas entre las que estaba su padre, qué era,
detrás, ese “bicho” de metal. Lo comentaron con un amigo, que derivó la imagen a Luciano
Izarra, director del Archivo Histórico Municipal (AHM) de la localidad donde sucede esta
historia, Punta Alta, al sudoeste bonaerense. Así empezaron una investigación que desentrañó
el enigma. Ese “bicho” era un torpedo teleguiado, de vanguardia a nivel mundial cuando a
principios de los ’50 quiso construirlo el gobierno de Juan Domingo Perón. Fue el “Pulqui”
de la Marina y se llamó Proyecto Lofer.
La Misión Lofer (1951-1958) fue uno de los proyectos tecnológicos navales más importantes
generados por la Argentina y también uno de los más secretos hasta hoy. Tuvo su epicentro en
la Base Naval de Puerto Belgrano, donde debía fabricarse este torpedo que se suponía era
filoguiado, pero que resultó más ambicioso: teleguiado a radiocontrol, “de avanzada
tecnología para la época”, según afirma la investigación del AHM. Inédito en la región, llegó
a tener pruebas exitosas, pero un par de años después del golpe del ’55 lo dieron de baja.
Tuvo dirección cívico-militar y su nombre de sonoridad germánica parece agregarle más
misterio al asunto, aunque en realidad tiene un origen más simple: se trata de la conjunción de
los dos apellidos que lideraron Lofer: el del ingeniero italiano Ezio Lorenzelli y el del capitán
Aníbal Segismundo Fernández.

El origen

Tanto Pulqui como Lofer quedaron como reflejo de la búsqueda del primer peronismo de
impulsar la soberanía argentina a través de la innovación tecnológica y la construcción
nacional. En junio de 1948, Lorenzelli, experto en acústica teatral, aprovechó sus vacaciones
y viajó a la Argentina por un posible contrato para la reconstrucción del Teatro de San Juan,
destruido por el terremoto. Si bien no lo logró, decidió quedarse en este país “creador de
nuevos horizontes tecnológicos”. Y en 1951 le llegó el llamado de Presidencia. Fernández lo
conocía de cuando había estado en Italia, en el ’46, como integrante de la Delegación
Argentina de Inmigración, y lo recomendó a Perón. En la entrevista que tuvieron, el pedido
fue claro: que retomara la idea del torpedo LB1 que había intentado desarrollar para Italia
durante la Segunda Guerra, y construyera uno similar teleguiado, fabricado enteramente en el
país. Para eso llegaron decenas de técnicos italianos, a los que se les sumaron otros tantos
trabajadores locales de los talleres del Arsenal naval. El grupo se instaló en la Casa 10 de la
Base. El nombramiento de Lorenzelli se concretó por decretos secretos, desclasificados recién
en 2012. Para sus viajes al exterior le otorgaron una identidad falsa, así otras potencias no lo
relacionarían con aquél ingeniero que ideó el torpedo LB1 en Italia. Pasó a llamarse Ítalo
Enrique Manzione.

El Bicho

Cuenta Izarra que los primeros planos del torpedo se bocetaron en una oficina del Ministerio
de Asuntos Técnicos, frente a la Casa Rosada. El nombre oficial era LB2 pero el grupo
empezó a llamarlo “El Bicho”. Fernández fue el encargado de armar el grupo de trabajo,
pagar los sueldos y solucionar cualquier inconveniente. Su contacto era directamente con la
Presidencia. “Ni nosotros sabíamos para qué era El Bicho”, resalta a Tiempo Cecilio Pereyra,
que trabajó en las tuberías del torpedo. Aún habla en tono reservado, como sin autorización
oficial para revelar el secreto.
Para las prácticas, Lofer utilizó Puerto Rosales, en Arroyo Pareja, de aguas profundas y
alejado de la ciudad y del mismo Arsenal. Una vez resuelto el casco del torpedo, de unos 7
metros, realizaron en 1953 las primeras pruebas colocándole un motor de avión
norteamericano NA, de mil caballos de fuerza, pero era demasiada potencia y magnitud.
Entonces pasaron a un motor de camión Ford; y Lorenzelli (“el profesor”) decidió colocarle
un péndulo compensador para darle estabilidad, una antena provisoria para sacar los gases y
le incorporó unas “alitas”.

“Cuando se cambió el motor, con caja de revolución, ya se podía trabajar y hacer montaje en
tierra”, rememora Cecilio. Decidieron someterlo a evaluación en mayo de 1954, ante una
comisión presidida por el ingeniero Oscar Quihillalt, Premio Konex en 1988. Emitieron
dictamen favorable: “Desde el punto de vista militar, puede considerarse, en su conjunto,
como un arma novedosa, de amplias posibilidades.

“Cecilio recuerda con singularidad un día de prueba: “Fuimos con la grúa, lo pusieron en
agua, se manejó por radio. En ese momento nos enteramos que estaba ocurriendo la
Revolución Libertadora, así que dejamos todo ahí y nos fuimos. Quedó hundido. Lo
recuperaron como a los 15 días, todo oxidado.

“Si bien el proyecto continuó luego del golpe de Estado, ya no fue lo mismo. Por ser uno de
los capitanes leales a Perón, Fernández quedó desafectado y pasó a retiro. El “Curriculum
Azul” de Lorenzelli manifiesta que el 20 de mayo de 1958 finalizó exitosamente la etapa de
prototipo: “Después de tres pruebas de puesta a punto autopropulsadas, fue telemandado por
más de 50 km., en mar abierto ondoso, contestando perfectamente a todas las instrucciones
transmitidas hasta su vuelta al muelle”.

Las razones

A pesar de que las pruebas habían sido exitosas, el gobierno militar dio de baja la misión en
1958 y optó por no fabricar el torpedo en serie. El encargado de clausurar Lofer fue el capitán
Benjamín Cosentino, que lo dejó asentado en su libro Testimonios de Tiempos Difíciles 1955-
1979. Admite que no vio al torpedo en acción, sino que se basó exclusivamente en el informe
elevado por Lorenzelli. Menciona “errores de concepto”, que la antena iba a permitir que
fuera visible para el enemigo, y que se tuvo “poco conocimiento de los grandes avances
alcanzados en los diez años transcurridos, en especial norteamericanos y rusos”. Parecía ser la
justificación técnica de una decisión política tomada con anterioridad. Otra teoría que se
barajó fue que si desarrollaban un producto propio, varios oficiales ingenieros perderían la
comisión que recibían al comprar un torpedo en otro país.

Cecilio Pereyra recuerda cuando en 1958 apareció de sorpresa un submarino extranjero en el


Golfo Nuevo. Hacía poco que habían dado de baja a Lofer. En lugar de reactivarlo para la
posible defensa, “decidieron traer un torpedo americano. Nunca más se hizo un torpedo
propio”.

El mito

Del “Bicho” no se supo más nada. Hay quienes dicen que el esqueleto oxidado del torpedo
estuvo tirado como chatarra durante largos años, que se lo remató, o que fue arrojado al agua.
Hoy figura como una reliquia en la foto que Ezio Lorenzelli le entregó a cada integrante del
equipo el último día de vida de Lofer, con dedicatoria de puño y letra: “A Pereyra, cirujano y
médico de todos los intestinos del bicho, de los bronquios, pulmones y tripas varias…”.

La otra dedicatoria, en el revés de la foto que disparó esta investigación, está en italiano: “A
Reginato, capaz de casi cualquier acción… mono en la grúa, pez en el agua, atleta en la tierra,
el hombre de las resoluciones difíciles, del que siempre he admirado su inteligencia y
modestia, con reconocimiento, Ezio Lorenzelli, Puerto Rosales, 21 de abril de 1958,
cumpleaños de Roma”.

Malvinas

Juan, uno de los cinco hijos de Pablo Reginato (operario de calderería en Lofer), recuerda que
su padre, había anticipado el fracaso de Malvinas. “Ningún torpedo de origen alemán
disparado desde naves argentinas dio en el blanco, mientras que entre abril y junio de 1982
hubo intentos contrarreloj de improvisar un arma propia. Ya era tarde.

Pulqui naval

Luciano Izarra, del Archivo Histórico Municipal de Punta Alta, sostiene que el desarrollo de
Lofer “es, sin duda, el equivalente naval del más famoso proyecto de la Fuerza Aérea
Argentina, el Pulqui (1947-1959)”, que fue el primer avión a reacción construido en América
Latina y el noveno en el mundo.

“El cirujano” del torpedo

“Pasara lo que pasara, el torpedo tenía siempre que quedarse vertical. Las lanchas andaban a
40 nudos de los dos lados, y el tipo, chas, volvía. La estabilidad horizontal respondió bien.
Cuando se terminó eso, tenían que dar el visto bueno si se seguía para adelante o no, y ahí
perdimos todo el control, después vino la orden de cerrar el local del torpedo. Pero las
pruebas demostraron que andaba bien”, relata Cecilio Pereyra, experto en tuberías. Lorenzelli
lo llamó “cirujano y médico de todos los intestinos del bicho, de los bronquios, pulmones y
tripas varias”.
Ezio Lorenzelli, “el profesor” tras la misión

Capitán de la Real fuerza Aérea italiana. Lorenzelli, de uniforme, caminando junto al conde
Biscarretti, su socio, también ingeniero (1942)

Antes del frustrado Proyecto Lofer, el ingeniero italiano fue piloto de combate en la

Segunda Guerra. Después, un destacado profesor universitario, estudioso de la acústica

y reputado especialista en la construcción de auditorios.

Una pieza clave del Proyecto Lofer fue su director civil, el ingeniero Ezio Carlos Lorenzelli,
“el profesor”. Nació en Turín en 1910, hijo de un general y de la hija de un conde, y murió a
los 91 años en Buenos Aires. En el medio tuvo una vida de película. En la Universidad de
Turín se recibió de doctor en Ingeniería Aeronáutica, a los 25, con máximos honores. Durante
la II Guerra Mundial sirvió en un cuerpo de élite de la Artillería alpina y también fue piloto
de combate. En el ’42 ya trabajaba en su torpedo, pero quedará aislado cuando los alemanes
tomen su ciudad, y al fin deberá entregar los planos a los norteamericanos.

Durante toda su vida alternó la docencia con prácticas artísticas (era violinista, pintor y
escultor) y también deportivas, como la natación y el esquí. Ya en la Argentina, después del
Lofer, desarrolló en 1961 el cohete sonda de investigación PROSON 1 y participó de otros
proyectos aeroespaciales con misiles y cohetes. Sus últimas años lo hallaron centrado en la
labor académica, como profesor emérito en la UTN, en el Instituto Tecnológico de Buenos
Aires (ITBA) y la Universidad de Palermo.

Dedicado coleccionista, tuvo en su casa de Beccar una cama donde había dormido Napoleón
Bonaparte y un mueble piamontés obsequiado por el rey Vittorio Emmanuele a su abuelo,
héroe en una batalla en el norte de África, durante la Primera Guerra. Según la publicación
Marinos e Inventores, de la Armada, “inventó las bóvedas acústicas llamadas isopotenciales,
los llamados empotramientos hidrodinámicos LBS y sensores hidromecánicos, luego
utilizados para estabilizar el rolido de los barcos, y estudió la navegación hidrópoda, criticada
inicialmente pero luego aceptada en el mundo entero”. Una nota de la revista del ITBA lo
define como un “inventor y humanista” que actuó en los campos de la ingeniería civil, la
aeronáutica y la arquitectura teatral.

A fines de los años ’30, en Italia, Lorenzelli había realizado innovaciones en acústica,
convirtiéndose en un reputado especialista en construcción de auditorios. Hizo escenografías
para La Scala de Milán y se lo consideró “el más cotizado arquitecto teatral italiano”. Aquí
construyó e Anfiteatro del Parque del Sur, en Santa Fe. Y fue requerido durante la primera
gobernación de Carlos Sylvestre Begnis, a fines de los ’50, a quien le presentó un proyecto
singular, que había intentado concretar en Venecia cuando lo frustró la Segunda Guerra: a
diferencia de los anfiteatros de montaña, aquí el sonido le llegaría al espectador subiendo
desde las entrañas de la tierra, por la cavidad situada bajo las gradas: un cuarteto de cuerdas
podría ser escuchado sin amplificación.

Esta técnica acústica fue llamada “sistema de concha invertida”, aunque el pudor de la época
impidió que los expedientes oficiales utilizaran esa expresión.

Aníbal Segismundo Fernández, “el jefe”

Del contralmirante ingeniero Aníbal Segismundo Fernández poco se sabe hasta hoy. Fue el
líder militar del proyecto Lofer y quien le dio las últimas tres letras al nombre de la misión.
Cecilio Pereyra, uno de los sobrevivientes del proyecto, lo sigue llamando “el jefe”. Era,
según contó a Tiempo, el pragmático, en contraposición al genio científico de Lorenzelli. Era
el sinónimo de soluciones: “La primera vez que fuimos a trabajar al agua en Arroyo Pareja,
había un viento sur terrible, y cae justo el capitán Fernández en jeep. Dice: ‘No, acá no se
puede estar’. Apareció como a las tres horas, trajo ropa, todo”. Y era también el más cercano
a Juan Domingo Perón, el que tenía contacto directo con Presidencia en cuestiones que
incluso pasaban a ser desconocidas para las autoridades de la Base Naval Puerto Belgrano.

Fernández nació en Goya, Corrientes, en 1911, y falleció 73 años después en Buenos Aires.
Según detalla el Archivo Histórico Municipal de Punta Alta, ingresó a la Escuela Naval en
1929 y egresó en 1934 como parte del primer Escalafón de Ingenieros Torpedistas de la
Armada. En 1938 fue comisionado para perfeccionarse en Fiume (Italia) y posteriormente
asignado a la Flotilla de Torpedos de la Armada. Desde 1946 fue jefe del Taller de Armas
Submarinas de la Base Naval de Puerto Belgrano. Ante el Golpe de Estado de 1955, decidió
adoptar el retiro efectivo voluntario, por su lealtad con el gobierno constitucional peronista.
Con la democracia, en 1973, fue uno de los oficiales amnistiados y ascendido a
contralmirante por el presidente Perón.

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